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Full text of "Historia de la Confederacion Argentina ; Rozas y su epoca"

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HISTORIA 


CONFEDERACIÓN  ARGENTINA 


ROZAS  Y  SU  ÉPOCA 


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Est.   tiiiográfico  El  Censor,  Corrientus  820 


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HISTORIA 


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CONFEDERACIÓN  ARGENTINA 


ROZAS   Y   SU    ÉPOCA 


ADOLFO    SALDIAS 


«KGVXDA   EDICIÓN   CORREGIDA,    CONSIDERABLEMENTE  AUMENTADA   E   ILUSTRADA 
CON  LOS  RETRATOS  DE   LOS  PRINCIPALES  PERSONAJES   DE   ESE  TIEMPO 


TOMO  III 


BUENOS    AIRES 

FÉLIX     LAJOUANE,     EDITOR 

1892 


F 

SU 

1/  3 


CAPÍTULO  XXX 


EL    BLOQUEO    FRANCÉS 


(18381 


SuM.viuo:  I.  La  querella  de  la  Francia  y  el  jilau  Jeiiuiiciado  por  el  ministro  Moreno. — 
II.  Rozas  y  las  potencias  recolonizadoras.--  III.  Cómo  interpretó  Rozas  el 
sentimiento  nacional. — IV.  Cómo  obligó  á  la  Europa  á  estudiar  sus  verda- 
deros intereses  en  América:  opinión  de  Sarmiento. — V.  La  ley  de  10  de  abril 
de  1821  y  la  reclamación  del  cónsul  de  Francia  en  1830.  — VI.  Principios  que 
fija  el  ministro  Anchorena  :  derecbo  del  soberano  para  imponer  al  extranjero 
residente  cargas  correlativas  á  los  derecbos  que  le  acuerda.  — VIL  El  extran- 
jero residente  que  acepta  estos  derecbos  en  cambio  de  obligaciones  correla- 
tivas, no  puede  invocar  en  contraposición  de  estos  últimos  los  derechos  de 
que  gozaba  en  el  país  do  su  origen.  — VIII.  El  soberano  puede  dispensar 
exención  determinada  en  cuanto  no  menoscabe  los  beneficios ;  pero  ella  no 
se  puede  invocar  por  tercero  sino  j)or  vía  de  tratado. — IX.  El  cónsul  de 
Francia  invoca  los  derechos  relativos  á  los  transeúntes  :  distinción  que  hace 
Anchorena.  — X.  La  cajjítulación  Vetancourt.  — XI.  Cómo  corta  la  cuestión 
el  ministro  Anchorena. — XII.  El  vicecónsul  de  Francia  insiste  en  que  sea 
abrogada  la  ley  de  1821  y  considerados  los  franceses  como  lo  eran  los  britá- 
nicos por  el  tratado  de  1825.  — XIII.  Lo  insólito  de  estas  pretensiones  y  el 
tono  insultante  del  vicecónsul.  — XIV.  El  gobierno  de  Buenos  Aires  le  niega 
personería  y  le  da  los  pasaportes  que  solicita.  —  XV.  La  ley  de  1821  y  los 
Ijrincipios  internacionales  que  regían  en  1838:  espíritu  de  la  legislación. — XVI. 
Los  Estados  Unidos  sancionan  el  principio  moderno  sobre  condición  de  los 
extranjeros  residentes.  —  XVII.  Lá  Francia  reclama  de  ellos  y  los  Estados 
Unidos  alegan  idénticamente  lo  mismo  que  alegó  el  gobierno  de  Rozas  en 
1838. — XVIII.  El  contraalmirante  Leblanc  presenta  un  agregado  de  exigen- 
cias al  frente  de  las  fuerzas  navales  de  Francia.  —  XIX.  El  gobierno  de 
Rozas  reproduce  sus  declaraciones  y  se  resiste  á  discutir  reclamaciones  con 
un  jefe  militar.  — XX.  Leblanc  declara  Buenos  Aires  y  el  litoral  en  estado 
de  bl.'iqueo. — XXI.  El  gobierno  de  Rozas  in'otesta  de  la  ilegalidad  del  bloqueo. 
XXII.  Loque  exigía  realmente  el  contraalmirante:  informes  que  acreditan 
la  falsedad  de  los  hechos  que  invoca. — XXIII.  Cómo  contesta  Rozas  las  reti- 
cencias del  contraalmirante. — XXIV.  Términos  en  que  Rozas  coloca  la 
cuestión. — XXV.  Cómo  levanta  Rozas  el  principio  de  la  soberanía  nacio- 
nal.— XXVI.  oarácter  do  las  agresiones  simultáneas  de  la  Francia  en  Sur 
América.— XXVII.  Lo  que  salvó  Rozas  resistiendo  á  la  agresión  de  la  Fran- 
cia :  contraste  entre  su  conducta  y  la  de  la  Francia. 


El  año  de  1838  comenzó  bajo  fatales  auspicios  para 
€l  goLieruo  de  Rozas.  Conjuntamente  con  las  agresio- 
nes del  gobierno   de  Bolivia  que  lo  obligaban  á  soste- 


iier  una  giiiTrii  en  el  nurte,  y  cuii  lu  reaceiún  aniiadu. 
del  partido  unitario  el  cual  esperaba  el  momento  de 
lanzarse  sobre  el  litoral  en  alianza  con  el  «íeneral  Ri- 
vera, como  se  ha  visto  en  el  cai)ítulo  anterior,  la  Francia 
promovió  un  conllicto  que  originó  el  bloqueo  de  los 
puertos  argentinos  y  en  pos  de  éste  una  serie  de  coa- 
lisiones  armadas  que  pusieron  ;i  prueba  el  patriotismo 
con  ({ue  bajo  la  dirección  del  general  Rozas  las  resis- 
tió la  ConfederacifHi  Argentina. 

La  querella  de  la  Francia  era  lo  único  <iue  faltaba 
l)ara  que  se  realizase  en  todas  sus  partes  el  plan  que 
desde  Londres  había  denunciado  anticipadamente  el  mi- 
nistro Moreno.  Afirmaba  éste  que  se  suscitaría  querella 
al  gobierno  de  Buenos  Aires  por  la  isla  de  Martín  Gar- 
cía ó  por  cualquier  motivo.  Y  como  en  realidad,  motivo 
serio  no  había,  la  Francia  l)uscó  pretextos  para  agredir 
á  la  Confederación  Argentina,  en  fuerza  de  esa  tenden- 
cia que  denunció  Mr.  Guizot  cuando,  refiriéndose  á  esa 
querella,  decía  en  pleno  parlamento  que  sus  compatrio- 
tas gustaban  de  entrometerse  en  los  asuntos  de  otros 
países;  y  persiguiendo  después  en  esta  parte  de  Amé- 
rica los  mismos  propósitos  que  perseguía  en  los  países 
bárbaros  y  recolonizables  del  Asia  y  del  África. 

Hoy,  á  más  de  cincuenta  años  de  distancia  de  tales 
acontecimientos,  llaman  desde  luego  la  atención  estos 
dos  hechos:  la  injusticia  de  las  agresiones  de  la  Fran- 
cia contra  la  República  Argentina,  y  la  firmeza  sin  ejem- 
plo en  los  anales  históricos  de  América  con  que  Rozas 
resistió  á  esas  agresiones,  en  nombre  del  derecho  de  la 
})atria  que  ])or  la  fuerza  de  los  hechos  él  lleg<)  á  perso- 
nificar. Los  agentes  de  la  Francia  en  el  río  de  la 
Plata,  seducidos  por  la  proi)aganda  y  los  estímulos  de 
los  periodistas  unitarios,  comprendieron  que  lo  que  éstos 
llamaban  i>omposamente  generosidad  era  una  imi>revisi(')n 


trascendental  en  ellos  recién  cnando  vieron  con  asombro, 
que    Rozas   era   el    más    fuerte  ante   la  justicia   que  le 
discernieron  las  demás  naciones,  y    el  que  desbaraÍMba 
por  la  primera  vez  en   el  mundo  los  planes  recoloniza- 
dores de  las  grandes  potencias  marítimas. 

Contra  todas  las  se<íuridades  de  éxito  que  se  prome- 
tían ])ara  sí  y  para  sus  aliados.  Rozas  les  mostró  treinta  y 
cinco  años  antes  que  Juárez  de  Aíéxico,  que  no  se  impon- 
drían por  la  fuerza  en  Sur  América.  El  sentimiento  deame- 
nranismo  que  provocaron  desde  principios  del  siglo  las 
tentativas  de  Europa  de  enseñorearse  de  las  fértiles  tierras 
que  baña  el  delta  del  Plata,  se  manifestó  ardoroso  para  re- 
sistir aquellas  agresiones;  y  bárbaro,  según  lo  calificaban 
los  argentinos  Cjue  pretendían  defender  la  causa  de  la  civi- 
lización del  lado  del  extranjero  que  agredía  á  cañona- 
zos la  República  Argentina  y  ocupaba  una  parte  de  su 
territorio:  ó  lógico,  según  lo  entiende  todo  el  que  se 
resuelve  á  sostener  un  derecho  sagrado,  sea  cual  sea 
el  poder  de  quien  quiere  hollarlo,  acompañó  á  Rozas 
en  esa  época  de  prueba.  Y  Rozas  interpretó  dignamente 
el  sentimiento  nacional,  sin  que  lo  arredraran  ni  las 
revueltas  interiores  f[ue  provocaban  sus  enemigos,  ni  la 
guerra  que  sostenía  en  el  norte,  ni  la  exigüidad  de  los 
medios  con  que  contaba  para  resistir  á  las  agresiones 
de  la  Francia. 

Á  la  firmeza  singnlar  de  Rozas  se  debe  el  que  la 
Francia  y  la  Europa  hay^an  buscado  después  por  las 
vías  que  indica  la  civilización,  los  medios  de  ponerse 
en  contacto  con  estos  países  de  América.  Su  nombre 
resonó  por  esto  en  toda  la  Europa,  y  la  página  en  que 
está  escrito  es  una  página  gloriosa  para  la  República 
Argentina.  Sarmiento,  el  insigne  propagandista  contra 
Rozas,  escribía  lo  siguiente  en  corroboración  de  lo  que 
digo:  «El  gobierno  de  Rozas...  se  presentaba  en  el  exte- 


—  i  — 

rior  har/eiido  frente  gloriosamente  á  las  pretensiones  (h 
una  potencia  europea  y  re ic indicando  el  poder  americano 
contra  toda  tentativa  de  invasión.  Rozas  ha  probado,  se 
decía  por  toda  la  América,  y  aún  se  dice  hoy  (1850).  que 
la  Euro})a  es  demasiado  débil  para  conquistar  un  Estado 
americano  (jue  quiere  sostener  sus  derechos.  Sin  negar 
esta  verdad  iin;uestionable,  yo  creo  que  lo  (jue  Rozas 
puso  de  maniñesto  es  la  supina  ií-norancia  en  que  viven 
en  Europa  sobre  los  intereses  europeos  en  América,  y 
los  verdaderos  medios  de  hacerlos  prosperar  sin  menos- 
cabo déla  independencia  americana.  .4  Rozas  debe,  además, 
la  Repáhlica  Argentina  en  estos  últimos  años  haber  llenado 
de  su  nombre,  de  sus  luchas,  y  de  la  discusión  de  sus  in- 
tereses el  mundo  civilizado,  y  puéstola  en  contacto  más 
inmediato  con  la  Europa,  forzando  á  sus  sabios  y  á  sus 
políticos  á  contraerse  á  estudiar  este  mundo  trasatlán- 
tico que  tan  importante  papel  está  llamado  á  desempe- 
ñar en  el  mundo.»  ( * ) 

Veamos  cómo  se  produjeron  estos  hechos  derivados 
de  la  intromisión  de  los  agentes  de  la  Francia  en  los 
negocios  de  la  Confederación  Argentina.  Había  una  ley 
de  1°.  de  abril  de  1821  que  extendía  la  obligación  del 
enrolamiento  y  servicio  en  la  guardia  nacional  á  los 
extranjeros  propietarios  de  bienes  raíces,  dueños  de  tien- 
das de  menudeo  ó  por  mayor,  que  ejerciesen  arte  me- 
cánica ó  profesión  liberal,  y  en  general  á  todos  los  que 
hubiesen  residido  más  de  dos  años  consecutivos  en  la 
jtrovincia  de  Buenos  Aires.  Lo  que  no  hicieron  los  ex- 
tranjeros residentes  en  Buenos  Aires  durante  los  años 
en  que  esa  ley  rigió,  lo  intentó  en  el  año  de  183U  el 
cónsul  general  de  Francia  en  esa  ciudad,  exigiendo  que 
sus  connacionales  fuesen  exentos  del  servicio  en  la  mi- 

(')  Facundo.  \){\\í.  196,  odie.  1.S74. 


licia.  Fundaba  tan  extraña  exigencia  en  el  uso  estable- 
cido en  Francia  y  en  las  demás  naciones,  de  acordar  los 
derechos  y  obligaciones  de  la  ciudadanía  solamente  cuan- 
do son  solicitados  espontáneamente ;  en  los  términos  de 
una  capitulación  celebrada  durante  el  período  de  1829, 
entre  el  Vizconde  de  Vetancourt,  al  mando  de  los  fran- 
ceses armados  en  Buenos  Aires  y  el  gobierno  que  se 
había  erigido  en  esta  ciudad ;  y  en  que  dicha  exención 
se  había  acordado  por  tratado  á  los  subditos  británicos. 
El  doctor  Tomás  Manuel  de  Anchorena,  ministro  enton- 
ces del  gobierno  de  Buenos  Aires,  contestó  victoriosa- 
niente  la  reclamaci()n  del  agente  de  B^rancia,  fijando 
principios  que  fueron  incorporados  después  á  la  juris- 
prudencia de  los  EvStados  Unidos  en  lo  relativo  á  la 
condición  política  de  los  extranjeros  residentes.  El  minis- 
tro Anchorena  comenzó  declarando  que  su  gobierno  pre- 
sentaba al  de  Francia  una  prueba  de  singular  deferencia 
al  aceptar  discusión  respecto  de  una  ley  emanada  de  la 
soberanía  de  Buenos  Aires  y  que  hacía  nueve  años  que 
estaba  en  vigencia:  que  la  provincia  de  Buenos  Aires 
no  estaba  obligada  á  dar  una  ley  igual  á  la  que  existía 
en  Francia  respecto  de  los  extranjeros,  retirándoles  los 
privilegios  y  obligaciones  de  los  ciudadanos,  á  menos 
que  ellos  mismos  lo  demandasen,  porque  no  existía  tra- 
tado recíproco  entre  ambos  paises;  y  que  en  tal  situa- 
ción el  gobierno  de  Buenos  Aires  tenía  el  derecho  de 
prohibir  la  entrada  de  los  extranjeros  en  su  territ«)rio 
cuando  lo  juzgare  conveniente,  y  dictar  por  consiguiente 
las  condiciones  de  la  admisión  de  los  mismos;  entretanto 
que  la  ley  de  1821,  concillando  las  obligaciones  de  la 
hospitalidad  con  los  intereses  del  Estado,  al  paso  que 
concedía  á  los  extranjeros  residentes  los  derechos  y 
libertades  civiles  de  los  ciudadanos,  les  imponía  las 
caroas  correlativas. 


Y  generalizando  el  pi'iii('ii)io,  el  ministro  Ancliorcna 
establecía  que  si  Buenos  Aires  podía  fijar  las  condicio- 
nes para  la  admisión  de  los  extranjeros  en  su  territorio, 
al  concederles  derechos  semejantes  á  los  de  los  natura- 
les, podía  igualmente  exigirles  en  retribución  servicios 
que,  sin  dichas  concesiones,  no  habrían  estado  obliga- 
dos á  prestar:  que  desde  el  momento  en  que  cualquim' 
extranjero  hubiese  aceptado  libremente  la  concesión  del 
soberano  con  la  condición  anexa  á  ella,  aceptaba  todas 
las  consecuencias;  y  que  de  esto  se  deducía  que  si  el 
cumplimiento  de  tal  condición  anexa  á  la  concesión, 
privaba  al  extranjero  que  la  aceptaba  de  los  derechos 
que  gozaba  en  su  país  natal,  esta  aceptación  venía  á 
ser  una  virtual  renuncia  de  esos  derechos  originarios, 
hecha  voluntariamente  al  domiciliarse  en  un  país  á  cuyas 
leyes  debía  someterse.  Que  la  ley  de  abril  de  1821,  al 
conceder  á  los  extranjeros  el  derecho  de  ser  propietarios 
de  la  tierra,  ejercer  libremente  su  industria  y  profesión 
y  demás  derechos  de  los  naturales,  lo  hacía  en  cambio 
de  que  los  que  de  tales  beneficios  gozasen,  debían  enro- 
larse en  la  milicia;  y  que  por  lo  tanto,  los  que  la  acep- 
taban se  obligaban  en  los  términos  de  un  contrato  do 
ut  des,  en  el  cual,  cumplida  una  parte,  la  otra  venía  á 
ser  obligatoria. 

En  cuanto  á  la  exención  de  los  siíbditos  británicos 
que  invocaba  el  agente  de  Francia  en  favor  de  sus  conna- 
cionales, el  ministro  Ancliorena  le  manifestó  que  el 
gobierno  de  Buenos  Aires  había  adquirido  por  un  contrato 
voluntario  el  derecho  de  llamar  al  servicio  de  la  milicia 
á  cada  extranjero  sujetado  espontáneamente  á  las  obli- 
gaciones de  la  ley  de  1821;  y  que  siendo  este  derecho 
privativo  del  gobierno  en  cuanto  no  menoscabe  los  bene- 
ficios acordados,  él  mismo  podía  en  virtud  de  consi- 
deraciones de  las  que  ('1  era  juez  únicamente,  Jaí<  mere 


facúltate,  suspender  el  uso  de  esa  facultad  en  el  caso 
de  algunos  extranjeros  sin  injusticia  para  los  otros. 
Que  cualescjuiera  que  hubiesen  sido  los  motivos  que 
impulsaron  á  sn  gobierno  á  eximir  á  los  británicos 
del  servicio  en  la  milicia,  los  otros  extranjeros  no  po- 
dían formular  reclamación  sobre  este  punto,  exigiendo 
la  exenciíui  de  una  obligación  común  con  los  natura- 
les. El  ministro  Ancliorena  declaró  en  conclusión  que 
no  encontraba  otro  medio  justo  de  atender  la  reclama- 
ci(m  del  cónsul  general  de  Francia,  sino  el  de  ofrecer 
á  los  extranjeros  comprendidos  en  la  ley  de  abril  de 
1821,  que  no  quisiesen  cumplirla,  la  alternativa  de  reti- 
rarse del  país;  y  que  siendo  la  deducida  exención  de 
los  extranjeros  residentes,  contraria  á  los  términos 
expresos  de  dicha  ley,  su  gobierno  no  podía  dispensarse 
de  llamarlos  al  servicio  pasivo,  con  el  único  objeto  del 
mantenimiento  del  orden  cuando  así  lo  creyese  conve- 
niente, í  '  I 

•El  cónsul  general  de  Francia,  sin  detenerse  en  los 
principios  invocados  por  el  ministro  Anchorena,  se  limitó 
en  su  nota  de  15  de  noviembre  á  demostrar  que  la  ley 
de  1821  era  contraria  á  las  reglas  del  derecho  de  gentes 
y  á  ajustes  celebrados  con  representantes  de  su  gobierno. 
Para  esto  citaba  la  opiniíHi  de  los  internacionalistas  res- 
pecto de  los  extranjeros  transeúntes  y  la  capitulación 
con  el  Vizconde  de  Vetancourt.  Pero  Anchorena  le  hizo 
notar  que  la  ley  de  1821  sólo  exigía  el  enrolamiento  de  los 
extranjeros  residentes,  y  no  délos  transeúntes.  (^)ue  el  mis- 
nn)  Vattel  citado  establecía:  (-)  «El  que  hubiese  fijado  su 
domicilio  en  país  extranjero,  se  ha  hecho  miembro  de 


(')    Comunicnción  (1(>1  ininistn»  Anchorena  do  l'eclia  8  de  noviem- 
])re  de  18:^0. 

(2)     I,il>.  1.  cap.  K)  S  ■:'15. 


—  8  — 

otra  sociedad,  á  lo  menos  como  habitante  [)erpetuo.  y 
sus  liijos  lo  serán  también.  »  (^)ue  con  esta  regia  estaban 
de  acuerdo  los  principales  publicistas,  y  el  mismo  código 
civil  de  Francia,  el  cual  establecía  lart.  17)  (pie  la  calidad 
de  francés  se  perdía  por  todo  establecimiento  hecho  en 
país  extranjero  sin  ánimo  de  V(dver.  (^)ue  los  franceses 
residentes  en  Buenos  Aires  con  bienes  raíces  de  sus 
propietarios,  que  ejercían  libremente  su  industria  y  pro- 
fesión, tenían  evidentemente  aquí  su  residencia  y  el  asiento 
de  su  fortuna;  y  que  por  lo  tanto,  y  estando  sólo  á  los 
principios  del  derecho  de  gentes,  ellos  se  habían  hecho 
miembros  de  la  sociedad  de  Buenos  Aires,  y  quedado 
fuera  de  la  protección  del  cónsul  general  de  Francia. 

El  ministro  Anchorena  hacía  notar  i)or  tin  (jue  no  se 
podía  aducir  en  contra  de  estos  principios  y  para  exigir 
la  abrogación  de  ley  de  abril  de  1821,  el  hecho  de  la 
capitulación  hecha  el  año  anterior  (1829)  entre  el  Vizconde 
de  Vetancourt  y  el  general  Rodríguez,  ambos  sin  inves- 
tidura legal,  pues  el  primero  era  un  simple  comandante 
de  una  estación  naval,  que  obró  por  sí  al  frente  de  fran- 
ceses armados  y  en  momentos  de  disturbio  en  la  ciudad 
de  Buenos  Aires,  y  el  segundo  era  el  delegado  de  un 
general  que  se  había  apoderado  del  mando  derrocando 
las  autoridades  legales  de  la  Provincia.  Que  tal  capitu- 
lación no  podía  tener  efectos  de  derecho,  como  lo  mani- 
festó ese  mismo  general  revolucionario  en  su  nota  de  20 
de  mayo  de  1820  al  Vizconde  de  Vetancourt.  (juien  asintió 
á    ello   igualmente. 

Kl  ministro  Anchorena  cerraba  su  comunicación 
declarando  que  siendo  la  provincia  de  Buenos  Aires  un 
F]stado  soberano  é  independiente  de  Francia,  su  gobierno 
no  podía  someter  á  la  deliberaciíni  de  esta  última,  el 
valor  y  cumplimiento  de  una  ley  concerniente  á  su  régi- 
men  interior:  que  bajo  este  conceiito   y    apurando  á   lo 


—  ! )  — 

sumo  la  indulgencia  de  su  gobierno,  el  único  medio 
que  podía  adoptarse  para  mantener  ilesos  los  derechos 
de  ambos  Estados,  dejando  la  cuestión  m  statii  quo^  sería 
que  se  ausentasen  del  país  los  franceses  que  rehusasen 
el  cumplimiento  de  la  ley  de  10  abril  de  1821;  pues 
que  esto  era  lo  más  conforme  al  derecho  de  gentes,  aun 
en  el  supuesto  gratuito  de  que  debieran  ser  considerados 
como  transeúntes.  (')  Así  terminó  por  entonces  esta  cues- 
tión. El  gobierno  de  Buenos  Aires  llevó  adelante  los 
efectos  de  la  ley  de  1821,  bien  que  éstos  no  recayesen 
sobre  los  extranjeros  residentes  sino  en  casos  de  suma 
necesidad  y  al  sólo  objeto  de  mantener  el  orden  público, 
y  sin  que  por  ello  se  alterasen  las  buenas  relaciones 
con  la  Francia  que  mantuvo  buen  tiempo  todavía  el 
mismo  cónsul  general  reclamante  Marqués  de  Vius  de 
Paysac. 

Después  de  la  muerte  de  éste  quedó  encargado  inte- 
rinamente del  consulado  de  Francia  el  vicecónsul  Mr. 
Aimé  Roger,  quien  trabajado  por  los  agentes  de  su  na- 
ción en  Montevideo,  empeñados  á  la  sazón  en  derrocar 
al  gobierno  legal  de  la  República  Oriental  en  unión  con 
el  general  Rivera,  promovió  nuevamente  la  cuestión  ya 
terminada,  agregando  exigencias  tales,  que  á  la  simple 
vista  denotaban  la  juvenil  ligereza  con  que  pensaba 
crearse  un  nombre  entre  los  enemigos  de  Rozas,  y  la 
torpeza  indiscreta  con  que  la  Francia  buscaba  por  su 
intermedio  un  pretexto  para  provocar  en  Buenos  Aires 
querellas  semejantes  á  las  que  acababa  de  provocar  en 
México  y  Ecuador.  El  30  de  noviembre  de  1837,  el  vice- 
(•(')nsul  Roger  le  dirigió  al  ministro  de  relaciones  exte- 
riores de  Buenos  Aires,  una  nota  en  la  que  refiriéndose 


( ' )  Se  liublicó  en  la  colección  de  documentos  relativos  á  la  re- 
claniaci(')n  de  los  agentes  de  Francia.— Imprenta  del  Estado. 


—    10  — 

al  asunto  de  don  César  Hip(31ito  Bacle  y  otros  íraiice- 
ses  residentes,  expresaba  los  casos  én  que  según  las 
leyes  del  Estado  ese  gobierno  no  i)odía  admitir  la  in- 
tervención de  los  agentes  extranjeros  en  favor  de  sus 
connacionales :  reclamaba  en  nombre  del  derecho  de  gen- 
tes de  los  })riiicipios  establecidos  en  esas  leyes,  por  ser 
éstos  incompatibles  con  la  nacionalidad  de  los  franceses 
que  con  intención  de  regresar  á  su  patria  venían  á  es- 
tablecerse en  la  República  Argentina,  y  solicitaba  que 
se  concediera  á  éstos  las  mismas  exenciones  que  el  tra- 
tado entre  dicha  república  y  la  Gran  Bretaña  establecía 
en  favor  de  los  subditos  de  esta  nación;  declarando  que 
de  no  desistir  el  gobierno  de  Buenos  Aires  de  sus  pre- 
tensiones, S.  M.  C.  no  podría  dispensarse  de  hacer  cuanto 
le  dictaran  las  exigencias  de  la  dignidad  y  de  los  inte- 
reses de  la  Francia. 

Con  razones  tan  pobres  como  las  disposiciones  de  la 
antigua  legislación  española  sobre  avecindados  y  domi- 
ciliados, y  las  leyes  francesas  sobre  ciudadanía,  el  vice- 
cónsul Roger  reproducía  la  ya  desacreditada  exigencia  de 
que  se  abrogara  en  favor  de  los  franceses  residentes  en 
Buenos  Aires  una  ley  aceptada  por  todos  los  que  se  habían 
acogido  á  los  beneficios  que  les  })roporcionaba.  Ello  era 
tanto  más  insólito  cuanto  que  las  propias  palabras  del 
vicecónsul  de  que  « el  gobierno  francés  se  consideraba 
con  títulos  para  reclamar  jiara  sus  nacionales  los  mismos 
privilegios  que  los  ingleses  habían  obtenido  por  un  tra- 
tado», ponían  en  evidencia  que  semejantes  privilegios  no 
podían  ser  reclamados  como  un  derecho. 

Sin  entrar  en  la  cuestión  de  fondo  suscitada,  el  mi- 
nistro de  Buenos  Aires  le  manifestó  en  nota  de  12  de 
diciembre  (jue  examinaría  los  antecedentes  relativos  á 
los  casos  enunciados  en  la  reclamación.  El  vicecónsul 
francés,  creyendo  que  el  suceso  consistía  para  él  en  agriar 


—  11  — 

una  controversia  que  no  podía  mantenerse  seriamente  en 
el  terreno  del  derecho,  contestó  al  día  siguiente  aquella 
nota  en  términos  descomedidos,  declarando  que  no  admi- 
tiría la  prorrogación  de  la  discusión  entablada  sino  á  con- 
dición de  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  «  suspendiera 
desde  luego  la  aplicación  de  sus  pretensiones »,  y  orde- 
nara la  libertad  de  Bacle;  la  restitución  de  sus  certifi- 
cados de  matrícula  á  Martín  Larre  y  Jourdan  Pons  (los 
dos  únicos  franceses  que  estaban  en  servicio  militar)  y 
su  exoneración  del  servicio  en  la  milicia;  y  la  compa- 
xecencia  inmediata  de  Pedro  Lavié  ante  los  jueces  encar- 
gados de  hacer  constar  la  culpabilidad  ó  inocencia  de 
éste.  (^) 

Á  pesar  de  esto,  el  ministro  de  Buenos  Aires  descen- 
tlió  á  explicarle  al  vicecónsul  Roger  el  alcance  de  la 
ley  de  1821,  y  los  principios  de  justicia  en  que  ésta  se 


(')  A  éstos  se  reunió  don  Blas  Despouy;  y  conviene  hacer  cono- 
cer aquí  la  condición  en  que  se  encontraban  estos  individuos  para 
dar  lugar  á  las  reclamaciones  del  vicecónsul  francés.  Bacle  era 
suizo,  litógrafo  de  profesión,  comprendido  por  consiguiente  en  la 
ley  de  10  de  abril  de  1821,  y  equiparado  á  los  ciudadanos  cuando 
el  gobierno  lo  nombró  litógrafo  del  Estado.  Acusado  de  conspirar 
contra  el  gobierno  en  época  de  revolución  y  de  guerra,  y  compro- 
bado este  hecho  por  cartas  escritas  de  su  puño  y  reconocidas  por 
él  mismo,  fué  reducido  á  prisión.  Entonces  reclamó  la  protección 
del  cónsul  francés,  y  durante  la  secuela  de  su  causa  murió  en  su 
propia  casa,  habiendo  sido  conducido  su  cadáver  por  multitud  de 
franceses,  quienes  c(uisieron  darle  á  esta  ceremonia  una  importancia 
que  revestía  el  carácter  de  un  insulto  ó  de  una  amenaza  al  go- 
bierno. Pedro  Lavié  era  proveedor  de  un  cantón  militar  al  interioi- 
de  la  frontera;  y  había  sido  sumariado  por  infracción  á  los  regla- 
mentos para  mantener  la  disciplina  de  las  tropas.  Convicto  de  esto 
y  de  haber  robado  cantidad  de  dinero,  fué  sentenciado  á  seis  meses 
de  prisión.  Blas  Despouy  era  un  negociante  que  movido  por  suges- 
tiones directas  del  general  Rivera,  de  quien  era  agente  en  algunos 
negocios,  como  se  comprueba  por  su  correspondencia  original  que 
poseo,  reclamaba  perjuicios  por  habérsele  ordenado  á  solicitud  de 
sus  vecinos  la  clausura  de  un  establecimiento  para  la  extracción  de 
grasa  de  potro.  El  gobierno  le  había  atendido  su  reclamo,  pero  él 
fijó  una  suma  extravagante,  sin  perjuicio  de  reducirla  algún  tiempo 
después  y  de  constituirse  en  acérrimo  defensor  del  gobierno  de 
Rozas. 


—  12  — 

fundaba,  y  que  habían  sido  aceptados  por  bi  Francia 
durante  b>s  años  transcurridos  desde  ({ue  fue  sancionada. 
Hacíale  notar  que  si  en  el  año  de  1831  la  Francia  hu- 
biese considerado  esa  ley  contraria  al  derecho  de  gentes, 
habría  persistido  entonces  en  hacer  la  reclamación  co- 
rrespondiente por  medio  de  un  agente  diplomático ;  y 
que  la  reclamación  actual  del  vicecónsul  no  se  contraía 
á  uno  ó  más  hechos  particulares  de  los  que  estaban 
bajo  la  inspección  consular,  sino  á  exigir  el  desistimiento 
y  variación  de  los  principios  generales  que  reglaban  la 
política  interior  de  la  República  sobre  las  circunstan- 
cias que  constituían  el  domicilio  en  ella,  (^ue  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  no  podía  reconocer  el  encargo  oficial  del 
vicecónsul,  sin  otra  credencial  que  su  palabra,  ni  en- 
trar en  contestación  sobre  el  objeto  de  su  reclamaci(')n ; 
y  que  esperaba  que  el  vicecónsul  excusaría  ocuparse  más 
de  tal  reclamación,  porque  su  gobierno  estaba  resuelto 
á  guardar  un  profundo  silencio  á  este  respecto.  Des- 
pués de  conferenciar  con  el  contraalmirante  Leblanc, 
de  estación  en  Montevideo,  el  vicecónsul  Roger  se  di- 
rigió en  términos  inconvenientes  al  ministro  de  Buenos 
Aires  para  manifestarle  que  si  no  le  respondía  satisfac- 
toriamente sus  demandas  considerase  concluida  su  mi- 
sión^ y  le  expidiese  sus  pasaportes.  El  ministro  Arana 
le  remitió  los  pasaportes  con  una  nota  de  fecha  13  de 
marzo  de  1838.  en  la  que  le  declaraba  por  su  parte  que, 
caracterizado  suficientemente  que  fuese  por  el  rey  de  los 
franceses,  le  proporcionaría  al  gobierno  de  Buenos  Ai- 
res la  oj)ortunidad  de  dar  explicaciones  que  acreditasen 
á  S.  M.  sus  sinceros  deseos  de  mantener  las  buenas  re- 
laciones bajo  los  principios  del  derecho  de  gentes.  (^) 
La  actitud  del  gobierno  de  Buenos  Aires  era  circuns- 

(  '  )     ('((l('ccM()ii  (le  (lociiincntos  citados. 


—  is- 
péela y  digna  como  se  ve.  Prescindiendo  de  las  circuns- 
tancias que  militaban  en  contra  del  vicecónsul  francés, 
por  la  comunidad  de  miras  entre  él.  Rivera  y  los 
emigrados  unitarios  contra  aquel  gobierno,  era  induda- 
ble que  aun  cuando  hubiere  sido  acreditado  como 
agente  diplomático,  no  podía  exigir  que  se  abrogasen 
las  leyes  que  regían  la  veúdencia  de  los  extranjeros  en 
Buenos  Aires,  á  título  de  que  estas  leyes  estaban  en 
conflicto  con  las  de  Francia;  sino  en  la  forma  en  que 
lo  había  obtenido  la  Gran  Bretaña,  por  medio  del 
tratado  de  1825,  y  esto  en  el  concepto  de  que  el  gobier- 
no argentino  hubiere  querido  extender  en  beneñcio 
de  los  franceses,  principios  de  rara  aplicación  entonces 
y  aun  en  nuestros  días.  Digo  que  eran  de  muy  rara 
aplicación,  porque  en  el  año  1838  no  había  ejemplo  de 
que  á  los  extranjeros  domiciliados  se  les  concediera 
todos  los  derechos  civiles  de  los  ciudadanos  y  demás 
libertades  y  beneficios  que  consagraba  la  ley  de  1821. 
Muy  por  el  contrario:  en  aquella  época  las  legisla- 
ciones eran  tan  restrictivas  á  este  respecto,  que  el 
extranjero  no  podía  poseer  un  bien  raíz,  ni  ejercer  su 
profesión  ó  su  oíicio,  ni  gozar  en  general  de  los  de- 
rechos otorgados  exclusivamente  á  los  ciudadanos.  La 
ley  de  1821  les  concedía  todos  estos  y  otros  derechos, 
en  cambio  y  á  condición  de  que  se  enrolaran  en  la 
milicia  para  contribuir  al  mantenimiento  del  orden 
público  en  el  cual  todos  los  extranjeros  domiciliados 
estaban  naturalmente  interesados.  Y  las  legislaciones 
vigentes  en  casi  todos  los  países  civilizados  no  han 
hecho  más  que  ampliar  el  principio  de  la  ley  de  1821, 
estableciendo  todos  esos  derechos  en  favor  del  extran- 
jero naturalizado  en  el  país  que  se  los  concede  á  esta 
condición. 
Son  los  Estados  Unidos,  los  que  cortando  para  siem- 


—  14  — 

prc  las  ttíülo^yías  diploniáticns  qiio  siiscitíiban  las  viejas 
leyes  de  avecindados  y  domiciliados,  han  establecido 
y  hecho  triunfar  s(jhre  sesenta  millones  de  hombres  el 
l)rincii)io  de  que  las  disposiciones  del  derecho  cornün^ 
del  derecho  civil  y  del  derecho  político,  como  de  todos 
los  deberes  anexos,  se  extienden  sin  distinción  á  todos 
los  que  después  de  un  corto  tienipo  habitan  el  territo- 
rio de  la  gran  República,  y  á  todos  los  que  hacen  su 
declaración  de  ciudadanos  inmediatamente  de  pisar  ese 
suelo  de  libertad.  Ninguna  nación  reclamó  jamás  con 
éxito  del  gobierno  de  los  Estados  Unidos  por  la  apli- 
cación de  esos  principios  liberales  y  humanitarios.  La 
única  que  tentó  hacerhj  fué  la  Francia,  y  esto  por 
hechos  que  tenían  perfecta  analogía  con  los  que  adu- 
cían el  vicecónsul  y  almirante  francés  al  gobierno  de 
Buenos  Aires.  Durante  la  guerra  de  secesión,  el  ple- 
nipotenciario del  Imperio  francés  reclamó  de  la  gran 
cantidad  de  franceses  que  servían  en  el  ejército  de  los 
instados  Unidos,  y  pidi('»  á  este  gobierno  que  uo  se 
hiciera  extensivo  á  éstos  los  principios  que  regían  para 
los  demás  habitantes  de  la  Unión.  El  gobierno  norte- 
americano alegó  idénticamente  el  mismo  principio 
invocado  por  el  gobierno  de  Buenos  Aires  en  1838  (  el 
derecho  norteamericano' equiparaba  el  domiciliado  con 
el  nativo );  y  este  otro :  la  ley  era  igual  para  el  ciuda- 
danoj3or  nacimiento  como  para  el  ciudadano  por  natu- 
ralización: no  había  franceses  en  el  ejército  délos 
Estados  Unidos:  eran  norteamericanos.  Y  firme  en 
este  orden  de  principios,  el  gobierno  norteamericana 
declaró  al  francés  que  no  tenía  inconveniente  en  sepa- 
rar del  servicio  militar  á  todos  los  franceses  que  alega- 
ran sus  derechos  de  tales,  esto  es,  á  todos  los  que 
renunciaran  á  los  beneficios  que  les  proporcionaban  las 
leyes  de    los    Estados    Unidos.    Está    demás   decir   (|ue 


—  i; 


iiiugiiiio  se  presentó  á  reiiniiciar  á  estos  beneficios; 
como  ningún  francés  opt(j  por  renunciar  tampoco  á  los 
que  les  proporcionaba  la  ley  de  1821,  poniéndose  fuera 
del  alcance  de  ella,  esto  es,  ausentándose  de  Buenos 
Aires,  como  lo  proponía  el  gobierno  de  Rozas  á  todos 
los  que  no  quisiesen  someterse  al  único  deber  que  se 
les  imponía  en  cambio  de  esos  beneficios:  á  enrolarse 
en  la  milicia  al  sólo  objeto  de  mantener  el  orden 
público  cuando  éste  fuese  alterado.  (') 

Pero  promediaba  la  idea  de  hostilizar  y  reducir  al 
gobierno  de  Buenos  Aires;  y  lo  que  no  había  podido  obte- 
ner el  vicecónsul  Roger,  lo  intentí)  el  contraalmiran- 
te Leblanc  al  frente  de  las  fuerzas  navales  francesas. 
Éste  dirigió  al  mismo  Rozas  una  nota  (de  24  marzo 
1(S;38)  en  la  que  llamándole  su  -atención  «sobre  las 
consecuencias  de  su  negativa  á  escuchar  las  reclama- 
ciones entabladas  por  el  vicecónsul»,  y  pretendiendo 
que  de  ello  se  hacía  «una  simple  cuestión  de  mal 
entendido  amor  propio »,  ampliaba  las  exigencias  fran- 
cesas pidiéndole:  1°.,  que  se  suspendiera  con  res- 
pecto á  los  franceses  la  aplicación  de  los  principios  del 
gobierno  argentino  para  con  los  extranjeros;  y  que 
éste  se  comprometiera  á  tratar  las  personas  y  las 
propiedades  francesas  como  lo  fueran  las  personas  y 
propiedades  de  la  nación  más  favorecida,  hasta  la  con- 
clusión de  un  tratado;  2°.,  que  se  reconociera  en  el 
gobierno  francés  el  derecho  de  reclamar  indemnizacio- 
nes en  favor  de  los  franceses  que  hubieran  tenido  que 
sufrir  injustamente  en  sus  personas  ó  propiedades  i)or 
actos  del  gobierno  argentino:  que  se  mandara  instruir 
y  juzgar  inmediatamente   el  asunto  de  Pedro  Lavié. 

(')  Soljre  la  necesidad  de  Ajar  principios  (|iie  reglen  la  con- 
dición de  los  extranjeros  residentes,  me  lie  extendido  en  mi 
lihi'o    La    politique    italienne  au    Rio  de    la    Plata  (París  IS-SS). 


—  16  — 

Á  esta  nota  concebida  en  términos  tan  extraños,  el 
ministro  Arana  respondió  naturalmente  que  el  gobierno 
(le  Buenos  Aires  no  había  desatendido  ni  repelido  las 
reclamaciones  á  que  aludía  el  contraalmirante,  porque 
éstas  importaban  la  materia  de  una  cuestión  no  discu- 
íiila  todavía,  y  acerca  de  las  cuales  nada  había  contestado 
ai|uél,  reservándose  considerarlas  cuando  ellas  fuesen 
deducidas  por  medio  de  un  ministro  ó  agente  diplo- 
mático ad  hoc,  bajo  las  formas  establecidas  por  el  dere- 
cho internacional:  que  sin  mengua  de  su  posición,  el 
gobierno  no  había  podido  reconocer  en  un  cónsul  sin 
misión  acreditada  y  notificada,  carácter  bastante  ¡¡ara 
exigir  el  desistimiento  y  variación  de  las  leyes  y  de 
los  principios  generales  que  reglaban  la  política  interior 
de  la  República;  que  esta  era  la  cuestión  que  sostenía 
el  contraalmirante,  no  la  cuestión  de  simple  amor 
propio  mal  entendido  que  le  atribuía  al  gobierno  de 
Buenos  Aires;  que  siendo  inconciliable  con  las  relacio- 
nes de  amistad  entre  la  Francia  y  el  gobierno  argentino 
hi  personería  de  un  jefe  militar  al  frente  de  una 
escuadra  para  ventilar  bajo  este  sólo  carácter  las  proposi- 
ciones que  contenía  la  nota  á  que  se  contestaba,  esta 
actitud,  dejando  al  gobierno  sin  la  libertad  necesaria 
para  que  la  razón  y  no  la  fuerza  condujera  al  esclareci- 
miento de  los  derechos  de  ambos  países  á  un  término 
recíprocamente  ventajoso  y  amigable,  le  privaba  al 
gobierno  argentino  de  discutir  las  reclamaciones  pen- 
dientes con  el  contraalmirante,  como  lo  haría  si  su 
persona  estuviese  acreditada  competentemente. 

Respuesta  tan  digna  como  ésta  había  dado  años  antes 
el  ministro  don  Manuel  García  al  almirante  brasilero 
estacionado  con  .us  buques  en  la  rada  de  Buenos  Aires; 
y  aunque  en  el  caso  del  gobierno  de  Rozas  el  de 
Francia  habría    asumido    idéntica    conducta,  bien    que 


—  17  — 

con  expresiones  más  radicales,  el  contraalmirante 
Leblanc  declaró  «el  pnerto  de  Buenos  Aires  y  todo  el 
litoral  del  río  perteneciente  á  la  República  Argentina 
en  estado  de  rigoroso  bloqueo  por  las  fuerzas  navales 
francesas,  esperando  las  medidas  ulteriores  que  juzgase 
conveniente  tomar».  (/) 

El  gobierno  de  Rozas  protestó  de  la  declaración  del 
bloqueo,  y  le  demostró  al  contraalmirante  Leblanc 
cómo  ella  era  ilegal,  liecha  sin  motivo  y  que  no  podía 
obligar  á  las  potencias  que  tenían  relaciones  con  la 
República:  1°.,  porque  el  bloqueo  es  una  medida  de 
bostilidad  de  que  hace  uso  un  soberano  después  de  las 
declaratorias  solemnes  que  prescribe  el  derecho  inter- 
nacional; 2'\,  porque  aun  cuando  el  contraalmirante 
decía  que  pr(X-edía  en  virtud  de  órdenes  del  rev  de  los 
franceses,  no  podía  afirmar  que  entre  estas  órdenes  se 
comprendiera  la  del  bloqueo,  pues  la  República  Argen- 
tina no  estaba  en  guerra  con  la  Francia  y  no  existía 
motivo  alguno,  y  promediando  tan  sólo  reclamaciones  que 
no  habían  sido  todavía  discutidas; 3°.,  porque  aun  cuando 
el  contraalmirante  estuviese  autorizado  para  declarar  el 
bloqueo,  este  acto  de  hostilidad  sin  aquella  previa  decla- 
ración, era  tanto  más  arbitrario  cuanto  que  el  gobierno 
argentino  no  se  negaba  á  considerar  las  reclamaciones 
que  daban  origen  ala  cuestión.  (-) 

El  contraalmirante  respondió  que  había  esperado 
obtener  una  simple  suspensión  de  la  aplicación  de  los 
principios  que  regían  respecto  de  los  extranjeros;  y  que 
el  gobierno  de  Buenos  Aires,  rehusándose  á  ello  y  dete- 
niendo á  los  franceses  en  las  milicias  ó  en  las  cárceles. 


(i)Nota  del  contraalmirante  Leblanc,  datacfa  á  bordo  de  la 
corbeta  Expeditive  delante  de  Buenos  Aires,  el  28  de  mar7o 
de  1838. 

(2)    Nota  de  3  de  abril. 


TOMO   III. 


—  18  — 

en  tanto  que  Mlinnaba  ({ae  á  iiingLino  de  ellos  se  atacaba, 
agregaba  la  ironía  á  la  malevolencia.  Si  malevolencia 
había,  ella  provenía  del  contraalmirante,  que  era  quien 
falseaba  los  hechos.  Lo  que  él  exigía  en  favor  de  sus 
connacionales  no  era  la  simple  suspensión  de  los  prin- 
cipios que  regían  á  los  extranjeros  residentes,  sino  que 
los  franceses  fuesen  considerados  como  lo  eran  los  bri- 
tánicos por  el  tratado  de  1825,  hasta  la  terminación  de  un 
tratado;  y  abrogándose  entretanto  una  ley  de  la  Provincia, 
sin  discusión  previa  de  conveniencias  recíprocas  según 
las  cuales  el  gobierno  de  Buenos  Aires  podía  ó  no  exten- 
der las  concesiones  que  se  le  exigían  como  si  efectiva- 
mente estuviese  obligado  á  otorgarlas.  Además  de  esto, 
había  exigido  enormes  indemnizaciones  pecuniarias  cuyo 
monto  ventilaban  los  mismos  interesados  ante  los  tribu- 
nales de  Buenos  Aires. 

Y  en  cuanto  á  los  ataques  de  que  eran  víctimas  los 
franceses,  Rozas  le  adjuntó  al  contraalmirante  y  á  los 
agentes  diplomáticos  acreditados  en  Buenos  Aires  copia 
de  los  informes  del  presidente  del  tribunal  de  justicia, 
de  los  jefes  de  fuerzas  en  servicio,  del  alcaide  de  la 
cárcel,  los  cuales  acreditaban  que  en  las  cárceles  no  había 
sino  dos  franceses:  Pedro  Jusson,  marinero,  reo  de  ase- 
sinato en  la  persona  de  Matías  Cañete,  sentenciado  en  últi- 
ma instancia  á  la  pena  condigna;  y  Pedro  Lavié,  vivande- 
ro procesado  por  infractor  de  disposiciones  vigentes,  ladrón 
confeso  y  sentenciado  á  seis  meses  de  prisión  que  ven- 
cían el  1")  de  abril;  y  que  en  el  ejército  de  línea  y  mi- 
licias no  había  ningún  francés  destinado  al  servicio,  sino 
solamente  cinco  voluntarios  incluso  un  oílcial.  C)  El 
contraalmirante  no  pudo  menos  que  declararle  á  Rozas 
en  su  nota  de  12  de  abril,  que  habían  desaparecido  los 


(')    Nota  confiílencial  de  Rozas  á  Leblanc. 


—  19  — 


hechos  que  motivaban  sus  procederes;  pero  insistiíj  en 
sus  exigencias  al  frente  de  la  escuadra  de  su   mando. 

Tal  actitud  después  de  tal  declaración  era  doblemente 
irritante.  Rozas  le  contestó  todavía  que  no  era  exacto 
que  los  hechos  que  se  daban  como  causa  de  las  medi- 
das tomadas  por  el  contraalmirante  hubiesen  desapa- 
recido á  consecuencia  de  las  reclamaciones  de  éste:  que 
semejantes  hechos  no  habían  existido,  como  lo  compro- 
baban los  informes  presentados;  que  en  corroboración 
de  esto  había  manifestado  al  contraalmirante,  antes  de 
la  declaración  del  bloqueo,  que  le  daría  confidencial- 
mente conocimientos  y  datos  inequívocos  de  que  no 
era  la  voluntad  del  gobernador  la  que  provocaba  los 
sucesos,  sino  el  inconsiderado  concepto  con  que  se  ha- 
bía estimado  los  actos  de  dignidad  del  gobierno  argentino. 

Y  fuerte  en  su  derecho.  Rozas  agregaba  que  no  se 
•comprendía  cómo  el  contraalmirante  después  de  su  de- 
claración, persistía  en  el  bloqueo  y  en  pedir  garantías 
contra  la  renovación  de  actos  que  pudieran  motivar  re- 
clamaciones semejantes  de  parte  de  la  Francia,  puesto 
que  la  cuestión  no  era  ya  sobre  agravios  inferidos  á 
esta  nación,  ni  sobre  violación  de  derecho  perfecto  alguno, 
sino  sobre  pretensiones  que  siendo  efecto  de  un  tratado, 
«1  gobierno  argentino  podía  expedirse  sobre  ellas  con 
la  misma  libertad  que  cualquier  otro,  sin  que  su  nega- 
tiva pudiera  ser  un  motivo  justiíicado  para  hostilizarlo. 

Y  recordándole  lo  que  el  mismo  contraalmirante  le 
iia  manifestado  en  su  carta  de  que  no  representa  el 
papel  de  un  agente  diplomático,  Rozas  levanta  en  estos 
términos  el  principio  de  la  soberanía  nacional:  «En 
((  cuanto  á  suspender  respecto  de  los  franceses  la  aplicación 
<(  de  los  principios  del  gobierno  argentino  respecto  de  ios  ex- 
<(  tranjeros  en  general,  V.  E.  está  instruido  de  mi  amis- 
«  tosa  disposición,  desde  que  sabe  que  ninguno  de  ellos,  á 


—  ^!0  — 

«  ])esai'  (le  ]()  ((iK^  disponen  nuestras  leyes,  es  obligada- 
«  al  servicii)  militnr:  cualíiniei'a  otra  cosa  es  materia  de 
<(  una  discusi(')n  en  la  (jue.  connj  ya  lo  he  manifestado, 
((  estoy  dis])nesto  á  entrar  por  las  vías  diplomáticas,  y 
«  con  sujeción  á  las  formas  establecidas  por  el  dereclio 
«  de  gentes,  tan  luego  como  desapareciendo  la  actitud 
«  actual  de  V.  E.  se  deje  al  gobierno  con  la  libertad 
«  necesaria  para  que  la  razón  y  no  la  fuerza  conduzca 
«  al  esclarecimiento  de  los  derechos  de  la  Francia  y  de 
«  esta  República. »  (')  Pero  el  contraalmirante  reiteró 
su  declaración  de  que  no  venía  á  discutir  principios 
sino  á  fijar  condiciones,  y  que  si  éstas  eran  aceptadas 
por  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  se  levantaría  el  blo- 
queo, según  las  instrucciones  que  dejaba  al  jefe  de  la 
divisiíui  naval  al  retirarse  él  para  el  Janeiro  por  asun- 
tos de  su  servicio. 

La  conducta  de  los  agentes  franceses  en  1838,  revis- 
tió, pues,  por  sus  formas  y  por  su  alcance,  todos  los  carac- 
teres de  una  verdadera  agresión,  no  contra  el  gobierno 
de  Rozas,  como  se  dijo  especulativamente,  sino  conti-a 
la  soberanía  argentina  y  contra  los  derechos  que  ema- 
naban de  ésta.  Los  hechos  subsiguientes  lo  comprobaron 
así  de  un  modo  evidente,  y  con  esta  particularidad:  que 
esa  conducta  agresiva  de  la  Francia,  fué  idéntica  simul- 
táneamente en  varios  países  de  América;  que  mientras 
arrancaba  al  Ecuador  las  concesiones  que  exigía  del  go- 
bierno argentino,  se  ponía  al  habla  con  Santa  Cruz 
l)ara  bloquear  los  puertos  de  Chile,  bloqueaba  los  de 
México,  bombardeaba  á  San  Juan  de  Ulloa,  bombardeaba 
y  tomaba  á  viva  fuerza  la  isla  de  Martín  García  y  se 
preparaba  á  producir  en   Sur  América  las  hazañas  que 


(  ')  Nota  lU'  20  (le   al)ril  de  1838,  en  la  colección   de   documentóos 
ya  citada,  piiji-.  120. 


—  21  — 

llevaba  adelante  en  África.  Era  necesario  ser  muy  ciego 
para  no  ver  el  carácter  de  estas  agresiones;  muy  incapaz 
para  no  saber  medir  las  consecuencias  funestas  que  debe- 
rían traer  para  las  nacientes  repúblicas  de  Sur  América; 
y  muy  obcecado  para  no  proclamar  sobre  el  derecho 
brutal  de  la  fuerza  que  sostenía  la  Francia  contra  los 
débiles,  el  derecho  supremo  á  la  vida  libre  é  indepen- 
diente que  aquéllas  habían  jurado  sostener  después  de 
haberle  sido  solemnemente  reconocido  por  las  grandes 
potencias   de  la  Europa. 

Rozas  sostuvo  este  derecho.  Los  qíie  lo  han  acu- 
sado de  especulativo  y  de  bárbaro  por  esto,  además  de 
no  poder  acusarlo  sin  sonrojarse  ellos  mismos,  no  han 
tenido  presente  jamás  que  nadie  se  atreve  á  especular 
sobre  su  propia  ruina  cuando  no  media  un  interés  supre- 
mo que  lo  aliente:  y  que  en  materia  de  independencia 
patria  no  hay  término  medio  entre  el  hombre  civilizado 
y  el  salvaje.  Bárbaro,  salvaje,  ó  como  haya  querido  Ha- 
mársele.  Rozas  sostuvo  los  derechos  de  la  patria  agre- 
dida á  la  vez  por  la  Francia  y  por  su  adversarios 
políticos  aliados  de  ésta,  y  dej(3  triunfantes,  del  pun- 
to de  vista  del  derecho  político,  los  principios  que 
consagraran  los  Estados  Unidos  como  regla  invariable 
respecto  de  los  extranjeros  residentes,  y  que  se  han  de 
incorporar  mañana  á  la  legislación  de  los  países  civili- 
zados . 

Por  otra  parte,  el  gobierno  de  Rozas  en  su  corres- 
pondencia y  en  sus  actos  con  los  agentes  de  la  Francia, 
se  mantuvo  dentro  de  los  límites  de  la  más  perfecta  conve- 
niencia, y  llegó  hasta  el  tono  particularmente  amistoso 
y  confidencial  como  se  ha  visto  en  las  cartas  al  contra- 
almirante Leblanc.  Algunas  veces  descendió  hasta  más 
allá  de  donde  habría  ido  la  Francia  y  cualquiera  otra 
ilación  que  hubiera  tenido  los  medios  de  resistirle  á  ésta 


sus  injustas  afíresioiies,  Pero  de  aquí  á  comprometer 
<[ui/.á  para  siemi)re  la  di,L(uitlad  y  la  soberanía  del  país, 
hay  una  distancia  que  no  podía  salvarse,  y  que  Rozas 
felizmente  no  salvó.  Solamente  no  tnvo  en  cuenta  que 
no  tenía  esos  medios  de  resistencia:  y  es  esto  mismo 
lo  que  realza  á  los  ojos  de  la  posteridad  su  conducta 
en  1838.  La  dignidad  de  la  i)atria  no  se  discute:  se  pro- 
clama como  la  justicia,  y  cuando  se  la  quiere  hollar  se 
la  defiende.  ¿Con  qué?  Con  los  propios  medios  que  ella 
invente,  (jue  por  pobres  que  éstos  sean  no  lo  serán  tanto 
conuj   vergonzante  es  la  resolución  de    perderla. 


CAPITULO  XXXI 


AGRESIONES   DEL    EXTRANJERO 


(1838) 


Sumario:  I.  Situación  oficial  creada  por  el  bloqueo  francés.— II.  La  crisis  comer- 
cial y  económica.— III.  Economías  forzadas  que  el  gobierno  introduce  en 
el  presupuesto  y  recursos  que  se  crea. — IV.  Rozas  somete  á  la  legislatu- 
ra la  consideración  de  la  cuestión  con  la  Francia. — V.  La  cuestión  de 
fondo:  Sarmiento  apunta  treinta  años  después  los  mismos  peligros  que 
apuntaba  Rozas. — VI.  Controversia  en  la  cuestión  de  fondo:  conspiración 
contra  Rozas. — VII.  Ruidosos  debates  en  la  legislatura:  dictamen  aproba- 
torio de  la  conducta  de  Rozas:  proyecto  en  disidencia  del  diputado  Wright. 
— VIII.  Discurso  de  Anchorena. — IX.  García  sostiene  el  dictamen  de  la 
comisión. — X.  Boceto  del  parlamentario  Wright.^XI. Crítica  de  su  proyec- 
to.— XII.  La  experiencia  de  las  leyes  análogas  que  vinieron  después,  y  las 
vistas  de  los  publicistas  argentinos. — XIII.  Dificultad  para  la  reforma  si 
se  hubiese  sancionado  el  proyecto  Wright. — XIV.  Discurso  de  Medrano. — 
XV.  Sanción  del  proyecto  de  la  mayoría:  los  gobiernos  de  provincia  aprue- 
ban la  conducta  de  Rozas. — XVI.  Disidencia  de  don  Estanislao  López:  don 
Domingo  Cüllen.— XVII.  Fallecimiento  de  López:  sinopsis  histórica. — XVIII. 
Santa  Fe  resiste  el  nombramiento  de  Cüllen:  don  Juan  Pablo  López  es  ele- 
gido gobernador. — XIX.  El  ultiniátuin  del  cónsul  Roger. — XX.  Contesta- 
ción del  gobierno  de  Rozas:  la  cuestión  de  hechos. — XXI.  La  condición  de 
tratar  á  los  franceses  residentes  como  á  los  subditos  de  la  nación  más 
favorecida.  —  XXII.  Mediación  solicitada  del  ministro  de  S.  M.  B. 
—  XXIII.  El  cónsul  Roger  acepta  la  mediación.  —  XXIV.  Rivera  y 
los  prohombres  unitarios  lo  disuaden. — XXV.  El  cónsul  vuelve  sobre  su 
aceptación  y  en  el  ínterin  las  fuerzas  aliadas  de  Francia  y  de  Rivera  ata- 
can la  isla  de  Martín  García. — XXVI.  Medios  de  defensa  en  la  isla. — XXVII. 
Intimación  del  comandante  Doguenet  al  jefe  de  la  isla:  la  respuesta  del 
comandante  Costa. — XXVIII.  Asalto  y  toma  de  la  isla. — XXIX.  La  nota 
honorífica  de  los  vencedores  á  los  vencidos.  — XXX.  Impresión  que  dejó  la 
agresión  de  los  extranjeros. — XXXI.  Los  términos  de  la  lucha  entre  Rozas 
y  sus  enemigos. — XXXII.  Doña  Encarnación  Escurra. — XXXIII.  Su  falle- 
cimiento y  honores  fúnebres.— XXXIV.  El  origen  del  cintillo  federal. — 
XXXV.  El  general  Alejandro  Heredía.— XXXVI.  Plan  para  asesinarlo:  el 
drama  de  Lules.— XXXVII.  Opinión  de  los  gobernadores  sobre  este  asesinato. 


Para  darse  una  idea  de  la  afligente  situación  política, 
■comercial  y  económica  que  creó  el  bloqueo  francés  en  el 
litoral  argentino,  debe  tenerse  presente  que  los  recursos 
que    el   gobierno   de   Rozas   arbitró,    administrando    las 


—  24  — 

rentas  públicas  con  una  cscniítiilosidad  severa  y  un  con- 
trol notorio  que  han  hecho  época,  se  habían  comprome- 
tido en  las  necesidades  generales  y  en  los  gastos  de  la 
guerra  (pie  sostenía  con  Bolivia;  y  que  el  principal  de 
esos  recursos  era  el  proveniente  de  los  derechos  de  ex- 
portación, del  cual  se  veía  privado  desde  principios  del 
año  de  1838.  Paralizada  la  importación  por  la  vía  de 
los  ríos  interiores,  y  no  teniendo  la  exportación  salida 
ni  por  vía  de  Bolivia  ni  aún  de  Chile,  la  crisis  comercial 
y  económica  daba  por  resultados  inmediatos  la  carestía 
enorme  de  los  artículos  de  consumo  y  de  uso,  y  la 
ruina  de  las  industrias  pastoril  y  agrícola,  cuyos  pro- 
ductos eran  los  que  en  primer  término  balanceaban  los 
saldos  del  país  en  el   exterior. 

Esto  operó  consiguientemente  una  restricción  general 
en  todas  las  relaciones  de  comercio;  en  tanto  que  las 
necesidades  subsistían  las  mismas  en  un  país  nuevo, 
despoblado,  sin  industrias,  y  cuya  principal  riqueza  (la 
de  la  campaña)  había  sufrido  un  duro  golpe  con  moti- 
vo de  la  asoladora  seca  del  año  de  1836.  Á  que  grado 
llegó  el  desequilibrio  comercial  y  rentístico,  lo  revelan 
los  estados  oficiales  correspondientes  á  los  segundos  se- 
mestres de  los  años  intermedios  de  la  declaración  del 
bloqueo  francés.  En  el  último  semestre  del  año  1837  la 
entrada  marítima  fué  por  valor  de  10.403.146  pesos 
moneda  corriente  y  de  199.358  en  oro,  y  la  salida  de 
19.098.040  y  de  281.300,  mientras  que  en  el  segundo 
semestre  de  1838  la  entrada  marítima  fué  por  valor  de 
4.614.122  pesos  moneda  corriente  y  de  60.963  en  oro,  y  la 
salida  de  990.307  v  de  67.876  en  oro!  (' ) 


(')  Véase  el  «Estado  fíeneral  que  manittesta  los  buques  (jue  lian 
entrado  en  el  puerto  de  Buenos  Aires,  y  los  que  lian  salido,  con  ex- 
liresión  de  su  número,  articulos  importados  y  exportados,  su  valor, 
toneladas  y  d(>reclios  de  entrada,  salida  y  puerto,  que  lian  satisfecho)), 
correspondiente  á  los  semestres  indicados. — Registro  Oficial  de 
1838-1839.— Imprenta  del  Estado. 


El  l)lo(|iieo  francés,  más  que  la  guerra  contra  Santa 
Cruz  y  que  las  hostilidades  de  los  enemigos  interiores 
y  exteriores,  le  suscitaba  al  gobierno  de  Rozas  el  colmo 
de  las  dificultades,  cerrándole  los  ríos,  como  sitiándolo 
por  hambre  y  poniéndolo  en  el  caso  de  capitular  para 
no  hacer  pasar  por  durísimas  pruebas  á  las  provincias 
que  representaba.  Pero  ante  las  agresiones  con  que  la 
Francia  ai)oyaba  sus  exigencias.  Rozas  se  sobrepuso  á 
las  dificultades;  y  para  crearse  recursos  apeló  á  la  ge- 
nerosidad del  sentimiento  nacional  en  esos  momentos 
de  cruel  espectativa  para  un  país  que  se  resolvía  á  todo 
antes  que  á  verse  ultrajado  en  su  soberanía.  En  este  sen- 
tido introdujo  las  mayores  economías  posibles  en  los 
sueldos  de  la  administración,  suprimiéndose  el  suyo  pro- 
pio, bien  que  anteriormente  lo  daba  á  la  beneficencia: 
encareció  al  inspector  general  de  escuelas,  á  la  directo- 
ra de  la  Casa  de  Expósitos,  á  la  presidenta  de  la  Socie- 
dad de  Beneficencia,  al  rector  de  la  Universidad  y  al  di- 
rector de  los  hospitales,  la  necesidad  de  que  promovie- 
ran subscripciones  públicas  para  costear  los  sueldos  délos 
empleados,  profesores  y  maestros  de  estos  establecimien- 
tos, pues  el  gobierno  no  podía  sufragarlos  mientras  du- 
rase el  bloqueo;  y  merced  al  buen  resultado  que  dieron 
estas  subscripciones  y  al  patriotismo  de  muchos  hombres 
distinguidos,  dichos  establecimientos  subsistieron  como 
antes  (M:  disminuyó  en  una  tercera  parte  de  lo  fijado 
por  la  ley  los  derechos  que  debían  abonar  los  efectos  de 
importación:  fijó   un    doble    ])recio   á  las  seis    clases  de 


( ')  Véase  las  notas  de  27  de  abril  de  1838  dirigidas  á  los  directo- 
res de  esos  establecimientos  en  el  Registro  ( )flcial,  libro  XVII,  página 
30  y  siguientes.  Véase  La  Gaceta  Mercantil  de  7  de  mayo  de  I83S  y 
siguientes,  en  las  cuales  se  da  cuenta  del  resultado  de  las  subscrip- 
ciones púl)licas  para  mantener  los  establecimientos  de  beneficencia 
y  educación. 


—  26  — 

papel  sellado  y  niiiiit^nt(')  al  doMc  taiiil)i('n  la  cuota  á 
pagarse  por  la  contribución  directa.  En  prosecución  del 
mismo  objeto,  los  comerciantes  nacionales  y  extranjeros 
y  los  principales  capitalistas  iniciaron  un  empréstito  vo- 
luiitario  al  gobierno,  suscribiéndose  niuciios  de  ellos  sin 
interés  ni  garantía,  y  facilitándole  á  este  último  los  me- 
dios de  hacer  frente  á  las  continuas  exigencias  de  la  si- 
tuación, (') 

Mientras  tanto  Rozas  sometió  á  la  legislatura  de  Buenoí> 
Aires  y  á  las  de  las  demás  provincias  argentinas,  la 
correspondencia  oficial  sostenida  con  el  cónsul  y  contra- 
almirante francés  «  para  que  considerando  este  asunto 
en  la  trascendencia  que  él  tiene  respecto  de  la  Confede- 
ración Argentina  y  de  las  demás  de  Sur  América,  se 
pronuncie  con  la  libertad  y  circunspecta  detención  que 
merece  sobre  la  conducta  del  gobierno,  sujeta  como  todas 
las  cosas  humanas  á  error,  y  sobre  si  hade  sostener  ó  no 
á  costa  de  todo  sacrificio^  sin  dispensar  el  de  nuestras  vidas 
!j  haciendas^  el  sagrado  juramento  que  hicimos  ante 
Dios  y  los  hombres  de  defender  la  dignidad,  soberanía 
é  independencia  del  país,  hoy  atacadas  injustamente 
por  las  avanzadas  pretensiones  de  los  señores  cónsul  y 
contraalmirante  francés».   (-) 

Rozas  no  invocaba  en  vano  la  trascendencia  de  este 
asunto  en  los  destinos  futuros  de  las  repúblicas  de 
Sur  América.  En  el  fondo  se  trataba  de  saber  si  se  ha- 
bía de  pasar  por  las  exigencias  que  la  Francia,  prevalida 
de  su  fuerza,  imponía  á  un  Estado  débil  pero  soberano; 
()  si  se  había  de  resistir  á  estas  imposiciones  apelando 


(')  Entre  los  suscritores  por  fuertes  cantidades  figuraban  los  An- 
cliorena.  Terrero,  Suárez.  Zimmermann  y  los  capitalistas  más  cono- 
cidos de  Buenos  Aires. 

(-)    Nota  del  poder  ejecutivo  de  ¿5  de  mayo  de  1838. 


97  — 


á  los  recursos  del  sacriUcio.  con  el  })ro[)ósito  supremo 
de  salvar  los  derechos  de  la  soberanía  que,  desde  otro 
l)uiito.  quedarían  expuestos  á  los  ataques  de  ésa  ó  de 
cualquiera  otra  potencia,  y  quizá  reasumidos  en  la  más 
afortunada.  El  tiempo  y  los  acontecimientos  lian  mos- 
trado que  Rozas  no  se  equivocaba  al  pensar  que  resis- 
tiendo á  la  Francia  sostenía  el  principio  de  la  soberanía 
é  independencia  de  los  países  de  Sur  América  amena- 
zado, y  que  los  salvaba  por  entonces. 

Y  tan  real  y  tan  inminente  era  ese  peligro,  el  cual  no  ha 
desaparecido  todavía,  que  treinta  años  después  el  mismo 
Sarmiento,  en  su  carácter  de  ministro  plenipotenciario  ar- 
gentino en  los  Estados  Unidos,  se  anticipaba  á  proponer  á 
su  gobierno  la  negociación  de  un  tratado  sobre  arbitraje 
'permanente^  como  medio  de  salvar  las  dificultades  á  que  se 
veían  expuestas  las  repúblicas  de  Sur  América  á  virtud 
de  las  miras  de  las  grandes  potencias  europeas.  «Si 
ningún  vínculo  liga  á  las  repúblicas  americanas  entre 
sí,  decía  Sarmiento,  dos  facciones  correspondientes  á 
las  causas  indicadas  les  son  comunes  sin  embargo.  La 
primera  es  la  de  estar  en  terreno  mal  poblado,  y  en 
estado  de  colonización;  la  segunda  es  hallarse  todas  ellas- 
en  condiciones  de  fuerza  naval  relativamente  débiles  á 
las  grandes  potencias  marítimas.  Las  nacionalidades 
europeas  están  preservadas  cuando  son  esencialmente 
débiles  (Suiza )  por  tratados  que  obligan  á  las  otras  na- 
ciones, ó  por  el  llamado  equilibrio  europeo;  y  sin  em- 
bargo la  cuestión  dinamarquesa  ha  demostrado  que  la 
fuerza  aún  en  Europa  puede  ser  sin  oposición  apli- 
cada á  la  modificación  de  los  Estados  pequeños.  Las 
repúblicas  americanas  no  tienen  estas  garantías,  y  si 
las  recientes  complicaciones  de  la  España  en  el  Pacífi- 
co, y  la  resistencia  en  México  á  la  imposición  de  un 
gobierno,  no  escarmientan  á  los  poderes  europeos,  la  si- 


—  28  — 

tuacióu  (le  ;u|U(''ll;is  scri'i  sieiiijji'c  (izfti'osd.  /orzadas  <¡ 
rontenipo rizar  ron  exigencias  que  menoscahm  su  difjnidad 
corno  Estados  soberanos.  Las  cuestiones  suscitadas  á  Mé- 
xico, la  intentada  reincorporación  de  Santo  Dominico  ó  la 
aniinciada  reivindicación  de  las  islas  de  Chincha,  han 
])artid(i  de  luia  tentativa  Iterhn  por  las  potencias  europeas 
para  recolonizcir  la  América  del  Sur...  ( '  i 

Pero  en  1838  había  entre  los  partidarios  de  Rozas 
quienes  pensaban  de  muy  distinta  manera,  ó  que  si 
creían  por  su  parte  en  la  amenaza  trascendental  (|ue  en- 
volvían las  exigencias  de  Francia,  no  se  resolvían  á  las 
durísimas  contingencias  de  la  resistencia  á  esta  nación. 
Este  sentimiento  egoísta,  ó  la  circunstancia  de  estar  al 
habla  con  los  emigrados  unitarios  en  Montevideo,  quienes 
estimulaban  aquellas  exigencias,  los  llevó  á  abogar 
l)or  la  necesidad  de  asentir  á  las  pretensiones  del 
cónsul  y  contraalmirante  francés.  La  verdad  es  que 
desde  1837  se  venía  conspirando  contra  Rozas  en  la 
misma  ciudad  de  Buenos  Aires.  Las  reuniones  de  don 
Valentín  Gómez  y  don  Valentín  San  Martín,  á  las  cua- 
les asistían  los  generales  Mansilla  y  Vidal,  y  Wright. 
Pórtela  y  muchos  lomo-negros  de  nota,  eran  verdaderos 
centros  revolucionarios  que  se  engrosaban  al  favor  de 
la  aparente  adhesión  que  manifestaban  sus  miembros  al 
gobierno  de    Rozas.  La  circunstancia  de   someter  Rozas 


(M  Véase  la  nota  del  29  de  enero  de  1865  dirifíida  por  el  plenipo- 
tenciario articntino  al  ministro  de  relaciones  exteriores  de  esta  re- 
pública, pul)licada  en  La  Libertad  del  4  de  septiembre  de  1883. 
Sarmiento  se  anticipó  diez  y  siete  años  á  la  Sniza,  la  cual  recién  en 
1883  propuso  á  los  Estados  Unidos  nej¡;ociai-  un  tratado  de  arl)i- 
tra.je  permanente.  Sarmiento  proponía  (|ue  el  arbitro  fuera  la  corte 
de  los  Estados  Unidos,  cuyos  fallos  j^ozan  de  autoridad  en  toda  la 
Fluropa.  Cúpome  poco  después  reivindicar  para  la  República  Ar- 
fíentina  la  iniciativa  en  materia  de  tratados  de  arbitraje  perma- 
nente; y  asi  lo  reconocií)  la  Liga  Internacional  de  la  paz  y  de  la 
libertad.  :í  la  cual  ten^o  el  honor  de  pertenecer. 


—  29  — 

á  la  legislatura  la  correspondencia  oficial  con  el  cónsul 
y  contraalmirante  francés  para  que  ésta  resolviera  acer- 
ca de  la  conducta  que  debía  segnir  el  gobierno  en  tai 
emergencia,  les  presentó  la  oportunidad  para  dar  un 
golpe  de  mano.  El  plan  consistía  en  desaprobar  com- 
})letamente  la  conducta  de  Rozas  en  la  emergencia  con 
la  Francia,  á  pesar  de  haber  ya  éste  comprometido  las 
()l)iniones  del  gobierno  y  del  país,  y  deshacerse  de  la 
persona  del  gobernador  nombrando  en  su  lugar  un  triun- 
virato hasta  que  las  circunstancias  permitieran  la  elec- 
ción de  nuevo  gobernador.  Según  mis  informes.  Rozas 
no  le  atribuyó  á  este  movimiento  el  alcance  que  tenía, 
y  mucho  menos  el  que  se  atentara  á  su  vida,  pues  nun- 
ca la  creyó  más  segura  que  en  esos  días,  como  se  lo 
dijo  á  su  pariente  el  señor  Anchorena  cuando  éste  fué 
á  avisarle  que  no  saliese  á  la  calle  el  25  de  mayo  por- 
que lo  esperaba  una  partida  de  hombres  armados  para 
asesinarlo.  (/) 

El  25  de  mayo  de  1838  aparecieron  en  efecto  en  las 
paredes  de  las  casas,  así  del  centro  como  de  los  subur- 
bios de  la  ciudad,  grandes  letreros  que  decían:  ¡Viva 
el  'íd  de  mayo!  ¡muera  el  tirano  Rozas!  y  el  diputado 
Argerich  decía  que  por  esos  letreros  «se  conocía  la  calidad 
de  las  personas  que  asechaban  la  conducta  del  gobierno 
y  que  querían  minar  la  administración»;  precisamente 
en  la  misma  sesión  de  la  legislatura  (-)  en  que  los  dipu- 
tados Wright.  Lozano  y  Senillosa  dejaban  ver  cual  sería 
su  actitud  en  la  discusión  libre  y  amplia  que  querían 
provocar  sobre  el  punto  en  cuestión.  El  día  siguiente, 
esto  es,  el  30,  todo  estaba  preparado  para  que   estallara 


(M    Eí>te  hecho  le  consta  al  doctor  Tomás  M.  de  Anchorena,  el  hijo 
del  ilustre  patricio  de  este  mismo  nombi-e. 
(2)    Sesión  del  29  de  mayo.    Véase  Diario  de  Sesiones,  tomo  xxvi. 


—  m  — 

f'l  iiioN  i  miento  con  motivo  de  considerar  la  legislatura, 
la  conducta  dd    jxxler    ejecntivo.   La  barra  que    asistió 
ese  día  á  la  sala  de  sesiones  estaba  prevenida  y  arma- 
da para  toda  contingencia.  Se   contaba  con  que  el  dipu- 
tado Mansilla    pronunciaría  un    discurso    de    efecto    y 
de  ^aprobatorio  de  la  conducta  de  Rozas,  y  que  sería  se- 
cundado por  los  diputados  Wright,   Senillosa,  Medrano, 
Lozano  y  Pórtela.    Había  fuerzas   apostadas    en    varios 
])untos,  las  que  se  reunieron  á  las  (jrdenes  del   general 
Vidal  para  apoyar  el  movimiento  de  los  que  se   halla- 
ban   dentro    y  en  las  inmediaciones   de    la    legislatura. 
Cuando  se  abrió  la  sesión,   y  apenas  el  diputado  Garri- 
gós  se  pronunció  en  favor  del  poder  ejecutivo,  la  barra 
prorrumpió  en  gritos  y  protestas  significativas  que  obli- 
garon al  presidente  á  amenazarla  con  hacerla  desalojar 
el  recinto.  Cuando  el  diputado  Mansilla  pidió  la  palabra 
hubo  un  momento    de  suprema    espectativa,    porque  se 
creyó  que  saldría  de  sus  labios  la  señal   que  esperaban. 
Pero  sea  que  éste  no  estuviera  realmente  comprometido, 
ó  que  se  hubiese  querido  solamente  explotar  su  nombre 
en  favor  del  movimiento,  el  hecho  es  que  no  dijo  una 
palabra  que  pudiera  alentar  á   los  que  comprometidos 
estaban,  si  bien  concluyó  declarando  que  esperaba  for- 
mar opinión  en  el  curso  del  debate,   ('j     No  faltó  quien 
atribuyese  á  la  actitud  del  general  Mansilla  el  fracaso 
del  movimiento,  el  cual  no  dio  mayores  señales  de  exis- 
tencia que  las  protestas  y  gritos  de  los  grupos  que  salie- 
ron de  la  legislatura  y  disolvi(')  la  policía.  (-) 

El  mensaje  del  ejecutivo  provocó  ardientes  y  prolon- 
gados debates  en  la  legislatura.  El  diputado  Lahitte 
fundó  el  dictamen  de  la  comisión  de  negocios  constitu- 


ía)   Véase  esta  interesante  sesión,  ib.  ib. 

(-)    Estos   dalos  me   los  lia  suministrado  el  señor  Pedro  K.  Ro- 
ílnfiíiez,  antifino  oficial  de  la  secretaria  de  Hozas. 


—  31  — 

cioiíales  que  aprobaba  en  todas  sus  partes  la  conducta 
del  poder  ejecutivo;  y  lo  autorizó  para  continuarla  según 
lo  exigieran  el  honor  y  la  independencia  nacional,  como 
asimismo  para  reclamar  oportunamente  del  rey  de  los 
franceses  la  reparación  de  los  agravios  inferidos  al  lionor 
de  la  Confederación  y  por  los  perjuicios  irrogados  al 
país  por  el  bloqueo.  Los  diputados  Wright,  Senillosa. 
Pórtela,  Medrano  y  Lozano,  acordaban  en  aprobar  la 
conducta  de  Rozas,  pero  no  en  cuanto  á  la  que  seguiría 
-en  lo  sucesivo.  El  primero,  en  nombre  de  la  minoría 
de  la  comisión,  presentó  un  proyecto  en  disidencia  que 
43stablecía  que  «la  provincia  de  Buenos  Aires  declara 
el  principio  de  que  todos  los  extranjeros  cuyos  gobiernos 
han  reconocido  la  independencia  de  las  Provincias  Uni- 
das del  río  de  la  Plata  deben  ser.  como  han  sido  de 
hecho  hasta  ahora,  considerados  en  la  Provincia  del 
mismo  modo  que  establece  para  los  subditos  de  S.  M.  B. 
el  tratado  celebrado  entre  la  Inglaterra  y  la  República 
el  2  de  febrero  de  1825. . .  bajo  el  concepto  de  que  dicha 
declaración  tendrá  efecto  sobre  la  base  de  la  recipro- 
cidad. . .  )) 

Entonces  tomó  la  palabra  don  Nicolás  de  Anchorena. 
quien  estudió  prolijamente  los  antecedentes  de  la  cues- 
tión suscitada,  sin  disimular  su  indignación  patriótica 
cuando  se  extendió  sobre  la  conducta  de  los  agentes  de 
Francia  á  propósito  de  la  ley  de  1821,  que  concedía  á 
los  extranjeros  residentes  derechos  más  amplios  que  los 
que  otorgaba  cualquier  otro  país  civilizado.  É  inspirán- 
dose en  las  ideas  á  que  consagró  los  mejores  años  de 
su  vida,  para  levantar  bien  alto  los  principios  ultrajados 
por  el  extranjero,  concluyó  diciendo:  «La  causa  que 
actualmente  sostenemos  es  la  de  toda  la  Confederación, 
es  la  de  todas  las  repúblicas  americanas;  porque  en  ella 
nos  proponemos  repeler  una  nueva  colonización  que  se 


trata  de  hacer  en  los  Estados  americanos,  que  ya  se  lia; 
tentado  en  algunos,  y  en  el  día  se  quiere  llevar  adelante  en 
el  nuestro  esta  colonización 'de  nuevo  jíénero.  más  irritante 
é  ignominiosa  que  la  española.  Los  españoles  eran  nues- 
tros padres,  nos  trasmitieron  su  idioma,  su  religión,  sus 
costumbres,  y  aún  conservamos  sus  mismas  leyes.  Pero 
después  que  hemos  conquistado  la  libertad  é  indepen- 
dencia á  costa  de  tod,o  género  de  sacriíicios,  se  pretende 
que  renunciemos  á  los  derechos  que  habíamos  adquirido 
por  la  misma  independencia  que  han  reconocido  las 
naciones  europeas,  y  se  exige  de  nosotros,  bajo  el  pre- 
texto de  condiciones,  esa  renuncia  con  las  armas  al  pecho, 
del  modo  más  ultrajante,  por  los  mismos  con  quienes 
compartimos  el  fruto  de  nuestros  ^acriíicios.  Tal  corres- 
pondencia irrita,  y  si  nos  sometiésemos  á  ella,  echaría- 
mos un  borrón  indeleble  en  nuestra  historia. »  El  dis- 
curso del  señor  Anchorena  causó  viva  sensación.  Era 
un  patricio  quien  se  expresal)a  así :  era  un  prohombre 
argentino  respetado  por  todos  los  partidos  quien  apun- 
taba los  peligros  de  la  patria,  y  quien  proclamaba  la 
necesidad  de  afrontarlos  como  se  habían  afrontado  otros 
mayores,  para  no  renegar  del  sentimiento  á  cuyas  ins- 
piraciones se  debió  que  los  argentinos  pudiesen  llamar 
suya  la  tierra  en  que  nacieron. 

El  punto  que  cjuizá  tocó  ligeramente  el  arrogante 
Anchorena,  lo  abarcó  con  lucidez  don  Baldomcro  Gar- 
cía, orador  hábil,  ilustrado  y  persuasivo.  Era  el  de  pre- 
tender la  Francia,  por  medio  de  la  fuerza  armada,  lo 
que  la  Gran  Bretaña  había  obtenido  por  medio  de  un 
tratado.  El  diputado  García  examinó  este  tratado,  las 
obligaciones  recíprocas  que  imponía,  y  los  derechos  per- 
fectos que  creaba;  y  siguiéndolo  en  sus  efectos  hasta 
el  momento  en  que  un  vicecónsul  francés  se  presentó 
á  reivindicar  para  su  nación   iguales  derechos,  se  pre- 


—  38  — 

juntaba  con  razón:  ^Y  qué  quiere  reivindicar?  Tanto 
«n  el  idioma  del  derecho  civil,  como  en  el  del  derecho 
de  gentes,  reivindicar  quiere  decir  cobrar,  exigir  un  de- 
Techo  adquirido  y  del  que  se  ha  sido  despojado.  ;  Y 
tiene  la  Francia  derecho  perfecto  á  reclamar  los  goces 
-que  la  República  Argentina  lia  concedido  á  la  Gran 
Bretaña  por  reciprocidad  ?  Es  claro  que  no ;  porque  ta- 
les goces  no  se  conceden  á  una  nación  como  un  dere- 
cho perfecto  sino  por  medio  de  un  tratado.  La  Francia, 
pues,  sin  previo  tratado  y  sin  más  título  que  la  fuerza, 
se  presenta  á  reivindicar  para  sí  los  derechos  que  otra 
nación  ha  adquirido  por  medio  de  un  tratado.  ¿Qué  más 
podía  exigir  el  ministro  de  la  Gran  Bretaña  si  la  Re- 
pública le  negase  el  cumplimiento  de  las  obligaciones 
contraídas  por  el  tratado?... 

En  seguida  tomó  la  palabra  el  diputado  Wright  para 
sostener  su  proyecto  en  disidencia.  Wright  era  un  eru- 
dito en  su  tiempo,  con  los  hábitos  y  el  a})lomo  de  un 
orador  de  parlamento;  bien  que  seducido  á  las  veces  por 
la  fuerza  creadora  de  lord  Bacon,  que  era  su  autor  favo- 
rito, pretendiese  dar  formas  prácticas  á  ciertos  vuelos 
atrevidos  de  su  espíritu.  Tenía  la  habilidad  de  herir 
el  fondo  de  las  cuestiones  que  se  presentaban  al  debate, 
y  de  formular  el  medio  de  resolverlas.  Sereno,  correcto 
en  la  frase  y  siempre  dueño  de  sí.  sus  opiniones  tenían 
el  doble  mérito  de  inspirarse  en  el  conocimiento  exacto 
de  las  cosas,  y  de  ser  expuestas  con  una  claridad  y 
con  un  método  poco  comunes.  Los  que  han  escuchadn 
al  doctor  Rawson  pueden  formarse  una  idea  aproximada 
de  Wright;  que  éste  era  un  trasunto  de  aquel  notable 
parlamentario  argentino.  La  palabra  de  Wright  influía 
por  lo  general  en  las  decisiones  de  la  legislatura  de 
Buenos  Aires.  Pero  en  esta  ocasión  fracasó  ruidosamente 
y  fracasó  en  bien  de  los  grandes    intereses  del  país. 

TOMn     TTt  " 


Su  proyecto  de  ((L'onsa|>i'ar  el  iiriiieipio  de  que  todos 
los  extranjeros  serían  considerados  del  misino  modo 
que  lo  establecía  para  los  subditos  de  8.  M.  B.  el  tra- 
tado de  182;"))),  importaba  mucbo  más  de  lo  que  Fran- 
cia exigía  por  medio  de  la  fuerza.  Importaba  obligarse 
á  los  efectos  y  consecuencias  que,  en  detrimento  propio, 
beneficiarían  á  las  demás  naciones  europeas.  La  más 
trascendental  de  estas  consecuencias,  la  más  ruinosa 
para  la  República  Argentina  habría  sido  la  de  sancionar 
á  perpetuidad  que  el  extranjero  sería  siempre  extran- 
jero en  la  República,  sin  perjuicio  de  gozar  de  los  dere- 
chos del  nativo;  y  entronizar  al  favor  de  esta  legisla- 
ción, única  en  el  mundo,  tantos  Estados  dentro  del  Estado 
argentino  cuantos  concurriesen  á  formar  las  distintas 
corrientes  de  inmigraciíui  que  habrían  acabado  por  absor- 
berlo, ('j 

La  experiencia  de  treinta  años  ha  demostrado  muy  á 
lo  vivo  que  los  constituyentes  argentinos  de  1860  sacri- 
ficaron mucho  más  de  lo  que  debían  al  principio  de 
«gobernar  es  poblar»,  cuando  acordaron  á  los  extranjeros 
todos  los  derechos  del  nativo  y  los  exoneraron  de  las 
obligaciones  correlativas;  apartándose  así  del  ejemplo  que 
les  presentaba  la  grande  República  de  los  Estados  Unidos, 


( * )  El  señor  Andrés  Lamas,  en  sus  Escritos  polüicos  (pág.  385),  dice 
que  el  diputado  Wright  sostuvo  en  su  proyecto  el  principio  del  co- 
mercio; cuando  de  lo  que  se  trataba  era  de  conceder  á  los  extranje- 
ros residentes  en  la  República  el  goce  de  derechos  y  privilegios  que 
hoy,  después  de  sesenta  años,  no  otorgan  las  naciones  sino  á  condi- 
ción de  la  naturalización,  como  los  Estados  unidos  por  ejemplo.  Ver- 
dad es  que  el  señor  Lamas  presenta  la  sesión  del  29  de  mayo  de  1838 
como  un  cuadro  dramático,  haciéndole  decir  al  Sr.  Wright,  «tema  el 
señor  diputado  que  la  opinión  de  cuatro  díscolos  sea  la  opinión  del 
pueblo  de  Buenos  Aires»,  cuando  lo  que  dijo,  conviniendo  en  el  fondo 
con  la  mayoría  de  la  legislatura,  fué  que  no  se  confundiera  la  opinión 
de  cuatro  díscolos  con  la  opinión  que  es  el  pueblo,  ai)licando  el  cali- 
ficativo á  los  unitarios  que  eran,  según  él,  los  que  querían  el  blo- 
queo. (Véase  la  sesión  cit.,  tomo  xxiv  del  diario  de  sesiones,  pág.  27.) 


—  35  — 

y  estableciendo  un  privilegio  singular  que  no  admite  nin- 
guna otra  legislación,  el  cual  ha  dado  margen  á  la  crea- 
ción monstruosa  de  colonias  dentro  del  Estado,  como  se 
llaman  las  varias  agrupaciones  de  extranjeros,  y  á  cuan- 
tas contiendas  lian  suscitado  las  potencias  europeas  en 
Sur  América,  en  virtud  del  ya  monstruoso  princii)io  de 
que  el  hombre  que  se  radica  en  el  extranjero  sin  ánimo 
de  volver  á  su  país,  no  deja  jamás  de  ser  subdito  del 
gobierno  de  éste.  Por  ello  es  que  los  principales  publi- 
cistas y  estadistas  argentinos  están  acordes  acerca  de 
la  necesidad  de  reformar  esa  legislación,  procediendo  de 
manera  que  los  extranjeros  se  confundan  realmente  con 
los  ciudadanos,  en  vez  de  constituir  reacciones  latentes 
contra  el  principio  de  la  nacionalidad  argentina  que  no 
está  asegurado  todavía. 

Y  si  no  se  tratase  de  una  nación  liberal  y  progresista 
como  la  Gran  Bretaña,  ¿se  podría  prevenir  los  peligros 
que  engendra  la  actual  legislación  argentina  sobre  los 
extranjeros,  en  el  supuesto  de  que  rigiesen  para  esta 
república  tantos  tratados  con  los  gobiernos  europeos 
cuantos  se  habrían  celebrado  si  se  hubiese  convertido  en 
le}^  el  proyecto  del  diputado  Wright?  ¿Se  podría  refor- 
mar esa  legislación  en  el  sentido  de  igualar  en  derechos  y 
en  deberes  al  extranjero  residente  con  el  nativo,  sin  que 
todas  esas  naciones  reclamasen  los  privilegios  acordados 
á  sus  subditos?  Es  fácil,  pues,  penetrarse  del  alcance 
ruinoso  del  proyecto  Wright.  No  era  el  principio  del 
comercio  lo  que  defendía  Wright,  como  lo  pretendían  los 
enemigos  de  Rozas.  Ese  proyecto  comprometía  para 
siempre  el  principio  de  la  nacionalidad  argentina,  bien 
que  su  autor  no  previera  esta  trascendencia,  imbuido 
como  estaba  en  un  liberalismo  mal  inspirado,  al  cual 
pagaron  tributo  algunos  hombres  distinguidos  de  su 
tiempo  y  después  de  su  tiempo.  El  diputado  Wright  se 


—  86  — 

encargó  por  otra  parte  de  dar  la  razón  á  sus  contrarios, 
cuando  citó  y  comentó  las  palabras  del  acta  de  Inde- 
pendencia de  los  Estados  Unidos,  que  decían  :  « El  go- 
bierno británico  ha  tratado  de  impedir  la  población  de 
los  Estados  Unidos,  obstruyendo  las  leyes  para  la  natu- 
ralización de  los  extranjeros...»  (')  Naturalizar  al  extran- 
jero era  el  fin  fundamental  de  la  ley  de  abril  de  1821; 
y  por  el  proyecto  Wriglit  los  extranjeros  permanecerían 
siempre  tales,  gozando,  con  ó  sin  tratado  con  los  res- 
pectivos soberanos,  de  los  mismos  derechos  del  ciuda- 
dano  argentino. 

El  diputado  don  Pedro  Medrano  apoyó  las  ideas 
del  diputado  Wright  con  una  de  esas  arengas  de  su 
caudal,  en  la  que  los  golpes  de  retórica  seguían  el  ím- 
petu de  los  guerreros  de  Maratón  y  Salamina,  en  busca 
del  efecto  dramático  que  él  iluminaba  con  su  ademán, 
con  su  entonación  y  con  su  mímica  adecuada;  en  la 
que  el  orador  para  interesar  más  la  escena  aparecía  ca- 
lumniado como  Alcibíades  cuando  lo  presentaban  en  el 
regazo  de  la  tierna  reina  Nemea,  y  en  que  á  fuerza  de 
invocar  desde  la  altura  á  Atenienses  y  á  Romanos,  te- 
nía que  buscar  un  equilibrio  imposible  con  variantes  de 
Lucano  y  de  R^'.ynal,  para  cerrar  el  cuadro  final  con 
una  apoteosis  al  patriotismo,  sentimiento  que  fué  uno 
de  los  más  enérgicos  en  el  alma  entusiasta  del  doctor 
Medrano. 

Después  de  prolongado  debate  la  legislatura  aprobó 
por  gran  mayoría  el  proyecto  que  establecía  que  el  go- 
bierno continuaría  ex])idiéndose  en  el  confiicto  con  Francia 
como  lo  exigían  «el  honor  é  independencia  nacional  y 
las  circunstancias  del  país  ».  Los  vecindarios  de  la  ciudad 


(*)  Véase  Diario  de  sesio?ies  de  la  .Imita  do  líucnos  Aires,  sesión 
604.  fnmn  xxiv.  pá^r.  40. 


—  37  — 

y  de  la  campaña  solemnizaron  esa  sanción  con  manifes- 
taciones de  simpatía  al  gobierno  que  así  interpretaba 
el  sentimiento  dominante.  Y  como  Rozas,  en  su  carácter 
de  encargado  de  las  relaciones  exteriores  de  la  Confe- 
deración Argentina,  dirigiera  á  los  gobiernos  de  provin- 
cia una  comunicación  semejante  á  la  que  había  dirigido 
á  la  legislatura  de  Buenos  Aires,  y  les  adjuntara  en  copia 
la  correspondencia  con  el  vicecónsul  y  contraalmirante 
francés,  aquéllos  se  pronunciaron  también  uniformemen- 
te, declarando  como  lo  declaró  el  gobernador  de  Corrien- 
tes, don  Genaro  Berón  de  Astrada,  que  Rozas  había 
correspondido  con  su  conducta  á  la  confianza  ilimitada 
que  los  gobiernos  de  la  Confederación  depositaran  en 
él;  «y  que  siendo  el  sentimiento  dominante  de  todos  estos 
la  conservación  ilesa  de  la  independencia,  soberanía  y 
dignidad  de  la  Nación  Argentina,  ellos  sabrían  sostenerlas 
á  costa  de  todo  sacriíicio».  «La  defensa  enérgica  que  V.  E. 
ha  hecho  como  gobernador  de  esa  provincia  de  sus  libe- 
rales instituciones  con  el  decoro  que  lo  caracteriza, 
continuaba  Berón  de  Astrada,  comprende  las  libertades 
que  á  las  demás  provincias  corresponden  por  el  derecho 
de  dominio  é  imperio;  y  en  las  actuales  ocurrencias  no 
ha  hecho  otra  cosa  más  digna  de  su  conducta  pública 
que  haber  llenado  cumplidamente  el  voto  definitivo  de 
sus  conciudadanos  y  de  todos  los  buenos  federales.»!') 


(1)  La  nota  del  gobernador  Berón  de  Astrada  es  de  lecha  1."  de 
septiembre  de  1838;  y  en  términos  semejantes  están  concebidas  las  (|ue 
con  igual  motivo  dirigieron  á  Rozas  los  gobernadores  López  (Manuel), 
Echagüe,  Ibarra,  Benavidez,  Heredia,  Alemán,  etcétera,  etcétera.  (Véase 
La  Gaceta  Mercantil  Ak^A  18  de  noviembre  de  1838.)  p]n  junio  30  de  1838 
el  mismo  gobernador  don  Genaro  Berón  de  Astrada,  escribía  á  Rozas: 
<(  Con  sumo  placer  he  leído  el  cuaderno  impreso  en  que  consta  la 
«  correspondencia  particular  que  ha  seguido  con  el  señor  contra- 
(i  almirante  l'rancés,  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  blo- 
«  queadoras;  y  aunque  no  me  considero  suficientemente  instruido 
«  en  el  fondo  de  un  negocio  de  tanta  magnitud  para  poder  dar  una 
«  contestación  oficial  con  la  dignidad  que  corresponda,  nada  líiigo 


—  38  — 

El  general  Estaiiisbu»  Ii('»pH/..  gobei'iiador  de  Santa  Fe, 
no  se  mostró  dispuesto,  sin  embargo,  á  adherir  á  la  con- 
ducta del  gobierno  de  Buenos  Aires.  Inílueneiado  por 
su  ministro  y  particular  amigo  don  Domingo  Cúllen, 
quien  desde  mucbo  tiempo  atrás  venía  trabajándolo  para 
(jue  rompiera  con  Rozas.  López  acabó  por  creer  que  este 
último  debía  arreglarse  con  el  jefe  de  la  escuadra  fran- 
cesa, que  sometía  el  litoral  á  las  duras  condiciones  del 
bloqueo.  Con  este  objeto  envió  á  Cúllen  á  Buenos  Aires, 
encargándole  además  que  si  Rozas  resistía  el  arreglo, 
tratase  él  directamente  con  el  jefe  francés  en  nombre 
de  la  provincia  de  Santa  Fe.  Rozas  pudo  penetrarse  de  que 
tal  misión  era  obra  exclusiva  del  comisionado;  y  así  se  lo 
dio  á  entender  á  éste,  cuando  le  manifestó  que  su  amigo 
el  general  López  sólo  en  el  estado  de  avanzada  enferme- 
dad en  que  se  encontraba,  podía  iniciar  la  ruptura  del 
tratado  del  litoral,  por  cuya  realización  tanto  había  tra- 
bajado, queriéndose  arreglar  particularmente  con  el  jefe 
de  la  escuadra  bloqueadora  en  circunstancias  en  que  las 
provincias  se  preparaban  á  sostener  dignamente  el  ho- 
nor y  la  soberanía  nacional.  Vista  la  resistencia  de  Ro- 
zas, Cúllen  entabbj  correspondencia  con  el  jefe  de  la 
escuadra  francesa  bloqueadora.  tomando  sobre  sí  la  res- 
ponsabilidad de  un  hecho  que  debía  pagar  con  la  vida, 
y  sin  obtener  entre  tanto  resultado  alguno,  ni  aun  el 
que  para  sí  propio  buscaba. 


«  (jue  agregar  á  lo  (|U('  le  dije  en  mi  anterior,  sino  (jue  ésta  es  á  mi 
«  juicio  la  que  debe  servir  de  corolario  ó  complemento  á  la  corres - 
«  pendencia  oficial  que  ha  puesto  en  completa  confusión  á  dicho  señor 
«  almirante,  demostrando  al  mundo  la  injusticia  y  exorbitancia  de 
((  sus  pretensiones,  que  aspira  inútilmente  cohonestar  con  la  fuerza. 
«  El  opropio  y  la  execración  universal  serán  lajusta  recompensa  de 
«  la  hostilidad  que  hace  á  una  joven  nación,  cuya  debilidad  loestimu- 
«  la  á  ejfií'citar  sobre  ella  su  arrogancia.  »  (Del  archivo  general.  Corres- 
pondencia oficial  (año  1839.) 


—  89  — 

En  estas  circunstancias  falleció  (V)  de  juniu  de  1838) 
-el  general  don  Estanislao  López,  cuya  ligura  se  destace') 
mi  el  litoral  argentino  como  la  de  uno  de  los  precur- 
sores y  defensores  de  la  federación,  después  de  haberse 
distinguido  como  soldado  de  la  causa  de  la  indepen- 
dencia. En  los  primeros  días  de  la  revolución  de  1810 
formó  en  el  cuerpo  de  ejército  que  á  las  órdenes  de! 
general  Belgrano  se  dirigió  al  Paraguay.  Á  consecuen- 
cia del  desastre  de  Tacuarí  (1811)  fué  hecho  prisionero 
y  remitido  ;á  bordo  de  la  fragata  española  Flora  fon- 
deada en  el  ])uerto  de  Montevideo.  Con  el  propósito  de 
incorporarse  al  general  Rondeau  que  sitiaba  á  esa  ciu- 
dad se  arrojó  al  agua  en  una  noche  de  borrasca,  y  lleg(') 
á  nado  hasta  la  playa,  en  cuyas  inmediaciones  se  en- 
contraba el  ejército  patriota  sitiador.  Rondeau  premió 
con  un  ascenso  esta  acción  heroica.  Verificada  la  ren- 
dición de  Montevideo,  i)asó  á  Santa  Fe,  y  cúpole  el  ho- 
nor de  formar  con  los  famosos  Granaderos  á  caballo,  y 
asistir  al  combate  de  San  Lorenzo  bajo  las  órdenes  de 
San  Martín.  López  siguió  prestando  sus  servicios  hasta 
que  los  sucesos  del  año  1819  lo  elevaron  al  gobierno  de 
su  provincia  natal.  Aunque  se  había  criado  y  educado 
por  sus  solos  auspicios,  y  vivió  apegado  al  reducido 
escenario  en  (|ue  cimentó  sus  prestigios,  sabía  medir 
las  cosas  y  conducir  los  hombres  con  la  prudencia  de 
esos  políticos  que,  si  bien  no  brillan  por  la  iniciativa, 
tampoco  son  envueltos  fácilmente  en  la  iniciativa  de  los 
otros.  Su  larga  práctica  en  el  gobierno,  y  su  partici- 
pación en  las  evoluciones  de  importancia  que  se  suce- 
dieron en  la  República  desde  mediados  de  1818,  le  va- 
lieron una  influencia  que  alguna  vez  fué  decisiva  en  el 
litoral  y  que  él  supo  conservar  manteniéndose  en  un  equi- 
librio acomodaticio,  del  cual  no  salió  sino  á  condición 


—  10  — 

de  obtener  ventajas  en  favor  de  su  provincia  absorbida, 
por  su  personalidad.  í ') 

Muerto  López  fué  nombrado  gobernador  don  Dominica 
Cúllen.  Pero  la  situación  de  Santa  Fe  estaba  ])erdida 
para  los  planes  y  aspiraciones  de  este  liombre  que  alcan/ó 
cierta  fama  por  las  conspiraciones  é  intrigas  en  que  se 
mezcló.  Frente  á  él  se  levantaban  otras  influencias  igual- 
mente importantes;  y  todas  ellas  atribuíanle  á  su  antigua 
proximidad  y  valimiento  con  López,  la  responsabilidad 
de  medidas  que  éste  tomó  durante  su  gobierno.  Su  elec;- 
ción  fué  resistida  por  el  comandante  Juan  Pablo  López, 
bermano  de  don  Estanislao;  por  el  gobernador  de  Entre 
iiíosdon  Pascual  Ecbagüe,  que  pretendía  colocar  en  Santa 
Fe  á  su  bermano  don  José  María;  y  por  el  pueblo  que  le 
argüía  su  calidad  de  extranjero.  Cúllen  buyo  á  Córdoba, 
dos  días  antes  del  encuentro  del  Tala  (2  de  octubre) 
entre  sus  partidarios  y  las  fuerzars  de  López.  La  vic- 
toria le  abrió  á  López  el  gobierno,  que  ocupó  el  14 
del  mismo  mes,  protestando  ajustarse  á  la  marcha  que 
seguían  los  gobiernos  de  provincia  en  la  cuestión  con 
los  agentes  de  Francia.  ('') 


{})  La  muerte  del  general  Estanislao  López  y  Fonseca  causó 
honda  impresión  en  Santa  Fe,  donde  era  querido  y  respetado,  y  aun 
entre  sus  adversarios  políticos,  que  varias  veces  trabajaron  la  rup- 
tura entre  él  y  Rozas;  pues  que  él  era  el  único  que  podía  oponerle 
á  éste  una  resistencia  seria  en  el  interior.  Todas  las  ])rovincias 
adhirieron  á  este  sentimiento:  el  gobierno  de  Buenos  Aires  mand() 
celebrarle  pomposas  exequias  lunebres  con  asistencia  de  todas  las 
corporaciones  y  de  las  tropas  de  guarnición:  llevar  luto  por  tres 
días  á  los  empleados  civiles  y  militares;  y  Rozas  le  dirigió  á  la  viu- 
da una  sentida  carta  en  la  ((ue  encomiaba  las  virtudes  del  ex- 
tinto. En  1S57  la  legislatura  de  Santa  Fe  mandó  erigirle  una  estatua 
al  general  López  en  la  plaza  principal  de  la  capital  de  esa  provincia,, 
en  cuya  base  debían  inscribirse  las  lechas  que  recordaran  los  hechos 
principales  de  la  vida  del  glorioso  cabo  de  dragones.  (Véase  La 
Gacela  Merca?it¿l  del  í¿  de  julio  de  188<S.  Véase  Historio  del  getieral 
Estanislao  López,  jjor  el  señor  Ramón  J.  Lasaga,  pág.  433  y  sig.) 

(-)     Véase  La  Gacela  Mercantil  del  17  de  noviembre  de  1838. 


—  41   — 

Esta  cuestión  entraba  en  su  aspecto  más  grave.  El 
cónsul  de  Francia  acababa  de  dirigirle  un  ultimátum 
(23  de  septiembre)  al  encargado  de  las  relaciones  exte- 
riores de  la  Confederación  Argentina.  Comenzaba  por  una 
invectiva  contra  la  marcha  del  gobierno  de  Buenos  Aires 
el  cual  no  había  querido  comprender  que  la  cuestión 
le  había  sido  presentada  por  el  contraalmirante  fran- 
cés en  estos  términos:  esperar  la  decisión  de  la  Francia, 
gozando  de  los  beneficios  de  la  paz,  á  precio  de  una 
simple  suspensión  de  principios  de  rara  aplicación;  ó  espe- 
rar esta  decisión  sufriendo  la  dura  ley  del  bloqueo:  se 
extendía  en  una  disertación  para  demostrar  que  los  cón- 
sules tenían  carácter  diplomático  y  que  el  reclamante, 
sin  investidura  de  su  gobierno  era  competente  para  trabar 
con  el  argentino  sobre  los  puntos  de  la  controversia: 
continuaba  con  una  expresión  de  los  agravios  inferidos 
á  la  Francia  en  la  persona  de  algunos  subditos  france- 
ses; y  en  un  resumen  notable  por  su  vaciedad  y  petu- 
lancia irritante,  concluía  por  intimar  al  gobierno  de 
Buenos  Aires:  1°.,  que  oblase  inmediatamente  en  el  consu- 
lado de  Francia  la  suma  de  veinte  mil  pesos  fuert&s 
para  la  viuda  de  don  César  H.  Bacle;  y  la  de  diez  mil 
fuertes  para  don  Pedro  Lavié,  destituyendo  de  su 
cargo  al  coronel  Antonio  Ramírez;  2*^.,  que  se  comprome- 
tiera á  pagar  el  crédito  de  don  Blas  Despouy  en  el  tér- 
mino de  un  año;  3".,  que  mientras  no  se  concluyese  un 
tratado  con  Francia,  se  comprometería  á  tratar  á  los 
franceses  residentes  en  la  República  Argentina  como  lo 
eran  los  de  la  nación  más  favorecida.  «La  Francia,  decía 
el  cónsul  Roger,  no  podrá  vacilar  en  emplear  todos  los 
medios  de  que  dispone  para  terminar  prontamente  una 
lucha  perjudicial  á  sus  intereses  y  á  los  de  sus  aliados 
(sus  aliados  eran  el  general  Rivera  y  los  unitarios  enii- 
grados  en  el  Estado   Oriental). 


—  42  — 

Á  lo  irritante  del  procedimiento  se  unía  la  exorl)i- 
tancia  de  las  exigencias,  como  que  los  unos  y  las 
otras  encaraban  los  principios  subversivos  que  la  Fran- 
cia sostenía  i)or  entonces  para  engrandecerse  á  costa 
de  las  naciones  débiles,  ('j  El  gobierno  de  Rozas  con- 

(')  La  conducta  del  goltiei-no  de  F'rancia  era  tremenda  asi  en 
América  como  en  Ál'rica,  y  fie  esla  opinión  compartían,  no  ya  los 
l)aises  victimas  de  la  fuerza,  sino  la  prensa  seria  y  los  principales 
publicistas  de  P^iiropa.  El  gobierno  de  Francia  pretextaba  recla- 
maciones injustas  ó  invocaba  ultrajes  (luiméricos  con  el  desig- 
nio de  con(|uistar  á  los  unos  paises,  ó  de  arrancarles  sumas  fabulo- 
sas para  couíiuistar  á  los  otros.  Asi  era  como  lanzalia  sus  escuadras 
á  América,  l>ombardeando  las  ciudades  de  México  para  apoderarse 
de  Veracruz,  y  amenazaba  hacer  otro  tanto  en  la  República  Ar- 
gentina para  tener  puertos  sobre  el  Atlántico;  ó  se  enseñoreaba  de 
Argel,  ])illando  tesoros  públicos  y  particulares.  El  Times  del  21  de 
agosto  de  1838  puso  de  manifiesto  estos  abusos  de  la  fuerza,  velados 
al  principio  por  una  conducta  como  la  que  se  empleaba  con  el 
gobierno  argentino.  Hacia  notar  que  cuando  lord  Aberdeen  pidió 
explicaciones  al  gobierno  francés  respecto  de  su  expedición  á  Ar- 
gel, se  le  respomlió  que  ^no  tenia  más  objeto  que  el  pedir  repara- 
ción á  ultrajes  inferidos:  que  ni  el  pueblo  ni  la  regencia  de  Argel 
serian  retenidos  por  la  Francia»;  y  que  entretanto  el  mariscal 
Bourmont,  jefe  de  esa  expedición,  en  su  carta  (que  publicó  el 
Times)  fechada  en  Viterbo  á  26  de  julio,  decía:  «  Cuando  salí 
de  París  á  la.  conquista  de  Argel,  el  objeto  del  rey  era  vengar 
un  insulto  hecho  á  la  Francia.  La  cuestión  de  restituir  Argel  ;i 
la  Puerta,  no  fué'  agitada  jamás  en  el  consejo  de  Carlos  X,  porque 
esto  habría  sido  frustrar  el  propósito  del  rey  al  ordenar  la  expe- 
dición...-'^  "  Encontramos,  continúa  el  mariscal,  en  el  tesoro  del  bey 
48.600.000  francos  en  metálico,  y  capturamos  armamentos  y  cobre, 
lana,  fierro  y  otros  objetos  por  valor  de  veinte  y  tantos  millones, 
subiendo  el  monto  total  á  unos  sesenta  millones.  De  modo  (|ue 
satisfechos  todos  los  gastos,  el  tesoro  debe  haber  tenido  un  sobrante 
como  de  cuarenta  millones!...»  En  la  sesión  de  14  de  agosto  (1838) 
de  la  Cámara  de  los  Lores  de  la  Gran  Bretaña,  el  lord  Strangford 
tachó  el  sistema  bajo  el  cual  la  Francia  «ihaciendo  valer  agravios 
imaginarios»  procuraba  extender  su  influencia  en  la  América  Me- 
ridional. «  F]l  modo  de  proceder  de  la  Francia,  dijo,  es  el  mismo, 
«  ya  sea  en  el  Senegal,  México,  Chile  ó  la  frontera  nordeste  del 
«  Brasil.  Con  respecto  á  las  compensaciones  que  exigía  á  México 
«  por  perjuicios  que  se  decía  haber  sufrido  allí  subditos  franceses. 
«  el  monto  de  éstos  ascendía  á  600.000  fuertes.  Si  esto  era  exor- 
«  hitante  é  injusto  pueden  sus  señorías  juzgarlo  por  una  partida 
«  de  esa  cuenta.  Había  un  i)astelero  francés  cuyos  alfeñiques  y 
«  confituras  comieron  algunos  soldados  en  un  día  de  disturbio 
«  político,  quien  en  vista  de  este  ataque  á  los  dulces  lo  pondeni 
<'  liasta  el  punto  de  pintarlo  como  ultraje  á  S.  ^l.  el  rey  Luis 
í<  Felipe  y  de  valuar  consiguientemente  sus  perjuicios  en  la  mó- 
«  dTca  cantidad  de  25.000  duros  que  el  almirante  francés  juntó  á  la 
<i  cuenta  iíeneral... » 


—  48  — 

testó  todavía  esas  -exigencias  en  un  docninento  serio 
en  el  que  estudiaba  prolijamente  los  hechos  que  los 
agentes  de  Francia  pretextaban  para  agredirlo.  Declara- 
ba desde  luego  que  podría  requerirle  á  Mr.  Roger 
■el  carácter  con  que  se  le  dirigía  nuevamente  cuando 
sus  funciones  habían  cesado,  como  constaba  de  sus 
notas  anteriores;  pero  que  en  el  deseo  de  terminar  las 
diferencias  con  Francia,  pensaba  que,  sin  descender  de 
su  posición,  podía  desvanecer  las  inexactitudes  sobre  las 
cuales  el  gobierno  de  Francia  había  dictado,  según 
Mr.  Roger,  las  condiciones  comprendidas  en  el  ulti- 
mátum. (^)  Y  como  el  ultimátum  se  limitaba  á  la 
cuestión  de  hechos,  el  ministro  argentino  examinaba 
minuciosamente  los  que  ese  documente  aducía  con  rara 
inhabilidad.  El  caso  de  Bacle  no  se  prestaba  á  tergi- 
versaciones capciosas:  se  trataba  de  actos  cometidos  por 
éste  y  penados  por  las  leyes  del  país.  Él  mismo  ha- 
bía confesado  su  culpabilidad;  y  así  lo  había  reconoci- 
do el  cónsul  Roger  en  su  carta  de  4  de  marzo  (1838) 
en  la  que  solicitando  el  perdón  de  Bacle,  le  decía  al  go- 
bernador de  Buenos  Aires :  <(  Los  motivos  que  habrán 
determinado  á  V.  S.  serán  sin  duda  de  los  más  graves: 
quedo  profundamente  convencido  de  que  son  fundados;  á 
este  respecto  la  integridad  del  restaurador  de  las  leyes 
me  asegura  completamente...»  El  cónsul  francés  no  po- 
día clasificar,  pues,  de  injusta  la  prisión  de  Bacle,  ni 
menos  pretender  que  el  gobierno  argentino  cargara  con 


(•)  La  reserva  en  que  insistía  el  gobierno  de  Buenos  Aires  res- 
pecto de  las  atribuciones  de  Mr.  Roger,  se  ajustaba  á  la  opi- 
nión de  los  tratadistas  más  acreditados  de  la  época,  como  eran 
Wiquefort  en  su  Tratado  del  Embajador  y  Klüber  en  su  Derecho 
de  gentes  moderno  d".  Eicropa.  donde  cita  este  principio  estable- 
cido por  Martens:  «Los  cónsules  no  pueden  pretender  la  inmuni- 
dad de  la  jurisdicción  y  de  los  impuestos  del  país,  ni  el  ceremo- 
nial diplomático,  etcétera.» 


—  44  — 

la  deuda  de  Bacle,  para  cuyo  pago  se  liabíau  embar- 
gado los  bienes  de  éste  á  petición  de  su  fiador  ante  el 
gobierno  de  Chile  y  por  ante  juez  competente. 

El  ministro  argentino  examinaba  en  seguida  el  caso  de 
(Ion  Pedro  Lavié.  Un  vivandero  con  un  pobrísimo  capital 
en  un  cantiui  de  la  frontera,  acusado  por  su  patrón 
de  robo  de  dinero,  remitido  á  la  ciudad  por  el  jefe  de 
ese  cantón  y  condenado  á  seis  meses  de  prisión,  ven- 
cidos los  cuales  se  le  pnso  en  libertad  entregándole  lo 
que  le  pertenecía;  y  qne  por  todo  esto  exigía  una  in- 
demnización de  diez  mil  duros,  sólo  podía  ser  superado 
en  la  monstruosidad  de  sus  pretensiones  por  aquel 
pastelero  francés  residente  en  México  que  recordaba 
lord  Strangford  en  la  cámara  alta.  Y  en  cuanto  al  caso 
de  don  Blas  Despouy,  el  ministro  argentino  evidenciaba 
igualmente  la  sinrazón  de  la  exigencia  del  cónsul 
francés,  agregando  que  i)or  razones  de  salubridad  y 
repetidas  solicitudes  del  vecindario  de  Barracas,  la  au- 
toridad había  clausurado  un  establecimiento  en  el  cual 
Despouy  curtía  pieles,  fabricaba  tafiletes  y  elaboraba 
aceite  de  potro.  El  gobierno  acordó  á  Despouy  el  de- 
recho á  la  indemnización  que  interpuso,  declarándole 
acreedor  del  Estado  por  las  cantidades  comprobadas  con 
arreglo  á  derecho;  y  si  no  le  había  abonado  todo  el 
monto  de  la  indemnización  que  el  interesado  litigaba, 
era  porque  éste  ocultaba  los  antecedentes  que  se  refe- 
rían á  su  negocio,  sin  comprobar  por  consiguiente  la 
justicia  y  legitimidad  de  la  suma  exorbitante  que  el 
Cíuisul  á  nombre  de  él  exigía. 

Después  de  evidenciar  las  inexactitudes  en  las  cua- 
les se  fundaba  el  ultimátum,  el  gobierno  argentino  se 
hacía  cargo  de  la  última  condición  contenida  en  éste. 
Exigirle  perentoriamente  que  se  comprometiera  á  tratar 
á    los  franceses  residentes   en  la  República  como  á  los 


—  45  — 

subditos  de  la  nación  más  favorecida,  hasta  la  conclu- 
sión de  un  tratado,  equivalía  á  imponerle  desde  luego 
y  por  medios  coercitivos  lo  que  era  privativo  de  un 
tratado,  que  el  gobierno  argentino  estaba  en  su  perfecto 
derecho  de  celebrar  ó  no.  Sobre  este  punto  el  gobierno 
argentino  se  había  extendido  en  su  correspondencia  an- 
terior; y  al  reproducir  su  negativa  á  subscribir  esta  con- 
dición del  ultimátum  (negativa  que  no  importaba  viola- 
ción de  derecho  alguno  de  la  Francia  ni  daba  motivo 
á  las  medidas  hostiles  que  el  cónsul  adoptaba),  decla- 
raba nuevamente  que  estaba  pronto  á  entrar  en  la 
discusión  del  asunto  que  daba  margen  á  esta  condición 
por  las  vías  diplomáticas,  y  desde  el  momento  en  que 
se  dejase  al  gobierno  argentino  con  la  libertad  necesa- 
ria para  que  la  razón  y  no  la  fuerza  condujera  al  esclare- 
cimiento de  los  derechos  de  la  Francia  y  de  la  Repú- 
blica Argentina. 

Pero  con  anterioridad  á  esta  respuesta,  aunque  des- 
pués de  haber  recibido  y  rechazado  el  ultimátum,  el 
gobierno  argentino  colocado  en  la  alternativa  de  subor- 
dinarse sin  examen  ni  discusión  á  las  exigencias  de  la 
Francia,  ó  aceptar  las  funestas  consecuencias  de  un 
completo  rompimiento;  y  decidido  á  no  omitir  medio 
que  manifestara  á  la  Francia  y  á  las  demás  naciones 
su  sincera  disposición  á  la  paz,  se  dirigió  al  ministro 
de  S.  M.  B.  solicitándole  la  mediación  de  su  gobierno 
para  allanar  las  dificultades  pendientes  sobre  las  bases 
siguientes :  1-''.,  remitir  al  arbitramiento  del  gobierno 
británico  las  pretensiones  y  quejas  del  rey  de  los  fran- 
ceses contra  el  gobierno  argentino ;  2".,  acreditar  un  mi- 
nistro argentino  ante  el  gobierno  británico  para  expe- 
dirse en  los  objetos  de  su  mediación,  y  otro  ante  el 
francés  para  restablecer  la  buena  armonía  entre  ambos 
países;  3'\,  continuar  respecto  de  los  subditos  franceses 


—  íe>  — 

l.i  luisiii;!  conducta  observada  por  el  gobierno  de  Buenos 
Aires  desde  la  partida  del  cónsul,  no  llamándoles  á  ser- 
vicio militar  alguno;  4\,  volver  el  cónsul  francés  á  ejer- 
cer sus  funciones  en  Buenos  Aires.  (') 

El  ministro  británico  aceptó  gustoso  la  mediación 
propuesta  en  términos  tan  satisfactorios  para  la  Francia, 
como  Cjue  importaba  concederle  de  heclio  á  ésta  todo 
lo  que  liabía  exigido  el  agente  francés;  al  ofrecerla 
j)()r  su  parte  al  cónsul  Roger  le  manifestó  su  espe- 
ranza de  poder  allanar  las  diferencias  pendientes,  re- 
C(n*dándole  que  no  hacía  mucho  tiempo  que  se  había 
empleado  con  éxito  la  misma  mediación  de  la  Gran 
Bretaña  entre  los  Estados  Unidos  y  la  Francia.  (^)  La 
nota  de  M.  Mandeville  y  las  bases  de  la  media- 
ri('>n  fueron  llevadas  por  el  capitán  Herbert  en  la  cor- 
l)eta  inglesa  Caliope.  El  cónsul  francés  al  recibirlas 
manifestó  su  buena  voluntad  de  admitir  la  mediación, 
como  también  la  oferta  que  le  hizo  en  Montevideo  el 
cónsul  inglés  Mr.  Hood,  de  pasar  á  Buenos  Aires 
en  la  misma  corbeta.  El  paquete  inglés  de  la  carrera  de 
Janeiro  llevó  esta  noticia  á  Buenos  Aires,  y  la  de  que  Mr. 
Roger  se  embarcaba  en  efecto  en  la  Caliope  para  reasu- 
mir sus  funciones   consulares   en  esta  ciudad. 

Pero  como  el  agente  francés  procedía  en  todas  estas 
emergencias  en  razón  de  los  intereses  de  la  Francia  y 
de  sus  aliados,  según  lo  manifestó  al  fin  de  su  ultimá- 
tum, antes  de  marcharse  para  Buenos  Aires  se  dirigió 
al  campo  de  éstos,  donde  se  encontraba  el  general  Ri- 
vera sitiando  á  la  sazón  Montevideo.  Era  natural  que 
Rivera  y  los  emigrados  unitarios  que   hacían  causa  co- 


(i)    Nota  del  I",  de  octubre  do  1838,  en  la  colección  de  documentos 
citados. 
( ^)    Nota    de   Mi'.    Mandeville,    de    4   de   octubre,    ib.  ib. 


—  47  — 

inúii  con  él,  rechazaran  la  idea  de  un  arreglo  entre  la 
República  Argentina  y  la  Francia,  cuya  primera  conse- 
cuencia era  hacer  cesar  el  motivo  que  indujo  á  esta  úl- 
tima á  aliarse  con  Rivera  para  ayudarle  á  derribar  el 
gobierno  constitucional  del  Estado  Oriental,  como  lo 
verificó  al  mes  siguiente.  Y  es  fácil  calcular  también 
C(3mo  obraría  la  palabra  insinuante  y  autorizada  de 
Várela  y  de  Agüero,  presentes  en  esa  conferencia 
con  Rivera,  en  el  ánimo  de  un  hombre  joven  como 
Mr.  Roger,  sin  antecedentes,  de  condición  intelec- 
tual muy  mediocre  y  cuya  imaginación  vagaba  en  alas  del 
renombre  que  debía  darle  su  intervención  en  los  asuntos 
del  Plata,  y  de  la  importancia  que  adquiriría  si  llega- 
ba á  obtener  en  la  Argentina  lo  que  otro  agente  había 
obtenido  en  el  Ecuador,  siquiera  una  parte  de  lo  que  el 
mariscal  Bourmont  había  obtenido  en  Argel! 

El  hecho  es  que  Mr.  Roger  se  retiró  de  la  con- 
ferencia con  Rivera  y  los  prohombres  unitarios  resuelto 
á  no  cumplir  el  compromiso  que  había  anticipado  al  ca- 
pitán Herbert  y  el  cónsul  Hood,  de  aceptar  la  media- 
ción británica  y  de  embarcarse  á  bordo  de  la  Caliope. 
Como  este  último  le  demandara  al  día  siguiente  su  re- 
pentino cambio  de  parecer,  el  cónsul  francés  alegó  ha- 
ber recibido  nuevas  instrucciones  de  su  gobierno  que 
no  le  permitían  proceder  como  quiso  hacerlo;  lo  que  era 
una  invención  grosera,  pues  no  había  entrado  ningún 
otro  buque  después  del  paquete  inglés  y  de  la  carrera 
de  Río  Janeiro,  cuya  valija  pasó  por  mano  de  Mr. 
Hood,  según  este  mismo  le  argüyó,  confundiéndolo. 
Así,  con  fecha  9  de  octubre  Mr.  Roger  escribió  á 
Mr.  Mandeville  que  no  se  hallaba  autorizado  para 
aceptar  la  mediación,  pero  ofreciéndose  á  proponer  nue- 
vamente la  transacción  de  que  había  sido  conductor  el 
señor  Javier  García  de  Zúñiga.  Esta  inesperada  respues- 


-  48  — 

ta  que  comunicó  el  iniíiistro  inglés  al  gobierno  de  Bue- 
nos Aires  (')  el  mismo  día  en  que  era  esperado  en  esta 
ciudad  el  cfjnsul  francés  (el  11)  y  para  cuyo  desembarco 
de  la  Caliope  se  habían  tomado  las  providencias  ne- 
cesarias, causó  naturalmente  gran  sorpresa;  y  ésta  fué 
mayor  cuando  dos  días  después  se  tuvo  noticia  de  que 
las  fuerzas  navales  de  los  franceses,  continuando  en  la 
República  Argentina  las  tropelías  incalificables  que  per- 
petraban en  Argel  y  en  México,  se  habían  apoderado  á 
viva  fuerza  de  la  isla  de  Martín  García,  el  mismo  día  11, 
Ínterin  se  mantenía  esa  correspondencia  que  contenía 
proposiciones  de  arreglo  de  parte  del  cónsul  francés. 

La  isla  de  Martín  García,  situada  frente  á  la  costa 
oriental,  á  poca  distancia  de  la  confluencia  de  los  ríos 
Paraná  y  Uruguay,  y  en  el  punto  preciso  de  entrada  al 
gran  estuario  del  Plata;,  estaba  naturalmente  bajo  la 
inmediata  vigilancia  de  los  buques  bloqueadores.  Su 
reducida  guarnición  sufría  los  rigores  del  bloqueo  tanto 
por  lo  que  hacía  á  previsiones  de  boca  como  por  la  es- 
casez de  municiones,  cuando  á  principios  de  octubre  se 
unieron  á  la  Bordelaise,  estacionada  frente  á  la  isla,  los 
buques  franceses  Vigilante  Expeditive^  Ana  y  dieciseis 
lanchones,  con  más  la  escuadrilla  del  general  Rivera 
compuesta  de  las  goletas  Z,o6«,  Eufrasia,  Estrella  del  Sur. 
falucho  Despacho  y  siete  lanchones,  todos  los  cuales  bu- 
ques fondearon  en  el  canal  al  suroeste  de  la  isla  y  á  tiro  de 
fusil.  La  gnarniciíHi  de  la  isla,  apenas  alcanzaba  á  125 
hombres,  siendo  7  artilleros,  21  infantes  de  línea,  Go 
milicianos  del  Batallón  Restaurador,  y  el  resto  presos  y 
armados  de  lanza  y  garrote.  Sus  medios  de  defensa  eran 
dos  baterías,  una  con  un  cañón  de  á  24  y  la  otra  con 
dos  cañones  de  á  12.  El  teniente  coronel  Jerómino  Cos- 


(')    Véanse  estas  notas  en  la  colección  de  documentos  citados 


—  49  — 

ta  era  el  jefe  de  la  isla  y  su  segundo  el  sargento  mayor 
Juan  B.  Thorne,  el  mismo  que  después  se  encontró  en  el 
famoso  combate  de  Obligado  y  quien  me  lia  corroborado 
estos  datos  y  los  que  siguen. 

En  la  mañana  del  11  de  octubre  el  ca})itán  don  Hi- 
pólito Daguenet,  comandante  de  las  fuerzas  navales 
francesas,  le  hizo  saber  al  comandante  Costa  que  ha- 
bía recibido  orden  de  apoderarse  de  la  isla  de  Martín 
García;  y  que  siendo  sus  fuerzas  muy  superiores  á  las 
que  la  defendían,  le  concedía  una  hora  para  que  res- 
pondiera si  la  entregaba  ó  nó,  bien  entendido  que  de 
no  ser  afirmativa  esta  respuesta  comenzaría  inmediata- 
mente las  hostilidades.  Costa  reunió  á  sus  pocos  oficia- 
les y  les  expuso  que  estaba  dispuesto  á  sostener  á  todo 
trance  el  honor  del  pabellón  de  la  patria.  El  mayor 
Thorne  declaró  noblemente  que  aunque  él  no  había  na- 
cido en  la  República  xVrgentina.  estaba  acostumbrado  á 
combatir  con  dignidad  bajo  este  pabellón,  y  que  com- 
batir era  el  deber  de  los  que  defendían  la  isla.  Así  se 
pronunciaron  los  demás  oficiales,  y  el  comandante  Je- 
rónimo Costa  envió  con  el  mismo  parlamentario  al  jefe 
francés  esta  virtuosa  respuesta  que  constituirá  siempre 
uü  timbre  de  gloria  para  las  armas  argentinas:  «En 
contestación  á  la  nota  del  señor  comandante  sólo  tengo 
que  decirle  que  estoy  dispuesto  á  sostener  según  es  de 
mi  deber  el  honor  de  la  nación  á  que  pertenezco.» 

En  seguida  se  prei)aró  á  recibir  el  ataque,  confiand(t 
al  mayor  Thorne  la  artillería  y  destacando  tres  guerri- 
llas cerca  del  muelle  viejo  y  barrancas  que  miran  al 
oeste.  Poco  después  los  franceses  y  orientales  despren- 
dieron sobre  el  muelle  viejo  cuarenta  y  cinco  embar- 
caciones menores  y  desembarcaron  organizándose  en 
tres  columnas  de  ataque,  fuertes  de  550  hombres  al  nian- 
■do  de  los  jefes  orientales  Susviela  y  Soriano.  Los  buques 


—  7){)  — 

l'ninceses  liarían  al  iiiisim»  ticiiijxj  un  fuego  nutrido  so- 
bre el  ri'ducto  (le  la  isla.  Aunque  la  artillería  de  Thorne 
les  resijondió  l)izarrainente  metiéndoles  algunas  balas 
de  á  24,  la  reducida  guarnición  se  vio  obligada  á  reple- 
garse después  de  una  lucha  desigual.  Tliorne  pudo  con- 
tener todavía  á  los  asaltantes  abocándoles  las  dos  [)ie/as 
de  á  V2.  mientras  que  el  subteniente  Molina  agotaba  las 
balas  de  á  24  que  quedaban.  Pero  rehaciéndose  á  pesar  de  las 
bajas  que  sufrieron,  las  columnas  enemigas  aliadas  se 
apoderaron  del  redncto  después  de  hora  y  media  de  un 
combate  heroicamente  sostenido  y  cuya  gloria  cabía  úni- 
camente á  los  vencidos.   (') 

Prisioneros  y  rendidos  el  comandante  Costa,  el  ma- 
yor Thorne  y  toda  la  guarnición,  solicitaron  y  obtuvie- 
ron del  cínmindante  Daguenet  el  ser  trasladados  á  Buencjs 
Aires  donde  fueron  recibidos  con  manifestaciones  entu- 
siastas. ?]1  comandante  Daguenet  hizo  además  acto  de 
hidalguía  dirigiendo  al  general  Rozas  una  nota  en  la 
que  hacía  resaltar  los  talentos  militares  del  bravo  coro- 
nel Costa  y  la  animosa  lealtad  de  este /o ir ia  su  país.  «Esta 
opinión  tan  francamente  manifestada,  agregaba,  es  tam- 
bién la  de  los  capitanes  de  las  corbetas  Expeditive  y 
Bordelaise,  testigos  de  la  increíble  actividad  del  señor  co- 
ronel Costa,  como  de  las  acertadas  disposiciones  tomadas 
por  este  olicial  superior  para  la  defensa  de  la  importan- 
te posición  que  estaba  encargado  de  conservar.  He  creí- 
do que  no  podría  darla  una  prueba  mejor  de  los  senti- 
mientos (]ue  me  ha  inspirado.  (|ue  manifestand(j  V.  E. 
su  bizarra  conducta  durante  el  ataque  dirigido  contra  él 
el  11  del  c(n'riente  por  fuerzas  muy  superiores  á  las  de 


(')  Parte  oficial  del  comandante  Costa,  puljlicado  en  La  Gaceta 
Mercantil  del  7  de  octul)i'e  de  183S.  Referencias  del  coronel  Juan 
n.   Tliorne. 


—  51  - 

su  mando.»  (  ' )  Análoga  comiinicacithi  le  dirigi(')  al  ma- 
yor Thorne  el  jefe  oriental  que  lo  rindiíj  al  pie  de  los 
cañones. 

Los  pocos  que  dudaron  de  que  la  Francia  estaba  dis- 
puesta á  atropellar  la  soberanía  de  los  débiles  Estados 
suramericanos  con  la  mira  de  colonizarlos  al  favor  de 
las  ludias  internas,  ó  de  propiciarse  ventajas  de  primer 
orden  que  se  lo  permitieran  fácilmente  con  el  tiempo, 
tuvieron  una  prueba  incontestable  de  ello  en  la  agresi(3n 
llevada  sobre  Martín  García.  Con  sobrado  fundamento 
decía,  pues.  La  Gaceta  Mercantil,  seis  días  después  de  ese 
hecho  de  armas:  «Ya  se  presenta  patente  el  verdadero 
cuadro  de  nuestra  situación  actual,  y  de  las  miras  de 
la  Francia  contra  nosotros,  contra  los  americanos  todos, 
y  contra  los  valiosos  intereses  del  comercio  de  ambos 
mundos.  México,  la  Confederaci(3n  Argentina  y  la  Re- 
pública del  Uruguay  son  el  blanco  de  las  hostilidades 
gratuitas  del  gobierno  francés.  Mejor  diremos,  el  len- 
guaje de  los  diaristas  franceses  cotejado  con  los  hechos 
escandalosos  con  que  se  ha  agredido  á  los  gobiernos  de 
las  repúblicas  suramericanas,  demuestra  que  ha  madu- 
rado ya  en  el  gabinete  de  las  Tullerías  el  plan  de  monar- 
quizar  á  la  América,  encadenar  su  libertad  y  monopolizar 
su  extenso  y  variado  comercio;  plan  que  remonta  hasta 
la  época  de  Chateaubriand,  quien  claramente  lo  indica 
en  sus  escritos  que  corren  impresos  sobre  la  América.» 

La  alianza  de  los  franceses  con  el  general  Fructuoso 
Rivera  y  con  la  Comisión  Argentina  quedó  sellada  sobre 
la  sangre  argentina  derramada  en  defensa  del  honor  en 
la  isla  de  Martín  García.  Colocado  Rivera  en  el  gobierno 
de  la  República  Oriental  por  los  auspicios  de  los  mismos 


( ^)    Se  publicó  entre  los  documentos  justificativos  de  la  respuesta 
del  gobierno  ar<íentino  al  ultimátum  del  cónsul  Roffer. 


franceses;  arbitros  éstos  ])or  la  rucrza  en  las  cuestiones 
del  Plata,  y  queriendo  resolverlas  detinitivamente  en  su 
provecho,  encontraron  también  por  aliados  á  argentinos 
que  pensaron  que  podía  y  debía  sacrificarse  la  dignidad 
de  la  patria  al  íin  que  los  llevaba  de  derrocar  el  gobierno 
fuerte  que  crearon  extravíos  comunes.  La  lucha  comenzi'» 
entonces  entre  extranjeros  y  argentinos;  y  Rozas  pudo 
y  debió  decir  á  su  vez  que  sostenía  la  soberanía  é  inde- 
pendencia de  la  República,  mientras  argentinos  hubiera 
que  no  se  avinieran  á  sacrificar  este  interés  supremo  de 
su  existencia  política.  De  ello  voy  á  dar  cuenta  en  el 
ca})ítulo  siguiente. 

Pero  antes  es  necesario  cerrar  el  cuadro  del  año  de 
1838  con  dos  sucesos  á  los  cuales  se  les  atribuyó  por 
entonces  preferente  importancia:  me  refiero  al  falleci- 
miento de  doña  Encarnación  Ezcurra  y  al  asesinato  del 
general  Alejandro  Heredia.  Al  principio  del  tomo  I  de 
esta  obra  he  presentado  al  lector  esa  dama  de  antigua 
estirpe  y  de  nobles  prendas  personales,  que  muy  joven 
aun,  unió  su  suerte  á  la  de  don  Juan  Manuel  de  Rozas, 
y  participó  de  todos  los  azares  y  peripecias  de  la  vida 
de  este  hombre  destinado  á  íigurar  después  en  primera 
línea  en  su  país,  alentándolo  así  en  las  iniciativas  como 
en  las  horas  de  prueba  con  una  fortaleza  de  espíritu  y 
con  una  prudencia  singulares.  Cualidades  eran  estas 
que,  en  mujer  de  su  alcurnia  y  de  su  rango,  bastaban 
para  crearle  cierta  reputación  de  sui)erioridad.  tanto 
mejor  cimentada  cuanto  que  era  notorio  que  su  palabra 
y  sus  consejos  iníluyeron  más  de  una  vez  en  las  deci- 
siones de  su  esposo.  Y  sin  embargo,  jamás  hizo  ella 
gala  de  esta  intluencia,  ni  pretendió  que  pesara  tampoco. 
Quizá  el  mismo  Rozas  no  comprendía  hasta  dónde  lle- 
gaba esa  intluencia  que  doña  Encarnación  había  adqui- 
rido en  su  hogar,  en  la  cual  im[teraba  jior  sus  respetos 


lie  madre  tierna  y  amorosa  y  por  su  ascendiente  de  esposa 
sumisa  y  apegada  en  su  retiro,  sin  que  los  incentivos 
tentadores  del  lujo  y  del  deseo  de  brillar  la  llevaran  fuera 
de  la  modestia  en  que  vivía.  Pero  como  doña  Encar- 
nación nutriera  su  inteligencia  con  buenas  lecturas,  y 
estuviera  siempre  al  cabo  del  movimiento  del  país,  el 
hecho  es  que  Rozas  se  veía  obligado  á  reconocer,  sin 
embargo,  que  el  gobernante  casado  puede  en  ciertas  oca- 
siones apelar  ante  su  mujer  de  los  consejos  del  gabinete; 
porque  lo  que  aquí  admiten  de  plano  la  complacencia, 
el  positivismo  egoísta,  ó  el  servilismo,  en  el  hogar  se 
resuelve  al  calor  del  sentimiento  que  lo  templa,  y  que 
no  permite  sacrificar  jamás  al  gobernante  porque  en- 
tonces se  sacrificaría  al  hombre. 

La  maledicencia,  ó  más  propiamente,  el  rencor  polí- 
tico que  se  cebó  en  el  hogar  de  Rozas,  supuso  que  éste  no 
consideraba  á  doña  Encarnación  como  ella  se  lo  merecía; 
y  que  ella  se  condenaba  á  su  retiro  en  fuerza  de  los 
sufrimientos  morales  que  arrastraba.  Pero  la  verdad  es 
(jue  Rozas  la  guard(')  los  respetos  á  que  ella  era  acree- 
ilora;  y  que  sus  habitaciones  comunes  con  las  de  su 
esposo  eran  frecuentadas  (con  excepción  de  las  que  éste 
reservó  para  el  despacho  gubernativo  desde  que  dejó  de 
ir  al  Fuerte)  diariamente  por  lo  que  había  de  más  selecto 
en  la  sociedad  de  Buenos  Aires.  Los  íntimos  me  han 
referido  que  doña  Encarnación  era  la  verdadera  dueña 
(le  su  hogar,  y  que  Rozas  jamás  disputó  en  él  una  in- 
lluencia  mayor  que  la  que  tenía  la  que  lo  había  formado. 
Y  es  sabido  que  si  doña  Encarnación  no  frecuentaba  la 
sociedad  fuera  de  su  casa,  era  porque  á  sus  hábitos 
modestos  se  reunía  la  circunstancia  de  padecer  de 
una  horrible  enfermedad  que  la  llevó  al  sepulcro  el  20 
de  octubre  de  1838.  Su  cadáver,  encerrado  en  lujoso 
ataúd,  fué  conducido  en  procesión  en   la   noche   del   21 


—  .")4  — 

liasta  l;i  i,nlps¡a  de  San  Francisco  donde  tin'  de|»r)sitado. 
Las  fuerzas  de  la  ,^naniici<'in  íVirinaron  la  línea  de  la 
izquierda,  y  la  de  la  derecha  era  íorniada  ]»or  ciudada- 
nos espectables  que  se  turnaban  para  llevar  el  ataúd, 
el  cual  iba  precedido  del  obispo  diocesano  doctor  Me- 
drano  del  de  Aulon.  doctor  Escalada,  del  Senado,  del 
Clero  y  de  los  padres  franciscanos  y  dominicos.  Se- 
guían el  ataúd  los  ministros  Arana  é  Lisiarte;  el  cuer- 
po diplomático  representado  por  el  ministro  de  S.  M.  B.. 
el  del  Brasil,  el  encargado  de  negocios  de  Cerdeña  y  el 
de  los  Estados  Unidos,  el  Estado  Mayor  del  Ejército  en 
el  que  fií^uraban  los  generales  Guido,  Pinedo,  Soler, 
Vidal.  Roli'jii.  Lamadrid  y  una  inmensa  columna  de 
pueblo  cuyo  número  no  bajaría  de  25.000  almas.  Con 
este  motivo  las  parroquias  de  la  ciudad  solicitaron  de 
la  legislatura  que  se  tributasen  á  doña  Encarnación 
Ezcurra  honores  de  capitán  general,  lo  que  en  efecto 
fué  acordado  en  ocasión  de  los  funerales  de  esta  dama, 
siendo  entonces  el  duelo  tan  i»úhlico  (|ue  los  ministros 
extranjeros  izaron  á  media  asta  sus  banderas.  (  '  i 

Casi  todas  las  provincias  hicieron  análogas  manifes- 
taciones de  duelo.  Entre  éstas  hubo  una  que  tuvo  ma- 
yor trascendencia  como  que  dejí'i  establecido  un  uso 
que,  con  el  de  la  divisa  federal,  adoptaron  desde  luego 
los  partidarios  de  la  situación  política  de  la  Confede- 
ración. Me  reliero  al  rintillo  federal.  La  noche  si- 
guiente á  la  del  entierro  de  doña  Encarnación  Ezcurra. 
el  coronel  don  Vicente  González,  que  se  encontraba 
con  otros  jefes  y  oficiales  en  la  casa  particular  de 
Rozas,  inicií'»  la  idea  de  llevar  por  esa  señora  un  luto 
federal,  el  cual    debía    consistir   en   una   cinta    angosta 


O  \^-Ái^^  La  Gaceta  iVfercanííZ  del  2Q  de  oef  ubre  de    183S.     Véase 
también  British  Pacliet  del  día  anferit)!-. 


roja,  colocada  alrededor  del  iiioitíóii  ó  kepi  y  eiiciina 
del  cresp(3]i  ('>  velillo  negro.  Los  militares  presentes 
aceptaron  la  idea:  se  labre')  nn  acta  que  firmaron  el 
coronel  González,  sus  compañeros  de  armas  y  sncesi- 
vamente  multitud  de  personas.  (')  En  un  principio  el 
uso  del  cintillo  se  limitó  sólo  á  los  militares;  pero  á 
los  pocos  días  el  diputado  Obligado  y  otros  ciudadanos 
de  distinción  lo  llevaban  en  el  sombrero,  y  entonces  se 
generalizó  basta  el  extremo  de  que  aun  después  de  ba- 
ber  pasado  el  luto  por  doña  Encarnación  Ezcurra,  todos 
los  federales  siguieron  usando  el  cintillo  además  de  la 
divisa  que  llevaban  sobre  el  pecho. 

El  asesinato  del  general  Alejandro  Heredia.  debií'i 
conmover  naturalmente  á  los  círculos  oficiales  de  la 
República,  por  cuanto  ese  general,  á  pesar  de  las 
ideas  fusionistas  que  se  le  atribuían,  era  la  ñgura  más 
culminante  de  la  federación  en  las  provincias  del  norte, 
y  la  iníluencia  principal  que  podía  moverlas  después 
de  la  muerte  del  general  Latorre.  Heredia  se  lial)ía 
creado  esa  influencia  durante  los  años  que  desempeñí'» 
el  gobierno  de  Tucnmán.  Una  de  sus  primeras  medi- 
das cuando  fué  nombrado  gobernador  en  1832.  fué  la 
de  llamar  á  la  provincia  á  todos  los  emigrados,  los  que 
volvieron  en  efecto  á  sus  hogares,  organizándose  de 
esta  manera  una  administraci(3n  liberal  y  progresista  á 
cuyo  amparo  prosperó  notablemente  Tucumán.  y  á  cu- 
yos principios  adhirieron  todos  menos  don  Javier 
López  que  tentó  derribarla  con  elementos  traídos  de 
Bolivia  basta  que  fué  derrotado  y  fusilado  en  el  año 
1835.  En  la  legislatura  y  en  los  cargos  de  la  adminis- 
tración liguraban  una  buena  cantidad  de  ciudadanos  per- 
tenecientes al  partido    unitario,    como   los   Zavalía.    Za- 

(^)  Rel'erencia  de  un  testigo  ocular. 


víileta.  Avellaneda  (don  Marco i;  y  aunque  la  divisñ'in- 
entre  ese  partido  y  (d  federal  se  iba  haciendo  intransi- 
L>ente  en  el  resto  de  la  Repnhlica.  en  Tucninán  ])nede 
decirse  que  todos  partici})al)an  del  gobierno  hasta  des- 
pués de  18.")7.  Á  pesar  de  esto,  cuando  Heredia  salii'i  á 
tomar  el  mando  del  ejército  contra  el  general  Santa 
Cruz,  el  })artido  unitario  de  Salta  se  puso  al  habla  con 
el  de  Tucunián,  y  se  empezó  á  conspirar  contra  la  si- 
tuaciíjn  establecida.  Precisamente  en  esta  época  Here- 
dia había  dado  en  abusar  de  los  licores  y  se  contaban 
de  él  varios  excesos  y  tropelías  (jue  se  hacían  valer  en 
su  contra,  dándoles  quizá  mayor  importancia  que  la 
(jue  en  sí  tenían. 

Una  tropelía  cometi(')  que  aunque  no  sea  de  aquellas 
(|ue  bastan  para  motivar  legítimamente  el  derrocamiento 
de  un  gobierno,  decidi()  sin  embargo  su  muerte  y. 
c(ui  ésta,  el  cambio  de  situación  en  Tucnmán  que  era 
lo  que  se  líuscaba.  Durante  su  permanencia  en  Salta, 
embriagado  según  era  ya  su  costuml)re.  di(')  de  bofetones 
al  comandante  don  Gabino  Robles.  Este  devoró  la 
afrenta,  pero  juró  vengarla.  Apenas  regresó  á  Tucn- 
mán Robles  se  aíilió  entre  ios  adversarios  del  gol)er- 
nador.  T^na  noche  hubo  de  sacrificar  á  Heredia  en  el 
teatro,  á  no  haber  intervenido  varias  personas  que 
l)robablemente  no  conceptuaron  oportuno  el  momento 
])ara  llevar  las  cosas  á  tal  extremo.  Por  las  referencias 
([ue  me  hizo  el  mismo  Robles  en  Tucumán.  tengo 
para  mí  que.  á  ])artir  de  tal  noche,  este  hombre  des- 
gi-aciado  fué  el  brazo  (|ue  hicieron  suyo  los  revolucio- 
narios para  realizar  lo  (pie  venían  persiguiendo.  To- 
dos los  antecedentes  de  este  episodio  rui(b)so  lo  })onen 
así  de  maniliesto.  VA  Ti  de  noviembre  de  18.SS  He- 
redia se  dirigía  en  su  galera  á  su  liacienda  «La  Ar- 
cadia» acomijañado  de  su  hijo  y  de  otras  (bjs  jtersonas. 


Al  llegar  á  la  altura  de  Lules  salieron  de  una  embos- 
cada los  comandantes  Gabino  Robles,  Juan  de  Dios 
Paliza,  Vicente  Xeyrot.  Gregorio  Uriarte  y  el  teniente 
José  Casas,  montado  en  el  propio  cal)allo  que  le  prest(j 
el  día  anterior  don  Marco  Avellaneda.  (')  Heredia  sacó 
la  cabeza  })or  la  portezuelíi  de  la  galera  y  con  voz 
angustiosa  le  pregunt(')  al  primero  que  se  adelantó: 
'«¿Qué  hay  Robles?  Todo  lo  que  usted  pida  le  daré...» 
«Hay  los  bofetones  en  Salta,  y  sólo  quiero  tu  vida, 
tirano»,  repuso  Robles  descerrajándole  tres  tiros.  (-)  In- 
mediatamente Robles  se  dirigió  á  la  ciudad  con  sus 
compañeros.  En  el  tránsito  encontró  á  don  Marco 
Avellaneda  y  á  don  Lucas  Zavaleta.  y  alargándole  la 
mano  á  aquél  griti) :  «¡ya  sucumbií)  el  tirano!...»  Ave- 
llaneda volvió  grupas  para  la  ciudad,  convocó  inme- 
diatamente la  junta  de  representantes  {^)  que  presidía, 
y  ésta  nombró  provisoriamente  gobernador  al  padre 
don  Juan  Berjeire. 

Las  resistencias  que  sublevaron  sus  desarreglos:  su 
actitud  deslucida  al  frente  de  un  ejército  respetable 
que,  si  alcanzó  alguna  ventaja  de  consideración,  de- 
bióla á  la  iniciativa  de  jefes  inferiores,  quienes  por  la 
primera  vez  veían  comprometido  el  honor  de  las  ar- 
mas argentinas;  y  los  avances  que  llevó  sobre  las 
provincias  limítrofes,  amenazando  á  los  gobiernos  con 
la  fuerza  que  la  Nación  había  puesto  bajo  sns  órdenes 
para  que  defendiera  el  territorio  invadido,  todo  esto 
contribuyó  para  que  echaran  un  velo  de  olvido  sobre 
la  muerte  de  Heredia  tanto  los  federales  que  empeza- 
ban á  verse  amenazados    por  la  iníluencia  de   él  en   el 


(1.)  Declaración  de  don  .Míuto  Avellaneda. 

{-)  Referencia  de  don  (lavino  Robles. 

(3)  Declaraciones  de  don  Marco  Avellaneda. 


—  ÓS  — 

norte,  como  los  unitarios  (juc  eneontríil)an  en  él  un 
obstáculo.  Kn  este  sentido  se  manifestal)an  Ibarra. 
Brizuela,  Benavidez  y  otros  gobernadores  en  sus  cartas 
á  Rozas:  «En  vez  de  ocuparse  en  combinar  medidas 
acertadas,  y  en  llenar  los  deberes  de  su  misiíhi.  escri- 
bía Ibarra  á  Rozas  sobre  las  oiteraciones  militares  de 
Heredia,  no  ha  pensado  en  otra  cosa  que  en  tener  en 
continua  alarma  á  las  provincias  limítrofes,  mandando 
amenazas  y  bravatas  á  sus  gobiernos...  Y  mientras 
la  provincia  de  -Injuy  está  solitaria  y  abandonada,  es- 
perando por  momentos  que  los  bolivianos  se  lancen 
sobre  su  capital  indefensa,  el  general  en  jefe  está 
dirigiendo  en  Tucumán  el  combustible  contra  nuestras 
I>rovincias.))  (')  «El  general  en  jefe  del  ejército,  le 
escribía  á  Rozas  el  gobernador  de  La  Rioja  don  Tomás 
Brizuela,  reliriéndose  á  Heredia,  parece  que  se  hubiera 
propuesto  anarquizar  y  destruir  todo  orden  que  no  sea 
su  propia  dictadura,  y  alucinarle  á  usted  para  que  le 
i>iga  dando  dinero,  so  pretexto  del  ejército,  no  siendo 
sino  su  bolsillo. .  .»  (-)  Por -su  parte  Rozas  le  escribía 
al  general  Benavidez,  gobernador  de  San  Juan,  con  fe- 
cha 28  de  febrero  de  1839:  «En  cuanto  al  desgraciado 
lin  del  señor  Heredia,  es  en  efecto  un  l)orrón  para  los 
argentinos.  Pero  ya  no  habían  para  él  consejos  que 
sirvieran  para  persuadirlo  de  que  dejase  lo  que  él  lla- 
maba fusión  de  partidos.  Yo  creí  siempre  que  á 
consecuencia  de  semejante  conducta  y  marcha  equivo- 
cada lo  habían  de  asesinar  los  unitarios,  pues  que  ha- 
bían logrado  de  él  que  en  vez  de  llenar  sus  deberes... 
y  que  sin  respetar  nada,  ni  aun  el  honor  nacional,  re- 
gresara perdiéndolo  todo...    Nada  he  escrito  á  aquellos 


(M  Manuscrito  original  en  mi  archivo. 
(2)  Manuscrito  original  en  mi  archivo. 


pueblos,  porque  no  he  podido  ver  ron  la  claridad  prc- 
risa. ))  (  '  )  K()z:is  lui  veía  claro  |)orqiR'  la  reaccióii  comen- 
zaba en  él  norte,  al  favor  del  asesinato  de  Heredia. 
«  Los  resultados  que  en  tan  pocos  días  ha  producido  en 
Salta  y  Tucuniáu  el  asesinato  de  Alejandro  Heredia.  le 
escribía  á  Cliilavert  don  Valentín  Alsina.  uuo  délos  uni- 
tarios conspicuos  de  la  Comisión  Argentina  recién  orga- 
nizada en  Montevideo,  nianiliestan  que  ha  prendido  una 
llama  que  puede  ser  voraz,  y  nada  difícil  es  que  prenda 
en  Catamarca  y  Mendoza,  y  sobre  todo  en  CíU'doba  que 
la  comnnicar.'i  á  Santa  Fe.  mucho  más  si  Rircra  se  apo- 
dera de  Entre  Ríos.))  (-) 


(  ' )  Manuscrito  en  el  art-liivo  í-enoral  de  Buenos  Aires. 

(-)  Manuscrito  ori.ainal  en  mi  archivo  (papeles  de  Chilavert). 


(\VPITIiLO  XXXII 


LOS    ALIAJXJS    COXTUA     JÍOZAS 


il,s:;,s— ]!s;!'j) 


Si'MAiiio:  1.  Ah-aiirr  qu,,.  sr  (lió  :i,  las  agresiones  de  la  Friuicia.— II.  La  iireiisa  de 
ambos  mundos  y  los  piililieistas  enemigos  de  Rozas. — III.  Ideas  del  gene- 
ral Lavalle  sobre  el  i)artieular. — IV.  Lo  que  empujaba  á  la  primera  coali- 
ción contra  el  gobierno  del  general  Rozas. — V.  Lo  que  buscaban  los  coali- 
gados.— VI.  Tratado  de  alianza  entre  el  general  Rivera  y  el  gobernador 
Hcrón  deAstrada,  bajo  la  protección  de  la  Francia. — VII.  Consecuencias  de 
este  tratado:  la  reacción  contra  Astrada.— VIII.  Rivera  le  declárala  guerra 
al  gobierno  argentino. — IX.  Berón  de  Astrada  hace  igual  declaración,  y 
solicita  de  los  agentes  de  Francia  que  levanten  el  bloqueo  á  Corrientes: 
condiciones  que  imponen  los  franceses. — X.  Astrada  separa  Corrientes  de  la 
Confederación  y  suscribo  á  las  exigencias  de  la  Francia. — XI.  El  gobierna 
argentino  refuerza  el  ejército  de  Entre  Rios:  Echagüe  marcha  sobre  Berón 
de  Astrada. — XII.  Batalla  del  Pago  Largo  :  derrota  y  muerte  de  Berón  de 
Astrada.— XIII.  Cómo  reputa  esta  victoria  el  gobierno  argentino:  amnis- 
tía parcial  que  concede. — XIV.  La  inacción  de  Rivera.— XV.  El  sistema 
de  Rivera:  el  despilfarro  y  los  que  lucraban  con  éste. — XVI.  don  Blas  Des- 
pony  lo  insta  á  nombre  de  los  agentes  de  Francia  á  que  invada  Entre  Rios. 
— XVII.  Pretextos  que  opone  Rivera. — XVIII.  Su  negociación  de  paz  con 
Rozas:  siis  cartas  á  Lavalleja. — XIX.  Trabajos  de  don  Domingo  Callen  en 
las  provincias,  de  acuerdo  con  Rivera  y  los  franceses:  muerte  de  Cúllen. — 
XX.  La  Comisión  Argentina  y  el  general  Lavalle. — XXI.  Las  declaracio- 
nes de  Várela,  Carril  y  Lavalle  y  la  invitación  del  primero  para  que  Lavalle 
tome  las  armas  en  unión  de  Rivera  y  con  el  auxilio  de  la  Francia. — XXII. 
Boceto  del  doctor  Várela. — XXIII.  Várela  decide  á  Lavalle  á  liacer  la  gue- 
rra en  alianza  con  los  agentes  de  Francia  y  con  Rivera. — XXIV.  Várela 
solicita  el  concenso  de  Rivera, — XXV.  Emulación  de  este  último:  Várela  se 
esfuerza  en  mostrar  que  Lavalle  servirá  bajo  las  órdenes  de  Rivera. — XXVI. 
Lavalle  ofrece  á  Rivera  sus  servicios:  Rivera  no  los  acepta. — XXVII.  Lava- 
lle se  prepara  á  salir  de  Montevideo  con  los  emigrados  y  Rivera  dicta  medi- 
das para  iTnpedírselo.— XXVIII.  Embarque  de  Lavalle  para  Martín  García. 
— XXIX.  Rivera  se  declara  cooperador  de  Lavalle  cuando  Rozas  rechaza 
sus  proposiciones  de  paz. — XXX.  Nuevas  agresiones  de  las  fuerzas  de 
Francia,  á  la  Confederación  .Vrgentina:  desembareos  en  las  costas  norte  y 
sur  de  Buenos  Aires. 


Las  agresiíjnes  del  gobierno  fraiict's  á  la  Repiiblica 
Argentina  que  continuaron  con  la  toma  de  posesión  de 
la  isla  de  Martín  García  y  con  las  tentativas  sobre  las 
costas  sur  y  norte  de   Buenos  Aires,  fueron   considera- 


—  61  — 

cIhs  eii  ambos  continentes   no  ya   como   meros   ataques 
á  la  soberanía  de  un  Estado  independiente  y  reconoci(b» 
como  tal  por  los  gobiernos  civilizados  ('),  sino  como  el 
principio   de   ejecución   del  plan  de  recolonización  que 
perseguía    aquel   gobierno   en    las   repúblicas    surameri- 
canas  para  poder   ejercer   sobre   el  resto    del   mundo  hi 
preponderancia  comercial,  marítima   y  militar,  que  por 
medios  mcás  humanitarios  persiguió  el  genio  de  Napo- 
león I,  y  que  llevó  adelante  á  su  manera  Napoleón  III 
sacrificando  á    un    príncipe   extraviado,  ([uien  tuvo  que 
creer  en  la  fe  republicana  de  los   pueblos    de    América 
recién  cuando  rodó  en   el  patíbulo   su  cabeza  coronada. 
La  prensa  de  América  y  Europa,  con  raras  excepcio- 
nes, se  pronunció  en  ese  sentido,  enalteciendo  la  firmeza 
con  que  el   gobierno  argentino   resistía    las    agresiones 
de  la    Francia.   «Admiramos   la  firme  decisión   con  que 
el  gobierno  de  la  Confederación  Argentina  resiste  á  las 
injustas    pretensiones    del    orgulloso    gabinete   de    las 
Tullerías,  escribía  El  Nacional  de  Lisboa  de  4  de  enero 
de  1840,  y  esperamos  ver  el  día  en  que  todas  las  repú- 
blicas del    continente   americano  formen   entre   sí    una 
liga  cerrando  sus  puertas  á  los  buques  de  la  nación  que 
pretende  oprimirlas.»   «Estamos  viendo  á  los  franceses 
atacar  la  libertad  é   independencia  de  nuestros  vecinos 
los  argentinos,  escribía  la  Liga  Americana  de  Río  Janeiro 
del  30  de  enero  de   1840,  y  lo  que  es  más.  ir  á  Monte- 
video á  dar  auxilio  á    un  partido    político,    para    tener 
aliados  que  los  ayuden  en  la  empresa  contra  el  heroico 
general  Rozas,  que  no  hace  más  que  defenderse  de  una 
injusta  invasión  reconocida  como  tal  por  todas  las  nacio- 


(')  Así  las  consideró  después  Hauteíeuille.  El  señor  Carlos  Calvo 
que  cita  á  este  reputado  tratadista,  clasifica  sin  embargo  de  bloqueo 
paci^co  al  bloqueo  francés  de  1838.  Véase  Le  droit  International 
thcorique  et  pratique,  t.  3nie.  4me.  édition. 


nes.»  «Noescoii  iioca  adiiiiracióii  (|ue  observamos. est'i'ibía 
El  Nacional  áe.  Madrid  (inim.  14(S7),  los  heroicos  y  feli- 
ces esfuerzos  que  está  haciendo  la  Confederación  Argen- 
tina contra  las  injustas  pretensiones  de  Luis  Felipe,  y 
()jal;i  ({ue  nuestra  posici(')n  nos  i)erniitiese  ayudarlos  con 
otra  cosa   más  ({ue  nuestros  deseos.» 

Puede  decirse  ([ue  los  únicos  diarios  americanos  que 
sostuvieron  esas  agresiones  fueron  los  que  redactaban 
los  emigrados  argentinos  en  Montevideo,  y  esto  porque 
se  habían  constituido  aliados  de  Ljs  franceses,  y  del 
general  Rivera.  Sin  embargo,  don  t]steban  Echeverría^ 
el  ilustre  propagandista  enemigo  de  Rozas,  no  pudo 
menos  que  apuntar  con  satisfacción  la  uniformidad  con 
(|ue  el  pueblo  argentino  se  resolvió  á  defenderse  de  las 
agresiones  de  la  Francia.  (')  Y  don  Juan  Cruz  Várela^ 
el  poeta  de  la  reforma  social  bajo  Rivadavia  y  también 
enemigo  de  Rozas,  arrancó  á  su  lira  les  últimos  ecos- 
para  decir: 

«Ah!  si  tu  tiraiKi  supiese  siquiera 
reprimir  el  vuelo  de  audacia  extranjera 
y  vengar  insultos  que  no  vengará!. . . » 

y  refiriéndose  al  asalto  á  Martín  García: 

<(  Y  hora  extraña  íiota  le  doma,  le  oi^rinie 
tricolor  bandera,  ñaniea  sublime, 
y  la  azul  y  blanca  vencida  cayó.  » 

En  cuanto  al  general  Lavalle,  el  jefe  militar  de  los 
emigrados  argentinos  en  el  Estado  Oriental,  he  aquí  lo 
que  le  escribía  con  tal  motivo  á  uno  de  sus  principales 
amigos:  «La  política  actual  está  tan  complicada  y  de 
un  modo  tan  grave  que  ¿quién  tendrá  la  audacia  de  ase- 
Liurar  (|ue  vé  claro  en  el  porvenir?. . .  Los  franceses  van 
;'i   l)lo(j[uear  á  Chile...   cuando   un   ejército   chileno  está 


(')  Véase  Dogma  socialista.  Preíacio  XL,  1».  edición. 


en  Lima  contra  Santa  Cruz...  El  cónsul  francés  Roger 
que  fué  á  Francia,  volvió  y  ha  dirigido  á  Rozas  un  ulti- 
mátum con  algún  agregado  de  exigencias.  Le  declara 
que  «para  hacerle  la  guerra  se  unirá  á  sus  enemigos, . .» 
La  isla  de  Martín  García  ha  sido  tomada  á  viva  fuerza 
por  las  escuadrillas  aliadas...  40  piezas  tiraban  sobre 
un  malísimo  parapeto  y  5U0  infantes  completaron  el 
suceso.  El  lionor  del  pabellón  argentino  ha  quedada 
bien,  pues  el  joven  Costa  se  ha  batido  en  héros,  como 
dicen  los  galos.»  (')  Y  refiriéndose  á  la  alianza  de 
Rivera  y  de  los  emigrados  unitarios  con  los  franceses» 
aplaudida  por  éstos  y  por  la  prensa  de  Montevideo,  es- 
cribe en  10  de  diciembre  del  mismo  año:  «La  Revista 
llama  pobres  y  estúpidos  á  los  que  no  piensen  del  mismo 
modo.  Estos  hombres  conducidos  por  un  interés  propio 
muy  mal  entendido,  quieren  trastornar  las  leyes  eternas 
del  patriotismo,  del  honor  y  del  buen  sentido;  pero  confío 
en  que  toda  la  emigración  preferirá  que  la  Revista  la 
llame  estúpida  á  f/ue  su  patria  la  maldiya  mañana  con  el 
dictado  de  vil  traidora...  en  dos  ó  tres  meses  las  ideas 
l)ueden  variar  mucho;  pero  si  se  realizan  las  ideas  de 
hoy,  es  decir,  si  llega  el  caso  de  llevar  la  guerra  á  nuestra 
patria  los  pabellones  francés  y  oriental,  entonces  haremos 
nuestro  deber. »  (-) 

Pero  estos  sentimientos  generosos  no  podían  preva- 
lecer en  esa  época  de  odios,  de  represión  y  de  lucha. 
El  partido  unitario,  ó  los  que  lo  representaban,  pretendía 
obtener  por  obra  y  mano  del  extranjero  lo  que  no  podía 
á  virtud  de  la  exigüidad  de  su  número  y  de  sus  recursos. 
En  la  serie  de  las  coaliciones  que  con  habilidad  y  tesón 


( i )    Carta  de  Lavalle  á  Cliilavert.  (Maniise.  original  en  mi  archivo. 
Aéase  el  apéndice.) 

(-)    Carta  de  Lavalle  á  Chilavert.  (Véase  el  apéndice.) 


~  Í¡1  — 

dignos  (le  iiu'jor  cHiisa.  trabajaron  contra  el  gobierno  de 
Rozas,  la  que  b-s  presentó  mayores  i)robabiliclades  de 
éxito,  fué  la  del  año  de  I808;  pues  no  imaginaron 
que  Rozas  pudiese  resistir  el  poder  marítimo  de  la  Fran- 
cia, la  guerra  que  le  llevaría  Rivera  y  la  invasiíjn  que 
ellos  le  llevarían  sobre  el  litoral  con  los  medios  que  á 
la  sazón  se  pro])icial)an.  Desde  este  punto  de  mira,  los 
emigrados  que  constituían  la  Cotnisión  Argentina  en  Mon- 
tevideo, á  la  vez  que  estimulaban  los  avances  de  los 
agentes  franceses,  empeñados  en  una  senda  de  la  que  no 
l)odían  retroceder,  empujaban  á  Rivera  á  que  produjese 
iiecbos  de  tal  naturaleza  que  acabasen  de  comprometerlo 
en  la  causa  común. 

Es  claro  que  ni  los  agentes  de  Francia  ni  Rivera 
entraban  en  esta  coalición  i)or  i)uro  odio  á  la  barbarie 
que  representaba  Rozas,  y  amor  á  los  unitarios  que 
representaban  la  civilización,  según  los  términos  de  la 
leyenda  de  los  papeles  unitarios  de  Montevideo.  Los 
agentes  de  Francia  buscaban  en  el  codiciado  estuario  del 
Plata  lo  que  otros  agentes  de  esta  nación  habían  ido 
á  buscar  en  Chile,  Ecuador  y  México,  donde  no  hubo 
mexicanos,  ecuatorianos  ni  chilenos  que  los  apoyaran; 
quizá  porque  toda  la  barbarie  del  continente  se  había 
condensado  en  Buenos  Aires  de  donde  salió  el  verbo 
y  la  fuerza  que  lo  redimió  por  la  independencia  en  los 
primeros  años  de  este  siglo.  Rivera  por  su  parte,  per- 
seguía su  proyecto  favorito  de  crearse  una  iníluencia 
poderosa  en  el  litoral  argentino  reuniéndose  á  su  impe- 
rio Entre  Ríos,  Corrientes,  Paraguay  y  Río  Grande.  Sólo 
que  Rivera  creía  que  Rozas  era  el  único  obstáculo  á 
sus  designios,  y  que  no  imaginaba  que  sus  aliados  (los 
franceses)  los  cohonestarían  si  no  les  abandonaba  el 
todo  ó  parte  de   su   conquista. 

Rivera  ejercía  discrecionahnente   el  mando  supremo 


del  Estado  Oriental  eji  su  calidad  de  general  del  ejér- 
cito; y  en  prosecución  de  sus  propósitos  empezó  á  nego- 
ciar un  tratado  con  el  gobernador  de  Corrientes.  El 
cónsul  francés  Mr.  de  Martigny,  concertó  las  bases  de 
este  tratado  de  alianza  que  se  lirmó  bajo  la  protecri('>ii 
de  la  Francia  el  31  de  diciembre  de  1838  y  cuyo 
objeto  primordial  era  el  de  remover  al  general  Rozas 
del  mando  que  ejercía  en  Buenos  Aires  y  de  toda  inter- 
vención en  los  negocios  de  la  Confederación  Argentina. 
Lo  particular  es  que  el  gobernador  de  Corrientes  era 
el  mismo  que  dirigió  en  esos  días  á  Rozas  las  notas 
transcritas  en  el  capítulo  anterior  sobre  la  necesidad  de 
sostener  el  bonor  nacional  y  la  integridad  de  la  patria 
agredida  por  la  Francia;  y  que  abrazando  con  entusias- 
mo la  causa  de  la  República,  «reconocía  que  desde 
la  declaración  del  bloqueo  á  todo  el  litoral,  la  causa  ha 
recibido  otro  carácter  más  serio,  haciéndose  evidente- 
mente común  á  todas  las  provincias  confederadas,  á 
quienes  ha  colocado  en  la  necesidad  de  reunir  su  poder 
para  repeler  con  la  fuerza  al  enemigo  invasor. »  (\) 

El  gobernador  de  Corrientes  se  constituía,  sin  pen- 
sarlo quizá,  en  instrumento  de  los  planes  de  Rivera; 
siendo  de  notar  que  éste  no  ])odía  por  sí  solo  llevar 
adelante  el  objeto  primordial  de  tal  tratado  sin  sublevar 
las  resistencias  del  general  Lavalle,  y  las  que  induda- 
blemente iba  á  i)rovocar  en  las  demás  provincias  argen- 
tinas. Comprometiéndose  en  favor  de  Rivera  y  de  las 
pretensiones  de  la  Francia,  Berón  de  Astrada  se  colo- 
caba en  la  disyuntiva  de  subordinarse  completamente  á 
las  miras  de  los  extranjeros,  ó  de  ser  sacrificado 
para  la   causa  que    abrazaba    bajo    auspicios    indignos 


(i)    Se  transcribió  estacaría  de  Berón  de  Astrada  en  La  Gacela 
Merca7ttil  del  3  de  abril  de  1839. 


—  Be- 
del iioiiibre  argentino  que  llevaba.  Berón  de  Astrada 
debió  comprender  algo  de  esto  cuando  no  encontrando 
absolutamente  eco  en  Entre  Ríos,  se  apresunj  á  encare- 
cerle á  Rivera  se  le  reuniese  cuanto  antes  con  su  ejérci- 
to, dirigiéndole  con  este  motivo  copias  certificadas  por  él 
de  cartas  de  Bentus  Manuel,  Bentus  Goncalvez  y  Ventura 
Coronel  á  Lavalleja,  Urquiza,  Olivera,  etcétera,  en  las 
que  insistían  sobre  la  necesidad  de  ponerse  de  acuerdo 
para  hacerle  la  guerra  á  Rivera,  y  de  que  el  gobierno 
argentino  reconociera  la  independencia  de  la  provincia 
de  Río  Grande  sobre  la  base  de  que  ésta  se  incorporaría 
en  seguida  á  la  Confederación  Argentina.  (*) 

La  Comisión  Argentina  de  Montevideo,  que  era  el  ver- 
dadero intermediario  entre  los  agentes  de  Francia  y  Ri- 
vera, consiguió  al  fin  que  este  último  le  declarase  la 
guerra  al  gobierno  argentino  sobre  la  base  del  apoyo  que 
aquéllos  le  prestarían.  Los  inotivos  de  esta  declara- 
ción de  10  de  marzo  de  1839,  en  fuerza  de  querer  pro- 
bar demasiado  por  lo  que  atañía  á  los  emigrados 
unitarios,  nada  probaban  por  lo  que  se  refería  á  Ri- 
vera, quien  ejercía  el  mando  del  Estado  Oriental  á  título 
de  general  de  su  ejército  y  por  los  auspicios  de  los  agen- 
tes de  Francia  que  eran  quienes  lo  empujaban.  Aun 
suponiendo  que  ejerciera  legahnente  el  gobierno,  no  podía 
fundar  motivo  de  guerra  contra  eL  gobierno  argentinOi 
sino  era  en  el  apoyo  que  este  último  había  prestado 
al  presidente  Oribe,  con  el  mismo  derecho  con  que  Ri- 
vera había  hecho  causa  común  con  los  unitarios. 

En  pos  de  Rivera,  el  gobernador  Berón  de  Astrada 
le  declaró  la  guerra  al  gobierno  argentino.  Á  pesar  de 
la  oposición  que  encontró  en  el  congreso  de  Corrientes  (-) 

(M    Véase  estas  cartas  en  el  apéndice. 

( 2)  Véase  Ui  nota  de  Benin  de  Astrada  al  conjíreso  de  Corrienles 
de  fecha  17  de  enero  de  1839,  publicada  en  La  Gacela  Mercantil  del 
25  de  abril    (1839). 


—  67  — 

Beróii  de  Astrada  comisionó  al  coronel  Félix  M.  Gó- 
mez para  que  le  presentase  á  Rivera  la  ratificación  del 
tratado  de  alianza  y  le  pidiera  interpusiese  su  influen- 
cia á  fin  de  que  las  fuerzas  navales  de  Francia  levan- 
tasen el  bloqueo  en  esa  provincia,  «puesto  que  estamos 
identificados  en  el  sostén  de  una  misma  causa  y  de 
unos  mismos  principios»,  le  decía.  El  cónsul  francés 
Mr.  Baradére  manifestó  que  accedería  á  ello  á  condición 
de  que  el  gobierno  de  Corrientes  se  desligase  del  de 
la  Confederación  Argentina  y  declarase  que  los  subditos 
franceses  serían  tratados  en  esa  provincia  como  los  de 
la  naciíhi  más  favorecida. 

Extraviado  en  un  camino  del  que  no  podía  retroce- 
der. Berón  de  Astrada  expidió  desde  su  cuartel  general 
en  el  Chañar  el  decreto  de  6  de  marzo,  en  el  que  á  virtud 
de  hallarse  la  provincia  de  Corrientes  «desligada  de  la 
política  é  influencia  ominosa  del  gobernador  de  Buenos 
Aires,  y  siendo  un  deber  suyo  hacer  conocerá  los  subditos 
de  S.  M.  el  rey  de  los  franceses  la  decisión  de  la  pro- 
vincia contra  la  marcha  de  aquel  tirano,  declaraba: 
«primero,  que  revocaba  la  aprobación  dada  á  la  conducta 
del  encargado  de  las  relaciones  exteriores  de  la  Confe- 
deración, referente  á  la  cuestión  que  originó  el  bloqueo 
francés;  y  separaba  la  provincia  de  Corrientes  del  gobier- 
no de  la  Confederación:  2°  que  los  subditos  de  la  Fran- 
cia serían  tratados  como  los  de  la  nación  más  favorecida 
hasta  la  terminación  de  un  tratado.»  (')  Así  fué  cómo 
Berón  de  Astrada,  en  causa  común  con  los  extranjeros 
agresores,  violó  el  pacto  federal  de  1831  que  era  la  base 


^  1 )  Nota  é  instrucciones  de  Berón  de  Astrada  á  su  comisionado; 
carta  de  éste  á  Astrada  de  techa  25  de  febrero  y  nota  del  cónsul  Ba- 
radére á  Rivera,  de  lecha  22 de  lebrero,  publicada  en  La  Gaceta  Mer- 
cantil del  25  de  abril  de  1839.  Véase  el  decreto  de  Astrada  en  el 
apéndice. 


—  (i8  — 

del  orden  itolítico  de  la  Iiei)ril)li('a;  roinpií't  el  vínculo 
nacional  para  acomodarse  á  las  condiciones  humillantes 
que  exi,^ía  la  Francia  por  la  fuer/a  de  las  armas;  y 
traicionó  el  sentimiento  ar^i-entino.  por  más  que  preten- 
diese atenuar  su  yerro,  alegando  que  él  y  sus  aliados 
hacían  la  guerra  al  general  Rozas  solamente,  como  si 
Rozas  fuese  la  patria  insultada,  el  territorio  ocupado,  la 
soberanía  ultrajada. 

Este  yerro  lo  hizo  sucumbir  sin  gloria  en  Pago  Laryo. 
Terminada  la  guerra  con  el  general  Santa  Cruz  después 
de  la  batalla  de  Yungay.  ganada  por  el  ejército  restau- 
rador de  Chile  y  Perú  el  20  de  febrero  de  1839:  resta- 
blecido el  gobierno  propio  del  Perú  bajo  la  presidencia 
provisoria  del  general  Gamarra;  y  habiendo  Bolivia  des- 
conocido la  autoridad  del  protector  de  la  Confederaciiui 
Perú-Boliviana,  por  los  auspicios  del  general  Velazco. 
según  lo  comunicó  éste  al  gobierno  argentino.  Ro- 
zas nombró  al  general  Guido  ministro  plenipotenciario 
ante  el  nuevo  gobierno  de  Bolivia  ('),  y  libre  comple- 
tamente por  este  lado,  reforzó  con  algunas  tropas 
y  buen  armamento  el  ejército  que  á  las  órdenes  del  ge- 
neral Echagüe,  gobernador  de  Entre  Ríos,  estaba  en  ob- 
servación de  los  movimientos  de  Berón  de  Astrada  y 
de  los  que  efectuase  Rivera.  Cuando  Astrada  se  situíj 
en  el  Cliañar.  Echagüe  se  puso  en  movimiento  expi- 
diendo una  proclama  en  la  que  descubriendo  los  nn'»- 
viles  de  Rivera,  decía:  «  Rivera  es  el  que  considerando 
extrechos  los  límites  del  Estado  Oriental  para  dar  des- 
ahogo á  sus  crímenes,  extiende  sus  miradas  ambiciosas 
sobre  el  suelo  entrerriano,  y  seduciendo  la  sencillez  del 
jefe  de  los  correntinos,  pretende  con  los  parricidas  uni- 


(• )  Véase  La  Gacela  Mercantil  Aq  maiv.o  de  183Q. 


—    ()*:)    — 

tarios  prolongar  hasta  nuestra  patria  la  odrosa  cadena 
de  sus  maldades.  Un  día  de  gloria  os  espera.  Son  muy 
cortos  los  momentos  c|ue  faltan  para  que  ese  hombre 
perverso  y  todos  sus  prosélitos  reciban  su  merecido  cas- 
tigo. » 

El  30  de  marzo  campó  Echagüe  en  el  arroyo  Basualdo 
y  el  31  continuó  el  ejército  su  marcha  en  tres  colum- 
nas paralelas:  la  de  la  derecha  al  mando  del  general  Ur- 
([uiza,  la  del  centro  al  del  general  Servando  Gómez,  y 
la  de  la  izquierda  á  las  inmediatas  órdenes  del  general 
en  jefe.  Á  poca  distancia  las  avanzadas  descubrieron 
fuerza  enemiga.  Echagüe  destacó  sobre  ésta  una  parte 
de  su  vanguardia,  y  la  obligó  á  replegarse  hacia  el 
grueso  del  ejército  de  Berón  de  Astrada  que  se  hallaba 
á  poco  más  de  dos  leguas  de  distancia,  y  en  número 
de  cuatro  mil  (juinientos  soldados  de  las  tres  armas. 
Cuando  éste  se  hubo  avistado.  Echagüe  dispuso  el  or- 
den de  Itatalla  ordenando  á  los  generales  ürquiza  y  Gó- 
mez que  conservasen  la  colocación  que  traían  en  su 
marcha,  y  que  guiasen  sus  movimientos  en  el  acto  de 
la  carga  por  el  que  verificase  la  izquierda.  Echagüe  tomó 
en  efecto  la  iniciativa  en  el  ataque;  sus  dos  gene- 
rales lo  siguieron :  y  la  caballería  de  Berón  fué  acuchi- 
llada y  puesta  en  dispersión,  mientras  su  infantería 
era  también  cargada  por  la  entrerriana,  batida  y  envuelta 
completamente  por  la  caballería  dueña  del  campo  de 
l)atalla.  La  matanza  que  sobrevino  entonces  fué  horri- 
ble. Más  de  ochocientos  cadá,veres  quedaron  en  el  campo 
de  Pago  Largo,  y  entre  ellos  el  del  mismo  Berón  de 
Astrada,  que  en  lo  más  recio  del  entrevero  hacía  una 
resistencia  desesperada  con  un  puñado  de  los  suyos. 
Además,  quedaron  en  poder  de  Echagüe  cuatrocientos 
cincuenta  prisioneros,  gran  cantidad  de  armamento,  seis 


—  70  — 

carros  de  municiones,  como  cuatro  mil  caballos  y  todo 
lo  perteneciente  al  ejército  de  Corrientes.  (') 

Corrientes  entró  nuevamente  en  el  movimiento  que 
seguían  las  demás  provincias  argentinas.  El  gobierno 
argentino,  fundándose  en  los  argumentos  que  le  propor- 
cionaban sus  enemigos,  decretó  una  medalla  para  los 
vencedores  en  Pago  Largo,  en  atención  á  que  esta  vic- 
toria «ha  restablecido  en  la  provincia  de  Corrientes  la 
libertad  usurpada  por  la  más  absurda  traición;  la  ha 
restituido  d  la  Confederación  Argentina,  de  que  había  sido 
desmembrada  violentamente,  y  ha  trastornado  los  i)lanes 
de  conquista,  de  agresión  y  de  auarquía,  combinados  con 
el  funesto  caudillo  de  la  República  Oriental  en  vergon- 
zosa alianza  con  los  agentes  franceses».  Á  este  decreto 
se  siguió  otro  por  el  que  se  concedía  amnistía  á  todos 
los  emigrados  que  «no  hubiesen  tomado  parte  en  las  in- 
vasiones, en  la  rebelión  de  Rivera,  en  las  injustas  hos- 
tilidades de  los  agentes  franceses,  ni  en  la  guerra  contra 
Santa  Cruz. » 

Rivera  había  permanecido  entretanto  en  la  más  com- 
pleta inacción.  Ninguna  operación  había  emprendido 
después  de  su  declaración  de  guerra.  Los  agentes  de 
Francia  le  habían  proporcionado  los  recursos  necesarios 
para  moverse,  cuando  él  les  manifestó  que  su  objeto  in- 
mediato era  pasar  el  Uruguay  para  combinar  su  campaña 
con  el  gobernador  de  Corrientes ;  pero  había  trascurrido 
el  mes  de  marzo,  había  tenido  lugar  la  batalla  de  Pago 
Largo,  y  hasta  íines  de  abril  no  había  efectuado  más 
movimiento  que  el  de  trasladarse  del  Miguelete  al  Du- 
razno donde  tenía  reunidos   cerca  de   dos  mil  hombres. 

Verdad  es  que  ni  los  recursos  que  le  dieron  los  agen- 


(M  Parte  oficial  de    Echagüe  á  Rozas,  y  notas    correlativas  pu- 
blicadas en  La  Gaceta  Mercantil  del  27  de  abril  de  1839. 


—  71  — 

tes  de  P'raiu'ia,  ni  los  que  provenían  del  erario  público 
le  bastaban  al  general  Rivera;  habituado  como  estaba  á 
derrochar  caudales  aplicándolos  á  objetos  extraños.  Esto 
era  proverbial  en  él.  El  desorden  lo  acompañaba  donde 
-quiera  que  iba  y  por  difícil  que  fuere  la  situación.  Así. 
no  era  extraño  que  hubiese  dejado  completamente  ex- 
liausto  el  tesoro  público  y  comprometidas  las  rentas  del 
Estado  en  equipar  su  ejército,  que  no  podía  moverse  sin 
embargo.  Su  ministro  Ellauri  le  escribía  á  mediados  de 
febrero:  «Los  arbitrios  ordinarios  y  extraordinarios  de 
estos  cuatro  meses  pasados  ya  fueron  insumidos,  y  nos 
encontramos  á  más  con  un  cúmulo  de  letras  importantes 
más  de  ochocientos  mil  pesos  y  pagaderas  dentro  del 
corriente  año  (1830),»  (^)  Esto  era  letra  muerta  para 
Rivera  que  giraba  contra  el  gobierno  y  contra  los  par- 
ticulares comprometidos  en  su  causa,  bien  que  estoí) 
últimos  aprovechaban  de  las  ventajas  pecuniarias.  En- 
contrábase en  este  caso  don  Blas  Despouy,  el  mismo  que 
reclamaba  perjuicios  del  gobierno  de  Buenos  Aires  y  que 
servía  de  intermediario  entre  Rivera  y  los  agentes  de 
Francia.  «Creo  muy  del  caso,  le  escribía  Despouy,  in- 
formarle del  triste  estado  de  mis  recursos  en  el  día,  para 
que  se  convenza  que  tiene  un  amigo  pero  pobre...  Pero 
tengo  á  su  disposición  treinta  y  cuatro  mil  pesos  plata 
en  letras  de  este  gobierno  (el  de  Montevideo),  que  ven- 
cen en  todo  el  próximo  año  y  que  provienen  diez  y  seis 
mil  que  me  mandó  dar  V.  E . . .  otros  diez  y  seis  mil  de 
un  expediente...  V.  E.  puede  hacerme  dar  otros  docu- 
mentos y  de  plazos  más  cortos,  y  disponer  de  esa  can- 
tidad ...»  ('-) 


(')  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(-)  Manusc.  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.  )Corrf)ho- 
rando  la  afirmación  de  Despouy,  El  Defensor  de  la  Independencia  \)\x- 
blicó  (noviembre  de  1847)  algunos  cientos  de  órdenes  originales  de  Ri- 


Kl  iiiisiiKi  Dcspoiiy.  (|iic  ;i  íiier  de  liiieu  iie«4oc¡aiite, 
no  descuidaba  los  objetos  áv  su  coniisiiui.  urgíale  á  Ri- 
vera que  abriese  sus  operaciones  pasando  el  ITruguay. 
y  le  nuiuifestaba  la  mala  impresión  (|ue  babíales  can- 
sado li  los  agentes  de  Francia  la  declaracicni  (jue  hiciera 
el  ministro  Muñoz  delante  de  varios  amigos,  de  (pie 
Rivera  no  e\{)edicionaría  al  Entre  Rios  })orque  carecía  de 
elementos  })ara  ello.  Y  refiriéndose  á  una  conferencia  que 
tuvo  con  el  cónsul  Mr.  de  Martigny  y  al  temor  que 
ambos  abrigaban  de  que  tan  luego  como  se  ausentase 
Mr.  Roger,  Rozas  aceptase  las  condiciones  del  ultimátum 
y  los  agentes  de  Francia  «  C(ni  repugnancia  y  senti- 
miento levantasen  el  bloqueo».  Despouy  le  escribía  á 
mediados  de  abril :  «  Mr.  de  Martigny  y  el  almirante 
desean  que  V.  E.  precipite  sus  marchas,  porque  están 
muy  empeñados  en  favorecer  su  causa  antes  de  que  suceda 
lo  que  he  indicado:  y  le  puedo  asegurar  que  tan  luego 
como  V.  E.  se  ponga  del  otro  lado  del  Uruguay,  le  ayu- 
darán con  sus  fuerzas  por  mar  y  por  tierra;  ])ero  nada, 
nada  harán  de  provecho,  mientras  no  se  lance  decidi- 
damente al  Entre  Ríos.»  (  ' ) 


vera,  Víi8(|uez,  etcétera,  por  cantuladesdodincrocn  lavor  de  determi- 
nados individuos,  á  titulo  gratuito  ó  por  motivos  extraños  al  ser- 
vicio del  Estado.  Véase  esta  orden,  poi'  ejemplo:  <■  El  general  en 
jefe,  debiendo  amortizar  la  deuda  contraída  durante  la  campaña  (|ue 
lia  concluido,  oi'(l(>na  se  le  entreguen  :i5.0(¥»  pesos  á  don  Antonio 
l'aiva  de  Yasconcellos.  por  igual  cantidad  (|ue  (MI  dinero  y  artículos 
sunnnistró  al  ejército  (noviembre  ¿7  de  l<S38).n  El  mencionado  diario 
agrega:  «No  sabemos  quien  es  ese  señor  Yasconcellos  á  quien  se  supone 
lirestamista  de  esa  cantidad  á  Rivera,  cuando  éste  andaba  derrotado 
en  la  ])rovincia  limítrofe. »  Esta  otra:  «Montevideo,  enero  31  de 
1839.  Siendo  acreedor  don  Antonio  Rodriguez  de  Souza  de  la  can- 
tidad de  riO.OOO  pesos  que  suministró  al  ejército  constitucional,  S.  E. 
el  general  en  jefe  lia  ordenado  se  le  abonen. » «No conocemos,  agrega 
El  Defensor,  la  persona  cuyo  nombre  se  ha  invocado  para  pretextar 
este  robo...'>  Véase  estas  órdenes  trascriptas  «mi  La  Gacela  Mer- 
cantil del  2,  3,  4  y  7  de  noviembi-e  de  '847 
(')  Manuscrito  original  en  mi  ai-chivo.  (Véase  el  apéndice.) 


Haciéndose  cariío  de  esta  aiiieiia/a.  (jiie  á  realizarse 
lo  arruinaría  completamente,  pues  no  contaba  con  ele- 
mentos ni  aun  para  hacer  frente  al  ejército  de  Kcliagüe, 
Rivera  le  respondi(3  á  Despony  que  invadiría  Entre  Rios 
tan  lueoo  como  los  agentes  de  Francia  le  declarasen  la 
guerra  á  Rozas.  Es  claro  que  esto  era  una  excepción 
dilatoria.  Despouy  la  tomó  al  vuelo  en  estos  términos: 
«  Pero,  Excmo.  señor,  todo  esto  se  trataría  sin  duda  cuando 
se  pensó  en  declarar  la  guerra  para  hacerla,  ó  al  menos 
para  poner  en  acción  algunos  medios  que  indicasen 
cjue  se  tenía  voluntad  de  hacerla,  y  entonces  la  decla- 
ratoria de  los  agentes  franceses  que  reclama  V.  E.  hu- 
biera quizá  producido  algún  efecto.  Pero  desde  que  todo 
el  mundo  ha  visto  que  la  declaración  de  guerra  de  V.  E. 
ha  sido  precisamente  como  la  señal  dada  para  licenciar 
sus  fuerzas;  desde  que  se  ha  visto  el  desamparo  casi 
total  de  la  costa  del  Uruguay,  y  en  términos  de  no  ha- 
ber podido  disponer  el  coronel  Núñez  sino  de  cien 
hombres  escasos  en  un  lance  preciso,  y  cuando  parece 
haberse  hecho  un  empeño  en  estacionar  el  resto  de  sus 
tropas  á  una  distancia  que  permitía  á  sus  enemigos  el 
])oder  maniobrar  á  bocha  libre  contra  sus  aliados  los 
(•orrentinos.  como  lo  han  verificado,  ¿no  sería  ahora  la 
declaratoria  que  V.  E.  solicita,  un  motivo  de  risa  uni- 
versal, y  que  no  causaría  más  efecto  que  poner  á  los 
agentes  franceses  en  ridículo  gratuitamente?  »  (') 

Lo  positivo  es  que  Rivera  había  buscado  la  paz  con 
el  gobierno  argentino.  Inició  esta  negociación  por  medio 
de  don  Antonio  Susso  y  la  trabajaba  á  la  sazón  su 
ministro  Muñoz,  quien  se  entendía  con  el  agente  de  la 
Gran  Bretaña.  Y  esto  no  podían  imaginarlo  los  agentes 
de  Francia,  como  ({uiera    que   estuviesen  penetrados  de 

( » )  Ib.  ib.  ib. 


—  74  — 

que  Rozas  no  le  cedería  en  lo  mínimo  il  Ilivera.  cuando 
no  les  cedía  á  ellos  á  pesar  de  la  hostilidades  y  de  la 
fuerza  de  que  hacían  alarde.  Con  el  ohjeto  de  acelerar 
personalmente  la  negociación  de  paz.  Rivera  bajó  á 
Montevideo  á  mediados  de  junio,  y  empezó  á  tocar  en 
ese  sentido  á  algunos  amigos  y  jefes  que  militaban  en 
illas  opuestas  á  las  de  él.  En  una  de  sus  cartas  al  ge- 
neral Lavalleja  le  decía:  «Á  mi  arribo  aquí  hablé  á  mi 
comadre,  á  Barreiro  y  á  otros  amigos,  y  ella  y  Miguel 
le  escriben  á  V.  Miguel  está  resuelto  á  ver  á  V.,  pero 
es  preciso  ({ue  V.  le  diga  si  puede  ó  no  hacerlo.  No 
marcha  porque  ignoramos  cómo  es  el  estado  de  relacio- 
nes de  V.  con  esos  jefes  de  Rozas.  Sirva  á  V.  de  go- 
bierno que  nosotros  no  estamos  distantes  de  entrar  en 
negociaciones  de  paz  con  el  gobernador  Rozas  toda  vez 
que  ella  sea  por  términos  razonables...»  (')  Lavalleja  adjun- 
to esta  carta  al  general  Echagüe,  gobernador  de  E^ntre 
Ríos,  con  las  siguientes  líneas:  «El  facineroso  Rivera 
me  ha  vuelto  á  escribir  la  carta  que  adjunto  á  V.  E.: 
creo  que  este  pardejón  está  por  volverse  loco.  Fíjese 
V.  E.  en  el  responso  que  le  hace  al  salvaje  Cúllen  des- 
pués que  por  su  culpa  ha  tenido  el  fin  que  ha  recibido.» 
Don  Domingo  Cúllen  era,  en  efecto,  el  que  les  había 
sugerido  á  los  agentes  franceses  la  idea  de  levantar  el  blo- 
queo parcialmente  en  cada  provincia  cuyo  gobierno  se 
declarase  desligado  del  que  ejercía  Rozas.  En  este  sentido 
inclinó  la  voluntad  de  López  para  que  Santa  Fe  se  uniera 
al  movimiento  de  Corrientes  que  él  venía  trabajando  de 
consuno  con  Rivera,  en  esa  y  otras  provincias.  Así  Rivera 
le  escribía  á  íines  de  enero  (1839):  «Lnporta  que  V.  se  pon- 
ga de  acuerdo  con  los  gobiernos  de  todas  las  provincias  ar- 
gentinas que  estén  dispuestas  ásucudir  el  yugo  que  les  ha 

( ' )  Manuscrito  testimonial  en  mi    archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  I'J  — 


puesto  un  tirano  astuto  y  falaz.  Supongo  que  V.  habrá  re- 
cibido mis  anteriores  que  le  remitió  nuestro  común  amigo 
don  Blas  Despouy,  y  que  á  más  V.  habrá  tenido  noticias 
mías  por  el  gobierno  de  Corrientes.  Mucho  convendrá  que 
yo  reciba  sus  cartas  circunstanciadas  para  que  me  sirvan 
de  guía,  y  poder  por  este  medio  desenvolver  mi  plan  y 
operaciones  consiguientes;  así  es  que  no  omita  V.  cosa  al- 
guna de  importancia,  muy  especialmente  de  sus  relaciones 
y  disposiciones  con  los  gobiernos  del  interior  con  quienes 
es  menester  ponernos  de  acuerdo...»  (M  Cuando  fracasó  el 
movimiento  revolucionario  que  Cúllen  y  sus  amigos  hicie- 
ron estallar  en  Córdoba  (')<  adonde  se  había  retirado  des- 
pués de  su  derrota  en  Santa  Fe,  como  ya  se  ha  visto, 
pasó  á  Santiago  del  Estero  donde  empezó  á  trabajar  el 
ánimo  de  Ibarra  en  favor  de  la  causa  de  los  extranjeros. 
Después  de  larga  correspondencia  entre  Rozas  y  don  Adeo- 
dato  de  Gondra,  ministro  de  Ibarra,  sobre  la  permanencia 
de  Cúllen  en  esa  provincia,  el  primero  exigió  que  le  fuere 
remitida  la  persona  de  este  último.  Ibarra  lo  remitió  con 
una  barra  de  grillos  y  Cúllen  fué  fusilado  de  orden  de 
Rozas  en  el  Arroyo  del  Medio  el  día  22  de  junio.  He 
aquí  cómo  Rivera  comentaba  este  acto  en  su  carta  á 
Lavalleja  y  á  que  éste  se  refería:  «qué  dice  usted  del 
fin  de  Cúllen  después  de  tanta  bulla !  qué  malo  es  meterse 
en  tierra  ajena  á  querer  figurar!  Mejor  le  habría  estado 
á  aquel  pobre  diablo  haberse  quedado  en  Lanzarote  co- 
miendo papas  y  no  venirse  á  América  á  ser  ejecutado. »  (■') 
Tal  era  la  disposición  de  ánimo  en  que  se  encontraba 
Rivera  á  fines  de  junio  de  1839;  contrastando  con  la 
que  manifestaban  sus  aliados.    Se  ha  visto  cómo  había 


(  * )  Se  publicó  en  La  Gaceta  Mercantil  del  10  de  abril  de  18.3Í). 
\-)  Véase  la  nota  del  j¡;obei'n;»doi'  de  Córdoba  á   Rozas,    publi- 
cada en  La  Gaceta  Mercantil  del  9  de  abril  de  1839. 
(■^)     Véase  el  apéndice. 


actiindo  la  ('otnlsió)t,  .\r(j('titi/i<i  ^\('  MoiitL'xidt'o  desde  prin- 
cipios del  afio  anterior  para  aproximar  á  Rivera  con  los 
algentes  de  Francia  y  á  ambos  con  el  gobierno  de  Co- 
rrientes jiasta  arrebujar  deíinitivamente  la  alianza  sobre 
la  base  de  bacerle  la  ^i^nerra  ;i  Rozas,  Con  este  objeto 
la  comisifui  ari^entina  solicit('>  y  o])tnvo  la  })rotección  y 
aynda  sin  reserva  de  los  agentes  de  Francia.  Pero  el 
Tínico  jefe  que.  en  sentir  de  dicha  comisión.  ])odía  reunir 
bajo  sus  banderas  <'i  los  emigrados  unitarios,  era  el 
general  Lavalle.  Para  invitar  á  este  jefe  á  tal  cruzada 
se  dirigió  á  Mercedes  el  doctoi-  Florencio  Várela. 

Es  digno  de  notarse  que  dos  de  los  miembros  que 
llevaban  la  dirección  de  la  comisión  argentina  —  Várela  y 
Del  Carril  —  habían  comprometido  opiniones  opuestísi- 
mas  á  la  intromisiíui  de  poderes  extranjeros  en  las  cues- 
tiones de  su  país;  ó  más  propiamente,  habían  sostenido 
la  única  doctrina  racional  ante  el  patriotismo  y  el  honor, 
Al  propiciarse  el  auxilio  material  de  los  agentes  de  Fran- 
cia y  unirse  á  éstos  contra  el  gobierno  de  su  país,  ó 
daban  muestras  de  un  desequilibrio  político  inconcebi- 
ble, ó  hacían  gala  de  una  inconsecuencia  que,  en  punto 
semejante,  llegaba  al  extravío  inaudito.  Don  Florencio 
Várela,  combatiemlo  la  intromisión  del  agente  francés 
en  los  días  del  gobierno  revolucionario  del  general  La- 
valle,  había  escrito  en  1S20:  a  El  hecho  de  suponer  que 
un  gobierno  pueda  perniUir  á  los  extranjeros  que  tomen 
parte  en  los  negocios  domésticos,  es  un  insulto  á  su  patrio- 
tismo y  buoñ  Juicio.})  (')  Don  Salvador  del  Carril,  refi- 
riéndose á  la  revolución  de  Lavalleja  que  algunos 
argentinos  ayudaron,  le  había  escrito  á  Rivera  en  1833: 
"  V.  E.  ha  quebrantado  en  manos  de  los  rebeldes  el  ins- 
trumento más   ominoso  de  que  puede  servirse  la  anarquía 

(M    Véase  El  Tiempo,  núni.  'X\v). 


para  desorganizar  iin  Estado:  el  e.rtranjero.»  ('j  El  gene- 
ral Lavalle  era  tan  radical  al  respecto.  Después  del  asalto 
á  la  isla  de  Martín  García  había  declarado  que  el  honor 
argentino  era  sostenido  por  los  soldados  de  Rozas  que 
resistieron  esa  agresión  de  Rivera  y  de  las  faerzas  de 
Francia:  que  unirse  con  los  franceses  y  con  Rivera  para 
llevar  la  guerra  ala  Confederaciini  Argentina  «ívyí  tras- 
tornar las  leyes  eternas  del  patriotis)no,  del  honor  y  del 
buen  sentido » :  y  que  si  llegaba  el  caso  de  que  tal  guerra 
fuese  así  llevada  «entonres  él  haría  su  deber».  Era  fácil 
presumir  que  rechazaría  la  sugestión  de  ponerse  al 
frente  de  los  emigrados  para  entrar  en  unión  con  los 
franceses,  en  una  guerra  que  debían  costear  los  agentes 
de  P^rancia  y  que  no  la  costearían  indudablemente  sin 
provecho  para  la  nación  que  representaban. 

Era  el  doctor  Florencio  Várela  un  hombre  distinguido 
en  toda  la  acepción  de  la  palabra.  Encuadrado  en  esa 
elegancia  rígida  de  los  hombres  de  la  Restauración  en 
Francia,  cuyos  ejemplares  eran  Chateaubriand  y  La- 
martine, había  realizado  un  voto  de  su  espíritu  figurando 
con  brillo  como  literato  de  la  escuela  clásica:  que  lle- 
gó á  traducir  á  Horacio  en  límpido  verso  castellano.  Las 
corrientes  de  la  política  revolucionaria  lo  envolvieron 
cuando  su  mente  acariciaba  ideales  de  bonanza  que 
prometieron  los  progenitores  de  la  patria:  y  en  este 
campo  de  la  acción  sedujéronlo  horizontes  engañosos, 
que  si  bien  popularizaron  su  nombre,  nada  añadieron 
á  su  reputación.  En  este  terreno  lució  dotes  poco  co- 
munes. Periodista  que  educaba  y  apasionaba  á  las  ve- 
ces, por  la  forma  elegante  y  por  la  exposición  metódica 
y  calculada  de  la  doctrina :  político  hábil,  pero  sometido 
al  rigorismo  formulista  de  la  escuela  de  Rivadavia.  que 

(' )    rai'ta  (le  15  <le  .jimio  de  1833.  Manase,  origúiial  en  mi  archivo. 


—  78  — 

él  y  sus  amigos  interpretaban  con  arreglo  á  las  exi- 
gencias de  la  nueva  época  en  que  les  tocaba  actuar  en 
primera  línea:  orador  fácil,  más  persuasivo  que  bri- 
llante, pero  siempre  tranquilo  y  dueño  de  sí,  como  que 
obedecía  á  las  inclinaciones  de  su  carácter  manso ;  si 
bien  traspiraba  cierta  vanidad  por  los  méritos  que  no 
sin  razrjn  él  mismo  se  atribuía,  y  sabía  distanciarse 
convenientemente  de  las  demás  personas,  encerrándose 
en  una  especie  de  frialdad  severa,  á  las  veces  sobre  un  pe- 
destal de  superioridad  desde  el  cual  contemplaba  con 
desdén  los  liombres  y  las  cosas  que  no  le  tocaban  muy 
de  cerca,  ó  aunque  le  tocasen;  el  doctor  Várela  era  en 
1839  un  ilustrado  talento,  fundido  en  el  molde  de 
los  hombres  de  estado  de  182G  en  Buenos  Aires ;  un 
político  doc^.rinario,  que  así  podía  iluminar  las  cuestio- 
nes de  gobierno  en  el  seno  del  gabinete,  como  debatir- 
las con  éxito  en  el  parlamento  y  en  la  prensa.  Bajo 
los  triunviratos  de  1812  habría  caído  con  éstos;  bajo 
Pueyrredón  habría  pertenecido  al  partido  de  los  políti- 
cos; bajo  Rivadavia  habría  sido,  á  tener  más  edad,  el 
alter  ego  de  éste;  bajo  Rozas  era  unitario,  y  lo  peor 
era  que  seguía  siéndolo  por  convicción  en  Montevideo; 
y  á  haber  sobrevivido  al  derrocamiento  de  Rozas  habría 
sido  lo  que  fué  don  Valentín  Alsina,  con  quien  tenía 
muchos  puntos  de  contacto,  además  del  parecido  de  la 
escuela  que  con  tanta  exactitud  ha  descrito  Sarmiento 
en  su  Facundo. 

Sólíj  un  hombre  como  el  doctor  Várela,  que  á  sus 
condiciones  personales  reunía  el  ascendiente  que  le  creó 
la  participación  principal  que  tuvo  en  los  sucesos  que 
comenzaron  el  año  1828  con  el  fusilamiento  del  gober- 
nador de  Buenos  Aires,  podía  reducir  al  general  Lava- 
lle  después  de  las  elocuentes  declaraciones  con  que  éste 
acababa  de  fustigar  los  extremos  á  que  querían  condu- 


—  79  — 

cirio.  Y  lo  cierto  es  que  el  doctor  Várela  lo  redujo. 
Le  habló  de  sus  relaciones  íatimas  con  los  agentes  fran- 
ceses; de  las  conferencias  que  con  éstos  había  celebrado 
á  propósito  del  asunto  á  resolverse;  de  las  seguridades 
que  le  habían  dado  de  que  ellos  no  tenían  miras  de 
conquista  en  la  República  Argentina,  y  que  ratificarían 
en  presencia  del  mismo  general  Lavalle;  de  la  indis- 
pensable necesidad  del  apoyo  de  los  franceses  para  derro- 
car á  Rozas  á  fin  de  reconstituir  el  país;  de  la  posición 
comprometida  y  violenta  en  que,  caso  de  no  aceptar 
esta  unión  y  este  apoyo,  se  encontraría  el  general  Lava- 
lle desde  el  momento  en  que  toda  la  emigración  se 
pusiese  en  armas,  y  él  permaneciese  en  la  inacción  en 
Mercedes  ó  en  cualquier  otro  punto,  como  blanco  de 
la  maledicencia  que  estimularía  Rozas,  haciéndolo  apa- 
recer quizá  á  los  ojos  de  sus  conciudadanos  desligado 
de  los  deberes  que  le  imponía  su  partido  en  esos  momen- 
tos de  sacrificios  y  de  prueba,  y  á  los  cuales  él  debía 
consagrarse,  porque  así  se  lo  exigían  sus  antecedentes 
y  su  propio  honor  de  jefe  militar  del  partido  caído  en 
LS29,  etcétera,  etcétera.  Después  de  tres  días  de  confe- 
rencias el  doctor  Várela  pudo  vencer  los  escrúpulos  pa- 
trióticos del  general  Lavalle,  y  quedó  convenido  en  que 
éste  se  trasladaría  inmediatamente  á  Montevideo  para 
ponerse  al  frente  de  los  emigrados  argentinos. 

Pero  la  personalidad  del  general  Lavalle  inspiraba 
amargos  celos  al  general  Rivera.  Esto  no  se  le  ocultaba 
á  la  comisión  argentina,  como  tampoco  el  que  estos 
celos  podían  ser  fatales  si  no  se  le  hacía  entender  desde 
luego  al  caudillo  oriental  que  el  jefe  argentino  y  la 
emigración  se  pondrían  bajo  sus  órdenes.  En  este  sen- 
tido los  miembros  de  la  comisión  argentina,  el  doctor 
Andrés  Lamas  y  varios  de  sus  principales  amigos,  le 
escribieron    encareciéndole   la   necesidad    de    a5aidar    la 


—  so  — 

empresa  de  Lavallc  el  cual  se  le  iiicorpurai'ía  con  todos 
los  elementos  argentinos  que  podía  reunir.  ((Con  la 
simple  seguridad  que  V.  tuvo  la  bondad  de  darme  en 
su  carta,  de  recibir  al  general  Lavalle  como  un  amigo 
y  compañeríj.  este  jefe  se  ha  determinado  á  i)restar  sus 
servicios,  le  escribía  el  doctor  Várela  á  Rivera  en  l(i 
de  marzo.  Me  importa  también,  por  motivos  que  hay 
para  ello,  que  V.  sepa  que  cualesquiera  personas  que 
hayan  tomado  el  nombre  del  general  Lavalle  para  hacer 
reuniones  ú  otros  })asos  públicos,  antes  de  mi  salida 
de  Mercedes,  lo  han  liecho  sin  su  noticia  y  sin  su  cono- 
cimiento.» (') 

Y  como  Rivera  se  limitara  á  hacer  explicaciones  de 
detalle  sin  aceptar  de  lleno  el  ofrecimiento,  el  doctor 
Várela  le  volvió  á  escribir  el  22  en  los  términos  siguien- 
tes: «  ...Soy  amigo  de  V.,  sincero  amigo  del  general  Lava- 
lle. y  lamento  la  desgracia  que  tiene  diseminados  dos 
hombres  ({ue,  juntos,  serían  el  terror  de  nuestros  ene- 
migos. La  irresistible  fuerza  de  los  sucesos  hace  que 
la  emigración  argentina  no  se  mueva  sino  ve  á  su  lado 
el  hombre  con  quien  antes  sirvió;  y  me  desespero  de 
ver  perdidos  elementos  que  serán  poderosos  contra  el 
enemigo  conii'in...  Yo.  mis  amigos,  mis  compatriotas,  le 
rogamos  que  vea  algún  modo  de  arreglar  los  obstácu- 
los que  nos  cercan.  Los  emigrados,  mi  querido  general, 
son  muchos,  son  amigos  cordiales  de  V.  y  entretanto 
apenas  tiene  V.  ahí  cuarenta  ó  cincuenta.  No  lo  extrañe 
V.,  general,  no  se  queje:  considere  V.  la  situación  de 
esos  emigrados,  sus  afecciones  invencibles,  sus  antece- 
dentes, y  no  condenará  el  sentimiento  que  hace  que  los 
emigrados  busquen  en  sus  fílas  al  general  Lavalle.  Por 
lo  que   hace  á  éste,  empeño  á  V.   mi  honor,  general,  para 

(')  Manusci'ití»  orifrinal  en  mi  at'cliivo.  (Vóasc  ol  apéndice.) 


—  81  — 

asegurarle  que  rechaza  con  indignación  toda  idea  Cjue 
no  sea  de  disciplina  y  de  orden;  C[ue  en  él  hallará  V. 
el  mismo  hombre  que  le  servio  y  defendi().  sin  los 
inconvenientes  que  trageron  el  desabrimiento  que  hoy 
los  tienen  á  VV.  divididos.  No  desprecie  V..  general,  á 
un  hombre  útil  y  que  reunirá  consigo  muchos  otros...))  (/) 

Por  conducente  que  fuere  este  arbitrio  de  la  comi- 
si(3n  argentina,  el  hecho  es  que  se  proponía  en  términos 
desdorosos  para  el  general  Lavalle,  á  quien  se  le  hacía 
aparecer  como  un  postulante  humillado  ante  el  caudillo 
que  dominaba  en  el  Estado  Oriental  merced  al  apoyo  y 
á  la  influencia  de  las  armas  de  Francia.  Verdad  es  que 
esto  debía  de  ser  lo  menos  para  los  hombres  que  consuma- 
ban la  traiciíjn  á  la  patria,  según  clasificaba  el  mismo  ge- 
neral Lavalle  el  hecho  de  unirse  á  franceses  y  orientales 
para  llevar  la  guerra  á  la  Confederación  Argentina.  To- 
davía la  comisión  argentina  consiguió  que  el  general 
Lavalle  le  dirigiese  á  Rivera  su  carta  de  5  de  abril  en 
la  que  le  manifestaba  que  «  habiendo  reunido  á  los  emi- 
grados se  ponía  á  sus  órdenes  y  que  esperaba  se  las  co- 
muuicara». 

Piivera  se  dio  el  placer  de  desairarlo  en  su  respuesta 
del  18  de  abril ;  pues  no  solamente  no  le  aceptó  sus 
servicios,  sino  que  le  manifestó  que  «  podía  detenerse 
en  Montevideo  todo  el  tiempo  que  conceptuara  necesa- 
rio». Esta  conducta,  que  á  primera  vista  desdecía  de 
los  compromisos  entre  Rivera,  los  agentes  de  Francia  y 
la  comisión  argentina,  se  explica  sabiendo  que  Rivera 
acariciaba  su  proyecto  de  paz  con  Rozas,  la  cual  se  ha- 
ría imposible  si  él  favorecía  la  empresa  de  Lavalle. 
Cuando  á  principios  de  junio  los  agentes  i-ngleses  le 
dieron    esperanzas   de  que   la   paz    se   haría,    él  bajó  á 


' )  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 

TOMO  III.  6 


—  8'2  — 

Montevideo,  como  queda  dicho,  decidido  ,i  cruzar  aque- 
lla empresa. 

En  estas  circunstancias  Lavalle  concluía  sus  apres- 
tos para  ponerse  en  campaña  al  frente  de  los  emigrados 
argentinos,  ([ue  en  número  de  160  campaban  en  la 
falda  del  cerro  de  Montevideo.  La  diíicultad  para  Rivera 
consistía  en  que  no  podía  impedir  de  un  modo  público 
y  notorio  que  los  expedicionarios  unitarios  saliesen  de 
Montevideo,  porque  tenía  serios  compromisos  al  respecto, 
no  ya  con  la  comisión  argentina,  sino  con  los  agentes 
de  Francia  cuya  ayuda  le  era  indispensable  mientras 
tanto.  En  tal  disyuntiva  le  ordenó  al  intendente  de 
policía,  que  lo  era  don  Luis  Lamas,  que  en  la  noche 
del  1°.  de  julio  disolviese  y  desarmase  la  fuerza  expedi- 
cionaria é  impidiese  la  salida  de  Lavalle;  reservándose 
para  sí  la  tarea,  ante  los  agentes  de  Francia,  de  moti- 
var esta  medida  en  la  necesidad  de  conservar  la  unidad 
de  acción  de  los  elementos  contra  Rozas. 

El  intendente  de  policía,  movido  por  su  hijo  el  doc- 
tor Andrés  Lamas  y  los  miembros  de  la  comisión  ar- 
gentina, pudo  postergar  el  cumplimiento  de  tal  orden 
hasta  la  noche  siguiente,  representándole  á  Rivera  la 
conveniencia  de  reconcentrar  i)reviamente  las  fuerzas  de 
policía  para  el  caso  de  que  Lavalle  resistiese.  En  el  ínter 
Lamas  y  la  comisión  argentina  concertaron  con  los 
agentes  de  Francia  el  embarque  de  la  fuerza  expe- 
dicionaria y  la  salida  de  Lavalle.  En  la  mañana  del  2 
de  julio  los  expedicionarios  se  embarcaron  por  el  sala- 
dero de  Lafone  en  la  goleta  Libertad,  y  pocas  horas 
después  el  general  Lavalle  vestido  con  su  uniforme  de 
campaña,  y  llevando  en  el  sombrero  una  divisa  blanca 
y  celeste  con  el  lema  de  Libertad  ó  muerte^  entraba  con 
sus  ayudantes  en  el  consulado  francés  donde  le  espe- 
raban los  señores  Leblanc,  Martigny  y  Baradére,  y  con 


—  8;;  — 

quienes  salió  á  reunirse  con  los  expedicionarios,  á  quie- 
nes condujo  á  la  isla  de  Martín  García.  Rivera  uiani- 
festó  su  despecho  por  algunos  actos  públicos,  como  el 
de  encausar  á  Lamas  y  al  capitán  del  puerto ;  pero  la 
cosa  no  tuvo  mayor  consecuencia  que  la  de  que  algu- 
nos días  después  el  mismo  Rivera  se  declaró  decidido 
cooperador  de  la  empresa  de  Lavalle. 

Esto  tuvo  lugar  cuando  ya  no  le  quedaba  otro  par 
tido  que  tomar;  en  circunstancias  en  que  Rozas  había 
rechazado  con  des})recio  las  proposiciones  de  paz  que  le 
sometió;  y  en  que  el  ejército  argentino  á  las  órdenes  de 
Echagüe  había  pasado  el  Uruguay.  Así  lo  comunic() 
Rozas  á  los  gobernadores  de  provincia.  En  carta  de  7 
de  agosto  le  escribía  á  Ibarra  que  Rivera  le  había  pro- 
puesto la  paz  sobre  las  bases  de  entregarle  á  los  unita- 
rios emigrados;  declararse  aliado  del  gobierno  argentino 
en  la  cuestión  con  la  Francia;  publicar  una  amnistía  y 
reconocer  á  Oribe  en  su  cargo.  «Yo  le  contesté,  dice 
Rozas,  que  desde  luego  le  ofrecía  la  i)az  bajo  las  con- 
diciones siguientes:  Que  él  saldría  del  continente  ame- 
ricano: que  la  República  Oriental  se  declararía  en  contra 
de  las  pretensiones  de  Francia:  que  la  autoridad  de  Oribe 
sería  repuesta  hasta  que  se  deliberase  libremente:  que 
saldrían  del  territorio  oriental  los  emigrados  argentinos 
que,  ajuicio  de  este  gobierno,  pudiesen  comprometer  por 
sus  miras  anárquicas  la  paz  de  la  Confederación  y  la 
armonía  entre  ambos  Estados.»  (\) 

Y  los  franceses   seguían  su   sistema  de  agresiones  á 


(')  Manusc.  testiin.  en  ini  archivo.  Véase  la  Revista  de  Monte- 
video del  2l)  de  julio  de  1839.  Véase  las  cartas  del  doctor  Agüero  a! 
general  Lavalle,  publicadas  en  las  pág.  232  y  234  de  La  Revolución 
del  39,  por  el  doctor  Carranza;  la  del  doctor  Alberdi  al  general 
Lavalle  q)ag.  251  ib.);  la  del  doctor  Alsina  (pág.  276  il).);  la  de  don 
Félix  Frías  (pág.  273  ib.). 


—  XI  — 

líi  C(»iit"e(ler,ici(')ii  .Vri^eiitiiia.     ('iiaiiilo   I. avalle   se  eiiibaí'- 
caha  paia  Martín  García  con  la  aynda  y  l)ajo  la  protec- 
ción (le  los  agentes  y  marinos  de  Francia,  estos  últimos 
acababan  de  ser  rechazados  en  sus  tentativas  de  desem- 
barco por  las  costas  norte  y  sur  de  Buenos  Aires.  En  los 
primeros  días  de  febrero  el  almirante  Leblanc  lanz(')  sobre 
el  puerto  de  Zarate  una  ilota  de  veinte  barcos  de  poco 
calado,  bien  artillados  y  con  500  hombres.    Todos  los 
([ue  podían  llevar  armas  engrosaron  la  milicia  del  coronel 
Ramos,  jefe  de  ese  punto.     Desi)U('s  de  muclios  prepara- 
tivos de  desembarco,  los  franceses  se  limitaron  á  hacer 
algunos  tiros  de  cañón  y  á  apoderarse  de  las  embarca- 
ciones que  allí  encontraron.     Al  mes  siguiente  se  presen- 
taron   en    el  puerto  de  la  Atalaya,  sobre    el    riacho    de 
la  Magdalena.    Aquí  desembarcaron,  pero  fueron  recha- 
zados á  balazos    por   los    milicianos  del  paraje;   y  en  el 
despecho  de  su  derrota,  incendiaron  algunos  buques   de 
cabotaje.     En  junio  siguiente  pudieron  pisar  tierra  cerca 
del  arroyo  del  Sauce,  pero  fueron  rechazados  por  los  mi- 
licianos del  comandante  Valle,  dejando  algunos  muertos 
y  entre  éstos  al  teniente  Rendón.  (')     Así  era  como  mili- 
cianos mal  armados  humillaban  el  orgullo  de  sus  injus- 
tos agresores,  quienes  no  querían  comprender  que  para 
defender  el  suelo  había  detrás  de  Rozas  un  pueblo  viril 
con  el  cual  deberían  concluir  para  obtener  lo  que  desea- 
ban, lo  mismo  que  habían  exigido  á  cañonazos  en  México 
y  en  Argel,  abusando  de   la  fuerza  para  aparecer  como 
grandes,  como  si  la  verdadera  grandeza  no  excluyese  este 
signo  de  la  antigua  barbarie. 


(')    Parte  del  coronel  Ramos;  ídem  del  mayor  (larmeiidia  y  del 
c-omandante  Valle  al  coronel  Prudencio  de  Rozas. 


CAPITULO  XXXIII 


LA    CONJURACIÓN    DE    MAZA 


(18:i9, 


Sumario:  I.  La  conspiración  en  Buenos  Aires:  conocimientos  que  tenia  Rozas  al  res- 
pecto.— II.  Su  conüdencia  á  Terrero.— III.  La  tertulia  de  Fernández  y  los 
avisos  de  La  Gaceta  Mercantil.. — IV.  La  frase  de  Rezas  al  comandante 
Maza  y  lo  que  sobre  la  conjuración  dice  el  general  Paz. — V.  Los  que  inicia- 
ron la  conjuración:  banquete  de  la  Asociación  Mayo.— VI.  La  fracción 
revolucionaria  de  esta  asociación  y  el  comandante  Maza. — YII.  Elementos  de 
que  Maza  disponía:  los  conjin'ados  se  comunican  con  Lavalle  por  medio  de 
Tejedor. — YIII.  Maza  invita  á  Lavalle  á  que  desembarque  en  Buenos  Aires 
con  banderas  argentinas  solamente:  trabajos  del  doctor  Maza  en  la  legisla- 
tura.— IX.  Plan  general  de  la  conjuración. ^X.  Prisión  del  comandante 
Maza.— XI.  critica  situación  del  doctor  Maza:  Rozas  le  proporciona  los 
medios  para  que  se  ausente  del  pais.— XII.  El  conflicto  del  doctor  Maza. 
XIII.  Terrero  consigue  de  él  que  vayan  á  ver  á  Rozas:  Maza  reacciona  y 
penetra  en  la  casa  de  la  legislatura. — XIV.  El  asesinato  del  doctor  Maza  . 
XV.  Providencias  de  la  legislatura. — XVI.  El  pueblo  en  la  casa  de  la  legis- 
latura: fusilamiento  del  comandante  Maza. — XVII.  La  apreciación  del  ase- 
sinato: discurso  del  dii)utado  Garrigós. — XVIII.  La  imijutabilidad  del 
asesinato. — XIX.  Impútanselo  á  Rozas  sus  enemigos:  hecbos  y  declara- 
ciones que  desautorizan  esta  especie. — XX.  Rozas  manda  suspender  todo 
procedimiento  y  fusilar  al  asesino  convicto  del  doctor  Maza:  como  Rozas 
aprecia  estos  hechos  treinta  años  después. — XXI.  Reacción  en  favor  del 
gobierno  de  Rozas:  la  legislatura. — XXII. — La  prensa:  origen  del  mote  de 
salvajes  unitarios.— XXlll.  El  tono  déla  prenda.— XXIV.  Las  manifes- 
taciones cu  la  ciudad  y  campaña. — XXV.  Ellas  eran  la  resultante  de  las 
raices  que  habia  echado  el  gobierno  fuerte. — XXVI.  Causas  impulsivas  de 
la  adhesión  á  Rozas:  el  supuesto  terror  y  el  coneenso  maniflesto. — XXVII. 
La  moral  acomodaticia  para  eludir  res-ponsabilidades. — XXVIII.  Festividad 
politico-religiosa  de  la  parroquia  de  la  Merced:  las  personas  que  la  diri- 
gian. — XXIX.  La  función  de  San  Tolmo. — XXX.  La  de  San  Miguel:  apo- 
teosis de  Rozas:  la  procesión  cívica:  el  brindis  del  general  Lamadrid. — 
XXXI.  La  manifestación  en  Lobos. — XXXII.  La  manifestación  en  San 
Nicolás. — XXXIII.  Influencia  de  la  literatura  que  se  servia  en  estas 
manifestaciones  de  canijiaña. 


No  estaba  aislada  la  iniciativa  que  tomaba  el  general 
Lavalle  con  los  emigrados  en  la  Banda  Oriental  y  con 
-el  auxilio   de  la   Francia.  Además    de  los  trabajos   que 


—  S(i  — 

el  jiartido  iiiiitario  hacía  eu  Con-ieiites  y  en  el  norte, 
algunos  li(inil)i'es  bien  colocados  venían  preparando  en 
Buenos  Aires  una  cons})iraci('»n  en  la  cual  entraron  á 
principios  del  año  de  LS.SO  ciertos  federales  de  nota, 
varios  jefes  y  muchos  hombres  de  la  nueva  generación. 
Lo  singular  es  que  l{o/as  sal)ía  que  se  conspiraba  contra 
él;  y  se  limitaba  á  seguir  en  silencio  los  pasos  de  la 
cons})iración,  valiémlose  de  los  medios  que  le  proporcio- 
naban su  astucia  y  su  probado  valor  en  ias  situaciones 
difíciles.  En  esos  días  de  resistencias  armadas  y  de  coa- 
liciones que  se  antojaban  incontrastables,  era  necesario 
que  Rozas  se  creyese  apoyado  sobre  bases  muy  sólidas 
en  la  opinión  para  dejar,  como  dejaba,  tomar  cuerpo  á 
una  conspiración  en  el  centro  del  gobierno  y  de  todos 
los  recursos,  sin  tomar  las  prevenciones  que  adopta 
todo  gobernante  en  su  caso,  y  que  conducen  á  descubrir 
los  antores  principales  y,  consignientemente,  á  desba- 
ratar la  tentativa. 

Una  mañana,  á  principios  de  febrero  de  1839,  Rozas 
departía  con  su  amigo  íntimo  don  Juan  Nepomuceno 
Terrero.  Le  hal)laba  de  que  el  género  de  vida  que  lle- 
vaba, completamente  absorbido  por  la  tarea  del  gobierno, 
trabajando  hasta  el  amanecer,  durmiendo  muy  pocas 
horas,  y  sin  moverse  de  su  despacho  durante  el  día 
más  que  ])ara  ir  ;i  tomar  algún  alimento  con  su  hija, 
lo  cnal  verificaba  cada  veinte  y  cuatro  horas,  en  vez  de 
enlhujuecerlo,  habíalo  engordado  demasiado.  De  súbito 
se  interrumpi(') : — «¿Sabes  que  conspiran  contra  mí  en 
Buenos  Airesí*  dijo:  Sí:  el  plan  es  asesinarme;  y  están 
en  conibinaci()n  con  los  nnitarios  de  Montevideo,  quienes 
auxiliados  por  los  franceses  desembarcarán  por  algún 
jíunto  de  la  costa  para  completar  el  golpe  de  mano. 
Lo  peor  es  ({ue  hay  algunos  federales  en  el  complot. 
Pero  (juiero   saber   quiénes  son    todos  estos.     Xo  temc^ 


—  87  — 

l)or  mi  vida,  sino  por  los  liorrores  que  va  á  })ivsenciar 
Buenos  Aires  si  me  matan.»  (') 

Otra  noclie  del  mismo  mes  de  febrero,  un  empleado 
de  la  coníianza  de  Rozas  llegaba  á  la  esquina  de  Can- 
gallo y  Esmeralda,  atravesaba  á  la  acera  que  mira  al  sur, 
entraba  en  una  habitación  sobre  la  calle  y  cerraba  la 
puerta  tras  sí.  Allí  permaneció  más  de  tres  horas.  A 
la  madrugada  le  di()  cuenta  á  Rozas  de  todas  las  per- 
sonas que  había  visto  entrar  en  la  casa  frente  adonde 
había  estado  oculto,  la  cual  ])ertenecía  al  doctor  Julián 
Fernández,  y  era  uno  de  los  centros  de  reunión  de  los  con- 
jurados. La  Gaceta  Mercantil  que  ignoraba  el  interés  con 
que  Rozas  quería  seguir  en  secreto  los  hilos  de  la  con- 
juración, publicaba  el  O  de  febrero  una  correspondencia  de 
Montevideo  en  la  que  se  leía:  «dicen  que  saben  (los  unita- 
^  rios)  á  no  dudarlo  que  con  sólo  mostrarse  Lavalle  al  frente 
de  400  hombres  estará  hecha  la  íiesta.  Cuentan  sobre 
todo  con  una  revoluci(')n  inevitable  en  la  campaña  y  en 
la  ciudad  de  Buenos  Aires.  Pero  con  lo  ([ue  más  cuen- 
tan es  con  el  puñal. » 

En  el  mes  siguiente,  el  coronel  Ramón  Maza  que 
debía  a])oyar  el  movimiento  con  las  fuerzas  de  su  mando, 
encontrábase  como  de  costumbre  en  la  casa  de  Rozas, 
departiendo  con  la  familia  de  éste  á  cuyo  lado  se  había 
criado.  Acert;')  á  entrar  Rozas  en  las  habitaciones  de  su 
hija,  y  le  dijo  en  ese  tono  de  -ironía  que  sabía  dar  á 
sus  i)alabras:  «Yo  te  suponía  ya  al  frente  del  número  3; 
l)ero  veo  que  estas  señoras  te  demoran  en  la  ciudad  más 
tiempo  del  necesario.»  Y  como  su  hija  le  comunicara, 
luego  que  Maza  se  retiró,  que  éste  iba  á  casarse  con  la 
señorita  de  Fuentes,  Rozas  agregó:  «Hum!  es  un  matri- 
monio hecho  á  vapor:  tanto  peor  para  él.»   (")    Y^  que 

( ' )     Referencia  del  señor  ^Máximo  Terrero. 

(-)    Referencia  de  la  señora  .Manuela  de  Rozas  de  Terrero. 


—  88  — 

liüzas  i)U(l()  ;ulquii-ii'  todos  los  (•oiiociiiiientos  acerca  de 
la  conjuración,  antes  de  decidirse  á  desbaratarla  recién 
cuando  iba  á  estallar,  lo  deja  ver  el  general  Paz  á  quien 
Rozas  había  puesto  en  libertad  tratándolo  con  las  con- 
sideraciones de  su  grado  y  de  su  clase:  «Yo  sabía  posi- 
tivamente de  lo  que  se  trataba,  dice  en  sus  Memorias  ('j, 
pues  se  obraba  con  tan  poca  reserva  que  he  oído  en  un 
estrado  hacer  mención  delante  de  dos  señoras  de  los 
puntos  más   reservados.» 

Esta  conj.uración  del  año  de  1839  fué  iniciada  i)or 
algunos  de  los  personajes  que  habían  consi)irado  sin 
éxito  á  principios  del  año  anterior,  como  don  Valentín 
Gómez,  Zavaleta,  Valentín  San  Martín,  Peña,  Lozano, 
Fernández,  etcétera.  Éstos  atrageron  á  varios  federales 
bien  colocados  en  la  magistratura  y  en  el  ejército,  y  tra- 
taron de  ponerse  al  habla  con  la  Comisión  Argentina  de 
Montevideo  y  con  el  general  Lavalle.  Pero  la  verdadera 
conjuración  fué  conducida  "por  algunos  de  los  jóvenes  de 
la  Asociación  Mayo  que  fundó  Echeverría  en  1837.  Estos 
j()venes  proclamaron  en  un  banquete  la  necesidad  de  que 
dicha  asociación  operase  la  revolución  material  contra 
Rozas.  Como  otros  miembros  de  la  asociación  opinasen 
que  la  caída  de  Rozas  debía  ser  la  consecuencia  de  la 
propaganda  doctrinaria,  evitándose  así  grandes  estragos  y 
funestos  fracasos,  aquéllos  se  separaron  de  la  asociación 
y  empezaron  á  trabajar  en  el  mismo  sentido  en  que  lo 
hacían  las  personas  á  que  me  he  referido,  confundién- 
dose á  poco  con  éstas. 

Esta  fracción  de  la  que  formaban  parte  los  ciudada- 
nos Carlos  Tejedor,  Jacinto  Rodríguez  Peña,  José  Ba- 
rros Pazos,  Carlos  Eguía,  Benito  Carrasco,  Carlos  Lamar- 
ca,  Santiago  Albarracín,  Pedro  Castellote,  Diego  Arana, 

(' )     Tomo  III,  pág.  84. 


—  89  — 

José  María  Lozano,  y  Jorge  Corvaláii.  se  organiz(') 
en  un  comité  central  y  en  otro  auxiliar;  y  empez()  ;i 
buscar  prosélitos.  «El  desaliento  cundía  ya  en  esta  aso- 
ciación secreta»,  me  dice  el  doctor  Tejedor  en  carta  llena 
de  preciosos  detalles  en  los  cuales  él  fué  testigo  ocular, 
cuando  don  José  Lavalle,  hermano  del  general,  avis(')  al 
comité  central  c{ue  el  teniente  coronel  Ramón  Maza 
pensaba  lo  mismo  que  los  demás  conjurados  y  tenía 
elementos  propios  para  una  revolución  contra  Rozas; 
y  ofreció  ponerlo  en  contacto  con  nosotros.» 

En  sus  conferencias  con  el  comité  central,  el  conum- 
dante  Maza  manifestó  que  contaba  con  el  regimiento 
á  las  órdenes  del  coronel  Granada,  que  él  había  man- 
dado, con  milicias  y  fuerzas  populares  de  la  campaña 
del  sur.  con  el  batallón  de  su  pariente  don  Mariano  Maza 
y  con  el  del  general  Rolón  á  quien  se  inutilizaría  opor- 
tunamente visto  que  se  había  desentendido  de  las  insi- 
nuaciones que  él  mismo  le  hizo.  Entretanto  don  Félix 
Frías,  secretario  del  general  Lava] le.  instábale  al  comité 
central  que  adelantase  los  trabajos,  prometiéndole  que 
dicho  general  lo  ayudaría  y  dirigiría  oportunamente.  El 
comité  le  encargó  al  doctor  Tejedor  mantener  la  corres- 
pondencia con  Frías,  la  cual  versó  sobre  la  concurren- 
cia de  Maza  y  sobre  los  recursos  con  que  contaba  y 
<*lasiíicaci(')n  de  éstos. 

Pero  los  días  corrían  y  el  general  Lavalle  no  se  re- 
solvía á  dirigir  el  movimiento.  Maza  le  pedía  por  inter- 
medio de  Tejedor  que  desembarcase  en  cualquier  punto 
de  la  costa  y  le  aseguraba  que  él  se  encontraría  con 
fuerzas  en  el  punto  designado;  pero  que  no  viniesen 
banderas  francesas  ni  de  Rivera.  «Este  fué  un  escrú- 
pulo constante  de  aquel  joven  patriota,  á  que  nunca 
quiso  renunciar»,  me  dice  Tejedor  en  su  carta  ya  citada.  (') 

{'  )  Véase  el  apéndice. 


-    90  — 

Ki'ii  ya  t'iitra<l(»  junio  dS:]!))  y  l^avalle  no  se  decidía 
todavía.  Impaciente  por  esta  demora,  Maza  quiso  pro- 
ceder por  sí  solo  y  de  acuerdo  con  el  comité  central  de  Bue- 
nos Aires,  de  modo  que  el  movimiento,  cuya  direcciíju  asu- 
miría él  en  la  campaña,  se  produjese  simultáneamente  en 
la  ciudad.  Y  mientras  él  hacía  sus  iiltimos  prei)arativos  en 
este  sentido,  su  padre  el  doctor  Manuel  V.  Maza  traba- 
jaba una  reacción  análoga  en  la  legislatura  que  presidía, 
y  la  cual  se  manifestaría  cuando  el  movimiento  hubiese 
tomado  algunas  proporciones.  Así  se  lo  comunic(')  el 
mismo  comandante  Maza  á  Tejedor. 

Si  la  conjuración  disponía  en  efecto  de  los  elementos 
que  Maza  manifestaba;  y  si  los  conjurados  aprove- 
chaban los  primeros  momentos,  la  situación  podía  ser 
muy  peligrosa  para  los  federales.  Rozas  no  podía  oponer 
ni  ejército  de  línea,  que  nunca  lo  mantuvo  en  la  ciudad, 
ni  masas  populares,  que  aunque  le  eran  adictas,  queda- 
rían neutralizadas  éntrelas  ramificaciones  (jue  tenía  el  mo- 
vimiento, y  por  la  iníluencia  moral  que  debía  de  ejercer 
el  éxito  inmediato  que  éste  alcanzara.  Sobre  estas  segu- 
ridades, y  sin  contar  naturalmente  con  que  Rozas  las 
il)a  pulsando  día  por  día,  los  conjurados  continuaron  su 
jilaii  para  concluir  con  aquél.  Sin  contar  con  (|ue  en  el 
primer  momento  desembarcaría  el  general  Lavalle  con 
su  columna  por  un  }»unto  de  la  costa,  por  los  Olivos  ó 
por  la  Ensenada,  como  se  creyó  al  principio,  los  conju- 
rados resolvieron  que  el  movimiento  estallara  en  la  cam- 
paña primeramente,  y  una  vez  lija  allí  la  atención  de 
Rozas  comprometer  todos  los  elementos  que  tenían  en 
la  ciudad,  para  hacer  desaparecer  al  gobernador  antes 
((ue  pudiera  organizar  alguna  resistencia.  Conseguido 
esto  de  uno  li  otro  modo.  i)ues  Rozas  quedaría  entre  dos 
fuegos  estrechado  en  la  ciudad,  y  en  la  casi  imposibi- 
lidad de  ganar  el  puerto  donde  se  encontraban  los  buques 


—  !n  — 

franceses,  el  doctor  Manuel  Vicente  de  ^íaza  ocuparía 
provisoriamente  el  poder  ejecutivo  en  su  calidad  de  pre- 
sidente de  la  legislatura;  ésta  lo  autorizaría  para  que  se 
arreglase  con  los  agentes  franceses  sobre  la  base  de  las 
proposiciones  contenidas  en  el  ultimátum  de  Mr.  Roger; 
y  se  convocaría  oportunamente  á  toda  la  Provincia  á 
elecciones  generales  de  representantes  para  que  éstos 
nombrasen  el  gobernador  titular.  Lo  demás  lo  dirían  los 
sucesos,  lo  decidirían  los  partidos,  y  no  se  podía  anti- 
cipar sino  después  de  acuerdos  probables  ó  improbables 
entre  el  general  Lavalle,  los  unitarios,  los  federales  com- 
prometidos y  los  jóvenes  de  la  Asoc/acwn  Mayo. 

Una  vez  acordado  este  plan,  el  comandante  Maza  se 
dispuso  á  marchar  á  la  campaña  á  ponerse  á  la  cabeza 
de  sus  fuerzas.  Pero  por  su  mala  estrella  había  comu- 
nicado el  secreto  de  la  conjuración  á  los  Martínez  Fontes 
y  á  los  Medina.  Éstos  se  lo  trasmitieron  á  Rozas  cre- 
yendo decirle  una  novedad,  cuando  en  realidad  su  aviso 
sólo  sirvió  para  que  este  liltimo  comprendiera  que  había 
llegado  el  momento  de  proceder  como  procedió.  Ese 
mismo  día,  uno  de  los  últimos  de  junio,  el  comandante 
Maza  fué  conducido  á  la  cárcel,  acusado  de  ser  el  jefe  de 
una  conspiración  para  asesinar  al  gobernador  del  Estado. 
Esta  prisión  desconcertó  á  los  conjurados;  los  exaltados 
abultaron  las  proporciones  de  la  conjuración  descubierta, 
y  nadie  se  creyó  seguro  en  ese  día  de  cruel  incertidumbre. 
En  las  primeras  horas  de  la  tarde,  el  doctor  Maza  que 
se  retiraba  del  tribunal  de  justicia,  fué  asaltado  por  una 
turba  de  fanáticos,  y  salvó  de  ellos  merced  á  la  interpo- 
sici('»n  de  algunas  personas  bien  colocadas. 

El  doctor  Maza  ocupaba  los  cargos  más  elevados  bajo 
el  gobierno  de  Rozas  :  era  el  amigo  de  éste,  tan  anti- 
guo y  querido  como  Terrero  y  Anchorena;  y  con  todo, 
esa  misma   noche   fué   asaltado    en   su  casa-quinta  por 


—  9">  — 

una  turba  que  ])i'(;!g()iial)a  en  calles  y  ])hr/as  (jue  Maza 
y  su  hijo  eran  los  jefes  de  la  conspiracuju  para  asesi- 
nar al  Restaurador  de  las  leijes.  Ya  no  le  quedaba  duda 
al  doctor  Maza  de  que  estaba  descubierto,  y  de  que  no 
había  seguridad  para  él  si  no  se  ponía  fuera  del  alcance 
del  i)()])u lacho.  El  mismo  Rozas  se  lo  hizo  comprender 
así,  á  pesar  de  la  ira  y  del  despecho  profundos  que 
debía  inspirarle  la  defección  de  su  viejo  amigo.  Por  su 
indicaci(3n  el  cónsul  norteamericano  Mr.  Slade  le  ofre- 
ció al  doctor  Maza  los  medios  para  que  se  ausentara 
inmediatamente  de  Buenos  Aires.  Pero  este  homl)re  in- 
fortunado se  negó  á  huir  por  no  comprometer  más  á 
su  hijo.  El  cónsul  norteamericano  no  fué  el  único  que 
tal  proposici(3n  le   hizo  á  indicación   de   Rozas. 

En  la  madrugada  del  27  de  junio,  el  doctor  Maza  se 
dirigió  á  la  casa  del  Sr.  Manuel  J.  de  Guerrico  situada 
en  la  calle  de  Tacuarí  entre  Moreno  y  Belgrano.  Es- 
taba acongojado  y  no  atinaba  á  tomar  una  resolución. 
Guerrico  no  quería  avanzar  por  su  ¡¡arte  una  opiniíui 
definitiva,  porque  la  situación  no  podía  ser  más  difícil 
para  el  infortunado  padre.  Hubo  momentos  en  que  am- 
bos creyeron  que  lo  mejor  era  dirigirse  á  ver  á  Rozas. 
Pero,  ¿  no  tenía  éste  en  sus  manos  las  cartas  del  doc- 
tor Valentín  Alsina  y  de  otros  miembros  de  la  comi- 
sión argentina  de  Montevideo  al  doctor  Maza,  sobre  la 
conjuración  y  sobre  el  modo  de  proceder  en  cuanto  á  la 
persona  del  gobernador?  ¿No  estaba  Rozas  en  el  caso 
de  dar  gol})e  por  golpe?  ¿No  le  había  hecho  decir  sin 
embargo  que  huyera,  por  no  descargarlo  sobre  el  anti- 
guo amigo  que  combinaba  con  sus  enemigos  los  medios 
de  asesinarlo?  ;  Qué  excusa  podría  darle  cuando  Rozas 
le  enseñara  las  i)ruebas  de  esto?  ¿Salvaba  á  su  hijo 
con  cuahjuiera  excusa?  Pero,  ¿cómo  encontrarla?  En  este 
círculo  sin  salida  S(^  hallaban  los  dos  amibos  cuando  se 


—  9:5  — 

oyeron  voces  en  la  calle.  Era  otra  turba  que  vivaba  á 
Rozas  y  profería  amenazas  de  muerte  al  doctor  Maza... 
Sin  encontrar  solución  á  este  horrible  conflicto,  Ma- 
za se  resolviíj  á  dimitir  los  cargos  que  desempeñaba; 
y  como  si  una  esperanza  le  quedara  todavía  se  dirigió 
resueltamente  á  casa  de  su  amigo  don  Juan  N.  Terrero. 
Terrero  era  el  íntimo  de  Rozas,  y  lo  recibió  con  los 
brazos  abiertos.  Lo  sabía  todo;  pero  en  su  concepto  la 
situación  de  Maza  no  era  como  para  desesperar.  Irían 
juntos  á  ver  al  gobernador,  y  después  de  una  explica- 
ción franca,  pesaría  más  que  todo  el  sentimiento  de 
una  antigua  y  no  interrumpida  amistad.  Este  tempera- 
mento abrumaba  á  Maza.  ¿Cómo  explicarse  sin  compro- 
meterse á  sí  mismo,  á  su  hijo,  á  sus  amigos?  Terrero 
l»udo  calmarlo  un  tanto,  arguyéndole  que  Rozas  no  to- 
maría medidas  contra  los  comprometidos  en  la  conspi- 
raci()n,  y  que  la  suerte  de  su  hijo  don  Ramón  dependía 
quizá  de  la  entrevista  que  debían  á  su  juicio  celebrar 
ambos  con  aquél.  Maza  convino  al  fin  en  esto;  y  ya  al 
caer  de  la  tarde  se  dirigió  con  Terrero  á  la  casa  de  Ro- 
zas. Pero  al  llegar  á  la  esquina  de  las  calles  del  Res- 
taurador Rozas  (hoy  Moreno)  y  de  Representantes  (hoy 
Perú)  una  fuerza  inaudita  se  sublevó  contra  la  resolu- 
ción que  tomara  el  doctor  Maza.  Su  ánimo  abatido  por 
una  lucha  tremenda,  adquirió  de  súbito  una  energía  te- 
meraria, y  desprendiéndose  del  brazo  de  su  amigo,  le 
dijo,  como  desposeído  completamente  del  sentimiento  de 
la  propia  conservación:  «  Nó;  no  puedo  ir:  si  me  matan, 
me  matarán  en  mi  puesto.  »  Terrero  le  insistió,  le  su- 
plicó, pero  todo  fué  inútil.  Su  resolución  era  irrevoca- 
ble. Terrero  volvió  para  su  casa,  y  Maza  entró  en  las 
oficinas  de  la  Sala  de  Representantes,  sentándose  á  la 
mesa  de  despacho  que  estaba  colocada  en  el  mismo  lo- 
cal donde  estuvo  en  los  últimos  años  la  del  secretario 


—  94  — 

del  Senado  de  la  Proviui-ia,  en  la  lialtitacifui  con  ventanas 
á  la  calle  de  Perú. 

Á  esa  hora  se  eneontraban  allí  dos  ordenanzas 
de  la  legislatura.  Maza  se  puso  á  redactar  sus  re- 
nuncias de  la  presidencia  de  la  Sala  y  del  Tribu- 
nal de  Justicia.  Comenz(')  dos  ('»  tres  borradores,  ¡¡ero 
ninguno  le  satisfizo,  y  los  inutilizó  en  seguida.  La  luz 
se  concentraba  sobre  su  mesa,  merced  á  la  i)0sición 
que  él  mismo  le  diera  á  la  pantalla  del  quinqué  que  lo 
alumbraba.  i)or  manera  que  podía  espiarse  sus  movi- 
mientos desde  la  sombra  que  se  proyectaba  á  su  frente 
como  á  su  derecha.  Trazaba  las  primeras  líneas  en  otro 
pliego  de  papel,  cuando  dos  hombres  emponchados  pe- 
netraron cautelosamente  en  la  habitación  de  la  derecha 
y  dividida  de  la  del  despacho  del  presidente  por  un  obs- 
curo pasadizo...  Rápidos  salvaron  este  pasadizo,  llega- 
ron de  un  salto  hasta  la  mesa  del  doctor  Maza  y  le 
dieron  allí  de  i)urialadas,  desapareciendo  por  la  puerta 
del  frente  que  conduce  á  la  sala  de  la  secretaría  y  de 
ésta  á  la  calle.  En  esa  sala  se  encontraba  el  ordenanza 
Anastasio  Ramírez  quien,  al  ver  salir  esos  dos  hombres 
mal  entrazados,  penetró  á  su  vez  en  la  del  presidente 
y  se  encontró  el  cadáver  de  éste  tendido  en  el  sillón  en 
que  trabajaba  poco  antes.  Ramírez  se  dirigió  inmediata- 
mente á  la  casa  del  general  Pinedo,  vicepresidente  de 
la  Sala,  y  le  dio  cuenta  de  lo  que  acababa  de  suceder, 
como  también  de  que  ignoraba  las  circunstancias  del 
hecho,  pues  en  los  momentos  en  que  debió  perpetrarse 
se  encontraba  en  una  de  las  piezas  de  la  secretaría  desde 
donde  vio  salir  dos  personas,  á  quienes  absolutamente 
no  conoció  ni  vio  entrar. 

El  general  Pinedo  convocó  á  esa  misma  hora  á  la 
comisión  permanente  de  la  legislatura  que  la  componían 
los  señores  Mansilla,    Obispo   de  Aubui,    Lahitte.  y  los 


—  !),")  — 

diputados  secretarios  Irigoyeii  y  González  Peña.  Reu- 
nida ésta  en  el  local  de  sus  sesiones,  aquél  les  mani- 
festó que  el  motivo  de  la  convocatoria  era  el  asesinato 
que  acababa  de  tener  lugar.  «  á  cuya  vista  podía  resol- 
ver lo  que  estimase  más  conveniente,  teniendo  en  con- 
íjideración  la  certidumbre  del  hecho  en  virtud  del  reco- 
nocimiento que  había  practicado  el  médico  de  policía.»  (^ ) 
Los  miembros  de  la  comisión  permanente  opinaron  uná- 
nimemente que  era  de  necesidad  tomar  medidas  condu- 
c'entes  «  á  fijar  de  un  modo  auténtico  las  circunstancias 
del  hecho,  y  las  que  convengan  relativamente  á  la  in- 
humación del  cadáver » ;  y  en  consecuencia  acordaron 
que  el  secretario  González  Peña  procediese  inmediata- 
mente á  levantar  un  sumario  instruido  y  circunstan- 
ciado del  hecho,  para  elevarlo  oportunamente  al  conoci- 
miento de  la  legislatura,  y  que  se  conservase  el  cadáver  del 
doctor  Maza  en  la  sala  de  la  presidencia  y  al  cuidado  de 
dos  empleados  de  la  casa  hasta  las  9  de  la  mañana  siguien- 
te, hora  en  que  sería  conducido  al  cementerio  del  norte 
si  la  familia  del  finado  no  lo  había  reclamado  antes  (""). 

La  noticia  del  asesinato  del  doctor  Maza  cundió  como 
chispa  eléctrica  en  la  ciudad,  y  en  el  primer  momento 
produjo  un  estupor  general.  ¡Asesinado  el  doctor  Maza, 
el  amigo  íntimo  de  Rozas!  ¡Esto  era  un  sueño!  Y  ese 
pueblo  á  quien  el  fanatismo  político  le  abría  el  camino 
de  las  represalias  tremendas,  quiso  penetrarse  de  que 
aquello  no  era  una  mentida  inaudita,  é  invadió  la  casa  de 
la  legislatura.  Y  cuando  vio  rígido  el  cadáver  del  hom- 
bre que  había  vivido  en  las  alturas  del  poder  y  del  pres- 
tigio, la  consternación  le  presentó  ese  crimen  como  un 
hecho  consumado  de  una  justicia  anónima,  que  podía 


( ^)  Diario  de  sesiones  do  la  Junta,  tomo  xxv.  m'iin.  ()4('). 
(■-)    Ib.  ib. 


—  m  — 

cumplirse  con  cualquier  otro;  y  auíe  una  espectativa  tan 
ingrata,  se  retiró  de  allí  en  silencio  quedando  la  ciudad 
s(jlitaria.  En  la  madrugada  siguiente  (el  28)  se  oyeron 
unos  tiros  en  la  cárcel.  Era  que  de  orden  de  Rozas  fusi- 
laban al  teniente  coronel  RanKJu  Maza;  y  i)ocas  horas 
después  el  cadáver  de  este  desgraciado  joven  y  el  de  su 
padre  eran  conducidos  al  cementerio  del  nortf  sin  solem- 
nidad de  ninguna  especie. 

Ese  mismo  día  se  reuni()  la  legislatura  para  resolver 
lo  conveniente  acerca  del  sumario  que  se  había  man- 
dado levantar,  y  el  diputado  Garrig(3s  pronunció  un  dis- 
curso que  arroja  cierta  luz  sobre  el  asesinato  perpetrado. 
"  El  presidente  ha  sido  asesinado  ayer  entre  seis  y  siete 
de  la  noche,  dijo,  sin  que  de  los  antecedentes  que  se  han 
podido  recoger,  se  venga  en  conocimiento  de  quien  ha 
sido  el  autor  del  crimen.  Sin  embargo,  señores,  si  se  lija 
algún  tanto  la  consideración  en  este  asunto,  no  será  tal 
vez  difícil  descubrir  su  origen.»  Y  entrando  en  antece- 
dentes, hizo  presente  que  no  había  uno  de  los  represen- 
tantes que  ignorase  que  se  había  atentado  contra  la  vida 
del  jefe  del  Estado:  que  se  había  tratado  de  subvertir  el 
orden  é  intentado  seducir  la  lealtad  de  jefes  y  oficiales 
del  ejército:  que  éstos  comunicaron  al  gobierno  todo  ese 
plan  exhibiéndole  las  pruebas  de  su  aserto:  que  el  autor 
l»rincipal  de  ese  plan  de  asesinato  era  el  hijo  del  pre- 
sidente de  la  cámara,  y  que  sin  duda  alguna  datos  muy 
exactos  comprobaban  la  complicidad  del  padre  en  el  com- 
plot del  hijo:  que  estos  graves  cargos  contra  el  ex-pre- 
sidente  cundieron  en  toda  la  población,  y  que  los  ciu- 
dadanos prepararon  una  representación  para  que  se  le 
separase  de  ese  elevado  cargo  al  doctor  Maza  á  fin  de 
que  (juedando  fuera  del  amparo  de  esa  posición,  el  fallo 
de  la  ley  se  pronunciase  contra  su  conducta;  y  que  como 
no  renunciara  todavía,  la  oi)inión  exaltada  lo  agredió  en 


su  i^ropia  casa.  »  '  «  Recién  entonces,  continuó  el  diputado 
Garrigós,  el  presidente  se  decidió  á  hacer  su  renuncia,  y 
se  apercibió  de  que  debía  alejarse  de  esta  tierra,  y  no  poner 
(i  una  prueba  difícil  la  irritación  del  pueblo,  y  la  justi- 
ficación del  Jefe  ilustre  del  Estado,  que  íluctuaría  entre 
el  severo  deber  de  la  justicia  y  el  cruel  recuerdo  de  una 
antigua  amistad  mal  correspondida. » 

Y  en  cuanto  á  la  iniputabilidad  del  asesinato,  he  aquí 
cómo  la  fijó  el  diputado  Garrigós:  «Los  complotados,  que 
sin  duda  alguna  preveían  que  despojado  de  todo  el  pres- 
tigio de  la  autoridad  que  investía  el  ex-presidente  caería 
necesariamente  bajo  el  peso  de  la  ley,  temieron  induda- 
blemente que  su  temple  no  le  permitiese  guardar  el  silen- 
cio que  deseaban.  Éstos  se  lo  impidieron,  pues,  y  del 
modo  que  acostumbran.  Esta  es  una  presunción  fun- 
dada en  los  antecedentes  que  he  descripto;  porque  á  la 
verdad,  si  el  pueblo,  bastante  exasperado  sin  duda,  hubiese 
querido  llevar  la  demostración  de  su  enojo  más  adelante, 
•pudo  haberlo  hecho  antes  de  ver  conseguido  el  objeto  que 
se  proponía  en  su  solicitud.  Mas  no,  señores,  este  resul- 
tado ha  tenido  lugar  con  posterioridad  á  las  dos  renuncias 
del  ex-presidente,  y  ya  en  tales  circunstancias  sólo  á  los 
complotados  interesaba  alejar  el  temor  que  naturalmente 
les  inspiraba  el  que  pudiesen  ser  descubiertos  en  todas 
sus  maquinaciones. »  En  seguida  de  esto  la  legislatura 
resolvió  elevar  al  poder  ejecutivo  el  sumario  y  demás 
antecedentes,  á  fin  de  que  éste  lo  remitiera  todo  al  juez 
del  crimen  para  que  procediera  con  arreglo  á  derecho.  (*) 

Los  unitarios  que  se  encontraban  en  Buenos  Aires 
como  en  Montevideo  le  atribuyeron  á  Rozas  el  asesinato 
del  doctor  Maza.     Decían  que  Rozas  con  ocasión  de  la 


(M    Véase  Diario  de  sesiones  de  la  Junta,  tomo  xxv,  núm.  646 

TOMO  III.  7 


—  9S  — 

declaraciíjn  de  los  Martínez  Foiites  y  Medina  Caniargo 
había  exclamado  delante  de  varios,  refiriéndose  al  doc- 
tor Maza:  «  ¡Traidor!  merecía  que  lo  matasen!  »  y  qne 
de  esto  se  prevalieron  los  federales  más  exaltados  para 
matarlo  en  seguida.  Pero  los  antecedentes  que  quedan 
ai)untados  prueban  que  Rozas  no  sólo  no  tuvo  partici- 
pación en  ese  asesinato,  sino  que  quiso  impedir  que  se 
ejerciera  acto  alguno  de  venganza  política  sobre  el  doc- 
tor Maza,  proporcionándole  los  medios  seguros  de  salir 
del  país.  Nada  más  podía  hacer  un  gobernante  por  su 
amigo  íntimo,  sabiendo  que  éste  se  había  complotado 
para  asesinarlo.  La  no  participación  de  Rozas  en  ese 
asesinato,  constaba  á  todos  los  de  su  intimidad,  y  aun 
á  los  que  no  eran  de  su  intimidad;  y  muchos  lo  han 
ratificado  así  después  de  haber  sido  derrocado  Rozas. 
Dos  ó  tres  días  después  del  asesinato,  don  Juan  N. 
Terrero  le  refería  á  Rozas  los  esfuerzos  que  hiciera  para 
llevarlo  á  su  presencia.  «  Es  que  el  doctor  Maza  había 
perdido  la  cabeza,  le  repuso  Rozas:  ya  andan  diciendo 
los  unitarios  que  yo  he  mandado  matarlo. »  El  doctor 
Felipe  Arana,  ministro  de  Rozas  en  1839,  requerido  mu- 
cho después  del  año  1852  por  su  pariente  el  historiador  chi- 
leno don  Diego  Barros  Arana  sobre  cuál  había  sido  la 
participación  de  aquél  en  el  asesinato  de  Maza,  respon- 
dióle en  tono  de  la  más  profunda  convicción:  «Ninguna.» 
Y  esta  declaración  es  tan  autorizada  como  poco  sospe- 
chosa, porque  el  doctor  Arana  no  era  ajeno  á  ningún 
acto  del  gobierno  de  que  formó  parte;  y  porque  es 
sabido  que  al  fin  se  retiró  de  él  seriamente  disgustado, 
alegando  graves  motivos  de  resentimiento  contra  Rozas. 
No  trascurrieron  muchos  días  sin  que  la  justicia  or- 
dinaria descubriera  al  asesino  del  doctor  Maza.  Del 
sumario  que  ésta  instruyó  resultaron,  además,  compror 
metidos  en  la  conspiración  cuyos  hilos  tenía  Rozas  de 


—  99  — 

antemano,  algunos  funcionarios  públicos,  empleados  im- 
portantes de  la  administración,  militares  y  sacerdotes 
principales,  federales  y  unitarios  de  nota.  En  este  estado 
de  la  causa.  Rozas  mandó  suspender  todo  procedimiento, 
archivar  el  sumario,  é  hizo  fusilar  al  asesino  del  doctor 
Maza;  dando  de  esta  manera  un  desmentido  á  los  que 
aseguraban  que  iba  á  vengar  en  todos  aquéllos  el  frus- 
trado complot  para  asesinarlo.  Por  lo  demás,  he  aquí 
cómo  corrobora  Rozas  los  hechos  apuntados,  en  carta 
dirigida  desde  su  retiro  de  Southampton,  treinta  años 
después  de  consumado  aquel  asesinato :  «  Los  autores  del 
asesinato  del  doctor  Manuel  V.  de  Maza,  fueron  de  los 
primeros  hombres  del  partido  unitario.  Cuando  supie- 
ron se  preparaba  cá  descubrirme  con  los  documentos  que 
tenía,  todo  el  plan  de  la  revolución,  sus  autores  y  cóm- 
plices se  creyeron  perdidos  si  no  hacían  desaparecer  sin 
demora  al  doctor  Maza.  Fué  entonces  que  lo  descu- 
brieron á  los  federales  exaltados  como  el  principal  agente 
de  la  conspiración,  ligada  y  pagada  por  las  autoridades 
francesas.  Así  que  se  empezó  el  sumario  y  me  impuse 
de  las  muchas  personas  unitarias  y  federales  notables 
que  aparecieron  íigurando  como  autores  y  cómplices,  lo 
mandé  suspender,  y  pasados  algunos  días  ordené  la  eje- 
cución del  que,  pagado,  fué  el  ejecutor  de  ese  espantoso 
asesinato.  De  otro  modo  habría  sido  preciso  ordenar  la 
ejecución  de  no  pocos  federales  y  unitarios  de  impor- 
tancia. Tal  era  el  estado  de  terrible  agitación  en  que  se  en- 
contraba la  mayoría  federal  victoriosa,  muy  principalmente 
por  la  liga  del  partido  unitario  y  de  algunos  federales 
traidores  con  los  extranjeros  que  tan  injustamente  hos- 
tilizaban al  país.  No  basta,  pues,  que  mis  contrarios 
políticos  digan  que  fui  yo  quien  ordenó  el  horrendo  ase- 
sinato del  doctor  Maza.  Para  que  fuera  cierto  deberían 
presentar  las  pruebas  indudables.    ¿Dónde  están?» 


-■  loo  — 

Así  fracasó  en  la  capital  la  conjuraciiHi  de  Maza,  cuyas 
ramificaciones  en  la  campaña  debían  manifestarse  muy 
luego.    Este  fracaso  contribuyó   sin  duda  á  que  la  opi- 
nión en  general  se  pronunciase  con  mayor  decisión  que 
nunca  en  favor  del  gobierno    y    de  los  principios    que 
éste  sostenía.     La  legislatura  fué  la  primera  que  se  ma- 
nifestó en  este  orden  de  ideas,  nombrando  una  comisión 
de  su  seno  para  que  felicitara  al  gobernador  por  haber 
salvado  del  puñal  de  sus  enemigos.     «  Una  vez  que  hoy 
amenazan  con  puñales,  decía  desde   su  banca  de  dipu- 
tado un  laureado  militar  de  la  Independencia  y  de  la 
guerra  del  Brasil,  á  empuñar  el  puñal  estamos  resueltos 
contra  los  unitarios,  supuesto  que  quieren  oponerse  al  bien- 
estar de  mi  patria.  »  «  Primero  enrojeceré  este  lugar  con 
mi  sangre  que  faltar  á  los  sagrados  juramentos  que  he 
hechO;,   de   no   infringir   los  principios   del   sistema  que 
he  adoptado  por  mi  razón,   exclamaba  otro  diputado,  y 
porque  estoy  penetrado  de  que  no  hay  otro  hombre  que 
nos    lleve   la  nave   á   puerto    seguro    que   el   ciudadano 
Rozas:   él  es  el  que   sacrifica  su  familia,  su  bienestar, 
su  propia  existencia  en  el  servicio  de  la  patria. »    Aná- 
logas á  éstas  fueron  las  protestas  de  todos  los  diputados. 
Conj  ñutamente  estallaron  en  la  prensa  las  pasiones 
enconadas.  Los  diarios  que  redactaban  los  unitarios  emi- 
grados  en  Montevideo   llamaban  salvajes  á  Rozas  y   á 
sus  partidarios;  y  la  prensa  qne  servía  á  éste   se  a])o- 
deró  del  término  para  esgrimirlo  contra  los  adversarios» 
generalizándolo  á  todas  las  relaciones  políticas,  sociales 
y  administrativas.    Antes  de  1839   era  de   uso  preceder 
las  comunicaciones  oficiales  con  el  lema  de  «¡vívala  fe- 
deración !  »   Después  de  la  conjuración  Maza  y  de  los  ata- 
ques á  mano  armada  de  los  franceses  en  unión  con   el 
partido  unitario,   esas    comunicaciones   llevaban   por   lo 
general  este  encabezamiento:  «¡Viva  la  federación  !  ¡Mué- 


—  ini  — 

ran  los  salvajes  unitarios  vendidos  al  asqueroso  oro 
francés  !»  Y  se  acostumbraba  repetir  esto  mismo  al  co- 
menzar las  festividades  ó  reuniones  políticas,  las  fun- 
ciones de  teatro ;  variando  los  vivas  y  mueras  según  el 
local  Y  las  circunstancias.  Lo  de  salcaje^  unitarios  fué. 
pues,  iniciativa  de  los  unitarios,  quienes  en  su  encono 
imaginar  no  pudieron  que  la  injusticia  de  la  expresión 
se  repetiría  tanto  y  tanto   contra  ellos. 

La  prensa  federal  tomaba  represalias  en  términos 
que  muestran  la  efervescencia  que  la  dominaba.  «  No 
espere  la  gavilla  de  feroces  traidores  unitarios,  poder 
sustraerse  al  escarmiento  que  de  todas  partes  la  amaga,  es- 
cribía la  Gaceta  Mercantil  como  despreciando  los  peli- 
gros que  rodeaban  (\  Rozas,  amenazado  á  la  vez  por 
Rivera,  por  los  franceses  y  por  los  unitarios  de  Monte- 
video y  del  interior  del  país ... — ¿  No  son  los  asesinos 
unitarios  quienes  necesitan  de  toda  la  protección  de  la 
Francia,  no  ya  para  vencer,  pues  jamás  lo  conseguirán 
esos  viles  renegados,  sino  para  causar  males  que  van 
á  convertirse  contra  ellos  mismos?  ¿No  son  los  unita- 
rios, gavilla  impotente,  degradada  y  feroz,  los  que  lian 
acudido  al  asesinato  alevoso,  como  único  resorte  que 
pueden  mover,  porque  la  opinión  pública  decidida  é  in- 
contrastable los  recliaza  del  país  que  han  traicionado  ? 
¿  Es  este  uno  de  los  recursos  de  los  agentes  franceses 
contra  la  Confederación  Argentina  ?  Las  maldades  de 
los  aleves  foragidos  unitarios  lejos  de  conmover  la  Con- 
federación sólo  han  concurrido  á  robustecer  el  poderío 
de  ésta...  Ya  no  es  dado  contener  la  iníluencia  pode- 
rosa de  la  justicia  y  de  la  opinión  pública;  ya  no  es 
tiempo  de  sacrificar  á  una  generosidad  insensata,  debe- 
res supremos  de  inmensa  responsabilidad.  No;  primero 
es  la  patria,  primero  es  la  independencia  de  la  Repú- 
blica y  la  causa  de  la  América  que  esa  horda  de  aleves 


—  1ÍV2  — 

faciiuTOsos.  renegados  unitarios... »  Esta  era  la  litera- 
tura periodista  de  la  época,  que  representaban  en  sus 
respectivas  filas,  Marino  en  Buenos  Aires  y  Rivera  In- 
darte  en  Montevideo.  Las  sombras  siniestras  de  1840 
se  proyectaban  ya  sobre  bi  República,  víctima  del  furor 
sangriento  de  los  partidos. 

En  seguida  comenzaron  las  manifestaciones  de  adlie- 
sión  de  las  parroquias  de  la  ciudad  y  de  los  vecinda- 
rios de  la  campaña  á  la  causa  federal  y  al  gobernador 
Rozas,  disputándose  cada  cual  el  dar  mayor  realce  y 
esplendor  á  esas  festividades  que  solemnizó  la  iglesia 
con  sus  acciones  de  gracias  á  Dios  por  haber  salvado 
milagrosamente  la  vida  del  Ilustre  Restaurador  de  las 
leyes.  Estas  manifestaciones  que  se  sucedieron  sin  in- 
terrupción en  los  meses  de  julio,  agosto,  septiembre  y 
octubre  eran  tanto  más  notables  cuanxo  que  se  llevaban 
á  cabo,  no  por  el  pueblo  ineducado,  y  fanático  por  Rozas, 
y  que  concurría  á  ellas  en  masas  enormes,  sino  por  las 
clases  más  acomodadas  de  Buenos  Airss.  por  las  damas 
de  las  principales  familias,  como  por  los  hombres  nu1s 
ventajosamente  conocidos  en  la  sociedad. 

En  A'Iontevideo  se  decía,  y  después  se  ha  repetido,  que 
el  terror  era  lo  que  así  movía  á  esa  sociedad.  Pero  el 
ánimo  desprevenido  advierte  hoy  lo  que  entonces  no 
podía  ó  no  quería  advertir  el  ánimo  enconado  del  par- 
tidismo ;  y  es  que  el  gobierno  de  Rozas  había  echado 
raíces  profundas  en  Buenos  Aires  y  en  toda  la  República. 
Todos  los  elementos  que  obstaculizaron  con  poder  in- 
contrastable la  obra  de  los  hombres  de  1826  y  que 
quedaron  vinculados  por  la  resistencia  que  opusieron  á 
los  generales  Lavalle  y  Paz  en  1828,  se  hicieron  con- 
servadores á  su  manera  del  régimen  federal  (jue  soste- 
nían contra  toda  otra  tentativa,  sin  comprender  el  meca- 
nismo   orgánica    de    tal    régimen,    si    se    quiere,    pero 


—  108  — 

marchando  á  él  con  el  designio  de  llegar  al  fin,  como 
llegaron  en  1852,  por  los  auspicios  de  Urquiza  y  sobre 
la  base  de  los  gobernadores  de  las  provincias  de  la  Con- 
federación Argentina  que  fundó  Rozas  en  1835  y  que 
conservó  hasta  que  fué  derrocado. 

Esos  elementos  habían  operado  su  cohesión  y  labra- 
do su  poderío  bajo  la  dirección  de  Rozas  que  era  el 
jefe  aclamado  de  la  federación  en  la  República;  y  encar- 
nando en  Rozas  la  idea  que  les  servía  de  bandera,  exal- 
taban al  gobernante  tan  firmes  en  el  propósito  como  segu- 
ros del  éxito  que  éste  alcanzaría.  Esta  era  la  causa 
impulsiva  de  la  adhesión  á  Rozas;  que  no  el  terror.  Suele 
dominar  el  terror  cuando  el  honor  y  la  virilidad  des- 
aparecen y  el  despotismo  ahoga  con  bayonetas  la  voz  del 
pueblo;  pero  no  se  impone  durante  diez  y  ocho  años  á 
un  país  que  supo  de  lo  que  era  capaz  desde  que  labró 
su  independencia  y  la  de  cuatro  repúblicas.  No  era  el 
terror,  no,  lo  que  determinaba  á  hacer  alardes  de  adhesión 
á  Rozas;  ni  á  catorce  provincias  y  á  un  millón  de  habi- 
tantes á  llamarse  federales  y  á  sostener  á  Rozas  como 
la  primera  columna  de  la  federación,  y  contra  todo  el 
poder  de  sus  enemigos  interiores  y  exteriores,  de  los  uni- 
tarios y  de  Rivera  y  de  la  Francia,  Gran  Bretaña  y 
Brasil  coaligados  para  destruirlo.  Era  el  voto  de  la 
sociedad  argentina  la  cual  se  había  identificado  con  su 
propia  obra  y  la  perseguía  con  el  mismo  absolutismo 
que  la  combatían  los  unitarios  con  el  auxilio  y  las 
armas  que  les  brindaba  el  extranjero. 

Lo  del  terror  se  esgrimió  mucho  tiempo  como  arma 
de  propaganda  contra  Rozas;  y  para  eludir  las  respon- 
sabilidades tremendas  que  alcanzaban  á  todos  los  que 
engendraron  el  gobierno  fuerte,  arrojándolas  sobre  la 
cabeza  del  que  este  gobierno  personificó.  Más  noble  que 
esta  moral  especulativa  que  ha  originado  los  odios  tra- 


—  1(14  — 

dicionales  y  estériles,  liabría  sido  aceptar  francamente 
la  responsabilidad  relativa,  como  la  acept(')  Hozas,  quien 
todavía  en  1870  escribía  desde  su  retiro  de  Soutbamp- 
ton.  «Durante  presidí  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  encar- 
gado de  las  relaciones  exteriores  de  la  Confederación 
Argentina,  con  la  suma  del  poder,  por  la  ley,  goberné 
según  mi  conciencia.  Soy,  pues,  el  único  responsable  de 
todos  mis  actos,  de  mis  hechos  buenos  como  de  los 
malos;  de  mis  errores  como  de  mis  aciertos.» 

Lo  dicho  se  comprueba  "mostrando  quienea  eran  los 
c[ue  tomaban  la  principal  parte  en  las  manifestaciones 
político-religiosas  de  1839.  La  parroquia  de  la  Catedral 
al  norte  donde  estaba  radicada  la  crema  de  las  fami- 
lias de  Buenos  Aires,  fué  una  de  las  primeras  en  cele- 
brar estas  manifestaciones,  llevando  en  triunfo  por  las 
calles  el  retrato  de  Rozas,  depositándolo  en  el  altar  ma- 
yor de  la  iglesia  de  la  Merced  y  custodiándolo  una 
guardia  de  honor  compuesta  de  los  mismos  vecinos. 
En  La  Gaceta  Mercantil  del  4  de  octubre  de  1839.  que 
tengo  á  la  vista,  se  registra  una  lista  de  más  de  cua- 
trocientos ciudadanos  federales  de  esa  parroquia  que 
contribuyeron  «para  la  función  de  iglesia  con  motivo 
de  haberse  salvado  milagrosamente  la  importante  vida 
del  benemérito  ciudadano.  Ilustre  Restaurador  de  las 
leyes,  don  Juan  Manuel  de  Rozas,  del  alevoso  puñal  de  los 
pérfidos  unitarios  de  acuerdo  con  los  inmundos  france- 
ses. »  De  los  que  en  la  tal  manifestación  aparecieron 
basta  citar  los  siguientes,  que  ocupaban  en  la  alta  so- 
ciedad de  Buenos  Aires  la  misma  ventajosa  posición 
que  ocupan  hoy  sus  descendientes:  Simón  Pereyra.  Fe- 
lipe Llavallol,  Félix  Castro.  Manuel  Alcorta.  Francisco 
Piñeyro,  Francisco  Elía,  Luis  Dorrego,  Francisco  Balbín, 
José  María  Achával,  Tomás  Manuel  y  Nicolás  de  An- 
cborena.  Miouel  de  Azcuénaga.  Patricio  Lvncli.  Braulio 


—  105  — 

Haedo,  Pastor  Frías,  Ezequiel  Realdeazua,  Bonifacio 
Hiiergo.  Mariano  Lozano,  Santiago  Viola,  Ambrosio  Mo- 
lino Torres,  José  Antonio  Deniaría,  Sebastian  Ocampo, 
Inocencio  Escalada,  Clemente  Cneto.  Fabián  Gómez, 
Ángel  Medina,  Cipriano  Quesada,  Diego  Calvo,  Evaristo 
Pineda,  Amancio  Alcorta,  Martín  J.  Campos,  José  Igna- 
cio Garmendia,  Juan  Blayer,  Juan  Bautista  Udaondo, 
Juan  Rafael  Oromí,  Vicente  Castex,  Gregorio  Terry, 
Patricio  Peralta  Ramos,  Pedro  Gaché,  Juan  José  üriar- 
te,  Bernardo  Pereda,  Miguel  Gutiérrez,  Carlos  H.  Hor- 
ne,  Francisco  Casal,  Antonio  Reyes,  Felipe  Otárola, 
Juan  Victorica,  Juan  Benito  Sosa,  y  muchas  otras  per- 
sonas como  éstas  cuyo  color  político  era  bien  conocido. 
Otro  tanto  sucedió  en  las  demás  parroquias.  Las 
manifestaciones  se  llevaron  á  cabo  por  los  auspicios 
de  los  ciudadanos  más  influyentes  y  mejor  acomodados, 
confundidos  con  el  vecindario  que  concurrió  en  masa. 
La  de  San  Telmo,  por  ejemplo,  se  celebró  con  gran 
pompa,  según  fué  fama  pública.  Las  calles  del  distrito 
y  el  frente  de  las  casas  estaban  decorados  con  arcos 
triunfales,  banderas  y  escudos  alusivos.  La  columna 
de  los  manifestantes,  precedida  de  dos  bandas  de  mú- 
sica, se  dirigió  á  la  casa  del  gobernador,  sacó  de  allí 
un  gran  retrato  al  óleo  de  éste  y  lo  condujo  hasta 
aquella  iglesia  en  medio  de  los  vítores  y  aclamaciones 
de  las  familias  que  coronaban  las  azoteas,  cubriéndolo 
de  flores  al  pasar.  En  la  iglesia  se  cantó  un  tedeum 
en  celebración  de  haber  el  gobernador  salvado  de  ser 
asesinado;  y  el  cura  pronunció  un  panegírico  alusivo 
al  acto.  En  seguida  el  grueso  de  la  manifestación  pasó 
á  un  local  cercano  donde  se  había  dispuesto  una  carne 
con  cuero,  y  lo  principal  de  la  concurrencia  á  casa  del 
señor  Babio,  donde  se  sirvió  un  abundante  refresco, 
dice  la  Gaceta.     El  juez  de   paz   inició  aquí  los  brindis; 


—  ioí;  — 

y  lo  siguieron  los  señores  Garrigós,  general  Soler,  jefe 
de  policía  Victorica,  coronel  Rodríguez.  Marino.  Boado, 
Bosch    y  Ezcurra. 

Y  si  pomposa  se  llamó  á  esta  manifestaciíui.  no  me- 
rece menos  la  que  tuvo  lugar  en  la  parrocjuia  de  San 
Miguel,  y  de  la  que  es  necesario  dar  cuenta  somera- 
mente aun  á  riesgo  de  fatigar  al  lector.  Varios  vecinos 
iníluyentes  nombraron  una  comisiíju  compuesta  del 
juez  de  i)az  don  .José  Melchor  Romero  y  de  los  señores  Ma- 
riano de  Sometiera  y  Pedro  .losé  Vela,  para  que  corrie- 
ra con  todo  lo  concerniente  á  la  función  patriótica  fe 
deral;  y  como  lo  habían  hecho  otros  en  las  vísperas 
de  estas  funciones,  los  jueces  de  paz  don  Eustaquio 
Giménez.  Manuel  Casal  Gaete,  SaturniíKj  Unzué,  Do- 
mingo Diana,  José  de  Oromí,  y  -Julián  Virihi.  pidieron 
al  gobernador  les  permitiera  alternar  en  la  guardia 
de  la  casa  habitación  del  mismo,  acompañados  de  dos 
vecinos  federales  de  sus  respectivos  distritos.  La  fun- 
ción se  organizó  para  el  29  de  septiembre,  día  en  que 
la  iglesia  católica,  que  se  asociaba  á  ella,  celebraba  la 
del  titular  de  la  parroquia,  San  Miguel  Arcángel.  El 
adorno  de  las  calles  y  las  tapicerías  del  frente  de  las 
casas  sobrepasó  á  cuanto  habían  hecho  hasta  entonces 
las  demás  parroquias. 

Á  las  10  de  la  mañana  la  manifestación,  conducien- 
do un  gran  carro  triunfal,  se  dirigió  á  la  casa  de  Rozas  á 
l)uscar  el  retrato  de  éste.  Dos  guardias  de  honor,  com- 
puestas de  ciudadanos,  formaban  la  escolta  del  hombre 
DEL  PUEBLO,  dice  Lci  Gaceta.  La  de  infantería  la  forma- 
ban los  oficiales  del  regimiento  cívico  de  patricios,  vesti- 
dos de  gran  parada,  sable  en  mano,  y  era  mandada  })or 
el  general  Celestino  Vidal.  La  de  caballería  era  comanda- 
da por  el  general  Lucio  Mansilla,  y  en  el  centro  de  ella 
llevaba  don  Luis  Beláustegui  un  estandarte  de  raso  punzó 


—  107  — 

bordado  de  oro.  Colocado  que  fué  el  retrato  en  el  carro 
triunfal,  la  manifestación  volvió  á  la  iglesia  entre  las 
aclamaciones  de  la  multitud.  El  retrato  fué  recibido  en 
el  atrio  de  la  iglesia  por  el  cura  párroco  y  otros  ecle- 
siásticos, y  colocado  al  lado  del  Evangelio;  y  se  dio 
principio  á  la  función  de  iglesia  con  una  misa  oficia- 
da á  grande  orquesta,  asistiendo  de  medio  pontifical 
el  obispo  diocesano  y  celebrando  el  provisor;  siguió  con 
la  procesión  de  Corpus  Cristi  y  se  cerró  con  un  Tedeum 
laiidamus. 

La  manifestación  encabezada  por  los  señores  de  la 
comisión,  por  algunos  sacerdotes  dignidades  como  Pe- 
reda Saravia,  Palacio,  Argerich,  Achega  y  Reina,  y  por 
los  ministros  Garrigós  é  Insiarte,  brigadier  general  Soler, 
generales  Guido,  Pinedo,  Rolón,  Ruíz  Huidobro,  Paz 
(Gregorio),  Lamadrid.  coroneles  Crespo  y  Uriburu  (Eva- 
risto), fiscal  Lahitte,  asesor  García,  juez  González  Peña, 
doctores  Lozano.  Pereda,  Torres,  Cárdenas,  Campana  y 
gran  cantidad  de  ciudadanos  conocidos,  de  damas  prin- 
cipales como  ser  las  Llavallol  de  Pairó,  Villarino  de  In- 
siarte, Ortiz  de  Berraondo,  de  Romero,  de  Villanueva 
de  Vela,  etcétera,  se  dirigió  en  seguida  á  la  casa  del 
juez  de  paz  arreglada  convenientemente.  «El  patio  estaba 
transformado  en  un  salón  grandiosamente  entapizado, 
dice  La  Gaceta  :  difícil  era  detener  los  ojos  en  los  deta- 
lles de  su  adorno,  en  presencia  del  crecido  número  de 
señoras  y  señoritas  que  rica  y  federalmente  vestidas  bri- 
llaban allí  con  todo  el  esplendor 'de  la  hermosura.»  En 
sitio  preferente  se  elevaba  un  pedestal  adornado  con 
banderas  nacionales,  encima  del  cual  fué  colocado  el 
retrato  de  Rozas.  El  general  Soler,  tomando  en  sus  manos 
la  bandera  nacional  que  llevó  Rozas  en  su  campaña  del 
desierto,  pronunció  una  entusiasta  alucución.  después  de 
la  cual  las  damas  cubrieron  de  ñores  el  pedestal,  y  se 


—  IOS  — 

cantó  el  Hiiniio  Argentino.  SirviíKse  un  seguida  un  refres- 
co y  pronunciaron  brindis  entusiastas  los  señores  Gar- 
cía, Garrigós,  Laliitte,  Mansilla.  hasta  que  levantándose 
el  general  Gregorio  Araoz  de  Laniadrid,  dijo:  «Brindo, 
señores,  iiorque  los  traidores  unitarios  que  lian  tenido 
la  vileza  sin  ejemplo  de  venderse  á  los  indignos  agen- 
tes de  la  Francia,  para  invadir  y  mancillar  la  indepen- 
dencia de  la  patria,  vengan  cuanto  antes  con  sus  des- 
preciables amos  para  recibir  el  castigo  que  meri-ce  su 
infamia,  y  para  que  se  convenzan  los  soberbios  france- 
ses de  que  su  poder  no  es  bastante  para  arrebatar  á  los 
argentinos  su  independencia.  ¡Viva  la  Confederación  Ar- 
gentina! ¡Viva  su  eminente  jefe  el  Ilustre  Restaurador  de 
las  leyes!   ¡Mueran  los  traidores  á   su  patria!»  (') 

En  Lobos,  que  era  uno  de  los  puntos  más  impor- 
tantes del  oeste,  dirigieron  la  manifestación  los  Atucha^ 
los  Urquiola,  Viera,  Cascallares,  Vilches.  Arévalo,  Pivi- 
dal,  Patino;  y  de  cierto  que  entre  los  brindis  con  que 
se  celebraba  el  haber  «el  Restaurador  salvado  milagro- 
samente del  puñal  alevoso  de  sus  asesinos  »,  uno  de  los 
que  más  eco  tuvo  en  la  campaña  fué  el  de  don  Andrés 
Costa  Arguivel.  quien  en  esa  ocasiini  se  expresó  así: 

((Señores,  voy  ;i  ontal>lar  —  1  na  manada  muy  rara; 
Luis  Felipe  el  malacara  — De  cojudo  voy  á  ecliar. 

Y  también  pienso  juntar  — Al  principe  de  Joinville: 
Á  Le  Blanc  por  íalso  y  vil  —  Lo  tengo  que  acollarar 

Y  también  redomonear  —  Al  Trances  de  Marrigny. 
Á  Roger  el  insolente  —  El  freno  voy  á  poner 

Á  Baradei'c  tamliién  —  (Jue  y;^  es  redomón  corriente, 
Al  canciller  el  demente  —  También  lo  voy  á  ensillar 
Aunque  tiene  mal  andar—  Y  en  la  boca  es  muy  caliente 

Y  tam1>ién  es  consiguieiile  —  (juc  el  encuentro  lia  de  aflojar."  (-) 


( * )  Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  octubre  de  1839. 
(- )  Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  H)  de  octubre  de  1839. 


—  109  — 

En  San  Nicolás,  que  era  el  centro  más  importante  del 
norte,  también  dirigieron  la  manifestación  los  vecinos 
principales  como  eran  los  Obligado,  Garretón,  el  pres- 
bítero González  Lara,  Fernández,  Benites,  Zemborain, 
Llovet,  Carabajal,  etcétera.  Y  como  si  el  entusiasmo  no 
se  hubiera  manifestado  suficientemente  en  los  brindis 
que  se  pronunciaron  en  el  banquete  de  orden,  el  señor 
cura  brindíj  así:  «Señores,  claro  es  que  contra  el  poder 
de  Dios  los  enemigos  que  hoy  nos  rodean  no  pueden 
contrastar.  Yo  me  figuro  ver  á  nuestro  Ilustre  Restau- 
rador semejante  á  aquella  columna  de  fuego  que,  según 
la  historia,  guiaba  por  el  desierto  al  pueblo  de  Dios. 
Este  es  Rozas.  La  opinión  santa  de  la  federación  es 
muy  digna  de  los  encomios  de  todas  las  naciones  que 
nos  espectau  á  porfía.  Corramos  á  recibir  órdenes  de 
nuestro  magistrado  é  impartiéndonoslas,  grabemos  en 
nuestros  corazones  este  lema:  ¡Odio  eterno  á  los  parri- 
cidas unitarios  vendidos  al  inmundo  oro  francés!  ¡Odio 
y  venganza  en  el  pecho  de  todo  federal  contra  los  incen- 
diarios esclavos  de   Luis  Felipe! » 

Esta  literatura  se  prodigaba  en  esas  festividades  polí- 
tico-religiosas y  recorría  los  campos  cuyas  majestuosas 
armonías  inspiraron  á  Echeverría  su  Cautiva^  y  donde 
los  hacendados  más  opulentos  y  honorables  como  los 
paisanos  en  general,  se  manifestaban  dispuestos  á  ofre- 
cer á  Rozas  su  vida,  sus  haberes  y  su  fama  mucho  antes 
de  que  los  poderes  públicos  diesen  forma  de  ley  á  tal 
idea.  Por  lo  demás,  estas  festividades  verdaderamente 
populares  retemplaron  al  partido  federal  y  decidieron  en 
favor  de  la  situación  á  muchos  indiferentes  y  adversa- 
rios; contribuyendo  á  neutralizar  los  elementos  que  se 
reclutaban  para  operar  la  Revolución  del  sur,  de  la  cual 
paso  á  ocuparme. 


CAPÍTULO   XXXIV 


LA  KEVOHCION  DEL  SUR  Y  EL  GENERAL  LAVALLE 


(1839) 


Sumario:  I.  'I'rabajos  revoluciüiiarios  de  Castelli  y  ele  los  hacendados  del  sur. — IL 
Invitan  á  Lavalle  á  que  encabece  la  revolución. — IIL  Lavalle  somete  la 
invitación  á  un  consejo  é  invade  Entre  Ríos. — IV.  Desaliento  que  produce 
en  el  sur  esta  resolución. — V.  Plan  de  campaña  de  Lavalle  antes  de  invadir 
Buenos  Aires.— VI.  Recursos  con  que  cuenta  para  emprender  su  campaña: 
la  ley  del  honor. — VII.  Los  dineros  de  la  Francia  y  la  proposición  del  agen- 
te de  Francia  de  bombardear  á  Buenos  Aires. — VIII.  Embarque  de  la  Legión 
libertadora  para  Entre  Ríos. — IX.  La  proclamado  Lavalle. — X.  Su  desem- 
barco en  el  puerto  de  Landa:  sus  primeras  operaciones. — XI.  Combate  del 
Yerud. — XII.  Exposición  de  Lavalle  al  congreso  entrerriano:  crítica  de  este 
documento.— XIII.  Mala  impresión  que  produce  entre  los  adversarios  y  los 
amigos:  carta  del  doctor  Pico. — XIV.  López  se  prepara  á  batir  á  Lavalle 
y  éste  se  dirige  á  Corrientes. — XV.  Situación  de  los  revolucionarios  del 
sur  de  Buenos  Aires. — XVI.  Circunstancias  que  los  obligan  á  anticipar  el 
movimiento. — XVII.  Los  cálculos  de  Rozas:  circular  que  pasa  á  los  jueces 
de  paz. — XVIII.  Pronunciamiento  del  coronel  Rico  en  Dolores:  Castelli  y 
Crámer  organizan  sus  fuerzas  en  Chascomús. — XIX.  Singular  actitud  de 
Rozas  en  los  primeros  momentos  de  la  revolución. — XX.  Impresión  que 
le  produce  esta  revolución. — XXI.  El  combate  intimo  de  Rozas  con  la 
incertidumbre. — XXII.  Lo  que  Rozas  esperaba  para  proceder:  órdenes  que 
le  trasmite  al  coronel  Rozas. — XXIII.  Los  revolucionarios  promueven  la 
sublevación  de  la  indiada  de  Catriel:  efecto  que  en  éstos  produce  la  supues- 
ta muerte  de  Rozas. — XXIV.  Los  jefes  revolucionarios  declaran  que  sus 
j)rineipios  son  los  mismos  que  los  de  los  franceses  bloqueadores.  — XXV. 
Combate  de  Chascomús:  derrota  de  los  revolucionarios:  muerte  de  Castelli: 
Rico  se  embarca  en  el  Tuyú  y  se  incorpora  á  Lavalle. — XXVI.  La  influen- 
cia del  triunfo  sobre  la  opinión:  el  gobernador  da-  cuenta  de  la  revolución 
del  sur  á  la  legislatura:  ésta  la  declara  delito  de  traición  á  la  patria. — 
XXVII.  Los  representantes  ponen  á  disposición  de  la  Provincia  su  persona, 
bienes  y  fama:  Rozas  hace  igual  ofrecimiento. — XXVIII.  Las  manifesta- 
ciones de  adhesión  á  Rozas:  los  indicios  de  la  crisis  sangrienta. — XXIX. 
Actos  de  adhesión  de  los  partidos  de  Dolores  y  Monsalvo. 


El  infortunado  comandante  Maza  contaba  en  efecto 
con  elementos  revolucionarios  en  la  campaña  sur  de 
Buenos  Aires,  para  apoyar  la  conjuración  que  acababa 
de  fracasar  en  la  capital.  Don  Pedro  Castelli,  prestigioso 
hacendado  de  la  sierra  del  Volcán,  en  unión  de  sus  ami- 


—  111  — 

gos  don  Marcelino  Martínez  Castro,  los  hermanos  Ramos 
Mexía(don  Matías,  don  Francisco  y  don  Ezequiel),  Madero, 
Crámer,  Gándara,  Rico,  Lastra,  Miguens,  y  otros  hacen- 
dados, habían  reclutado  esos  elementos  reuniendo  perió- 
dicamente en  sus  estancias  á  los  paisanos  que  las 
poblaban,  con  el  preteí:to  de  carreras  ó  faenas  de  campo, 
pero  en  realidad  con  el  objeto  de  eludir  toda  sospecha 
y  de  tenerlos  listos  para  el  momento  propicio. 

Cuando  hubo  fracasado  la  conjuración  Maza,  Castelli  y 
sus  amigos  instáronle  al  general  Lavalle  que  se  trasladase 
de  la  isla  de  Martín  García,  donde  se  había  situado  con  sus 
legionarios,  á  la  costa  sur  de  Buenos  Aires  y  tocase  tierra 
en  la  Laguna  de  los  Padres  donde  lo  esperarían  con  una 
buena  escolta  y  todo  lo  necesario  para  ponerse  en  acción 
inmediatamente.  Lavalle  les  respondió  que  iría,  y  tal 
era  su  intención  hasta  principios  de  agosto,  por  manera 
que  sólo  quedó  á  fijarse  el  día  de  la  partida.  Pero  cuando 
se  trató  de  los  detalles  de  la  expedición,  algunos  amigos 
principales  de  Lavalle  y  jefes  que  lo  acompañaban,  opu- 
sieron dificultades  para  verificarla. 

Lavalle  sometió  la  cuestión  á  un  consejo  de  amigos 
y  jefes  principales,  y  en  éste  predominó  la  opinión  que 
ya  había  emitido  el  doctor  Julián  S.  de  Agüero,  especie 
de  oráculo  de  la  Comñión  Argentina,  que  era  la  que  diri- 
gía los  pasos  de  aquél.  Sólo  el  coronel  Chilavert,  jefe 
de  estado  mayor,  fundó  extensamente  su  opinión  en  favor 
de  la  expedición  al  sur  de  Buenos  Aires,  combatiendo 
por  ende  la  de  invadir  Entre  Ríos.  En  estas  circuns- 
tancias, el  ejército  á  las  órdenes  de  Echagüe  vadeó  el 
Uruguay  en  busca  de  Rivera,  y  Lavalle  creyó  cortar  la 
divergencia  en  bien  de  su  causa  dirigiéndose  con  su 
fuerza  á  Entre  Ríos  en  los  mismos  barcos  franceses  que 
debieron  conducirlo  con  mejor  éxito  al  sur  de  Buenos 
Aires.  El  erudito  general  Paz  que  se  encontraba  en  liber- 


—  11'2  — 

tad  en  Buenos  Aires,  dice  de  acuerdo  en  un  todo  con 
Chilavert,  que  no  se  puede  comprender  cómo  es  que  La- 
valle  no  se  dirigió  al  sur,  teniendo  como  tenía  medios 
para  hacerlo  y  debiendo  encontrar  reunidos  elementos 
mayores  que  los  que  podía  encontrar  en  ningún  otro 
pueblo.  (^ 

Esta  resolución  llev(.)  el  desaliento  al  campo  de  los 
revolucionarios  del  sur.  quienes  estaban  prontos  para 
recibir  al  general  Lavalle  después  del  último  aviso  que 
éste  les  dio.  En  el  primer  momento  creyeron  que  todo 
se  había  perdido,  y  á  fe  ciue  no  se  engañaron;  pues  fun- 
daban una  gran  parte  del  éxito  en  el  prestigio  de  ese 
general  que  agruparía  á  su  alrededor  á  todos  los  pro- 
motores del  movimiento  y  que  era  el  único,  por  su  repre- 
sentación y  cualidades,  capaz  de  desafiar  las  bien  cimen- 
tadas influencias  de  Rozas  allí  donde  hasta  entonces  se 
antojaban  incontrastables.  Los  revolucionarios  enviaron 
á  don  Marcelino  Martínez  cerca  de  Lavalle  para  que  le  diese 
cuenta  de  los  elementos  listos  para  entrar  en  acción  y 
le  suplicase  se  dirigiese  á  Buenos  Aires.  Pero  Lavalle 
había  ya  iniciado  su  plan  de  operaciones  sobre  Entre 
Ríos  y  Corrientes;  y  Martínez  apenas  tuvo  tiempo  para 
demorar  á  su  regreso  el  movimiento  que  estalló  pocos 
días  después. 

La  verdad  es  que  Lavalle  abandonó  con  pesar  su 
idea  primitiva  de  invadir  por  el  sur  de  Buenos  Aires. 
Pero  según  él  mismo  lo  manifestó,  no  se  le  presentaron 
entonces  las  probabilidades  de  éxito  que  á  su  juicio 
debían  mediar  para  no  aventurarlo  todo;  y  cuando  po- 
día idearse  otro  plan  que.  una  vez  realizado,  lo  condu- 
ciría á  Buenos  Aires  sin  los  sacrificios  que  habría  que 


{ '      Véase  Memorias  postumas,  tomo  iii,  pág.  102. 


—  118  — 

arrostrar  inmediatamente  sin  ventaja  positiva.  Entonces 
se  decidió  á  invadir  Entre  Ríos,  fiado  en  que  las  po- 
blaciones orientales  celosas  de  su  independencia,  engro- 
sarían las  filas  de  Rivera  para  repeler  la  invasión  de 
Echagüe;  y  que  Rivera,  por  su  propia  seguridad,  como 
por  la  vanagloria  de  que  los  argentinos  le  debieran  á 
él  todas  las  ventajas  de  la  jornada,  no  se  pararía  hasta 
destruir  completamente  á  su  enemigo  y  reunirse  á  la 
columna  unitaria.  Entretanto  Lavalle  caería  sobre  las 
milicias  que  constituían  la  única  fuerza  del  gobierno 
delegado  de  Entre  Ríos,  y  el  efecto  moral  de  su  victo- 
ria, y  los  resortes  políticos  que  tocara,  decidirían  en 
su  favor  la  opinión  de  esa  provincia.  Sólo  un  obstáculo 
podía  entorpecer  los  sucesos :  don  Juan  Pablo  López,  re- 
forzado con  tropas  de  Buenos  Aires.  Para  salvarlo.  La- 
valle  lo  atraería  á  su  causa;  y  si  no  lo  conseguía  evitaría 
por  su  parte  un  combate  decisivo  hasta  que  no  se  en- 
contrase capaz  de  destruirlo,  ó  se  aproximase  Rivera, 
ó  se  pronunciase  Corrientes  y  pudiese  formar  un  ejér- 
cito respetable.  Destruido  Echagüe  y  batido  López,  él 
quedaría  dueño  de  tres  provincias,  y  entonces  los  sucesos 
decidirían  si  encabezaría  la  reacción  que  se  preparaba  en 
el  norte  y  en  el  interior,  ó  si  marcliaría  sobre  Bue- 
nos Aires. 

Para  desenvolver  este  plan  y  sus  consecuentes,  el 
general  Lavalle  contaba  naturalmente  con  la  ayuda  de 
los  agentes  de  Francia,  y  con  las  armas,  bagajes  y  di- 
nero que  éstos  le  dieron,  en  virtud  de  la  alianza  que 
habían  celebrado  con  la  Comisión  Argentina  de  Monte- 
video. Aunque  el  general  Lavalle  no  hubiese  producido 
sus  declaraciones  hermosas  para  condenar  como  trai- 
dor á  la  patria  al  que  hiciese  armas  contra  ella  ayu- 
dado de  la  Francia  que  la  agredía,  esta  especie  de 
mercado    del    honor    nacional    abierto   á   la  mano  inte- 


—  114  — 

resada  y  ávida  de  una  iiaciini  extranjera,  para  que  ésta 
derrocase  un  gobierno  fuerte,  que  contribuyeron  á  crear 
los  mismos  que  tal  mercado  abrían,  es  de  suyo  tan 
injustitlcable  que  la  historia  no  ha  tenido  más  que 
una  palabra  para  condenarlo,  llámese  Coriolano  ó 
Almonttí  el  que  á  tal  extravío  llegó.  Lo  raro  no  era  ya 
que  los  amigos  del  general  Lavalle  tuviesen  la  concien- 
cia de  que  sin  tal  ayuda  y  auxilios  nada  podían  contra 
el  gobierno  de  su  país,  sino  que  hacían  de  ello  un  timbre 
para  su  causa;  como  que  sus  aliados  se  decían  los  repre- 
sentantes de  la  civilización,  que  introducían  en  el  Plata 
trastornando  completamente  «los  principios  eternos  del 
patriotismo,  del  honor  y  del  buen  sentido  »,  para  valerme 
de  las  palabras  del  general  Lavalle  transcritas  en  el  capí- 
tulo anterior. 

Comprueban  todo  esto  las  cartas  del  archivo  del  gene- 
ral Lavalle,  que  publicó  el  doctor  Carranza  (/)  y  que  están 
de  acuerdo  con  las  que  he  insertado  en  este  libro. 
Así,  en  22  de  julio  de  1839,  el  doctor  Andrés  Lamas  le 
manifestaba  á  Lavalle  sus  sospechas  respecto  del  cum- 
plimiento del  auxilio  prometido  por  Rivera,  y  agregaba: 
iiPor  supuesto  que  no  hemos  prescindido  de  los  auxilios 
franceses:  los  necesitamos.  Les  hemos  pedido  WIKOOO 
patacones. . .  »  etcétera,  etcétera.  Por  su  parte,  el  coronel 
Baltar  le  escribía:  «el  21  dejó  Rivera  una  carta  á  Des- 
pouy  para  que  viese  á  los  agentes  franceses  para  que 
le  diesen  200.000  patacones  y  él  daría  1.500  hombres  á 
usted.  El  señor  Martigny  le  contestó  que  pusiese  los 
1.500  hombres  á  disposición  de  usted  y  estaba  pronta 
la  suma  que  pedía. »  El  señor  Ireneo  Pórtela  le  escribe 
á  Lavalle  en  20  de  agosto:  «Nuestros  amigos  los  agentes 
continúan  portándose    como    siempre:   no  bien  le  dije  á 

O     Véase  La  Revolución  del  año  39,  págs.  105  á  1^09. 


—  115  — 

Mr.  de  Martiyny  lo  que  Frías  acababa  de  comunicarme 
wbre  la  necesidad  de  recursos  pecuniarios,  se  prestaron 
á  lo  que  se  habían  comprometido  al  momento. »  « Las 
simpatías  aumentan  mucho  especialmente  entre  los  extran- 
jeros, le  escribía  el  doctor  Várela  á  Lavalle  en  29  de  julio. 
Con  este  buque  recibirá  usted  toda  la  factura  de  mon- 
turas que  los  franceses  apresaron:  los  señores  Martigny 
y  Baradére  se  han  conducido  en  este  negocio  con  la  amis- 
tad y  empello  que  en  todo  lo  que  interesa  á  usted  y  su  expe- 
dición. »  El  mismo  general  Lavalle  escribe  á  su  esposa 
en  julio  12  «que  todos  los  oficiales  franceses  se  han 
portado  de  un  modo  tal  que  está  lleno  de  gratitud  ». 

En  8  de  noviembre  del  mismo  año  de  1839  el  encar- 
gado de  negocios  de  Francia,  Mr.  Bouchet  de  Martigny, 
le  comunicaba  al  general  Lavalle  que  estalla  á  disposición 
•de  éste  la  escuadrilla  francesa  del  Uruguay;  y  cj[ue  él  y 
el  almirante  francés  habían  pedido  á  su  gobierno  mandase 
una  expedición  militar  contra  Rozas.  «En  todo  caso, 
agregaba,  usted  sabe  que  nosotros  no  queremos  ser  sino 
sus  aliados.  Me  parece,  pues,  propio  preguntarle  á  usted 
de  antemano  sobre  el  mejor  uso  que  podríamos  hacer  de 
nuestras  tropas  en  caso  de  que  lleguen  en  las  circuns- 
tancias actuales:  si  deberán  ayudar  al  general  Rivera,  ó 
pasar  inmediatamente  á  Entre  Ríos  para  obrar  de  acuerdo 
con  ustedes  ó  tomar  posesión  de  la  ciudad  de  Buenos 
Aires  ó  de  algún  punto  de  su  campaña...»  ('j 

Bajo  tales  aupicios  el  capitán  de  la  marina  de  Fran- 
cia Lalande  de  Calan  transportó  al  general  Lavalle  y 
la    Legión    libertadora^   de   Martín  García  á  la  costa  de 


(')  Esta  carta  formaba  parte  del  archivo  de  Lavalle  que  le  ñié 
tomado  después  de  su  derrota  de  Famaillá,  y  la  publicó  Za  Gacela 
Mercantil  del  10  de  octubre  de  1843  con  esta  nota:  «El  autógralo 
original  de  Mr.  de  Martigny  existe  en  esta  imprenta  para  el  examen 
público. » 


—  ik;  — 

Kiitre  Ríos,  en  los  buques  franceses  Bordelaüe,  Expedi- 
tive,  Vigilante  Ana,  y  en  algunas  balandras  con  bandera 
oriental.  Lavalle  se  embarcó  el  último  en  \-a  Bordelaíse 
expidiendo  el  día  2  de  septiembre  una  proclama  «á  sus 
compatriotas  y  á  los  hombres  de  libertad  y  de  honor», 
en  la  que  se  reveb)  por  la  primera  vez  la  influencia  de 
las  ideas  de  Echeverría,  ó  cuando  menos  la  necesidad 
de  llamar  con  ellas  al  sentimiento  de  los  pueblos,  aun- 
que no  las  aceptasen  los  consejeros  íntimos  del  gene- 
ral Lavalle. 

Invocando  la   solidaridad  del  pueblo  «que  derrocó  en 
seis  horas  un  trono  de  tres  siglos»,  Lavalle  decía   estas 
palabras  que  ojalá  hubiesen  sido   carne  del  corazón  de 
quienes,  aspirando  cá  convertirlas  en  hechos,  no  encon- 
traban otro  medio  para  realizarlo,  que  el  de  destruirse 
los  unos  á  los  otros:  «Vengo  á  recibir  ?íii /e  política  del 
pueblo.  No  traigo  recuerdos:  he  arrojado  mis  tradiciones-, 
yo  no  quiero  opiniones  que  no  pertenezcan  á  la  Nación 
entera.  Federal  ó  unitario,  seré  lo    que  me  imponga  el 
pueblo.  No  traigo  á  la   República  Argentina  otros  colo- 
res que  los   que  ella  me    encargó    defender    en  Maipú. 
Pichincha  é  Ituzaingó.  Sólo  traigo  una  causa,  la  Nación; 
s(')lo    traigo   un   partido,  la  libertad.»    Pero    á    renglón 
seguido  de  estas  hermosas  declaraciones,  se  dibujan  cla- 
ramente el    personalismo  extrecho  y  la  tendencia  abso- 
lutista de  los  consejeros  que  dirigen  los  actos  públicos 
del  general  Lavalle,  arrojando  exclusivamente  sobre  éste 
la  responsabilidad  de  los  errores.  Por  sus  términos,  por  los 
desahogos  y  por  el  encono  maniliesto,  en  nada  se  distingue 
esta  proclama  de  las  que  expedían  Echagüe,  Pacheco  ú  Ori- 
be. Siendo  notorio  que  las  masas  del  pueblo  eran  las  más 
adictas  á  Rozas  y  á  la  federación;  que  los  hechos  desmentían 
lo  que  se  afirmaba  sin  necesidad  y,  lo  que  peor  era,  para  que 
se  explotase  en  contra  suya,  decíales  el  general  Lavalle  á 


—  117  — 

los  hombres  de  color:  «Os  brindo  un  rango  en  mis  filas  para 
pelear  contra  el  salvaje  que  os  asesina  y  os  vende,  so 
pretexto,  hipócrita,  de  amigo  de  los  pobres.»  Á  los  habi- 
tantes de  la  campaña,  entre  quienes  Rozas  conservaba 
prestigios  incontrastables,  heríalos  en  sus  sentimientos 
y  les  proporcionaba  una  ocasión  para  que  dudasen  de 
él,  diciéndoles:  «Yo  soy  más  sincero  y  leal  partidario 
de  vosotros  que  no  lo  ha  sido  jamás  ese  malvado  que 
por  tantos  años  os  ha  estado  mintiendo,  oprimiendo 
j  saqueando.»  Y  como  si  hubiese  querido  producir  el 
peor  efecto  en  todos  los  ánimos,  el  general  Lavalle  les 
decía  á  los  hombres  del  comercio  y  de  la  indnstria. 
cuyas  principales  firmas  habían  suscrito  el  empréstito 
voluntario  que  hicieron  al  gobierno  de  Rozas  para  subve- 
nir á  las  dificultades  del  bloqueo,  y  cuando  el  alto 
comercio  inglés  representaba  á  la  Cámara  de  los  Comu- 
nes sobre  los  enormes  perjuicios  que  ocasionaban  los 
severos  procedimientos  de  la  Francia  contra  la  Confede- 
ración   Argentina.  (M   «Vosotros    también   sois   invitados 


(')  Después  de  estudiar  el  comercio  de  importación,  que  soste- 
nían con  Buenos  Aires  los  comerciantes,  armadores  y  mercaderes  de 
la  ciudad  de  Londres,  decían  en  su  memorial  de  7  de  marzo  de  1839 
á  la  Cámara  de  los  Comunes,  que  no  recurrirían  de  tan  grandes  per- 
juicios porque  sabían  que  el  tráfico  comercial  está  sujeto  siempre  á 
las  coaliciones  hostiles;  pero  que  como  las  materias  sobre  que  difirie- 
ron Francia  y  Pistados  Unidos  se  han  hecho  asunto  de  notoriedad, 
por  la  publicación  de  los  documentos  de  su  referencia,  se  ven  en  el 
caso  de  representar  á  esa  honorable  cámara  iqae  los  procedimien- 
tos para  con  Buenos  Aires  y  México  descubren  departe  de  Fran- 
cia un  método  de  condiccirse  hacia,  esos  Estados,  no  sólo  de  un 
carácter  el  más  severo  y  coercitivo,  sino  que  lleva  tendencia,  en 
caso  de  que  ellos  lo  admitan,  á  destruir  enteramente  su  indepen- 
dencia en  apoyo  de  la  cual  tiene  la  Inglaterra  tan  profundo  interés.» 

En  apoyo  de  esto,  los  peticionarios  hacen  presente  que  «el  bloqueo 
de  Buenos  Aires  se  ha  continuado  aún  después  de  liaberse  removido 
todos  los  motivos  sustanciales  de  contienda,  y  después  de  haber  ofre- 
cido el  gobierno  de  Buenos  Aires,  del  mismo  modo  quelNIéxico,  delerir 
todas  las  referencias  á  la  decisión  de  la  Gran  Bretaña.  Sobre  estos 
hechos  incuestionables,  agregan,  los  peticionarios  se  atreven  á  some- 
terá esa   honorable  cámara  que   los  procedimie)itos  del    f/ohierno 


—  118  — 

;i  pelear  contra  un  poder  (¡ue  ha  cerrado  los  puertos^ 
arruinado  el  comercio  y  ani({uilado  el  movimiento  de 
la  Nación.»  Todos  los  diarios  federales  se  apresuraron 
á  trascribir  íntegra  la  proclama  del  general  Lavalle,  como 
que  ella  se  prestaba  á  sublevar  nuevas  resistencias  más 
que  á  facilitar  el  camino  á  la  Legión  libertadora. 

Las  dos  divisiones  de  que  se  componía  el  convoy 
(jue  conducía  la  Legión  libertadora  tocaron  tierra  respec- 
tivamente á  inmediaciones  del  Nancay  y  del  puerto  de 
Lauda.  Aquí  se  incorporó  el  coronel  Olavarría  al  cuar- 
tel general  después  de  haberse  apoderado  de  algunos 
caballos.  En  la  noche  del  9  de  septiembre  Lavalle  se 
marchó  por  tierra,  llegando  el  día  siguiente  á  poca  dis- 
tancia de  Gualeguaychú,  en  cuyo  Riachuelo  estaban  fon- 
deados los  buques  franceses  que  acababan  de  desem- 
barcar la  tropa  que  carecía  de  caballos.  Á  las  primeras^ 
escaramuzas  de  las  partidas  entrerrianas  con  las  del 
coronel  Olavarría,  el  gobernador  delegado  don  Vicente 
Zapata  concentró  sus  fuerzas  en  Nogoyá,  abandonando 
la  costa  del  Uruguay,  de  lo  que  se  aprovechó  Lavalle 
para  ocupar  los  puntos  principales  en  esa  parte  y  apo- 
derarse de  buenas  caballadas. 


francés  han  sido  tales  que  no  están  en  concíjkdancia  con  la  prác- 
tica DE  LOS  ESTADOS  CIVILIZADOS.  Y  QUE  TIENDEN  Á  ESTABLECER  EL 
PRINCIPIO  DE   QUE  LA    FUERZA    CONSTITUYE    DERECHOS.  TaillpOCO    estáll 

estos  procediiwientos  en  concordancia  con  la  práctica  del  mismo  go- 
bierno francés,  el  cual  amenazado  á  su  vez  hace  pocos  años  por  el  de 
los  Estados  Unidos  con  medidas  hostiles  por  el  arreglo  de  reclama- 
ciones ilíquidas,  adoptó  inmediatamente  el  arbitramiento  amistoso 
de  la  Gran  Bretaña.» 

Los  peticionarios  concluían  recordando  que  durante  las  guerras 
marítimas  de  la  Francia  esta  nación  sentó  como  principio  y  lo  decla- 
ró así  rei)etidas  ocasiones,  que  el  bloqueo  debía  mantenerse  con  la 
presencia  de  buques  ])astantes;  y  pidiendo  á  la  Cámara  de  los  Comu- 
nes que  resolviese  en  el  sentido  de  proteger  los  intereses  comerciales^ 
etc.,  etc.,  etc. 


—   11!)  — 

En  la  necesidad  de  combinar  sus  operaciones  con 
el  jefe  de  la  flota  francesa,  sobre  la  marcha  Lavalle 
llamó  á  consejo  á  ese  jefe,  á  los  principales  marinos 
franceses  y  jefes  de  la  legión;  y  luego  que  se  hubo 
acordado  que  los  buques  franceses  vigilarían  por  en- 
tonces la  costa  del  Uruguay,  y  que  éstos  le  comunica- 
rían los  movimientos  que  efectuase  Rivera,  el  general 
Lavalle  se  puso  en  marcha  el  día  12  con  dirección  cá  Villa- 
guay.  El  día  20  se  le  incorporó  el  coronel  Olavarría,  y  el  22 
se  le  presentó  á  la  vista  en  el  campo  de  Yeruá  el  ejército 
del  gobernador  Zapata,  fuerte  de  mil  trescientos  hom- 
bres. Á  pesar  de  la  inferioridad  numérica  de  sus  fuer- 
zas, pues  apenas  tenía  allí  reunidos  cuatrocientos  cin- 
cuenta combatientes,  y  de  éstos  sólo  unos  cuarenta  eran 
infantes.  Lavalle  marchó  al  encuentro  de  su  enemigo; 
y  después  de  una  encarnizada  refriega,  en  la  que  bri- 
llante parte  le  cupo  al  coronel  Olavarría,  lo  derrotó  y 
dispersó  completamente,  poniéndole  fuera  de  combate 
más  de  cien  hombres,  é  impidiéndole  por  medio  de 
una  persecución  bien  dirigida,  que  pudiera  rehacerse 
ni  mucho  menos  intentar  contra  él   nuevas  operaciones. 

Y  aprovechando  de  su  triunfo,  Lavalle  le  dirige  al 
congreso  de  Entre  Ríos  una  exposición  de  los  motivos 
que  lo  empujan  á  tomar  las  armas  y  de  los  propósitos 
que  está  resuelto  á  hacer  triunfar  en  unión  de  sus  alia- 
dos. Esta  exposición  es,  en  el  fondo  y  en  la  forma, 
un  trasunto  de  la  proclama  anterior.  Encuadrada  en  el 
absolutismo  partidista,  ni  despeja  ante  los  pueblos  hori- 
zontes más  claros  que  los  que  existen;  ni  proclama  un 
principio  sino  es  para  desnaturalizarlo  á  renglón  se- 
guido. Dice  el  general  Lavalle  que  ha  rehusado  500 
hombres  que  debe  enviarle  Rivera  (en  cambio  de  los 
doscientos  mil  patacones  que  entregaría  á  este  último 
el  cónsul  francés  Martigny)  aporque  hay  más  gloria  en 


—  120  — 

derrocar  al  déspota  salvaje  con  elementos  argentinos  »;  y  él 
es  el  aliado  de  los  franceses,  y  éstos  han  dado  los  dine- 
ros para  equipar  y  armar  la  Legión  libertadora,  y  la  han 
trasportado  en  sus  buques,  y  estos  mismos  buques 
la  han  escoltado  y  combinan  sus  operaciones  con 
los  movimientos  de  la  legión,  los  que  han  agredido  á 
la  Confederación  Argentina,  tomando  á  viva  fuerza  la  isla 
de  Martín  García  y  cañoneando  los  puertos  de  Zarate  y 
la  Atalaya!  Agrega  que  los  sufrimientos  lo  han  aleccio- 
nado y  que  trabajará  después  de  la  victoria  por  el  sis- 
tema federal,  que  es  el  que  ha  sancionado  el  voto  de  la 
Nación.  Pero  esta  declaración  es  de  puro  efecto  y  no 
entra  en  el  programa  de  los  hombres  que  dirigen  el  par- 
tido unitario.  Así  lo  demuestran  los  hechos  ulteriores 
y,  desde  luego,  el  mismo  Lavalle  exigiéndole  al  congreso 
entrerriano  que  deponga  al  gobierno  ilegal  de  Echagüe, 
como  si  fuese  más  legal  el  que  él  quiere  imponer  al  frente 
de  sus  fuerzas :  «  Espero,  dice  Lavalle,  que  el  honorable 
congreso  nombrará  un  gobierno  que  sustituya  al  ilegal 
de  Echagüe  llevado  sólo  por  la  fuerza.  Desde  que  ese 
gobierno  quiera  desligarse  del  yugo  del  tirano  Rozas  y 
consagrar  todo  su  conato  á  la  inviolabilidad  del  te- 
rritorio y  de  los  fueros  entrerrianos,  me  pondré  á  sus 
órdenes.»  El  medio  práctico  de  desligarse  del  tirano 
Rozas,  lo  indica  en  seguida  el  general  Lavalle  abogando 
portas  pretensiones  ultrajantes  del  extranjero,  en  estos 
términos  que  se  antojan  inverosímiles:  «Si  en  ese 
caso  revoca  el  gobierno  la  aprobaciíui  dada  á  la  con- 
ducta del  de  Buenos  Aires,  relativamente  á  la  cuestión 
francesa,  y  declara  que  los  subditos  de  esta  nación  serán 
tratados  en  el  territorio  entrerriano  corno  los  de  la  más 
favorecida,  se  alzará  el  bloqueo  de  los  puertos  de  la  Pro- 
vincia. »  Y  para  que  no  les  quede  á  los  pueblos  que 
rasisten.   la   mínima  duda  de  que  con  la  Legión  liberta- 


—  V2l  — 

dora  está  el  poder  de  la  Francia  que  ha  atropellado  los 
derechos  de  ]a  Confederación  Argentina,  el  general  La- 
valle  declara  que :  « las  fuerzas  navales  frafiresas,  aliadas 
de  la  Legión  libertadora,  defienden  una  causa  común.  Esto 
hace  más  fuerte  nuestra  posición  y  más  cierto  el  triunfo 
de  la  libertad!  Y  como  si  el  general  Lavalle,  ó,  más 
propiamente,  sus  consejeros,  hubiesen  querido  repartir 
la  responsabilidad  de  estas  monstruosidades  en  los  ciu- 
dadanos más  caracterizados  para  decidir  del  honor  y  del 
patriotismo  nacional.  Lavalle  declara  que  «  la  prueba  de 
que  el  déspota  salvaje  ha  conculcado  los  principios  por 
los  cuales  los  argentinos  derramaron  su  sangre  en  la 
guerra  de  la  Independencia,  es  que  en  las  filas  de  la 
Legión  libertadora  se  encuentran  los  campeones  de  la 
Independencia.  Pero  si  la  mejor  razón  la  tenían  aque- 
llos en  cuyas  filas  se  encontraban  los  generales  y  ofi- 
ciales de  la  Independencia,  la  balanza  se  inclinaba  del 
lado  de  Rozas  y  de  los  federales.  Si  bien  el  partido 
unitario  contaba  en  sus  filas  al  general  Lavalle,  alférez 
en  Montevideo,  teniente  en  Chacabuco,  capitán  en  Mai- 
po,  sargento  mayor  en  Pasco,  comandante  en  Río  Bam- 
ba, Pichincha  y  Moquegua,  coronel  en  Bacacay  é  Itu- 
zaingó,  una  de  las  espadas  más  brillantes  del  ejército 
argentino;  á  los  generales  Rodríguez  é  Iriarte;  á  los  co- 
roneles Olavarría  y  Chilavert;  y  después  al  general  Paz 
que  acababa  de  salir  de  Buenos  Aires,  y  al  general  La- 
madrid  que  por  entonces  formaba  parte  de  las  manifes- 
taciones en  honor  de  Rozas,  el  partido  federal  y  los 
ejércitos  de  la  Confederación  Argentina  contaban  en  sus 
filas  al  libertador  San  Martín,  cuyo  nombre  encabezaba  el 
escalafón  militar  y  que  llegó  hasta  legarle  al  general  Rozas 
su  espada  de  los  Andes  en  prueba  de  su  satisfacción 
al  ver  la  firmeza  con  que  éste  sostuvo  la  independencia 
argentina  amenazada;  al  general  Alvear,  vencedor  en  Mon- 


—  122  — 

tevideo  y  en  Cutizain}^(),  al  servicio  del  gobierno  de  Rozas 
como  ministro  de  la  Confederación  en  los  Estados  Unidos; 
al  (^^eneral  Guido,  el  amigo  íntimo  de  San  Martín;  al 
general  Necocliea.  el  mimado  del  libertador  y  quien  le 
ofreció  á  Rozas  sus  servicios  desde  el  Perú;  al  general  Soler, 
mayor  general  del  ejército  de  los  Andes; al  general  Man- 
silla,  del  mismo  ejército  y  mayor  general  del  ejército 
contra  el  Brasil;  á  los  generales  Pacheco,  Heredia,  Ruíz 
Huidobro,  Espinosa,  Vidal,  Alemán,  Benavidez,  del  ejér- 
cito de  los  Andes  y  auxiliar  del  Perú ;  al  almirante  Brown, 
el  héroe  legendario  de  las  campañas  marítimas  de  la 
Independencia. 

Por  lo  demás,  la  exposición  del  general  Lavalle  no 
s()lo  no  produjo  los  resultados  á  que  tendía,  sino  que 
causó  mal  efecto  en  los  pueblos  y  aun  entre  los  propios 
enemigos  de  Rozas.  Véase  lo  que  al  respecto  le 
escribía  al  coronel  Chilavert  el  doctor  Francisco  Pico, 
cuya  opinión  gozaba  de  grande  autoridad  entre  los  emi- 
grados :  « El  documento  es  muy  bien  redactado,  excepto 
en  cuanto  el  general  Lavalle  se  constituye  abiertamente, 
y  en  su  carácter  oficial,  el  abogado  de  las  pretensiones 
francesas,  y  de  pretensiones  mayores  que  las  que  los 
franceses  tienen...  traerá  mucho  mal  y  ningún  bien  el 
que  el  ejército  libertador  de  la  República  se  presente  desde 
luego  como  campeón  de  pretensiones  extranjeras,  cuales- 
quiera que  ellas  sean. »  Y  en  cuanto  á  la  federación  que  pro- 
clamaba Lavalle,  continuaba  el  doctor  Pico:  «Las  pala- 
bras federación^  sistema  federal^  no  tienen  ya  entre  nos- 
otros la  significación  que  les  da  el  Diccionario,  ni  expresan 
lo  que  en  Norte  América  ó  Suiza.  Como  que  han  servido 
de  divisa  á  un  partido,  pintan  en  la  imaginación  del  pueblo 
la  conducta  de  ese  partido,  y  nada  más.  Al  oir  á  Lavalle 
proclamar  federación  dirán  lo  que  uno  me  dijo  hace  poco: 
((todavía   no  hemos  salido  de  una  federación  y  ya  quie- 


—  133  — 

reii  entrar  en  otra»,  qne  fué  decir:  «todavía  no  liemos 
derrocado  un  tirano  y  ya  se  quiere  levantar  otro».  Si  el 
general  Lavalle  cree  necesario  manifestar  su  predilecciíhi 
por  el  régimen  federal  do  que  á  mi  juicio  es  muy  nece- 
sario) podría  decir  que  el  deseo  de  los  libertadores  es 
que  cada  pueblo  se  constituya  por  sí  mismo,  que  se  dé 
las  leyes  que  quiera  para  su  régimen  interior ...  de  este 
modo  no  se  presentarían  ustedes  como  apóstatas  de  un 
principio ...»  (' ) 

Dicho  se  está  que  el  congreso  entrerriano  no  res- 
pondió á  la  exposición  del  general  Lavalle.  El  general 
Juan  Pablo  López  que  había  llegado  al  Paraná  al  frente 
de  unos  600  hombres,  le  remitió  ese  documento  á  Ro- 
zas, manifestándole  que  tan  pronto  como  se  le  incor- 
porase un  escuadrón  de  línea  que  esperaba,  marcharía 
sobre  la  Concordia  donde  se  encontraba  Lavalle.  (-)  Vién- 
dose hostilizado  de  todos  modos  en  Entre  Ríos  y  no 
queriendo  comprometer  todavía  una  batalla  con  López, 
Lavalle  resolvió  trasladarse  á  Corrientes  donde  se  tra- 
bajaba una  revolución  en  su  favor.  Á  este  objeto  le 
escribió  al  coronel  Chilavert  que  reuniese  la  gente  que 
pudiese  y  lo  esperase  en  la  línea  del  Mocoretá.  (^)  Cuando 
llegó  aquí  supo  que  la  revolución  había  estallado  el  día 
O  de  octubre;  y  se  dirigió  á  Coruzucuatiá  donde  fué 
recibido  entre  aclamaciones,  siendo  nombrado  en  seguida 
por  el  nuevo  gobernador  Ferré,  general  en  jefe  del  ejér- 
cito de  Corrientes. 

Mientras  el  general  Lavalle  organizaba  su  ejército 
en  Corrientes,  se  producía  en  la  campaña  del  sur  de  Bue- 
nos Aires  el  movimiento  revolucionario  á  que  me  he  refe- 

( i)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 

(2)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 

(3)  Manuscrito  original  en  mi  archivo. 


—  124  — 

rido  al  principio  de  este  capítulo.  Los  directores  de  este 
movimiento,  pretendieron  asociar  á  él  á  los  coroneles, 
del  Valle  y  Granada  que  mandaban  re<íim lentos  en  Do- 
lores y  en  Tapalqué;  pero  cuando  hubo  adherido  á  la 
revolución  el  coronel  Ramón  Rico,  que  era  el  segundo 
jefe  de  del  Valle,  se  prescindió  de  éste,  y  en  cuanto  A 
Granada  no  hubo  quien  se  atreviera  á  abordarlo  fran- 
camente de  temor  de  comprometer  el  éxito  de  la  em- 
presa, pues  el  comandante  Lacasa  que  fué  enviado  cerca 
de  él  con  este  objeto  sólo  se  atrevió  á  iniciar  en  el  secreto 
á  varios  de  los  oficiales  subalternos  de  la  división  campa- 
da en  Tapalqué.  (^)  Á  mediados  de  octubre  don  Pedro  Gas- 
telli,  el  agitador  principal  del  movimiento,  celebró  una 
conferencia  en  la  estancia  de  don  Juan  Ramón  Ezeiza 
con  los  coroneles  Rico,  Cr¿imer  y  con  don  Francisco 
Ramos  Mexía.  Allí  se  contaron  los  recursos  militares 
de  que  podían  disponer  y  que  los  constituían  unos  dos 
mil  hombres  bien  montados,  inclusive  un  escuadrón 
veterano  á  las  órdenes  de  Rico  y  que  éste  reuniría 
oportunamente.  Se  acordó,  además,  que  el  día  6  de  no- 
viembre Rico  efectuaría  el  movimiento  en  Dolores  y 
Crámer  en  Chascomús;  y  que  Castelli,  con  las  fuerzas 
que  tuviera  reunidas,  se  situaría  en  este  último  punto 
para  apoyar  á  sus  compañeros  é  incorporarlos  á  sus 
filas  cuando  se  presentasen  las  fuerzas  de  Rozas. 

Una  circunstancia  imprevista  por  ellos  los  obligó  á 
anticipar  el  movimiento  que  esperaban  hacer  en  combi- 
nación con  el  general  Lavalle,  cuando  éste  se  dirigiera 
á  Buenos  Aires,  como  se  lo  había  manifestado  desde 
Entre  Ríos.  Rozas  sabía  que  se  conspiraba  en  la  cam- 
paña del  sur  de  acuerdo  con  Lavalle,  como  se  ha  visto 


( ')  \éa.9ic  Biograf/'a  del  general  Lavalle  por  Lacasa,  pág.  137. 


—  1-2.-)  — 

en  el  capítulo  anterior;  y  calculaba  fundadamente  que 
este  general  desembarcaría  por  la  costa  sur  ó  norte^ 
disponiendo  como  disponía  de  los  buques  de  la  escua- 
dra francesa,  pudiendo  ser  apoyado  por  las  fuerzas  de 
éstos  como  ya  lo  había  sido,  y  guarecerse  en  aquéllos  con 
su  fuerza  en  el  caso  de  un  contraste.  Los  emigrados  ar- 
gentinos en  Montevideo  no  ignoraban  tampoco  estas 
circunstancias.  El  doctor  Alberdi,  entre  otros,  le  escri_ 
bía  á  este  respecto  al  jefe  del  estado  mayor  del  ejército 
de  Lavalle:  «  Tenga  presente  que  para  caer  en  la  cam- 
paña de  Buenos  Aires  no  necesitan  de  inmensos  recur- 
sos, si  han  de  evitar,  como  deben  hacerlo,  encuentros 
por  ahora.  Le  repetiré  una  frase  que  Rozas  ha  dicho 
hace  un  mes.  y  está  de  acuerdo  con  todo  lo  que  nos- 
otros hemos  pensado  desde  el  principio.  Rozas  ha  di- 
cho: «los  unitarios  son  muy  rudos:  ellos  no  ven  que 
á  la  mulita  se  la  debe  agarrar  por  la  cabeza  y  no  por 
el  rabo  ».  Es  pues  preciso  que  en  el  instante  en  que 
ustedes  puedan  hacer  una  travesía  del  rabo  á  la  cabeza, 
la  hagan  volando,  porque  de  lo  contrario  la  cosa  ha  de 
ser  eterna  ».  (') 

Fuere  ó  no  cierta  la  frase  gauchesca  y  exacta  que 
le  atribuían  á  Rozas,  el  hecho  es  que  éste  calculaba 
que  Lavalle  vendría  sobre  Buenos  Aires  porque,  ú  ob- 
tendría ventajas  en  Entre  Ríos,  y  entonces  esta  provin- 
cia reunida  á  la  de  Corrientes  podían  contrabalancear 
el  poder  de  la  de  Santa  Fe  y  permitirle  acometer  con 
mayores  fuerzas  el  centro  de  los  recursos  que  se  le 
oponían;  ó  era  derrotado,  y  entonces  las  mayores  pro- 
babilidades en  su  favor  estaban  también  en  Buenos  Ai- 
res  donde  se  le    incorporarían   todos   los   elementos   de 


(  ' )  Carta  de  Alberdi  á  Chilavert  de  29  de  octubre  de  \S39.— {Pa- 
peles de  Chilavert  en  mi  archivo.) 


—  1-20  — 

resistencia  que  había  en  la  campaña,  con   más  los  que 
pudiera  proporcionarle  en  todo  caso  la  escuadra   fran- 
cesa. Firme  en  esta  idea.  Rozas  quiso  destruir  esta  base 
de  resistencia  armada  en  la  campaña  de  Buenos  Aires, 
y  como  ya  hubiere  tenido  avisos  de  frecuentes  reunio- 
nes que  se  hacían  con  diversos  objetos,  y  no  se  le  ocul- 
taba que  los  hacendados  que  las  fomentaban  tenían  afi- 
nidades serias  con  los  que  habían  preparado  la  conjuración 
Maza,  les   hizo  pasar  una  nota  á  los  jueces  de  paz  de 
algunos  partidos  del  sur,  en  la  que  les  comunicaba  que 
el  gobierno  sabía  que  allí  se  conspiraba,  y  les  ordenaba 
en  consecuencia  que   remitieran  á  la  ciudad  en  calidad 
de  presos  á  cuatro  de  los   más  acérrimos   unitarios,  á 
los  cuales  el  gobierno  no  designaba  por  sus  nombres, 
porque  tenía  la  conciencia  de  que  los  jueces  de  paz  los 
conocían  perfectamente.   En  esto  último  no  se  engaña- 
ba tampoco   Rozas,   porque  el  juez   de  paz  de  Dolores, 
don  Manuel  Sánchez,  como   el  de  la  Lobería,  don  José 
Otamendi,  estaban   al   habla  con  los   revolucionarios,   á 
quienes  dieron  cuenta   inmediatamente  de  lo  que   ocu- 
rría, para  que  resolvieran  lo   que  debía  hacerse. 

Los  momentos  no  permitían  ya  vacilar:  ó  los  jueces 
de  paz  cumplían  las  órdenes  recibidas,  ó  los  revolucio- 
narios lo  impedían  haciendo  estallar  el  movimiento. 
Castelli,  Rico  y  Crámer  se  decidieron  por  esto  último. 
Al  efecto.  Rico  llegó  al  pueblo  de  Dolores  en  la  madru- 
gada del  20  de  octubre,  y  reuniéndose  á  los  princijia- 
les  amigos  mandó  batir  generala.  Acudieron  á  la  plaza 
como  unos  doscientos  ciudadanos  armados  de  lanza,  á 
los  cuales  les  manifestó  que  el  objeto  de  la  reunión  era 
elegir  autoridades  que  resi)ondieran  al  levantamiento  de 
la  campaña  del  sur  contra  el  gobernador  don  .Juan  Manuel 
de  Rozas,  y  que  no  debían  dejar  las  armas  hasta  no  dar  en 
tierra  con  el  tirano.   Cuatro  vecinos  condujeron  de  la  sala 


—  127  — 

del  juzgado  de  paz  á  la  plaza  el  retrato  de  Rozas.  Rico 
lo  acribilló  á  puñaladas,  y  arrancándose  la  divisa  y  el 
cintillo  federal  que  había  llevado  hasta  entonces,  los  hizo 
pedazos  invitando  á  sus  amigos  á  que  hicieran  otro  tanto. 
Después  de  nombrar  juez  de  paz  á  don  Tiburcio  Lenz 
y  de  asumir  él  el  mando  de  todas  las  fuerzas  del  depar- 
tamento, se  dirigió  á  las  afueras  del  pueblo  donde  se  le 
incorporaron  los  contingentes  enviados  por  los  promo- 
tores del  movimiento. 

Mientras  Crámer  procedía  por  su  parte  en  Chas- 
comús.  Rico  aprovechaba  los  momentos  lanzando  sus 
partidas  hasta  el  Tandil  y  por  todas  las  estancias  desde 
Dolores  hasta  esta  banda  del  Quequen  Grande  por  la 
costa,  con  orden  de  traerse  los  hombres,  armas  y  caballos 
que  encontrasen.  A  las  estancias  de  Rozas  mandó  Rico 
comisiones  especiales  que  trajeron  cuanto  pudieron  con- 
ducir. «Don  Gervasio  Rozas,  le  escribía  Rico  al  capitán 
Zacarías  Márquez  el  3  de  noviembre,  fué  prendido  por 
López  y  éste  sorprendió  El  Tala  tomando  toda  la  gente 
de  esos  establecimientos,  lo  mismo  que  el  armamento  y 
municiones.  Á  Camarones  he  mandado  á  Pedro  Xanzo 
con  una  partida  para  que  me  traiga  la  gente  de  esas 
estancias,  municiones,  armas,  etcétera,  etcétera,  y  como 
medida  de  precaución  he  arrestado  á  Almada,  yerno  de 
Morillo...»  (')  Por  su  parte  Castelli  se  situó  con  sus 
fuerzas  en  las  inmediaciones  de  Chascomús  después  de 
haber  tentado  un  golpe  sobre  la  división  al  mando  del 
coronel  Granada  que  permanecía  fiel  al  gobierno.  (-) 
El  total  de  las  fuerzas  revolucionarias  allí  reunidas  se 


(')  Véanse  estas  cartas  de  Rico  y  la  nota  del  comandante  del 
Tandil,  publicadas  en  La  Gaceta  Mercanlil  de  12  de  noviembre 
de    1839. 

(-)  Véanse  las  notas  de  Granada  en  La  Gaceta  Mercantil  de  8  de 
noviembre  ib. 


—  V2S  — 

elevaba  á  unos  dos  Jiiil  hombres  cuando  el  coronel  don 
Prudencio  Rozas  recibió  las  primeras  noticias  de  la  revo- 
lución por  los  partes  del  coronel  don  Vicente  González, 
jefe  del  regimiento  número  3. 

El  coronel  Rozas  hizo  volar  un  chas(|ue  á  la  ciudad 
para  darle  cuenta  de  estas  novedades  al  gobernador  su 
hermano;  y  en  la  madrugada  del  3  se  puso  en  marcha 
sobre  Chasconiús,  al  frente  del  escuadrón  de  línea  del 
número  6  de  su  mando,  anticipándole  al  coronel  Granada 
que  se  le  incorporara  con  la  división  del  sur.  (')  Don 
Juan  Manuel  de  Rozas  dormía  tranquilamente  en  su  casa 
cuando  llegaron  á  la  ciudad  las  primeras  noticias  de  la 
revolución.  Los  oficiales  de  su  secretaría  Reyes,  Rodríguez 
y  Torcida  se  hallaban  á  esa  hora  en  el  teatro  Argentino. 
Un  empleado  les  impuso  de  lo  que  se  pasaba  y  entonces 
acudieron  á  su  oficina.  Á  medida  que  llegaban  los  partes, 
Reyes  se  los  llevaba  á  Rozas  y  éste  le  decía  desde  su 
cama  que  lo  dejase,  que  estaba  bien,  y  seguía  como 
durmiendo.  Esta  escena  se  repitió  aún  tratándose  de 
pliegos  urgentes.  Rozas  ni  dejaba  la  cama,  ni  tomaba 
disposición  alguna.  (-)  ¿Cómo  explicarse  esta  inacción 
cuando  le  noticiaban  que  sus  enemigos  proclamaban  su 
deiTOcamiento  y  su  muerte  en  esa  campaña  del  sur, 
cuna  de  su  poder  y  de  su  iníluencia?... 

La  crónica  cuenta  que  el  general  San  Martín,  después 
de  la  «terrible  noche»  de  Cancha  Rayada,  se  acostó  á 
dormir  al  pie  de  un  árbol,  ó  á  aparentar  que  dormía, 
para  contemplar  los  destinos  de  América  más  que  nunca 
comprometidos  y  que  dependían  de  la  fortaleza  de  su 
espíritu;  y  que  cuando  supo  que   su  ejército  se  reunía 


(')  Comunicación  del  coronel  Prudencio  de  Rozas.  (Véase  Gaceta 
Mercantil  de  8  de  noviembre  de  1839.) 

(2)  Referencias  délos  señores  Antonino  Reyes  y  Pedro  R.  Rodrí- 
ííuez. 


—  129  — 

bajo  las  (3rdeues  de  Las  Heras,  sintió  que  podía  ser 
todavía  obra  suya  la  independencia.  En  medio  de  sn 
aparente  indiferencia.  Rozas  contemplaba  también  per- 
didas las  posiciones  del  partido  que  lo  liabía  levan- 
tado, si  por  sobre  las  resistencias  armadas  de  sus  ene- 
migos interiores  y  exteriores,  esa  revolucirjn  del  sur  tenía 
realmente  las  proporciones  que  le  asignaban.  Porque  si 
bien  es  cierto  que  en  robusta  opinión  debía  de  apoyarse 
para  vencer  todas  esas  resistencias,  como  las  venció,  no 
lo  es  menos  que  ninguna  sacudió  tanto  su  espíritu  como 
la  de  la  campaña  del  sur  en  1839.  Eran  los  nobles  gau- 
chos del  sur,  con  quienes  él  había  compartido  las  pri- 
vaciones, las  penas  y  las  rudas  fatigas  de  sus  mejores 
años;  de  quienes  él  liabía  sido  amigo,  protector,  todo, 
durante  el  largo  interregno  de  las  primeras  luchas  por 
la  patria,  cuando  la  campaña  yacía  en  completo  desam- 
paro, y  antes  que  él  hubiese  ocupado  los  diferentes  car- 
gos públicos  á  los  cuales  ellos  mismos  lo  exaltaron,  por- 
que en  él  cifraban  su  cariño  y  su  esperanza;  eran  esos 
nobles  gauchos  los  que  proclamaban  su  derrocamiento 
y  su  muerte !... 

Esta  idea  atormentaba  á  Rozas.  En  el  fondo  de  su 
alma  debía  de  sentir  algo  como  el  eco  de  mil  truenos 
■que  chocaban  con  estrépito.  Porque  él  no  podía  colo- 
carse en  actitud  de  medir  la  justicia  con  que  sus  ene- 
migos lo  combatían.  Él  era  parte  en  la  contienda,  y  les 
imputaba  á  estos  últimos  otro  tanto  de  lo  que  á  él  le 
imputaban.  Él  consideraba  el  hecho  en  sí,  aislado,  des- 
nudo, de  la  revolución  del  sur,  y  lo  encontraba  mons- 
truoso. Él  esperó  la  revolución  de  parte  de  los  unitarios, 
que  eran  sus  enemigos  irreconciliables  desde  que  ocuj>ó 
el  gobierno,  después  que  aquéllos  fusilaron  al  gobernador 
coronel  Borrego.  Pero  de  aquéllos  entre  quienes  él  había 
pasado  toda  su  juventud,  consagrado  al  rudo  batallar  por 


—  1:50  — 

la  existencia,  hasta  que  le  íué  dado  ])io])(»irionai'se  gran- 
des satisfacciones  con  sn  j)ropi()  esfuerzo,  y  repartirlas 
entre  cuantos  lo  rodeaban,  y  digniíicarlos  por  el  trabajo, 
y  hacerse  merecedor  del  agradecimiento. — de  los  gauchos 
del  sur. — ¡jamás!  Algo  como  esa  esperanza  á  que  sue- 
len aferrarse  ciertos  homltres  que  motivos  tienen  para 
contar  con  el  sufragio  de  los  demás. — de  que  las  cosas 
que  les  tocan  de  cerca  aparecen  peores  de  lo  que  son. — 
brilló  en  el  alma  de  Rozas  en  esos  momentos  de  i)rueba 
para  él.  El  hecho  no  era  tan  monstruoso  como  á  pri- 
mera vista  se  le  había  })resentado.  No  eran  los  gauchos 
del  sur  los  que  levantaban  banderas  de  muerte  contra 
él.  Eran  sus  enemigos  los  que  arrastraban  á  los  gauchos 
que  de  ellos  dependían.  Y  la  borrasca  que  rugía  en  su 
pecho  se  aplaca! »a  entre  el  dulce  vaivén  de  esta  espe- 
ranza que  acariciaba  cuando  se  resistía  á  leer  los  partes 
que  de  la  revolución  le  trasmitían. 

Porque  no  eran  los  partes  de  tal  ó   cual  movimiento 
de   fuerzas,   lo   que   Rozas   ansiaba   saber.     Él  tenía  los 
hilos  de  la  revolución;  y  porque  los  tenía  había  preve- 
nido lo   conveniente  á  los  jefes  de  campaña,   distribu- 
yendo armas  y  buenas  caballadas  al  general  Pacheco  en 
el  norte;  al  coronel   Rozas  en    el  Azul;  al  coronel  del 
Valle  en  el  Tandil;  al  coronel  Granada  en  Tapalqué;  al 
coronel  González  en  el  Monte;  al  coronel  Quesada  en 
Mulitas;  al  coronel  Ramírez  en  Morón;  al  coronel  Agui- 
lera en  San  Vicente.     Todos  estos  jefes  debían  estar  lis- 
tos á  la  primera  señal,  y  lo  estuvieron  cuando  estalló  el 
movimiento   en   Dolores,   como   se  ve  por  las  notas  de 
todos  ellos  fechadas  á  1".  2  y  3  de  noviembre.   (')     Lo 
que  Rozas  esperaba  con  ansiedad    era  una  carta  de  su 


(M     Véase  estas  notasen  La  Caceta  Mercantil  del  8  y  9  de  no- 
viembre de  1S;í9. 


—  131  — 

hermano  el  coronel  don  Prudencio,  en  la  cual  éste 
debía  hacerle  saber,  tan  aproximadamente  como  lo  con- 
siguieran sus  partidas  destacadas  en  los  principales 
estancias  del  sur  y  el  conocimiento  que  él  y  sus  su- 
balternos tenían  de  quien  las  poblaban,  el  número  de 
gauchos  (]ue  habían  engrosado  las  lilas  revolucionarias 
y  el  modo  cónnj  lo  habían  verificado.  Rozas  recibió  esta 
carta  al  amanecer  del  día  2  de  noviembre,  y  entonces 
pudo  darse  cuenta  cabal  de  la  situación.  En  ella  se  le 
decía  que  en  la  misma  forma  conminatoria  como  se 
había  sacado  los  peones  de  sus  estancias  y  de  las  de 
los  Anchorena,  se  había  procedido  en  las  demás  estan- 
cias, para  reunir  poco  más  de  mil  gauchos  á  los  plan- 
teles que  tenían  los  promotores  del  movimiento.  Rozas 
vio  que  su  prestigio  no  estaba  quebrado  todavía  en  la 
campaña,  y  que  plantándose  allí  podía  levantarla  en  su 
favor,  aun  en  el  caso  improbable  de  que  los  revolucio- 
narios obtuvieran  alguna  ventaja  sobre  las  fuerzas  que 
inmediatamente  lanzó  sobre  ellos.  Á  esas  mismas  horas 
escribió  á  su  hermano  don  Prudencio  diciéndole  que  una 
vez  que  se  le  incorporase  la  división  del  sur  marchase 
sobre  los  revolucionarios;  que  si  los  batía,  desarmase 
inmediatamente  á  todos  los  paisanos  revolucionarios  y 
les  ordenase  que  se  dirigieran  á  sus  respectivos  domi- 
cilios, y  en  caso  contrario  que  tomase  posiciones  y  espe- 
rase las  fuerzas  que  al  mando  de  los  coroneles  Ramí- 
rez, Aguilera  y  Costa  iban  é  incorporársele. 

Entretanto  Castelli,  Rico  y  Crámer,  viendo  frustradas 
las  esperanzas  que  tenían  en  que  se  les  plegarían  las 
fuerzas  del  gobierno  acantonadas  en  el  Azul  y  en  Tapal- 
qué,  se  propusieron  neutralizarlas,  ya  que  no  querían 
comprometer  todavía  un  combate  con  ellas.  Al  efecto  le 
hicieron  saber  por  chasque  al  cacique  Catriel,  situado 
con  su  tribu  en  Tapalqué,  que  Rozas  había  muerto,  que 


—  1^52  — 

en  la  ciudad  había  estallado  una  revolución  la  cual 
apoyaban  en  la  campaña  las  fuerzas  de  Granada  y  de 
del  Valle,  y  que  á  él  no  le  quedaba  otro  camino  que 
incorporarse  á  los  que  habían  tomado  las  armas  para 
se^nuridad  de  todos  en  la  campaña,  y  á  fin  de  no  ser 
sacrificado  por  las  fuerzas  mas   pr(3ximas  á  él. 

Estas  noticias  produjeron  un  efecto  estupendo  en  la 
tribu  de  Catriel.  Los  indios  se  prepararon  á  vengar  la 
muerte  de  Rozas  á  quien  amaban;  y  el  cacique  le  decla- 
ró al  comandante  Echevarría  que  haría  matar  á  cuantos 
se  le  presentasen  en  sus  toldos,  y  que  se  preparaba  á 
dirigirse  al  Azul  con  todos  sus  indios  de  pelea  porque 
allí  se  encontraban  los  que  habían  muerto  á  Rozas.  La 
desesperación  de  los  indios  rayaba  en  locura  y  no  habla- 
han  sino  de  asesinar  y  de  saquear.  Á  duras  penas  el 
comandante  Echevarría  y  el  mayor  Bustos  pudieron 
aplacarlos  diciéndoles  que  esas  noticias  eran  falsas,  y 
que  en  breve  iban  á  convencerse  de  ello  porque  envia- 
ba un  chasque  á  la  ciudad  pidiéndole  al  gobernador 
que  remitiese  algunos  indios  de  Tapalqué,  que  se  halla- 
ban en  ella,  y  que  hubiesen  visto  á  Rozas.  (V) 

Simultáneamente  los  principales  jefes  de  la  revolu- 
ción, dirigieron  una  nota  colectiva  al  contraalmirante 
francés  en  la  que  invocando  «la  afinidad  que  reinaba 
entre  los  princii)ios  que  los  animaban  á  ellos  y  á  los 
subditos  de  S.  M.  Luis  Felipe»,  le  pedían  libre  tránsito 
y  un  salvoconducto  para  que  el  portador  de  tal  comu- 
nicación llegase  al  campo  del  general  Lavalle.  «Nos  es 
grato  comunicar  al  señor  contraalmirante,  agregaban, 
que  no  reconociendo  los  ciudadanos  que  suscriben  nin- 
guna clase   de  enemigo  en  el  extranjero,  esperamos  que 


(  ' )  Véase  la  nota  de  EchevaiTia  publicada  en  ia  Gaceta  Mercan- 
til de  9  de  noviembre  de  1839. 


—  133  — 

los  puertos  del  Salado  y  Tuyú,  que  están  en  nuestro 
poder,  abriguen  cualquier  pabellón  ultramarino,  por  más 
enemigo  que  sea  del  tirano  que  domina  nuestra  patria.»  (') 
Al  día  siguiente  el  comandante  Villarino  dirigía  otra 
nota  al  mismo  contraalmirante  pidiéndole  á  nombre 
de  los  jefes  revolucionarios  que  estacionara  alguna  fuerza 
naval  en  el  Tuyú  ó  en  la  boca  del  Salado,  á  lo  que 
aquél  accedió  igualmente. 

Por  su  parte  el  coronel  don  Prudencio  de  Ptozas  se 
movió  del  Azul  en  la  tarde  del  3,  al  frente  de  unos  mil 
cuatrocientos  soldados,  veteranos  en  su  mayor  parte,  y 
llevando  de  segundo  jefe  al  coronel  Nicolás  Granada. 
Mientras  el  coronel  del  Valle  esperaba  sus  órdenes  al 
frente  de  las  milicias  reunidas  del  Tandil,  él  siguió  su 
marcha  llegando  en  la  tarde  del  5  á  la  estancia  de  Vi- 
llanueva,  cerca  del  Salado,  y  campando  en  la  noche  siguien- 
te en  la  costa  de  este  río,  cerca  de  Chascomús.  En  la  ma- 
drugada del  7  atacó  á  las  fuerzas  de  Castelli  y  de  Rico.  Éstas 
lo  recibieron  valientemente,  pero  el  combate  quedó  librado 
desde  luego  á  la  iniciativa  de  los  jefes  subalternos,  dada 
la  poca  disposición  de  Castelli  para  dirigirlo.  Las  car- 
gas de  la  caballería  veterana  deshicieron  las  filas  revo- 
lucionarias. Muerto  Crárner,  distinguido  oficial  francés, 
y  el  línico  que  hubiera  podido  siquiera  efectuar  una 
retirada  hacia  el  Tuyú  donde  habría  encontrado  la  pro- 
tección de  los  buques  franceses  que  bloqueaban  ese 
puerto,  Castelli  fué  envuelto  en  la  dispersión  de  los 
suyos,  dejando  en  el  campo  de  batalla  más  de  cien 
hombres  fuera  de  combate  y  cerca  de  400  prisioneros. 
El  coronel  Rozas  dio  inmediatamente  libertad  á  estos 
últimos,  haciéndoles  saber  que  el  gobernador  de  la  Pro- 


( ^)  Suscriben  esta  nota  CasteUi,  Sáenz  Valiente,  Ezeiza,.Rico,  Leus, 
Ramos  Mexia,  Madero,  etcétera.  Véase  ia  Gaceía  del  12  de  noviembre. 


—  184  — 

vincia  prefería  creer  (jue  lial)íaii  sido  engañados  y  obli- 
gados por  la  fuerza  á  tomar  las  armas,  á  castigarlos 
como  rebeldes  y  traidores  unidos  á  los  franceses  que 
liostilizal)an  la  República.  En  la  persecución  subsiguiente 
á  la  batalla  fué  muerto  el  infortunado  Castelli,  v  su 
cabeza  puesta  á  la  expectación  en  la  plaza  de  Dolores ; 
pagándose  así  tributo  á  esa  bárbara  ejeniplarización  que 
fué  de  regla  en  las  guerras  medievales,  y  que  se  ha 
aplicado  hasta  en  estos  últimos  tiempos  en  los  países 
del  habla  española.  El  coronel  Rico,  más  feliz,  se  retiró 
al  Tuyú  embarcándose  con  500  hombres  en  los  buques 
franceses  para  incorporarse  al  general  Lavalle,  y  lle- 
gando al  campo  de  éste  en  los  primeros  días  de  enero 
de  1840. 

Así  concluyó  la  revolución  del  sur.  La  rapidez  con 
que  fué  sofocada  únicamente  con  las  fuerzas  que  tenía 
reunidas  el  coronel  Prudencio  de  Rozas,  mostró  que 
ella  no  tenía  la  importancia  que  al  principio  se  le 
atribuyó.  Y  el  haber  los  que  la  llevaron  á  cabo  decla- 
rado que  su  causa  era  común  con  la  de  los  franceses 
que  agredían  al  país,  no  sólo  la  privó  de  mayores  ad- 
hesiones, sino  que  exacerbó  á  la  opinión,  y  dio  pá- 
bulo á  que  todas  las  clases  de  la  sociedad  reprodujeran 
á  su  vez  declaraciones  de  adhesión  al  gobierno  fede- 
ral y  á  la  persona  de  Rozas.  El  mismo  día  que  tenía 
lugar  la  batalla  de  Chascomús,  Rozas  le  dio  á  la  le- 
gislatura cuenta  de  lo  que  hasta  ese  momento  se  sabía 
dejando  «  á  su  patriotismo,  libertad  y  saber,  el  resol- 
ver lo  que  estime  conveniente  ».  La  legislatura  se  de- 
claró en  sesión  permanente  para  deliberar  sobre  este 
asunto.  El  diputado  Torres  resumió  la  cuestión  así:  a  Si 
abominable  es  la  rebelión  contra  la  autoridad  legal  en 
circunstancias  ordinarias,  doblemente  es  en  las  extraor- 
dinarias en  que  nos  hallamos,  cuando  la  Confederación 


—  18o  — 

Argentina  y  el  sabio  magistrado  que  la  dirige  hacen 
los  mayores  esfuerzos  para  conservar  nuestra  libertad  é 
independencia;  cuando  los  que  han  cometido  aquel  crimen 
agregan  el  de  traición  á  la  patria.  Sí.  señores,  en  ins- 
tantes en  que  nos  vemos  hostilizados  por  el  enemigo 
más  tiránico  y  odioso  que  ha  tenido  la  América  del  Sur, 
unos  cuantos  hijos  desnaturalizados  se  le  han  unido 
para  entregar  nuestra  patria  á  esos  incendiarios  agentes 
franceses...  Exprésele  la  sala  al  poder  ejecutivo  que 
ponga  en  ejercicio  todas  sus  facultades.  ({ue,obre  con  la 
energía  qne  reclaman  las  circunstancias,  y  que  con  la 
lirmeza  que  lo  caracteriza  castigue  y  contenga  los  males.» 
Todos  los  diputados  se  pronunciaron  en  este  orden  de 
ideas,  y  con  fecha  9  de  noviembre  la  legislatura  declar('> 
que  el  motín  realizado  en  Dolores  y  Monsalvo  jior  los 
nnitarios  unidos  á  los  franceses,  era  un  crimen  de  alta 
traición  á  la  causa  de  la  libertad  é  independencia  ameri- 
cana; que  los  promotores  de  ese  motín  quedal)an  fuera 
de  la  ley,  y  que  los  que  se  habían  resistido  á  incorpo- 
rarse á  las  filas  de  los  sublevados  eran  beneméritos  de 
la  patria. 

Los  diputados  Lahitte,  García,  Mansilla.  Argerich  y 
Villegas  presentaron  en  seguida  el  célebre  proyecto  por 
el  cual  los  representantes  del  i)ueblo  ponían  á  dispo- 
sición del  gobernador  don  Juan  Manuel  de  Rozas,  sus 
personas,  sus  bienes  y  su  fama  «para  el  sostén  de  las 
leyes,  de  la  independencia  nacional  y  de  la  santa  causa 
déla  libertad  del  continente  americano».  El  diputado 
don  Pedro  Aíedrano,  que  lo  fué  del  congreso  que  declaró 
en  Tucumán  la  independencia  argentina,  se  puso  de  pie 
para  aclamar  ese  proyecto  en  estos  términos:  «Un  vete- 
rano como  yo  en  la  revolución,  nn  diputado  cuya  voz 
han  oído  sus  compatriotas  desde  que  se  dio  el  grito  de 
libertad,  el  que  en  el  año  10  gritó  desde  las  faldas  del 


—  13()  — 

Ai'(»ii(]iiija :  «¡orden,  ar<»eiitiiios,  (iii  ;'i  la  rcvoliiciiHi.  j)riii- 
(•i}»i()  al  orden!»,  debe  ser  oído  cuando  se  trata  como 
ahora  de  un  asunto  vital  parala  patria...  lieunámosnos 
cuanto  antes  alrededor  del  gobierno  y  auxiliémoslo  del 
modo  que  nos  sea  posible  para  conjurar  la  tormenta  que 
amaga  con  tan  funestos  males  á  nuestra  patria.»  El 
})royecto  fué  sancionado  por  aclamación,  y  al  comuni- 
cárselo á  Rozas  éste  agradeció  el  ofrecimiento  á  cuyo 
favor  los  argentinos  triunfarían  «de  los  tiranos  que  in- 
tentaban insultar  las  leyes;  y  ofreciendo  igualmente  á 
los  representantes  del  pueblo  su  persona,  bienes  y  fama 
para  el  sostén  de  las  leyes  y  de  la  indepenpencia  .nacio- 
nal». (") 

Á  ejemplo  de  la  legislatura,  las  parroquias,  partidos  de 
campaña,  corporaciones,  ciudadanos  distinguidos,  etcétera, 
re])rodujeron  sus  votos  de  adhesión  al  Restaurador  de  las 
leyes  y  á  la  causa  de  la  federación,  ofreciendo  ya  sus 
personas  para  salir  á  campaña  contra  los  unitarios,  ya 
sus  bienes  para  sufragar  los  gastos  de  la  guerra  que  iba 
á  recomenzar  sin  dar  cuartel.  La  Gaceta  Mercantil  de 
noviembre  y  diciembre  registra  todas  estas  declaraciones 
particulares  y  colectivas;  y  por  los  términos  en  que  éstas 
están  concebidas  se  comprende  que  las  pasiones  habían 
llegado  aun  grado  de  ensañamiento  político  tal,  que  no  po- 
día menos  de  i)roducirse  en  breve  una  crisis  tremenda  que 
envolvería  todas  las  fuerzas  comprometidas  en  la  acción 
militante,  á  través  de  un  campo  de  desolaciíui  y  de  san- 
gre. Prueba  de  ello  daba  L'i  Gareta  Mercantil  que  res- 
pondiendo á  la  prensa  de  Montevideo,  decía  en  esos  días: 
«  Hlstá  anonadado  de  un  solo  golpe  el  más  escandaloso 
motín  ('(Ultra  la  autoridad  de  la  ley  y  contra  la  indepen- 


(')     Véase  Diario  de  sesiones    de     la    .Imita,   lonm    xxv.   sesión 
655.     Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  K»  de  noviembre  de  \K]9. 


—  187  — 

dencia  nacional.  Los  crímenes  de  los  salvajes  unitarios 
salen  de  la  (órbita  de  lo  común.  Su  alevosía  infame  aca- 
ricia las  cadenas  y  besa  la  inmunda  planta  de  los  asqne- 
rosos  franceses  enemigos  de  la  libertad  americana.  La 
opinión  pública  que  ha  vencido  todas  las  resistencias 
se  levanta  más  irritada  y  poderosa.  La  justicia,  la  liber- 
tad lian  fulminado  su  fallo  soberano.  Los  salvajes  uni- 
tarios serán  exterminados.  Los  tiranos  franceses  verán 
consumirse  sus  planes  feroces  por  el  odio  de  los  pueblos. 
Soberanía,  dignidad,  es  el  decidido  voto  de  los  pueblos. 
Será  cumplido  ó  denodadamente  perecerán  antes  que  aba- 
tirse al  desbonor  y  á  la  asquerosa  esclavitud.» 

Y  para  que  tales  manifestaciones  hicieran  aparecer  la 
opinión  unánime  en  favor  de  la  causa  federal  y  de  la 
persona  del  gobernador  Rozas,  los  vecindarios  de  Dolores 
y  Monsalvo,  donde  tuvo  lugar  el  movimiento  revolucio- 
nario, aclamaron  nuevamente  las  autoridades  locales  que 
acababan  de  ser  depuestas,  y  suscribieron  un  acta  en  la 
cual  declaraban  que  habían  cedido  al  imperio  de  la  fuerza^ 
y  reproducían  sus  votos  de  adhesión  al  Ilustre  Restau- 
rador ele  las  leyes.  El  acta  del  vecindario  de  Dolores 
está  suscrita  por  doscientos  cuarenta  y  siete  ciudadanos, 
entre  los  que  figuran  el  mismo  juez  de  paz  Sánchez,^ 
destituido  por  los  revolucionarios  y  los  Ramírez,  Almada, 
Vigoreua,  Peralta,  Suárez,  Serantes,  Gauna,  etcétera.  La 
del  partido  de  Monsalvo  está  suscrita  por  setecientos 
ochenta  y  seis  ciudadanos  entre  los  que  figuran  José 
M.  Otamendi,  Roque  Baudrix.  los  Funes,  Lara,  Albarellos, 
Gómez,  Imbaldi,  Leloir,  Pinto,  Gil  y  demás  hacendados 
conocidos  y  pudientes. 


CAPÍTULO  XXXV 


LA VALLE  Y  RIVEKA 


(1S30— 1840) 


SuMAiuii:  1.  Iiivasiüii  de  López  á  Corrientes. — IL  Desastrosa  retirada  de  López. — 
m.  Las  influencias  que  pesaban  sobre  el  genei-al  La  valle. — IV.  La  Comi- 
sión Argentina:  Rivera:  los  agentes  de  Francia:  los  de  Rivera. — V. 
Boceto  del  coronel  Chilavert:  resistencias  que  éste  subleva. — VL  Intrigas 
para  separarlo  del  ejército  libertador. — VII.  Los  supuestos  arreglos  de 
Chilavert  con  Rivera  y  Ferré:  lo  que  dicen  los  documentos. — VIII.  Chi- 
lavert le  propone  á  Lavalle  defina  su  situación  con  Rivera  y  se  acomode 
con  Oribe  y  López:  manera  cómo  Lavalle  encara  esta  proposición. — IX. 
Desacuerdo  entre  Lavalle  y  Chilavert:  necesidad  sentida  de  Chilavert  en 
el  ejército. — X.  La  campaña  en  el  Estado  Oriental:  Ecliagüe  y  Ramirez. 
— XI.  Batalla  de  Cagancha:  Echagüe  flanquea  á  Rivera  :  error  de  Echagüe 
que  le  arrebata  la  victoria  completa. — XII.  Rivera  laedra  para  hacerse 
el  arbitro  de  la  guerra:  ratificación  del  tratado  Berón  de  Astrada. — 
XIII.  Violenta  posición  de  Lavalle:  su  desavenencia  con  Ferré. — XIV. 
Lavalle  sale  de  Corrientes  con  su  ejército, — XV.  Chilavert  en  Concordia: 
cargos  severos  que  le  hace  Lavalle. — XVI.  Consideraciones  que  mueven 
á  Chilavert  á  separarse  del  ejército:  carta  que  le  dirige  á  Lavalle. — XVII. 
Chilavert  explica  cenfidencialmente  á  «us  amigos  las  causas  de  su  renun- 
cia, y  los  amigos  de  Rivera  mandan  esas  cartas  á  Buenos  Aires :  des- 
agradable impresión  que  ello  produce. — XVIII.  Explicaciones  de  Martinez: 
reto  de  Chilavert  á  Vázquez. — XIX.  Diplomacia  de  la  Comisión  Argentina 
V  de  los  riveristas. 


Cuando  terminaba  la  revolución  del  sur  de  Buenos 
Aires,  como  queda  explicado  en  el  capítulo  anterior,  el 
general  Lavalle  organizaba  en  su  campamento  del  Ombú 
los  elementos  que  había  puesto  á  sus  órdenes  el  gober- 
nador de  Corrientes  don  Pedro  Ferré;  é  invadía  esta 
provincia  el  general  Juan  Pablo  López  al  frente  de  unos 
2500  hombres.  López  se  proponía  batir  á  Lavalle  antes 
que  éste  pusiese  en  pie  de  guerra  los  contingentes  de 
Corrientes  con  el  armamento  y  los  recursos  que  debían 
enviarle  los  agentes  de  Francia.  Pero  con  la  impericia 
propia  de  su   ninguna  educación  militar,  sacrificó  desde 


—  189  — 

luego  á  ventajas  parciales  el  éxito  general  de  su  plan. 
En  vez  de  interponerse  entre  las  fuerzas  que  guarnecían 
la  frontera  sur  de  Corrientes  y  las  que  tenía  Lavalle 
en  el  Ombú.  llamando  la  atención  de  las  primeras  y 
marchando  él  rápidamente  sobre  estas  últimas,  se  dirigió 
al  arroyo  Bacacuá.  y  el  29  de  noviembre  (1839)  sorpren- 
dió y  dio  muerte  al  coronel  Patricio  Maciel.  Jefe  de  una 
fuerza  de  la  Legión  libertadora. 

Lavalle  que  no  estaba  todavía  en  condiciones  como 
para  resistirle  á  López,  levantó  su  campo  y  se  internó 
en  la  provincia  de  Corrientes.  López  lo  siguió,  pero  sin 
éxito,  hasta  que  viéndose  sin  elementos  de  movilidad, 
porque  Ferré  hab  ía  internado  todas  las  caballadas,  y 
temeroso,  por  otra  parte,  de  la  suerte  del  ejército  de 
Echagüe  en  el  Estado  Oriental,  se  retiró  de  Corrientes 
hostilizado  en  su  tránsito  por  las  partidas  ligeras  de 
Lavalle  y  perdiendo  la  mayor  parte  de  sus  fuerzas.  Esta 
retirada  desastrosa  fué  un  verdadero  triunfo  para  la 
revolución  de  Corrientes ;  y  Lavalle  supo  aprovecharlo 
para  organizar  y  remontar  su  ejército,  á  íin  de  abrir 
su  campaña  así  que  se  lo  permitieran  las  circunstancias. 

Pero  tan  varias  eran  las  influencias  que  aspiraban 
respectiv'amente  á  conducir  los  sucesos,  que  el  general 
Lavalle  se  encontraba  en  casi  todos  los  momentos  su- 
bordinado á  las  conclusiones  dogmáticas  de  sus  ami- 
gos togados,  quienes  pretendían  saberloy  preverlo  todo; 
á  las  sugestiones  egoístas  de  sus  aliados  que  perse- 
guían los  propios  intereses :  y  aun  á  las  exigencias  de 
sus  inferiores  que  se  erigían  en  críticos  y  en  jueces 
de  todo  lo  que  se  pensaba  hacer  ó  se  hacía,  al  favor 
de  una  indisciplina  que  desprestigiaba  la  autoridad  mi- 
litar de  dicho   general. 

Desde  luego  la  Comisión  Argentina  de  Montevideo, 
servida  por  los  prohombres  del  partido  unitario,  y  que 


—   Ui  I  — 

tejía  redes  iiiteriiiiiiables  para  extraviar  á  sus  enemigos 
ó  para  neutralizar  los  esfuerzos  de  éstos,  aunque  ella 
se  envolviera  en  esas  redes,  y  aunque  se  comprome- 
tiera el  propio  honor  nacional.  Al  mismo  tiempo  el 
general  Rivera  que  perseguía  la  supremacia  no  sólo  en 
el  Estado  Oriental  sino  en  Corrientes  y  hasta  en  el 
ejército  libertador,  y  que  intrigaba  con  el  gobernador 
Ferré  y  con  los  agentes  de  Francia,  para  hacerse  de 
la  suma  mayor  de  recursos  pecuniarios  que  éstos  pro- 
porcionaban á  objeto  de  mantener  la  guerra  contra  Ro- 
zas. De  otra  parte  los  agentes  de  Francia  quienes  exigían 
hechos  de  armas  en  cambio  de  la  ayuda  que  prestaban, 
y  que  amenazaban  con  cerrar  su  bolsa  si  no  se  conducían 
las  cosas  á  medida  de  sus  deseos.  Y  por  fin  los  agen- 
tes de  Rivera,  quienes  se  dejaban  sentir  en  las  dificul- 
tades que  promovían  así  cerca  de  la  Comisión  Argentina 
como  en  Corrientes. 

Había,  sin  embargo,  cerca  del  general  Lavalle  un 
hombre  de  prendas  poco  comunes,  á  quien  no  se  le 
ocultaban  estas  circunstancias  que  minaban  la  moral 
del  ejército  y  comprometían  á  cada  paso  la  causa  en 
que  estaban  empeñados,  y  que  se  propuso  neutralizar- 
las con  su  genial  independencia  de  carácter.  Este  hom- 
bre era  el  coronel  de  artillería  don  Martiniano  Chilavert, 
á  quien  ya  conoce  el  lector,  y  á  quien  los  jefes  prin- 
cipales del  ejército  libertador  habían  nombrado  mayor 
general.  Chilavert  tenía  la  conciencia  de  su  valer,  como 
que  se  distinguió  donde  quiera  que  estuvo.  Sus  condi- 
ciones relevantes  de  militar  científico  y  experimen- 
tado ;  su  vasta  instrucción  y  el  talento  fácil  con  que 
abarcaba  las  cuestiones  sometidas  á  su  examen,  le  va- 
lieron un  puesto  en  los  consejos  del  general  Lavalle,  y 
la  consideración  del  elemento  pensante  del  partido  uni- 
tario.    Pero  prevenía  contra  él  la  ruda    franqueza   con 


—  Ul  — 

que  emitía  opiniones  las  más  atrevidas  y  juicios  los 
más  acerbos  á  las  veces  sobre  los  hombres  y  las  cosas 
que  lo  rodeaban.  Y  como  se  preocupaba  con  sincero 
afán  de  las  cuestiones  que  afectaban  á  su  país,  y  poseía 
singulares  dotes  analíticas,  no  era  raro  oirle  predecir 
con  palabra  elegante  y  persuasiva  resultados  que  tarde 
ó  temprano  se  cumplían.  Ya  se  comprende  que  sus 
juicios  acerbos  producían  efectos  desastrosos  para  los 
hombres  sobre  quienes  recaían,  porque  se  generalizaban 
prestigiados  con  la  autoridad  de  su  nombre. 

Y  por  esto  mismo  le  creaban  resistencias  entre  los 
que  se  sentían  heridos  y  aun  entre  los  prohombres  del 
partido  unitario,  á  quienes  les  mortificaba  que  un  sol- 
dado pretendiese  ver  las  cosas  más  claro  que  ellos,  y 
que  así  lo  manifestase  en  los  consejos  de  notables  donde 
más  de  una  vez  prevaleció.  Véase  esta  anécdota  que 
pinta  á  Chilavert :  Discutíase  en  consejo  si  Lavalle  ope- 
raría sobre  Entre  Ríos  ó  sobre  Buenos  Aires.  Chilavert 
se  había  pronunciado  por  lo  último,  con  razones  tan 
buenas  como  las  que  él  podía  dar.  Alguno  de  los  ami- 
gos togados  del  general  Lavalle,  sin  destruir  esas  razo- 
nes declaró  que  el  general  debía  operar  sobre  Entre 
Ríos  en  nombre  de  conveniencias  políticas  trascenden- 
tales. Así  que  habló  este  personaje,  y  á  pesar  de  que  la 
discusión  empezaba  recién,  Chilavert  se  levantó  y  les 
dijo  á  los  que  tenía  más  cerca:  «Ya  no  hay  que  hacer, 
señores:  iremos  al  Entre  Ríos:  la  toga  se  empina  y  se 
hace  puntiaguda  para  desempeñar  el  papel  de  la  es- 
pada. Ojalá  nos  vaya  bien !  pero  mucho  me  temo  que 
si  seguimos  así  tengamos  que  lamentar  después  una 
desgracia  mayor  que  la  que  lamentamos  hoy  en  nues- 
tra patria....))  «¿Cuál?»  le  preguntó  el  coronel Montoro.  «La 
de  que  nos  gobiernen  este  clérigo  y  togados  que  quie- 
ren dirioirnos  ahora.»    Y    el  clérigo  v  togados  estaban 


—  \V2  — 

á  lili  paso  de  él....  Después,  el  coronel  Vega  y  algunos 
otros  fueron  á  requerirle  su  firma  para  una  solicitud  en 
que  se  le  pedía  al  general  Lavalle  que  no  admitiera  en 
el  ejército  al  benemérito  general  Olazábal.  Chilavert 
montó  en  cólera  y  arrojó  el  papel  sobre  la  mesa,  di- 
ciendo á  los  peticionarios:  «  El  general  Olazábal  es  un 
benemérito  servidor  de  la  patria,  capaz  de  dar  lustre  al 
ejército  en  que  forme;  esta  solicitud  es  simplemente  una 

villanía...»    «^  Una ?»   respondieron  los  jefes  con  tono 

amenazante.  «Una  villanía»,  repitió  Chilavert... y  los  soli- 
citantes se  retiraron  dominados  por  la  entereza  de  ese 
hombre  que  jamás  se  dobló. 

Agregúese  que  Chilavert  les  había  echado  en  cara  la 
vergüenza  de  aceptar  el  apoyo  material  y  los  dineros  de 
la  Francia  para  hacerle  la  guerra  á  Rozas,  y  se  com- 
jirenderá  cómo  y  porqué  los  allegados  del  general  Lavalle 
y  las  mediocridades  de  menor  cuantía  se  propusieron 
anular  á  Chilavert,  cuya  presencia  les  importunaba  dema- 
siado, y  á  quien  no  podían  vencer  con  las  armas  de  la 
razón  y  de  la  lealtad.  Claro  es  que  esta  intriga  debía 
gravitar  sobre  la  moral  y  disciplina  del  ejército,  que 
Chilavert  quería  mantener  á  todo  trance,  con  el  prestigio 
de  su  nombre  y  la  autoridad  de  la  escuela  militar  en 
que  se  había  educado.  Por  mucho  que  pesara  sobre  su 
ánimo  la  iníluencia  de  esos  consejeros,  desde  el  año  de 
1828  en  que  supieron  presentarle  como  una  necesidad  el 
fusilamiento  del  gobernador  Dorrego,  el  general  Lavalle 
comprendía  que  su  jefe  de  estado  mayor  era  irreempla- 
zable, y  quiso  conciliar  á  éste  con  aquéllos.  Pero  ni 
los  unos  querían  entender  de  acomodamientos,  ni  Chi- 
lavert les  cedía  en  lo  mínimo,  ni  mucho  menos  se  reser- 
vaba de  declarar  que  los  entrometimientos  de  esos  hom- 
bres en  lo  militar,  y  más  que  todo,  su  incapacidad  y  su 
petulancia,  comprometían  cada  día  más  la  causa  en  que 
estaban  em peñados. 


—  143  — 

Una  vez  en  Corrientes  propalaron  que  Chilavert  era 
el  agente  de  Rivera  para  arreglar  con  Ferré  un  nuevo 
tratado  con  el  objeto  de  anular  á  Lavalle.  dándosele 
á  Chilavert  el  mando  del  ejército  de  esa  provincia  y 
conservando  Rivera  el  comando  superior  en  los  asuntos 
de  la  guerra.  Este  cargo  era  gratuito  y  los  acusa- 
dores lo  sabían  mejor  que  nadie.  Chilavert  había  ac- 
tuado con  Ferré,  con  don  Ángel  Bedoya  y  otros  hom- 
bres principales  de  Corrientes,  á  objeto  de  facilitar  los 
arreglos  entre  Lavalle  y  el  gobierno  de  esta  provincia. 
Él  sabía,  como  los  demás,  que  Rivera  aspiraba  á  hacerse 
el  arbitro  del  litoral,  y  que  para  realizarlo  le  opondría  á 
Lavalle  cuantos  obstáculos  pudiese.  Ya  en  29  de  octubre 
le  escribía  Alberdi  á  Chilavert:  «Es  muy  probable  que 
la  mayor  parte  de  los  obstáculos  que  ustedes  encuen- 
tran allá,  sean  preparados  por  la  mano  de  nuestro  aliado 
el  ínclito  Rivera.  Este  amigo  es  un  enemigo...  Fíjese 
en  estos  pasos  que  acaba  de  dar:  ha  dado  orden  á  don 
Manuel  Olazábal  de  ponerse  sobre  esta  costa  del  Uru- 
guay con  el  objeto  de  abrir  desde  allí,  conforme  á  sus 
instrucciones,  relaciones  de  inteligencia  con  Corrientes 
y  Entre  Ríos.  No  los  nombra  á  ustedes  para  nada.  Lo 
sé  esto  mismo  por  carta  de  Manuel  Olazábal. »  (')  « En 
cuanto  al  general  Rivera,  le  escribía  el  general  Lavalle 
á  Chilavert  en  25  de  noviembre  (1839),  yo  no  encuentro 
el  medio  de  ponerlo  en  razón,  sino  dominando  sus  pa- 
siones. Veamos  si  usted  encuentra  el  raro  secreto  para 
poderlo   conseguir. »  {-) 

Y   porque  sabía   esto    Chilavert  le  proponía  á  Lavalle 
que   definiera  su  situación  con  Rivera,  cuyo  poder  mili- 


(')    Manuscrito   original  en  mi  archivo.  {Papeles  de  Chilavert.) 
Véase  el  apéndice. 

(^)    Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Ib.  ib.) 


—  1  u  — 

tar  y  i)olítit'u  inaiiteiiíaii  los  agentes  franceses  con  su 
apoyo  material  y  con  su  dinero;  y  que  si  la  conducta 
del  jefe  oriental  no  respondía  lealmente  á  los  objetos 
que  perseguía  Lavalle,  buscara  éste  un  acomodamiento 
con  Oribe  que  acababa  de  ponerse  en  campaña,  y  con 
don  Juan  Pablo  Ló})ez  (|uien  no  estaba  lejos  de  acep- 
tarlo. Para  que  Cbilavert,  que  sabía  ver  lejos,  proi)Usiera 
aproximarse  á  Oribe,  menester  era  que  mediara  alguna 
circunstancia  favorable,  alguna  ventaja  de  consideración 
cuyo  alcance  sólo  Lavalle  y  él  pudieran  apreciar.  En 
cuanto  á  López,  los  lieclios  subsiguientes  (1842;  acre- 
ditaron la  posibilidad  de  verificar  ese  acomodamiento, 
Lavalle  se  pronunció  en  contra  de  lo  primero,  no  tanto 
por  Oribe  cuanto  por  los  compromisos  que  los  sucesos 
le  habían  creado  con  Ptivera.  «Ponernos  en  relación  con 
Oribe!...  le  escribía  á  Cbilavert,  eso  sería  contradecir  los 
sentimientos  que  manifestásemos  por  el  pueblo  oriental, 
porque  aliándonos  con  un  antagonista  de  Frutos,  nos 
serviríamos  de  un  elemento  anárquico  contra  ese  pueblo, 
por  el  deseo  ó  tal  vez  por  la  necesidad  de  oponernos 
á  las  pretensiones  desordenadas  de  un  hombre.»  Res- 
pecto de  López,  la  cosa  variaba  de  especie:  con  éste  no 
había  acomodamiento  posible:  no  había  mas  recurso  que 
lancearlo.  «En  cuanto  á  Máscara,  añadía  Lavalle,  obser- 
vará V.  que  no  ha  sido  elevado  al  gobierno  de  Santa  Fe 
ni  por  las  vías  legales  ni  por  su  influencia  personal, 
sino  por  el  poder  de  Rozas.  Puesto  éste  en  tierra  ten- 
dría V.  que  sostener  un  aliado  incierto...  que  degollar 
á  los  amigos  de  la  libertad  para  sostener  á  ¡Máscara! 
Por  otra  parte,  me  parece  que  V.  no  habrá  leído  los 
documentos  que  ha  publicado  Máscara  cuando  pasamos 
el  Entre  Ríos,  porque  creo  que  de  otro  modo  no  sería 
Y.  de    opinión    de   buscar  su    amistad.     Hay   cosas  en 


145  — 


el  mundo  que  no  tienen  remedio  y  una  de  ellas  es  esta. 
Con  Máscara  no  hay  más  remedio  que  lancearlo.»!') 

Pero  á  pesar  de  la  necesidad  que  sentía  Lavalle  de 
los  servicios  de  un  jefe  como  Cliilavert,  tuvo  la  debili- 
dad de  ceder  á  las  su;^estiones  de  sus  consejeros.  Esto 
trajo  graves  desacuerdos  entre  ambos  jefes.  Lavalle  lle- 
gó á  tratar  duramente  á  Chilavert  en  presencia  de  algunos 
jefes.  Chilavert,  dominado  por  la  indignación  de  tan 
injusto  proceder,  le  dijo  en  el  propio  alojamiento  del 
general  en  jefe  cosas  que  éste  jamás  había  soportado 
en  boca  de  nadie,  ni  aun  de  Bolívar,  á  quien  contuvo 
acariciando  la  empuñadura  de  su  espada:  ni  aun  de 
Arenales  á  quien  tomó  por  el  cuello,  antes  de  Pasco, 
por  cargos  que  éste  le  liizo  en  el  desempeño  de  su  ser- 
vicio. ("-)  Por  íin,  Chilavert  pidió  un  consejo  de  guerra 
para  ser  juzgado;  pero  Lavalle,  apercibido  de  su  error, 
le  hizo  decir  con  su  secretario  don  Félix  Frías  que  lo 
esperaba  en  el  cuartel  general  para  que  se  recibiera  nueva- 
mente de  su  cargo  de  jefe  de  estado  mayor;  y  á  los  pocos 
días  y  con  motivo  de  haberse  Chilavert  quebrado  una 
pierna,  le  escribía:  «Querido  Chilavert...  qué  impacien- 
cia tendrá  usted  por  la  maldita  desgracia  de  su  quebra- 
dura! Mientras  mayor  sea  la  impaciencia  más  larga  será 
su  curación.  Confórmese  y  estese  quieto  que  no  ha  de 
llegar  usted  tarde.»  f^)  Era  que  todos  sentían  la  nece- 
sidad de  la  presencia  de  Chilavert  en  el  ejército.  Don 
Isaías  de  Elía.  de  la  intimidad  del  general  Lavalle.  y 
comisario  del  ejército  libertador,  le  escribía  á  Chilavert: 
«Sé  que  usted   sigue  bien:  véngase  por  Dios,  que  aquí 


( ' )  ^Manuscrito  original  en  mi  poder.  (Papeles  de  Chilavert.) 
Véase  el  apéndice. 

(-)  Véase  Memoria  del  general  Luzuriaga.  publicada  en  la 
Revista  de  Buenos  Aires. 

(3)  Manuscrito  ov\g\\\n\  en  mi -AvcXnxo.  {Papeles,  de  Chilavert.) 
Yéase  el  apéndice. 

TOMO   III.  10 


—  lili  — 

se  necesita,  como  la  destrucción  de  Mdsrara,  una  inano 
tan  suave  y  tan  fuerte  como  la  suya:  disculpe  este  em- 
])euo  por  la  necesidad  del  pedido,  que  sé  l»ien  lo  mucho 
que  usted  suírirá  por  no  estar  aquí,  w  (')  «Mi  querido 
Martiniano.  le  escribía  el  general  Rodrí<íuez.  siento  mu- 
cho halier  visto  lirmado  á  Vilela  pm'  iudisj)osición  de 
usted.  i)ues  en  estas  circunstancias  conozco  bien  la  falta 
que  usted  hace  para  auxiliar  á  Lavalle  en  todo.»  ("j  En 
análogo  sentido  le  escribían  Pórtela,  Alberdi,  don  Jacobo 
Várela.  Bompland.  el  sabio  amigo  de  Humliolt.  y  otros 
hombres   principales.  (■') 

Me  he  extendido  acerca  de  esto  porque    he    querido 
restablecer  la  verdad  de  los  hechos   á  sabiendas  desfi- 
gurada en  una  Memoria  de  un  coronel  Elias,   publicada 
l)or  los  anspicios  de  un  constante  investigador,  (^)    Ello 
sirve,  además,  para  dar  nna  idea  de  la  moral  y  de  la 
disciplina  que  había  en  el  ejército  libertador,  tan  gráfi- 
camente criticadas  por  el  general  Paz  en  sus  Memorias, 
y  sobre  lo  cual  tendré  qne  volver  todavía.     Por  el  mo- 
mento hay  que  dejar  al  general  Lavalle  en  sus  prepa- 
rativos para  tomar  la  ofensiva,  según  se  lo  aconsejara 
el  resultado   que  tuvieran   las  cosas   del   otro    lado    del 
Uruguay;  é  internarse  en  el  Estado  Oriental  hasta  donde 
se  encontraba  el  ejército  entrerriano  al  mando  del  general 
Echagüe.  frente  al  del  general   Pavera,  desde  mediados 
de  octubre,  sin  que  entretanto  hubiesen  mediado  entre 
ambos  más  que  pequeñas  escaramuzas.    Hasta  principios 
de  diciembre  Echagüe  estaba  situado  del  otro  lado  de 
Santa  Lucía,  y  Rivera/le  este  lado.     Pocos  días  después- 
el  primero  campó  en  San  Jorge  y  el  segundo  en  Santa 


(')  Ib.  il).  (ib.;. 

(2)  !b.  ib.  (ih.). 

(^)  Véase  el  apéndice. 

(')  Véase  La  Revista  Nacional. 


—  147  — 

Lucía  Grande.  Ecliagüe  en  sus  partes  á  líuzas  le  comu- 
nicaba que  había  provocado  en  vano  á  Rivera  á  una 
batalla,  pero  que  éste  la  rehuía;  y  Rivera  alegaba  por  su 
parte  que  no  le  convenía  atacar  á  Echagüe  en  las  posi- 
ciones que  éste  había  escogido,  porque  la  infantería  de 
su  adversario  era  sujierior  en  núniero  á  la  suya,  fuera 
de  que  quería  dar  tiempo  á  que  Lavalle  organizase  sus 
elementos.  Precisamente  en  nombre  de  esta  última  cir- 
c-unstancia.  que  Rivera  alegaba  sincera  ó  esi)eculativa- 
mente.  Rozas  le  manifestó  á  Echagüe  la  necesidad  que 
había  de  resolver  cuanto  antes  la  contienda  en  el  Estado 
Oriental.  En  vista  de  esto  Echagüe  levantó  su  campo, 
y  el  29  de  diciembre  marchó  sobre  Rivera,  el  cual  se 
había  atrincherado  entre  los  arroyos  de  la  Mrgen  y  de 
San  José,  en  los  campos  de  Cagancha. 

Rivera  esperó  á  su  enemigo  con  su  línea  tendida  en  sus 
posiciones,  colocando  en  el  centro  diez  piezas  de  gruesa 
artillería  al  mando  del  coronel  Piran,  y  dos  batallones 
de  infantería  al  mando  del  coronel  Lavandera;  en  la  de- 
recha é  izquierda  toda  su  caballería  al  mando  superior 
de  los  generales  Aguiar  y  Medina,  é  inmediato  de  los 
coroneles  Núñez  y  Flores,  y  que  con  la  reserva  que 
mandaba  el  general  Martínez  componían  un  total  de 
unos  cinco  mil  hombres.  Echagüe  avanzó  con  igual  nú- 
mero de  fuerzas,  aproximadamente,  y  en  la  misma  for- 
mación de  Rivera,  con  la  diferencia  de  que  escalonó  su 
caballería  de  las  alas  derecha  é  izquierda,  mandadas,  la 
primera  por  el  general  Urquiza.  y  la  última  por  el  ge- 
neral Lavalleja,  y  colocando  4  piezas  de  artillería  al 
mando  del  coronel  Thorne.  en  medio  de  los  batallones 
Rincón  y  Entrerriano.  en  el  centro  y  á  las  órdenes  del 
general  Garzón. 

El  ala  derecha  de  Echagüe  fué  la  primera  que  se 
lanzó  al  combate;  v   lo  verificó  con  tanta  rapidez  que, 


—  U8  — 

se,^úii  lo  aliriiia  el  coronel  Piran  en  nna  carta  en  la 
qne  da  cuenta  detallada  de  la  batalla  de  Cagancha,  « la 
vanguardia  de  Rivera  tuvo  íjue  replegarse  al  galope 
atrás  de  su  ala  izquierda».  El  coronel  Núfiez  pudo  re- 
hacerse en  parte  y  aun  contener  las  cargas  que  le  llevó 
Urquiza;  pero  los  federales  consiguieron  al  fin  flanquear 
por  la  izquierda  al  ejército  oriental,  y  se  introdujeron 
en  la  retaguardia  de  éste,  dispersándole  toda  esa  parte 
de  la  línea,  y  causándole  gran  número  de  bajas.  El 
mismo  descalabro  se  produjo  en  la  derecha  de  Rivera. 
«  El  costado  izquierdo  del  enemigo,  dice  el  coronel  Pi- 
ran en  la  referida  carta,  se  precipitó  poco  después,  pero 
no  encontró  resistencia,  y  trajo  su  carga  hasta  nuestra 
retaguardia,  pues  una  de  las  causas  de  no  encontrarla 
fué  que  nuestra  reserva,  compuesta  de  más  de  600  hom- 
bres, disparó  con  el  más  miserable  amago.» 

En  estas  circunstancias  avanzaron  Garzón  con  su  in- 
fantería y  Thorne  con  sus  cuatro  piezas  de  cañón  hasta 
colocarse  á  unas  cien  varas  frente  al  costado  izquierdo 
del  centro  de  Rivera,  desde  donde  empeñaron  el  verda- 
dero combate  con  la  artillería  é  infantería  de  este  úl- 
timo. Era  indudable  que  la  victoria  pertenecía  en  este 
momento  á  Echagüe,  pues  que  sus  alas  izquierda  y  de- 
recha estaban  victoriosas  en  efecto,  y  á  retaguardia  de 
la  línea  enemiga  en  dispersión.  Para  asegurarla  com- 
pletamente no  había  sino  arrojar  una  fuerte  columna 
de  caballería  sobre  la  retaguardia  de  la  artillería  é  in- 
fantería de  Rivera  que  sufrían  en  esos  momentos  los 
fuegos  de  mosquetería  y  de  cañón  de  Garzón  y  de  Thorne. 
El  momento  era  decisivo,  y  el  recurso  era  tan  ventajoso 
que  iba  á  dar  la  victoria  al  primero  que  lo  usara.  «  Hu- 
bo un  espacio  de  tiempo,  dice  el  coronel  Piran,  (jue  la 
distancia  que  mediaba  de  la  artillería  al  parque,  era 
un   enredo  de  jefes,   oficiales,   tropa   y   mujeres  que  se 


—   U!)  — 

abrigaban  eii  aquel  recinto. »  Pero  Echagüe  cometió  el 
error  de  comprometer  todas  sus  fuerzas  desde  los  pri- 
meros momentos  de  la  batalla;  y  cuando  le  fué  menes- 
ter esa  fuerte  columna  de  caballería,  ésta  se  encontraba 
fraccionada  y  á  larga  distancia,  persiguiendo  la  caba- 
llería de  Rivera.  Éste  pudo  reunir  una  columna  como 
de  mil  quinientos  liombres;  y  como  su  artillería  é  in- 
fantería se  conservaban  en  sus  trincheras,  á  Echagüe 
no  le  fué  posible  restablecer  el  éxito  de  la  batalla,  y  se 
vio  obligado  á  ponerse  fuera  de  tiro  de  su  adversario, 
campando  como  á  legua  y  media  del  lugar  de  la  bata- 
lla. Rivera  quedó  dueño  del  campo,  pero  con  su  ejército 
destruido,  pues  Echagüe  le  hizo  como  mil  quinientas 
bajas  debido  á  la  dispersión  y  á  la  persecución  bien  di- 
rigida de  Urquiza,  Lavalleja  y  Gómez;  y  le  tomó  todo 
el  parque  y  como  quince  mil  caballos.  No  era,  pues,  de 
extrañar  que  no  lo  molestara  á  Echagüe.  Á  la  mañana 
siguiente  éste  último  empezó  á  reunir  sus  dispersos,  y 
mientras  que  Rivera  se  dirigía  á  Santa  Lucía,  él  em- 
prendió su  retirada  al  Uruguay,  pasando  al  Entre  Ríos 
á  pesar  de  los  buques  de  la  escuadra  francesa  que  qui- 
sieron impedírselo.  (') 

La  batalla  de  Cagancha  fué  festejada,  sin  embargo,  en 
Corrientes  y  en  el  Estado  Oriental  como  un  triunfo  de 
Rivera,  y  éste  quiso  aprovechar  de  las  facilidades  que 
le  proporcionaba  la  retirada  de  Echagüe  para  hacerse  el 
arbitro  en  los  negocios  de  la  guerra  contra  el  gobier- 
no argentino,  extendiendo  su  preponderancia  al  litoral 


( ' )  Estas  noticias  sobre  la  batalla  de  Cagancha  las  he  tomado 
de  la  carta  arriba  indicada  del  coronel  Piran,  jefe  de  la  artillería 
de  Rivera  en  la  misma  batalla;  de  apuntes  y  referencias  del  coi-onel 
Thorne,  jefe  de  la  artillería  de  Echagüe  en  Cagancha,  y  del  parte 
oftcial  de  Echagüe  á  Rozas  que  concuerda  con  lo  que  añrman  (>sos 
dos  jefes. 


—  ir.o  — 

y  muy  |iriiici¡)aliiu'iite  á  Corrientes  con  cuyo  gobierno 
lialiín  abierto  negociaciones  al  respecto  como  queda  di- 
cho, y  donde  campeaba  la  influencia  del  general  Lavalle. 
Las  circunstancias  y  los  hechos  producidos  de  man- 
común con  sus  aliados,  favorecían  su  intriga.  Desde 
luego  Rivera  ofrecía  aplicar  á  los  objetos  de  la  guerra 
los  recursos  y  el  apoyo  que  los  franceses  se  obligaron 
á  suministrar  por  el  tratado  Berón'  de  Astrada.  y  que 
habían  suministrado  en  efecto,  con  más  los  que  él  podía 
proporcionarse  del  Estado  Oriental  que  estaba  sometido 
á  su  imperio.  La  Comisión  Argentina  de  Montevideo 
era,  por  otra  parte,  la  ({ue  había  trabajado  esa  alianza 
con  Corrientes  sobre  la  base  de  que  Rivera  dirigiera  en 
jefe  la  guerra,  según  se  ha  visto  en  un  capítulo  anterior. 
Y  el  general  Lavalle,  siguiendo  los  consejos  de  sus  ami- 
gos que  fueron  á  buscarlo  á  su  retiro  de  Mercedes,  había 
entrado  en  un  todo  en  este  plan  y  le  había  escrito  á 
Rivera  poniéndose  á  sus  órdenes  con  las  fuerzas  que 
reunió  en  Martín  García.  Xi  el  gobernador  Ferré  podía 
negarse  en  justicia  á  la  ratificación  del  tratado  Ber(')n 
de  Astrada,  que  solicitaba  Rivera  para  unir  sus  recursos 
á  los  que  estaban  comprometidos  en  Corrientes,  ni  la 
Comisión  Argentina,  ni  el  general  Lavalle  podían  tam- 
poco oponer  una  razón  seria  á  las  pretensiones  de  Rivera 
que  ellos  mismos  habían  fomentado,  quizá  con  la  idea 
de  reducirlas  después  á  cortos  límites,  pero  sin  pensar 
que  Rivera  había  de  sacrificarlo  todo  á  su  antigua  aspi- 
ración de  tener  bajo  su  imperio  todo  el  litoral,  como 
lo  sacrificó  en  efecto,  desbaratando  los  cuantiosos  recur- 
sos militares  que  se  pusieron  en  sus  manos. 

Las  cosas  se  llevaron  á  cabo  como  se  habían  concer- 
tado anteriormente  en  Montevideo  entre  la  Comisión 
Argentina  y  los  agentes  de  Rivera,  y  como  lo  deseaba 
este  último,  sobre  todo:  y  de  a(|uí  emanaron  las  primeras 


—  151  — 

desinteligencias  entre  Lavalle  y  Ferré.  Lavalle  con  los 
títulos  que  tenía  á  la  consideración  de  su  partido,  y  con 
la  representación  que  había  asumido  al  frente  de  más  de 
tres  mil  liombres  que  componían  su  ejército,  se  penetrij 
de  que  sus  'ami^^os  le  habían  hecho  cometer  una  impru- 
■dencia  grave  al  inducirlo  á  que  se  subordinara,  —  y  así 
lo  declara  en  sus  cartas  y  documentos  oficiales  á  Rivera, 
—  bajo  el  mando  supremo  del  caudillo  oriental,  en  el 
territorio  argentino;  y  no  quiso  avenirse  á  esta  situacituí 
que  anulal)a  su  iníluencia  i)olítica  y  militar  en  su  propia 
patria. 

El  gobernador  Ferré  quiso  en  vano  traerlo  á  un  ca- 
mino imposible.  El  general  Lavalle  llegó  á  decirle  en 
presencia  de  los  ministros  y  de  otros  notables  de  Co- 
rrientes que  tan  luego  como  su  ejército  estuviese  en  apti- 
tud de  abrir  la  campaña  le  intimaría  al  general  Rivera 
que  pasara  el  Uruguay.  Esta  amenaza  y  la  actitud  que 
asumió  desde  entonces  el  general  Lavalle  respecto  del 
gobierno  de  Corrientes,  notició  ú.  todos  de  las  desave- 
nencias entre  los  jefes  de  la  revolución,  é  hizo  cundir  el 
desaliento  á  tal  punto  que  puede  decirse  que  el  es^jíritu 
y  las  formas  de  ésta  quedaron  circunscritas  en  las  filas 
del  ejército  libertador.     ■ 

La  autoridad  militar  del  general  Lavalle,  por  otra 
parte,  empezó  á  pesar  demasiado  en  las  poblaciones  de 
Corrientes,  y  muy  principalmente  en  Goya  y  la  Esquina, 
cuyas  autoridades  recurrieron  de  ello  al  gobernador  Ferré 
que  era  una  sombra  de  poder.  Las  tropas  del  ejército 
libertador,  alentadas  con  la  condescendencia  de  su  gene- 
ral en  jefe,  que  era  el  único  vínculo  de  obediencia  que 
reconocían,  al  favor  de  una  indisciplina  que  se  hizo  des- 
pués crónica,  se  entregaban  á  desórdenes  que  nadie  sino 
el  general  Lavalle  podía  reprimir,  porque  Chilavert  se 
encontral)a  coartado    á   cada  paso;  y  ejercían   sobre  la 


—  1.72  — 

jir<)])i('(la(l  ])r¡va(la  «graves  abusos  (jiu'  desdccíau  coiiijile- 
tainente  de  los  principios  de  la  cruzada  de  redención  que 
proclamaba  la  revoluci(3n.  Juzgúese  por  estas  líneas  que 
le  escribía  un  jefe  del  ejército  libertador  al  doctor  Fran- 
cisco Vico:  «...le  agregaré  que  el  ejército  libertador  va 
á  asolar  á  este  país.  Rodeos  enteros  desaparecen  i)or  el 
desorden  con  que  se  carnea.  Á  los  Molinas.  padre  é  hijo, 
les  carnearon  2.200  reses  en  seis  días ! !  Nada  se  respeta: 
las  manadas  de  yeguas,  las  crías  de  muías  se  destrozan 
l>ara  liacer  botas. . .»  Con  los  antecedentes  que  mediaban, 
y  siguiendo  por  semejante  camino,  las  cosas  habrían 
tomado  un  aspecto  gravísimo  si  el  general  Lavalle  bur- 
lando los  planes  que  traía  Rivera  sobre  Corrientes,  no 
liubiera  desalojado  con  su  ejército  esta  provincia,  á  fines 
de  febrero  de  1<S40. 

Lavalle  ordenó  á  Chilavert  que  adelantara  la  marcha 
con  las  legiones  Vitela,  Torres  y  Esteche,  seguido  de 
las  divisiones  López  y  Salvadores,  y  él  la  cerró  por  la 
costa  del  Uruguay  al  frente  de  la  divisiíui  Vega  y  legión 
Rico.  El  3  de  marzo  llegaron  al  arroyo  de  Mota,  y  el 
4  Lavalle  se  preparó  á  pasar  el  Mandisovi  Chico,  como 
en  efecto  lo  veriíicó  sin  ser  molestado,  estableciendo  su 
cuartel  general  en  el  Yerna,  á  inmediaciones  de  donde 
tuvo  lugar  el  encuentro  con  las  fuerzas  del  gobernador 
Zapata.  Chilavert  recibió  la  orden  de  situarse  en  la 
Concordia  para  organizar  allí  los  elementos  de  resisten- 
cia; y  cuando  comenzaba  á  desempeñar  su  comisión 
con  la  autoridad  y  la  firmeza  peculiares  en  él,  recibió 
una  carta  del  general  Lavalle.  en  la  que  éste  le  increpaba 
en  términos  severísimos  faltas  graves  en  su  servicio. 
«  He  sabido  con  el  más  sensible  desagrado  que  usted  se 
ba  llevado  la  coiniiariía  de  tiradores  del  esciiadríui  Vic- 
toria sin  avisarme,  debiendo  usted  haber  llevado  sólo 
25  hombres:  de  modo  que  ignorando  esta  circunstancia 


—  158  — 

mandé  avanzar  ayer  los  escuadrones  Victoria  j  Maza^ 
f[iie  en  este  momento  están  por  decidir  ó  habrán  deci- 
dido un  combate  contra  fuerzas  superiores,  cuando  yo 
juzgaba  que  eran  iguales.  Esta  falta,  de  una  naturaleza 
tan  grave,  no  la  he  sabido  hasta  este  momento  (marzo 
14  á  las  12  del  día)  por  el  mayor  Soto,  que  regresa 
de  aquellos  escuadrones  adonde  había  ido  con  órdenes 
mías.  Antes  de  las  8  de  la  noche  lo  espero  á  usted 
aquí  con  toda  esa  fuerza.»   (') 

Lo  peor  del  caso  no  era  la  dureza  de  los  términos, 
á  que  tan  habituados  estaban  algunos  de  los  subordi- 
nados del  general  Lavalle.  sino  la  manifiesta  injusticia 
con  que  se  vertían,  la  ligereza  imperdonable  del  proce- 
der para  con  el  jefe  de  estado  mayor,  encargado  en  esos 
momentos  de  una  comisión  importante.  Porque  no  era 
exacto  que  Chilavert  se  hubiese  llevado  á  los  efectos  de 
su  comisión  la  compañía  de  tiradores  á  que  se  refería 
el  general  Lavalle.  sino  25  hombres,  todos  lanceros, 
mandados  por  el  capitán  Zalazar.  Chilavert  creyó  ver  en 
esto  el  propósito  de  anularlo  é  inutilizarlo  que  perse- 
guían algunos  de  los  consejeros  áulicos  del  general  La- 
valle.  Una  amistad  antigua  con  éste  y  muchas  veces 
probada,  había  acallado  las  querellas  que  le  suscita- 
ron. En  esta  ocasión  vio  que  era  llegado  el  momento 
de  volver  por  su  dignidad,  y  que  no  le  c^uedaba  otro 
camino  que  separarse  del  ejército,  como  lo  había  hecho 
el  coronel   Olavarría. 

Meditada  esta  resolución,  aceptando  desde  luego  las 
críticas  acerbas  que  le  harían,  y  que  llegaron  hasta  el 
punto  de  decir  que  había  desertado  del  ejército  liber- 
tador, Chilavert  le  dirigió    á  Lavalle  una   carta,   en    la 


(')  Manuscrito  original  en  mi  -Archivo.  (Páginas  de  Chilavert.) 
Véase  el  apéndice. 


—   l.TÍ  — 

([iii'  s<'  revela  el  teiiiple  varonil  de  su  es])íritii.  Después 
de  levantar  con  los  lieclios  las  faltas  que  sin  ra/('in  le  incre- 
paba Lavalle,  dice  Chilavert :  «  Hace  mucho  tiempo,  señor 
general,  que  debía  renunciar  el  puesto  que  ocupo  en  el 
ejército,  nu  i)orque  no  me  sienta  capaz  de  desempe- 
ñarlo, sino  porque  V.  K.  no  comprende  lo  que  es  el 
jefe  del  estado  mayor  de  un  ejército,  ni  menos  ha  com- 
prendido el  modo  de  manejarme  á  mí.  de  donde  resulta 
que  el  señor  general  atroi)ella  las  atribuciones  del  es- 
tado mayor,  quiere  hacerlo  todo,  y  todo  lo  desordena, 
y  no  hace  nada.  Yo,  señor  general,  no  sé  andar  más 
de  un  camino,  el  del  honor:  en  él  hago  los  mayores 
esfuerzos  ])ara  cumplir  con  mi  deber,  y  puedo  lisonjear- 
me de  haber  servido  con  distinci<')n  siempre,  aun  en  las 
circunstancias  nn'is  difíciles.  Á  mí,  general,  la  fuerza  y 
el  rigor  no  me  vencen:  sólo  la  razón  y  la  justicia  tienen 
poder  sobre  la  enérgica  independencia  de  mi  alma.  El 
señor  general  no  sabe  mandar  sino  de  un  modo  absoluto, 
y  yo  no  sé  obedecer  sino  razonablemente.  Por  esta  razini 
ni  el  señor  general  puede  mandarme,  ni  yo  puedo  obe- 
decerlo; y  en  semejante  caso  ¿qué  hacer?  Dejar  el  puesto 
como  lo  abandono  desde  ahora,  retirándome  á  curarnn^ 
al  seno  de  mi  familia  que  se  halla  enferma  y  llena  de 
miseria.  Quiera,  general,  persuadirse  que  esta  mi  reso- 
lución no  disminuirá  en  nada  el  respeto  y  amistad  que 
tengo  por  su  persona,  amistad  contraída  en  cuatro 
años  de  una  desgracia  común,  durante  cuyo  tiempo  he 
sido  honrado  con  su  conlianza;  pero  es  necesario  sepa- 
rarnos para  conservar  esa  misnm  amistad  que  tnnto 
estimo.»  (') 

Chilavert  quiso  dar  á  sus  principales  amigos  i'xpli- 


(')  Copia  tesiiiiioniaila  por  Cliilaverr  en  mi  ardiivi).     (N'éase  el 
apéndice.) 


155  — 


CMciones  de  su  resolución  y  de  su  conducta,  dirigiendo 
á  los  doctores  Del  Carril  y  Pico  y  á  los  generales  Ro- 
dríguez, Martínez  y  Rivera  ciertas  cartas  conlidenciales 
que  hicieron  á  poco  su  papel,  merced  á  una  intriga 
fraguada  con  el  único  ñn  de  desacreditar  á  ese 
hombre  principal  que  para  desgracia  suya  se  había 
habituado  á  mirar  con  altivo  desprecio  á  cuantos  ému- 
los y  adversarios  se  cruzaban  en  su  camino.  Esas 
cartas  fiadas  á  la  reserva  de  la  amistad  íntima,  las  di- 
rigió Chilavert  desde  el  Salto  al  general  Enrique  Mar- 
tínez para  que  ésta  las  remitiera  á  Montevideo,  princi- 
palmente la  rotulada  para  el  doctor  B^rancisco  Pico,  que 
era  la  más  detallada  y  explicativa  de  los  sucesos  ocu- 
rridos. Á  los  pocos  días  fueron  publicadas  en  los  diarios 
de  Buenos  Aires  y  en  seguida  en  los  de  Montevideo, 
produciendo,  como  era  natural,  honda  sensación  en  el 
campo  de  los  unitarios  y  de  los  riveristas,  las  revela- 
ciones que  arrojaban  respecto  del  estado  tirante  de  las 
relaciones  entre  estos  jefes,  agravado  por  el  hecho  (que 
se  evidenció  pocos  días  después)  de  haber  propuesto 
Lavalle  al  general  Núñez,  que  con  su  división  aban- 
donase el  ejército  de  Rivera.  Y  para  que  tal  publicación 
fuese  más  mortificante  á  Chilavert,  sus  cartas  aparecían 
tan  groseramente  adulteradas  y  con  epítetos  tan  hirien- 
tes, que  los  que  conocían  la  forma  culta  y  elegante  que 
él  empleaba,  así  para  escribir  como  para  hablar,  no 
vacilaron   en   reputarlas  apócrifas. 

Es  que  los  amigos  de  Rivera  calcularon  que  esas 
cartas  impresionarían  desagradablemente  los  ánimos  en 
contra  de  Lavalle,  sin  fijarse  en  que  Rozas  las  explo- 
taría también  en  contra  de  ambos  jefes,  como  lo  hizo. 
Chilavert  pidió  cuenta  en  términos  severos  al  general 
Martínez  del  abuso  de  confianza  de  que  había  sido  víc- 
tima.   Martínez  le  respondió  así :  «  Esas  cartas  fueron 


—  1 51  i  — 

remitidas  á  Montevideo  al  señor  don  Santiai^o  Vá/Jiíiez 
y  don  Pedro  Pablo  de  la  Sierra.  De  aquel  pueblo  es 
sin  duda  de  donde  se  las  ban  mandado  á  Piozas,  por- 
que son  las  mismas  personas  que  las  ban  tenido.  El 
cómo  llegaron  á  las  nniin:)S  del  tirano  será  inaverigua- 
ble. Por  lo  demás,  mi  amigo  y  compadre,  sólo  que  mi 
razón  se  bul)iera  descompuesto,  podría  haber  cometido 
la  falta  de  mandar  á  Buenos  Aires  esas  cartas.»  (^) 
Parece  que  Chilavert  llegí)  á  tener  la  certidumbre  de 
que  el  doctor  Santiago  Vázquez  tuvo  parte  principal  en 
la  publicación  de  esas  cartas,  á  las  cuales  el  doctor 
Alsina  llamaba  «  las  infernales  cartas  de  Chilavert », — 
porque  le  dirigió  un  violento  reto,  increpándole  la  per- 
lidia  del  proceder;  [)ero  de  todos  modos  éste  hirió  á 
los  mismos  que  debían  ocultar  los  hechos  á  que  esas 
cartas  se  referían,  pues  pusieron  de  manifiesto  ante  pro- 
pios y  extraños  el  antagonismo  de  miras  y  de  intereses 
en  que  se  habían  colocado  Lavalle  y  Pavera,  en  cir- 
cunstancias en  que  ambos  se  venían  contra  Rozas,  dis- 
putándose cada  cual  para  sí  el  apoyo  y  la  ayuda  material 
que  con  este  objeto  le  prestaban  á  ambos  los  agentes  de 
la  Francia. 

Esto  era.  á  principios  de  1840,  lo  que  absorbía  por 
completo  la  diplomacia  de  la  Comisión  Argentina  y  de 
los  amigos  de   Rivera.   Había  dos  puntos   negros    sobre 


( '  )  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  [Papeles  de  Chilavert.) 
Con  un  mes  y  medio  de  anterioridad  á  esta  carta  del  general 
Martínez,  escribían  de  ^Montevideo  á  persona  allegada  á  Rozas,  otra 
muy  extensa  (que  en  coi)ia  se  trasmitía  ú  los  jefes  superiores  al 
mando  de  í'uerzas)  en  la  que  se  decía  así :  «  Las  cartas  de  Chilavert 
que  en  copia  le  remito  á  usted  las  considero  auténticas;  sé  de  buen 
origen  que  la  primei'a  escrita  á  Pico  y  la  segunda  á  Frutos,  han 
sido  enviadas  po>'  Enrique  M-rtinez,  también  en  copia  á  una  per- 
sona de  aquí,  ser/uramente  con  el  objeto  de  que  ellas  circulen...  » 
(Manuscrito  en  iiii  archivo.  l\ip(>lesdel  coronel  Lagos,  ¿o  jefe  del  de- 
partamento del  norte  de  Buenos  Aires.) 


—  lü/  — 

los  cuales  fundaban  el  quid  de  la  supremacía  que  per- 
seguían Lavalle  para  el  mejor  éxito  de  su  empresa  de 
derrocar  á  Rozas,  y  Rivera  para  realizar  su  sueño  de 
preponderar  en  el  litoral  argentino  bañado  por  el  Uruguay 
y  el  Paraná.  Ellos  eran  Corrientes  y  los  agentes  france- 
ses. Si  Rivera  se  hacía  dueño  de  Corrientes  y  obtenía  todo 
el  apoyo  de  los  franceses,  el  general  Lavalle  quedaba 
anulado.  Pero  los  acontecimientos  dispusieron  las  cosas 
de  otro  modo.  El  tratado  Mackau  le  quitó  á  Rivera  sus 
principales  recursos  que  eran  los  que  le  proporcionaban 
los  franceses;  y  en  cuanto  á  Corrientes  tampoco  cayó 
en  poder  de  Rivera,  que  fué  el  general  Paz  quien  sentó 
allí  su  influencia  política  y  militar.  Pero  antes  de  lle- 
gar á  estos  sucesos  hay  que  volver  á  Buenos  Aires 
donde  se  sentían  las  palpitaciones  sangrientas  de  la 
guerra  civil  que  asolaba  á  la  República. 


CAPÍTULO   XXXVI 

CAMPANA    I)K    IS4(I 


SuMAlilo;  I.  lírsultados  negativos  de  la  guerra  de  los  coaligadüs  euiitra  el  gobierno 
argentino. — II.  El  gobierno  de  Rozas  se  afirma  en  el  interior:  la  diplomacia, 
kis  [parlamentos  y  la  prensa  de  Europa  se  pronuncian  en  favor  de  la  Confe- 
deración Argentina  y  de  Rozas:  notable  declaración  de  Sarmiento.— III. 
La  cuestión  del  Plata  en  Inglaterra:  declaración  del  lord  Palmerston. — IV. 
La  cuestión  del  Plata  en  los  Estados  I'nidos:  ojiiniones  vertidas  por  los 
diplomátii'i'^  ;illi  ri-sidi-nli-s:  i-.)niui]ic.H-i')nes  del  general  Alveni-  ;il  ris]ieeto, 
— V.  Derli  r;iiinii.  -  i|.-  l;i  |iriii--;i  'Ir  Aiierica  sobre  la  misma  cm  >tioi;:  di'Cla- 
ración  i[f\  pi-.sid'iili'  drl  l'mi:  (iri'larMci(in  del  de  Chile:  maiiili'st;iiMi>iii'S  en 
el  parlamento  del  Brasil:  manifestaciones  en  el  de  Francia. — VI.  Notable 
comunicación  del  jefe  del  gabinete  de  Francia  á  Mr.  de  Martigny  sobre  las 
miras  de  su  gobierno  en  la  cuestión  del  Plata:  el  rey  no  piensa  enviar  tro- 
pas de  desemoarco:  peligro  que  apunta  en  perseverar  con  sus  aliados  los 
unitarios:  declaración  expresa  de  que  la  Francia  esparte  en  la  guerra  contra 
Rozas:  se  jironuncia  en  contra  de  la  exiiedición  de  seis  mil  soldados  acor- 
dada entre  Mr.  de  Martigny,  Lavalle  y  Rivera:  recomendación  sobre  los 
dineros  que  la  Francia  ha  dado  á  la  Comisión  Argentina. — VII.  La  comi- 
sión argentina  sigue  haciendo  la  guerra  con  los  dineros  de  la  Francia: 
declaración  de  Mr.  de  Lamartine. — VIII.  O25eracionos  de  Lavalle  en  combi- 
nación con  la  escuadra  francesa. — IX.  Sentimientos  que  subleva  en  el 
jRiclilii  iir-iMitino  laalianza  de  los  emigrados  unitarios  con  la  Francia:  ellos- 
roliii-trr.ii  (1  gobierno  de  Rozas. — X.  Las  parroquias  y  departamentos  ele- 
van ji.'ticiniics  para  que  Rozas  sea  reelegido,  y  la  legislatura  así  lo  verifi- 
ca.—XI.  Rozas  renuncia  reiteradamente:  la  legislatura  no  le  hace  lugar  y 
aprueba  su  conducta  política.  — XII.  Batalla  de  Don  Cristóbal:  error  de 
Echagüe:  hábil  movimiento  de  Lavalle:  ventajas  relativas  que  obtiene  este 
último. — XIII.  Lavalle  se  retira  hacia  el  Paraná  y  Echagüe  lo  sigue. — 
XIV.  Tentativa  frustrada  de  Lavalle  sobre  Santa  Fe. — XV.  Rivera  prosigue 
sti  plan  de  anulará  Lavalle. — XVI.  Cómo  usa  Rivera  sus  atribuciones  de 
director  de  la  guerra:  Lavalle  resuelve  atacar  á  Echagüe. — XVII.  Condi- 
ciones en  que  estaba  el  ejército  del  primero  respecto  ael  segundo:  junta 
nnitaria  de  guerra  que  decide  una  nueva  batalla. — XVII.  Batalla  del  Sau- 
ce Grande:  Lavalle  se  propone  operación  análoga  á  la  que  efectuó  en  Don 
Cristóbal:  Echagüe  se  lo  impide  y  lo  rechaza.— XIX.  Crítica  situación  de 
Lavalle. — XX.  Dificultades  para  hacer  pasar  el  Paraná  á  las  fuerzas  de 
Corrientes. — XXI.  Lavalle  le  comunica  al  gobernador  Ferré  su  resolución 
de  expedicionar  sobre  Buenos  .\ires. — XXII.  La  escuadra  francesa  trans- 
porta el  ejército  de  Lavalle  hasta  Coronda:  inacción  de  Echagüe. — XXIII. 
La  misma  escuadra  francesa  desciende  el  Paraná  con  el  ejército  de  Lavalle 
en  dirección  á  Buenos  Aires. ^XXIV.  Antecedentes  que  explican  la  pre- 
sencia del  general  Paz  cerca  del  general  Lavalle. — XXV.  Rozas  le  da  la 
libertad,  lo  reintegra  en  su  grado  militar  y  le  ofrece  nombrarlo  plenipo- 
tenciario en  Pjuropa. — XXVI.  Paz  se  embarca  clandestinamente  para  la 
Colonia  y  sigue  á  Punta  Gorda. — XXVII.  Resistencias  que  encuentra  en 
el  Eji^rcito  liberlador:  lo  que  al  sentir  de  Paz,  era  este  ejército. — XXVIII. 
Cambio  que  observa  en  la  persona  del  general  Lavalle. — XXIX.  Paz  se 
dirige  á  Corrientes:  Ferré  lo  nombra  geni'ral  en  jefe  después  de  declarar 
traidor  á  Lavalle. 


Dos  años  hacía  que  cmi  la  ])roterci(')ii  y  ayuda  mate- 
rial de  la  Francia  se  mantenía  en  el  litoral  argentino 
la  revolución  contra  el  gobierno  de  Rozas,  sin  (jue  ni 
Lavalle  al  frente  de  sus  partidarios  decididos;  ni  Rivera 


—  inf)  — 

al  frente  de  otro  ejército  y  de  grandes  recursos,  ni  los 
agentes  franceses  con  una  escuadra  poderosa  que  domi- 
naba ese  litoral;  ni  la  Comisión  Argentina  moviendo  hábil- 
mente los  hilos  de  su  diplomacia,  consiguiesen  las  venta- 
jas que  se  prometieron  al  celebrar  esta  triple  alianza 
para  derrocar  á  Rozas. 

Estos  resultados  negativos  para  esa  revolución  larga 
y  sangrienta  robustecían  la  acción  de  Rozas  en  el  in- 
terior; y  })or  el  fracaso  que  sufría  la  Francia  después 
de  las  conquistas  de  fuerza  que  había  llevado  á  cabo 
desde  1837  en  Argelia,  México,  Chile,  Ecuador  y  el  Es- 
tado Oriental,  la  lirmeza  y  el  nombre  de  Rozas  llama- 
ban la  atención  del  mundo  político.  Los  diplomáticos, 
los  parlamentos  y  la  prensa  de  Europa  se  dedicaron 
l)or  la  primera  vez  á  estudiar  las  cuestiones  pendientes 
entre  la  Francia  y  la  Confederación  Argentina;  y  al 
pronunciarse  en  favor  de  la  última  fué  porque  pensaron 
que  condenando  los  avances  de  las  graneles  potencias 
sobre  las  débiles,  era  como  únicamente  podían  prospe- 
rar con  el  tiempo  los  grandes  intereses  que  vincularían 
á  esas  naciones  viejas  con  las  del  nuevo  mundo.  Por 
esto  es  que  Sarmiento  no  pudo  menos  que  hacer  jus- 
ticia á  su  enemigo  cuando  dijo  en  su  Facundo:  «Á  Ro- 
zas le  debe  la  República  Argentina  en  estos  últimos  años 
haber  llenado  de  su  nombre,  de  sus  luchas  y  de  la 
discusión  de  sus  intereses  al  mundo  civilizado,  y  puésto- 
la  en  contacto  más  inmediato  con  la  Europa,  forzando 
á  sus  sabios  y  á  sus  políticos  contraerse  á  estudiar  este 
mundo   trasatlántico.»   (/) 

En  Inglaterra  la  cuestión  del  Plata  mereció  una  aten 
ción  especial;  y  los   honil)res  más   eminentes,  como  los 
diarios  más  acreditados  hicieron  declaraciones  terminan- 

( '  )  FacunclO'  4»  edición,  pág.  196. 


—   KiO  — 

tes  en  favor  de  la  singular  iirnieza  con  que  Rozas  sos- 
tenía los  derechos  de  la  Confederaciíjn  Argentina.  Á  lines 
del  año  de  1839  lord  Palmerston  nianifest(3  al  ministro 
argentino  don  Manuel  Moreno,  qne  «era  necesario  con- 
cluir con  el  estado  de  cosas  del  Plata»;  y  el  T¿?nes  se 
hacía  cargo  de  tal  declaración,  abundando  en  conceptos 
honrosos  para  el  gobierno  argentino  y  reproduciendo  los 
que  había  vertido  el  vizconde  Strangford  en  la  sesiíui 
de  la  cámara  de  los  lores  del  16  dejnlio  de  1839,  cnando 
calificó  en  términos  severos  las  agresiones  de  la  Fran- 
cia en  Buenos  Aires, 

Las  mismas  ideas  favorables  á  la  Confederación  Ar- 
gentina y  al  general  Rozas  manifestaban  los  agentes 
diplomáticos  de  las  grandes  potencias  acreditadas  cerca 
del  gobierno  de  los  Estados  Unidos.  En  nn  banquete 
que  dio  en  Washington  el  barón  Marechal,  plenipoten- 
ciario del  emperador  de  Austria  y  al  que  asistía  el  cuerpo 
diplomático,  secretarios  de  Estado  y  muchos  senadores, 
el  caballero  Bodisco,  plenipotenciario  del  emperador  de 
Rusia,  se  dirigió  al  de  la  Confederación  Argentina,  que 
lo  era  el  general  Alvear,  y  le  dijo  que  acababa  de  decirles 
al  secretario  de  Estado  y  á  varios  senadores  que  era  sen- 
sible y  singular  la  conducta  que  observaban  con  la  Con- 
federación, dejándola  oprimir  y  ultrajar  por  la  Francia 

El  general  Alvear  dio  al  caballero  Bodisco  precisas 
informaciones  sobre  la  cuestión  con  la  Francia;  y  media 
hora  después,  jugando  el  mismo  caballero  con  los  mi- 
nistros de  Inglaterra  y  de  Suecia,  le. dijo  en  alta  voz  al 
ministro  argentino:  «¿Sabe  usted  cómo  me  trata  el  señor 
Fox?  Aciuí  me  tiene  oprimido  y  bloqueado  con  la  misma 
injusticia  con  que  iratan  á  ustedes  los  franceses;  pero  yo 
firme  me  bato  y  resisto.»  (')     Pocos   días    después,   el 

O  El  general  Alvear  termina  su  nota  al  ministro  de  relaciones 
exteriores  de  la  Conlederación  Argentina,  y  de  la  cual  trascribo 
estos  datos,  diciendo  (lue  a  en  vista  de  este  incidente  que  indiealia 


—  161  — 

general  Alvear  comunicaba  á  su  gobierno  (')  que  en 
un  banquete  que  dio  el  ministro  de  Rusia  al  cuerpo 
diplomático,  secretarios  [de  Estado,  etcétera,  el  señor 
Bodisco  lo  llamó  en  alta  voz,  tomó  una  copa  y  brindó 
por  el  general  Rozas.  Que  este  iucidente  llauK)  mucho 
la  atención,  pues  la  práctica  allí  establecida  en  reunio- 
nes de  ese  género  era  no  hacer  brindis  por  gobierno^ 
ni  persona  alguna,  razón  por  la  cual  varios  miembros 
•del  cuerpo  diplomático  se  le  aproximaron  después  del 
banquete  y  lo  felicitaron  por  las  estrechísimas  relacio- 
nes que  existían  entre  la  Rusia  y  la  Confederación  Ar- 
gentina, 

Después  de  esto  no  era  extraño  que  E¿  Noticioso  de  Ain- 
bos M//nclos{áeKue\a  York),  reproduciendo  los  conceptos 
de  la  prensa  de  la  Unión  xlmericana  referentes  á  la  cuestión 
del  Plata,  dijese  lo  siguiente:  «Hemos  visto  al  gobierno 
de  Montevideo  dar  favor  y  ayuda  á  los  injustos  agre- 
sores, lo  mismo  que  á  los  descontentos  de  Buenos  Ai- 
res refugiados  allí...  En  medio  de  esto  un  héroe  vemos 
brillar:  este  héroe  es  el  presidente  de  Buenos  Aires,  el 
general  Rozas.  Llámenle  enhorabuena  tirano  sus  ene- 
migos: llámenle  déspota,  nada  nos  importa  todo  esto;  él 
es  patriota,  tiene  firmeza,  tiene  valor,  tiene  energía,  tiene 
carácter  y  no  sufre  la  humillación  de  su  patria.»  E¿ 
Araucano  de  Santiago  de  Chile,  El  Tribuno  de  Bogotá, 
etcétera,  emitían  análogos  conceptos  favorables  al  gene- 
ral Rozas.  «He  tenido  dos  ocasiones,  le  escribía  á  Rozas 
el  presidente  del    Perú,  de  admirar  la  constancia  y  el 


la  resolución  del  eal)aUei'0  Bodi.sco  de  inanilestar  públicamente  su 
opinión,  cree  que  habrá  recibido  al  respecto  órdenes  de  su  gobierno, 
con  tanta  mas  razón  cuanto  que  los  ministros  rusos  nunca  se  expre- 
san decididamente  en  ninjj,-una  materia  seria  como  no  sea  en  virtud 
de  instrueciones  terminantes. »  La  nota  del  general  Alvear  es  de  10 
-de  enero  de  1840.  (Copia  testimoniada  en  mi  archivo.) 
(1)    Nota  del  15  de  enero  de  1.S40  (il).  ib.). 

TOMO  ni.  11 


—  162  — 

vigor  (le  V.  eii  medio  de  los  conflictos  interiores  de 
que  ha  estado  rodeada  su  administración.  Son  éstas 
la  de  sus  esfuerzos  contra  Santa  Cruz,  y  ahora  la 
nobleza  de  su  conducta  en  la  guerra  con  los  franceses. 
Mucho  se  deben  prometer  la  República  Argentina  y  la 
América  entera  de  hombres  como  V.  de  que  en  verdad 
necesita  algunos.»  C)  El  general  Bulnes,  presidente  de 
Chile,  lo  felicitaba  igualmente  á  Rozas  por  la  firmeza  de 
su  conducta.  (-)  «El  bloqueo  de  Buenos  Aires"  es  un 
negocio  importantísimo  para  el  Brasil,  decía  el  diputa- 
do Montezuma  en  el  parlamento  de  Río  Janeiro:  es  digno 
de  la  admiración  del  mundo  ver  á  un  hombre,  jefe  de 
una  nación,  defenderse  valiente  y  denodado  contra  el 
poder  de  una  nación  que  ha  venido  á  América  á  insul- 
tar á  los  americanos  {bravos,  aplausos);  y  disputar  pal- 
mo á  palmo  los  principios  de  la  independencia  nacional. 
Y  no  simpatizaré  con  el  denuedo  de  ese  jefe?»  «¿Y  quién 
no  simpatizará?»  respondía  el  diputado  Andrade  Machado, 
entre  nuevos  aplausos.  C)  Hasta  en  el  parlamento  de 
Francia  se  ponía  de  manifiesto  la  justicia  con  que  Rozas 
sostenía  los  derechos  de  la  Confederación  Argentina: 
pues  que  los  diputados  Lagrange,  Remusat,  Pelet  de  la 
Lozére  declaraban  que  «los  agentes  fnnceses  en  el 
Plata  habían  sido  arrastrados  por  los  enemigos  políti- 
cos del  general  Rozas  á  extremos  perjudiciales  y  gra- 
vosos para  los  intereses  políticos  y  comerciales  de  la 
Francia».  (') 


(1)  Manuscrito  testimoniado  en  mi  archivo. 

(2)  Véase  Archivo  Americano  núm.  21,  pág.  5,  2^  serie. 

(3)  Ib.  il). 

(-5)  Por  lo  (luc  hace  á  los  diarios  extranjeros  que  abundaron  en 
eso  orden  de  ideas,  baste  con  citar  el  Times,  el  Courrier,  el  Silarinm, 
r\  Morning-Chronicle,  oÁSun,  el  Atlas,  el  Morning-Herald,  clEra, 
o\JohnBull,  e\  Standard  el  Mail  de  Londres,  Liverpool,  etcétera;  el 
Nacional  di'lÁsho-Á,  pA  XacionaUW}\\-d(\vid.  el  Noticiero  de  Ambos 
Mandos,  la  Revista  Norteamerica)ia  {Estados  Unidos),  la  Liga  Ame- 


—  \m  — 

Y  las  declaraciones  de  los  diputados  franceses  eran 
pálidas  comparadas  con  las  de  las  cancillería  francesa 
á  sus  agentes  en  el  Plata.  Existe  entre  esos  documen- 
tos uno  notable  por  sus  conceptos  y  por  su  alcance,  el 
cual  á  la  vez  que  funda  acabadamente  la  opinión  de 
las  naciones  en  favor  de  la  justicia  y  de  la  firme  dig- 
nidad con  que  Rozas  defendía  los  derechos  de  la  Con- 
federación Argentina,  pone  de  relieve  este  hecho:  que 
la  conducta  de  los  agentes  franceses  en  el  Plata  y  las 
agresiones  injustas  que  llevaron  á  cabo  sobre  Buenos 
Aires,  como  las  que  preparaban  en  mayor  escala  á  fines 
de  1839,  fueron  debidas  á  las  sugestiones  hábiles,  á 
los  esfuerzos  constantes  de  los  emigrados  argentinos 
en  el  Estado  Oriental.  El  documento  á  que  me  refiero 
es  una  nota  del  mariscal  Soult,  jefe  del  gabinete  de 
Luis  Felipe,  dirigida  á  Mr.  Bouchet  de  Martigny  encar- 
gado de  negocios  de  Francia  en  Montevideo.  Reviste 
tanta  importancia  este  documento  oficial;  dejar  ver  tan 
claramente  los  resultados  favorables  que  para  la  Con- 
federación Argentina  debía  alcanzar  Rozas  como  conse- 
cuencia de  su  firmeza;  y  pone  tan  en  evidencia  los 
hechos  que  en  vano  quiso  ocultar  la  Comisión  Argentina 
de  Montevideo,  que  merece  una  atención  especial  en 
este  lugar,  como  que  condensa  y  sintetiza  el  estado  de 
la  cuestión  francoargentina  á  principios  de  1840  al- 
rededor de  la  cual  giraba  la  revolución  contra  el  go- 
bierno de  Rozas. 

El  mariscal  Soult,  Duque  de  Dalmacia,  en  nota  de  26 
de  febrero  de  1840  le  dice  á  Mr.  de  Martigny,  en  segui- 
da de  resumir  las  noticias  de  Montevideo    que  éste    le 


ricana,  el  Cronista,  el  Despertador,  el  Siete  de  Abril,  al  Nacional, 
(Brasil),  el  Araucano  {C\\\\q),  el  Periuuio,  el  Tribuno  (Perú),  el  Arie- 
te (Ecuador),  el  Liberal  (Caracas),  el  Independiente  (Panamá),  etcétera, 
etcétera. 


—  Kil  — 

trasmite  hasta  el  inoiiiciito  de  la  (»cii[iaci(')ii  de  diclia 
eiiidad  por  los  marinos  franceses:  «La  intención  del  rey 
es  no  enviar  tropas  á  Montevideo,  sino  únicamente  bus- 
car en  las  vías  de  negociación  combinadas  con  la  acción 
de  las  fuerzas  marítimas  que  han  sido  puestas  á  dis- 
posición de  Mr.  Leblanc,  la  solucituí  de  una  contienda 
demasiado  prolongada  y  que    es  urgente   terminar  ya. » 

Y  como  el  envío  de  tropas  de  desembarco  formó  parte 
del  plan  arreglado  entre  los  agentes  franceses  en  Mon- 
tevideo y  Rivera  y  la  Comisión  Argentina,  para  que 
éstos  pudiesen  maniobrar  más  fácilmente  en  el  Estado 
Oriental  y  en  el  litoral  argentino:  y  ello  era  tanto  más 
reclamado  cuanto  que  á  pesar  de  la  ayuda  de  sus  alia- 
dos, ni  Rivera  ni  la  emigración  unitaria  liabían  obteni- 
do las  ventajas  que  se  prometieron  en  la  guerra  contra 
Rozas,  el  mariscal  Soult,  sin  hacerse  ilusiones  respecto 
de  estas  ventajas,  le  previene  á  su  agente  que  se  ciña 
á  las  instrucciones  que  le  han  sido  llevadas  por  el 
almirante  Dupotet.  y  agrega:  « No  disimularé  que  no 
hay  que  contar  probablemente  sobre  un  resultado  com- 
pleto, y  ver  realizadas  las  esperanzas  de  que  nos  habíanlos 
lisonjeado  momentáneamente,  á  vista  del  curso  que  las 
cosas  parecían  tomar  en  la  República  Argentina.  Esto 
es  seguramente  muy  desagradable;  pero,  de  otra  parte, 
basta  considerar  nuestra  posición  en  Montevideo  para  re- 
conocer todo  lo  que  ella  tiene  de  incierta  y  compromete- 
dora; y  por  consiguiente  para  convencerse  de  que  hay 
peligro,  y  peUgro  inminente,  en  perseverar  con  aliados  tales 
como  los  que  nos  ha  dado  la  fuerza  de  las  cosas,  en  un  sis- 
tema que  conduce  á  alargar  incesantemente  el  círculo  de 
las  complicaciones... » 

Y  véase  cómo  el  mariscal  Soult  i)resenta  el  estado 
actual  de  la  cuestión,  tanto  más  ingrato  cuanto  ({ue 
conceptúa  muy  lejanas  las  ventajas  comerciales  y  ])olí- 


—   Km  — 

ticas  que  sus  aliados  del  Plata  se  coiupronietieron  á 
acordarle  á  la  Francia  en  cambio  de  la  ayuda  que  les 
})restasen  las  fuerzas  de  esta  nación :  «  Basta  ciertamente 
acordarse  de  nuestra  diferencia  con  Buenos  Aires,  y 
referirse  al  punto  de  que  liemos  partido,  para  ver  cómo 
se  lia  agravado  esta  querella,  y  cuánto  nos  hemos  extra- 
viado de  las  vías  de  una  cuestión  muy  simple  en  su 
principio.  Hace  en  efecto  dos  años  que  S()lo  se  trataba 
de  obtener  del  gobierno  de  Rozas  reparaciím  de  injusti- 
cias (j  de  atentados  cometidos  contra  nuestros  compa- 
triotas, y  al  mismo  tiempo  garantías  capaces  de  darles 
seguridad  para  lo  venidero.  Hoy  día  nos  hallamos  mez- 
clados en  el  conflicto  que  se  agita  entre  Rozas  y  Rivera: 
somos  parte  en  la  guerra  entre  Buenos  Aires  y  el  Estado 
del  Uruguay:  nuestra  posición  respecto  de  la  República 
Argentina  se  complica  por  nuestra  alianza  de  hecho  con 
la  Banda  Oriental,  y  por  el  apoyo  dado  por  nosotros  á 
los  emigrados  argentinos,  á  los  enemigos  exteriores  de 
Rozas  y  á  sus  adversarios  interiores.  Originariamente 
no  teníamos  que  hacer  más  que  proteger  y  defender  á 
los  franceses  establecidos  en  la  República  Argentina. 
Ahora  son  á  la  vez  los  franceses  de  las  repúblicas  Ar- 
gentina y  Oriental  los  que  están  comprometidos.  Antes 
no  teníamos  más  que  bloquear  los  puertos  argentinos: 
hoy  tenemos  que  mantener  ese  bloqueo,  y  al  mismo  tiem- 
po mantener  á  Montevideo  con  nuestras  propias  fuerzas. » 
Pero  el  objeto  principal  de  las  últimas  notas  de  ^ír- 
Bouchet  de  Martigny.  á  que  se  refiere  el  mariscal  Soult,  es  el 
de  persuadirlo  de  la  conveniencia  de  que  el  gobierno  fran- 
cés envíe  al  Plata  seis  mil  soldados  jo^'r^  terminar  satis fac- 
toriamente  la  cuestión  con  Rozas.  Así  lo  ha  convenido 
Mr.  de  Martigny  con  la  Comisión  Argentina  en  Monte- 
video; y  con  arreglo  á  ello  dispone  las  operaciones  de 
su  ejército  el  general  Lavalle,  como  lo  atestigua,  entre 


—  ion  — 

otros,  el  }»iu|)i()  secretario  de  este  general.  (M  Y  el  ma- 
riscal Soult.  aleccionado  por  la  experiencia  que  le  deja 
ver  los  i)eligros  de  esa  aventura,  ó  más  propiamente,  de 
esa  conquista  á  mano  armada,  con  la  que  había  soñado 
su  antecesor  Mole,  se  pronuncia  bou  gré,  mal  gré,  contra 
ella  en  nombre  de  razones  que  á  fe  valían  más  que  las 
que  alegaban  la  Comisión  Argentina  y  Rivera  respecti- 
vamente. (( Usted  pide  tropas  de  desembarco  que  limi- 
tadas al  efectivo  que  usted  indica  serían  insuficientes. 
—  le  dice  el  mariscal  á  Mr.  de  Martigny.  —  y  cuyo  envío 
á  semejante  distancia  pasaría  por  una  verdadera  impru- 
dencia; y  si  esa  fuerza  se  elevase  á  un  número  más  con- 
siderable, estaría  fuera  de  la  naturaleza  y  el  objeto  de 
las  satisfacciones  que  reclamamos;  impondría  al  Estado 
enormes  sacrificios,  y  nos  crearía  bajo  otros  respectos 
una  nueva  situación  y  de  las  más  graves,  tanto  en  Amé- 
rica como  en  Europa.  Fácilmente  se  puede  imaginar  las 
complicaciones  que  una  expedición  militar  emprendida 
por  la  Francia  contra  Buenos  Aires  debería  acarrearnos 
en  nuestras  relaciones  con  la  Inglaterra,  y  on  nuestras 
relaciones,  ya  tan  comprometidas,  con  los  Estados  ameri- 
canos, cuando  se  recuerda  (pie  el  bloc/ueo  de  los  puertos 
argentinos  ha  suscitado  de  parte  del  gobierno  de  Londres 
los  ataques  á  que  el  dio  lugar  en  el  parlamento  británico, 
y  la  irritación  que  ese  bloqueo,  y  las  medidas  coercitivas 
simultáneamente  adóptenlas  contra  México,  lian  causado 
en  toda  la  America. . .  No  puedo,  pues,  dejar  de  referirme 
á  las  instrucciones  que  le  trasmitirá  el  señor  almirante 
Dupotet,  etcétera. » 

Pero  la  guerra   que  le  hacen  á   Rozas  los  emigrados 


( ' )  Véanse  el  discurso  del  señor  Félix  Frías  con  motivo  de  la 
traslación  á  Buenos  Aires  de  las  cenizas  del  general  Lavalle,  y  la 
cai-ta   le  Mr.  de  Martigny  á  este  último  en  el  capitulo  xxxiv. 


—  167  — 

argentinos  y  Rivera  ha  sido  costeada  con  los  dineros 
de  la  Francia,  la  cnal  es  parte  en  la  contienda  como  se 
ha  visto,  pues  con  sus  buqnes  ha  bombardeado  la  isla 
de  Martín  García  y  tomádola  por  asalto;  ha  pretendido 
efectuar  desembarcos  en  el  puerto  de  la  Atalaya  y  de 
Zarate,  y  esos  mismos  buques  han  combinado  sus  ope- 
raciones marítimas  con  las  operaciones  de  los  ejércitos 
de  Lavalle  y  de  Rivera.  Ello  es  una  de  las  condiciones 
de  la  trii)le  alianza  contra  Rozas  á  que  se  refiere  el 
mariscal  Soult.  Mr.  Bouchet  de  Martigny  pide  al  go- 
bierno de  Francia  el  cumplimiento  de  esa  condición  del 
auxilio  pecuniario  que  viene  dándolo  desde  el  año  1838; 
y  el  mariscal  Soult  no  puede  menos  que  responderle: 
«  Entretanto,  haré  satis farer  romo  las  precedentes,  las  íil- 
timas  libranzas  que  ha  girado  usted  sobre  mi  departa- 
mento, por  las  sumas  que  usted  ha,  avanzado  á  la  Comisión 
Ar dentina;  pero  le  recomiendo  nuecamente  que  se  muestre 
más  cauteloso  en  esta  clase  de  gastos  que  suben  ya  mug 
alto,  y  exceden  en  mucho  á  los  previstos  en  el  ministerio 
de  relaciones  exteriores.  )^  (M 

Pero  el  mariscal  Soult,  al  pronunciarse  de  buen  ó 
mal  grado  contra  el  envío  de  tropas  de  desembarque  al 
río  de  la  Plata,  olvidaba  que  sus  agentes  gn  Montevideo 
se  habían  comprometido  mucho  más  de  lo  que  debían. 
y  de  un  modo  público  y  solemne,  con  la  Comisión  Ar- 
gentina y  con  Rivera;  y  que  por  esto  mismo,  «las  vías 
de  negociación  combinadas  con  la  acción  de  las  fuerzas 
marítimas  ».  que  indicaba  para  solucionar  la  cuestión  con 
la   Francia,  les  ofrecía  facilidades  amplias  para  seguir 


( i )  Papeles  de  Rozas  (maiuisc.  testimoniado  en  mi  archivo).  Véase 
el  apéndice.  Los  agentes  de  Rozas  consiguieron  sacar  copia  flel  de 
la  nota  del  mariscal  Soult,  la  cual  so  publicó  después  en  El  Archivo 
Americano,  causando  verdadera  sensación  en  Montevideo  como  en 
la  Repúltlica  Argentina. 


—  I(i8  — 

arrostrando  esos  coinproiiiisos.  de-  los  ciialfs  ellos  po- 
dían usar  mientras  snbsistieran  las  hostilidades  contra 
el  ,L!(diierno  ar,L;entino.  (pie  estaba  resnelto  ;l  no  ceder 
por  la  tuerza  en  la  contienda.  Así  sncedió  en  efecto; 
y  por  esto  fué  que  nada  menos  qne  Mr.  Lamartine,  recapi- 
tnlando  i)oco  desi)nés  los  heclios  de  la  cnestiíhi  franco- 
argentina,  decía  en  la  cámara  de  los  diputados  de  Francia 
qne  «los  agentes  franceses  en  Montevideo  se  lial)ían  con- 
ducido más  bien  como  cómplices  de  las  facciones  inte- 
riores que  como  representantes  de  la  Francia.  Ellos 
habían  ido  ;i  buscar  al  general  Lavalle  ;i  su  retiro  para 
moverlo  contra  Rozas.  Pagaban  los  gastos  de  la  guerra 
rivil.  Habían  dirigido  n  Mr.  Thiers  hasta  dos  millones  en 
letras  de  cambio ;  y  Mr.  Thiers  que  le  había  confiado  sus 
ansiedades,  se  había  creído  obligado  á  aceptar  esas  letras 
de  cambio  i)ara  cubrir  la  n^sponsabilidad  de  sus  agentes 
y   el  honor  muy   mal  comprendido  de  su  i)aís)).  ('j 

Y  ya  se  ha  visto  cómo  el  general  Lavalle  abrió  su 
campaña  sobre  el  Entre  Ríos  con  el  apoyo  material  de 
los  agentes  franceses,  y  contando  con  las  tropas  de 
desembarque  que  éstos  debían  proporcionarle.  Así  se  lo 
escribió  el  8  de  enero  á  Mr.  Boucliaud.  comandante  de 
la  Vigilante:  «  La  llegada  del  nuevo  almirante,  creo  que 
apresurará  nuestras  operaciones,  pues  los  buques  que 
trae  deben  sernos  muy  útiles.  No  dud(t  que  este  señor 
vendrá  dispuesto  á  apoyar  este  ejército,  y  que  una  de 
sus  primeras  medidas  será  ocupar  el  Paraná,  destruyendo 
la  batería  del  Rosario.  »  Y  en  otra  carta  al  mismo  Mr. 
P)i»u(diand.  el  general  Lavalle  le  comunicaba  (pie  en  vir- 
tud de  la  facultad  que  le  había  dado  el  almirante  Le- 
bUinc,  habíale  indicado  al  comandante  Calan  de  Lalande 


('  )     Se   i)ul»lic()  en   Le  Monileur  (P;irís)  del   -¿"i  de  ;i1>im1  de  1841 
Véase  El  Archivo  Americano,  '¿•'^  serio,  núin.  •-:!().  pág.  :i 


—  169  — 

que  subiera  el  Paraná  con  los  tres  buques  franceses  de 
su  mando;  lo  que  veriílcó  éste  llegando  hasta  San  Pe- 
dro, y  dirigiéndole  á  las  autoridades  locales  una  inti- 
mación   insultante,    en    la   que   les   comunicaba  que  en 

caso  de  ser  hostilizado,  « llevaría  la  desolación  y  la 
muerte».  (') 

Después  de  estas  cartas  y  de  los  hechos  correlativos 
que  la  prensa  federal  condenaba  en  términos  acerbos 
y  violentísimos,  á  nadie  le  fué  dado  dudar  de  que  la 
Comisión  Argentina,  esto  es.  el  centro  de  la  revoluciíui 
contra  Rozas,  liada  en  los  recursos  pecuniarios  que  le 
facilitaba  la  Francia,  en  la  poderosa  ayuda  de  los  bu- 
ques franceses  y  en  las  tropas  de  desembarque  que  se 
esperaban  de  un  momento  á  otro,  empujaba  al  general 
Lavalle  á  los  últimos  extremos  para  que  prosiguiese  una 
guerra  cuyo  fin  ostensible  era  derrocar  el  gobierno  de 
Rozas,  pero  que  en  fuerza  de  subvertir  el  honor  nacio- 
nal, comprometía  la  integridad  de  la  patria,  como  se  vio 
claramente  después.  Los  sentimientos  más  enérgicos  de 
la  masa  del  pueblo  argentino  subleváronse  contra  esta 
alianza  de  los  emigrados  unitarios  con  la  Francia  y  el 
gobierno  del  Uruguay;  y  á  la  firmeza  con  que  tales 
sentimientos  se  pronunciaron  liay  que  atribuir  principal- 
mente la  serie  de  fracasos  que  desbarataron  la  revolu- 
ción ({ue  encabezó  el  general  Lavalle. 

Y  como  consecuencia  de  ello,  tal  alianza  en  vez  de 
debilitar  afirni(')  más  que  nunca  el  gobierno  de  Rozas. 
La  Francia  con  su  escuadra  poderosa  y  sus  dineros  que 
derramaba  á  manos  llenas;  la  diplomacia  de  la  Comi- 
sión Argentina  que  le  suscitaba  dificultades  de  todo  gé- 
nero y  reacciones  peligrosas;  el  general  Lavalle  con   un 


(')  Correpondencia  tomada  al  general  Lavalle.  Véase Xrt  Gaceta 
Mercantil  del  25  de  febrero  de  1840. 


—  170  — 

ejército  de  4üUÜ  liuiiibres  en  Entre  Ríos;  el  general  Ri- 
vera con  otro  ejército  y  dueño  de  los  recursos  del  Es- 
tado Oriental  y  de  Corrientes...  ¿  qué  le  quedaba  á  Rozas 
sino  era  su  partido  y  el  concurso  de  la  opinión  pú- 
blica que  le  propiciaban  los  extravíos  de  sus  enemigos? 
Ese  partido,  esa  opinión  pública,  ese  conjunto  de  inte- 
reses apegados  á  la  patria  en  noni1)re  de  ideas  que  co- 
locaban encima  de  las  combinaciones  políticas  ó  de  las 
promesas  que  anticipaba  la  Francia,  á  condición  de  ho- 
llar la  soberanía  de  un  país  fiero  de  ésta,  y  á  precio 
■de  derechos  adquiridos  después  de  largos  sacrificios, 
eso,  eso  fué  lo  que  se  ])ron unció  por  Rozas  más  deci- 
dido que  nunca  á  })rincipios  del  año   de  1840. 

Desde  el  mes  de  enero  la  legislatura  empezó  á  reci- 
bir memoriales  de  las  parroquias  y  de  los  pueblos  de 
campaña,  suscritos  por  cientos  y  miles  de  firmas,  entre 
las  que  se  contaban  las  de  los  hombres  más  conocidos  é 
influyentes  de  la  Provincia,  y  en  los  que  se  pedía  la 
reelección  de  Rozas  para  el  cargo  de  gobernador  con  la 
suma  del  poder  público.  ('  )  El  5  de  marzo  la  legisla- 
tura reeligió  á  Rozas  gobernador  en  los  términos  de  la  ley 
de  7  de  marzo  de  1825.  De  la  misma  manera  que  en  183'"), 
Rozas  quiso  poner  á  prueba  la  adhesión  de  los  que  le 
ofrecían  el  mando  en  esas  circunstancias  llenas  de  difi- 
cultades, cuando  la  más  leve  reacción  en  la  ciudad  de 
Buenos  Aires,  que  se  hubiera  dado  la  mano  con  los 
enemigos  interiores  y  exteriores,  habría  bastado  para 
dar  en  tierra  con  él.  Pero  esto  era  precisamente  lo  di- 


( ' )  La  suma  total  de  las  firmas  al  pie  de  las  solicitudes,  de  las 
qu(!  se  (lió  Icctui'a  en  la  legislatura,  alcanzó  á  17.G70:  G193  corres- 
pondientes á  las  parroíiuias  de  la  ciudad,  y  11.477  á  los  principales 
pai'tidos  de  campaña. — Véase  Diario  de  sesiones  de  la  .Junta,  tomo 
XXVI,  ses.  683. 


—  171  — 

fíi'il,  lo  imposible,  dadas  las  raíces  que  su  gobierno  ha- 
bía echado  en   el  país. 

El  14  de  marzo  Rozas  renunció  el  cargo,  bien  que 
reproduciendo  las  declaraciones  anteriores,  «  de  morir  al 
lado  de  sus  compatriotas  por  la  noble  causa  de  la  liber- 
tad después  de  haber  ofrecido  sus  haberes,  su  vida  y  su 
fama  parala  defensa  de  la  causa  nacional  americana  y  con- 
tra los  desertores  de  ella,  los  salvajes  unitarios  ».  La  legis- 
latura se  apoyó  en  estas  declaraciones  para  no  admitirle 
la  renuncia.  Rozas  insistió,  pero  la  legislatura  después 
de  un  pronunciamiento  unánime  declaró,  á  su  vez,  en 
14  de  abril,  que  no  le  era  dado  sobreponerse  á  la  volun- 
tad de  sus  comitentes;  que  ello  equivaldría  á  sancionar 
la  ruina-  del  país  en  circunstancias  en  que  á  costa  del 
sacrificio  y  de  la  fama  debía  sostenerse  la  guerra  en  que 
estaba  empeñada  la  República  por  sostener  su  libertad 
é  independencia :  y  que  decididos  los  representantes  á 
perder  su  existencia  y  fama  basta  ver  triunfante  esta 
causa  nacional,  autorizaban  al  poder  ejecutivo  para  que 
«ponga  cuantos  medios  le  conduzcan  á  este  glorioso  fin, 
hasta  el  exterminio  del  salvaje  y  feroz  bando  unitario  ». 
En  seguida  la  legislatura  declaró  además  que  « en  el 
uso  que  ha  hecho  el  brigadier  general  don  Juan  Ma- 
nuel de  Rozas  de  la  suma  del  poder  con  que  fué  in- 
vestido, ha  llenado  los  designios  que  tuvo  la  provincia 
al  sancionarla».  (/ ) 

En  estas  circunstancias  el  ejército  del  general  La  va- 
lle encontró  al  del  general  Echagüe,  en  las  alturas  que  do- 
minan el  arroyo  de  Doii  Cristóbal,  como  á  once  leguas 
del  Diamante.  En  estas  aguas  se  encontraba  la  escua- 
dra francesa,  y  allí  pensaba  dirigirse  Lavalle  para  pro- 
veerse de  municiones;     pero  Echagüe  quiso  impedírselo, 

(i)  Véase  Diario  de  sesiones,  loin.  xxví,  ses.  008  y  009. 


—  \r>  — 

y  el  lo  (le  ;il)ril  ( l(S40j  lo  provocí')  al  combate.  El  ejército- 
unitario.  fní-Tte  (le  4()()()  lidinbres,  comeiizT)  iii;iiii<)1)raiido 
liábiliiieute  de  ílaiico  y  pudo  ai)oyar  su  izquierda  en  el  arro- 
yo de  Don  Cristóbal,  obteniendo  con  esto  una  ventaja 
relativa  sobre  el  ejército  federal  que  se  vio  obligado  á 
variar  su  línea.  Lavalle  colocí)  en  la  izquierda  al  coro- 
nel Vega  con  los  escuadrones  Yerna.  Maza.  Victoria  y 
Cúllen:  en  el  centro  la  artillería  y  la  infantería  al  man- 
do del  coronel  Salvadores,  y  Díaz,  y  la  Legión  al 
jnando  del  coronel  Vilela:  en  la  dereclia  el  resto  de 
la  caballería  al  mando  del  general  López.  Ecliagüe  dis- 
tril)nyó  sus  4500  bombres  colocando  en  la  derecba  dos 
divisiones  de  caballería  al  mando  del  general  Ramírez: 
en  el  centro  8  piezas  de  artillería  al  mando  del  coron&l 
Tborne.  la  infantería  de  Garzón  y  una  división  de  caba- 
llería al  mando  de  Lavalleja:  en  la  izquierda  otra  divi- 
sión de  caballería  al  mando  del  general  Servando  Gómez. 
Esta  última  fué  la  que  inició  la  acción  arrojándose 
sobre  la  derecba  de  Lavalle.  La  división  Vega  sostuvo 
el  ataque,  pero  como  cediera  el  terreno  fué  reforzada 
por  la  legión  Vilela.  y  la  batalla  se  liizo  general.  Eclia- 
gíie  comprometió  todas  sus  fuerzas,  y  en  los  primeros 
momentos  obtuvo  ventajas  de  consideración;  pues  mien- 
tras su  caballería  desmoralizaba  algunos  de  los  escua- 
drones de  Lavalle.  su  artillería  é  infantería,  convenien- 
temente colocadas,  bacían  vacilar  al  centro  enemigo  cuya 
infantería  se  mantenía  íirme  en  la  posición  que  tomó 
desde  el  principio.  El  general  Lavalle  comprendió  que 
si  cedía  su  centro,  cuando  sus  escuadrones  de  caballe- 
ría eran  arrollados  por  las  cargas  de  la  izquierda  ene- 
miga principalmente,  la  batalla  estaba  perdida  para  él; 
é  inmediatamente  concibió  un  movimiento  atrevido  que 
verificado  con  rapidez  y  babilidad  cambió  en  su  favor 
la  suerte  de  las  armas.     Su   avudante  v  su   bi(')<'Tafo  lo 


£3^ 


—  17:!  — 

describe  así:  «El  general  Lavalle,  poniéndose  á  la 
cabeza  del  ^escuadrón  Mayo  y  legión  Rico  ( la  reserva ) 
avanzó  al  gran  galope  sobre  el  centro  enemigo.  Puesto 
á  la  distancia  conveniente  de  la  línea  de  Echagüe  para 
ejecutar  su  movimiento,  mandó  columna  á  la  derecha 
y  á  la  altura  correspondiente  desplegó  á  la  izquierda 
por  retaguardia  de  la  cabeza,  variando  la  base  de  la 
línea  con  su  frente  al  sur,  cuando  la  del  enemigo  mira- 
ba al  este.  En  el  intervalo  de  cinco  minutos  la  divi- 
sión de  reserva  había  variado  de  posición ;  caído 
como  un  rayo  sobre  el  flanco  izquierdo  y  apoderádose 
de  las  carretas  y  demás  bagajes  que  el  enemigo  había 
colocado  á    quince  cuadras  á  su  retaguardia.» 

El  movimiento  del  general  Lavalle  fué  decisivo.  La 
caballería  de  Echagüe,  poco  antes  victoriosa,  se  desmo- 
ralizó y  fué  arrollada  por  la  de  Lavalle  protegida  opor- 
tunamente ;  y  puede  decirse,  que  este  último  obtuvo  una 
victoria  completa  por  el  hecho  de  no  haber  sido  des- 
truido completamente,  como  debió  serlo,  si  Echagüe  no 
hubiera  comprometido  imprudentemente  todas  sus  fuer- 
zas desde  los  primeros  momentos  de  la  batalla,  care- 
ciendo de  su  reserva  en  el  momento  supremo  en  que 
Lavalle  hizo  uso  hábilmente  de  la  suya.  Con  todo^ 
Lavalle  no  obtuvo  mayor  ventaja  sobre  Echagüe  que  la 
de  tomarle  algunas  carretas  con  equipajes  y  municiones, 
y  desbandarle  una  parte  de  su  caballería.  La  infantería 
y  artillería  de  Echagüe  quedaron  intactas  en  las  posi- 
ciones que  habían  tomado.  (  '  ) 

El  oeneral   Lavalle  se  retiró  en  dirección  al  Paraná 


(  )  Véase  El  Nacio?ial  de  ^Montevideo  y  Biografía  del  general 
Lavalle  por  su  ayudante  de  campo  el  comandante  Lacasa,  pág.  14o 
y  siguientes.  Lo  ((ue  dice  este  último  está  de  acuerdo  con  las  re- 
ferencias que  me  ha  hecho  el  coronel  Thorne,  jeí'e  de  la  artillería 
de  Flchagüe  y  que  corroboran  otros  papeles  de  la  época. 


—  174  — 

y  fué  á  campar  como  á  cinco  leguas  del  campo  de  ba- 
talla. Al  día  siguiente  mandrj  al  coronel  Díaz  al  puerto 
del  Diamante  con  el  objeto  de  que  tomara  de  la  escuadra 
francesa  las  municiones  de  que  carecía  el  ejército.  Mien- 
tras tanto,  Ecliagüe  había  reunido  sus  dispersos  ypués- 
tose  en  marcha  tras  Lavalle.  Cuando  regresó  el  coronel 
Díaz  (el  14  )  Echagíie  estaba  situado  en  una  altura  que 
domina  los  varios  zanjones  formados  por  las  lluvias 
que  traen  sus  aguas  al  arroyo  del  Sauce  Grande^  como 
;i  cuatro  leguas  al  sur  de  la  ciudad  del  Paraná  y  seis 
al  norte  del  Diamante.  Lavalle  campó  con  su  ejército  á 
poco  más  de  una  legua  de  su  contrario  procurando, 
como  se  ve.  conservar  su  comunicación  con  la  escuadra 
francesa.  En  esta  posición  se  conservó  Lavalle  renun- 
ciando por  el  momento  á  atacar  nuevamente  á  Echagüe^ 
como  se  lo  aconsejaban  sus  amigos  al  día  siguiente  de 
Don  Cristóbal,  en  el  supuesto  de  que  con  el  sacrificio 
de  cuatrocientos  ó  quinientos  hombres  podría  rendir  la 
infantería  federal:  lo  que  de  paso  sea  dicho,  era  una 
fantasía  quimérica  de  parte  de  los  que  á  todo  trance 
querían  inmiscuirse  en  las  operaciones  militares  del 
jefe  unitario. 

La  situación  del  general  Lavalle  no  era  tan  hala- 
güeña como  se  la  imaginaban  los  que  veían  los  suce- 
sos desde  Montevideo.  Las  ventajas  relativas  que  obtu- 
vo en  Don  Crist(Jbal  quedaban  de  suyo  esterilizadas, 
pues  Echagüe,  gracias  á  la  superioridad  de  su  infantería 
y  artillería,  podía  permanecer  en  sus  posiciones  sin 
temor  de  ser  desalojado  de  ellas,  hasta  que  le  llegasen 
refuerzos  de  Buenos  Aires  á  pesar  de  la  vigilancia  de 
la  escuadra  francesa  que  quería  impedirlo.  La  tentati- 
va del  coronel  Mariano  Vera  para  convulsionar  á  Santa 
Fe.  por  orden  del  general  Lavalle,  había  fracasado  com- 
pletamente   el    26  de    marzo    anterior,  cerca   del  arroyo 


—  175  — 

de  Cayasta.  El  coronel  Vera  había  quedado  muerto 
en  el  campo  con  varios  de  los  suyos ;  y  su  propio  her- 
mano don  Calixto  suscribía  con  López  la  nota  en  que  se 
daba  cuenta  al  gobierno  de  Buenos  Aires  de  ese  impor- 
tante acontecimiento.  ('  ^ ) 

Y  lo  que  era  más  grave,  Rivera  intrigaba  con  Ferré 
para  anular  la  influencia  militar  y  política  de  Lavalle, 
cruzarle  á  éste  sus  operaciones  y  hacerse  el  arbitro  de 
la  guerra  tanto  en  el  Uruguay  como  en  el  litoral  argenti- 
no. Á  Lavalle  no  le  quedaba  duda  acerca  de  esto,  como 
de  que  por  ello  mismo  Rivera,  más  que  su  émulo,  venía 
á  ser  su  enemigo,  un  enemigo  peor  que  aquel  contra  el 
cual  se  había  aliado.  Si  Ferré  cedía  por  completo  á  las 
exigencias  de  Rivera,  quien  no  perdía  de  vista  su  plan 
de  enseñorearse  de  Entre  Ríos  y  Corrientes,  era  indu- 
dable que  él  no  podía  hacer  pie  en  estas  dos  provincias 
hasta  el  momento  propicio  para  pasar  á  Buenos  Aires, 
como  lo  tenía  pensado.  Era  indispensable  contar  con 
Ferré,  y  en  este  sentido  se  agitaron  sus  amigos.  Pero 
los  hechos  le  mostraron  bien  pronto  que  Rivera  llevaba 
el  camino  adelantado;  y  en  medio  del  despecho  que 
debió  sugerirle  la  obcecación  ó  la  ingratitud  de  algunos 
de  sus  compatriotas  que  pretendían  sostener  su  misma 
causa,  quizá  se  culpó  á  sí  mismo  de  lo  que  pasaba,  y 
comprendió  el  error  de  haberse  echado  en  brazos  de 
los  extranjeros,  para  que  éstos  le  ayudasen  á  dar  insti- 
tuciones á  su  patria. 

Usando  discrecionalmente  del  cargo  con  que  se  ha- 
bía hecho  investir  por  Ferré  de  director  de  la  guerra 
y  jefe  de  todas  las  fuerzas  «destinadas  á  destruir 
al    tirano    Rozas»,  y    prescindiendo    completamente  de 


( ' )   Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  3  de  abril  v  de  29  de  mayo 
de  1840. 


—  17(5  — 

Lavalle,  Rivera  iiiandí')  ()('ii})ar  con  sus  fuerzas  los  {)uii- 
tos  de  Giialeguay,  Gualeguaychii  y  Arroyo  de  la  China 
(Concepción  del  Uruguay)  con  el  pretexto  de  i)restar 
auxilios  al  ejército  libertador,  pero  en  realidad  con  el 
objeto  de  remontar  sus  planteles  de  infantería  y  de 
crearse  recursos  }ior  medio  de  los  cueros,  sebos  y 
demás  frutos  que  existían  en  poder  de  los  vecinos  de 
esas  localidades.  Así  rezaba  en  las  instrucciones  que  le 
di(')  al  coronel  Soriano.  jefe  de  esas  fuerzas.  C)  Para 
contener  á  Rivera  en  sus  avances  no  había  otro  medio 
que  reducirlo  por  la  fuerza;  y  esto  habría  sido  una 
gran  victoria  para  el  enemigo  común  de  ambos.  Rea- 
tado por  Ferré  y  hostilizado  por  Rivera,  Lavalle  se 
resolvió  á  empeñar  una  nueva  batalla  con  Echagüe, 
pensando  definir  su  situaciíui  en'  Entre  Ríos  si  salía 
vencedor,  ó  dirigirse  á  Buenos  Aires  si  la  suerte  de  las 
armas  le  era  adversa. 

El  ejército  de  Lavalle  estaba  en  condiciones  muy 
superiores  al  de  Echagüe ;  pues  éste  carecía  de  muchas 
cosas  de  primera  necesidad,  y  en  aquél  reinaba  una 
abundancia  como  para  sostener  un  ejército  cuatro  veces 
mayor,  si  hubiera  habido  una  mejor  administración; 
como  lo  observa  el  general  Paz  que  se  encontraba  en 
esos  días  en  Punta  Gorda.  «Á  la  par  de  efectos  de 
ultramar  que  se  distribuían  con  un  desorden  imposible 
de  describir,  agrega  el  general  Paz,  abundaban  las 
armas  y  las  municiones  suministradas  i)or  la  escuadra 
francesa,  sin  excluir  el  dinero;  })ues  recuerdo  (jue  los 
oficiales  del  bergantín  San  Martín  me  dijeron  que 
una  vez  habían   traído  en    el    misnuj    buque    cien    mil 


(')  Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  l'J  de  ina\()  de  1840.  la 
carta  de  Soriano  á  Lavalle  y  la  respuesta  del  jefe  de  la  Con- 
<;epcióii  del   Uruguay  <iue  ol)edecia  al   ejército    ¡iberfador. 


—  177  — 

patacones  que  habían   entregado   al  ejército.»  (')  Á   me- 
diados de  junio  el  general  Lavalle  llamó  á  sus  jefes   á 
una  junta  de  guerra  y  en  ésta    se   resolvió  presentarle 
inmediatamente  la  batalla  á  Echagüe.  El  día  15  Lavalle 
avanzó    su    línea,    y    con    algunas     carroñadas    que   se 
habían  desembarcado  de  los  buques  de  guerra    france- 
ses,  estableció   una  batería  en  las  nacientes    del  bajío 
que  cubría  la   izquierda   de    Echagüe.    Desde   aquí  hizo 
como  unos    doscientos    disparos    de    cañón   que    fueron 
contestados  por  la  artillería  federal,   y    que    no  dieron 
más  resultado  que  herir  al    comandante    Jorge    (  Nico- 
lás) y  matar  algunos  caballos.  El   10  de   junio    ambos 
ejércitos    amanecieron     en    sus    posiciones    respectivas. 
Lavalle  pensó  atacar  á  Echagüe   al  amanecer,  pero   una 
densa  niebla  se    lo  impidió  hasta  pasada  la  una  de  la 
tarde.    Á  esta  hora  Lavalle     dirigió    dos    columnas    de 
ataque,  desligadas  la  una  de  la  otra,    sobre    el    flanco 
derecho  y  el  centro  de  Echagüe:  la  de  la  izquierda,  que 
operó  sobre  la  derecha    federal  al  mando     de    Urquiza, 
se  componía  de  las  divisiones  Ramírez,  Torres  y  Vega, 
fuerte  de   2.000  hombres;   y  la  otra,    que  debía   chocar 
con  el  centro  de  Echagüe   al  mando    de    Oribe,    la   for- 
maban   como  500  infantes   á    las    órdenes    del   coronel 
Díaz.  La  primera  columna  dio  un  rodeo  para    evitar  la 
artillería   enemiga  y  cargó  efectivamente    sobre  la  dere- 
cha federal;  y  la  segunda  avanzó  diagonalmente.  Lava- 
lle   con    los   escuadrones    Vitela,    Méndez   y     Mayo    de 
reserva,  esperó   el  resultado  de     sus  movimientos.   Lla- 
mando la  atención    de  Echagüe  por  el  frente,  mientras 
la  caballería   lo  envolvía   á  éste    por  la  derecha,   creía 


(1)  Memorias  Postumas,  tomo  III,  pág.  108.  En  las  páginas 
.siguientes  el  general  Paz  da  una  idea  acabada  de  la  indisciplina 
y  desorganización  del  Ejército  libertador.  ^  éase  págs.  238  á  263. 

TnMO    TTT_  A.- 


—  178  — 

poder  separarle  completaiiiente  la  caballería  de  la  infan- 
tería, y  acncliillarla  en  seguida  como  lo  había  hecho 
en  Don  Cristóbal.  Pero  sns  cálculos  fallaron  esta  vez, 
porque  Echagüe  comprendió  la  intención  de  su  adver- 
sario, y  por  la  falta  de  un  jefe  que  tuviera  la  unidad 
de  mando  sobre  las  divisiones  de  Vega,  Torres  y  Ramí- 
rez, los  cuales  operaron  á  su  arbitrio,  como  lo  observa 
oportunamente  el  general   Paz. 

Con  todo,  el  ataque  del  centro  fué  bien  sostenidp 
al  principio  por  la  infantería  y  artillería  unitaria,  que 
obligaron  al  centro  federal  á  hacer  un  medio  cambio 
de  frente.  En  estas  circunstancias  fué  cuando  la  colum- 
na de  la  izquierda  unitaria  cargó  sobre  el  flanco  de 
Echagüe.  Pero  éste  corrió  sobre  su  derecha  un  batallón 
de  infantería  en  protección  de  su  caballería,  el  cual 
desorganizó  completamente  á  la  división  Vega,  y  en  pos 
de  ésta  á  las  de  Torres  y  Ramírez.  Otro  tanto  sucedió 
en  el  centro:  la  infantería  unitaria  fué  rechazada  con 
pérdida  de  un  tercio  de  su  fuerza;  y  el  ejército  unitario 
habría  sido  completamente  destruido  si  Lavalle,  sobre- 
poniéndose á  su  derrota,  no  hubiese  usado  con  tanta 
rapidez  de  su  reserva,  ordenando  al  coronel  Vitela  se 
corriese  sobre  su  derecha  para  proteger  la  retirada  de 
la  infantería  y  contener  la  persecución  que  iniciaba  el 
ejército  vencedor.  Además  de  una  parte  de  la  división 
de  caballería  que  se  dispersó  en  dirección  al  norte, 
Lavalle  perdió  en  esta  acción  como  quinientos  hombres 
entre  muertos,  heridos  y  prisioneros,^  gran  cantidad  de 
armamento,  sus  caballadas  y  su  maestranza.  Las  pérdi- 
das de  Echagüe  fueron  mucho  menores;  si  bien  una 
parte  de  su  caballería  se  le  dispersó,  lo  cual  explica 
que   él   no  hubiera  perseguido   á  Lavalle   una  vez    que 


—  179  — 

hubiese  arrollado  la  divisi(3ii  Vilela  que  constaba  á  lo 
más  de  800  hombres.  (^) 

En  esta  situación  Lavalle  no  podía  permanecer  en 
Entre  Ríos  frente  á  Echagüe,  sin  perderlo  todo  en  un 
combate  á  que  este  ultimo  lo  comprometería  sin  tar- 
danza. No  podía  tampoco  dirigirse  á  Corrientes,  porque 
Echagüe  lo  seguiría  incontinenti,  y  no  pararía  hasta 
entrar  en  esa  provincia  donde  se  desmoralizaría  la 
resistencia  que  mantenía  viva  todavía.  Entre  correr  un 
albur  tan  incierto  y  que  podría  serle  fatal,  y  anticipar 
su  expedición  á  Buenos  Aires,  lo  cual  formaba  parte 
de  su  plan  de  campaña,  como  ya  se  ha  explicado,  Lavalle 
prefirió  esto  último.  Así  los  ejércitos  federales  queda- 
rían á  retaguardia  del  punto  que  él  invadía,  y  lo  demás 
lo  decidirían  las  circunstancias  y  las  simpatías  que 
encontrara  en  su  tránsito. 

Pero  una  dificultad  se  presentaba  desde  luego.  ¿Cómo 
hacer  pasar  el  Paraná  á  las  fuerzas  correntinas  después 
de  las  reiteradas  exigencias  del  gobernador  Ferré  de 
que  ello  no  se  verificaría,  y  de  las  severas  órdenes  que 
había  dado  á  los  jefes  y  oficiales  que  las  comandaban, 
de  que  le  avisaran  si  el  general  Lavalle  pretendía 
pasar  el  Paraná?  Los  soldados  porteños,  entrerrianos 
y  orientales  lo  seguirían  á  cualquier  parte,  en  nombre 
del  entusiasmo  que  él  sabía  inspirarles  y  de  la  deci- 
sión con  que  seguían  sus  banderas.  Pero  los  correntinos 


(')  Para  reunir  aquí  los  datos  más  exactos  acerca  de  la  bata- 
lla del  Sauce  Grande  me  he  servido  de  las  Memorias  del 
general  Paz  (pág.  264  y  siguientes,  tomo  III),  bien  que  el  general 
equivocó  la  colocación  de  los  cuerpos  del  ejército  federal;  de  la 
biografía  del  general  Lavalle  por  su  ayudante  Lacasa;  de  una 
carta  detallada  del  coronel  Jerónimo  Costa,  jefe  de  la  infantería 
federal,  cuyo  extracto  se  publicó  en  La  Gaceta  Mercantil  del  11 
(le  agosto  de  1840;  y  de  las  referencias  verbales  del  coronel 
-pliorne,  jefe  de   la    artillería    federal    en   la  misma  batalla. 


—  181)  — 

lial)ítin  venido  á  Entre  Ríos  con  una  consigna  inalte- 
rable: no  pasar  el  Paraná  aunque  el  general  Lavalle 
así  lo  mandase.  Esto  de  pasar  el  Paraná,  cpie  se  lia 
hecho  una  l'rase^  hist<'»rica.  era  cosa  del  otro  mundo 
para  el  gobernador  Ferré.  Quería  hacerle  la  guerra  á 
Rozas  á  condicifHi  de  que  los  ejércitos  federales  vinie- 
ran á  buscarlo  á  su  provincia  ó  ia  de  Entre  Ríos,  Kl 
Paraná  era  para  él  la  línea  divisoria  de  su  teatro  de 
guerra;  y  aunque  en  esta  banda  ardiera  la  contienda, 
sus  tropas  no  debían  pasar  allí  donde  á  otros  les  tocaba 
continuar  la  guerra  por  su  parte.  La  misma  resistencia 
que  le  opuso  al  general  Lavalle  en  1840  se  la  opuso 
al  general  Paz  un  año  después,  sacriñcando  á  una 
obcecación  inaudita,  hija  de  su  incapacidad  notoria,  los 
resultados  generales  de  la  empresa  que  debía  favorecer 
en  virtud  de  compromisos  solemnes. 

El  general  Lavalle  hiró  también  de  frente  esta  diíi- 
cultad;  y  usando  del  ascendiente  que  sabía  ejercer 
sobre  sus  subordinados,  comunicó  conlidencialmente  á 
los  principales  jefes  correntinos  su  resolución  de  pasar 
el  Paraná.  Éstos  declararon  que  seguirían  las  banderas 
del  ejército.  Ya  no  quedaba  más  obstáculo  serio  que  el 
general  Ramírez,  y  Lavalle  lo  despache'»  oportunamente 
con  pliegos  para  el  gobernador  Ferré  en  los  que  le 
hacía  presente  la  necesidad  de  pasar  el  Paraná  para 
no  perderlo  todo,  y  le  anticipaba  que  el  general  Paz 
marchaba  con  destino  á  Corrientes  para  organizar  allí 
la  resistencia,  y  que  él  entretendría  la  atención  de 
Echagíie  todo  el  tiempo  que  le  fuera  posible. 

La  misma  noche  de  \r  batalla  del  Sauce  Grande, 
Lavalle  se  dirigió  con  su  ejército  al  Diamante  en  cuyas 
aguas  se  hallaba  la  escuadra  francesa.  E\  día  10  llegó  á 
Punta  Gorda,  con  todas  sus  fuerzas,  y  el  20  empezó  el 
transporte  de  éstas  á  la  isla  de  Coronda,  que  está  situada 


q4^^Í/W^ 


—  181  — 

enfrente  y  como  á  nueve  leguas  de  la  ciudad  de  Santa  Fe. 
Aunc[ue  para  ello  se  emplearon  todas  las  lanchas  de  los 
buques  de  guerra  y  mercantes  franceses,  esta  operación  no 
se  concluyó  hasta  el  22.  Y  sin  embargo,  Echagüe  no  preci- 
pitó sus  movimientos  para  impedir  el  embarque  de  La- 
valle,  como  pudo  hacerlo,  atacándolo  con  ventajas  posi- 
tivas. Lo  había  seguido  lentamente  deteniéndose  en  su 
marcha,  á  punto  de  hacer  sólo  seis  leguas  en  cinco  días. 
Con  sobrada  razón,  pues,  le  decía  en  esas  circunstancias 
el  general  Lavalle  al  general  Paz:  «Es  preciso  que  levan- 
temos un  monumento  de  oro  al  general  enemigo  que  tan 
generosamente  contribuye  á  que  nos  salvemos.» 

Recién  el  22  apareció  Echagüe  á  tiro  de  cañón  de  la 
batería  levantada  en  Punta  Gorda  para  proteger  el  em- 
barque. Los  fuegos  de  ésta  lo  detuvieron  todavía.  No 
fué  sino  por  la  tarde  cuando  Echagüe  colocó  dos  cañones 
sobre  la  costa  y  río  abajo  de  la  batería,  y  rompió  sus 
fuegos  sobre  los  últimos  transportes.  Pero  los  fuegos  de 
veinte  á  treinta  cañones  de  seis  buques  de  guerra  fran- 
ceses lo  obligaron  á  retirarse  de  allí.  El  día  23  Lavalle 
dirigió  sobre  el  pueblo  de  Coronda  una  columna  al  mando 
del  coronel  Saavedra,  é  hizo  que  la  escuadra  francesa 
subiese  el  Paraná  como  para  dar  á  entender  que  iba  á 
operar  sobre  Santa  Fe;  y  el  día  20.  cuando  creyó  con- 
seguido su  objeto,  reembarcó  todas  sus  fuerzas  en  los 
buques  franceses  y  descendió  el  Paraná,  después  de  con- 
venir con  el  general  Paz  en  que  éste  iría  á  Corrientes 
á  formar  allí  el  ejército  de  reserva. 

¿Cómo  y  por  qué  se  encontraba  en  Punta  Gorda  el 
general  don  José  María  Paz,  á  quien  se  ha  seguido  hasta 
el  momento  en  que,  prisionero  de  López,  fué  conducido 
en  calidad  de  tal  al  cabildo  de  la  villa  de  Lujan  en  Buenos 
Aires?  Él  lo  ha  explicado  minuciosamente  en  sus  me- 
morias y  yo  resumiré  lo  pertinente  agregando  lo  nece- 


—    \H->  — 

sario  para  la  mejor  inteligencia  del  lector.  Conviene 
advertir  desde  luego  que  Rozas  al  recabar  de  López  la 
persona  de  Paz,  se  proponía  sustraerlo  á  la  lucha  san- 
grienta que  comenzaba,  ofreciéndole  una  posición  digna 
de  su  reputación  y  de  sus  méritos  desde  la  cual  pudiera 
servir  al  país  más  qne  á  los  partidos;  y  semejante  á  la 
que  les  había  dado  ;i  los  militares  más  ilustres  de  la 
guerra  de  la  Independencia,  á  hombres  principales  de 
éjjocas  anteriores,  como  eran  los  generales  San  Martín, 
Alvear,  Guido,  Soler,  don  Manuel  Moreno,  don  Manuel 
de  Sarratea,  etcétera. 

En  este  sentido  habíanle  hecho  proposiciones  que  él 
escuchó  sin  comprometerse.  En  abril  de  1837  Rozas  lo 
puso  en  libertad  y  lo  incorporó  en  el  ejército  con  su 
grado  de  general  de  la  Nación.  Desde  entonces  Paz  fre- 
cuentó el  círculo  de  los  amigos  de  Rozas  y  fué  objeto 
de  particulares  atenciones  de  parte  de  la  familia  de  éste 
como  él  mismo  lo  dice.  El  ministro  Arana  lo  abord(') 
por  fin  francamente:  le  dijo  que  el  gobierno  se  preocu- 
paba de  su  situación:  que  fuesen  cuales  fueren  las  ideas 
que  él  tuviese  respecto  de  los  partidos  políticos,  ello  no 
se  oponía  á  que  representase  á  su  país  en  el  extranjero 
permaneciendo  ajeno  á  la  lucha  armada  que  se  iniciaba 
tremenda:  que  lo  único  que  le  pedía  el  gobierno  era  que 
se  mantuviera  prescindente  en  Buenos  Aires,  y  que  muy 
en  breve  sería  nombrado  ministro  plenipotenciario  de  la 
República  en  Europa. 

Pero  el  general  Paz  era  partidario  antes  que  todo,  y 
no  imaginando,  quizá,  que  la  lucha  armada  sería  en 
breve,  no  ya  entre  partidos  argentinos,  sino  entre  un 
partido  sostenedor  del  gobierno  argentino  y  el  extranjero 
aliado  al  partido  en  cuyas  filas  él  formaba,  eludió  com- 
promisos con  el  ministro  Arana  y  concibi('»  el  i)royecto  de 
salir  de  Buenos  Aires.     Después  del  asesinato  de  Maza 


—  188  — 

se  embarcó  clandestinamente  para  la  Colonia.  Todavía 
aquí  le  alcanzó  una  carta  del  ministro  Arana  en  que  le 
reiteraba  los  ofrecimientos  de  Rozas.  Pero  su  resolución 
estaba  ya  tomada.  Luego  que  se  reunió  con  su  familia 
en  la  Colonia  aprovecbó  de  un  convoy  destinado  al  ejér- 
cito libertador  y  custodiado  por  el  bergantín  Pereym,  en 
el  cual  se  embarcó  llegando  á  Punta  Gorda  en  circuns- 
tancias en  que  Lavalle  se  preparaba  á  darle  á  Echagüe 
la  batalla  del  Sauce  Grande.  Recién  aquí  pudo  ver  cómo 
se  pasaban  las  cosas;  y  aquí  vino  á  experimentar  amargos 
desengaños. 

Sus  Memorias  abundan  en  consideraciones  y  hechos 
para  demostrar  que  él  estaba  demás  en  el  ejército  de 
Lavalle.  Su  presencia  allí  desagradaba  á  Lavalle  y  mor- 
tificaba en  alto  grado  á  los  jefes  unitarios  que  mal  se 
avendrían  con  la  rígida  disciplina  que  Paz  sabía  mante- 
ner en  todas  las  fuerzas  que  mandaba.  Él  describe  lo 
que  era  el  ejército  libertador  en  materia  de  orden  y  de 
disciplina.  Fna  reuni(')n  de  hombres  decididos  que  ha- 
cían insoportable  alarde  del  título  de  ciudadanos  para 
sustraerse  á  la  subordinación  del  soldado,  y  que  se  mo- 
vían á  impulsos  de  la  afección  personal  á  tal  ó 
cual  jefe  ñero  de  ella,  y  muy  principalmente  al  general 
en  jefe,  quien  poseía  el  secreto  de  saberla  inspirar  con 
entusiasmo.  Así  se  explica  que  Lavalle  le  dijera  á  Paz, 
mostrándole  su  ejército:  «aquí  están  tres  mil  hombres 
que  sólo  me  abedecen  á  mí  y  que  se  entienden  directa- 
mente conmigo.  »   (') 

Es  que  el  general  Lavalle  aceptaba  el  papel  de  cau- 
dillo más  bien  que  el  de  jefe  de  un  ejército  que  preten- 
día llevar  en  su  banderas  escrito  el  lema  de  destrucción 


( ' )  Paz,  Memorias  Postumas,  pág.  242,  tomo  iii. 


—   181   — 

(le  los  caudillos  cuya  especie  ahiiiidalia  en  el  país.     Y 
en  su  trato,  eu  sus  maneras  y  en  su  traje  quería   imi- 
tar  á  los    engendros  de    esa  especie,    con  el   objeto   de 
vencerlos  con   los    mismos  medios    con    que   lo    habían 
vencido  anteriormente,  explotando  los  sentimientos  que 
campeaban   entre  el  gauchaje  del  litoral.     Con  sus   sol- 
dados hacía  gala  de  complacencias  caprichosas  y  siem- 
pre desiguales  del  jefe  de  gauchos.   Contrariando  abier- 
tamente   sus    hábitos  de    hombre    culto    y   distinguido, 
llevaba  con  aquéllos  la  vida   de    gaucho  á  gaucho,    sin 
distanciarse  lo  conveniente  como  le  competía  á  un  ge- 
neral de  su  reputación  y  de  sus  méritos.  El  sombrero 
con  el  ala  levantada  sobre  la  frente,  un   chaquetón  en 
invierno,  en  mangas  de  camisa  en  verano  y  sin  corbata, 
pantalón  y  botas  comunes;  tal  era  el  traje  bajo  el  cual 
pretendía  en  vano  transformarse  el  glorioso    oficial  del 
ejército  de  los  Andes.    Él  creía  exceder  así  á  los  gene- 
rales   de  Rozas,   pero    se    engañó.     Echagüe,    que    tenía 
cierta  vanidad   en   haberse  graduado    en  derecho    antes 
de  ser  general,  llevaba  este  último  rango  con  arreglo  á 
las  formas   civilizadas,  así  i)or  lo  que  hacía  á  su  per- 
sona   como  por  la  disciplina  militar  que  imprimían  á 
su  ejército  los  excelentes  jefes  veteranos  que  formaban 
en  sus  lilas;  y  en  cuanto  á  Pacheco.  Mansilla  y  Oribe, 
no  era  extraño  que  tuvieran  los  hábitos  y  pusieran   en 
j»ráctica   en   las  tropas    de    su   mando   los  principios  y 
las  reglas  invariables  de  los  militares  de  escuela,  puesto 
que  se  habían  formado  y  habían   ganado   sus  charrete- 
ras como  Lavalle  en  los  ejércitos  de  la  Independencia. 
Conocidos  los  rígidos  j^rincipios  del  general  Paz,  se 
comprende  porqué  su  presencia  era  inútil  en  un  ejército 
indisciplinado,  cuyos  miembros  no  tenían  entre  sí   más 
vínculo  serio  que  la  afección  personal  que  les  inspiraba 
el  general  en  jefe.  Así  se  lo  manifestó  á  Lavalle  cuando 


—  185  — 

éste  le  propuso  que  fuese  ;i  Corrientes  á  formar  el  ejér- 
cito de  reserva.  Allí  se  dirigió  en  efecto  el  futuro  ven- 
cedor de  Caaguazú,  después  de  haber  palpado  con  amargo 
despecho  las  resistencias  que  encontraba  entre  los  jefes 
del  ejército  libertador.  Cuando  llegó  á  Corrientes  acom- 
pañado de  algunos  oficiales,  el  gobernador  Ferré,  im- 
buido en  la  idea  de  que  Lavalle  había  hecho  sacrificar 
inútilmente  á  los  soldados  correntinos,  y  supuéstose 
derrotado  con  el  designio  premeditado  de  pasar  el  Pa- 
raná, expid¡(')  una  proclama  (4  de  agosto)  en  la  que  de- 
claraba que  el  general  Lavalle  era  desertor  del  ejército 
de  esa  provincia  y  traidor  á  la  patria.  El  día  7  se 
reunieron  Paz  y  Ferré,  y  tres  días  después  el  primero 
fué  nombrado  general  en  jefe  de  las  fuerzas  de  la  pro- 
vincia, cuya  organización  militar  inició  inmediatamente 
para  oponerlas  á  Echagíie,  que  invadiría  á  Corrientes, 
así  que  repusiera  sus  caballadas. 


CAPITULO    XXXVII 

LA     CRISIS     DEL     AÑO     40 


Sumario:  I.  Lavalle  ilesembareiV  su  ejiírcito  en  la  costa  nortp,  de  Buenos  Aires. — II. 
Encuentro  del  Tala. — III.  Error  capital  de  Lavalle  de  no  avanzar  sobre 
la  capital:  Rozas  ve  perdida  la  situación:  de.sorganización  de  los  elementos: 
falta  de  tropas  regulares. — IV.  Rápida  organización  que  Rozas  imijrime 
á  la  resistencia :  providencias  y  movimientos  militares  que  ordena  desde  su 
cuartel  general. — V.  Lavalle  se  dirige  á  Arrecifes:  intimación  que  hace  á 
los  jefes  departamentales. —VI.  Divide  su  ejército  en  dos  columnas  y  en 
vez  de  batir  á  Pacheco,  se  recuesta  al  oeste. — VII.  Derrota  las  fuerzas  de 
Lorea  y  González,  y  llega  á  Merlo. — VIII.  Su  inacción  en  este  punto:  su 
desengaño  respecto  de  la  adhesión  que  esperó  encontrar. — IX.  Resistencia 
unánime  que  subleva  en  Buenos  Aires :  testimonio  de  su  ayudante  de  cam- 
po.— X.  Lo  que  Lavalle  esperaba  en  Merlo:  el  auxilio  de  las  tropas  fran- 
cesas: la  carta  del  doctor  Várela  que  asilo  explica. —  XI.  Porqué  no  llegó 
el  auxilio  del  almirante  Baudin  :  las  instrucciones  del  mariscal  Soult  y  la 
presencia  dol  barón  Mackau. — XII.  Ci-itica  situación  de  Lavalle  en  agosto 
de  1840 :  las  fuerzas  federales.  — XIII.  Lavalle  resuelve  volver  sobre  su  re- 
taguardia.— XIV.  Se  aproxima  á  Santa  Fe. — XV.  Las  depredaciones  en  la 
campaña  de  Buenos  Aires. — XVI.  Carácter  de  la  lucha. — XVII.  La  Coalición 
del  norte  y  el  general  Lamadrid :  su  conducta  política  en  Tucumán. — 
XVIII.  Los  coaligados  invaden  Santiago  del  Estero  :  Ibarra  los  derrota  y 
Lamadrid  es  desalojado  de  Tucumán. — XIX.  Represalias  politicas  en  Buenos 
Aires  :  el  gobierno  declara  los  bienes  de  los  unitarios  responsables  para  re- 
parar los  quebrantos  sufridos  en  los  délos  federales. — XX.  Las  clasificaciones 
del  año  40:  origen  de  éstas  bajo  el  gobierno  de  Lavalle  en  1829. — XXI.  La  So- 
ciedad Popular  Restauradora:  su  origen:  calidad  de  los  que  la  formaban.— 
XXII.  Idea  de  la  crisis  del  año  40.— XXIII.  El  rigorismo  político  como  prin- 
cipio dominante. — XXIV.  El  imperio  de  la  venganza  y  del  odio. — XXV.  El 
individualismo  vergonzante  y  el  interés  generoso:  conceptos  de  don  Nicolás 
.\nchorcna.— XXVI.  El  populacho  desenfrenado:  medidas  de  orden  que  el 
ministro  de  S.  M.  B.  reclama  del  gobernador  delegado  y  de  Rozas. — XXVII. 
La  respuesta  de  Rozas:  perfiles  del  radicalismo:  Rozas  se  declara  impotente 
para  reparar  los  estragos  del  radicalismo:  seguridades  que  ofrece  á  Mr.  Man- 
devillo  al  dar  la  nota  más  alta  del  radicalismo. 


Antes  de  embarcar  su  ejército  en  Coronela,  Lavalle 
había  destacado  una  goleta  con  ciento  cincuenta  hom- 
bres al  mando  del  comandante  Camelino,  quien  acom- 
pañado del  coronel  Pelliza  y  del  comandante  Lacasa, 
debía  desembarcar  por  el  arroyo  de  Cabrera,  y  apode- 
rarse de  todos  los  caballos  de  la  costa  de  Buenos  Aires- 


—  187  — 

Esta  operación  se  llevó  á  cabo  con  éxito  el  día  2  de 
agosto  de  1840.  Las  fuerzas  del  ejército  libertador  asal- 
taron las  estancias  y  sacaron  de  éstas  más  de  dos  mil 
caballos.  (')  Lavalle  pensó  desembarcar  por  este  punto, 
distante  veinte  y  cuatro  horas  de  la  ciudad  de  Buenos 
Aires,  pero  le  faltaron  los  transportes  necesarios  para 
llegar  allí;  y  como  los  buques  franceses  que  lo  condu- 
cían fuesen  de  mucho  calado,  tuvo  que  veriñcar  su  des- 
embarco el  día  5  de  agosto  en  San  Pedro,  frente  á  las 
fuerzas  del  general  Pacheco. 

Pacheco  había  dado  parte  á  Rozas  de  la  aproxima- 
ción de  su  enemigo  (-)  desde  que  los  buques  que  lo  con- 
ducían se  avistaron  más  acá  de  San  Nicolás,  después  de 
haber  forzado  la  batería  del  Rosario.  Esa  misma  noche 
se  dirigió  Lavalle  con  una  división  de  1.000  hombres 
hacia  el  arroyo  del  Tala  ;í  cuyas  márgenes  llegó  en  la 
mañana  del  6  de  agosto.  Todo  este  día  no  se  ocupó  más 
que  en  reunir  caballos,  sacándolos  de  las  estancias  de 
los  federales,  como  es  de  suponerse.  (^)  Por  la  tarde  se 
avistaron  frente  á  él  las  fuerzas  del  general  Pacheco  en 
número  de  1.500  hombres,  y  este  último  le  llevó  al 
anochecer  el  ataque  más  raro  que  podía  ocurrirle  á  un 
antiguo  oñcial  del  ejército  de  los  Andes.  Después  de 
amagar  un  ataque  general  y  de  cambiar  algunos  tiros. 
Pacheco  se  corrió  sobre  su  izquierda  y  lanzó  sobre  La; 
valle  todas  sus  caballadas  con  el  objeto  de  desorganizar 
la  línea  unitaria.  Pero  Lavalle  se  había  corrido  sobre 
su  derecha  con  el  designio  de  flanquearlo,  de  modo  que 


(^)  Lacasa,  el  mismo  que  iba  en  esa  comisión.  {Biografía  de  La- 
valle,  pág.  155.) 

\})    Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  5  de  agosto  de  1840. 

(■^)  El  general  José  M.  Paz,  cuya  autoridad  no  es  sospechosa  á 
este  respecto,  afirma  [Mem.  Pósl.^  t.  111.  pág.  296)  que  el  genei-al 
Lavalle  se  llevó  á  Santa  Fe  veinte  mil  caballos  de  la  campaña  de 
Buenos  Aires. 


—  188  — 

la  extraña  opcraciíjii  de  Pacheco  no  dii'»  mayor  resultado 
(jue  envolverlo  á  él  misino  entre  sns  caballadas  y  expo- 
nerlo á  nna  díU'rota  seijiira  si  Lavalle  lo  Inibiera  per- 
seguido. 

Contra  lo  (|ue  debían  de  esperar  amií^os  y  enemigos, 
Lavalle  regresó  á  San  Pedro,  con  caballadas  sníicientes 
l)ara  montar  nn  ejército  cinco  veces  mayor  que  el  que 
llevaba.  Este  fué  su  error  capital,  el  que  decidió  de  la 
suerte  de  su  campaña.  Si  en  vez  de  retrogradar,  monta 
las  fuerzas  que  dejó  en  San  Pedro  y  pica  la  retaguardia 
de  Pacheco,  al  cual  no  se  había  incorporado  todavía  la 
división  veterana  al  mando  del  coronel  Lagos,  no  habría 
encontrado  resistencia  seria  y  se  habría  apoderado  de  la  ciu- 
(bid  de  Buenos  Aires.  Rozas  y  sus  principales  jefes  y 
amigos  lo  creían  así.  Cuando  Rozas  conoció  los  porme- 
nores del  encuentro  del  Tala,  le  dijo  textualmente  á 
don  Nicolás  Marino  paseándose  agitado  en  su  despacho: 
«El  hombre  (Lavalle)  se  nos  viene,  y  lo  peor  es  que  se 
nos  viene  sin  que  podamos  detenerlo.  »  (')  Es  que  en  ese 
momento  no  había  elementos  reunidos  para  cerrarle  el 
paso  á  Lavalle  hasta  la  capital.  La  infantería  disponible 
estaba  en  Entre  Ríos.  La  caballería  de  línea  estaba  dis- 
tribuida en  sus  acantonamientos  del  sur  y  del  oeste, 
y  era  ilusorio  contener  con  tales  fuerzas  á  Lavalle  si 
éste  se  corría  rápidamente  por  la  costa.  La  división  de 
Pacheco  había  quedado  poco  menos  que  á  pie,  si  se 
exceptúa  los  escuadrones  al  mando  de  Lagos.  Á  Lagos 
se  dirigía  Oribe  desde  San  Nicolás,  el  día  8.  encarecién- 
dole el  envío  de  GOO  caballos  para  montar  algunas  mili- 
cias y  hostilizar  á  Lavalle,  incorporándose  á  López.    (^) 


(')  Referencia  del  señor  Pedro  R.  Rodríguez,  tesiio-o  presencial 
y  oficial  de  la  secretaría  de  Rozas. 

{-)  Oficio  de  Oribe  á  Lagos.  (Alanuscrilo  original  en  mi  airhivo.) 


—  189  — 

Y  en  la  ciudad  de  Buenos  Aires  no  había  más  fuerza 
organizada  que  la  del  batallón  Guardia  argentina,  el  de 
Serenos  (guardia  urbana),  los  tenientes  alcaldes  y  pique- 
tes de  policía,  y  el  1''  y  3°  de  cívicos  que  empezó  á 
reunir  y  organizar  el  general  Mansilla,  mientras  las  di- 
visiones de  Lavalle  recorrían  el  norte  y  oeste  de  la 
campaña.  No  había  tropas  regulares  en  Buenos  Aires. 
Si  Rozas  apoyaba  su  poder  en  el  ejército  de  línea,  como 
lo  afirmaban  sus  enemigos,  es  lo  cierto  que  nunca  le 
faltaron  más  que  en  esas  circunstancias,  cuando  un 
enemigo  poderosamente  ayudado  por  la  Francia,  se  di- 
rigía á  reducirlo  en  el  centro  de  su  iníluencia. 

El  error  de  Lavalle  le  proporcionó  á  Rozas  el  tiempo 
que  éste  supo  aprovechar.  Pasado  el  primer  momento 
de  estupor  que  se  siguió  al  encuentro  del  Tala,  y  al 
favor  del  sentimiento  general  de  adhesión.  Rozas  se 
excedió  en  actividad  para  organizar  la  resistencia  en 
breves  días.  En  la  noche  del  9  de  agosto  se  dirigió  á 
Morón  con  varios  jefes  y  oficiales  y  algunos  piquetes, 
impartiendo  órdenes  para  que  las  milicias  departamen- 
tales y  las  divisiones  del  sur.  mandadas  por  don  Pru- 
dencio Rozas,  Rodríguez  y  Aguilera,  se  le  incorporasen 
en  el  punto  de  Santos  Lugares.  En  seguida  delegó  el 
mandó  en  su  ministro  el  doctor  Felipe  Arana,  y  se  de- 
dicó exclusivamente  á  disciplinar  el  ejército  que  con- 
servó bajo  sus  inmediatas  órdenes,  y  con  el  cual  se 
proponía,  ó  contener  á  Lavalle  si  éste  se  recostaba  ha- 
cia el  oeste  para  entrarse  en  Buenos  Aires,  ó  batirse 
en  retirada  hasta  incorporarse  con  Mansilla,  quien  de- 
bía tener  colocada  su  infantería  y  algunos  cañones  en 
los  suburbios  norte  y  oeste  de  esa  ciudad.  Simultánea- 
mente le  ordenó  á  Pacheco  que  se  mantuviese  en  su 
posición  del  Salto;  á  Lagos  que  se  reincorporase  á  Pa- 
checo: á  González  que  se  aproximase  á  Lujan;  y  á  Oribe 


—  190  — 

que  conservase  su  comunicación  con  Lrjpez;  por  me- 
nera  que  Lavalle  quedó  dentro  de  un  vasto  semicír- 
culo cuyos  extremos  eran  San  Nicolás  y  Morón. 

Lavalle  se  había  dirigido  á  Arreciles  destacando  al 
coronel  Méndez  al  frente  de  la  Legión  con  una  inti- 
mación al  jefe  de  San  Nicolás  de  los  Arroyos,  así 
concebida:  «Una  hora  después  de  haber  recibido  esta 
nota,  se  pondrá  V.  en  marcha  para  presentarse  en  este 
cuartel  general;  bien  entendido  que  de  no  verificarlo 
será  V.  pasado  por  las  armas  en  el  acto  de  ser  aprehen- 
dido. El  silencio  de  V.  por  cinco  minutos  más  será 
considerado  como  una  negativa. — Juan  Lavalle.))  ( ')  Los 
términos  terriblemente  lacónicos  de  esta  comunicación 
recordaban  los  de  la  del  13  de  diciembre  de  1828,  en 
que  anunciaba  el  mismo  Lavalle  el  fusilamiento  por 
su  orden  del  gobernador  Borrego.  No  obstante,  el  coro- 
nel Juan  A.  Garretón  respondió  que  como  jefe  militar 
de  ese  punto  nombrado  por  el  gobierno  de  la  Provincia, 
haría  su  deber  hasta  el  último  trance.  (-) 

En  Arrecifes  Lavalle  dividió  su  ejército  en  dos 
fuertes  columnas.  Él  siguió  con  la  una  por  el  camino 
que  conduce  á  San  Antonio  de  Areco.  y  el  coronel  Vitela 
con  la  otra  en  dirección  al  Carmen  de  Areco,  esto  es,  abrién- 
dose hasta  dejar  casi  en  medio  de  ambos  el  pueblo 
del  Salto  donde  permanecía  Pacheco,  cuyas  fuerzas  ape- 
nas alcanzaban  á  la  mitad  de  las  que  traía  el  ejército 
libertador.  Natural  era  creer  que  al  fraccionar  su  ejército 
delante  de  enemigos  ({ue  podían  cercarlo.  Lavalle  se 
proponía  destruir  al  que  tenía  más  próximo,  que  era 
también  el  más  débil.  Así  lo  creyó  Pacheco,  y  al  comu- 
nicárselo á  Lagos  el  día  12.  le  pedía  que  se  le  incorpora- 


(h  Manuscrito  testiiiKiniílo  por  el  coronel  (iarretón(en  mi  archivo). 
(2)  Ib.  ib.  ib. 


—   191  — 

se.  C)  Es  casi  seguro  qiu3  si  hubiera  llamado  la  atencif3n 
de  Pacheco  por  el  lado  de  Arrecifes  mientras  Vilela 
marchaba  á  colocarse  convenientemente  de  este  lado 
del  Carmen  de  Areco,  la  división  Pacheco,  atacada  en 
su  frente  y  en  su  retaguardia,  habría  sido  destruida 
por  completo,  y  Lavalle  habría  obtenido  un  gran  triun- 
fo material  y  moral  para  la  revolución.  Pero  en  vez  de 
operar  así,  él  y  Vilela  siguieron  rumbo  al  oeste;  y 
este  fué  otro  error  del  general  Lavalle  del  que  se  aper- 
cibió cuando,  no  encontrando  fuerzas  de  Rozas  en  su 
tránsito,  pudo  ver  las  facilidades  que  tenía  para  haber 
dado   aquel  golpe. 

Recién  á  la  altura  de  Navarro  su  vanguardia  encontró  el 
regimiento  número  3  al  mando  del  comandante  Lorea.  y 
después  de  una  ligera  refriega  consiguió  derrotarlo.  En 
cuanto  á  Vilela,  llegó  á  la  villa  de  Mercedes  sin  haber  encon- 
trado un  enemigo.  Aquí  se  reunió  todo  el  ejército,  inclusi- 
ve la  legión  Rico  que  había  sido  desprendida  con  el  objeto 
de  conmover  el  sur,  pero  que  tuvo  que  retroceder  rápida- 
mente á  la  aproximación  de  las  fuerzas  de  don  Prudencio 
Rozas.  Todavía  aquí  permaneció  algunos  días  el  general 
Lavalle  sin  convencerse  de  que  la  demora  era  la  derrota 
para  él.  Recién  en  la  noche  del  19  de  agosto  se  resolvió 
á  marchar  sobre  la  ciudad:  al  día  siguiente  batió  las 
fuerzas  que  mandaba  el  coronel  González,  y  el  día  23 
llegó  á  Merlo,  habiendo  empleado  cinco  días  en  hacer 
quince  leguas  con  un  ejército  ligero,  bien  montado  y 
con  excelentes  caballadas  de  refresco.  Esta  lentitud  era 
tanto  .más  inexplicable  en  el  general  Lavalle  cuanto 
que  dejaba  á  su  espalda  fuerzas  respetables  que  podían 
acosarlo,  y  que  él  no  había  querido  batirlas,  ó  que 
si  las  había  batido  se  habían  rehecho  sobre  la  marcha. 

(1)  Manuscrito  original  en  mi  archivo. 


—  W)  — 

Siete  leguas  escasas  lo  separaban  de  la  ciudad  de 
Buenos  Aires  á  la  que  no  veía  desde  1829.  á  la  que 
ya  no  pudo  ver  más.  Todavía  esperó  algunos  días  en 
Merlo,  á  dos  leguas  del  ejército  que  mandaba  Rozas 
en  persona.  ¿Qué  esperaba  Lavalle  mientras  los  cuer- 
pos del  ejército  de  la  Provincia  se  aproximaban  para 
cortarle  la  retirada?  ¿Que  se  insurreccionasen  en  su 
favor  las  fuerzas  del  gobierno?  El  general  Lavalle  se 
presentaba  como  el  aliado  de  los  franceses,  y  estaban 
muy  frescas  las  agresiones  de  estos  últimos,  para  que 
esas  fuerzas  renunciasen  á  defender  la  causa  política  y 
nacional  que  había  llegado  á  fanatizarlas.  ¿Que  estallara 
en  la  ciudad  un  movimiento  favorable  al  ejército  liber- 
tador? En  la  ciudad  predominaba  el  mismo  sentimiento 
respecto  del  general  Lavalle ;  y  la  adhesión  de  unos 
pocos  no  llegaba  al  punto  de  resolverse  á  hacer  armas 
contra  las  masas  del  pueblo  para  patentizarla.  Por  lo 
demás,  el  general  Lavalle  se  había  dolorosamente  desen- 
gañado respecto  de  las  simpatías  de  su  causa  en  Buenos 
Aires.  Sus  amigos  le  habían  asegurado,  y  él  mismo  lo 
creyó,  que  lo  que  rodeaba  á  Rozas  era  una  opinión  artificial 
y  ficticia,  pues  que  dominaba  en  el  país  por  el  terror:  y 
que  tan  luego  como  desembarcara  el  ejército  libertador  las 
poblaciones  lo  aclamarían  entusiastas,  harían  causa 
común  con  él  y  allanarían  el  camino  hasta  llegar  á  la 
misma  capital. 

Pero  había  sucedido  lo  contrario.  El  general  Lavalle 
no  era  dueño  sino  de  la  tierra  que  pisaba.  El  ejército 
federal,  las  autoridades,  los  habitantes,  todos  le  resistie- 
ron, como  al  aliado  de  la  Francia,  que  traía  la  guerra 
á  Buenos  Aires  en  los  buques  y  con  los  dineros  de  la 
ración  que  había  agredido  á  mano  armada  á  la  Repú- 
blica, apoderádose  de  un  pedazo  del  territorio  y  atacado 
la  soberanía  nacional.  Si  se  exceptúa   algunas  adhesio- 


—  193  — 

nes  particulares  en  San  Pedro,  toda  la  Provincia  resistió 
á  la  tentativa  del  general  Lavalle;  y  á  la  verdad  que 
todas  las  facilidades  se  les  brindaban  á  las  poblaciones 
para  plegarse  á  la  revolución,  si  tal  hubiera  sido  su 
voluntad,  en  circunstancias  en  que  Rozas  se  creía 
impotente  para  hacerle  frente  á  su  enemigo,  como  ya 
(jueda  explicado.  Todos  los  hechos  así  lo  corroboran. 
Véase  lo  que  dice  el  propio  ayudante  de  campo  de 
Lavalle  en  la  biografía  de  este  general:  «El  ejército 
libertador  había  encontrado  algunas  simpatías  en  los 
distritos  de  San  Pedro,  Arrecifes  y  Areco;  pero  éstas 
enteramente  terminaron  cuando  llegamos  á  la  altura  del 
río  Lujan  . . .  Téngase  presente  que  las  fuerzas  dis- 
persas en  los  varios  encuentros  tenidos  desde  el  des- 
embarque, buscaban  la  incorporación  de  Rozas  replegán- 
dose sobre  Santos  Lugares,  sin  que  uno  sólo  de  los 
dispersos  viniese  á  engrosar  las  filas  libertadoras.»  ('> 
¿Qué  esperaba,  pues,  el  general  Lavalle  en  Merlo, 
comprometiendo  cada  vez  más  su  situación?  Ante  la 
inminente  aproximación  de  Oribe  con  sus  fuerzas,  las 
de  López  y  las  de  Pacheco  por  el  norte,  y  de  don 
Prudencio  Rozas  con  las  suyas,  y  las  de  Rodríguez  y 
Aguilera  por  el  sur.  el  simple  raciocinio  deduce  que 
el  general  Lavalle  tenía  su  mira  puesta  sobre  la  capital; 
porque  de  no  ser  así,  se  habría  apresurado  á  abandonar 
ese  punto  donde  era  irremisible  su  pérdida.  Pero  á  dos 
leguas  de  su  campo  estaba  Rozas  con  un  cuerpo  de 
ejército:  y  ni  de  aquí  ni  de  la  ciudad  partía  el  indicio 
más  leve  de  simpatía  por  su  causa.  Era  indudable  que 
calculaba  sobre  otro  orden  de   probabilidades.    Esto  fué 


(/  )  Pág.  159.  El  señor  ]\Iatias  Ramos  ?tlexía  conservó  en  su 
casa  á  un  paisano  del  norte  de  Buenos  Aires  de  quien  él  decía 
que  fué  el  único  que  se  presentó  voluntario  al  general  Lavalle. 
Referencia  del    doctor  José  María  Ramos  Mexia.) 

TOMO     III.  13 


—   1!U  — 

1(1  que  se  supo  después  eu  Buenos  Aires,  y  así  la 
demuestran  la  carta  que  le  dirigió  el  doctor  Florencio 
Várela  en  4  de  octubre  de  1840  ('j  criticándole  severa- 
mente su  campaña;  y  la  declaración  que  hizo  en  un 
momento  solemne  el  secretario  de  dicho  general,  el 
vii'tuoso  don  Félix  Frías.  í^)  Lavalle  esperaba  en  esos 
momentos  el  auxilio  de  considerables  fuerzas  francesas 
que  debían  desembarcar  en  Buenos  Aires,  según  se  lo 
habían  comunicado  sus  amigos  de  la  Comüión  Argen- 
tina. Como  éstas  no  se  presentaban  y  el  tiempo  urgía, 
Lavalle  mandó  á  su  hermano  don  José  á  Montevideo 
á  que  le  pidiera  á  Mr.  de  Martigny  la  cooperación 
armada  del  almirante  Baudin.  Véase  cómo  explica  el 
doctor  Várela  en  la  carta  á  que  me  refiero  la  ausencia 
del  almirante  francés,  en  seguida  de  mencionar  lo  que 
ha  conseguido  del  «lealísimo  Mr.  Martign}»,  y  de 
asegurar  que  el  almirante  francés  «le  habló  muchas 
veces  de  la  posición  ventajosa  del  general  Lavalle», 
y  que  «los  aprestos  militares  no  se  habían  suspendido»: 
«Manda  V.  á  Pepe,  le  dice,  á  proponer  combinaciones 
de  inmensa  importancia,  y  tres  días  después  abandona 
V.  la  posición  que  le  hacía  formidable,  y  que  le  debía 
servir    de   base  á  las  propuestas  operaciones. ■>) 

Al  leer  esto,  dicho  nada  menos  que  por  el  doctor 
Várela,  el  fac  totwn  de  la  Comisión  Argentina,  cual- 
quiera creería  hoy  que  la  ausencia  del  almirante  Baudin 
y  de  las  fuerzas  francesas  en  auxilio  al  general  Lava- 
lle se  debía  á  la  retirada  de  éste  de  Merlo.  Así  se 
creyó,  en  efecto,  así  se  hizo  creer,  y  por  eso  le  hacían 
cargos  tremendos  á    Lavalle.  Pero  ello    fué  un   engaño 

(')  Se  publicó  en  El  Constilucional  de  Montevideo  y  en  El 
Orden    de  Buenos  Aires.         * 

(2)  Discurso  con  motivo  de  la  traslacicHi  de  los  restos  del 
líeneral  Lavalle  á  Buenos  Aires. 


—  195  — 

que  padecieron  los  amigos  del  general  Lavalle,  ó  una 
reticencia  generalizada  por  los  que  querían  arrojar 
sobre  este  hombre  abnegado  toda  la  responsabilidad  del 
fracaso  que  no  pudieron  impedir.  Para  convencerse  de 
ello  basta  recordar  los  términos  de  la  nota  del  jefe 
del  gabinete  de  Francia  á  Mr.  de  Martigny  en  febrero 
de  1840.  Ni  Mr.  de  Martigny,  ni  ningún  otro  agente 
ni  jefe  francés  en  Montevideo  podían  tratar  entonces 
con  la  Comisión  Argentina  sobre  la  base  de  auxiliar 
al  general  Lavalle  con  fuerzas  de  desembarco,  ni  de 
combinar  con  él  operaciones  de  guerra,  sin  contrariar 
abiertamente  instrucciones  recibidas  con  cinco  meses  de 
anterioridad.  La  nota  del  mariscal  Soult  era  terminante 
al  respecto,  como  que  expresaba  á  Mr.  de  Martigny  la 
intención  formal  del  rey  de  arribar  á  un  arreglo  con 
el  gobierno  argentino.  Con  esas  instrucciones  y  á  este 
principal  objeto  acababa  de  llegar  el  almirante  Mackau 
á  Montevideo,  iniciándose  desde  luego  las  negociaciones 
entre  Rozas  y  él.  Por  manera  que  mientras  la  Comisióii 
Argentina  le  daba  á  Lavalle  seguridades  de  los  franceses, 
y  este  general  esperaba  en  Merlo  ese  auxilio,  el  vacío 
se  hacía  á  su  alrededor,  su  posición  era  desesperante, 
y  sus  amigos  se  empeñaban  en  que  la  prolongara,  por- 
que á  la  distancia  y  engañados  no  sabían  que  Lavalle 
no  tenía  más  apoyo  que  el  de  los  que  lo  rodeaban, 
para  abrirse  paso  por  entre  doce  mil  soldados  que 
venían  contra   él. 

Al  terminar  el  mes  de  agosto  Lavalle  comprendió 
que  estaba  irremisiblemente  perdido  si  no  se  retiraba 
de  Merlo.  De  todos  lados  se  dirigían  fuerzas  contra  él: 
Oribe  y  López  acababan  de  pasar  el  Arroyo  del  Medio; 
las  milicias  del  sur  y  del  oeste  lo  hostilizaban  sin  cesar. 
Además,  sus  partidas  habían  interceptado  una  carta  de 
Rozas  á  uno  de   sus    jefes    principales  en  la    que   éste 


—  l!»(i  — 

le  dal)a  razón  circunstanciada  de  las  fuerzas  listas  i)ara 
entrar  en  combate  en  la  Provincia,  y  cuyo  número 
elevaba  estudiadamente  á  18.000  hombres.  (')  Sólo  el 
ejército  de  Santos  Lugares  contaba  5.000  hombres,  entre 
ellos  tres  mil  veteranos :  Pacheco  tenía  como  2.000: 
Lagos  y  González  otro  tanto:  don  Prudencio  Rozas 
como  3.000,  y  en  la  ciudad  había  como  4.000,  esto 
sin  llamar  al  servicio  á  todos  los  de  armas  llevar. 
Lavalle  no  podía  ya  asaltar  la  ciudad  sino  operando 
en  combinaci('»n  con  las  fuerzas  francesas  de  Baudin 
que  debían  desembarcar  por  la  Recoleta  como  se  pensa- 
ba. Tampoco  podía  con  300  infantes  y  su  caballería 
atacar  á  Rozas  que  tenía  en  realidad  como  2.500 
infantes,  y  12  piezas  de  artillería  de  grueso  calibre; 
fuera  de  que  había  tenido  ocasión  de  conocer  cuál  era 
el  esi)íritu  de  todas  estas  fuerzas,  para  esperar  la  míni- 
ma reacción   en  su  favor. 

No  faltó  quienes  le  aconsejaran  (jue  se  dirigiera  al 
sur,  pero  les  argüyó,  y  con  razón,  que  ya  se  halna 
hecho  lo  posible  para  insurreccionar  esa  parte  de  la 
campaña,  y  que  todo  había  sido  infructuoso,  como  lo 
demostraba  el  fracaso  de  la  expedición  al  mando  del 
coronel  Rico,  quien  no  solamente  no  había  encontrado 
adhesiones  sino  que  había  tenido  que  retirarse  de  las 
fuerzas  de  don  Prudencio  Rozas,  Rodríguez  y  Aguile- 
ra, porque  todos  los  habitantes  del  sur  que  simpatiza- 
ban con  la  causa  unitaria  estaban  en  el  ejército  liberta- 
dor desde  que  fué  sofocada  la  revolución  del  sur.  y 
allí  no  habían  quedado  más  que  federales  partidarios 
de  Rozas.  En  tales  circunstancias  el  general  Lavalle 
resolvió  tomar  el  único  camino  que  le  quedada,  esto 
es,  volver  sobre  su   retaguardia,  marchar    sobre    López^ 

(')  véase   el    apéndice. 


-  197  — 

batirlo  á  éste  ó  á  Oribe,  y  abrirse  comunicaci<m  por 
el  Paraná  con  los  franceses,  con  Montevideo  y  con 
Corrientes.  El  general  Lavalle  no  se  desalentaba  por 
los  reveses,  qne  todavía  iba  á  mostrar  en  Santa  Fe  la 
indomable  energía  de  su  espíritu. 

El  6  de  septiembre  levantó  su  campo  de  Merlo,  orde- 
nando al  comandante  militar  de  Lujan  que  se  retirara 
á  San  Antonio  de  Areco  juntamente  con  el  juez  ele  paz 
y  los  vecinos  comprometidos  «para  ponerse  á  cubierto 
de  la  ferocidad  del  tirano».  (^)  Siguió  el  camino  de 
Areco,  llevándose  todos  los  caballos  que  encontró  y 
gran  cantidad  de  artículos  de  consumo  que  tomaron 
sus  soldados  libremente  en  los  pueblos  del  norte.  Al 
llegar  al  arroyo  de  Pavón  dividió  su  ejército  en  dos 
columnas,  una  al  mando  del  coronel  Vitela,  que  marchó 
por  el  camino  de  la  costa,  y  otra  á  sus  inmediatas 
órdenes  que  se  dirigió  por  los  Desmochados.  Lavalle 
dijo  que  esta  operación  tenía  por  objeto  batir  á  López 
ó  á  Oribe,  quienes  le  llevaban  la  delantera  en  dirección 
al  Chaco  después  de  haberse  aproximado  al  río  de 
Arrecifes.  Pero  sea  que  sintiera  la  necesidad  de  refrescar 
sus  caballadas  arruinadas  por  las  marchas  continuas 
y  por  la  carencia  de  buenos  pastos  en  los  lugares 
inseguros  que  pisaba  el  ejército;  ó  sea  que  aquellos 
generales  no  quisieran  librar  un  combate  sin  acordar 
previamente  un  plan  de  campaña  con  Rozas,  el  hecho  es 
que  Lavalle  se  detuvo  á  tres  leguas  de  la  ciudad  de 
Santa  Fe  que  estaba  guarnecida  por  70U  infantes  al 
mando  del  general  Eugenio  Garzón. 

Cuando  Lavalle  se  retiró  de  la  campaña  de  Buenos 
Aires,  los   jueces    de    paz    de   los     distritos    del    norte. 


(1)  Nota  al  coronel  Felipe    S.    Vilela.  (Véase  Gaceta    Merauílil 
del   23  de  septiembre   de  1840.) 


—   IHS  — 

repuestos  en  sus  cargos,  le  coniunicaron  á  Rozas 
cuáles  habían  sido  los  procedimientos  de  ese  general; 
y  como  á  ellos  les  tocaban  de  cerca  por  los  ataques 
que  habían  sufrido  en  sus  personas,  en  sus  propiedades 
y  (>n  las  de  los  vecinos  federales  que  habían  pagado 
cai-a  su  adhesión  al  gobierno,  lo  hicieron  en  términos 
(jue  abultaban  la  magnitud  de  las  depredaciones  y 
violencias  llevadas  á  cabo  por  el  ejército  libertador.  Una 
de  las  couiunicaciones  más  templadas  era  la  del  juez 
de  paz  de  San  Pedro,  el  cual  le  hacía  saber  á  Rozas 
que  «el  14  de  septiembre  las  fuerzas  del  salvaje  unitario 
Lavalle  abandonaron  ese  pueblo  después  de  haberlo 
saqueado,  y  obligando  á  las  familias  á  que  siguieran 
su  ejército  atemorizándolas  con  que  el  ejército  de  V. 
E.  venía  degollando  de  edad  de  siete  años  arriba!!»  (') 
El  ejército  unitario  se  retiraba  de  Buenos  Aires,  pero 
iba  dejando  las  huellas  de  la  lucha  á  muerte  que  soste- 
nía con  el  partido  federal  de  la  República.  Y  que  á 
muerte  era  la  lucha  lo  había  declarado  el  mismo  gene- 
ral Lavalle  poco  después  de  abrir  su  última  campaña. 
«Un  hondo  abismo  se  abre  para  el  partido  que  sucumba», 
había  escrito  á  sus  amigos.  Con  esta  idea  se  mantuvo 
hasta  el  íin;  y  á  ella  quedó  librada  la  suerte  de  la 
República.  Porque  lo  tremendo  era  que  no  había  dis- 
crepancia acerca  de  esa  idea.  Los  que  discrepaban  eran 
víctimas  de  la  intransigencia  de  ambos  partidos.  Ven- 
cer ó  morir  escribían  en  sus  banderas.  Sangre  española 
en  ebulliciíui.  que  seguía  el  impulso  délos  odios  creados 
en  el  aprendizaje  político  de  un  país  semibárbaro  en 
su  mayor  extensión.  Absolutismo  inaudito,  hijo  del 
propio  atraso,  que  pretendía  resolver  las  cuestiones 
trascendentales  de  la  sociedad  y  del  gobierno  á   punta 

(')  véase  la  Gaceta  Mercantil,  ib.  ib. 


—  199  — 

de  lanza,  y  á  condición   de    destruirse   el    nno    al  otro 
para  imponer  en  seguida  su  ley  el  vencedor. 

Así,  cuando  el  general  Lavalle  se  retiraba  de  Buenos 
Aires  á  tomar  posiciones  en  Santa  Fe,  los  fragores  de  la 
'Coalición  del  norte  contra  Rozas  iluminaban  el  vasto  cam- 
po donde  il)an  quedando  los  cadáveres  que  liacían  los  par- 
tidos políticos  armados.  El  general  Lamadrid.  enviado  por 
Rozas  C)  para  que  recabase  del  gobernador  de  Tucumán 
las  armas  que  existían  allí  pertenecientes  á  Buenos  Aires, 
se  puso  de  acuerdo  con  ese  gobernador  y  con  los  de  Salta, 
Catamarca,  La  Riojay  Jujuy  para  retirarle  al  de  Buenos 
Aires  la  autorización  de  dirigir  las  relaciones  exteriores  y 
las  de  paz  y  guerra,  como  para  desconocer  completamente 
su  autoridad.  Una  vez  arreglado  este  pronunciamiento,  que 
se  ]lani()  Coalición  del  norte,  el  gobernador  de  Tucumán 
expidió  una  proclama  en  la  que  exhortaba  al  pueblo  á  sos- 
tener la  causa  de  la  libertad  y  de  la  civilización,  y  uombrí) 
al  general  Lamadrid  comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  de 
la  Provincia,  Desde  este  momento  Lamadrid  se  apoderó 
del  mando;  y  uno  de  sus  primeros  actos,  cuando  lo  ejerció 
en  efecto,  en  sustitución  de  don  Pedro  Garmendia.  fué  inuti- 
lizar á  todos  los  que  podían  oponerse  á  sus  miras  y  usar 
de  las  propiedades  de  éstos  á  los  objetos  de  la  guerra  que 
encabezaba.  En  los  primeros  días  de  julio  llen()  la  cár- 
cel del  Cabildo  con  una  multitud  de  federales  que  lo  resis- 
tían naturalmente,  entre  los  que  se  hallaban  el  general 
Ferreyra,  coronel  Anacleto  Díaz,  y  su  hermano  el  cura 
del  departamento  de  Graneros,  coronel  Lucero,  comandan- 


(1 )  Como  se  lia  visto  en  m\  capitulo  anterior,  el  general  Lamadrid 
se  distinguió  por  sus  brindis  contra  los  salvajes  unitarios  en  las 
manifestaciones  político-religiosas  que  se  celebraron  en  honor  de 
Rozas  en  ese  mismo  año  de  1839.  Lamadrid  le  había  hecho  á  Rozas 
toda  clase  de  protestas  de  adhesión  como  se  deja  ver  por  la  comi- 
sión que  éste  le  confió;  y  uno  de  sus  hijos  se  educaba  á  la  sazón  por 
cuenta  del  peculio  propio  de  Rozas. 


—  201)  — 

tes  Pérez  y  Acosta,  don  Pedro  Heredia,  Valladares,  etcétera, 
y  el  14  del  mismo  mes  expidió  un  decreto  por  el  que  decla- 
ral)aá  Gatierrez  traidor  á  la  patria  y  confiscaba  sus  propie- 
dades así  coiiK»  las  de  todos  los  federales  que  lo  acompa- 
ñaban. 

Mientras  esto  sucedía  en  Tucunián,  una  columna  de 
óOO  hombres  al  mando  de  don  José  Luis  de  Cano  salía  de 
Catamarca,  y  otra  como  de  lOOU  al  mando  de  don  Manuel 
Sola  salía  de  Salta,  ambas  i)ara  operar  sobre  Santiago 
del  Estero  en  combinación  con  las  fuerzas  del  general 
Lamadrid.  Mas  el  gobernador  de  Santiago  don  Felipe  Iba- 
rra,  cuando  se  vi(j  amenazado  de  una  invasión  por  tres 
puntos  de  su  provincia,  se  puso  inmediatamente  en  cam- 
paña al  frente  de  unos  dos  mil  quinientos  hombres. 
Á  fines  de  octubre  una  de  sus  divisiones,  al  mando  de 
su  sobrino  don  Manuel  Ibarra,  chocó  en  las  márgenes  del 
río  Salado  con  la  columna  de  Sola  y  la  derrotó  y  persi- 
guió hasta  los  límites  de  Salta.  Igual  suerte  le  cupo 
después  á  la  columna  catamarqueña;  y  en  cuanto  á  la 
columna  del  general  Lamadrid  no  pudo  tampoco  llenar 
su  objeto  porque  el  coronel  Celedonio  Gutiérrez,  que  lo 
acompañaba  con  el  mayor  número  de  fuerzas,  se  pronun- 
ció por  los  federales,  y  se  dirigió  sobre  Tucumán  ayuda- 
do por  Ibarra.  mientras  Lamadrid  se  dirigía  á  La  Rioja  á 
reunir  nuevas  fuerzas  con  las  que  invadió  á  Córdoba. 

Y  en  Buenos  Aires  que  era  donde  concurrían  las  co- 
rrientes de  esta  lucha  sin  cuartel,  como  que  era  el  pun- 
to de  mira  de  los  dos  partidos  que  la  sostenían,  se  apela- 
ba á  medidas  extremas  que  en  nada  cedían  á  las  que 
(piedan  consignadas.  Con  fecha  1(1  de  septiembre  de  1840 
el  gobierno  delegado,  autorizado  expresamente  por  el 
gobernador  propietario  en  uso  déla  suma  del  poder  públi- 
co que  investía,  expidió  un  decreto  en  el  que  invocando  la 
necesidad  de  dar  garantías  á  las  personas  y  bienes  de  los 


—  '201  — 

ciudadanos,  después  de  la  invasión  del  general  Lavalle  á 
Buenos  Aires;  y  fundándose  en  que  la  justicia  exigía  que 
los  extragos  y  depredaciones  llevados  á  cabo  por  aquel  ge- 
neral y  su  ejército,  como  las  erogaciones  extraordinarias 
del  tesoro  público,  gravitasen  sobre  los  bienes  de  los  auto- 
res y  cómplices  de  esas  desgracias  «los  envilecidos  salva- 
jes unitarios»;  en  que  después  de  la  moderación  y  clemen- 
cia que  usó  el  gobierno  de  1839  con  los  unitarios  suble- 
vados, nada  sería  más  funesto  que  la  impunidad  de  esos 
atentados,  cuando  los  mismos  los  repetían  á  costa  de  las 
fortunas  de  los  federales;  y  en  que  la  traición  de  los  uni- 
tarios unidos  á  los  franceses,  había  colocado  á  la  Provincia 
en  circunstancias  extraordinarias  de  las  cuales  ellos  eran 
directamente  responsables;  declaraba  «especialmente  res- 
ponsables los  bienes  muebles  é  inmuebles,  derechos  y 
acciones  pertenecientes  á  los  traidores  salvajes  unitarios 
á  la  reparación  de  los  quebrantos  causados  en  las  for- 
tunas de  los  fieles  federales  por  las  hordas  del  desna- 
turalizado traidor  Juan  Lavalle,  á  las  erogaciones  ex- 
traordinarias á  que  se  ha  visto  obligado  el  tesoro 
lii'iblico  para  hacer  frente  á  la  bárbara  invasión  de  este 
execrable  asesino;  y  á  los  premios  que  el  gobierno  ha 
acordado  en  favor  del  ejército  y  de  todos  los  defensores 
de  la  libertad  y  dignidad  de  la  Confederación  Argentina 
y  de  la  América».  (/) 

Y  para  que  estas  disposiciones  fuesen  más  efectivas, 
las  autoridades  de  la  ciudad  y  campaña  clasificaron  á  todos 
los  unitarios  que  existían  en  sus  respectivas  jurisdicciones, 
especificando  cuál  había  sido  la  conducta  política  de  cada 
uno  de  ellos  en  los  últimos  sucesos,  qué  parte  había  toma- 
do en  la  invasión  del  general  Lavalle  y  en  los  arreos  de 
ganado  y  depredaciones  que  se  habían  ejecutado  con  este 


(i)    Registro  Oficial,  184Ó. 


—  20*2  — 

motivo,  y  cualquier  otro  antecedente  que  sirviera  para  dar 
á  conocer  quienes  eran  los  enemigos  irreconciliables  del 
gobierno.  Áesto  fué  cá  lo  que  Rivera  Indarte  y  otros  diaris- 
tas de  Montevideo  llamaron  las  rlasifirar iones  de  Rozas^ 
execrándolas  como  era  natural  y  teorizando  largamente 
acerca  de  los  infernales  recursos  de  que  se  valían  los  tira- 
nos para  sostenerse  en  el  poder.  Más  natural  babría  sido, 
sin  embargo,  que  esos  diaristas  no  hubiesen  aceptado  y  de- 
fendido años  antes  esa  medida  siniestra  para  servirse  de 
ella  contra  sus  enemigos  políticos,  contra  los  mismos  que 
la  adoptaron  en  1840. 

Lo  de  las  clasificaciones  no  fué  invención  de  Rozas  ni  de 
los  federales;  sino  de  los  unitarios  y  del  gobierno  que  presi- 
dió el  general  Lavalle,  después  del  fusilamiento  de  Borrego. 
Á  principios  de  1820  el  consejo  de  ministros  del  general 
Lavalle,  del  cual  formaba  parte  el  general  Paz  como  mi- 
nistro déla  guerra,  y  que  se  veía  impotente  ante  la  mayoría 
federal  de  Buenos  Aires,  ideó  el  medio  de  clasificar  á  los 
principales  miembros  de  ese  partido,  y  se  procedió  á  ello 
valiéndose  de  las  personas  que  mejor  podían  conocerlos. 
Una  vez  hechas  estas  clasificaciones,  el  gobierno  ordenó  la 
prisión  de  los  principales,  y  los  que  no  pudieron  escapar 
fueron  conducidos  presos  á  los  pontones  surtos  en  el 
puerto,  de  donde  pasaron  poco  después  á  Montevideo.  El 
mismo  general  Paz  corrobora  este  hecho,  y  recuerda  que 
merced  á  sus  informes  pudo  en  esa  época  quedar  tranquilo 
en  su  casa  don  León  Ortíz  de  Rozas,  padre  de  don  Juan 
Manuel.  (•) 

Y  á  semejanza  del  ])roceder  en  182!),  en  1840  eran  los 
allegados  al  gobierno,  los  hombres  de  influencia,  la  poli- 


(M    Véase  Memorias  del  general  Paz,  tomo  ii.  \)\\.y¡:.  345. 


—  203  — 

cía  y  cuantos  estaban  comprometidos  en  la  situación,  los 
que  directa  ó  indirectamente  tomaban  parteen  esas  clasifi- 
f«r?o/z^.<?  que  traían  aparejados  los  efectos  de  las  rigorosas 
disposiciones  que  adoptaba  el  rencor  político.  El  agente 
principal  para  mantener  este  sistema  de  represalias  y  de 
guerra  á  las  personas  y  á  las  propiedades,  del  cual  se  ha 
usado  y  abusado  en  la  República  Argentina  mucho  después 
del  derrocamiento  de  Rozas,  era  la  Sociedad  Popular  Res- 
tauradora. Componíase  ésta  de  partidarios  fanáticos,  de 
militares  de  todas  graduaciones,  y  de  hombres  ventajosa- 
mente conocidos  en  la  sociedad,  en  la  magistratura,  en 
las  letras  y  en  el  foro.  Debió  su  origen  á  los  sucesos  políti- 
cos de  1833,  y  este  origen  fué  verdaderamente  popular.  Fué 
durante  el  gobierno  de  Balcarce  cuando  los  federales  ami- 
gos de  Rozas,  quien  se  encontraba  á  doscientas  leguas  de 
Buenos  Aires  empeñado  en  su  expedición  al  desierto, 
resolvieron  agruparse  para  contrarrestar  la  influencia  de 
lo?,  lomo- negros  contra  los  federales  netos.  Esta  agrupación 
tomó  parte  principal  en  la  revolución  llamada  de  los  Res- 
tauradores, y  de  aquí  le  quedó  el  nombre  de  Sociedad  Popu- 
lar Restfuiradora. 

Ella  hizo  acto  de  presencia  en  todas  las  manifestaciones 
políticas  que  tuvieron  lugar  en  Buenos  Aires  con  el  objeto 
de  robustecer  la  acción  del  gobierno  de  Rozas.  Esto  le 
valió  naturalmente  cierta  influencia,  y  le  atrajo  á  sí  los 
principales  hombres.  El  ser  miembro  de  la  Sociedad  Po- 
pular Restauradora^  llegó  á  considerarse  algo  más  que 
como  una  prueba  de  adhesión  al  partido  federal  que  re- 
presentaba Rozas,  como  una  distinción  acordada  á  los 
méritos  y  á  los  servicios  contraídos  por  la  causa  fede- 
ral. Y  ahí  era  de  los  empeños  que  se  hacían  valer  para 
ser  admitido  miembro  de  la  Sociedad  Popular  Restau- 
radora^ y  aun  para  insistir  á  pesar  de  haber  sufrid(j  uno 
ó  más  rechazos;  como  lo  hicieron  algunos  de  los  pocos 


—  304  — 

([lie  <lt's])ii('s  (Miii,nrai'()ii  á  Montevideo  en  calidad  de  uni- 
tarios. 

En  la  época  en  que  ocurrían  los  sucesos  referidos 
más  arriba,  la  Sociedad  Popular  Restauradora  traspiraba 
odio  contra  sus  tradicionales  enemigos  políticos.  Verdad 
es  que  las  pasiones  se  precipitaban  en  la  vorágine,  al 
favor  de  los  extravíos  comunes  de  los  partidos.  Y  en  este 
estado  anormal,  en  el  cual  todos  insultaban  la  libertad 
blasonando  de  ella  con  alarde,  cabían  las  monstruosida- 
des que  unos  y  otros  eran  capaces  de  llevar  á  cabo,  y 
las  monstruosidades  que  unos  y  otros  se  inventaban 
cubriéndose  de  lodo,  sin  pensar  que  este  lodo  caía  tam- 
bién sobre  el  peclio  de  la  patria  ensangrentado  por  todos 
ellos.  En  lo  moral,  cuando  se  produce  el  trastorno  de 
las  facultades,  suelen  llegar  momentos  de  éxtasis  ó  de 
contemplaci(3n  en  los  cuales  una  armonía  grata  (3  un  re- 
cuerdo vago,  vuelve  dueño  de  sí  al  que  vive  entre  la 
tiniebla  del  espíritu.  Pero  en  lo  político,  cuando  se  lle- 
ga á  trastornar  completamente  las  ideas  y  los  principios; 
cuando  el  vértigo  sacude  el  sentimiento  al  unisón  de  lo 
monstruoso-abominable,  no  existen  treguas,  no  hay  con- 
templaciones: todos  siguen  el  eco  insensato  de  la  comba- 
tividad sangrienta  que  los  empuja  á  matar  ó  á  morir, por- 
que sólo  en  la  muerte  creen  encontrar  los  bienes  que 
persiguen.  Así  es  como  se  desenvolvió  el  drama  de  sangre, 
á  partir  de  1840.  desde  Buenos  Aires  hasta  Jujuy. 

Ya  se  comprenderá,  pues,  que  las  medidas  rigoristas  á 
que  me  he  referido,  quedaban  desde  luego  prestigiadas 
por  la  creencia  general,  de  que,  si  no  se  echaba  mano  de 
ellas  se  corría  riesgo  inminente  de  sufrir  rigores  mayores 
todavía  á  manos  de  los  adversarios.  Y  á  este  respecto  nin- 
guno de  los  dos  partidos  en  lucha  se  engañaba.  De  ambas 
partes  la  aplicación  de  principios  monstruosos  á  título  de 
represalias,  por  hechos  que  cada  uno  abultaba  en  razón  de 


—  20.-)  _ 

sus  pasiones  enconadas  y  de  los  medios  de  propaganda 
con  que  contaban.  Lavalle  y  su  partido  haciendo  sudar  las 
prensas  de  Montevideo,  y  valiéndose  de  los  agentes  fran- 
ceses para  que  resonaran  en  Europa  los  ecos  de  la  san- 
grienta guerra  civil;  pretendiéndose  los  únicos  represen- 
tantes de  la  libertad  y  de  la  civilización  en  el  río  de  la 
Plata,  atribuyéndose  toda  la  justicia  y  el  derecho,  y  lla- 
mando á  Rozas  y  al  partido  federal  de  la  República  repre- 
sentantes de  la  barbarie.  Y  Rozas  y  su  partido  sosteniendo 
de  su  parte  la  propaganda  joo/^/^/oto,  como  para  que  la  Euro- 
pa conociera  la  verdad  de  lo  que  se  pasaba  en  el  Plata;  lla- 
mando salvajes  á  los  que  guerra  sin  cuartel  le  hacían,  y 
echándoles  en  cara  la  traición  á  la  patria,  á  cuyo  precio  la 
Francia  les  daba  los  dineros  para  hacer  esa  guerra  á  la 
que  respondían  dignamente  las  provincias  argentinas. 

Todas  las  monstruosidades  tenían,  pues,  cabida  en  me- 
dio de  una  crisis  semejante.  Entre  el  choque  continuo  de 
las  armas  que  no  se  bajaban  sino  por  intervalos,  y  esto 
para  inmolar  al  enemigo  en  aras  de  una  délas  dos  causas 
que  pretendían  dominar  en  absoluto,  no  se  podía  escuchar 
otro  consejero  que  la  venganza,  ni  inspirarse  en  otro  sen- 
timiento que  en  el  odio.  Odio  y  venganza,  erigidos  en  arbi- 
tros inapelables  de  extravíos  comunes,  cuya  responsabili- 
dad todos  rehuían  dando  rienda  á  los  excesos  en  la  vasta 
extensión  de  la  República. 

Las  pasiones  más  innobles  podían  medrar  en  tales 
circunstancias,  explotando  en  su.  favor  el  odio  que  ins- 
piraba el  enemigo.  Las  venganzas  individuales  podían 
ejercitarse  casi  á  mansalva,  escudadas  tras  la  necesi- 
dad de  orden  público  que  ostensiblemente  asumiesen. 
En  la  imposibilidad  de  medir  tales  excesos  con  el 
cartabón  de  los  dos  partidos  que  recíprocamente  se  los 
imputaban,  puede  decirse  que,  en  general,  primó  sobre 
ellos  el  desinterés  generoso  con  que  los  unos  y  los  otros 


-  206  — 

hombres  arrostraron  sus  compromisos  políticos,  sacri- 
ficando cuanto  tenían  por  el  bien  de  su  país,  como  lo 
entendían  entonces.  Y  si  tales  excesos  se  cometían, 
abundaban  hombres  de  posición  y  de  influencia  que  los 
cohonestaban,  sin  apearse  por  ello  del  radicalismo  ca- 
racterístico de  la  época.  Para  no  abundar  en  citas,  véase 
lo  que  respondía  don  Nicolás  de  Anchorena,uno  de  los 
primeros  ciudadanos  de  Buenos  Aires, 'á  un  hacendado 
del  sur,  quien  le  proponía  comprar  ganado  del  embar- 
gado á  los  unitarios:  «  los  hombres  que  por  circuns- 
tancias particulares  ocupamos  una  posición  espectable 
y  profesamos  un  patriotismo  desinteresado,  hemos  ti- 
rado el  guante  y  estamos  exponiendo  y  sacrificando,  no 
sólo  nuestras  fortunas  y  vidas,  sino  también  nuestra 
fama  (en  cuyo  caso  se  halla  también  usted);  no  debe- 
mos presentar  ocasión  á  los  maldicientes  para  que  re- 
bajando nuestros  sacrificios,  los  interpreten  como  ins- 
pirados en  el  vil  interés,  ó  especulando  sobre  la  ruina 
de  malvados  que  olvidando  lo  que  debían  á  sus  hijos, 
los  sacrificaron  á  la  par  que  á  su  patria.  Que  en  nues- 
tro sacrificio  brille  el  patriotismo  puro...  »   (*) 

Con  todo,  el  fanatismo  político,  exacerbado  por  la 
invasión  de  Lavalle  con  el  auxilio  de  la  Francia,  exor- 
naba en  esos  días  escenas  de  sangre  en  cabezas  de  par- 
tidarios de  ese  general;  y  eran  miembros  de  la  Sociedad 
Popular  Restauradora  los  que  conducían  al  populacho 
por  las  calles  más  céntricas  de  Buenos  Aires,  para  ce- 
bar esos  furores  á  que  fácilmente  cede  el  pueblo  más 
civilizado,  en  épocas  de  revolución  y  de  crisis,  cuando 
cuenta  sobre  la  seguridad  de  que  el  enemigo  que  tiene 
encima  procederá  de  idéntica  manera.  Y  en  semejante 
estado  de    cosas    nadie  podía  contar  con    su  seguridad 


(*)  Manusc.  testim.  en  mi  archivo. 


—  207  — 

personal.  El  ministro  de  S.  M.  B.  lo  manifestó  así  al 
gobernador  delegado  doctor  Arana.  Y  como  á  pesar  de 
esto,  un  grupo  del  populacho  intentase  derribar  con 
piedras  las  puertas  de  una  casa  frente  á  la  que  diclio 
ministro  habitaba,  Mr.  Mandeville  se  dirigió  reservada- 
mente á  Rozas  pidiéndole  ordenase  lo  conveniente  para 
prevenir  tales  desmanes  en  lo  sucesivo.  « También  debo 
informar  á  V.  E..  agregaba  Air.  Mandeville,  que  se  lia 
informado  por  conducto  digno  de  atención  que  mi  vida 
está  en  peligro...  creo  de  mi  deber,  como  ministro  de 
S.  M.  y  como  amigo  personal  de  V.  E.,  poner  esta  cir- 
cunstancia en  su  conocimiento.»  (') 

En  la  respuesta  de  Rozas  á  Mr.  Mandeville  aparecen 
de  bulto  los  perfiles  de  la  época.  Es  el  radicalismo  crudo 
expuesto  con  una  franqueza  que  asombra  y  con  cierta 
convicción  que  aterra.  Rozas  comienza  recordando  las 
órdenes  que  dio  antes  de  haber  marchado  á  la  campaña 
en  que  se  encuentra;  y  le  pide  á  Mr.  Mandeville  tenga 
en  cuenta  las  circunstancias  extraordinarias  en  que  la 
guerra  civil  y  la  invasión  extranjera  han  colocado  al 
país.  Y  al  referirse  á  la  cantidad  de  unitarios  que  fu- 
garon por  la  casa  de  Mr.  Mandeville  por  interposición 
de  éste  y  con  otros  detalles  que  este  último  conoce,  le 
pregunta:  «¿Cómo  han  correspondido  á  V.  E.  esos  y 
los  demás  salvajes  unitarios  que  han  sido  indultados 
por  la  interposición  y  respetos  de  V.  E?  Dígnese  V.  E. 
llevar  la  mano  sobre  su  corazón  y  decidir  si  algunos 
hombres  que  viven  cerca  de  la  cuadra  de  V.  E.  podrán 
ó  no  estar  expuestos  á  ser  atropellados  después  de  la 
invasión  y  guerra  salvaje  que  han  traído.  No  es  esto 
querer  abogar  por  el  desorden  y  fomentar  esos  grupos. 
Son  reflexiones  que  me  permito  hacer  á  V.  E.  para  que 


(')  Manuscrito  en  mi  arcliivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  2()8  — 

lio  me  crea  con  poder  siiíiciente  á  reparar  hoy  esas 
desgracias.  Los  ({iie  piensan  de  otro  modo  no  conocen 
el  país  ni  sus  hombres.  Tales  medidas  causarían  una 
mayor  irritación,  é  inutilizarían  el  prestigio  de  la  única 
garantía  de  orden  que  puede  haber  para  su  tiempo.  Darían 
inmediatamente  por  resultado  la  inseguridad  de  vidas  y 
de  bienes,  no  ya  de  los  unitarios  sino  de  todos:  de  los 
federales  y  de  los  extranjeros.  » 

Diseñada  sobre  tan  negros  auspicios  una  actualidad 
á  la  cual  todos  quedan  sometidos  en  nombre  de  la 
suprema  ley  de  la  necesidad,  Rozas  apunta  las  causas 
que  la  han  producido;  y  toca  el  punto  de  la  mediación 
de  la  Gran  Bretaña  de  suyo  mortificante  para  Mr.  Man- 
deville,  por  el  papel  equívoco  que  éste  desempeñó,  y 
las  hostilidades  manifiestas  de  los  agentes  de  esa  na- 
ción para  con  el  gobierno  argentino.  Y  al  pedirle  que 
rodee  su  persona  de  las  seguridades  que  le  tiene  ofre- 
cidas, con  arreglo  á  las  órdenes  que  tiene  dadas  y  que 
menciona,  Rozas  da  la  nota  alta  del  radicalismo  polí- 
tico en  este  párrafo  cuyo  corte  thermidoriano  recuerda 
las  arengas  de  Robespierre  y  de  Vergniaud:  «Vuelvo  á 
llamar  la  atención  de  V.  E.  sobre  las  circunstancias  del 
país,  que  la  guerra  se  prepara  sin  padre  para  hijo  ni 
hijo  para  padre.  Yo  mismo  clavaría  el  puñal  en  el  co- 
razón de  mi  hija  si  la  viera  hoy  con  cobardía  para  de- 
fender el  juramento  santo  de  la  libertad.  Y  si  esto  sigue 
se  han  de  ver  en  el  país  arroyos  de  sangre  entre  los 
escombros  gloriosos  de  su  libertad.  El  honor  de  los 
pueblos,  Excnio.  señor,  sabe  V.  E.  que  consiste  en  sal- 
var á  toda  costa  su  independencia,  su  elevación  nacio- 
nal V  su  libertad.  »  (^) 


(')  Manusci'itt)  lestiiiKiuiado  en  mi  arcliivd.  (Véase  el  apéndice.) 


CAPÍTULO  XXXVIII 

LA    CRISIS    DEL    AÑO    40 

(Continuaciúni 


SuMAEio :  I.  Lavalle  manda  tomar  por  asalto  la  ciudad  do  Santa  Fe:  Garzón  la  de- 
fiende hasta  C[ue  se  ve  obligado  á  capitular. — II.  Los  jefes  del  ejército 
libertador  le  piden  á  Lavalle  que  fusile  á  Garzón  y  á  los  jefes  capitu- 
lados.''—  III.  Lavalle  accede  á  ello  y  da  las  órdenes  del  caso:  circunstan- 
cias que  hacen  cambiar  su  resolución.  —  IV.  Impresión  que  produce  en  el 
ejército  unitario  la  convención  Mackau-Arana :  Lavalle  evacúa  Santa  Fe.  — 
V.  Revolución  en  Córdoba  :  Lamadrid  entra  en  esta  ciudad  y  se  pone  en 
comunicación  con  Lavalle. — VI.  Lavalle  se  dirige  á  incorporarse  con 
Lamadrid :  Oribe  lo  sigue  en  su  marcha.  —  VII.  Difícil  retirada  de  Lavalle 
hasta  los  Quebrachitos.  —  VIII.  Batalla  del  Quebracho.  —  IX.  Derrota  de 
Lavalle. — X.  .\sesinato  de  don  Rufino  Várela.  —  XI.  La  convención  Mackau- 
Arana. —  XII.  Examen  critico  de  esta  convención.  —  XIII.  Singular  ven- 
taja que  con  esta  convención  obtiene  la  Confederación  Argentina.  —  XIV. 
La  posición  de  Rozas  después  de  estas  ventajas. — XV.  Enérgico  decreto 
contra  los  perturbadores  de  la  seguridad  pública. — XVI.  Rozas  nombra 
un  comisionado  para  que  en  unión  del  comisionado  francés,  le  presente  á 
Lavalle  la  convención  Mackau-Arana  y  le  ofrezca  las  garantías  que  pida 
para  terminar  la  guerra. — XVII.  Lavalle  desconoce  el  carácter  oficial  de 
los  comisionados. — XVIII.  Resfiuesta  de  Lavalle  al  comisionado  francés: 
rehusa  recibir  al  comisionado  argentino. — XIX.  Nueva  tregua  que  obtie- 
nen los  comisionados:  Lavalle  resiste  todo  arreglo. — XX.  Critica  política 
de  la  resistencia  de  Lavalle  á  todo  avenimiento. — XXI.  Los  dictados  del 
honor  y  los  sacrificios  que  impone  el  patriotismo. — XXII.  Desastre  de 
San  Cala:  Lavalle  se  dirige  á  Catamarca.  —  XXIII.  Rivera  y  la  convención 
Mackau-.\rana. 


Tales  como  quedan  diseñados  en  el  capítulo  anterior 
«ran  los  perfiles  del  lúgubre  cuadro  del  año  de  1840 
cuando  el  general  Lavalle,  hostilizado  por  las  fuerzas 
combinadas  de  los  generales  Oribe  y  López,  se '  decidi() 
á  tomar  por  asalto  la  ciudad  de  Santa  Fe  para  abrir  su 
comunicaci(')n  con  el  Paraná  y  con  Montevideo,  como 
queda  dicho.  El  23  de  septiembre,  Lavalle  ordenó  al 
coronel  Rodríguez  del  Fresno  que  iniciara  el  ataque  de 
esa  plaza  con  la  legión  Méndez.    Á  esta  fuerza  se  unie- 

TOMO   III.  11 


—  210  — 

ron  en  segnida  el  batallón  de  infantería  del  coronel 
Díaz,  la  artillería  de  Manterola  y  algunos  piquetes  de 
infantería  santafecina,  todas  las  cuales  se  pusieron  á  las 
órdenes  del  general  Triarte.  El  general  Eugenio  Garzón 
que  comandaba  en  jefe  la  plaza,  respondió  con  denuedo 
el  ataque,  después  de  haberse  negado  á  rendirse  como 
se  lo  proponían  los  asaltantes.  Garzón  era  un  bravo  y 
experimentado  militar,  cuyos  méritos  le  lial»ían  gran- 
jeado consideraciones  aun  entre  sus  adversarios  polí- 
ticos; y  como  tal  se  mostró  una  vez  más  en  la  defensa 
de  Santa  Fe.  Obligado  á  cubrir  con  sus  escasas  fuerzas 
los  puntos  más  importantes  de  la  ciudad,  resistió  dos 
días  el  asalto  que  le  trajeron  los  unitarios  simultánea- 
mente por  el  lado  de  la  costa  y  por  las  calles  del  norte 
y  sur  de  la  plaza.  Al  segundo  día  los  asaltantes  se  apo- 
deraron de  algunas  alturas.  Entonces  Garzón,  defen- 
diendo el  terreno  palmo  á  palmo,  se  atrincheró  en  la 
Aduana  con  las  fuerzas  que  le  quedaban,  rechazando 
desde  allí  los  ataques  que  le  llevaron.  La  infantería  y 
artillería  de  Lavalle  se  estrellaron  varias  veces  contra 
esa  posición  que  hacía  formidable  la  pericia  de  Garzón. 
Pero  esta  lucha  no  podía  prolongarse.  Garzón  había 
perdido  su  mejor  fuerza  en  el  estrecho  recinto  que  de- 
fendía. Sus  municiones  se  agotaban  ya  cuando  sus 
principales  jefes  acordaron  nombrar  un  parlamentario 
ante  el  coronel  Rodríguez  del  Fresno.  Éste  concedió 
al  general  Garzón  y  á  sus  oficiales  salir  con  los  honores 
de  la  guerra  si  se  rendían  en  el  perentorio  término  de 
un  cuarto  de  hora.  (/) 

Empero,  la  misma  noche  de  la  toma  del  cuartel,  el 
oeneral  Iriarte  le  notificí)  á  Garzón   que   él  y  sus  corn- 


il)   Relación  del  eoronel  Rodríguez  del  Fresno,  publicada  en  la 
Revista  del  Paraná. 


—  '.ni  — 

pañeros  eran  prisioneros  á  discreción,  pues  el  coronel 
Rodríguez  no  tenía  facultades  para  hacerles  concesión 
alguna.  Garzón  invocó  con  arrogancia  la  capitulación 
arreglada  con  el  jefe  de  la  plaza,  y  alegó  en  términos 
duros  que  sus  oficiales  no  podían  ser  víctimas  de  la 
indisciplina  del  que  tal  notificación  le  hacía.  Triarte  se 
limitó  á  responderle  que  no  había  más  que  someterse 
á  las  circunstancias  que  había  creado  la  guerra,  y  que 
se  preparasen  á  marchar  al  cuartel  general  de  Lavalle 
que  estaba  situado  en  la  chácara  de  Andino  en  las  afue- 
ras de  la  ciudad.  Allí,  en  la  chácara  de  Andino,  se  pre- 
paraba el  complot  contra  la  vida  de  Garzón  y  de  sus 
compañeros.  El  coronel  Niceto  Vega,  que  llevaba  la 
palabra  en  las  solicitudes  colectivas  de  los  jefes  del 
ejército  libertador  al  general  Lavalle  para  arrancarle 
resoluciones  violentas  con  cuya  responsabilidad  cargaba 
éste  exclusivamente,  reunió  sus  compañeros  de  armas 
momentos  después  de  haber  el  general  Garzón  desalo- 
jado la  Aduana  en  virtud  de  la  capitulación  arreglada; 
y  en  esta  reunión  se  resolvió  nombrar  una  comisión  de 
jefes  con  el  objeto  de  pedir  al  general  Lavalle  que  el 
general  Garzón,  el  gobernador  Méndez,  el  coronel  Acuña, 
su  hijo,  el  capitán  Gómez  y  demás  oficiales  capitulados 
fueran  conducidos  al  cuartel  general  y  fusilados  inme- 
diatamente. 

La  comisión  presidida  por  el  coronel  Vega  llenó  su 
cometido  ante  el  general  Lavalle.  Éste  visiblemente 
agitado  les  respondió  á  los  que  la  componían:  «¿Y  por 
qué  no  los  mataron  ustedes  en  el  acto  de  tomarlos? 
¿Quieren  que  caiga  sobre  mí  la  muerte  de  todos  ellos?. . . 
Está  bien,  señores,  los  prisioneros  serán  fusilados.» 
É  inmediatamente  dio  orden  de  que  la  legión  Ávalos 
trajese  bien  asegurados  los  prisioneros  al  cuartel  gene- 
ral.    Y  véase  lo  que  á  este  respecto  dice  el  coronel  Rodrí- 


—  '21-J  — 

giiez  del  Fresno  en  la  relación  á  que  me  he  referido : 
«Al  día  siguiente  de  la  toma  de  la  plaza,  me  dirigí  al 
campo  del  general  Lavalle,  quien  me  hizo  llamar  por 
medio  de  su  ayudante  Lacasa;  y  lo  encontré  en  la  loma 
de  la  chacra  de  Andino,  sentado  sobre  su  montura.  Lo 
saludé,  y  la  primera  pregunta  que  hizo  fué  si  quedaban 
asegurados  los  prisioneros.  Le  contesté  que  sí.  « ¿  Están 
todavía  con  mucho  rogóte?»  me  dijo. — «No  les  falta»,  le 
contesté.  —  «Irá  usted  á  la  capital,  agregó  el  general,  y 
ordenará  al  mayor  de  plaza,  ó  al  jefe  encargado  de  la 
custodia  de  los  prisioneros,  que  los  entregue  al  coman- 
dante Ávalos.  quien  llevará  mis  instrucciones  sobre  la 
manera  de  traerlos.  Aquí  les  bajaré  el  cogote.  » 

El  comandante  Ávalos  sacó  en  efecto  á  los  prisio- 
neros de  sus  calabozos  y  los  condujo  maniatados  y  bien 
asegurados  al  cuartel  general  de  Andino;  pero  varias 
damas  santafecinas,  y  principalmente  doña  Joaquina  Ro- 
dríguez de  Cúllen,  hermana  del  coronel  Rodríguez  del 
Fresno,  y  viuda  de  don  Domingo  Cúllen,  y  que  debía 
servicios  importantes  á  Garzón,  se  apresuraron  á  pedirle 
gracia  á  Lavalle  por  la  vida  de  este  último  y  la  de  sus 
compañeros.  Esta  súplica,  por  una  parte ;  las  reflexio- 
nes que  le  hicieron  sobre  que  era  el  gobernador  de 
Santa  Fe  quien  debía  juzgar  á  los  prisioneros,  y  las 
que  él  mismo  se  hizo  acerca  del  alcance  y  trascenden- 
cia que  tendría  en  las  provincias  la  tremenda  resolu- 
ción que  le  habían  arrancado  los  jefes  de  su  ejército, 
decidieron  al  general  Lavalle  á  devolver  los  prisioneros 
al  gobernador  Rodríguez  del  Fresno,  levantando  así  la 
sentencia  que  había  fulminado  sobre  sus   cabezas. 

En  estas  circunstancias  cayó  como  un  rayo  en  el 
campo  del  general  Lavalle  la  noticia  de  la  convención 
celebrada  entre  Rozas  y  el  barón  Mackau,  á  la  que  me 
refiero  más  abajo.    Todos  los  cálculos  y   planes  de  los 


—  213  — 

emigrados  unitarios  quedaban  desbaratados  á  consecuen 
cia  de  esa  convención.  Lejos  de  contar  con  el  auxilio 
y  apoyo  de  la  Francia,  que  nunca  les  eran  más  necesa- 
rios que  en  esos  críticos  momentos,  se  encontraban  desde 
luego  reducidos  á  sus  escasos  recursos  propios,  y  frente 
á  frente  á  todo  el  poder  de  Rozas,  aumentado  moral  y 
materialmente  á  causa  de  la  paz  que  acababa  de  pac- 
tar con  esa  nación.  Las  fuerzas  de  Juan  Pablo  López  y 
de  Oribe,  por  otra  parte,  empezaban  á  hostilizar  formal- 
mente á  las  de  Lavalle;  y  como  éste  ya  no  tuviera  ma- 
YOY  interés  en  sostenerse  en  la  ciudad  de  Santa  Fe, 
pues  dado  el  giro  que  habían  tomado  los  sucesos,  su 
objeto  no  podía  ser  otro  que  el  de  presentarle  á  Oribe 
una  batalla  en  las  condiciones  más  favorables  para  él, 
evacuó  esa  ciudad  á  mediados  de  noviembre,  sacando 
de  ella  toda  la  gente  que  pudo  y  siguiendo  camino  de 
Córdoba  por  el  paso  de  Aguirre. 

Otro  era  el  aspecto  de  las  cosas  en  Córdoba.  La  Coa- 
lición del  norte  hacía  camino,  á  pesar  de  sus  primeros 
descalabros.  El  general  Lamadrid.  reforzado  con  algu- 
nos contingentes  se  dirigió  sobre  Córdoba,  mientras 
unitarios  de  nota  como  los  doctores  José  Francisco 
Álvarez,  Paulino  Paz,  Ramón  Fer reirá.  Mariano  López 
Cobo,  don  Francisco  Lozano,  Bernabé  Ocampo,  Miguel 
de  Igarzábal,  Posse,  Soage  y  otros,  hacían  estallar  una 
revolución  en  la  capital  de  esa  provincia,  la  cual  dio 
por  resultado  el  derrocamiento  del  gobernador  Zavalía, 
delegado  del  propietario  don  Manuel  López,  que  se  en- 
contraba en  campaña  reuniendo  sus  fuerzas;  y  el  nom- 
bramiento del  doctor  Álvarez  para  ejercer  ese  cargo.  Al 
día  siguiente,  el  11  de  octubre,  el  general  Lamadrid  en- 
tró con  su  ejército  en  la  capital,  en  medio  del  entusias- 
mo y  regocijo  de  sus  partidarios,  y  en  seguida  fué 
nombrado  comandante  en  jefe   de  todas  las  fuerzas  de 


—  21i  — 

la  provincia,  (láiulole  nu  buen  contingente  de  fuerzas  y 
las  milicias  de  Santa  liosa,  Río  Primero,  Tercero  arriba, 
etcétera. 

Lamadrid  le  comunicó  todo  esto  á  Lavalle,  con  el 
objeto  de  que  combinasen  ambos  sus  operaciones;  y  La- 
valle  al  retirarse  de  Santa  Fe  le  dio  cuenta  de  la 
posición  de  Oribe,  como  de  su  resolución  de  diri- 
girse á  Córdoba,  pidiéndole  que,  en  vista  de  esto 
último,  viniese  á  situarse  con  sus  fuerzas  en  el  Que- 
brarhíto,  en  el  límite  de  esas  dos  provincias,  ó  que, 
por  lo  menos,  le  remitiese  tres  mil  caballos,  pues 
su  ejército  estaba  casi  á  pie.  Porque  la  permanen- 
cia de  Lavalle  en  Calchines  había  sido  fatal  para 
sus  caballadas.  Los  malos  pastos  de  esos  parajes,  y 
la  poca  vigilancia  que  dio  margen  á  continuas  dis- 
paradas, redujeron  á  una  cifra  insignificante  los  veinte 
y  tantos  mil  caballos  que  llevó  de  Buenos  Aires.  Y  ca- 
reciendo de  este  medio  de  movilidad  no  podía  pensar 
por  entonces,  en  presentarle  á  Oribe  una  batalla.  Al 
moverse  de  Calchines,  contando  con  que  Oribe  lo  se- 
guiría, se  propuso  pues,  esquivar  el  combate  hasta  que 
se  incorporase  con  Lamadrid,  ó  pudiese  montar  todas 
sus  fuerzas. 

Oribe  lo  siguió  en  efecto,  y  dos  días  después  empezó 
á  hostilizarlo  por  retaguardia.  Lavalle  proseguía  su 
marcha  en  dos  columnas  paralelas,  cubriendo  su  reta- 
guardia con  la  división  Vega  y  el  batallón  de  infantería 
desplegados,  y  llevando  en  el  centro  las  carretas  y  baga- 
jes del  ejército.  Cuando  los  tiradores  de  Oribe  amena- 
zaban sus  ñancos  y  se  aproximaban  las  fuerzas  que  lo 
perseguían,  Lavalle  hacía  alto  y  desplegaba  sus  dos 
columnas  sobre  la  base  de  la  infantería  y  de  la  división 
Vega.  Oribe  hacía  otro  tanto  y  formaba  su  línea  como 
para  entrar  en  combate ;  y  cuando  lo  iniciaba.  Lavalle 


—  215  — 

doblaba  sus  dos  alas,  tomando  su  anterior  formación. 
y  prosegnía  su  retirada.  (') 

Pero  esta  situación  no  podía  prolongarse  para  La- 
valle,  tenazmente  perseguido  por  un  militar  tan  bravo 
y  tan  experto  como  él.  El  26  de  noviembre  hubo  df 
verse  envuelto  por  las  fuerzas  de  Oribe,  en  un  momento 
en  que  se  detnvo  cá  refrescar  sus  exhaustas  caballadas. 
Su  mirada  estaba  fija  en  el  Quebrachito,  donde  debía 
^esperarlo  Laraadrid.  Incorporado  con  éste,  ya  estaba 
seguro  de  obtener  una  ventaja  sobre  Oribe.  Pero  nin- 
gún aviso  recibía  de  Lamadrid.  La  fantasía  de  este  jefe 
que  jamás  calculaba  sus  operaciones,  ¿lo  habría  condu- 
cido á  otra  parte?  Esto  valía  la  ruina  del  Ejército  liber- 
tador. El  28  llegó  á  los 'montes  del  (,)uebrachito.  Allí 
no  estaba  Lamadrid.  Éste  había  mandado  días  antes  á 
ese  punto  una  buena  división  al  mando  del  coronel 
Salas,  y  caballadas  de  refresco;  pero  como  no  llegara  el 
ejército  libertador  el  día  20,  creyó  que  estaba  sitiado 
por  Oribe  en  Calchines,  y  la  hizo  retirar  de  aquel  punto 
para  marchar  con  ella  al  Fraile  Muerto.  Lavalle  vio  en- 
tonces que  tenía  que  disputarle  él  solo  á  Oribe,  no  ya 
la  victoria,  sino  los  pocos  recursos  que  pudiera  salvar 
de  su  desastre. 

Á  la  una  de  la  tarde  del  28  de  noviembre  la  van- 
guardia de  Oribe  cayó  sobre  la  infantería  de  Lavalle,  y 
poco  después  todo  su  ejército,  compuesto  de  unos  cinco 
mil  hombres,  de  los  cuales  mil  seiscientos  eran  infantes, 
envolvían  al  ejército  libertador  sin  darle  el  tiempo  para 
tomar  la  formación  más  conveniente.  Oribe  llevó  por 
su  derecha  una  formidable  carga  de  caballería  con  casi 
toda  su  fuerza  de  esta  arma;  y  Lavalle  efectuó  una  ope- 
ración semejante  por  su  izquierda.     La  de  Oribe  obtuvo 

(')    véase   Biografía  de  Lavalle  por  Laeasa. 


—  216  — 

un  ('xito  coin])leto;  y  aquí  íué  del  rudo  batallar  de 
los  escuadrones  de  Lavalle  que  alentados  con  la  pa- 
labra entusiasta  de  este  general,  pugnaban  desespera- 
damente por  roin])er  el  círculo  de  ginetes  de  Oribe  que 
los  estrechaban  |)(ir  retaguardia,  mientras  la  infantería 
V  artillería  bjs  diezmaba  ])or  su  frente  y  por  uno  de  sus 
ílancos. 

Dos  horas  después  la  batalla  del  (^uebraclio  flerrado 
quedó  circunscrita  en  el  cuadro  que  formrj  el  coronel 
Pedro  José  Díaz  en  el  extremo  izquierdo,  donde  perma- 
necía Lavalle  mandando  las  cargas  supremas  de  los 
liltimos  restos  que  le  quedaban.  El  coronel  Vega,  viendo 
inminente  el  momento  en  que  Lavalle  caía  muerto  ó 
l)risionero  con  el  último  de  sus  oficiales,  se  abalanzó 
con  doscientos  hombres  como  movido  por  el  prodigio, 
contuvo  una  carga  decisiva  que  le  traía  la  caballería 
federal,  y  algunos  de  sus  compañeros  aprovecharon  de 
esto  para  sacar  de  allí  á  su  gem^ral.  Todavía  perma- 
necía en  medio  de  su  cuadro  el  coronel  Díaz.  Cuando 
hubo  á  su  alrededor  otro  cuadro  de  cadáveres;  cuando 
aquellos  valientes  no  pudieron  hacer  uso  de  sus  armas 
porque  las  municiones  estaban  en  ])oder  del  enemigo,  y 
sólo  se  servían  de  las  bayonetas  ó  de  las  culatas  de  los 
fusiles  para  esgrimirlos  sobre  los  que  tenían  más  cerca, 
recién  se  sometieron  á  la  dura  ley  de  los  vencidos;  y 
el  mismo  Oribe,  tan  parco  en  elogios  como  fiero  en  la 
victoria,  no  pudo  menos  que  felicitar  públicamente  al 
coronel  Díaz  y  ;i  sus  denodados  compañeros. 

Lavalle  perdió  en  esta  batalla  mil  trescientos  hombres 
entre  muertos  y  heridos,  cerca  de  seiscientos  prisioneros, 
de  los  cuales  sesenta  eran  jefes  y  oficiales,  toda  su  artille- 
ría, bagajes,  parque,  su  correspondencia,  etcétera.  Del 
campo  del  (^)uebracho  Herrado  se  dirigió  á  Córdoba  por 
la  frontera  del  Tío  con  los  restos  dispersos  que  le  que- 


—  -217  — 

daban  del  ejército  libertador.  (')  Antes  de  retirarse 
le  encargó  á  don  Rufino  Várela  que  condujese  al  gene- 
ral Garzón  al  campo  de  Oribe.  Várela  desempeñó  esta 
comisión  peligrosa  en  seguida  de  una  batalla,  cuando 
los  dispersos  de  los  vencedores  y  de  los  vencidos  se 
entregan  á  toda  clase  de  excesos.  Cuando  llegaron  al 
cuartel  general  de  Oribe,  Garzón,  sinceramente  obligado 
por  la  acción  caballeresca  del  general  Lavalle,  le  ofre- 
ció á  Várela  una  pequeña  escolta  para  que  pudiera  re- 
gresar con  seguridad.  Aguardaba  Várela  que  se  le  indi- 
cara el  oficial  que  debía  acompañarlo,  mientras  Garzón 
se  había  alejado  hacia  el  alojamiento  de  Oribe,  cuan- 
do lo  arremetieron  algunos  desalmados  y  lo  sacrificaron 
allí  mismo,  dejando  comprender  que  si  Oribe  no  había 
ordenado  este  hecho  bárbaro,  por  lo  menos  no  lo  re- 
probaría. 

El  triunfo  del  (Quebracho  era  tan  importante  para 
los  federales  como  el  que  acababa  de  obtener  la  diplo- 
macia de  Rozas  por  medio  de  la  convención  con  la 
Francia,  la  cual  puso  término  á  las  diferencias  entre 
ese  gobierno  y  el  de  la  Confederación  Argentina.  Des- 
de principios  de  1840  se  había  iniciado  negociaciones 
de  arreglo  por  mediación  del  agente  diplomático  de 
S.  M.  B.  en  Buenos  Aires.  Rozas  deseaba  el  arreglo, 
naturalmente,  siempre  que  éste  se  efectuara  sobre  ba- 
ses decorosas  en  su  entender.  Cuando  por  la  carta  del 
mariscal  Soult,  á  que  me  he  referido  en  un  capítulo  an- 
terior, y  por  los  hechos  que  la  corroboraban,  conoció 
que   la  intención   del  gabinete  del  rey   Luis  Felipe,  era 


(1)  véase  el  parte  de  Oribe  á  Rozas  y  la  carta  de  Pacheco  al 
mismo  Rozas  en  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  diciembre  de  1840 
y  la  Biografía  del  general  Lavalle  por  Lacasa.  El  coronel  Díaz  pre- 
sentó un  estado  del  ejército  libertador;  y  la  lista  de  los  jefes,  ofi- 
ciales y  soldados  prisioneros  en  el  Quebracho  se  publicó  en  La 
Gaceta  Mercantil. 


—  ,?18  — 

concluir  las  desavenencias  en  el  Plata,  dedujo  que  sus 
conveniencias  estaban  en  no  insistir  acerca  de  lo  mis- 
ino que  le  habían  de  pro})oner,  ])ues  que  limitándose  á 
escuchar  proposiciones  quedaba  en  condiciones  de  pre- 
sentar por  su  parte  las  que  conceptuase  más  ventajosas 
para  su  país  y  i)ara  su  gobierno.  Así  procedi(3  en  efecto; 
y  en  breve  comenzaron  las  conferencias  entre  el  almi- 
rante Dupotet  y  el  ministro  Arana  á  bordo  de  la  cor- 
beta Acteon  de  S.  M.  B.  En  estas  conferencias  se  labró 
un  pliego  de  proposiciones  que  con  variaciones  de  deta- 
lle fué  aceptado  por  el  rey  de  los  franceses.  Así  le  fué 
comunicado  al  ministerio  de  relaciones  exteriores  de 
Buenos  Aires  y  éste  lo  trasmitió  á  los  gobiernos  de 
provincia  á  mediados  de  agosto  de  1840.  ( '  ) 

Sobre  las  bases  acordadas  en  esta  conferencia,  el 
vicealmirante  Ángel  Rene  Armando  de  Mackau,  barón 
de  Mackau,  plenipotenciario  de  S.  M.  el  rey  de  los  fran- 
ceses, y  el  camarista  Felipe  Arana,  plenipotenciario  del 
gobierno  encargado  de  las  relaciones  exteriores  de  la 
Confederación  Argentina,  firmaron  el  29  de  octubre  de 
1840,  á  bordo  del  buque  parlamentario  Bolonnaise^  una 
convención  que  dejaba  completamente  á  salvo  el  honor 
de  la  Confederación  y  satisfacía  las  exigencias  bien  en- 
tendidas de  la  Francia,  relativas  á  los  puntos  que  ha- 
bían suscitado  las  diferencias.  Por  el  artículo  1"  de  esta 
convención,  el  gobierno  de  Buenos  Aires  reconocía  las 
indemnizaciones  debidas  á  los  franceses  que  habían  ex- 
perimentado pérdidas  ó  sufrido  perjuicios  en  la  Piepú- 
blica  Argentina;  y  se  establecía  que  la  suma  de  estas 
indemnizaciones  sería  arreglada  por  medio  de  seis  ar- 
bitros, tres  por  cada  parte  contratante,  y  nombrados  de 
común  acuerdo,  debiendo  en  caso   de   disenso   deferirse 

(^)  Cii'cuhu'  del  Di'.  Arana. (Miuiusc.  testimoniado  vn  mi  archivo.) 


—  219  — 

el  arreglo  delinitivo  al  arbitramiento  de  una  tercera  po- 
tencia designada  por  la  Enrancia.  Este  temperamento  era 
el  mismo  que  propuso  el  gobierno  de  Buenos  Aires 
desde  el  año  de  1838;  pues  Rozas  reconoció  el  dereclio 
de  los  subditos  franceses  á  reclamar  indemnizaciones 
fundadas  en  hechos  que  las  legitimasen,  como  se  com- 
prueba por  la  correspondencia  diplomática  con  los  agen- 
tes Mrs.  Vins  de  Paysac  y  Roger,  y  por  la  circunstancia 
de  litigarse  ante  los  tribunales  la  que  reclamaba  por 
su  parte  don  Blas   Despouy. 

El  artículo  2^  establecía  que  el  bloqueo  de  los  puer- 
tos argentinos  sería  levantado  y  la  isla  de  Martín  Gar- 
cía evacuada  por  las  fuerzas  francesas  á  los  ocho  días 
siguientes  á  la  ratiíicación  de  la  convención  por  parte 
del  gobierno  de  Buenos  Aires :  que  todo  el  material  de 
guerra  de  dicha  isla  sería  repuesto  tal  como  estaba  el  10 
de  octubre  de  1838;  y  que  los  dos  buques  capturados 
durante  el  bloqueo,  ú  otros  dos  de  la  misma  fuerza  y 
valor,  serían  puestos  en  el  mismo  término,  con  su  ma- 
terial de  armamento  completo,  á  la  disposición  de  ese 
mismo  gobierno.  Más  que  una  satisfacción  al  honor  ar- 
gentino, este  artículo  importaba  el  reconocimiento  por 
parte  de  la  Francia,  de  la  injusticia  y  de  la  temeridad 
con  que  había  agredido  á  la  Confederación.  Restituyén- 
dole en  todo  el  armamento  y  material  de  guerra  de 
que  se  había  servido  para  resistir  esas  agresiones,  am- 
pliaba en  el  sentido  más  favorable  para  la  Confederación 
el  principio  que  determina  estos  arreglos  internaciona- 
les, y  que  se  funda  en  la  necesidad  de  que  las  partes 
contratantes  se  hagan  mutuas  concesiones,  perdiendo  en 
todo  ó  en  parte  las  cosas  y  artículos  de  guerra  que  sir- 
vieron para  mantener  la  contienda,  y  con  mucha  más 
razón  los  que  quedaron  inutilizados  ó  inservibles  por 
causa  de  ésta. 


—  220  — 

El  artículo  :]".  admitía  la  amistosa  interposición  de  la 
Francia  en  favor  de  los  argentinos  que  habían  sido  pros- 
criptos desde  el  1°.  de  diciembre  de  1828;  y  les  conce- 
día la  reimpatriación,  sin  que  fueran  molestados  por 
sus  opiniones  anteriores,  á  todos  los  que  abandonasen 
la  actitud  hostil  en  que  estaban  contra  el  gobierno  en- 
cargado de  las  relaciones  exteriores.  No  se  compren- 
dían en  este  artículo  los  generales  y  comandantes  de 
cuerpo,  «excepto  aquellos  que  por  sus  hechos  se  hagan 
dignos  de  la  consideración  del  gobierno».  Este  artículo 
fué  propuesto  por  el  plenipotenciario  francés  y  acep- 
tado por  el  argentino  en  nombre  de  un  sentimiento  que 
l)udo  ser  de  grande  trascendencia  para  la  Confederación. 
El  artículo  4°.  declaraba  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires 
seguiría  considerando  en  perfecta  independencia  á  la 
República  Oriental  del  Uruguay,  sin  perjuicio  de  sus 
derechos  naturales,  toda  vez  que  los  reclamasen  la  justi- 
cia, el  honor  y  la  seguridad  de  la  Confederación  Argen- 
tina. El  plenipotenciario  francés  introdujo  este  artícu- 
lo, no  tanto  por  temor  de  que  el  gobierno  argentino 
violase  la  convención  de  27  de  agosto  de  1828  con  el 
Imperio  del  Brasil,  sino  en  obsequio  del  general  Rivera, 
quien  sin  el  apoyo  de  la  Francia  y  sin  contar  tampoco 
con  el  general  Lavalle,  iba  á  quedar  solo  y  frente  á 
frente  á  su  rival  Oribe,  que  se  titulaba  presidente  legal. 
Cuando  así  se  labró  este  artículo  no  se  pensó  en  que 
daría  lugar  á  nuevas  complicaciones  que  debían  poner 
á  prueba  la  virilidad  de  los  pequeños  Estados  del  Plata 
en  las  agresiones  que  les  trajeron  dos  grandes  potencias 
europeas. 

El  artículo  5"^.  establecía  que  ínter  se  concluyese  un 
tratado  de  comercio  y  navegación  entre  la  Francia  y  la 
Confederación,  los  ciudadanos  franceses  en  el  territorio 
argentino  y  los    ciudadanos    argentinos  en  el  de  Eran- 


-    221  — 

cia,  serían  considerados  en  ambos  territorios,  en  sus 
personas  y  propiedades,  como  lo  eran  los  subditos  de 
las  demás  naciones,  aun  las  más  favorecidas.  Esto 
zanjaba  el  motivo  ostensible  de  las  dificultades  que 
había  suscitado  la  Francia,  aunque  no  resolvía  la  cues- 
tión relativa  á  los  derechos  de  los  franceses  domici- 
liados en  la  Confederación,  en  los  términos  en  que  lo 
había  exigido  esa  nación  por  las  fuerzas  de  las  armas. 
Era  más  bien  un  modus  vivendi,  tal  •  cual  lo  había  pro- 
puesto el  gabinete  de  Rozas  antes  y  después  del  blo- 
queo, declarándoles  á  los  agentes  franceses  y  al  almi- 
rante Leblanc,  que  al  citar  en  apoyo  de  sus  pretensio- 
nes el  tratado  entre  la  Inglaterra  y  la  Confederación 
Argentina,  en  la  parte  que  se  refería  á  los  derechos 
de  los  subditos  de  la  primera  de  estas  naciones  do- 
miciliados en  esta  última,  aceptaban  implícitamente 
que  no  podían  exigir  como  un  derecho  lo  que  era 
materia  y  consecuencia  de  un  tratado;  que  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  no  se  negaba  en  modo  alguno  á  dis- 
cutir las  bases  de  un  tratado  que  dejase  á  salvo  las 
conveniencias  de  la  Confederación  Argentina  y  de  la 
Francia,  y  sin  obligar  á  los  franceses  domiciliados  en 
Buenos  Aires,  á  que  sirviesen  en  la  milicia,  como 
quiera  que  este  hecho  no  se  hubiere  producido  según 
se  había  demostrado  á  satisfacción  del  almirante  Le- 
blanc; y  que  dicha  discusión  podía  iniciarse  inmedia- 
tamente después  que  la  Francia  abandonase  su  actitud 
hostil  contra  la  Confederación.  La  Francia  levantando 
el  bloqueo,  entregando  la  isla  de  Martín  García  y  res- 
tituyendo los  buques  y  el  armamento  pertenecientes 
á  la  Confederación  Argentina,  se  colocaba,  pues,  en  el 
terreno  en  que  Rozas  planteó  la  cuestión  desde  el  año 
de  1838;  y  dicho  se  está,  que  Rozas  quedaba  en  per- 
fecta libertad  para  aceptar  (')  no  un  tratado  por  el  cual 


—  222  — 

los  subditos  franceses  domiciliaclos  en  Buenos  Aires 
fuesen  tratados  como  los  de  la  naci()n  más  favorecida, 
sin  que  el  hecho  de  negarse  ;i  suscribirlo  pudiese  dar 
margen  á   reclamación  alguna. 

Esto  mismo  lo  había  declarado  el  ministro  Arana 
ú  Mr.  Roger,  y  Rozas  al  almirante  Leblanc  en  sus  co- 
municaciones oficiales  del  año  1838;  y  en  guarda  del 
derecho  perfecto  de  soberanía,  y  para  que  la  mera  sus- 
pensión de  las  leyes  y  principios  vigentes  en  la  Con- 
federación no  pudiese  ser  interpretada  como  un  asen- 
timiento tácito  á  las  pretensiones  de  la  Francia  rela- 
tivas á  sus  súlxlitos  domiciliados  en  Buenos  Aires,  el 
artículo  &.  de  la  convención  contenía  esta  declaración 
concordante  con  aquéllas:  «Sin  embargo  de  lo  estipu- 
lado .en  el  artículo  5%  si  el  gobierno  de  la  Confe- 
deración Argentina  acordase  á  los  ciudadanos  ó  natu- 
rales de  alguno  ó  de  todos  los  Estados  suramericanos 
especiales  goces  civiles  ó  políticos  más  extensos  que 
los  que  disfruten  actualmente  los  subditos  de  todas  y 
de  cada  una  de  las  naciones  amigas  y  neutrales,  aun 
las  más  favorecidas,  tales  goces  no  podrán  ser  extensivos 
á  los  ciudadanos  franceses  residentes  en  el  territorio 
de  la  Confederación  Argentina,  ni  reclamarse  por 
ellos.»  C)  Aprobada  que  fué  la  convención  por  la  le- 
gislatura, y  ratificada  por  Rozas,  el  plenipotenciario 
de  Francia  mandó  enarbolar  á  bordo  de  la  Alcémene  la 
bandera  argentina  y  saludarla  con  veintiún  cañonazos. 
Este  saludo  fué  retribuido  por  la  plaza  de  Buenos  Ai- 
res: la  bandera  francesa  fué  izada  en  el  campamento 
de  Santos  Lugares  y  al  día  siguiente,  el  2  de  noviem- 
bre, el  barón  Mackau  y  su  estado  mayor  visitaron  á 
Rozas  concurriendo    en    seguida  á  las   fiestas   con   que 


(1)    Véase   La  Gaceta  Mercantil  del  2  de  noviembre  de  1840. 


—  22S  — 

se  solemnizó  el  restablecimiento  de  las  relaciones  con 
la  Francia. 

Se  comprende,  pnes,  que  este  modo  de  zanjar  las  difi- 
cultades con  una  nación  como  la  Francia,  fuese  consi- 
derado como  un  triunfo  para  la  Confederación  Argentina. 
Por  la  convención  del  29  de  octubre  de  1840,  el  gobierno 
argentino  obtenía  de  la  Francia  lo  que  no  había  podido 
obtener  ninguno  de  los  Estados  suramericanos,  sobre 
los  cuales  esa  nación  hizo  pesar  la  influencia  decisiva 
de  sus  armas.  Casi  todos  esos  Estados  habíanse  visto 
forzados  á  suscribir  las  exigencias  de  la  Francia  engreída 
con  el  éxito  de  sus  expediciones  sobre  México  y  sobre 
Argel.  Sólo  Rozas  se  resistió  á  ello  con  firmeza  inque- 
brantable. Y  lo  positivo  es  que  después  de  dos  años  y 
medio  de  inútiles  esfuerzos  para  amedrantar  y  sojuzgar 
por  la  fuerza,  la  Francia  obtenía  por  la  convención 
muchísimo  menos  de  lo  que  había  exigido  antes  y  des- 
pués del  bloqueo. 

Y  ant3  tales  resultados.  Rozas  debió  comprender,  que 
por  enérgicos  que  fuesen  los  sentimientos  que  condu- 
cían la  lucha  política  en  esa  época  en  que  ni  se  daba 
ni  se  pedía  cuartel,  él  no  podía  seguir  estimulando  con 
la  impunidad  los  ataques  contra  la  propiedad  y  la  vida 
que  se  perpetraban  en  Buenos  Aires  en  los  meses  de 
septiembre  y  octubre  de  1840.  Sea  que  quisiese  alen- 
tarlos realmente,  dejando  hacer  al  fanatismo;  sea  que 
no  se  creyese  con  poder  bastante  para  reprimirlos  en  los 
días  tremendos  de  la  crisis,  cuando  él  mismo  se  creía 
perdido  ante  la  doble  invasión  de  Lavalle  y  de  la  escua- 
dra de  Francia,  es  lo  cierto  que  alrededor  de  su  influen- 
cia y  de  sus  prestigios  se  había  organizado  en  toda  la 
Provincia  la  resistencia  á  esa  invasión.  Cuando  su  par- 
tido quedaba  triunfante  y  él  más  fuerte  que  nunca, 
debía,  pues,  reaccionar  por  obra  de  su  propia  autoridad, 


—  2'2i  — 

siíjuiera  fuere  para  no  aparecer  como  autor  de  esos  aten- 
tados ante  propios  y  extraños,  ante  las  clases  princi- 
pales de  la  sociedad  que  se  habían  asimilado  con  su 
gobierno  por  la  tendencia  conservadora,  tal  como  lo  pre- 
sentaban sus  enemigos  interiores  y  de  Montevideo. 

Esto  fué  lo  que  hizo  Rozas  dos  días  después  de  ra- 
tificar la  convención  con  la  Francia.  Partiendo  de  que 
no  había  sido  posible  reprimir  la  exaltación  popular 
producida  por  la  invasión  de  los  unitarios,  pero  que 
era  justo  que  un  pueblo  valiente  y  generoso  volviese 
á  gozar  de  la  seguridad  cuando  acababa  de  afianzar 
sus  derechos.  Rozas  expidió  un  decreto  según  el  cual 
sería  considerado  })erturbador  del  orden  público  y  cas- 
tigado como  tal,  cualquier  individuo.  « sea  de  la  con- 
dición ó  calidad  que  fuere  »,  que  atacase  la  persona  ó 
la  propiedad  de  argentino  ó  de  extranjero.  La  simple 
comprobación  del  crimen  bastaba  para  que  el  delincuente 
sufriese  la  pena  discrecional  que  el  gobierno  le  impon- 
dría; y  el  robo  y  las  heridas  serían  castigados  con  la 
pena  de  muerte. 

Y  á  objeto  de  cumplir  lo  pactado  en  el  artículo  3". 
de  la  convención  de  29  de  octubre,  Rozas  nombró  al 
general  Lucio  Mansilla  comisionado  ad  lioc,  para  que 
acompañado  del  comisionado  francés  Mr.  Halley  se  di- 
rigiese al  campo  de  Lavalle,  le  presentase  dicha  con- 
vención, y  le  manifestase  franca  y  confidencialmente 
que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  quería  concluir  la  gue- 
rra sangrienta  en  que  se  habían  los  partidos  empeñado, 
y  que  se  prolongaría  mientras  Lavalle  y  sus  amigos  de 
Montevideo  la  alimentasen:  que  si  Lavalle  peleaba  por 
la  organización  del  país,  el  medio  que  empleaba  era  el 
menos  conducente  á  ello,  pues  las  provincias  perseguían 
un  ideal  político  distinto  del  que  á  él  le  servía  de 
bandera,  y  contaban  con  recursos  sulicientes,  sino  para 


—  225  — 

triunfar,  cuando  menos  para  quitarle  toda  esperanza 
en  el  triunfo,  como  lo  comprobaban  los  sucesos.  Que 
la  organización  vendría  como  consecuencia  del  conven- 
cimiento de  los  partidos  políticos,  y  de  las  mutuas  con- 
cesiones que  se  hicieran.  Qne  en  semejantes  circuns- 
tancias le  ofrecía  al  general  Lavalle  las  seguridades  y 
garantías  que  pidiese,  con  tal  que  dejase  las  armas, 
pudiendo  residir  donde  quisiese,  si  no  prefería  venir 
á  Buenos  Aires,  donde  sería  reconocido  en  su  grado  y 
antigüedad,  sin  perjuicio  de  ser  investido  en  primera 
oportunidad  con  una  misión  en  el  extranjero.  Rozas 
le  recomendó  al  comisionado  que  persistiese  en  su  co- 
metido, aunque  encontrara  resistencias  en  el  general 
Lavalle;  y  que  al  ofrecer  análogas  seguridades  y  ga- 
rantías á  los  jefes  que  á  éste  acompañaban,  recogiese 
de  dicho  general  proposiciones,  si  no  admitía  las 
que  él  llevaba  para  terminar  la  guerra. 

El  día  22  de  noviembre  los  comisionados  llegaron 
en  el  Tonnerre  frente  á  la  ciudad  de  Santa  Fe.  Como 
Lavalle  ya  se  encontraba  á  algunas  leguas  de  esa  ciudad, 
le  comunicaron  en  nota  ofícial  su  arribo  y  sus  objetos. 
Tres  días  después,  Lavalle  le  dirigió  una  carta  parti- 
cular á  Mr.  Halley  en  la  que,  sin  reconocerle  carácter 
oficial,  se  limitaba  á  manifestarle  que  pensaría  si  debía 
ó  nó  tratar  sobre  el  arreglo  que  se  le  proponía.  Á  la 
nota  oficial  del  comisionado  argentino  no  respondió  ni 
con  un  simple  acuse  de  recibo.  Á  pesar  de  esto,  Mr. 
Halley  resolvió  trasladarse  al  campo  del  general  unita- 
rio. Ajustándose  á  sus  instrucciones,  el  general  Mansilla 
acompañó  al  comisionado  francés.  El  día  30  supieron 
que  Lavalle  acababa  de  ser  derrotado  en  el  Quebracho 
y  prosiguieron  su  camino  llegando  dos  días  después  al 
cuartel  general  de  Oribe.  Éste  les  hizo  saber  que  Lavalle 
se  encontraba  reunido  con  Lamadrid  á  inmediaciones  de 

TOMO  III.  15 


—  226  — 

la  villa  (le  Ranchos,  y  que  no  continuaría  sus  o])t'ra- 
ciones  por  el  momento.  Allí  se  dirigió  el  comisionado 
francés,  seguido  á  cierta  distancia  del  argentino. 

Una  vez  en  el  campo  de  Lavalle,  Mr.  Halley  abundó 
en  consideraciones  de  carácter  político  y  privado  para 
persuadirlo  que  debía  aceptar  el  artículo  o",  de  la  con- 
venci(3n,  y  le  eníreg(')  una  carta  del  barón  Mackau  que 
se  contraía  á  lo  mismo.  Pero  Lavalle  eludió  una  res- 
puesta definitiva.  1  i  untándose  á  rejjrocliar  duramente  la 
conducta  desleal  de  los  agentes  franceses,  quienes  le 
habían  prometido  su  auxilio  decidido  en  la  campaña 
contra  Rozas.  (/) 

Halley  lo  instó  reiteradamente  á  que  tuviese  una 
entrevista  con  el  general  Mansilla,  manifestándole  que 
éste  traía  instrucciones  confidenciales,  y  el  encargo  es- 
pecial de  recibir  proposiciones,  si  el  general  Lavalle 
no  aceptaba  las  que  desde  luego  podían  formalizar 
para  terminar  la  contienda  armada.  Lavalle  declaró 
rotundamente  que  su  honor  le  impedía  aceptar  los 
beneficios  que  le  propusiera  Rozas;  y  el  comisionado 
francés  fué  á  reunirse  con  el  argentino  quien  lo  espe- 
raba á  tres  leguas  de  distancia,  en  la  casa  de  Cabrera. 
«Allí  le  pregunté,  dice  el  general  Mansilla  en  la  nota  en 
que  da  cuenta    del   resultado    de   su    comisión,  {^)  qué 

(')  «  El  noble  marino  ^h\  Halley,  dice  el  señor  Félix  Frías... 
le  ofreció  al  general  Lavalle  en  nombre  de  su  gobierno,  para  sus 
soldados,  la  amnistía  de  Rozas,  y  para  él  el  grado  y  los  honores  de 
general  francés.  El  general  Lavalle  contestó  con  la  altivez  de  su 
carácter  que  no  había  peleado  por  miras  personales,  sino  por  patrio- 
tismo; y  que  no  al)andonaria  á  los  pueblos  que  se  iiabian  sublevado 
contra  líozas  confiando  en  ser  guiados  por  él  en  la  lucha.»  (Discurso 
sobre  la  tun)ba  del  genei-al  Lavalle.)  Lacasa  dice  algo  semejante  en 
la  Biografía  del  fjeneral  Lavalle,  pág.  179. 

(-)  Esta  nota  es  de  fecha  2'.)  de  diciembre  de  1840  y  va  dirigida 
al  Excelentísimo  señor  gobernador  delegado  don  Felipe  Arana,  por 
el  comisionado  del  gobierno  para  romuniear  oficialmente  á  ios 
argentinos  armados  dentro  del  territorio  argentino  lo  contenido 
en  el  articulo  3»  de  la  convención  entre  la  Francia  y  la  Con- 
federación. (Duplicado   original  en  mi  arcliivo.) 


—  227  — 

contestación  había  recibido  y  qué  disposiciones  tenía 
Lavalle  de  conferenciar  conmigo;  y  me  respondió  estas 
textuales  palabras:  que  Lavalle  no  le  había  dicho  si 
admitía  ó  nó  el  artículo  3*^:  que  no  quería  recibirme: 
que  si  yo  quería  ir  él  se  separaría,  pero  que  no  res- 
pondía de  mi  vida;  y  que  antes  de  ocho  días  It  remi- 
tiría Lavalle  la  contestación  de  la  carta  del  barón 
Mackau,  por  conducto  del  general  en  jefe  del  ejército 
de  la   Confederación.» 

Como  ésta  no  se  recibiese,  y  todo  inducía  á  creer 
])or  el  contrario  que  Lavalle  rechazaba  el  arreglo.  Oribe 
les  manifestó  á  los  comisionados  que  proseguía  la 
marcha  de  su  ejército,  después  de  haberla  suspendido 
con  perjuicio  de  sus  operaciones  y  sin  otro  motivo  que 
el  de  dar  lugar  á  dicho  arreglo.  Los  comisionados  ob- 
tuvieron todavía  una  tregua.  Mr.  Halley  se  dirigió 
nuevamente  al  campo  de  Lavalle  llevando  una  carta 
del  coronel  Pedro  J.  Díaz  (prisionero  en  el  Quebracho) 
en  la  que  interponía  su  amistad  con  aquél  para  que 
aceptase  la  convención  y  las  proposiciones  que  se  le 
hacían.  Todo  fué  infructuoso.  Lavalle  resistió  el  arre- 
glo y  así  se  lo  comunicó  al  barón  Mackau. 

Era  un  arranque  de  abnegación  el  de  LavaHe  re- 
chazar el  arreglo  y  las  ventajas  personales  que  Ro- 
zas le  ofrecía,  en  circunstancias  en  que  los  ejércitos 
federales  lo  perseguían  victoriosos  y  en  que  todo  le 
anunciaba  su  ruina  inevitable.  Él  declaraba  con  arro- 
gancia que  su  honor  militar  y  su  dignidad  le  im- 
pedían aceptar  semejantes  proposiciones,  porque  hacía 
cuestión  de  vida  ó  muerte  del  derrocamiento  de  Rozas. 
Pero  considerada  esta  rotunda  negativa  del  punto  de 
vista  del  hecho  político  y  sus  consecuencias,  se  deduce 
sin  violencia  que  Lavalle  lo  sacrificaba  todo  á  su  ab- 
solutismo partidario,  exaltado  por   el  odio  que    estimu- 


laban  en  ól  sus  consejeros,  á  ({uicnes  uo  se  les  ociiltal)a 
que  si  el  animoso  caudillo  unitario  renunciaba  á  enca- 
bezar l.i  ,^uerra  civil,  ellos  quedarían  reducidos  á  la  im- 
potencia relativa,  sin  otra  bandera,  sin  otra  esperanza 
que  la  constituciini  del  año  de  1826  á  la  cual  hacían 
fuego  todos  los  pueblos  de  la  República.  Y  al  proceder 
así  se  constituía  fatalmente  en  causa  retardataria  de  la 
organizaciíui  nacional  por  la  cual  decía  haber  tomado 
las  armas.  Si  reputaba  inaceptables  las  proposiciones  del 
adversario  vencedor,  lo  natural  era  que  propusiese  i»or  su 
parte  cualquier  arreglo  en  beneficio  del  país,  en  vez  de 
rehusarse  á  recibir  al  comisionado  argentino  que  lo  se- 
guía en  el  camino  de  la  derrota,  y  llevar  el  rencor  hasta 
hacer  responder  las  notas  de  aquél  por  un  corneta  de 
su  ejército  y  en  términos  ultrajantes,  ('i  (,)uiroga,  en 
posición  militar  mucho  más  ventajosa,  en  el  año  de  182G 
se  limitó  á  devolver  sin  abrirlo  el  pliego  del  presidente 
Rivadavia.  ignorando  que  en  ese  pliego  se  le  reconocía 
como  general  de  ejército  yjse  le  ordenaba  que  fuese  á 
tomar  parte  en  la  guerra  contra  el    Brasil. 

Los  sacrificios  que  imponía  el  patriotismo  ante  el  cua- 
dro desconsolador  de  una  guerra  civil  tremenda,  conducida 
por  un  absolutismo  que  comprometía  hasta  el  principio 
republicano  y  la  integridad  de  la  República,  debían 
pesar  sobre  Lavalle  más  que  la  circunstancia  de  ser  Ro- 
zas quien  le  proponía  la  paz  y  la  concordia.  Diez  años 
antes  Lavalle,  fiado  en  el  honor  de  su  adversario,  se 
había  dirigido  solo  al  campamento  de  Rozas;  y  después 
de  celebrar  con  éste  un  arreglo  honorable ,  habíalo 
llamado  i)úblicamente  el  primero  entre  los  porteños. 
Tarde  era  ya  jiara  que   Lavalle  invocase  el   honor  y  la 


(*)     Ciiiuunic.  oficial  del  general  .Maiisilla.  ya  eilada. 


—  229  — 

dignidad  como  causa  para  proseguir  una  guerra  cruen- 
ta, cuando  desde  dos  años  atrás  venía  liaciéndola 
aliado  á  los  franceses  y  con  los  dineros  y  recursos  de 
los  mismos  que  agredían  á  la  República  Argentina  y  se 
habían  apoderado  de  una  parte  de  este  territorio.  Si 
Lavalle  había  admitido  con  todas  sus  consecuencias 
esa  alianza  de  un  poder  extraño  contra  la  propia 
patria,  era  lógico  cuando  la  Francia  había  zanjado  sa- 
tisfactoriamente la  contienda,  que  entrase  él  tapibién 
en  el  orden  de  cosas  que  tal  hecho  establecía,  y  que 
la  misma  Francia  se  empeñaba  en  dejar  establecido 
por  lo  que  hacía  á  Lavalle  y  su  partido  en  armas. 
El  general  Lavalle  prefirió  dejarse  conducir  por  el  odio 
desatentado  que  arrasi)  su  patria  durante  largos  años 
de  infortunio  y  de  prueba ;  y  si  algo  atenúa  su  gran 
yerro  es  que  lo  sacrificó  todo .  sobreponiéndose  á  los 
desencantos  y  á  los  reveses  y  dejando  caer  su  espada 
recién  cuando  cayó  él  sin   vida. 

Los  comisionados  argentino  y  francés  regresaron  á 
Buenos  Aires  á  fines  de  diciembre,  y  el  general  Oribe 
entró  con  su  ejército  en  la  ciudad  de  Córdoba,  resta- 
bleciendo en  su  cargo  al  gobernador  de  esa  provincia 
don  Manuel  López,  de  quien  me  ocuparé  más  adelante, 
y  poniéndose  en  comunicación  con  los  gobernadores 
de  Mendoza  y  San  Luis,  quienes  estaban  al  frente  de 
fuerzas  respetables.  Á  la  aproximación  de  Oribe  sobre 
Córdoba,  Lamadrid  se  había  retirado  con  alguna  fuerza, 
yendo  á  reunirse  con  Lavalle  que  se  encontraba  en 
Jesús  María.  Pero  como  este  último  no  tenía  elemen- 
tos con  qué  resistirle  á  Oribe,  marchó  en  dirección  de 
T-Qcumán  desprendiendo  al  coronel  Vilela  con  una  di- 
visión de  mil  hombres  para  que  apoyase  en  Mendoza 
un  movimiento  que  acababan  de  hacer  estallar  sus 
partidarios.     Encontrándose  en  el  río  de   Albigasta.    el 


—  2;  ¡o  — 

cual  divide  la  provincia  de  Santiago  de  la  de  Tucuiiiáii. 
supo  que  la  divisiíjn  de  Vilela  había  sido  sorprendida 
y  destruida  el  día  8  de  enero  (1841  j  en  San  Cala,  por 
otra  división  que  á  su  vez  desprendió  Oribe  al  mando 
del  general  Ángel  Pacheco.  (  '  )  Este  nuevo  contraste, 
cuando  ya  no  quedaban  del  ejército  libertador  más  fuerzas 
que  la  división  del  coronel  Acha  y  los  restos  que  conducía 
Lavalle,  obligó  á  este  último  á  hacer  pie  en  Catamarca  para 
organizar  allí  la  resistencia. 

Por  lo  demás,  la  convención  Mackau-Arana,  desli- 
gando de  sus  compromisos  á  las  partes  que  habían 
celebrado  en  1888  la  triple  alianza  contra  el  gobierno 
de  Rozas,  colocaba  á  éstas  en  el  caso  de  lanzarse  en 
nuevos  rumbos  para  buscar  en  otro  género  de  combina- 
ciones los  medios  de  proseguir  la  guerra.  Pero  entre- 
tanto, una  de  esas  partes — el  general  Rivera — sentía 
más  directamente  los  efectos  de  aquella  convención, 
tanto  por  lo  que  hacía  á  los  escasos  medios  propios 
que  le  ({uedaban,  cuanto  porque  iba  á  quedar  enfrente 
de  su  adversario,  el  general  Oribe,  cuyos  parciales  pron- 
to se  agitarían.  Como  fracasase  en  sus  tentativas  para 
proi)iciarse  nuevamente  á  los  agentes  franceses,  y  su 
situación  se  hiciese  bastante  crítica,  creyó  salvar  su 
responsabilidad  diciendo  que  sus  amigos  lo  habían 
traicionado.  Entonces  se  apoderó  de  él  una  especie  de 
despecho  furioso,  que  habría  alcanzado  á  sus  principales 
partidarios  si  t'-stos  no  se  hubiesen  a.presurado  á  cal- 
marlo y  á  mostrarle  cómo  la  situación  no  estaba  com- 
pletamente perdida.  No  obstante  cayeron  en  su  des- 
gracia los  que  con   mayor    abnegación    lo    habían    ser- 


(')  Parte  de  l'aclieco  ;i  ()ril)e,  carta  de  Oribe  ;>  Rozas  y  demás 
(loeuineiitos  correlativos  en  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  enero 
de  1S41.    (Véase  el  apéndice.) 


—  281  — 

vicio.     ('£■/  Eco  dpi  Pueblo,  le  esci'i1)ía  á  Chilavert,  tuvo 

el  comediiiiieuto  de  ingerir  al    traidor  ingrato  Núfiez  y 

ponerlo  al  frente,  y  yo   por  amor    das  dividas    lo    metí 

en  el  Pereyra  y  de  allí  saldrá  muy  en  breve  ])ara  fuera 
de  cabos.  Y  si  me  andan  con  vneltas  otros  más  han 
de  seguir  la   misma  suerte.»   (') 


(1)    Alamiserito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


CAPITULíJ  XXXÍX 


CAMl'AXA    DE     1,  A     ÜlO.JA 


I  1.S40— ISll  ) 


Sumario:  I.  Euci'^mü  iinloiuablí:  de  Lavallc  en  si'^niílii  <h-  la  coiivónciún  Mackan- 
Arana.  —  II.  Circiinstam-ia  caractüi'istica  de  la  ludia  que  prosiguió:  sus 
prestigios  imponentes. — III.  Situación  de  Lavallc  á  principios  del  año  de 
1841 :  sus  fuerzas  y  las  combinadas  al  mando  de  Oribe.  —  IV.  Su  retirada 
á  Catamarca.  —  V.  •Brizuela  le  ofrece  el  mando  de  las  fuerzas  de  la  coali- 
ción.—  VI.  El  general  fray  José  Félix  Aldao.  — VII.  El  general  Tomás 
Brizuela.  —  VIII.  Dificultades  de  Lavallo  con  Brizuela  cuando  Aldao  ya 
viene  sobre  La  Rioja.  — IX.  Porqué  Lavalle  lo  abandona  á  Aldao  la  plaza 
de  La  Rioja  y  se  retira  hacia  los  Llanos. —  X.  La  misión  pacificadora 
de  fray  Nicolás  Aldazor :  prisión  del  pacificador.  —  XI.  Aldao  sigue  en 
la  persecución  de  Lavalle:  peligros  del  plan  que  desenvuelve  Lavalle. — 
XII.  Importancia  de  este  plau.  — XIII.  Derrota  del  coronel  .Vcha.  —  XIV 
Aldao  hace  ocupar  Catamarca,  y  el  gobernador  Augier  balido  por  Maza 
huye  á  Tueumán.  —  XV.  Oribe  resuelve  moverse  sobre  La  Rioja,  y  manda 
á  Aldao  á  situarse  en  Valle  Fértil:  plan  de  Oribe.  —  XVI.  Conducta  liáhil 
de  este  general. — XVII.  Lavalle  y  Oribe. — XVIII.  Paralelo  politico-nii- 
litar  de  Lavalle  y  Oribe. —  XIX.  Desigualdad  de  la  lucha  que  dirigen 
ambos  generales.  —  XX.  Posición  respectiva  que  tienen  en  esa  lucha:  la 
unidad  de  comando  y  de  acción  en  manos  de  Oribe.  —  XXI.  Concurrencias 
que  debilitan  y  coartan  la  acción  militar  de  Lavalle.  —  XXII.  Circuns- 
tancias cu  que  Oribe  invade  La  Rioja. 


En  seguida  de,  la  conveneióii  Mackaii- Arana,  qne 
zanjaba  las  comi)licaciones  de  la  Francia  con  el  gobierno 
de  Rozas  y  le  permitía  á  éste  enviar  refnerzos  militares 
á  cualquier  punto  de  la  República;  y  de  la  desastrosa 
sorpresa  de  San  Cala,  (jue  redujo  el  ejército  unitario  á 
pequeñas  divisiones,  las  cuales  operaban  separadamente 
en  un  teatro  cercado  por  enemigos  muy  superiores,  sólo 
la  energía  incontrastable  del  general  Lavalle  podía  im- 
primir n-ervio  y  carácter  á  la  revolución  en  las  provin- 
cias del  interior.  Esta  energía,  actuando  sin  cesar  al 
favor  de  un  prestigio  cimentado  en  gloriosos  hechos 
anteriores,   y    de   simpatías  personalísimas,  valía'  tanto 


-  283  — 

como  iin  otro  ejército  ])ara  el  general  que  jugaba  su 
nombre  y  su  vida  y  comi^-ometía  el  esfuerzo  de  amigos 
y  de  pueblos  en  una  lucha  sin  cuartel,  la  cual  debía 
proseguirse  hasta  que  «sucumbiese  uno  de  los  dos  par- 
tidos que  la  alimentaban »,  según   sus  palabras. 

Es  esta  una  circunstancia  característica  de  esa  lu- 
cha civil,  y  que  se  observa  solamente  cuando  un  gran 
capitán  ó  un  gran  caudillo  radica  la  suerte,  el  honor  ó 
la  libertad  de  su  i)aís  en  el  campo  que  dominan  sus 
banderas.  En  la  lucha  contra  Rozas,  la  persona  de  La- 
valle  absorbe,  por  decirlo  así,  el  sentimiento  de  sus  par- 
ciales. Su  prestigio  imponente  se  levanta  sobre  los  des- 
fallecimientos y  las  derrotas  como  una  luz  que  los  llama 
á  la  distancia.  Y  ellos  siguen  el  rastro  de  esa  luz^ 
aunque  vean  el  sacrificio  á  un  paso  del  sitio  que  ocupan 
con  entusiasmo.  La  palabra  del  general  vibra  como  ilu- 
uiinada  en  esas  filas  resueltas  á  disputar  hasta  el  últi- 
mo trance  la  jiartida.  Ella  íija  los  esfuerzos,  anticipa 
las  ventajas,  decreta  las  victorias.  Y  entre  tres  ó  cuatro 
mil  hombres  no  hay  más  que  una  voluntad  para  acep- 
tarlas, un  eco  para  aclamarlas.  Y  cuando  sobreviene 
una  derrota,  la  culpa  es  de  cualquier  otro  menos  de 
Lavalle,  quien  combinó  sabiamente  su  plan,  dio  perso- 
iialmente  las  órdenes,  y  en  lo  más  recio  del  combate 
fué  á  demandarlas  todavía,  y  á  luchar  brazo  á  brazo 
por  el  lustre  de  sus  armas,  como  esos  antiguos  paladi- 
nes cuya  ley  de  honor  era  vencer  ó  morir  en  la  con- 
tienda. Pocos  hombres  de  guerra  pudieron  blasonar  de 
estos  prestigios ;  que  muchos  los  perdieron  para  siem- 
pre al  día  siguiente  de  una  derrota,  la  cual  empujaba 
al  mayor  número  cerca  del  nuevo  ídolo  levantado  por 
el  éxito. 

Porque  nunca  fué  más  comprometida  la  situación 
de  Lavalle.  La  pérdida  de  la  división  Vilela    venía  en 


—  284  — 

seguida  de  los  fracasos  de  Lamadrid  y  de  la  defeccií'm 
del  comandante  Ramírez  de  la  división  Aclia,  quien  en- 
grosó con  250  soldados  las  fuerzas  del  gobernador  Iba- 
rra.  Kl  mismo  Lavalle,  con  el  puñado  de  hombres  que 
le  quedaban  corría  ries,uo  de  caer  en  poder  de  Orilie, 
si  no  se  apresuraba  á  alejarse  de  éste  y  á  engrosar 
sus  filas,  en  tanto  que  combinaba  un  nuevo  plan  de 
campaña  de  acuerdo  con  Lamadrid  y  con  el  general 
Brizuela.  gobernador  de  La  Rioja  y  jefe  de  la  Coalición 
del  norte.  Lamadrid  y  Brizuela  eran  los  únicos  que 
podían  secundar  los  esfuerzos  de  Lavalle  en  el  interior 
de  la  República,  desde  Tucumán  y  La  Rioja  respecti- 
vamente. Las  demás  provincias  seguían  las  banderas 
federales,  y  sus  gobernadores  reforzaban  sus  ejércitos 
con  soldados  que  les  enviaba  Rozas  adonde  más  apre- 
miantes eran  las  circunstancias.  Desde  luego  el  ejér- 
cito de  Oribe,  fuerte  de  seis  mil  hombres  (  ^),  é  in- 
mediatamente comandado  por  jefes  como  Pacheco,  La- 
gos y  Garzón,  cuyas  divisiones  amagaban  á  La  Rioja  y 
á  Catamarca;  mientras  el  general  en  jefe,  desde  su 
cuartel  general  de  Córdoba  era  dueño  de  esta  provincia 
y  de  la  de  San  Luis:  el  general  José  Félix  Aldao.  al 
frente  de  tres  mil  soldados  ("-),  listos  para  caer  sobre 
La  Rioja.  destruir  á  Brizuela,  y  darse  la  mano  con  Pa- 
checo ó  Lagos  para  envolver  á  Lavalle :  el  general  Be- 
navidez.  con  más  ('»  menos  igual  fuerza  en  San  Juan, 
operando  de  acuerdf»   con    xVldao :     el   general   Ibarra   al 


(')  Á  mediados  de  1M41  fué  reforzado  con  dos  batallones  de 
infanieria  de  Buenos  Aires  y  algunas  milicias  de  CíU'doba. 

(-)  Kl  general  Pedernera  en  su  carta  al  general  Paz  (véase  Memo- 
rias, tomo  m.  pág.  203)  le  da  á  Aldao  lOOU  hombres;  pero  éste 
en  una  carta  á  Lagos,  que  original  obra  en  mi  archivo,  le  dice  (¡ue 
se  halla  al  frente  de  tres  mil  hombres  de  las  tres  armas,  incluyendo 
en  ellos  los  refuerzos  (|ue  recibió  de  Buenos  Aires.  (Véase  la  carta 
<lel  general  Lavalle  al  general  Paz.  Memorias,  tomo  iii,  pág.  181.) 


—  or^i: 


frente  de  las  milicias  de  Santiago  del  Estero,  cnyo  nú- 
mero aumentaba  ó  disminuía  según  las  necesidades  del 
momento :  el  gobernador  Lucero  con  las  de  San  Luis,  y 
las  montoneras  de  Catamarca  formaban,  con  todas  esas 
fuerzas,  un  total  de  quince  mil  hombres,  de  los  cuales 
más  de  la  mitad  podían  trasladarse  inmediatamente  del 
interior  al  norte,  ó  de  allí  á  Cuyo,  según  fuesen  las 
operaciones  de  Lavalle  ó  Lamadrid.  quienes  debían  ini- 
ciarlas con  prontitud  y  energía,  para  no  ser  cercados 
sin  combatir  por  un  enemigo  relativamente  formidable. 

Ec  circunstancias  tan  críticas,  y  dado  el  punto  en 
que  se  encontraba.  Lavalle  no  podía  hacer  pie  más  que 
en  Catamarca.  donde  sabía  que  encontraría  partidarios 
y  algunos  recursos;  ó  en  La  Rioja,  donde  predominaba 
el  sentimiento  antifederal,  principalmente  entre  los  lla- 
neros encabezados  por  el  coronel  Peñaloza  y  otros  cau- 
dillos aguerridos.  Gravemente  enfermo,  pero  fiero  y  arro- 
gante ante  Oribe  que  lo  seguía,  Lavalle  se  dirigiíj  del 
río  Albigasta  hacia  la  capital  de  Catamarca,  adonde  llegó 
en  los  primeros  días  de  enero  de  184L  Sus  esperanzas 
se  cumplieron  porque  la  población  lo  recibió  con  sim- 
patía, y  él  pudo  consagrarse  desde  luego  á  reunir  sus 
dispersos  de  San  Cala,  y  aumentar  su  fuerza,  su])o- 
niendo  como  era  racional,  que  Aldao  ú  Oribe  lo  ataca- 
rían en  breve.  Y  no  obstante  la  impresión  ingrata  que 
habían  })roducido  en  el  norte  los  desastres  del  Ouebra- 
cho  y  de  San  Cala.  Lamadrid  formaba  entretanto  en 
Tucumán  el  segundo  Ejército  libertador  con  el  que  de- 
bía invadir  á   Cuyo. 

En  tal  situación  lo  conveniente,  hasta  lo  lógico,  era 
que  Lavalle  se  pusiese  á  la  cabeza  de  todas  las  fuerzas 
que  la  coalición  tenía  en  el  interior.  Así  se  lo  exigían 
los  principales  riojanos  comprometidos  en  la  causa  que 
Lavalle  representaba.  Pero  lo  último  que  podía  imagi- 


—  •2:'r>  — 

liarse  Brizuchi  cu  los  iiiítírvalos  ITicidos  de  su  einl)ria- 
guez  coiisuetiidinai'ia.  era  ({iie  el  general  Lavalle  pudiera 
hacer  algo  más  de  lo  (jiie  él  solo  debía  hacer.  Fué  ne- 
cesario que  el  general  Aldao  se  aproximara  á  La  Hioja 
para  que  él  enviase  al  coronel  Yansoii,  ex-gol)ernador 
de  San  Juan.  ;i  })pdirle  á  Lavalle  que  viniese  á  ponerse 
al  frente  de  las  fuerzas  de  esa  provincia,  como  gene- 
ral en  jefe  y  director  de  la  guerra. 

Los  generales  Aldao  y  Brizuela  que  tan  principal 
j)arte  tomaron  en  la  guerra  civil  en  1841.  son  conoci- 
dos del  lector.  El  general  José  Félix  Aldao  es  aquel 
fraile  dominico,  capellán  del  famoso  regimiento  de  gra- 
naderos á  caballo,  que  empuña  el  sable  y  con  treinta 
granaderos  mandados  por  su  hermano  don  José  acu- 
chilla á  los  realistas  en  el  combate  de  la  Guardia 
Vieja;  aquel  teniente  que  en  la  persecución  subsiguiente 
á  la  batalla  de  Maipú,  alcanza  á  un  hercúleo  granadero 
realista,  detrás  del  cual  iba  también  Lavalle.  y  lo  tras- 
l)asa  con  su  espada,  cuerpo  á  cuerpo,  y  en  lucha  igual;  el 
mismo  que  íigura  al  principio  del  tomo  ii  de  esta  His- 
toria, en  la  guerra  entre  Paz  y  Quiroga.  como  teniente 
de  este  último.  Esta  circunstancia,  unida  á  la  de  haber 
ganado  sus  galones  dignamente  en  las  batallas  por  la 
Independencia,  y  cierta  audacia  temeraria  para  concen- 
trar en  sus  manos  toda  la  autoridad  que  le  abandona- 
ban sus  amigos  que  le  temían,  y  sus  enemigos  á  quienes 
no  daba  cuartel,  le  crearon  una  inlluencia  decisiva  en 
Cuyo  después  de  la  muerte  de  (juiroga,  (jue  era  el  único 
que  podía  disputársela.  En  el  tiempo  á  que  me  refiero» 
e¿  fraile,  como  le  llamaban  por  antonomasia,  era  el  arbitro 
de  la  provincia  de  Mendoza,  y  seguía  ciegamente  los  im- 
pulsos de  un  fanatismo  i)olítico  (|ue  se  manifestaba  bajo 
formas  crueles  y  sanguinarias,  merced  al  innoble  estí- 
mulo de  una  embriaguez  consuetudinaria,  la  cual,  con  el 


—  2:!7  — 

juego  y  la  lascivia,  absorbían  casi  todos  los  momen- 
tos de  su  vida  digna  de  su  muerte.  (')  Cuando  la 
Coalición  del  norte  aprestó  sus  fuerzas,  Aldao  fué  nom- 
brado general  en  jefe  del  Ejército  combinado,  y  en  este 
caucácter  o])eraba  de  acuerdo  con  Oribe. 

En  cuanto  á  don  Tomás  Briznela  es  el  mismo  (jue 
figura  en  el  capítulo  xxx  como  una  de  las  colnmnas  de 
la  federación,  comunicándole  á  Rozas  desde  La  Rioja  su 
opinión  respecto  del  lógico  fin  que  esperaba  á  Heredia. 
Briznela  continuó  en  su  fervor  por  la  federación  hasta 
el  año  de  1839,  en  que  algunos  hombres  iníluyentes  del 
norte  consiguieron  liacerlo  entrar  en  la  coalición  nom- 
brándolo jefe  de  ella.  Disponía  de  los  principales  ele- 
mentos de  La  Rioja,  donde  había  cimentado  su  ¡)res- 
tigio  al  favor  de  una  bonhomía  de  carácter  y  de  una 
sencillez  campechana  qne  no  excluían  cierto  tino  para 
conducirse  con  los  hombres  y  pulsar  el  buen  lado  de 
las  cosas.  La  embriaguez,  una  embriaguez  casi  sin 
tregua,  lo  volvió  huraño,  ensimismado,  y  después  extra- 
vagante y  cuasi  imbécil.  Así  es  cómo  se  explica  su  quie- 
tismo inaudito  ante  la  aproximación  de  Aldao;  y  la  obce- 
cación con  que  se  resistía  á  llamar  á  Lavalle,  que  era 
el  único  que  ¡)odía  salvarlo  y  darle  algún  nervio  á  la 
llamada  Coedición  del  norte. 

En  los  últimos  meses  de  enero  de  1841,  Lavalle  se 
dirigió  á  La  Rioja  con  su  escolta.     Le  faltaban  armas, 


(')  Sarmiento  dice  en  una  de  sus  páginas:  «Una  enlerniedad  de 
un  año:  un  cáncer  en  la  cara  que  le  ha  ido  devorando  lentamente 
las  narices,  los  ojos,  en  medio  de  dolores  horribles.  Los  momentos 
en  que  éstos  se  mitigaban  y  cuando  aun  gozaba  de  la  vista  de  un 
ojo,  se  entretenía  en  jugar  con  algunos  amigos  que  soportaban  el 
mal  olor  y  el  aspecto  odioso  del  cáncer...  En  fin,  la  muerte  se 
acerca,  la  agonía  se  prolonga  meses  enteros,  y  entre  los  dolores  más 
agudos  el  cáncer  rompe  una  vena,  y  un  río  inextinguible  de  sangre 
cubre  su  cara  v  su  cuerpo  todo  hasta  fiue  expira.»  (Véase  Aldao, 
pag.  262.) 


—  -^88  — 

iiiuiik-iones  y  medios  de  movilidad:  contal»a  iiatural- 
ineiite  con  que  Brizuela  le  propürcioiiaría  parte  de  ios 
recursos  que  tenía.  Pero  Brizuela  se  resistió  á  facili- 
tarle los  indispensables  para  contener  al  enemigo  inva- 
sor. Para  darse  una  idea  del  apático  retraimiento  en 
que  había  caído  Brizuela.  baste  sal)er  que  sólo  una  vez 
había  hablado  con  Lavalle,  á  pesar  de  los  apremios  de 
éste,  en  circunstancias  en  que  un  enemigo  fuerte  podía 
sablearlos  por  la  espalda;  cuando  los  dispersos  de  la 
división  Vilela.  reunidos  en  número  de  quinientos,  se 
encontraban  á  pie  y  desarmados;  y  cuando  el  mismo 
Lavalle  no  sabía  á  qué  atenerse  respecto  de  las  fuerzas 
que  mandaba  Brizuela  en  persona,  sin  ordenar  un  movi- 
miento, ni  dar  una  orden,  ni  paso  alguno  que  no  con- 
dujese á  su  ruina.  Lavalle  se  vio  en  el  caso  de  intimarle 
que  viniese  á  su  campo  para  combinar  las  operaciones 
que  debían  llevarse  inmediatamente  sobre  Aldao,  quien 
se  hallaba  á  quince  leguas  de  la  capital;  y  recién  después 
de  esto,  sacudióse  Brizuela,  y  Lavalle  pudo  montar  los 
restos  de  la  división  Vilela.  formando  con  éstos,  con  la 
división  de  riojanos  y  con  su  escolta,  una  columna  de 
1600  hombres  aproximadamente. 

Sea  porque  no  confiase  en  la  ayuda  que  le  prestaría 
la  incuria  de  Brizuela,  de  cuya  hacienda  Aldao  acababa 
de  tomarle  gran  cantidad  de  armamento  y  de  caballos; 
sea  por  los  efectos  desastrosos  que  un  nuevo  contraste 
produciría  en  el  norte,  donde  Lamadrid  organizaba  su 
ejército,  el  hecho  es  que  Lavalle  no  tentó  siquiera  una 
resistencia  en  la  capital  de  La  Rioja.  Una  columna  de 
1600  hombres,  con  7  cañones,  y  tomando  buenas  posi- 
ciones en  la  ciudad,  bien  pudo  obligar  á  Aldao  á  que 
tentase  de  su  parte  tomarla  por  asalto;  á  que  sufriese 
las  contingencias  de  un  fracaso,  y  probablemente  las  des- 
ventajas  de  una  deserción  (como  sucedió  con  esas  mis- 


—  239  — 

mas  fuerzas  en  las  puertas  de  San  Juanj;  esto  sin  per- 
juicio de  efectuar  oportunamente  una  retirada  hacia  los 
Llanos  donde  el  general  en  jefe  podía  hacer  pie.  Pero 
Lavalle  se  había  propuesto  atraer  á  La  Rioja  á  Oribe  y 
á  Pacheco,  para  que  Larnadrid  pudiese  organizar  su  ejér- 
cito, según  se  lo  dice  al  general  Paz  en  su  carta  ya  ci- 
tada. É  invirtió  el  orden  de  sus  operaciones,  esto  es,  le 
dejó  á  Aldao  el  camino  abierto,  mandando  la  divisiím 
Vitela  que  se  situase  en  la  quebrada  de  Guaco;  á  los 
coroneles  Peñaloza  y  Baltar  á  los  Llanos,  con  divisiones 
ligeras  destinadas  á  sublevar  en  su  favor  el  espíritu  de 
las  poblaciones.  El,  con  una  columna  de  cuatrocientos 
hombres,  siguió  por  el  norte  en  dirección  á  los  Llanos, 
impartiendo  orden  al  coronel  Aclia  de  que  viniese  á  in- 
corporársele desde  Tucumán  con  su   división. 

Esta  precipitada  retirada  de  la  ciudad  de  La  Piioja  se 
explica  tanto  menos  cuanto  que  LaVille  y  Brizuela  pu- 
dieron impunemente  permaneL-er  allí  siquiera  el  tiempo 
necesario  para  escuchar  las  proposiciones  de  arreglo  de 
que  era  portador  en  nombre  de  Rozas  fray  Nicolás  Al- 
dazor,  prior  de  los  franciscanos  de  Buenos  Aires.  Li- 
dudablemente  Lavalle  influyó  sobre  Brizuela  para  que 
Aldazor  no  pudiese  llenar  su  cometido  pacífico;  porque 
después  de  haber  el  gobernador  de  La  Rioja  nombrado 
los  diputados  que  debían  pactar  con  Aldazor,  intimóle 
á  éste  por  escrito  que  se  dirigiese  á  la  ciudad,  y  una  vez 
allí  fué  conducido  bajo  custodia  al  convento  de  Santo 
Domingo,  donde  parmaneció  hasta,  que  lo  obligaron  á 
seguir  la  retirada  de  Brizuela  y  Lavalle.  ('j 


(1)  Según  la  carta  de  Aldazor  á  oribe  (publicada  en  La  Gace- 
la Merca  nlil  de  24  de  ago.sto  de  1S4I),  este  comisionado  sufrió 
toda  clase  de  vejámenes,  al  punto  de  r.'í^'istrársele,  sacarle  cuanto 
llevaba  encima,  é  intimarle,  de  orden  del  ge.ieral  Lavalle,  el  día 
15   de   marzo,  que  iba  á   ser   fusilado   con   otros  ti-es    presos,  dan- 


—  '240  — 

Por  su  partí',  Aldao  ociiix'»  hi  capital  de  La  Rioja  el 
10  de  marzo,  y  sí^í^uíí'»  ininediatainente  en  persecnción 
de  Lavalle  y  de  Briziiela.  (jiiienes  cambiaron  de  direcci()n 
sobre  su  izquierda  y  entraron  en  los  pueblos  de  Arauco. 
Aquí  se  incorporaron  con  la  d¡visi(')n  Vilela.  perdien- 
do en  su  retirada  nueve  cañones,  más  otros  tres  que 
Jes  tonu')  el  comandante  Espinosa  en  el  Guaco  ( ' ).  El 
18  llegó  Lavalle  á  Angullun,  y  de  a(|uí  pasó  á  situar- 
se al  pie  del  cerro  de  Famatina.  Esto  valía  localizar  la 
guerra  en  La  Kioja.  Lavalle  seguía,  pues,  su  plan;  pero 
este  plan  no  jiodía  desenvolverse  sino  á  costa  de  golpes 
de  audacia,  sujetos  á  contingencias  mucho  más  desas- 
trosas que  las  que  pudo  y  debió  correr  el  general  uni- 
tario haciendo  pie  en  la  ciudad  de  La  Rioja.  á  íin  de  no 
ser  seguido  i)or  enemigos  envalentonados  con  los  triun- 
fos fáciles  qne  él  mismo  les  liabía  propiciado.  ¿Y  si 
en  los  departamentos  de  La  Rioja  le  hacían  á  él  tam- 
bién la  guerra  de  recursos,  como  sucedía  en  los  de 
Catamarca,  desde  que  él  desaloj()  esta  provincia?  ¿Y  si 
Oribe,  efectuando  una  marcha  doble,  destacaba  á  Pache- 
co y  á  Lagos  con  sus  respectivas  columnas,  y  avanzaba 
él  con  el  grueso  de  sus  fuerzas  para  interponerse  entre 
Lavalle  y  Lamadrid,  presentándole  á  éste  una  batalla  en 
Catamarca,  por  ejemplo?  ¿Podría  Lavalle  pasar  á  Cuyo? 
Pero  esto  era  contar  sobre  la  impericia  de  Aldao  hasta 
mucho  más  all;i  de  lo  que  lo  permitía  el  cálculo  de  las 
probabilidades;  [)orque  á  Lavalle  no  se  le  ocultaba  que 
Aldao  era  un  militar  diestro  y  que  conocía  perfectamen- 
te las  ventajas  y  desventajas  del  teatro  en  que  operaba. 
El  mismo  Aldao  estaba  desorientado  en  presencia   de  la 


dolé  un  cuar+o  de  hora  para  conlesai-sc;  lo  cual  no  se  verificó 
en  su  persona  por  interposición  del  señor  F<'rniín  Soage.— (Véase 
esa   carta.) 

( '  )  Véase  parte  de  Aldao  á  orilic  drl  IT)  de  inar/o  de  1841. 


—  241  — 

audacia  de  Lavalle.  quien  en  vez  de  marchar  hacia  Tu- 
cumán  á  incorporarse  con  Lamadrid  en  el  mes  de  febre- 
ro, prefería  con  una  pequeña  fuerzM  servir  de  centro  á 
las  operaciones  que  efectuarían  más  de  doce  mil  solda- 
dos, alrededor  de  un  círculo  que  estrecharían  cada  vez 
más,  como  quiera  que  no  se  les  ocultara  que  él  era  la 
bandera,  el  nervio  y  la  expresión  de  la  revoluciíui,  y  que 
reduciéndolo  concluirían  con  esta  últinnx. 

En  este  sentido  la  campaña  de  La  Rioja  levanta  el 
nombre  de  Lavalle  como  caudillo  abnegado,  y  realza  su 
merecida  reputación  militar.  Con  débiles  fuerzas  entre- 
tuvo durante  cuatro  meses  á  dos  poderosos  ejércitos 
federales;  dándole  tiempo  á  Lamadrid  para  que  organiza- 
se el  segundo  ejército  libertador  en,Tucumáh.  No  sólo  con- 
siguió atraer  sobre  su  persona  toda  la  atención  de  Oribe, 
sino  también  hacerle  cometer,  en  la  prosecución  de  es- 
te objetivo,  el  error  de  dejar  pasar  á  Lamadrid  hasta 
Cuyo  sin  presentarle  batalla  en  Catamarca.  Porque  Ori- 
be no  lo  perdió  de  vista  un  instante,  una  división  de 
su  vanguardia  al  mando  inmediato  del  coronel  Hilario 
Lagos,  seguíalos  movimientos  de  Lavalle  desde  que  éste 
entró  en  Catamarca.  Cuando  Lavalle  pasó  á  La  Rioja, 
la  división  Lagos  y  la  que  comandaba  el  coronel  Maria- 
no Maza,  avanzaron  respectivamente  sobre  la  frontera  de 
aquella  provincia,  y  desde  ahí  el  primero  se  puso  en  con- 
diciones de  obrar  de  acuerdo  con  Ibarra,  el  segundo  con 
Aldao,  y  ambos  con  este  último  que  operaba  á  la  sazón 
sobre  La  Rioja.  ( ' ) 

Contemporizando  con  la  incierta  concurrencia  de  Bri- 
zuela  que  era  más  bien  un  estorbo  para  él,  Lavalle  fa- 
tigaba los  escuadrones  de  Aldao;  y  aun  obtenía  ventajas 


(1)  Notas  de  Oribe  á  Lagos,  originales  en  mi  archivo. — (Véase  el 
apéndice.) 

TOMO   III.  10 


—  '>i'>  — 

relativas  como  la  drl  coronel  Baltar  sobre  d  coinandante 
Lucas  Llanos  cu  Tasiiuíii.  y  la  del  coronel  Peñaloza  so- 
bre el  comandante  Pedro  Lchegaray.  Dueño  de  los  Lla- 
nos y  de  una  parte  del  sur  de  La  Rioja.  sólo  esperal)a 
que  se  le  incorporase  el  coronel  Acha  con  su  divisií'ju. 
para  tionar  la  ofensiva  sobre  Aldao.  El  coronel  Acha 
venía  en  efecto  del  lado  de  Catamarca  con  cjuinientos 
hombres  de  infantería  y  caballería.  El  20  de  mar/o 
llegó  á  las  Inmediaciones  de  Arauco,  y  en  vez  de  en- 
contrar a((uí  ;i  Lavalle.  que  le  llevaba  dos  días  de  ca- 
mino, se  vi()  envuelto  en  el  ejército  de  Aldao  que  acababa 
de  campar.  Pero  Acha  no  era  hombre  capaz  de  privar 
á  sus  soldados  de  la  ojiortunidad  de  medirse  con  honra, 
por  desigual  (|ue  fiui'se  la  partida.  Sobreponiéndose  á  las 
circunstancias  sostuvo  el  combate  mientras  fué  posible. 
Y  pudo  evitar  un  desbande  desastroso,  que  era  lo  más 
que  podía  conseguirse  ante  un  ejército  victorioso  que 
hubiera  podido  exterminarlo.  (  '  ) 

Este  Cí^ntraste  fué  tanto  más  fatal  para  Lavalle  cuanto 
que  á  partir  de  ese  momento,  quedó  cortada  la  comu- 
nicación entre  él  y  Lamadrid.  Para  asegurar  más  su 
triunfo.  Aldao  resolvi()  sobre  la  marcha  apoyar  á  los 
federales  de  Catamarca,  y  ocupar  la  capital  de  esa  pro- 
vincia.    Los  (Tuznn'in.  Vildosa.  Acuña.  Pintos,   Figueroa. 


(1)  véase  Biografía  do  Lavalle  por  el  comandante  Lacasa.  pá<í. 
189. — Véase  parte  de  Aldao  en  La  Gaceta  Merca^itil  del  19  de 
mayo  de  1841. — Carta  de  oribe  á  Laníos.  (Maniise.  ori.üina!  en  mi 
archivo.     (Véase    el  apéndice). 

El  g-eneral  Paz  dice  en  sus  Memorias  (tomo  111,  pá.u'-  97)  (|ne  la 
expedición  del  coronel  Acha  no  puede  ser  juzgada  por  faita  de 
datos.  La  correspondencia  de  Oribe  con  los  jefes  á  sus  órdenes 
en  la  campaña  del  41,  (|ue  original  poseo  en  una  buena  parte,  arroja 
los  datos  suficientes  para  describir  esa  operación  del  coronel  Acha 
cuyo  objeto  era  bien  conocido.  Este  no  era  otro  ([ue  el  de  roCoi'zar 
á  iiavalle  con  400  hombres  de  infantería,  con  los  cuales  este  últi- 
mo pensaba  batir  á  Aldao.  Acha  llegx)  á  Catamarca  el  O  de  marzo, 
escaso  de  cal)allos.     1mi  (■¡rcunstancias  en  (|ne   solicitaba  del   gober- 


-    ^24^  — 

Barrera  y  otros,  de  acuerdo  con  el  coronel  Juan  Ensebio 
Balboa,  quien  había  nnintenido  los  departamentos  del 
poniente  en  favor  de  las  armas  federales,  sólo  espiaban 
una  oportunidad  favorable  para  dar  en  tierra  con  don 
Marcelino  Augier.  á  quien  los  unitarios  habían  colocado 
en  el  gobierno.  ( ^ )  El  coronel  Maza  ocupó  la  ])laza  el 
31  de  marzo  con  una  división  fuerte  de  13UU  hombres,  y 
compuesta  del  batallón  Libertad,  dos  })iezas  de  artille- 
ría que  fueron  de  Lavalle,  dos  escuadrones  de  la  divi- 
sión Flores  y  un  escuadrón  de  milicias  catamarque- 
ñas.  (-)  El  gobernadíU' Augier  hizo  pie  con  sus  fuerzas 
á  pocas  cuadras  de  la  ciudad;  pero  después  de  una  tijera 
refriega  se  vio  obligado  á  huir  á  Tucumán,  dejando  esa 
provincia  en  poder  de  Maza,  quien  nombró  (el  10  de 
abril)  gobernador  provisorio  al  citado  coronel  Balboa. 

Pero  como  á  pesar  de  estas  ventajas,  Aldao  no  podía 
vencer  la  hábil  resistencia  que  le  oponía  Lavalle  en  los 
departamentos  de  La  Rioja,  Oribe  resolvió  ponerse  en 
marcha  sobre  esta  provincia,  haciendo  que  Aldao  se 
situara  en  el  Valle  Fértil  en  prevención  de  que  su  ene- 
migo pasara  á  Cuyo  corriéndose  por  Jachal  ó  por  Saño- 
gasta  desde  Famatina,  que  era  el  punto  en  que  se  encon- 
traba. Al  abandonar  con  sus  fuerzas  la  línea  de  Córdoba 
para  entrarse  en  los  llanos  de  La  Rioja.  era  indudable 


nailoi-  Augier  la  fuerza  que  éste  tenia  reunida-  para  incorporarla  ;i 
su  columna  y  seguir  para  La  Rioja,  recibió  chasque  de  Lamadrid 
de  que  volviese  para  Tucun.án.  Sea  que  no  pudiera  cumplir  esta 
orden  sino  á  costa  de  ser  sacrificado  por  las  fuerzas  de  Ori])e  ([ue 
conocía  su  movimiento,  ó  sea  que  prefiriese  obedecer  la  de  Lava- 
lle. el  liecho  es  que  Acha  siguió  camino  de  La  Rioja  dejando  á 
Augier  en  Cata  marca  y  dirigiéndose  hacia  Arauco  donde  le  dijeron 
se  encontraba  Lavalle.  En  vez  de  encontrar  á  éste  se  vio  envuel- 
iii  en    el  ejército  de  Aldao  como  queda  diclio.     (Véase  el  apéndice.) 

I  ' )  véase  la  carta  de  Guzmán  en  el  apéndice.  (^lanuscrito  en 
mi    archivo.) 

(-)  Carta  de  Maza  á  Lagos,  original  en  mi  archivo.  (Véase  el 
apéndice.     Véase  La  Gaceta  Mercantil   del    19  de  mayo  de  1<S41.) 


—  244  — 

([uc  reiiuiici'iba  \)ov  el  iiiomeiito  á  [)reseiitarle  batalla  á 
Lamadrid.  y  qiK;  prefería  concluir  con  Lavalle  calcu- 
lando, y  no  sin  razón,  que  una  vez  abatido  este  último 
se  abatiría  la  revolución,  y  á  él  le  sería  muy  fácil  vencer 
las  últimas  dificultades  en  el  interior;  todo  esto  sin  per- 
juicio de  dejar  entretanto  fuerzas  respetables  delante  de 
Lamadrid,  á  las  cuales  pudiera  replegarse  para  darle 
oportunamente  un  golpe  decisivo.  En  este  sentido  le 
ordenó  á  Lagos  que  incorporase  á  sus  fuerzas  las  del 
coronel  Maza  y  las  del  general  Gutiérrez;  amenazase  la 
frontera  de  Tucumán  y  promoviese  la  adhesión  de  los 
habitantes  á  las  armas  federales  «sin  aventurar  ningún 
combate,  pues  ningún  encuentro  desventajoso  debe  pro- 
porcionarse al  enemigo,  cuando  hay  la  seguridad  de 
vencerlo  dentro  de  poco,  como  indudablemente  sucederá». 
(')  Sobre  esto  mismo  escribió  á  Ibarra,  por  manera  que 
las  fronteras  de  Catamarca,  Santiago  y  Tucumán  queda- 
ban guarnecidas  con  fuertes  divisiones  que  podían 
maniobrar  combinadas,  en  tanto  que  el  general  en  jefe 
llenaba  los  objetos  que  lo  llevaban  á  La  Rioja. 

Á  mediados  de  abril,  Oribe  empezó  á  mover  sus  divi- 
siones. El  30  dejó  su  cuartel  general  de  Córdoba  y  divi- 
dió su  ejército  en  tres  fuertes  columnas  que  marcharon 
en  dirección  á  La  Rioja,  ocupando  las  posiciones  más 
favorables  y  reservando  en  cuanto  era  posible  sus  medios 
de  movilidad  para  el  momento  de  las  operaciones  deci- 
sivas. Porque  Oribe,  en  su  carácter  de  general  en  jefe 
de  las  fuerzas  que  maniobraban  en  el  interior,  tomó  todas 
las    precauciones   y    utilizó   todos  los   recursos    que    le 


( i )  Nota  y  carta  de  Oribe  á  Lagos,  manuscrito  original  en  mi  arclii- 
vo.  Véase  el  apéndice.  En  tros  cartas  sul)siguientes  Oribe  le  recomienda 
muy  especialmente  a  Lagos  que  no  comi)rometa  combate,  á  pesar  úe 
(jue' Lagos  le  manifiesta  (jue  se  encuentra  á  13  leguas  del  campo  de 
Lamadrid,  y  que  se  considera  fuerte  para  batirlo.  (Papeles  de  Lagos). 


—  245  — 

sillería  su  iiidispiitable  talento  iiiilitai-,  [)ara asegurar  el 
tíxito  de  esa  campaña  en  la  cual  estaba  comprometida 
su  reputación.  Á  sus  hábiles  disposiciones,  á  su  infati- 
gable actividad,  á  la  rajiidez  de  los  movimientos  con 
que  sacaba  partido  de  un  enemigo  no  menos  hábil  y 
resuelto,  se  debía  la  disputada  victoria  del  Quebracho, 
la  sorpresa  de  San  Cala  y  la  retirada  de  Lavalle  hasta 
un  teatro  que  le  ofreciera  algunas  facilidades  para  el 
género  de  guerra  que  se  vería  obligado  á  hacer  en  esas 
circunstancias.  Y  cuando  contaba  con  la  suma  mayor 
de  recursos,  no  quería  exponerse  á  un  fracaso,  siquiera 
fuese  parcial,  que  restableciese  la  moral  del  adversario 
y  lo  ol)ligase  á  él  á  variar  su  plan  madurado  y  en  vías 
de  ejecución  definitiva.  Y  el  es[)íritu  desprevenido  ve  en 
esta  prudencia  calculada,  en  estas  precauciones  que  van 
sumando  probabilidades  favorables,  y  hasta  en  el  recelo 
incierto  que  inquieta  el  espíritu  nervioso  del  que  sabe 
que  va  á  vencer,  el  mejor  elogio  que  Oribe  podía  hacer 
de  Lavalle.  Oribe  nunca  ocult()  el  respeto  que  le  inspi- 
raban los  talentos  militares  de  Lavalle;  y  éste  y  Paz 
estaban  contestes  en  que  Oribe  era  el  primer  general  de 
los  que  les  o])onía  Rozas  en  nombre  de  la  federación. 
Es  que  Lavalle  y  Oribe  pertenecían  á  la  misma  escuela 
de  la  guerra  de  la  Independencia,  en  la  que  el  genio  y 
el  valor  encontraban  á  cada  paso  dignos  ejemplos  que 
imitar  y  ancho  campo  para  desplegar  con  ventaja  las 
cualidades  y  las  dotes  que  brillaban  al  favor  de  nobles 
estímulos.  Cierto  es  que  en  su  vida  militar.  Lavalle 
conquistó  laureles  singulares  en  premio  de  heroicos 
hechos  de  armas;  y  que  San  Martín  y  Bolívar  le  dieron 
testimonio  de  creerlo  el  primero  entre  los  primeros. 
Pero  no  es  menos  cierto  que  Rondeau  y  Alvear  fueron 
testigos  del  heroísmo  de  Oribe  en  el  Cerrito  de  la  Vic- 
toria (1811);  y  que  Lavalle  lo  vio  en  sus  mismas  filas 


—  'HC)  — 

arrojar  sus  cliarrt'tcras  s()l)re  p1  eueiniLío  y  lanzarse  con 
los  suyus  á  buscarlas  en  el  glorioso  campo  de  Gutizaingó. 
Gomo  lioml)i'es  de  guerra,  Lavalle  y  Oribe  se  distin- 
guieron res])ectivamente  en  el  teatro  opuesto  adonde  los 
Jlevaron  sus  ideas  y  las  circuustancias  azarosas  de  uua 
época  de  revolución  y  de  guerra.  Los  nuevos  méritos  que 
el  primero  había  contraído  en  Cutizaingó  le  crearon  un 
émulo  en  el  segundo,  fuera  de  los  que  ])or  su  i)arte  con- 
trajo. Y  la  alianza  que  aquél  laln-ó  después  con  Rivera 
y  los  franceses  para  luchar  contra  Rozas  y  contra  Orilte, 
le  proporcion(3  á  este  último  el  medio  de  satisfacer  el 
voto  de  su  espíritu  enérgico  y  pertinaz,  de  vencer  ])or 
sus  manos  al  rival  afortunado  á  quien  aclamaban  par- 
tidarios entusiastas,  y  que  le  cerraba  el  paso  al  gol)ierno 
de  la  República  Oriental  con  la  misma  arrogancia  con 
que  le  había  disputado  la  iirimacía  en  el  ejército  rcp//- 
b  lira))  o. 

Y  Oribe  tenía  algo  como  la  visión  de  que  vencería  á 
Lavalle.  Así  lo  dice  el  método  con  que  comenzó  su 
campaña  del  año  1840;  las  operaciones  que  llevó  á  cabo 
una  tras  otra  desde  antes  del  Quebracho,  y  sus  propias 
declaraciones  en  las  que  anticipa  á  los  jefes  de  divisituí 
el  resultado  casi  fatal  de  sus  movimientos,  y  la  nece- 
sidad en  que  se  verá  Lavalle,  á  causa  de  éstos,  de  irse 
aproximando  á  un  ocaso  cuyos  grados  él  va  sumando 
fríamente.  Adviértase  que  Oribe  sostenía  dos  luchas 
contra  Lavalle:  la  del  fanatismo  de  sus  ideas  partidistas 
que  lo  empujaba  á  los  extremos,  y  la  del  amor  propio 
del  general  que  tenía  que  habérselas  con  una  de  las  i)ri- 
meras  espadas  del  ejército  de  los  Andes,  y  á  la  cual 
debía  rendir  so  pena  de  perder  fama,  poder  y  porvenir 
político.  Se  comprende,  pues,  (jue  por  temperamento  ó 
por  conducta  sólo  se  dejase  conducir  en  lo  militar  por 
la  prudencia  razonada,  que  consulta  no  tanto  la  premura 


^^ 


—  ¿47  — 

cuanto  la  importancia  de  una  veutaja.  Lo  cierto  es  que 
él  calculaba  sobre  las  probabilidades  de  dos  ó  más  com- 
bates, y  si  de  sus  disposiciones  casi  siempre  acertadas 
dedncía  la  ventaja  que  quería  conseguir,  entonces 
comprometía  sus  armas  y  era  infatigable  y  se  centupli- 
caba p-ara  llevar  adelante  el  plan  que  se  babía  propuesto. 
Así  procedió  en  Santa  Fe  basta  obligar  á  Lavalle  á  dar 
la  batalla  del  (^uebraclio:  así  fué  como  logro  sorprender 
á  Vilela  en  San  Cala. 

Lavalle,  liado  por  el  contrario,  en  la  generosidad  de 
la  estrella  que  iluminaba  su  nombre  histórico,  y  en  que 
los  pueblos  se  pondrían  bajo  sus  banderas,  creyó  hu- 
millar el  orgullo  de  ese  general  de  Cutizaingó  que  pre- 
tendía oponerle  las  barreras  de  la  estrategia,  á  él.  al 
capitán  de  Maipú.  al  comandante  de  granaderos  á  ca- 
ballo, al  que  se  había  abierto  paso  con  su  sable  corvo, 
dando  diez  y  veinte  cargas  en  Río  Bamba.  Moquegua 
y  Pasco.  Pero  bien  pronto  vi('»  que  ni  las  brillantes 
concepciones  de  su  espíritu  atrevido,  ni  las  proezas  de 
valor  de  sus  partidarios,  obtenían  ventaja  sobre  la  es- 
trategia que  desplegaba  su  contrario,  empeñado  en  ven- 
cerlo cieutííicamente.  Cuando  Lavalle  quiso  moderar 
sus  arranques  y  sujetarse  dentro  de  los  límites  de  una 
prudente  defensiva  hasta  encontrar  la  oportunidad  con- 
veniente, ya  su  contrario  le  llevaba  ventajas  que  él  no 
}todía  contrabalancear,  porque  le  era  muy  difícil  crearse 
nuevos  recursos,  ni  menos  detenerse  á  medio  engrosar 
los   que  le  quedaban. 

Oribe  profundizaba  más  que  Lavalle  el  estudio  ge- 
neral de  las  operaciones  que  practicaba,  ligadas  en  cuanto 
ei-a  i)osible  las  unas  con  las  otras.  Lavalle  medía  siem- 
pre rápidamente  su  teatro  de  guerra,  y  arrancaba  con- 
cepciones brillantes  á  su  indisputable  talento  militar. 
De  aquí  es  que  aquél  se  distinguió  principalmente  cuando 


—  248  — 

comandó  en  jefe;  y  que  las  grandes  proezas,  los  gran- 
des éxitos  de  éste  se  sucedieron  como  otras  tantas  pá- 
ginas luminosas  de  romance  cuando  nianiol>raba  con 
arreglo  á  un  plan  general  del  cual  no  podía  apartarse 
sino  á  mérito  de  circunstancias  extremas  que  queda- 
ban libradas  á  su  pericia  y  á  su  temerario  valor.  Así 
fué  como  se  hizo  famoso  en  Putaendo,  en  Pasco,  en 
Río  Bamba  y  en  Pichincha,  recibiendo  envidiables  galar- 
dones de  San  Martín,  de  Bolívar  y  de  Sucre.  Oribe  te- 
nía más  genio  que  Lavalle  para  idear  y  preparar  el 
plan  general  de  una  campaña.  Lavalle,  más  que  en  las 
reglas  de  la  ciencia  militar  y  en  los  principios  de  la 
estrategia,  se  fiaba  en  el  caudal  de  su  propia  experien- 
cia, la  cual  le  sugería  medios  atrevidísinnjs  para  desba- 
ratar ese  plan.  Á  estar  á  lo  que  dicen  los  críticos  de 
los  compañeros  de  Napoleón  respecto  de  Lannes  y  de 
Ney,  Oribe  era  un  trasunto  del  primero  y  Lavalle  del 
segundo. 

Mirados  desde  otro  punto  de  vista,  lo  primero  que 
se  alcanza  es  la  desigualdad  de  la  lucha.  Por  una  parte 
los  contrastes  que  abaten  la  moral  del  partidario,  ale- 
jan á  los  tímidos  y  provocan  la  reacciíui  entre  la  turba 
multa  de  los  idólatras  del  éxito.  Por  la  otra  la  adhesión 
de  las  .provincias  á  la  federación,  tanto  más  pronun- 
ciada cuanto  que  veían  en  el  general  Lavalle  el  aliado 
de  los  franceses,  con  cuyos  dineros  había  hecho  la 
guerra  hasta  el  momento  que  éstos  pactaron  con  el  go- 
bierno de  Piozas;  pero  declarando  él  que  la  guerra  se- 
guiría hasta  que  sucumbiese  uno  de  los  dos  partidos, 
el  federal  ó  el  unitario.  En  tales  circunstancias  Lavalle 
encontraba  cada  día  mayores  resistencias,  las  cuales 
})onían  á  prueba  su  bien  templado  corazón,  pues  lo  pri- 
vaban de  los  recursos  necesarios  para  luchar,  no  ya 
contra  Rozas,  pero  ni  siquiera  contra  los  gobernadores 


—  '249  — 

y  generales  que  auxiliados  por  Rozas  marchaban  sobre 
él  con  ejércitos  que  constituían  la  principal  fuerza  de 
todas  las  provincias  del  interior.  Y  Oribe  tenía  de  su 
parte  el  apoyo  de  los  gobiernos  y  el  de  la  masa  de  los 
pueblos  desde  Córdoba  hasta  Mendoza.  Todo  el  interior 
y  todo  Cuyo  en  armas  para  desalojar  á  Lavalle  de  La 
Rioja.  sofocar  la  efímera  Coalición  del  norte  que  vivía 
galvanizada  con  bi  presencia  de  Lamadrid.  y  bajar  nue- 
vamente al  litoral  donde  Paz  hacía  pie  organizando  un 
ejército  como  él  sabía  hacerlo.  Era  esta  última  la  más 
ardiente  aspiración  de  Oribe:  batir  al  primer  táctico 
argentino,  al  invencible  Paz...  Y  Paz  que  parecía  que 
tenía  pacto  hecho  con  la  fortuna  })ara  asegurar  la  exac- 
titud de  sus  cálculos,  le  habría  presentado  quizá  un 
segundo  Caaguazú.  Á  la  política  absorbente  de  Rivera 
se  debió  el  que  esto  no  sucediera  así.  Su  derrota  en  el 
Arroyo  Grande  le  i)roporGÍonó  á  Oribe  este  doble  bene- 
ficio. 

Y  si  se  considera  la  posición  respectiva  en  que  es- 
taban colocados,  y  las  circunstancias  especiales  del  tea- 
tro en  que  actuaban,  todavía  se  ve  más  desigual  la 
partida  á  muerte  á  que  se  retan  Lavalle.  arrogante  y 
decidido  hasta  el  ñn  como  un  Graco,  y  Oribe  fiero  é 
implacable  como  Jugurtha  cuando  iba  persiguiendo  la 
cabeza  de  su  hermano  para  sentarse  en  el  trono  ensan- 
grentado de  Numidia.  Á  pesar  de  su  calidad  de  general 
en  jefe  interino  del  ejército  unido  de  vanguardia.  Oribe 
era  el  único  director  de  la  guerra  en  las  provincias  del 
interior  y  de  Cuyo.  Así  rezaba  en  las  instrucciones  que 
le  dio  Rozas  en  su  carácter  de  general  en  jefe  de  los 
ejércitos  de  mar  y  tierra  de  la  Confederación ;  y  como 
tal  él  trasmitía  las  que  juzgaba  convenientes  á  Aldao 
en  Mendoza,  á  Benavidez  en  San  Juan,  á  Lucero  en 
San  Luis,  á  Ibarra  en  SantiaQo.  á  Gutiérrez  en  la  fron- 


—  •¿-)()  — 

tera  de  'riiciiiii;iii.  sin  excluir  ;i  I^acheco  que  iiiaiidalia 
su  van<^uai'(lia.  Así  era  como  coiiservabci  en  sus  manos 
la  unidad  de  mando  y  de  acción;  y  siempre  que  hizo 
uso  de  la  una  (')  ejercit(')  la  otra,  todos  esos  generales 
¡¡rocedieron  naturalmente  de  acuerdo  con  sus  disposi- 
ciones. Por  menos  que  por  no  liaber  cumplido  estas 
últimas.  Aldao  fué  suplantado  por  Benavidez  después 
de  la  rendici(>n  de   Acdia. 

LaA'alle.  como  jefe  armado  de  una  revoluciíjn  que  no 
encontr<'>  en  las  ])rovincias  el  eco  que  él  y  sus  amigos 
imaginaron,  tenía  que  contar  sobre  las  simpatías  que 
despertaban  su  nombre  y  sus  hechos  y  sobre  las  inlluen- 
cias  eventuales  ({ue  le  prestasen  los  caudillos  ])restigio- 
sos.  Y  fuera  efecto  de  su  carácter  desigual  y  á  las  veces 
intransigente,  ()  de  maniobras  de  sus  adversarios,  ó  de 
resistencias  invencibles  en  el  común  de  los  pueblos,  el 
hecho  es  que  estos  caudillos  se  encastillaron  en  un  loca- 
lismo estrecho,  haciéndole  á  Lavalle  una  concurrencia 
que  servía  más  á  la  causa  de  los  federales  que  á  la  que 
pretendían  sostener.  Así  procedi(3  Ferré  en  Corrientes 
y  Brizuela  en  La  Hioja.  Además,  por  sobre  toda  otra 
concurrencia.  Lavalle  se  encontraba  con  la  de  Lamadrid, 
jefe  de  otro  ejército  libertador,  al  cual  no  podía  poner 
bajo  sus  órdenes,  ni  del  cual  podía  recibir  órdenes  tam- 
poco. Y  aunque  ambos  contemporizaban  y  se  auxilia- 
l)an  como  podían,  el  resultado  era  que  sus  operaciones 
perdían  en  unidad,  rapidez  y  exactitud  lo  que  ellos  se 
prodigaban  en  delicadeza  y  en  escrúpulos  para  no  inva- 
dir su  comando  respectivo  ni  desbaratar  los  sendos 
movimientos  que  hacían  por  su  cuenta,  i'i  Ya  se  com- 
prenderá (|ue  era  (Jribe  (juien  más  aprovechaba  de  esta 
concurrencia. 


(  ')  Véase  lo  que  dice  al  re8i)ect,o  el  «íoiieral  Paz.  (Me/norias,  lomo 
III,  páfí.  94  y  siguientes.) 


—  251  — 

En  medio  de  estas  cii'ciinstaiu'ias  ú  cual  más  des- 
favorable, sufriendo  el  rigor  de  dolencias  físicas  y  des- 
engaños que  iban  alejando  sus  esperanzas;  coartado  en 
su  acciíju  y  en  sus  recursos  por  los  mismos  que  hacían 
valer  su  n<tml)re  y  sus  hazañas;  persiguiendo  una  pere- 
grinación guerrera  más  bien  que  una  campaña  militar 
en  su  acepción  estricta.  Lavalle  recibió  aviso  del  coro- 
nel  Peñaloza  de  que  el  ejército  de  Oribe,  dividido  en 
tres  fuertes  columnas,  se  aproximaba  á  La  Rioja  por 
el  lado  de  Córdoba.  Como  se  hubiese  ya  conseguido  el 
objeto  que  lo  retenía  en  La  Rioja,  es  á  saber,  que 
Lamadrid  organizase  su  ejército  en  Tucumán;  y  como 
cualquiera  de  las  tres  columnas  de  Oribe  bastase  para 
destruirlo.  Lavalle  inici(')  una  retirada  tanto  más  peli- 
grosa cuanto  que  las  poblaciones  de  su  tránsito  se  pro- 
nunciaban por  los  federales,  y  él  no  era  dueño  ni  del 
terreno  que  pisaba.  Pero  antes  de  narrar  estos  hechos 
fuerza  es  trasladarse  á  Buenos  Aires  que  era  el  punto 
céntrico  del  conjunto  político  que  se  venía  armonizando 
á  través  de  represiones  sangrientas,  y  que  se  llamó 
Confedararión  Argentina,  verdadero  y  único  punto  de 
arranque  de  lo  que  hoy  llamarnos  República  Argentina. 
Los  ruidosos  sucesos  que  allí  tenían  lugar  mientras 
Oribe  conducía  los  ejércitos  sobre  Lavalle  y  Lamadrid 
iníluyeron  en  el  modo  de  terminar  esta  lucha  sin  aho- 
rrar la  sangre  que  se  vertió  á  torrentes,  ni  el  sacrificio 
que  se  arrostr(')   liasta  el   lin. 


CAi^írrí.o  XL 


OI'IMUX     Y    REACCIÓN 


nsii) 


SiMAiuo:  I.  Rcsislincia  en  el  litoral.—  11.  Diliciiltades  financieras  en  Buenos  Aires: 
estado  de  la  liaeienda  pública.  —  III.  Escrupulosidad  de  Rozas  en  el 
manejo  de  los  dineros  públicos:  sistema  de  administración  que  funda: 
declaración  postuma  de  sus  enemigos.  —  IV.  Movimiento  controlado  délas 
diversas  reparticiones:  publicidad  de  las  cuentas. — V.  Calidad  y  respon- 
sabilidades de  los  funcionarios.  —  VI.  Declaraciones  de  Rozas  al  respecto. 

—  VII.  Declaración  de  la  legislatura  cuando  Rozas  renuncia  el  mando: 
motivos  en  que  ella  se  fundaba.  — VIII.  Hechos  singulares  y  caracterís- 
ticos que  abonan  esos  motivos.  —  IX.  Lógica  de  los  ideales  encarnados 
en  Rozas.  —  X.  Honores  y  titules  que  el  pueblo  y  los  poderes  acuerdan 
á  Rozas.  — XI.  Ejemplos  del  uso  que  de  ellos  se  hacia  y  se  hace  en  Europa 
y  Améi'ica.  —  XII.  Razones  que  da  Rozas  para  declinarlos.  —  XIII.  Porqué 
acepta  el  monumento  de  gloria. — XIV.  Xueva  tentativa  para  matar  á 
Rozas:  antecedentes. — XV.  El  envió  de  la  sociedad  de  Anticuarios  del 
Norte  y  la  trama  de  Rivera  Indarte.  —  XVI.  El  cónsul  Acevedo  Leite  y  la 
mfJQuina  infernal. -^XXll.  Curiosidad  que  aquél  presente  provoca  en 
doña  Manuela  de  Rozas.  —  XVIII.  Cómo  y  porqué  pretende  ésta  abrir  el 
cofre  que  contenia  la  máquina  infernal.  —  XIX.  Lo  que  se  cree  observar 
dentro  del  cofre.  —  XX.  Rozas  abre  el  coñ-e  por  sus  manos:  impresiones 
de  dos  testigos  oculares.  — XXI.  Porqué  no  se  atenúa  este  asesinato  frus- 
trado.—  XXII.  Él  pone  de  manifiesto  las  fuerzas  del  gobierno  de  Rozas. 

—  XXIII.  .\ctitrd  de  la  legislatura. — XXIV.  Las  felicitaciones  de  las 
corporaciones:  calidad  de  los  nombres  que  las  suscriben. — XXV.  Senti- 
mientos que  tales  felicitaciones  revelan.  — XXVI.  Carácter  especial  de  las 
délos  señores  Arana,  Sarrateaydelobisjio  y' senado  del  clero. — XXVII.  Las 
felicitaciones  del  interior  y  del  exterior:  aclaraciones  del  cónsul  Acevedo 
Leite. — XXVIII.  Otra  consecuencia  política  del  asesinato  frustrado:  nue- 
vos rumbos  de  los  notables  de  Buenos  Aires.  —XXIX.  Franca  iniciativa 
de  don  José  Maria  Roxas  y  Patrón  :  el  sucesor  de  Rozas  para  el  caso  en 
que  éste  desapareciese.  —  XXX.  Hechos  notorios  que  podian  preparar  esta 
sucesión  á  doña  Manuela  de  Rozas. — XXXI.  Precedentes  oficiales  esta- 
blecidos á  este  respecto.  —  XXXII.  Los  notables  comunican  á  Rozas  su 
proyecto:  significativas  palabras  con  que  éste  los  desahucia  :  análago  sig- 
nificado que  le  dio  posteriormente  doña  Manuela  de  Rozas. — XXXIII. 
Resumen  de  probabilidades.  — XXXIV.  Comparación  entre  ésta  y  las 
tentativas  anteriores.  —  XXXV.  Principios  y  bases  en  que  se  fundaba  la 
tentativa  de  los  federales  de  1841:   concenso  de  los  publicistas  modernos 

—  XXXVI.  Impresiones  postumas  del  iniciador  de  esta  tentativa. 


Los  desastres  de  Lavalle  le  i»erniitíaii  al  gobierno  de 
Rozas  concentrar  su  atención  en  el  litoral,  amagado  por 


—  253  — 

el  ejército  que  orgaiiizabíi  el  general  Paz  eii  Corrientes 
y  por  el  que  operaba  á  las  órdenes  de  Rivera.  La  pre- 
sencia del  general  Paz  era  de  suyo  un  peligro  para  el 
gobierno;  y  si  se  agrega  que  Ecliagüe,  general  en  jefe 
del  ejército  unido  en  Entre  Ríos,  no  se  encontraba  en 
condiciones  de  batir  á  Paz,  se  comprenderá  que  muy 
bien  podían  compensarse  aquellos  desastres  con  las  ven- 
tajas que  se  obtuviesen  por  este  lado.  Si  Paz  se  apo- 
deraba de  Entre  Ríos,  y  Rivera  y  Ferré  tenían  el  buen 
sentido  de  dejarlo  hacer,  era  indudable  que  aquél  pasa- 
ría á  Buenos  Aires  á  disputarle  á  Rozas  el  terreno.  Y 
si  Paz  se  resolvía  á  pasar,  era  porque  contaba  con  pro_ 
babilidades  mucho  más  serias  que  las  que  le  hicieron 
tener  en  cuenta  á  Lavalle,  Ya  se  verá  porqué  Paz  no  pudo 
seguir  su  plan,  y  quiénes  tuvieron  la  culpa  de  ello. 

Y  á  ese  peligro  precedían  las  insuperables  dificultades 
financieras  que  databan  del  bloqueo  francés,  y  que  se 
dejaban  sentir  con  mayor  fuerza  á  medida  que  aumen- 
taban los  gastos  de  la  guerra  civil  en  la  República,  los 
cuales  eran  sufragados  en  su  casi  totalidad  con  las  solas 
entradas  de  la  provincia  de  Buenos  Aires.  Estas  entra- 
das no  bastaban  para  llenar  esas  necesidades,  con  ser 
(j[ue  en  el  año  de  1840  excedieron  de  9.000.000  de  pesos  (') 
á  las  del  de  1839,  pues  alcanzaron  á  35.000.000  próxima- 
mente; y  que  para  1841  se  calculaba  todavía  un  exceso 
sobre  esta  última  suma.  Pero  la  deuda  particular  exi- 
gible  que  en  1839  importaba  $  3.843.687  f ,  se  elevó  en 
1840  á  $  15.552.824  |;  y  el  déficit,  de  $  14.343.521.5  i, 
se  elevó  á  $  14.681.551.1  ¿.  El  servicio  de  la  deuda  in- 
terna se  hacía  con  toda  puntualidad;  y  en  cuanto  á   la 


(*)  El  peso  papel  moneda  de  entonces  equivalía  al  antiguo 
sextercio  romano;  á  cuatro  centavos  fuertes,  á  veinte  céntimos  de 
l'i'anco. 


—  '¿")l  — 

deiidci  cxte.i'ioi'  vi  L;ol)iern(>  no  podíii  menos  (|uc  mani- 
festar ú  la  legislatura  que  «no  olvidaba  sus  compromisos 
con  el  euipréstito  de  luglaterra:  circuustancias  notorias 
é  invencibles  han  retardado  se  verifique  un  arreglo  que 
no  ofrezca  dudas  sobre  el  cumplimiento  en  el  pago  de  él  ». 
Sólo  la  perseverancia  de  Hozas  y  el  rigoroso  sis- 
tema ([ue  implantó  i)ara  la  buena  administración  de 
de  los  dineros  públicos,  pudieron  impedir  que  el  país 
se  precipitase  en  la  más  espaidosa  bancarrota.  Kn 
la  pureza  para  administrar  la  renta  pública.  Rozas 
fué  propiamente  el  gran  continuador  de  Rivadavia;  el 
único  que  lo  sobrepas(')  quizá  en  este  sentido,  pues 
sobre  los  princi])ios  y  reglas  que  estableció  ese  ilustre 
estadista.  Rozas  puso  en  práctica  y  couserv(')  durante 
diez  y  ocho  años  consecutivos  todo  nn  sistema  de  ad- 
ministración, que.  así  por  la  sencillez  como  por  el  mé- 
todo rigoroso  al  cual  estaba  subordinado,  y  la  calidad 
de  las  i)ersonas  encargadas  de  conducirlo,  ofrecía  posi- 
tivas garantías  y  proporcionaba  al  último  hombre  del 
común  el  medio  fácil  de  conocer  la  verdad  acerca  de 
la  recepción,  distribución  é  inversión  de  todos  los  in- 
gresos que  formaban  el  tesoro  [)iiblico.  Tal  escrupulosi- 
dad y  tal  exactitud  fueron  siempre  geniales  en  Rozas, 
así  en  lo  tocante  á  los  cuantiosos  bienes  que  adquirió 
con  su  trabajo  personal  (')    como  á   los  bienes  públi- 


(  ')  Cuando  tei'ininó  la  sociedad  Rozas  y  Ten-ero  (1.S36),  la  rortuiia 
(le  don  Juan  Manuel  de  Rozas  era  ya  consideral)le,  más  considerable 
([ue  l-i  de  los  señores  Anchorena.  á  juz<far  por  un  estado  del  paji'o  de 
la  contribución  directa,  (jue  se  registra  en  La  Gacela  Mercantil 
de  mediados  de  1839,  y  en  el  cual  aparecen  los  últimos  pagando  una 
cuota  de  12.000  y  pico  de  pesos,  mientras  que  la  pagada  por  aquél 
alcanza  á  13.000  y  pico  de  la  misma  moneila  Según  consta  de  los  re- 
cibos de  pago  de  contribucicui  directa  (|ue  originales  he  tenido  á  la 
Aisla,  Rozas  pagó  en  los  años  1840  á  1842  próximamente  esa  misma 
suma  de  13.000  pesos  i)or  tal  impuesto  sobre  sus  bienes  propios, 
excepción  hecha  de  los  do  su  esposa  doña  líncarnación  Kzcurra,  (¡iuí 
pasaron  á  sus  dos  hijos  don  .luán  Hauíista  y  doña  Manuela. 

Los   recibos   á    (jue   me    i-etiero  eomju'enden    fincas   en   la  ciudad. 


eos  que  adiniíiistró  \c'oii  ivctitud  intachable,  y  de 
lo  cual  blasonó  hasta  en  los  días  de  su  vejez  in- 
di,nente.  Así  lo  han  reconocido  con  nobleza  sus  más 
irreconciliables  enemigos.  « Ni  los  gobiernos  perso- 
nales de  la  época  embrionaria  de  nuestra  organización, 
decía  el  general  ex-presidente  Mitre,  ni  los  caudillos 
incultos  que    han   dominado  en    las  provincias,  se  han 


quintas,    campos    y   ganados,    y   suman    las    siguientes   cantidades, 
avaluado;    los  bienes  raíces  á  razíui    de  2 '/„  v  los    semovientes  á 

CAPITAL  CUOTA 

Fincas  en  la  ciudad .S  400. OOd  S  800 

(Quintas— L'alei-nio »  500.000  »  1 .000 

Campos  —  Matanza,     Monte. 

I.as  Flores »  880 . 000  »  1 . 77:2 

(ianados  de  toda  especie »  :¿. 372. 000  »  9.488 

,S  13.000 

Hozas  siguió  pagando  esta  suma  los  años  suljsigui(!ntes,  á  pesar 
de  la  ley  de  25  de  marzo  de  1841  que  lo  eximió  del  pago  de  impues- 
tos; por  manera  que  su  fortuna,  á  pesar  de  no  recibir  de  él  los  cui- 
dados ([ue  otrora  le  consagró,  era  mayor  que  la  de  los  Ancliorena. 
Ahora  bien,  los  señores  Ancluu'ena,  propietarios  desde  entonces  de 
fincas  en  la  ciudad  y  de  los  campos  (leí  sur  que  el  mismo  Rozas  les 
compró,  poblándoles  y  administi'ándoles,  á  título  gratuito  de  amigo 
y  pariente,  cuatro  grandes  estancias  durante  varios  años,  han  au- 
mentado consi  lerableiuentí!  su  fortuna,  principalmente  al  favor  del 
incremento  prodigioso  que  ha  venido  tomando  la  i)rcpiedad  raíz 
en  estos  últimos  años,  y  que  ha  llegado  al  punto  de  (pie  las  propie- 
dades urbanas  que  se  ofrecían  por  80.000  pesos,  hánse  vendido  y  se 
venden  á  300.000  y  más  patacones;  y  la  legua  de  campo  (|ue  en  el 
Monte,  Las  Flores  y  demás  partidos  del  sur,  apenas  valia  800  pesos, 
es  buscada  hoy  y  pagada  á  , razón  de  120.000  y  más  pesos.  I.no  de 
los  señores  Anchorena  (don  Nicolás)  testó  al  morir  (1884)  cerca  de 
12  millones  de  duros.  Si  en  1840  Rozas  tenia  mayor  capital  ((ue  los 
señores  Anchorena,  y  si  cuarenta  y  cinco  años  desjiués  el  hijo  de 
uno  de  ellos  testa  12  millones  de  duros,  es  dable  asignarle  igual 
monto  en  la  actualidad  á  la  fortuna  que  perteneció  á  aquél  y  que 
confiscó  el  gobi(!rno  de  Buenos  Aires  «para  responder  con  fdla  á  los 
perjuicios  que  sufrieron  los  particulares  bajo  el  gobierno  despóti- 
co». Son  12  y  más  millones  arrojados  por  la  venganza  política 
en  el  fondo  de  una  caja  cnya  llave  se  ha  perdido,  asi  para  el  pueldo 
que  no  los  ha  visto  figurar  hasta  ahora  en  las  cuentas  del  Estado, 
en  tiempo  de  los  gobiernos  que  las  publicaban,  como  i)ara  los  ¡lar- 
ticulares  damnificados  que  hasta  ahoi-a  se  han  presentado  á  recla- 
mar  los  pei'ju icios  á  que  se  refería   la  ley  de   confiscación! 


—  ■^m  — 

atrevido  jaiuás  ;i  (lis[)()ii('i' de  los' caudales  [nildicos  para 
su  exclusivo  provecho.  Los  dineros  del  pueblo  eran 
sagrados,  y  en  medio  de  la  auaríjuía  de  la  revolución, 
y  de  la  guerra,  ningún  gobernante  en  nuestro  país  ha 
convertido   esos  caudales  en  su  propia  fortuna.  (  ' ) 

Üesde  luego,  el  movimiento  controlado  de  la  conta- 
duría. rece])toría  y  tesorería  general,  en  la  forma  en 
(jue  lo  he  mencionado  en  el  tomo  I,  y  sujeto  por  la 
proj)ia  concurrencia  de  las  operaciones  de  detalle  y  por 
1;!.  publicidad  diaria  de  estas  ültinnis.  á  una  exactitud 
que  no  ¡¡odia  violarse  impunemente,  Pero  sobre  todo 
la  publicidad,  la  ain})lia  publicidad  de  las  cuentas  del 
Estado,  que  constituye  uno  de  los  principales  deberes 
de  todo  gobierno  regular,  como  que  es  una  regla  esen- 
cial y  un  signo  visible  de  buena  administración.  Así, 
en  cualquier  número  que  se  tome  de  La  Gaceta  Mercan- 
til se  encontrará  partida  por  partida,  y  con  una  preci- 
sión y  claridad  que  exceden  al  escrúpulo,  el  estado  diario 
de  la  tesorería  general,  de  la  receptoría  y  el  informe  de 
la  contaduría  sobre  cada  una  de  las  cuentas  examina- 
das. Y  en  la  misma  Gaceta  y  en  el  Registro  Oficial,  el 
estado  mensual  de  la  circulación  de  billetes  de  tesorería; 
el  balance  de  letras  de  receptoría;  el  recuento  practicado 
de  cada  uno  de  los  billetes  y  letras  existentes,  confor- 
mes con  los  cargos  de  la  contaduría;  la  cantidad  de 
billetes  en  circulación  de  la  casa  de  moneda;  las  entra- 
das y  salidas  de  la  caja  de  depósitos;  el  estado  de  los 
fondos  públicos,  el  de  la  deuda  clasificada,  etcétera.  Todas 
las  reparticiones  y  oñcinas  de  la  administración  estaban 
como  abiertas  de  par  en  par  á  la  mirada  y  al  conoci- 
miento   del    público,  aun    por    lo    que  hacía   á    ciertos 


( * )  Articulo  del  genci'al  P>;ii'tolomé  Mitre  en  La  Nación  del  27  de 
mavo  do  1887. 


detalles  sobre  la  inversi(3n  de  los  fondos  votados  aiiiial- 
iiiente  para  las  eventualidades  de  la  administración,  que 
por  lo  general  callan  los  gobiernos. 

Agregúese  que  al  frente  de  las  principales  reparti- 
ciones administrativas.  Rozas  tuvo  el  raro  mérito  de 
colocar  y  conservar  hombres  espectables  por  su  hono- 
rabilidad, capacidad  y  posición  social,  como  don  Ber- 
nabé de  Escalada,  Miguel  Ambrosio  Gutiérrez,  Narciso 
A.  Martínez,  Juan  Alsina,  Miguel  de  Riglos,  Daniel 
Gowland,  Juan  de  Victorica,  Joaquín  de  Rezábal,  Lau- 
reano Rufino.  Manuel  Blanco  González,  en  la  casa  de 
moneda  (Banco  de  la  Provincia);  don  Juan  Bautista 
Peña,  Juan  J.  Alsina,  Bonifacio  Huergo.  Simón  R.  Mier. 
Andrés  Ibáñez  de  Luca.  en  el  Crédito  Público;  don  Juan 
Antonio  de  Albarracín.  don  Pedro  C.  Pereyra.  don  Fe- 
lipe de  Ezcurra,  don  Juan  G.  Urquiza,  don  Victorino 
Fuentes,  en  la  Contaduría,  Receptoría  y  Tesorería  ge- 
neral, y  se  comprenderá  cómo  las  garantías  que  ofrecía 
la  administración  de  los  caudales  del  Estado  estaban 
suficientemente  aseguradas  con  la  confianza  del  público, 
aun  en  medio  de  las  dificultades  á  que  me  referido 
más  arriba.  Con  sobrada  razón  podía,  pues,  decir  Rozas 
en  sus  mensajes  de  184U  y  1841,  por  el  órgano  del 
gobernador  delegado,  y  con  motivo  de  haber  reiterada- 
mente manifestado  á  la  legislatura  que  designase  la 
persona  que  debía  sustituirlo  en  el  mando:  «Tengo  la 
satisfacción  de  dejaros  establecido  un  sistema  de  conta- 
bilidad del  que  surgen  resultados  de  un  valor  inesti- 
mable para  la  moral  é  interés  del  Estado.  Sin  la  coope- 
ración activa  de  recomendables  y  virtuosos  empleados 
no  habría  podido  practicar  el  gobierno,  á  costa  de  in- 
mensas tareas  y  en  una  época  agitada,  un  bien  que 
tanto  necesitara  la  patria...  Las  cuentas  de  la  Provincia 
])resentan  por  su  publicidad  la  prueba  exacta  de  la  fiel 


—  'jr)S  — 

inversión  de  las  rentas  ])úblicas.  El  gobierno  se  lionra 
en  elevaros  las  correspondientes  en  1840.  Quedan  some- 
tidas á  vuestro  examen.  Fallad,  H.H.  R.R.,  porque  en 
este  punto,  os  lo  repite  encarecidamente,  jamás  se  consi- 
derará investido  con  la  suma  del  poder  público  el  go- 
bernador de  la  Provincia.»  (') 

La  asamblea  legislativa,  si  bien  aprobí)  estas  cuen- 
tas, no  adliirió  á  la  reiterada  renuncia  de  Rozas  del 
mando  de  la  Provincia.  En  su  respuesta  al  mensaje 
del  ejecutivo  declaró  que  «los  representantes,  reiterando 
sus  anteriores  resoluciones,  sólo  podían  contestar  que 
el  ilustre  general  Rozas  se  debía  á  su  patria  y  jamás 
sería  indiferente  á  su  gloria  y  prosperidad».  La  legis- 
latura de  Buenos  Aires,  expresión  acabada  de  las  aspi- 
raciones y  tendencias  de  una  época  marcada  por  los 
auspicios  exclusivos  de  un  partido  político  preponde- 
rante en  la  República,  no  podía  ni  mucho  menos  quería 
apartar  de  la  escena  la  personalidad  de  Rozas,  que  era 
la  columna  granítica  de  la  federación,  el  jefe  obligado 
y  aclamado  de  ese  partido  en  el  cual  habían  compro- 
metido sus  personas,  sus  fortunas,  su  porvenir  y  cuanto 
les  pertenecía,  todos  los  hombres  de  alcurnia,  de 
talento  y  de  posición  social  que  constituían  una  inmensa 
mayoría  sobre  el  núcleo  diminuto  aunque  habilísimo  de 
los  unitarios.  Veinte  veces  habíales  Rozas  presentado 
la  oportunidad  de  deshacerse  de  él.  y  otras  tantas  lo 
habían   estrechado,   con   súplicas   hijas  del  egoísmo  de 


(')  Si  .se  exceptúa  el  gol^ierno  del  yeiieral  .Mitre,  (iiie  presentó  las 
cuentas  de  su  administración  al  primer  congreso  federal  argentino, 
y  el  del  señor  Sarmiento,  que  dio  bastante  publicidad  á  las  de  su 
administración,  ningún  gobierno  de  los  que  se  han  sucedido  en  la 
República  Argentina  después  del  de  Rozas  ha  publicado  las  cuentas 
de  su  administración,  ni  semetidolas  anualmente  á  la  aprobación  del 
congreso.  En  la  actualidad,  ni  los  diarios  oficiales  ni  oficiosos,  ni  el 
Registro  Oticial  contieni'n  lan  esenciales  i)ublicaciones. 


-  'Jr)9  — 

la  posición  eiicuinbrada  en  los  unos;  del  temor  de  caer 
en  manos  de  sus  tradicionales  enemigos  en  los  otros, 
y  en  muchísimos,  de  una  adhesión  sincera  y  sólo 
comparable  á  la  de  las  masas  del  pueblo,  la  cual  raya- 
ba en  fanatismo. 

Al  favor  de  tales  aspiraciones,  la  presencia  de  Rozas 
en  el  gobierno  había  llegado  á  ser  una  condición  indis- 
pensable para  llevar  adelante  el  orden  de, cosas  fundado 
yobre  su  propia  personalidad;  una  necesidad  de  orden 
público,  á  la  que  todas  las  demás  quedaban  subordi- 
nadas, hasta  que  por  los  auspicios  de  la  misma  se  obtu- 
viese el  triunfo  definitivo.  Había  conciencia  en  este 
hecho  deforme.  Y  tanto  que,  para  no  referirse  á  las 
«lases  populares,  cuya  adhesión  era  ilimitada,  los  patri- 
cios más  distinguidos,  los  de  mejor  alcurnia  y  posición 
social  más  elevada;  los  que  buenos  títulos  se  habían 
creado  para  hablar  de  la  patria  que  emanciparon  con  su 
sangre  y  con  su  esfuerzo,  eran  quienes  con  más  calor 
protestaban  de  la  imputación  de  servilismo  que  les  ha- 
cían los  enemigos  de  Rozas.  Y  ese  hecho  está  robus- 
tecido por  este  otro  que  no  por  haber  pasado  desaper- 
cibido deja  de  ser  característico:  ni  cuando  la  reacciíui 
ardía  en  Buenos  Aires;  ni  durante  la  invasiíhi  de  Lavalle. 
cuando  el  mismo  Rozas  se  creía  perdido;  ni  durante  la 
triple  coalición  que  contra  él  trajeron  los  unitarios  alia- 
dos á  dos  potencias  europeas,  se  uíodilicó  el  voto  y  la 
conciencia  de  esos  hombres.  El  gobierno  de  Rozas  es 
el  único  gobierno  fuerte  que  no  ha  sido  disputado 
por  los  hombres  principales  que  contribuyeron  á  crearlo 
y  que  á  su  sombra  adquirieron  iníluencia  y  prestigio.  (') 

( ' )  No  se  puede  argüir  la  excepción  del  doctor  .Manuel  V.  de 
INIaza.  elevado  por  Rozas  á  gobernador  delegado,  porciue  es  sabido  que 
al  infortunado  doctor  Maza  lo  comprometieron  á  última  hora  los 
conspiradores  de  1839,  haciéndole  valer  la  participación  ([uc  tenía  su 
hijo  don  RaniíMi  en  esa  conspiración. 


—  'iííO  — 

^'  ik'iIcsc  1()(I;ivíu  (íu  ;i}»()y()  de  usu  licclio,  (|U('.  en  Ui 
legislatura  de  1841  y  en  los  altus  caraos  había  hombres 
de  suíicieiite  rei)reseiitaci()ii  política  para,  ejercer  el  go- 
Inerno  de  Buenos  Airiis.  Desde  luego  el  doctor  Felipe 
Arana,  gobernador  delegado  desde  el  año  anterior  en  que 
Rozas  asumió  el  mando  en  jefe  del  ejército  federal;  y 
([ue  por  sus  antecedentes  y  su  preparaciíui,  como  por  su 
alcurnia  y  posici('m,  inspiraba  conlianza  á  su  partido  y 
merecía  la  consideración  de  la  alta  sociedad  en  que  ro- 
laba; don  -losé  María  Roxas  y  PatrtHi,  antiguo  honi- 
Itre  público,  ex-ministro  de  Dorrego  y  de  Rozas  bajo 
cuya  administración  fundó  el  Banco  de  la  Provincia;  don 
Juan  Neponruceno  Terrero,  uno  de  los  capitalistas  más 
fuertes,  hombre  de  alcurnia  también,  y  respetado  por  sus 
rectos  procederes;  don  Nicolás  Anchorena,  que  llevaba 
dignamente  su  apellido,  y  el  general  Ángel  Pacheco  que 
á  sus  campañas  por  la  Independencia  añadía  los  prolon- 
gados servicios  á  la  federación,  tres  hombres  principales 
;i  quienes  la  legislatura  les  había  dado  ya  sus  sufragios  para 
el  mismo  cargo  de  gobernador:  el  doctor  Vicente  López, 
del  alto  tribunal  de  justicia,  ex-presidente  de  la  Repú- 
blica, prohombre  de  la  revolución  de  mayo  de  1810;  el 
general  Tomás  Guido,  de  la  misma  gloriosa  época,  secre- 
tario y  amigo  de  San  Martín,  y  á  la  sazón  ministro  ple- 
nipotenciario; el  doctor  Tomás  Manuel  de  Anchorena. 
patricio  ilustre,  el  secretario  y  el  amigo  de  Belgrano; 
don  Manuel  Moreno,  hermano  del  procer  de  1810.  anti- 
guo congresal  y  enviado  de  la  Confederación  en  la  corte 
de  Londres;  don  Manuel  de  Sarratea,  antiguo  dii)lomá- 
tico  en  unión  de  Belgrano  y.Rivadavia,  ex-gohernador  y 
enviado  también  de  la  Confederación; el  general  Soler,  ex- 
niayor  general  del  ejíh'cito  de  los  Andes,  ex  gobernador  de 
Buenos  Aires;  el  general  Manuel  G.  Pinto,  ex-presidente 
de  la  asamblea  leííislativa:  don  Sinnúi  Perevra.  Escalada. 


—  '261  — 

Oblicuado  y  otros   hombres  de  |)()sici(')ii  y  de  méritos  que 
serÍH   muy    i)rolijo   enumerar,  ('i 

La  ])ropia  l(')}4Íea  de  sus  ideales  y  de  sus  teudeucias, 
era,  pues,  lo  que  conducía,  á  los  poderes  ])i'ildicos.  á  las 
clases  dirifientes  y  al  pueblo  á  hacer  ostenlaciíui  visible 
de  su  adhesi(Mi  sin  límite  á  Ho/as.  y  á  en«^raiidecer  y 
magnificar  la  persona  de  éste  que  era  el  punto  donde 
cf)nveri^ían  las  miras  de  todas  las  provincias,  desde  la 
de  Buenos  Aires  hasta  la  de  Jujuy.  á  las  cuales  él  había 
unido  por  la  ])rimera  vez  bajo  una  federaciíui  que  deleg(') 
en  sus  manos  his  funciones  inlierentes  á  un  poder  eje- 
cutivo nacional.  Este  hecho  explica  el  ([ue  el  gobierno  de 
Rozas  fuera  un  poder  fuerte  é  incontrastable  en  la  Repú- 
blica. No  eran  las  ventajas  que  conseguía,  las  represalias 
(|ue  tomaba  sobre  sus  enemigos  en  lucha  arnuida.  lo 
que' producía  ese  resultado.  P^s  que  se  veía  en  él  la 
expresi(3n  clara  é  indubitable  de  la  idea  política  por  la 
que  venían  batallando  hombres,  pueblos  y  gobiernos 
desde  l<S2ü.  La  conciencia  })ública  vivía  jtersuadida  de 
que  la  dignificaba  digniticando  á  Rozas  que  era  quien 
la  encarnaba.  Y  de  aquí  provenían  esas  estruendosas 
manifestaciones  que  jamás  se  han  i)ro(ligado  á  otro  go- 
bernante argentino,  quizá  [)orque  ;i   ningún  otro  le  toc(') 


(')  He  aíiiú  I;í  iiúiiiiiia  de  la  lejiislalui-a  en  1811  :  (odos  ellos  per- 
tciiecian  á  la  clase  (liriycnlc  y  priiiciíJal  de  Huenos  Aires,  (íontiiiuada 
por  sus  descendientes  que  rolan  ventajosamente  en  la  misma  sociedad: 
Juan  Alsina,  Francisco  de  H(d;iustefíiii,  Jacinto  Cárdenas,  Juan  Nor- 
l)(M-to  Dolz.  Uiocencio  de  l^^scalada.  Felipe  de  Ezcurra,  Nicolás  de  Ancho- 
rena.  José  de  Oromi.  Manuel  de  Iriiioyen,  Martin  Roneo,  Juan  Antonio 
Arf^erich.  Simchi  Pereyra,  Miguel  de  Ri-ilos,  Juan  N.  Terrero,  Fran- 
cisco Piíieyro,  Manuel  Arrotea,  Lucio  Mansilla,  Celestino  Vidal. 
Roque  Sáeñz  Peíui.  Afi:ustin  de  Pinedo,  Manuel  Pereda  Saravia.  Lo- 
renzo Torres,  Miguel  E.  Soler,  Agustín  Garrigós,  Satui-nino  Unzué, 
José  Fuentes  Arguivel,  Haldomero  García,  Eduardo  Laliitte,  Cayetano 
Campana,  Lázaro  de  Elortondo. Lucas  (^onzíUez  Peña,  Pa])lo  Hernández, 
Mariano  K.  Rolón,  Miguel  (Jarcia,  Ensebio  Medrano.  Juan  del  Pino, 
Villegas,  Vela.  Vivaí-,  Correa  Morales.  Senillosa.  Corhaláii. 


—  "2(^2  — 

jtri'st^giiir  durante  veinte  años  un  liii  jiulítico  trascen- 
dental, abatiendo  todo  género  de  resistencias  con  los 
medios  que  sugería  una  é})oca  de  d('S('()in])osición  y  de 
guerra. 

Los  triunfos  del  ejército  federal,  al  cual  Rozas  había 
organizado  con  febril  actividad,  dirigiéndolo  á  las  ór- 
denes de  sus  mejores  generales  allá  <londe  levantaban 
su  bandera  los  unitarios,  dieron  margen  ;i  (]ue  se  pro- 
dujeran en  1841  manifestaciones  análogas  á  las  que  he 
mencionado  anteriormente.  Pueblo  y  autoridades  se  dis- 
putaron los  medios  de  desahogar  sus  satisfacciones  par- 
tidarias en  la  ])ersona  de  Rozas.  Las  guardias  de  honor 
á  Rozas  y  las  })rocesiones  cívicas  sacaron  á  relucir  el 
encono  político  que  dividía  á  los  argentinos  en  dos  cam- 
pos igualmente  intransigentes.  De  su  i)arte  la  legisla- 
tura sancioné)  varias  leyes  por  las  cuales  acordaba  ho- 
nores, exenciones  y  títulos  á  Rozas,  tales  como  costearle 
una  guardia  [)ara  su  i»ersoiia.  exonerarb^  del  jiago  de 
impuestos  á  él  y  á  sus  dos  hijos,  nombrarlo  Gran  Ma- 
riscal y  darle  el  tratamiento  de  « Héroe  del  desierto, 
defensor  heroico   de  la    Independencia  americana  ». 

Tales  honores  eran  de  uso  entonces  en  otros  países 
de  América  y  de  Europa.  En  Bolivia  se  había  creado 
el  grado  de  (íran  Mariscal  para  el  general  Sucre,  ven- 
cedor en  Ayacucho.  y  para  el  general  Santa  Cruz,  jefe 
de  la  Confederaciór.  Perú-Boliviana.  En  el  Peni  se  cre(') 
el  mismo  grado  para  el  general  (iamarra.  quien  se  ti- 
tulaba, además,  fíestai/rador  y  benemérito  de  la  Patria, 
y  lo  usé)  desi)ués  el  general  Castilla.  El  emi)erador  don 
Pedro  I.  llevaba  el  tratamiento  de  Defensor  perpetuo  del 
Brasil;  y  su  hijo  don  I^edro  11  lleví't  el  mismo  trata- 
miento. Lll  Congreso  argentino  de  1853  contirió  el  grado 
de  Capitán  general  al  general  Urquiza.  émicamente.  Es 
sabido  que  los   monarcas  constitucionales,  y  aun   algu- 


—  -^m  — 

nos  presidentes  de  repiiblit-a  están  exceptuados  del  pago 
de  impuestos.  Y  en  los  días  en  que  escribo,  presiden- 
tes, ministros  y  representantes  argentinos  y  americanos 
no  desdeñan  los  títulos  y  condecoraciones  nobiliarias, 
que  á  título  meramente  graciable  les  acuerdan  los  go- 
biernos europeos. 

Á  pesar  de  esto,  y  de  que  dichos  títulos  y  honores 
tenían  sn  razón  de  ser  para  los  federales.  Rozas  hizo 
formal  renuncia  de  ellos  en  conceptos  que  mostraban 
claramente  que  no  aspiraba  á  la  vanagloria  de  jamás 
))oseerlos.  Respecto  del  grado  de  Gran  Mariscal,  decía 
Rozas  eii  su  nota  á  la  legislatura:  «No  pueden  con- 
venir los  principios  del  infrascripto  con  este  género  de 
distinciones  determinadamente  excluidas  en  la  Repú- 
blica. La  ley  de  ó  de  marzo  de  1813  designa  el  grado 
de  Brigadier  como  el  último  en  el  ejército.  ¿Cómo  de- 
rogarían los  H.H.  R.R.  esta  ley  vigente  sin  un  motivo 
necesario  y  poderoso  ?  (/  )  Dígnese  V.  H.  eximir  al  in- 
frascripto de  aceptar  una  condecoración  que  pugnando  con 
su  íntimo  convencimiento  establecería  una  innovación 
innecesaria.»  Y  renunciando  el  tratamiento  de  Defensor 
de  la  Independencia  y  Héroe  del  desierto.  Rozas  declaraba 
que  en  las  graves  emergencias  con  los  gobiernos  extran- 
jeros, él  no  había  hecho  más  que  interpretar  el  patrio- 
tismo y  la  hrmeza  de  los  poderes  públicos,  y  del  pueblo, 
manteniendo  incólumes  los  derechos  inherentes  á  la  so- 
beranía nacional,  y  que  el  título  de  «Héroe  del  desierto» 
correspondía  no  á  él,  jior  más  que  le  hubiera  cabido  el 


( ' )  El  congreso  argentino  de  1883  derogó  esa  ley  de  la  asamblea 
dr  1S13 — precedente  glorioso  de  la  revolución  de  la  Uidependencia,— 
creando  en  sustitución  del  grado  de  Brigadier  general  que  á  honra 
llevaron  en  vida  el  (Irán  Capitán  de  América  y  Belgrano,  Güemes, 
los  Balcarce,  Alvarado,  Arenales,  Necocliea,  etcétera,  el  de  Teniente 
i-eneral  délas  ordenanzas  de  la  madre  patria. 


—  -¿(Vi  — 

honor  de  mandar  la  expedición  que  conquistó  los  desier- 
tos eu  183;^>  y  18.S4,  sino  á  los  virtuosos  y  denodados 
guerreros  que  desde  las  inár<^enes  del  Napostá  y  del  Co- 
lorado llevaron  sus  victoriosas  uiarclias  hasta  levantar  en 
Chuelechoel  y  sobre  el  cerro  Payen  el  estandarte  nacio- 
nal, y  ondearlo  triunfante  en  los  ríos  Neuquen.  Val- 
chetas  y  en  la  Cordillera  de  los  Andes.  Lo  iinico  que 
admitió  Rozas  de  todo  esto  fue  la  dedicatoria  del  monu- 
mento  de  gloria,  en  el  cual  del)ían  recopilarse  todos  los 
documentos  y  hechos  relativos  á  la  cuestión  argentino- 
francesa.  Fundábase  para  ello  en  que  los  «documentos 
que  debían  comj)oner  ese  libro  trasmitirían  á  la  poste- 
ridad, á  la  par  de  la  justicia  decorosa  de  la  Francia, 
una  lección  de  moralidad  para  todos  los  pueblos,  una 
prueba  de  noble  lealtad  á  los  principios  reguladores  del 
continente  americano'-  y  en  c[ue  ello  sería  un  monumento 
de  gloria  a  la  Confederatiún,  á  los  representantes  de  la 
provincia  y  á  sus  conciudadanos».  (') 

Mientras  el  pueblo  y  las  autoridades  colmaban  á 
Rozas  de  honores  excepcionales,  un  ruidoso  aconte- 
cimiento vino  á  conmover  en  diverso  sentido  esa  in- 
mensa masa  de  opinión  que  lo  exaltal)a.  y  á  estimular 
una  vez  más  los  rencores  políticos  que  se  sentían 
satisfechos  con  los  triunfos  sucesivos  del  ejército  fede- 
ral. Me  refiero  á  la  nueva  tentativa  de  los  unitarios 
para  matar  á  Hozas,  por  medio  de  la  célebre  máquina 
infernal;  la  cual  se  encuentra  ((>  se  encontraba)  en  el 
museo  de  Buenos  Aires,  al  lado   de  las   pistolas,  de  la 


( ' )  Véase  Diario  de  sesio7ies  de  la  .lunta,  tumo  27.  sesiones  686  y 
687.  Véase  también  sesiones  695  y  G9G  en  las  (jne  se  considera  y  se 
aprueba  algunas  representaciones  de  la  ciudad  y  de  la  campaña  para 
que  la  legislatui-a  declare  fiesta  cívica  el  día  'M)  de  marzo,  aniversario 
del  natalicio  de  Rozas,  y  llame  oficialmente  Mes  de  Rozos  al  mes  de 
octubre;  honores  (jue  Rozas  renunció  íormalmente  ])oi-  si  y  en 
.seguida  por  el  órgano  de  uno  de  sus  nnnistros. 


—  'J(ír,  — 

chaqueta,  espada  y  boleadoras  del  ,i>eiieral  don  Fructuoso 
Rivera,  y  de  lo  que  éste  se  despreiidi(')  huyendo  de  los 
^^ampos  de  batalla  del  Arroyo  Grande  y  de  la  India 
Muerta.  Don  José  Rivera  Indarte,  fanático  en  religión 
coinr»  en  política,  el  iiropagandista  radical  del  gobierno 
con  la  íiuma  del  poder  público,  el  mismo  que  escribió 
los  versos  de  brocha  gorda  para  las  solemnidades  en 
honor  de  Rozas  en  LSoo  (')  y  redactor  desde  1839  de 
El  Nacional  de  Montevideo,  publicó  una  disertación, 
que  hizo  suya  su  partido,  con  el  título  de:  Es  acción 
santa  matar  á  Rozas.  Teorizaba  con  caudal  de  frases  y 
de  ejemplos  sobre  las  supremas  necesidades  políticas 
que  autorizaban  el  asesinato:  é  incitaba  y  exaltaba  anti- 
cipadamente á  los  que  tuviesen  el  coraje  de  realizar 
esa  hazaña  que  abriría,  en  su  sentir,  una  era  nueva  de 
progreso,  de  libertad  y  de  ventura  para  la  República 
Argentina.  Como  })or  este  medio  no  se  obtuviera  A 
resultado  que  se  buscaba,  se  propusieron  otros  más 
directos,  entre  los  cuales  es  digno  de  mencionarse  el 
de  un  aderezado  pastel  que  fué  introducido  hábilmente 
en  casa  de  Rozas,  á  nombre  de  uno  de  sus  amigos,  y 
del  cual  fué  víctima  un  perro.  Un  hecho  imprevisto  y 
diestramente  explotado  por  el  mismo  Rivera  Rularte, 
ofreció  á  estas  tentativas  probabilidades  i)0sitivas  de 
éxito. 

Rozas,  si  bien  rehusó  siempre  las  condecoraciones 
que  le  brindaron  los  soberanos  extranjeros,  aceptó  sí, 
con  franca  complacencia,  los  diplomas  que  le  discernieron 
las  asociaciones  histórico-geográficas,  arqueológicas,  etcé- 
tera, quizá  en  recompensa  de  los  medios  que  facilitó  á 
Darwin  y  á  Fitz-Roy  en  1834,  y  ala  ayuda  elicaz  que  prestó 
posteriormente  á  varias  comisiones  y  delegados  cientí- 


(  '  )  véase  tomo  II. 


—  ',)(;()  — 

lii'üs  ({lie  la  solicitaron  de  él  á  objeto  de  adfjiiirii-  datos 
y  conocimientos  del  {)aís,  (')  de  enriquecer  sus  j)ro])ias 
colecciones  con  ejemplares  y  piezas  del  iiiexplotado  y 
abundante  suelo  arf^eiitino.  La  Sociedad  de  Anticuarios 
del  Norte,  de  la  que  era  miembro  Rozas,  envií'de  á  éste 
l)or  intermedio  del  ministro  de  Portugal  una  caja  con 
medallas.  El  ministro  la  remitió  al  ccnisul  de  esta  nación 
en  Montevideo,  juntamente  con  un  oíicio  para  que  lo 
luciese  llegar  á  su  destino.  Parece  que  la  caja  y  el  oiicio 
fueron  interceptatlos  en  Montevideo,  lo  cual  se  ex])lica 
])erfectamente  teniendo  en  cuenta  que  Rivera  le  hacía 
la  guerra  á  Rozas,  y  que  le  eran  naturalmente  hos- 
tiles á  este  último  todos  los  hombres  que  tigu ra- 
ba n  por  entonces  en  los  cargos  y  empleos  pi'iblicos 
de  aquella  ciudad.  La  misma  vinculación  que  existía 
entre  estos  hombres  y  los  emigrados  unitarios,  y  la  cir- 
cunstancia de  ser  la  imprenta  de  El  Nacional  el  centro 
del  elemento  joven,  bullicioso  y  radical,  ex})!ica  igual- 
mente el  que  allí  se  tuviera  noticia  inmediatamente  de 
la  existencia  de  la  tal  caja  con  medallas.  Lo  cierto  es 
que  el  modo  de  explotarla  contra  Rozas  fué  obra  que 
quedó  librada  á  la  mente  dañina  de  Rivera  Indarte.  Éste 
se  puso  manos  á  la  obra. , .  En  vez  de  medallas  se  colocó 
una  máquina  mortífera  compuesta  de  diez  y  seis  cañones 
cargados  á  bala,  superpuestos,  con  la  boca  liacia  los  bor- 
des de  la  caja  como  otros  tantos  radios  de  un  círculo, 
y  unidos  por  dos  resortes  de  percusi()n  á  ambos  goznes 
de  la  misma  y  de  manera  que  al  abrirla  explotasen  simul- 
ti'ineamente.  ('j 


(')  Todos  atribuyeron  ;l  Rivera  Indai'te  la  (lii*ec(;i(')ii  en  la  intriga 
(te  la  'máquina  infernal;  y  esta  opinión  se  arraigó  más  euanda 
(MI  1847  don  Juan  Rivera  Indarte,  (|ue  se  paso  al  campo  del  Cei'rito 
donde  se  encontraba  oribe,  declaró  bajo  su  firma  (jue  durante  su 
permanencia  en   Ru)  (Irande  recibió  una  carta  de  su  liermano  don 


—  ^()7  — 

Á  fines  de  marzo  il841)  el  señor  Leonardo  de  Souza 
Acevedo  Leite,  C(jnsiil  general  del  Portugal  en  Monte- 
video, y  particular  amigo  de  Rozas.  recibi(j  del  ministro 
de  ese  gobierno  en  Dinamarca  una  nota  en  la  que  le  pedía 
se  sirviese  entregar  al  general  Rozas  una  caja  con  me- 
dallas, y  un  oficio  lacrado  dentro  el  cual  iba  la  llave 
de  la  caja;  todo  lo  que  se  le  adjuntaba,  y  que  dedicaba 
á  diclio  general  la  Sociedad  de  Anticuarios  del  Norte. 
YA  señor  Acevedo  Leite,  aprovechando  la  primera  opor- 
tunidad que  le  presentó  la  ])artida  del  almirante  Dupotet 
para  Buenos  Aires,  remitió  por  medio  de  Mr.  Bazaine, 
edecán  de  este  último,  la  caja  y  el  oñcio.  con  más  una 
nota  suya,  al  general  Rozas.  Mr.  Bazaine  entregó  todo 
ello  en  manos  de  la  señorita  Manuela  de  Rozas,  y  ésta 
se  dirigií)  inmediatamente  á  mostrárselo  al  gobernador 
su   padre. 

Rozas  trabajaba   inclinado   sobre    una    mesa,    en   su 
misma  alcoba,  y  la  dijo  que  dejase  el  presente  encima 


José  en  la  (|ue  le  decía  que  no  se  expusiera  á  ser  tomado  por  el  e.jér- 
cWo  de  Oribe,  pues  se  le  atribuía  participación  en  el  asunto  de  la 
ináiiuina  inlernal:  que  esto  lo  sorprendió,  pues  su  hermano  sabía 
que  él  no  se  encontraba  en  Montevideo  en  1841 :  y  que  en  el  deseo 
de  saber  algo  al  respecto,  y  como  su  hermano  liul)iese  muerto  sin 
haberlo  él  visto  en  sus  últimos  días,  se  apersonó  al  librero  don 
•Inime  Hernández  con  quien  mantenía  intimidad  en  ese  tiempo:  que 
Hernández  le  dijo  que  en  efecto  la  máquina  infernal  había  estado 
en  su  casa  toda  una  noche:  que  quien  la  llevó  allí  fué  don  José 
Rivera  Indarte,  y  de  allí  el  mismo  la  condujo  al  siguiente  día  al 
ministerio  y  después  al  ])aquete  que  la  trasportó  á  Buenos  Aires: 
que  con  la  máquina  inlernal  llevó  también  de  la  librería  unos  plie- 
gos que  tenía  preparados  como  oficios.  (Véase  La  Gaceta  Mercantil 
del  19  de  enero  de  1848.) 

El  mismo  liivera  Indarte  dio  la  idea  para  la  construcción  de  la 
caja  al  mecánico  Aubriot,  que  fué  quien  la  realizó.  l"na  circuns- 
tancia digna  de  notarse,  y  que  caracteriza  tal  procedimiento,  es 
que  januis,  desde  (lue  cayó  Rozas  hasta  ahora,  ninguno  de  los 
hombres  que  hicieron  suyos  los  principios  y  propósitos  de  Rivera 
Indarte  en  Montevideo,  y  que  volvieron  después  á  Buenos  Aires,  ha 
recordado  ese  hecho,  ni  dicho  palabra  sobre  el  particular;  y  eso 
que  se  ha  hecho  sudar  las  prensas  para  infiltrar  en  las  genera- 
ciones nuevas  los  odios  partidarios  de  antaño. 


—  208  — 

<le  1m  cama,  la  cual  venía  ;t  ([iiedar  á  sus  esjtaldas  y 
á  una  vara  del  asiento  (jiic  (>cu[)al»a.  dando  el  frente  á  la 
puerta  que  servía  de  entrada  á  esa  habitación.  (')  Como 
la  señorita  de  Hozas  permaneciese  allí  contra  su  cos- 
tumbre á  esas  horas,  en  (jue  á  no  ser  ])or  grande 
urgencia,  solamente  los  oliciales  del  despacho  interrum- 
pían la  ruda  labor  que  se  imponía  el  gobernador,  éste 
la  in({uiri(')  con  la  mirada  y  ella  se  vio  obligada  á  reti- 
rarse, poseída  de  esa  curiosidad  de  niña,  que  hace  reco- 
rrer súbitamente  á  la  imaginación  la  escala  de  las  con- 
jeturas nuiltiples,  de  las  inquietudes  vagas,  hasta  de 
los  temores  inexplicables;  como  me  lo  manifestaba  tan 
noble  dama  cuando  me  favorecía  departiendo  conmigo 
en  Londres  sobre  este  y  otros  sucesos  de  esa  época. 

Á  la  caída  de  la  tarde  volvió  Manuela  de  Rozas. 
Su  padre  trabajaba  todavía.  Probablemente  no  se  liabía 
movido  de  la  silla  desde  mediodía  en  que  lo  vi*').  La 
oaja  estaba  en  el  mismo  sitio,  y  los  oficios  cerrados  conm 
ella  los  dejó...  ¿Podía  saberlo  ella  acaso?  Aquello  era 
como  la  estatua  de  Diana  en  el  templo  de  Táurida.  Orestes 
sería  aquí  cualquiera  que  la  tocase.  Tocarla  era  morir. 
Siquiera  en  el  drama  de  Eurípides,  realzado  j)or  Goethe, 
lo  consiguió  felizmente  el  amor  sublime  de  Ifigenia  triun- 
fante sobre  el  corazón  del  salvaje  rey  Thoas.  Aquí  se 
trataba  de  un  drama  de  sangre,  en  el  que  no  campea- 
ban más  sentimientos  que  el  odio  y  la  venganza.  Y 
Rozas  supuso  que  su  hija,  cíuno  siempre  solícita,  venía 
á  invitarlo  á  comer.  Pero  como  permaneciese  allí  á 
l)esar  de  que  él  seguía  escribiendo,  y  de  que  no  colo- 
caba el  tintero  sobre  el  montini  de  notas,  estados,  cuen- 


{})  La  misma  (|iic  sirvió  liasla  el  año  do  ISSO  de  despaelio  al 
ministro  de  liacicnda  de  la  proviiieia  de  Buenos  A¡r(!s,  en  el  piso 
superior  dol  segundo  palio    de  la  easa  de   Rozas  de  la    calle  Moreno. 


—  269  — 

tas  y  Ijorradores  que  atestaban  su  mesa,  que  así  era. 
cómo  significaba  la  interrupci(3n  de  su  húmv  hasta 
otro  momento,  dedujo  que  su  hija  deseaba  algo  más. 

— Vea  niña,  la  dijo,  usted  tiene  mucha  curiosidad 
de  ver  esa  caja.  Llévela,  no  más.  y  luego  sabré  lo  que- 
contiene. 

— Hay  también  unos  ohcios...  observóle  la  señorita 
de  Rozas. 

— Ábralos,   niña,  ábralos  también. 

Manuela  de  Rozas  llev(')  la  caja  y  los  oficios  á  sus 
habitaciones  donde  se  encontraba  la  señorita  Telésfora 
Sánchez  que  la  acompañaba  habitualmente.  Rasgó  el 
oñcio  del  cónsul  Leite,  se  informó  de  él  rápidamente, 
rasgó  el  en  que  venía  la  llave,  y  entonces  ya  no  fué 
cuestión  más  que  de  unas  tijeras  para  descoser  el  forro 
de  paño  blanco  de  la  caja.  Pero  las  visitas  cotidianas 
interrumpieron  esta  tarea.  La  conversación  se  prolonga 
después  de  la  comida  hasta  pasada  media  noche.  Re- 
cién en  la  mañana  siguiente,  esto  es,  el  28  de  marzo,, 
la  señorita  de  Rozas,  su  amiga  y  su  sirvienta  de  con- 
fianza Rosa  Pintos,  atacaron  decididamente  la  abertura 
de  la  caja.  Manuela  de  Rozas  tenía  la  caja  sobre  sus 
rodillas,  mientras  su  amiga  y  la  negrita  acababan  de 
descoser  el  forro.  Cuando  introdujo  la  llave  y  la  hizo 
girar  en  la  cerradura,  la  tapa  de  la  caja  se  levantó 
súbitamente  como  dos  pulgadas,  i)roduciendo  ese  ruido 
seco  de  un  hierro  ó  gozne  que  se  quiebra.  La  señorita 
Sánchez  creyó  ver  algo  como  tubos  ó  cilindros  de  bronce 
dentro  de  la  caja,  y  lo  propio  observó  Manuela  de  Ro- 
zas inclinándose. 

Sin  darse  cuenta  de  la  realidad  Manuela  de  Rozas  ce- 
rró vivamente  la  caja,  y  se  dirigió  con  ella  á  las  habita- 
ciones de  su  padre  que  trabajaba  en  su  sitio  habituaL 
Apenas  le  dijo  lo  ocurrido,  Rozas  arrojó  la  pluma  coa 


—  TO  — 

que  acababa  de  hacer  algunas  correcciones  á  varias 
notas,  se  puso  en  pie  bruscamente  y  por  un  movi- 
miento instintivo,  sacó  la  caja  de  manos  de  su  hija  y 
lo  colocó  encima  de  su  cama.  En  el  instante  en  que 
Rozas  se  inclinaba  i)ara  abrir  la  caja  á  la  qne  cubría 
por  decirlo  así,  con  su  cabeza  y  con  su  pedio,  estaba 
á  sus  espaldas,  con  unos  papeles  en  la  mano,  el  oficial 
ele  sn  secretaría  don  Pedro  Uegalado  Rodríguez,  quien 
ver  pudo  saltar  con  violencia  la  tapa  de  la  caja  y  á 
Rozas  inclinado  todavía  sobre  su  cama.  Rodríguez,  giran- 
do un  poco  más  hacia  su  izquierda,  creyó  distinguir 
dentro  de  la  caja  algo  como  fulminantes  (')  pistones. 
y  adelantándose  un  paso  dijo: 

— Señor,  parece  ({ue  hay  un   gatillo... 

— Qué  diablos  de  salvajes  unitarios!  exclauK)  Rozas 
sin  cambiar  de  posición. 

— ¿Y  no  observó  V.  alguna  fuerte  impresión  en 
Rozas,  siquiera  fuese  la  de  la  cólera?  le  preguntaba  yo 
al  señor  Rodríguez  cuando  me  hubo  referido  lo  que  vio 
€11  esta  ocasión. 

— El  gobernador,  respondióme  el  señor  Rodríguez, 
permaneció  impasible  un  momento,  después  del  cual 
me  hizo  aproximar  á  la  cama.  «Vea  V:  son  diez  y  seis 
cañones  cargados  á  bala  y  ligados  á  los  lados  de  la 
caja  de  modo  que  explotasen  al  abrirla.  Uno  solo  bas- 
taba para  matar  á  mi  hija  siendo  así  que  venía  desti- 
nado para  mí»,  dijo  el  gobernador  volviéndose  á  su  hija 
que  rompió  á  llorar  entre   sus  brazos. 

En  seguida  Rozas  hizo  llamar  al  doctor  Felipe  Arana, 
ministro  de  relaciones  exteriores,  y  des})ués  de  confe- 
renciar con  él  resolvií)  comunicar  inmediatamente  lo 
ocurrido  al  almirante  Dupotet.  Véase  lo  que  me  decía 
al  respecto  la  hoy  señora  Manuela  de  Rozas  de  Terrero, 
en  carta  datada  en   Londres  á  1".  de  diciembre  de  188."): 


—  ^J71  — 

«El  aliiiii'Hiite  Diii)otet,  indignado  de  qne  se  liubiesen 
valido  de  su  edecán  Mr.  Bazaine  para  llevar  á  cabo 
trama  tan  infame,  despachó  á  éste  esa  misma  mañana 
á  Montevideo  para  tomar  informes  del  Sr.  Acevedo  Leite. 
Este  señor, tan  ofendido  como  debía  estarlo  al  conocerla 
explotación  de  que  había  sido  víctima,  se  vino  sin  de- 
mora á  Buenos  Aires  con  Mr.  Bazaine  para  dar  la  debida  sa- 
tisfacción de  su  inocencia.  Entre  tanto  la  máquina  se 
llevó  á  casa  del  señor  ministro  Arana,  donde  estuvo 
expuesta  al  ])úblico,  y  el  cuerpo  diplomático,  las  cor- 
poraciones civiles  y  particulares,  y  los  militares  venían  á 
casa  á  cumplimentar  á  mi  padre.  Oh!...  cuánta  demos- 
tración de  simpatía  nos  dedicaron  en  esos  días,  tanto 
nuestros  comi)atriotas  como  los  extranjeros!...  Jamás  lo 
olvidaré.  »  (  '  ) 

Este  asesinato  frustrado  no  se  atenúa  ni  aun  con 
la  circunstancia  mísera  que  pudieron  alegar  Bruto  y 
Casio,  por  ejemplo,  yendo  en  persona  á  la  curia  de 
Pompeyo  por  su  muerte  (')  por  la  vida  de  César,  y  le- 
vantando en  el  Capitolio  sus  espadas  ensangrentadas 
para  que  el  pueblo  romano  viese  que  acababa  de  recu- 
perar sus  derechos.  El  gobierno  libre  no  dependía  de 
la  vida  ó  de  la  muerte  de  Rozas,  sino  de  la  Nación  en- 
tera que  seguía  la  evolución  de  su  transformismo,  en 
esa  época  de  descomposición  y  de  guerra  en  la  cual  las 
provincias  marchaban  como  podían  y  con  quien  podían 
hacia  el  objetivo  trascendental  que  venían  persiguiendo 
desde  LS'iO,  y  que  recién  realizaron  constitucionalmente 
en  1862.  Y  el  partido  menos  aparente  para  asegurar  en- 
tonces ese  gobierno  libre  era  el  de  los  unitarios,  im- 
buido como  estaba  en  las  ideas  de  1820,  que  sublevaban 


(')  Véase  esta  carta  en  el  apémlice 


resistencias  poderosas  cu  todas  las  })roviiicias ;  y  en  un 
altsolutisnio  tradicional  de  miras  y  tendencias  que  cons- 
]tiraba  virtnalmente  contra  el  resultado  que  buscaba^ 
como  he  tenido  ocasión  de  denujstrarlo  al  referirme  á 
los   trabajos   de   p]clieverría. 

Como  debía  de  suceder  en  un  país  presa  de  una 
lucha  sin  cuartel  entre  dos  partidos  intransigentes, — 
tuerte  en  hombres  y  en  recursos  el  federal,  diminuto 
pero  hábil  y  fecundo  en  exi)edientes  de  dudosa  mora- 
lidad, el  unitario. — y  ambos  encarnando  sus  aspiracio- 
nes en  sus  respectivos  representantes  armados:  como 
era  de  esperarse,  dado  el  singular  ascendiente  político 
de  que  gozaba  Rozas  en  su  calidad  de  gobernante  y  de 
jefe  de  partido,  el  asesinato  frustrado  á  que  me  he  re- 
ferido puso  de  manifiesto  las  fuerzas  incontrastables 
con  que  Rozas  contaba,  y  robusteció  más.  si  cabía,  su 
poder  y  su  iníluencia  en  toda  la  República.  El  país 
entero  se  conmovió  con  ese  acontecimiento,  y  la  rela- 
ci(ui  de  las  manifestaciones  ({ue  le  hicieron  con  tal  mo- 
tivo formaría  un  grueso   infolio. 

Desde  luego  la  legislatura  decretó  un  solemne  tedeum 
con  asistencia  de  todas  las  corporaciones  civiles  y  mi- 
litares «  por  haber  salvíido  milagrosamente  la  vida  del 
Ilustre  Restaurador»,  y  sin  perjuicio  deque  sus  miem- 
bros pasaran  en  corporación  á  casa  de  Rozas  á  felici- 
tarlo personalmente,  le  dirigió  una  nota  que  recapitulaba 
la  conducta  de  los  unitarios  «  de  esos  monstruos  que 
en  su  invasión  á  esta  provincia  han  afrentado  la  hu- 
manidad, haciendo  víctimas  al  sexo  débil,  á  la  venera- 
ble ancianidad  y  á"  la  inocente  niñez  ».  y.  que  concluía 
así:  «Preciso  es  ya.  i)or  lo  tanto,  mirar  á  esas  hor- 
das infernales  que  incesantemente  traman  y  conspiran 
ci Ultra  nuestra  ¡¡atria.  con  todas  las  precauciones  que 
sus  enormes  crímenes  hacen    necesarias.    No  será  ésta. 


—  n:i  — 

Kxmo.  señor,  la  última  tentativa  de  aquellos  perversos 
desnaturalizados.  Son  infanies,  son  aleves,  son  salvajes 
unitarios,  que  en  su  negra  historia  está  consignado  lo 
(jue  no  se  halla  en  la  de  las  procacidades  de  los  hom- 
hres.»  (  ' .) 

En  análogo  sentido  están  concebidas  las  notas  que 
con  ese  motivo  suscriben  los  hombres  más  espectables 
de  la  sociedad,  por  su  alcurnia,  por  sus  talentos  ó  su 
posición,  á  saber:  el  doctor  Eduardo  Lahitte  en  nombre 
(loiTributial  de  recursos  extraordinarios;  los  doctores  Ez- 
querrenea  y  Vicente  López  en  nombre  del  Superior  Tri- 
bunal de  Justicia  ;  los  señores  Simón  Pereyra,  Manuel 
Arrotea,  Francisco  de  P.  Calderón  y  Belgrano,  y  Manuel 
Mansilla  en  nombre  del  Tribunal  de  Comercio;  en  el  de  la 
Curia  Eclesiástica  los  señores  Felipe  Elortondo  y  Pa- 
hicio,  Miguel  García,  José  León  Banegas;  en  el  de  la 
Casa  de  Moneda  los  señores  Bernabé  de  Escalada,  Miguel 
Ambrosio  Gutiérrez,  Narciso  A.  Martínez.  Juan  Alsi- 
na,  Miguel  de  Riglos,  Daniel  Gowland,  Juan  de  Vic- 
torica.  Joaquín  de  Rezábal,  Laureano  Rufino.  Manuel 
Blanco  González;  en  el  del  Crédito  Público  los  señores 
Juan  Bautista  Peña,  Juan  J.  Alsina.  Bonifacio  Huergo, 
Simón  R.  Mier.  Andrés  Ibáñez  de  Luca;  en  el  del  Tri- 
Ininal  de  Medicina  los  doctores  García  Valdez,  Montúfar. 
Fuentes  Arguivel  y  Fontana;  el  doctor  Gari  en  nombre 
lie  la  Universidad;  el  coronel  Arenales  en  nombre  del 
Departamento  Topográfico;  los  señores  de  la  Comisión 
Administradora  de  los  Hospitales,  Manuel  de  Murrieta. 
Marcelino  González.  Francisco  del  Sar.  Martín  Casa,  y 
Félix  Constanzó;  don  Juan  Manuel  de'  Luca,  Adminis- 
trador de  Correos;  las  señoras  Crescensia  Boado  de  Ga- 
rrigós,  y  Pascuala  Beláustegui  de  Arana,  en  nombre  de 

(1)  Diario  de  sesiones  de  la  Junta,  tomo  27,  pág.  689. 

TOMO   III.  IS 


—  -21  I  — 

la  Sociedad  de  tícnefucnña ;  el  prinr  de  San  Francisco 
fray  Hiiciiavciitura  Hidalgo  en  noiiilnv  de  la  comunidad; 
en  nombre  de  la  Soriodad  Popular  Restauradora  los  se- 
ñores Julián  González  Salomón,  Martín  de  Iraola,  Juan 
R.  de  Oronií,  Francisco  Sáenz  Valiente,  Juan  Francisco 
Molina.  Vicente  Peralta.  Lorenzo  y  Eustaquio  Torres. 
Lucas  González  Peña,  Ensebio  Medrano,  Cayetano  Cam- 
pana. José  M.  Boneo,  Elias  Buteler.  Saturnino  Unziié, 
Ramijn  Sala,  Fernando  García  del  Molino,  Andrés  Seguí. 
Marcelino  Camelino,  Cándido  Pizarro.  José  de  Herrera, 
Juan  H.  Haedo,  Antonio  Modolell.  José  de  Oromí,  Roque 
Sáenz  Peña,  Juan  Cordero,  Joaquín  Villanueva.  Mariano 
B.  Rolón,  Vicente   Fuentes,   etcétera,  etcétera. 

Los  términos  enérgicos  y  francos  en  que  están  conce- 
bidas estas  felicitaciones  revelan,  á  la  vez  que  el  odio  que 
inspiran  los  adversarios  políticos,  autores  de  la  nueva 
tentativa  para  matar  á  Rozas,  el  sentimiento  de  profundo 
egoísmo  de  una  sociedad  que  se  abisma  ante  la  idea 
de  que  desaparezca  ese  hombre  extraordinario  en  cuyas 
manos  ha  depositado  una,  dos  y  tres  veces  sus  derechos, 
su  fama  y  su  fortuna,  á  condición  de  que  subordine  abso- 
lutamente el  país  al  orden  de  cosas  político  que  ella 
misma  ha  creado  y  que  quiere  llevar  adelante,  más  abso- 
luta todavía.  Todos  esos  hombres  principales,  antiguos 
magistrados,  ministros,  congresales.  diplomáticos  de  dis- 
tintas épocas,  letrados  de  nota,  eruditos,  comerciantes 
vinculados  á  los  progresos  del  país,  que  representaban 
lo  que  bal  lía  de  más  culto  y  más  distinguido  en  Buenos 
Aires,  todos  estaban  contestes  en  ({ue  la  muerte  de  Rozas, 
más  que  una  calamidad,  era  el  caos  abierto  para  el  país 
que  lo  exaltaba. 

Pero  entre  ese  cúmulo  de  íelicitat'ioiies  hay  tres  (|ue 
interpretan  claramente  el  sentimiento  dominante,  y  cons- 
tituyen  ¡lor  decirlo  así.  la  nota   más  alta   del   diapasón 


pülíticu.  que  debía  crecer  ;i  impulsus  de  las  fuerzas  que 
se  agitaban  para  destruirse:  «  Xuuca  la  Divina  Provi- 
dencia se  ha  mostrado  más  benigna  para  con  V.  E,.  decía 
el  gobernador  delegado  doctor  Felipe  Arana,  que  frus- 
trando los  efectos  terribles  de  la  máquina  infernal,  que 
por  manos  amigas,  que  ignoraban  el  funesto  presente, 
se  liizo  pasar  á  las  de  V.  E.  para  inspirarle  una  fatal 
confianza  y  perecer  con  ella. . .  Esto  impone  al  gober- 
nador delegado  el  deber  de  dar  fervorosas  gracias  al 
Omnipotente  por  tan  señalado  beneficio,  y  de  felicitar 
á  la  Confederación  Argentina  por  la  <onsercarión  de  una 
vida  á  la  que  está  vinculada  la  edintencia,  libertad  e  inde- 
pendencia de  la  patria  y  el  triunfo  de  las  caras  institu- 
ciones. »  Don  Manuel  de  Sarratea.  ministro  plenipoten- 
ciario en  el  Brasil,  acentúa  la  misma  idea,  diciendo: 
«  Pero  la  Provincia  que  ha  protegido  la  vida  de  V.  E.  en 
más  de  una  ocasión,  ha  querido  que  en  esta  se  conserve 
intacto  el  dique  (pie  contiene  tantas  pasiones,  y  que  una 
vez  roto  habría  sumido  la  sociedad  en  un  abismo  de  des- 
gracias. »   ( ' ) 

Y  la  felicitación  del  obispo  y  senado  del  clero,  sus- 
crita por  el  Ilustrísimo  obispo  don  Mariano  Medrano  y  los 
canónigos  don  Diego  E.  Zavaleta,  Miguel  García,  Satur- 
nino Seguróla.  Francisco  Silveyra.  Manuel  Pereda  Sara- 
via,  Felipe  Elortondo  y  Palacio.  Juan  Antonio  Argerich. 
Mariano  Somellera  y  Domingo  Caviedes.  es  más  acen- 
tuada todavía,  porque  exalta  la  misma  idea  con  todos 
los  prestigios  del  cat(jlicismo  para  llamar  con  ella  al 
corazón  y  á  la  conciencia  de  sus  heles.  Al  expresar  el 
goce  de  esa  corporación  por  las  misericordias  Cjue  la 
mano  del  Señor  visiblemente  derrama  sobre  liozas.  de- 
clara que  ella    « ha   rodeado    el   altar   santo    para   ofrecer 


(  '  )     Véase  La  Gacela  Merca}itil  del  7  do  a])ril  de  1S41. 


—  27H  — 

á  la  Divinidad  el  tributo  de  sus  acciones  de  gracias, 
porque  salvando  la  vida  de  Rozas  del  golpe  que  le  pre- 
pararon los  salvajes  unitarios  ha  salvado  también  la 
existencia  de  esta  provincia  y  la  de  toda  la  Confedera- 
ción Argentina.  »  Y  en  los  siguientes  términos  consa- 
gra el  sentimiento  casi  unánime  de  la  sociedad:  «Séale 
permitido  al  obispo  y  al  Senado  manifestar  á  V.  E.  que 
si  tan  notable  acontecimiento  ha  dado  una  lección  muy 
seria  á  sus  tenaces  enemigos,  también  á  V.  E.  le  da 
un  aviso  que  sin  contradecir  la  voluntad  del  Eterno 
no  puede  dejar  de  oir,  ¿Quiere  V.  E.  conocer  másela- 
mente  que  Dios  lo  tiene  escogido  para  presidir  los  destinos 
del  país  que  lo  rió  nacer?  ¿No  se  apercibirá  de  que  es 
disposición  del  Eterno  que  continúe  sus  sacrificios,  y  que 
el  único  propósito  que  domine  á  V.  E.  sea  el  de  llevar- 
los hasta  donde  lo  exigen  los  intereses  de  la  Repídjlica? 
Esta  necesidad  ya  se  la  ha  hecho  sentir  á  Y.  E.  repetidas 
veces  la  voz  del  pueblo :  cüiora  se  la  hace  entender  más 
enérgicamente  la  voz  del  cielo,  la  voz  del  milagro.»  íM 

En  pos  de  las  ya  mencionadas  vinieron  las  felicitacio- 
nes de  las  parroquias,  de  los  vecindarios  de  campaña  (" ), 
de  los  gobernadores  y  legislaturas  de  las  provincias,  de 
los  generales  Oribe,  Pacheco,  Aldao,  Benavidez,  Ibarray 
Gutiérrez  que  mandaban  los  ejércitos  en  el  interior, 
del  cuerpo  diplomático  y  de  los  presidentes  y  jefes  de 
naciones  amigas.  En  Montevideo  produjeron  hondo  des- 
pecho, el  cual  se  tradujo  en  El  Nacional  y  otros  órga- 
nos   de  la    prensa    riverista   en    términos  que    dejaban 


(4  Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  14  de  abril  de  1S41. 

(2)  Todos  los  curas  de  campaña  imitaron  el  ejemplo  del  linio, 
señor  obispo,  celelirando  en  sus  templos  acciones  de  gracias 
« l)or  haberse  salvado  milafírosamente  la  vida  del  Ilustre  Restaura- 
dor de  los  electos  de  la  má(|uina  iurerna!  ¡¡reparada  por  los  sal- 
vajes unitarios». 


entrever,  más  que  ninguna  otra  cosa,  la  propia  compli- 
cidad en  el  asesinato  fustrado  contra  Rozas.  El  cónsul 
Acevedo  Leite  se  trasladó  á  Buenos  Aires,  como  queda 
dicho,  y  le  presentó  á  Rozas  cumplida  satisfacción  por 
el  modo  indigno  como  habían  conseguido  que  su  nombre 
se  mezclase  en  el  asunto  de  la  máquina  infernal;  como 
asimismo  los  antecedentes  y  datos  que  en  su  propio 
interés  acabal)a  de  recoger  y  que  acusaban  naturalmente 
á  Rivera  Indarte.  y  á  los  hombres  del  gobierno  de  Mon- 
tevideo. En  consecuencia  de  esto  ese  gobierno  le  mandó 
sus  pasaportes,  y  el  cónsul  Leite  qued(j  con  el  mismo 
carácter  en  Buenos  Aires. 

Consecuencia  del  asesinato  frustrado  contra  Rozas — 
que  pudo  ser  realmente  trascendental  —  fué  la  actitud 
decidida  que  asumieron  los  notables  de  Buenos  Aires, 
lanzándose  á  prohijar  una  idea  que  era,  miitatis  mutamli, 
la  misma  que  acariciaron  y  trabajaron  casi  todos  los  hom- 
bres de  la  revolución  de  1810.  Pasado  el  primer  momento 
de  estupor  que  produjo  el  asesinato  frustrado  por  medio 
de  la  máquina  infernal,  varios  hombres  espectables  como 
^ran  el  señor  José  María  Roxas  v  Patrón   (').  el   doctor 


(' )  Don  José  María  Roxas  y  Patrón  nació  en  Buenos  Aires  en  17Q5, 
de  familia  principal  y  acomodada.  Su  padre  el  doctor  Francisco  Roxas. 
más  como  amiiio  (jue  como  médico,  acompañó  á  Buenos  Aires  al  virrey 
don  Pedro  Meló  de  Portugal,  juntamente  con  don  Joaquín  Terrero  y 
otros  españoles  de  alcurnia,  quienes  después  de  la  muerte  ilel  virrey, 
ocurrida  en  esta  ciudad,  fijaron  aqui  su  residencia. 

Muy  joven  todavía  se  contrajo  á  los  negocios,  en  los  que  mostró 
raras  aptitudes,  como  que  i)udo  extenderlos  poco  después  con  ios 
comerciantes  de  Lisl)oa,  Río  Janeiro,  San  Pablo  y  Río  Grande.  Esto  le 
valió  el  moteó  apodo  de  ministro  azúcar  rubia,  con  que  lo  l)autiz() 
don  Juan  Cruz  Várela  cuando  don  José  María  ocupó  ese  cargo  en  la 
administración  del  coronel  Dorrego. 

Después  de  producida  la  revolución  de  1810,  á  la  que  asistió  como 
todos  los  jóvenes  porteños  de  su  edad,  don  José  alaría  Roxas  se  tras- 
ladó al  Brasil  donde  permaneció  ocho  años. 

En  1819  regresó  á  Buenos  Aires  adonde  lo  llamaban  sus  votos  más 
enérgicos.  La  crisis  estupenda  del  año  20  lo  encontró  militando  en 
las  filas  de  los  que  inspirados  en  el  sentimiento  nacional,  que  repre- 


—  -r/s  - 

don  Felipe  Arana,  don  Bernabé  de  Escalada,  don  Mignel 
de  Rigios,  don  Jnan  Norberto  Dolz.  y  don  Felipe  de 
Ezcnrra,  antignos  congresales,  ministros  y  cal)ildantes; 
i\i)n  Jnan  Xe})onincen()  Terrero  y  don  Nicolás  Ancho- 
remí,  laniiliarizados  con  la  cosa  publica,  y  ({ne  Inibían 
llegado  á   ser  elegidos  ])ara  desempeñar    la  gol)ernaci(')n 


sentaba  el  glorioso  congi-eso  de  Tiicuinán,  aljatido  por  las  facciones, 
trataban  de  levantar  á  los  hombres  que  tenían  afinidades  con  eso 
congreso,  para  orientarse  á  través  del  caos  que  preser,tal)an  estas 
facciones. 

Elegido  representante,  siguió  las  banderas  del  gobierno  del  gene- 
ral Martin  Rodríguez;  y  hay  una  carta  suya  notable  por  los  datos  y 
apreciaciones  (luo  arroja  acerca  do  esos  días  aciagos,  dirigida  en 
noviembre  de  ese  año  al  doctor  Manuel  José  ÍTarcía,  y  que  en  copia 
me  fué  dada  por  el  hijo  de  ese  patricio  argentino,  doctor  Manuel  Ra- 
fael García,  en  la  cual  don  José  Maria  Roxas  manifiesta  claramente 
sus  simpatías,  y  recapitula  la  situación  con  una  exactitud  de  vistas 
que  revela  el  conocimiento  de  los  intereses  encontrados  que  actua))an 
en  ese  esí^enario  multiforme. 

Nacionalizada  Buenos  Aires  por  ley  del  Congreso  de  las  Provincias 
Inidas,  don  José  .María  Roxas  y  Patrón  fué  electo  en  4  de  junio  de 
1 826  diputado  á  ese  congreso  por  el  territorio  de  la  capital,  y  en  unión 
de  los  ciudadanos  Juaií  Alagón,  Valentín  San  Martin,  Cornelio  Zela- 
ya,  Ildefonso  Ramos  .Mí'xia.  Miguel  de  Rigios  y  Joaquín  l^elgrano. 
Después  de  un  largo  debate  sobre  si  la  elección  había  recaído  en  su 
persona  ó  en  la  de  don  José  .Mana  Rojas  y  Argerich,  que  promovió 
td  coronel  Borrego,  y  en  el  que  tomaron  parte  oradores  como  don 
Valentín  Gómez,  Juan  José  Passo,  el  ministro  Agüero,  Manuel  A. 
Castro  y  José  J.  Gorriti,  prestó  juramento  y  se  incorporó  al  Con- 
greso el  16  de  junio  de  1826. 

En  la  sesión  del  19  de  julio  de  1826  en  que  el  Congreso  se  pronun- 
ció por  el  régimen  de  gobierno  para  las  Provincias  Unidas,  don  José 
María  Roxas  fué  uno  de  los  42  congresales  que  votaron  el  informe 
de  la  comisión  de  negocios  constitucionales  (lue  aconsejaba  la  adop- 
ción del  régimen  unitario.  lín  31  de  julio  del  mismo  Itié  elegido  itresi- 
dente  de  este  Congreso  general  constituyente.  Reelegido  para  este 
cargo  en  el  año  siguiente,  cúpole  suscribir  como  talla  constituíricni 
de  las  Provincias  Unidas,  y  la  nota  de  :)0  de  junio  de  1827  en  la  que 
el  Congres'j  acept<)  la  renuncia  que  elevó  Rivadavia  de  presidente  de 
la  República.  El  señor  Roxas  ejerció  ese  cargo  hasta  que  restable- 
cido el  gobierno  provincial  de  Buenos  .\ires,  y  nombrado  gobernador 
el  coronel  Dorrego,  éste  lo  llamó  al  ministerio  de  Hacientla  desde  (d 
cual  desempeñó  un  rol  importante  en  la  política  de  la  época. 

E'mpeaada  la  República  en  la  guerra  con  el  Brasil,  el  señor  Roxas 
coadyuvó  al  plan  «lue  (ünpezó  ¡i  (hísenvolver  el  coronel  Dorrego  para 
derrumbar  ese  Imperio  y  apod(>rarse  dtd  emperador,  (véase  tomo  I», 
aconsejándole:  1»,  proclamar  la  rei)úi)lica  brasilera;  2o.  anunciar  la 
libertad  de  los  esclavos,  comenzando  á  dársela  á  los  que  se  pasasen 


--  279  — 

de  Buenos  Aires;  los  generales  Soler,  Mansilla  y  Vidal, 
del  ejército  de  los  Andes  y  auxiliar  del  Perú;  el  doctor 
Eduardo  Lahitte,  don  Sim(3n  Pereyra  y  don  Baldoniero 
García,  niienibros  conspicuos  de  la  administraci(3n,  se 
reunieron  á  invitación  del  primero  para  deliberar  acerca 
de  lo  que  debía  hacer  el  partido  federal  en  presencia 
de   la    amenaza   continua    contra  la  vida    de    Rozas,  v 


á  las  iroiuin-as  argentinas;  3'>,  dar  patentes  de  corso  para  buques  ma- 
yores y  menores.  La  subsiguiente  negociación  de  Lord  Pomsoml)y  y, 
más  que  todo,  el  i)ronunciamiento  de  la  opinión  en  contra  de  las 
vistas  del  gobierno  de  Dorrego,  frustraron  este  plan  que  (|nizá  habría 
operado  una  traslbrmaeión  política  en  esta  parte  del  continente. 

El  señor  Roxas  fué  quien,  á  nombre  del  gobierno  de  Buenos  Ai- 
res, tirmí)  con  los  señores  Domingo  Callen,  á  nombre  del  de  Santa 
Fe  y  Domingo  Crespo  á  nombre  del  de  Entre  Ríos,  el  memorable  tra- 
tado del  litoral  al  (lue  adhirió  después  Corrientes,  y  sucesivamente 
las  demás  provincias;  y  ([ue  es  el  origen  y  el  punto  de  partida  de  la 
constitución  íederal  argentina.  En  seguida  ejerció  el  cargo  de  dipu- 
tado por  Buenos  Aires  á  la  Comisión  Representativa  de  Santa  Fe 
hasta  fines  del  mismo  año  de  1831,  en  ([ue  fué  reemplazado  por  el 
doctor  Ramón  olavarrieta. 

En  2  de  marzo  de  1832  l'ué  nombrado,  por  renuncia  del  doctor  Ma- 
nuel José  García,  ministro  de  hacienda  del  primer  gobierno  del  ge- 
nei'fd  Juan  Manuel  de  Rozas.  El  general  Balcarce,  qtie  sucedió  á  este 
último  en  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  le  ofreció  el  mismo  cargo, 
pero  el  señor  Roxas  lo  declinó  por  motivo  personales.  En  abril  de 
1833  fué  electo  diputado  y  se  colocó  del  lado  de  los  federales  que 
constituían  la  oposición,  i'rente  á  los  lomo-negros  ([ue  formaban  el 
partido  gubernista. 

El  general  Rozas,  cuando  en  1835  fué  elegido  gobernador  co  n  la 
suma  del  poder  público,  lo  llamó  nuevamente  al  ministerio  de 
hacienda,  y  fué  entonces  cuando  don  José  María  Roxas  y  Patrón  afir- 
mó su  reputación  de  financista  y  buen  administrador,  por  la  serie  de 
leyes  orgánicas  y  fundamentales  que  proyectó  é  hizo  sancionar,ay  por 
sii  memorable  creación  de  la  Casa  de  Moneda,  ó  sea  Banco  de  la  Pro- 
vincia de  Buenos  Aires,  sobre  el  extinguido  Banco  Nacional.  (_Véase 
tomo  II.) 

El  señor  Roxas  fué  elegido  diputado  en  varios  periodos  hasta  1852, 
en  ([ue  terminó,  puede  decirse?,  su  carrera  política.  Su  contracción 
á  la  cosa  pública,  sus  opiniones  serenas  é  ilustradas,  las  conexiones 
más  ó  menos  intimas  que  conservó  con  los  principales  hombres  del 
país,  le  hicieron  gozar  de  merecido  valimiento  durante  los  treinta 
años  que  actuó  siempre  en  primera  linea  en  la  política  de  su  país. 
Murió  en  1883  rodeado  de  los  suyos,  pero  olfscuro  y  o'vidado;  tan 
olvidado,  que  ni  un  retrato  suyo" hay  en  el  Banco  de  la  Provincia, 
donde  se  ostenta  el  del  doctor  Dalmacio  Vélez  Sarsfield  con  este  mote: 
('Fundador  del  Banco  de  Buenos  Aires»... 


—  28[)  — 

])cii-a  el  caso  que  éste  siicmnltiese   ú  las   tramas   de   sus 
enemigos  los  unitarios. 

El  Sr.  Roxastomó  la  palabra  y  después  de  fundar  la  ne- 
cesidad de  arril)ar  aun  resultado  que  i)usiese  á  los  federa- 
les al  abrigo  de  peligros  que  podían  conjurarse,  y  respecto 
de  lo  cual  estaban  contestes  todos  los  presentes,  por  otra 
parte,  abordó  la  cuestión  franca  y  resueltamente.  «El  gene- 
ral Rozas,  —  dijo  en  tono  tan  sinceraiuente  convencido 
como  el  deBelgrano  cuando  proponía  la  monarquía  incana 
en  las  sesiones  secretas  del  coiígreso  de  Tucumán,  —  es 
la  columna  de  la  federación.  Si  él  cae  en  el  estado  de 
guerra  y  de  odios  en  que  se  baila  el  país,  quedarán  en 
pie  en  ésta  y  en  otras  provincias  varias  inllueiicias  re- 
lativas, pero  ninguna  tendrá  el  poder  suficiente,  no  ya 
para  asegurar  el  régimen  federal  que  sostenemos  y  que 
libramos  al  tiempo  y  á  los  acontecimientos,  pero  ni  si- 
quiera para  luchar  con  las  dificultades  que  surgirían 
inmediatamente  de  las  divisiones  y  de  los  celos  que  ex- 
plotarían nuestros  enemigos  para  propiciarse  un  triunfo 
fácil.  El  dilema  para  nosotros  es  este:  ó  bien  nos  fija- 
mos en  la  persona  á  la  cual  rodearemos  en  el  caso  en 
que  haya  que  sustituir  al  general  Rozas,  y  le  pedimos 
á  éste  anticipadamente  la  recomiende  á  la  consideración 
de  los  principales  federales  de  las  demás  provincias,  y 
hacemos  nosotros  otro  tanto  para  que  el  designado 
■cuente  sobre  una  base  esencialmente  nacional,  sin  la 
cual  sería  todo  efímero  y  peligroso;  ó  bien  nos  resol- 
vemos, una  vez  producida  la  catástrofe  que  no  podemos 
evitar,  á  caer  bajo  el  dogal  de  nuestros  enemigos,  des- 
])ués  de  vagar  errantes  en  un  dédalo  de  ambiciones  y 
de  desgracias.  Ninguno  de  nosotros  ])uede  ni  debe  va- 
cilar, con  tanto  menos  motivo  cuanto  que  la  experiencia 
de  una  parte,  y  el  sentimiento  de  las  altas  convenien- 
<ci;is.   de   la   otra,   nos   están    indicando    la   persona   aire- 


—  281  — 

iledor  de  la  cual  se  agruparían  todos  los  federales  de 
la  República :  la  señorita  Manuela  de  Rozas. » 

Todos  los  presentes  adhirieron  á  las  conclusiones 
del  señor  Roxas  después  de  un  ligero  cambio  de  ideas, 
como  que  á  ninguno  le  sorprendió  el  medio  propuesto 
para  conjurar  la  crisis  gubernativa  que  se  temía.  Ellos 
mismos  y  la  legislatura  y  las  autoridades  y  el  pueblo 
habían  venido  estableciendo  por  una  serie  de  ¡íreceden- 
tes  notorios  el  hecho  singular  y  cuhninante  de  que  Ma- 
nuela de  Rozas  podía  ejercitar  legítimamente  la  repre- 
sentación de  su  padre,  así  en  los  actos  particulares  como 
en  los  actos  oüciales;  y  el  no  menos  notable  de  que 
se  la  debía  incluir  inmediatamente  después  de  Rozas 
€n  la  escala  de  las  distinciones  i'i  honores  de  que  fuese 
objeto  este  último,  y  de  que  tales  precedentes  no  reza- 
ban con  don  Juan  Ortiz  de  Rozas,  el  primogénito  del 
general  don  Juan  Manuel,  el  cual  se  ocupaba  en  sus 
estancias. 

Ello  había  llegado  á  ser  una  costumbre,  tanto  más 
aceptada  cuanto  que  eran  unánimes  las  simpatías  que 
inspiraba  Manuela  de  Rozas,  así  por  sus  amables  j^ren- 
das  como  por  sus  cualidades  poco  comunes  para  tratar 
á  las  gentes  y  desempeñarse  satisfactoriamente  en  cuales- 
quiera situaciones  que  su  padre  librase  á  su  prudencia 
y  á  su  habilidad.  Y  ella  era  tal  vez  la  única  persona 
que  estaba  al  cabo  de  las  fuerzas,  de  las  aspiraciones 
y  de  los  rumbos  que  encaminaban  ese  gobierno  en  me- 
dio de  las  aclamaciones  entusiastas  de  una  opinión  ro- 
busta, y  entre  las  reacciones  tremendas  de  una  minoría 
decidida  á  batallar  contra  él  hasta  vencer  ó  hasta  mo  ■ 
rir.  Así,  los  comandantes  en  jefe  de  los  ejércitos  fede- 
rales al  darle  cuenta  á  Rozas  de  sus  triunfos,  jamás 
olvidaban  felicitar  por  ello  á, Manuela  de  Rozas.  Otro 
tanto  hacían  los   altos  funcionarios  con   motivo  de  las 


—  ?H2  — 

íi'síividades  nacioiíalcs.  Ya  lie  iiieiicionado  los  lioiiores 
que  la  disceriiií)  la  le/^lslatiira.  Entre  (d  crmiulo  de  no- 
tas oliciales  que  le  fueron  dirigidas  á  Hozas  de  todos 
los  puntos  de  la  Rei)riblica  con  inotivo  de  la  máquina 
infernal,  no  liay  una  en  la  qne  no  se  felicite  á  Manuela 
d(^  Rozas.  Y  en  ando  con  el  mismo  motivo  se  hizo  mo- 
ción en  la  legislatura  para  que  los  representantes  pasa- 
sen en  corporación  y  sobre  tablas  á  saludar  á  Rozas, 
y  algún  diputado  dijo  qiu'  á  esa  hora  el  gobernador 
estaba  atareado,  el  diputado  Garrigós  ])ronunció  estas 
significativas  palabras  que  hizo  suyas  la  legislatura  san- 
cionando esa  moción :  «  El  que  las  excesivas  atenciones 
de  S.  E.  hacia  los  negocios  públicos  no  le  permitan  reci- 
bir .-'i  los  señores  representantes,  no  es  un  obstáculo, 
porque  allí  se  halla  su  digna  hija,  que  puede  ser  el  órgano 
por  donde  se  trasmitan  á  su  respetaljle  padre  los  senti- 
mientos de  la  honorable  sala. . .  Así  ha  sucedido  ya,  y  no 
hace  mucho  tiemjjo  á  que  fué  la  sala  en  cuerpo,  y  acer- 
cándose á  1(1  benemérita  y  esclarecida  argentina  doña  Ma- 
nuela de  Rozas,  expuso  por  medio  del  señor  presidente  sus^ 
sentimientos.  (') 

Aceptadas,  pues,  las  proposiciones  del  señor  Roxas, 
quedó  resuelto  que  éste  daría  á  Rozas  cuenta  por  escrito 
del  motivo  \  fin  de  la  reunión;  y  que  al  día  siguiente 
pasarían  todos  á  manifestarle  sus  proyectos  y  sus  senti- 
mientos. Rozas  los  esperó  á  la  hora  indicada.  El  señor 
Roxas  reiteró  en  términos  elocuentes  los  votos  conte- 
nidos en  su  carta,  agregando  que  éstos  eran  los  del  par- 
tido federal  que  rodeaba  y  rodearía  hasta  el  último  mo- 
mento al  jefe  de  la  Nación.  Rozas  agradeció  con  efusión 
el  celo  de  sus  amigos,  bien  (¡ue  manifestándoles  que  ese 
celo  les  hacía  ver  m;is  graves  de  lo  (|ue  serían  las  con- 


(í  )    Diario  de  sesiones  de  In  .Iiinta,  s(ísión  688,  tomo  27. 


—  '-^8:!  — 

secuencias  de  su  iimerte;  como  quiera  (jue  todas  las  pro- 
vincias estuviesen  representadas  por  federales  de  nota. 
y  que  en  la  de  Buenos  Aires  hubiese  hombres  como  el 
señor  Roxas  y  otros,  capaces  de  prose^^uir  la  organizacicju 
del  país  bajo  el  régimen  de  la  federación.  Y  como  el 
doctor  Roxas  insistiese.  Rozas  se  limitó  á  pronunciar 
estas  palabras  que  no  les  permitía  á  sus  amigos  ade- 
lantar un  paso  en  el  terreno  en  que  se  habían  colocado : 
«Como  ustedes  lo  dicen,  es  cierto  que  la  niña  está  im- 
])uesta  de  los  asuntos  de  la  administración  y  de  la  marcha 
que  ellos  deben  segnir,  y  han  de  seguir,  pero  es  más  cierto 
que  lo  que  ustedes  pretenden  es  nada  menos  que  el  gobier- 
no hereditario  en  nuestro  país,  el  cual  ya  ha  aventado  tres, 
ó   cuatro  monarquías    porque  eran  hereditarias.» 

Respecto  de  esta  tentativa  de  gobierno  hereditario, 
que  no  pasó  de  aspiraciones  de  algunos  hombres  bien 
intencionados,  me  decía  últimamente  la  señora  Planuda 
de  Rozas  de  Terrero:  «  Me  pregunta  usted  quiénes  fueron 
los  que  representaron  al  general  Rozas  la  necesidad  de 
que  les  indicase  sn  sucesor  para  el  caso  en  que  se  repi- 
tiese con  éxito  la  tentativa  de  la  máquina  infernal:  y 
quién,  entrando  en  consideraciones  políticas  de  trascen- 
dencia. indic(')  la  conveniencia  de  que  el  sucesor  fuese 
yo  misma. . .  De  lo  primer(j  se  habló  en  la  sala  de  repre- 
sentantes. La  indicación  de  que  el  sucesor  fuese  yo 
misma  fué  del  señor  don  José  M.  Roxas  y  Patrón,  en 
carta  á  mi  padre,  quien  lo  rechazó  de  todo  punto,  como 
que  un  hombre  de  su  alcance  ni  por  un  momento  pudo 
desconocer  la  impropiedad  de  tal  idea,  y  que  era  inadmi- 
sible. Sin  duda  que  nació  de  la  distinción  y  del  cariño 
con  que  ese  buen  é  inolvidable  amigo  me  favoreció  desde 
mis  primeros  años. »  (') 

(')    Carta  datada  en  Londres  en  diciembre  de   1884,  original  en 
mi  archivo. 


—  284  — 

Hepnblicaní)  por  índolí;  y  ]»or  cónviccHMi  piüfunda,  no 
me  es  dado  más  que  recapitular,  eu  (4  carácter  de  narrador, 
las  probabilidades  que  habrían  surgido  de  esta  tenta- 
tiva ruidosa.  En  presencia  de  los  antecedentes  y  de  las 
circunstancias  que  mediaban,  se  ])uede  iiulucir  que  Ma- 
nuela (1h  Hozas  descendiente  de  una  de  las  más  ilustres 
familias  españolas  que  vinieron  al  río  de  la  Plata;  fa- 
miliarizada con  las  cosas  y  los  hombres  de  su  país; 
habituada,  al  nuinejo  de  los  negocios  públicos;  dotada 
de  raras  prendas  intelectuales  y  morales;  respetada  por 
todos  los  hombres  de  alcurnia  y  de  posición,  fueran 
unitarios  ó  federales;  ídolo  de  las  muchedumbres,  no 
habría  podido  desconocer  las  exigencias  de  la  situaciíui 
que  ella  crearía  ante  una  resistencia  que  delua  tratar 
de  desarmar  para  ({ue  su  gobierno  fuese  un  poder  re- 
parador de  los  desastres  que  se  liabían  sucedido. 

Desde  este  punto  de  vista,  el  gobierno  hereditario 
que  tentaron  establecer  los  federales  de  1841  con  doña 
Manuela  de  Rozas,  tenía  en  la  República  Argentina 
fundamentos  más  SíUidos,  legitimidad  menos  discutible 
y  probabilidades  de  éxito  mucho  menos  dudosas  que 
el  protectorado  inglés,  el  protectorado  francés,  la  mo- 
narquía incana  «  con  el  cholo  bastardo  de  Huayna-Ca- 
pac  »,  como  decía  el  padre  Castañeda;  la  monarquía 
borbónica,  con  el  infante  Francisco  de  Paula,  surgida  á 
causa  de  la  ruptura  entre  el  rey  Carlos  de  España  y  su 
hijo  don  Fernando;  ó  con  el  príncipe  de  Luca  y  la  ayuda 
de  la  princesa  Carlota  del  Brasil ;  que  trabajaron  res- 
pectivamente Rodríguez  Peña,  Belgrano.  Rivadavia,  Puey- 
rredíHi,  Sarratea  y  García  durante  el  ¡¡rimer  cuarto  de 
€ste  siglo,  contando  con  el  apoyo  de  casi  todos  los  pro- 
hombres de  la  revolución  de  1810.  ])ero  sublevando  las 
iras  de  los   pueblos  argentinos,  á  pesar  de  que  el  Con- 


—  285  — 

greso  de  Tiicumán  había  ya  sancionado  el  régimen  re- 
publicano. (  ' ) 

Entonces  se  trabajó  una  verdadera  monarquía,  cal- 
cada naturalmente  sobre  las  bases  de  las  que  suscribieron 
la  Santa  Alianza.  Lo  que  tentaron  establecer  los  nota- 
bles del  año  de  1841  fué  una  federación  de  Estados  con 
un  Poder  ejecutivo  inamovible,  y  sobre  la  base,  ya  esta- 
blecida por  el  mismo  Rozas  en  el  Tratado  Litoral  de  1831^ 
de  la  autonomía  de  las  provincias,  las  cuales  delegaban 
en  aquel  poder  las  atribuciones  inherentes  á  los  inte^ 
reses  nacionales,  reservándose  su  soberanía  en  todo  lo 
que  concernía  á  los  intereses  particulares.  Un  régimen 
que  armoniza  y  resume  sin  violencia  las  dos  grandes, 
tendencias  que  se  disputan  el  predominio  en  las  socie- 
dades políticas:  la  de  los  conservadores  autoritarios,  y 
la  de  los  innovadores  que  se  inspiran  en  las  corrientes 
diarias  de  la  democracia  pura.  Fiel  trasunto  —  por  lo 
que  hace  á  la  idea  fundamental  —  del  gobierno  inglés 
tal  como  lo  quiere  y  lo  trabaja  Gladstone,  sin  lores  que 
se  sienten  en  la  cámara  alta  por  derecho  de  primoge- 
nitura;  y  sin  mayores  prerrogativas  que  las  necesarias 
para    el    desenvolvimiento    del    sistema    representativo. 


( 1)  No  me  refiero  á  alguna  otra  tentativa  más  efímera,  á  la 
negociación  que  entabló  el  Brasil  en  1830  ante  las  grandes  potencias 
europeas  para  monarquizar  á  Sur-América,  colocando  en  estos  es- 
tados principes  de  la  casa  de  Borbón,  porque  este  proyecto  que 
desenvolvió  el  vizconde  de  Abrantes,  — el  mismo  que  solicitó  en  1843 
de  la  Gran  Bretaña  y  de  la  Francia  la  intervención  armada  en  el  no 
de  la  Plata,  no  sólo  no  tuvo  eco,  sino  que  era  en  exclusivo  provecho 
de  ese  Imperio, — el  cual  ponía  como  condición  la  de  que  en  el  reparto 
le  tocarla  la  hoy  República  Oriental.  La  propia  lógica  de  los  acon- 
tecimientos, tal  como  han  sido  conducidos  por  gobernantes  y  gober- 
nados, sin  interrupción  desde  el  año  de  1830  hasta  el  presente,  ha 
permitido  (|ue  á  través  del  tiempo  sea  la  República  Argentina  la 
que  iníluya  benéficamente  sobre  su  poderoso  vecino  del  Brasil.  Á  la 
propaganda  de  sus  gobiernos,  á  su  prensa,  á  sus  libros,  á  sus  ideas 
(|ue  han  recorrido  toda  la  América,  es  debida  en  buena  parte  la  evo- 
lución rcpulilicana  en  el  Brasil,  á  tal  punto  (|ue  puede  decirse  que 
la  República  Brasilera  es  una  irradiación  argentina. 


-    '286  — 

Expresi(')ii  más  acabilda  (jiic  la  iiiofiari/uía  de inoci' ática  de 
Noruega  y  Siiecia,  que  recién  cu  180(J  abolit')  los  cuatro 
estados  (le  nobleza,  clero,  burguesía  y  pueblo.  (')  Por 
lo  demás,  dicho  régimen  cuenta  con  el  conceuso  de  Stuart 
Mili,  de  Bluutchilli,  de  Spencer.  y  de  cuantos  se  han  ocu- 
pado de  la  cuestión  <te  gobierno  en  estos  últimos  cincuenta 
anos,  mostrando  c(3mo  el  gobierno  líbrese  encuentra  des- 
naturalizado y  pervertido  á  exi)ensas  de  presidentes  con 
facultades  imperiales;  de  senados  que  ])or  el  modo  como 
se  componen,  tienen  más  vínculos  de  complicidad  con  estos 
últimos,  que  con  la  idea  conservadora  del  principio  que  de- 
bieran representar;  y  de  un  pretendido  derecho  universal 
de  sufragio,  que  envuelve  de  hecho  la  negación  del  derecho 
de  las  clases  dirigentes  ó  gobernantes  de  la  sociedad,  y 
le  quita  sus  mejores   fuerzas  al  régimen  republicano. 

El  estadista  que  en  1841  inició  tal  evolución  en 
Buenos  Aires,  conservó  á  través  del  tiempo  sus  ideales. 
En  carta  (|ue  veinte  años  después  le  dirigía  al  gene- 
ral Rozas  á  Inglaterra,  reseñaba  los  trabajos  que  des- 
de 1810  venían  haciendo  gobernantes  y  prohombres  ar- 
gentinos en  pro  de  la  monarquía,  y  agregaba  el  señor 
José  María  Roxas:  «Por  lo  que  respecta  á  mis  opiniones 
políticas  tampoco  tengo  miedo.  Siempre  las  he  manifes- 
tado en  público,  desde  antes  del  principio  de  mi  carrera. 
La  civilización  moderna  no  i)uede  soportar  ni  el  des- 
potismo, ni  la  anar(|uía.  No  creo  en  la  monarquía,  pero 
tampoco  en  la  repiiblica,  como  están  al  presente.  Son 
formas  extremas.  Tendrían  la  una  que  bajar,  la  otra 
que  subir  y  darse  la  maiuj  á  nu'dio  camino.  Esto  ya 
lo  van  comprendiendo  los  pueblos;  y  los  reyes  según 
veo,  lo   van   poniendo    en  práctica.   Acabarán  éstos  por 


( ')     véase  La  Suede,  por  M.  Alnuwú^^i  — Etude  sur  les  constitu- 
ti07is  par  M.  WíiVoXá.  —  Co7istüiitions  Earopéens  \)i\v  (i.  Demonliyiies. 


—  "287  —     • 

reemplazar  el  casco  inteiior  de  la  corona  con  el  gorro 
de  la  libertad.  Las  reinas,  como  mujeres,  serán  las  pri- 
meras en  sacar  á  luz  la  moda...  Partiendo  de  la  idea  de 
poner  la  presidencia  hereditaria  de  la  República  en  una 
persona  (llámesele  como  se  quiera)  mi  opinión  ha  sido 
siempre  que  debía  ser  una  mujer.  Unos  de  los  núme- 
ros del  Illustrated  London  News  trajo  los  retratos  de 
la  familia  real  de  Inglaterra.  En  medio  de  sus  her- 
manos estaba  la  princesa  Alice,  con  su  gorrita  colga- 
da al  brazo  y  con  un  aire  de  bondad  é  inocencia  tales 
que  al  momento  dije  para  mí,  como  don  Quijote:  «Aquí 
está  la  señora  de  mis  pensamientos:  aquí  la  presidenta  de 
la  Nación  Argentina.»  ('j 


(  ')  Carta  de  enero  de  1S()2.  (»iigiual  cu  mi  areliivo.  (coi'i'espoaden- 
cia  de  Rozas.) 


CAPÍTULO  XLI 


FIN    DK   I, A    COALICIÓN  EN   CUYO 


( 1841  ) 


SlMARio:  I.  (Jbjetu  qin'  se  jiropoiiu  Lavallc  al  retirarse  do  LaRioja.  — II.  L)i)l)Ie 
hipótesis  bajo  la  cual  opera  Oribe.  —  III.  Error  de  cálculo  de  Lavalle. — 
IV.  Resultado  de  las  operaciones  de  Oribe  en  los  Llanos  de  La  Rioja: 
justicia  que  Oribe  rinde  á  Poñaloza.  —  V.  Lavalle  se  retira  á  Famatina 
sin  poder  reducir  ú  Brizuela  á  que  lo  siga.  —  VI.  La  obcecación  de  Bri 
zuela.  —  VII.  Brizuela  y  la  Comisión  Argentina  de  Chile:  propósitos  radi- 
cales de  esta  comisión.  —  VIII.  Lo  único  positivo  que  vio  Brizuela  en 
la  conducta  de  dicha  comisión.  —  IX.  Aldao  marcha  sobre  Brizuela  y  lo 
destroza  en  Sañogasta:  muerte  de  Brizuela.  —  X.  Lavalle  y  Lamadrid 
se  reúnen  en  Catamarca  y  acuerdan  sus  operaciones  respectivas.  —  XI. 
Motivos  que  facilitan  la  marcha  de  Lamadrid  de  Tucumán  á  Catamarca. 
—  XII.  Porqué  Lagos  nobatió  á  Lamadrid  :  propósito  á  que  obedecían  las 
órdenes  terminantes  de  Oribe.  —  XIII.  Porqué  Oribe  no  batió  á  Lamadrid  y 
prefirió  marchar  sobre  Tucumán. — XIV.  Lamadrid  adelanta  su  van- 
guardia á  La  Rioja  y  de  aquí  á  San  Juan  al  mando  de  Acha. —  XV.  Aldao 
marcha  sobre  San  Juan  y  .^cha  sale  á  esperarlo.  —  XVI.  El  cuadro  de 
Angaco.— XVII.  Epilogo  de  Angaco.  —  XVII.  Beaavidez  asalta  la  plaza 
de  San  Juan:  .\cha  se  rinde  después  de  tres  días  de  combate.  —  XIX. 
Benavidez  concierta  la  evasión  de  Acha,  pero  se  retira  á  la  aproximación 
de  Lamadrid  y  lo  remite  á  Pacheco  que  lo  hace  fusilar.  —  XX.  Critica  de 
la  conducta  de  Lamadrid  mientras  Acha  se  hallaba  en  San  Juan.  —  XXI. 
Su  indecisión  y  lentitud  destruyeron  su  vanguardia.  —  XXII.  Lamadrid 
entra  en  San  Juan  y  marcha  en  seguida  sobre  Mendoza :  sus  partidarios 
lo  aclaman  gobernador.  —  XXIII.  Marcha  de  la  columna  de  Pacheco  por 
San  Luis.  —  XXIV.  Avance  de  Pacheco  por  el  Desaguadero:  combate  de 
la  Vuelta  de  la  Ciéíiaga.  —  XX\.  Batalla  del  Rodeo  del  ynedio:  número 
y  formación  de  las  fuerzas  de  Lamadrid  y  de  Pacheco  :  movimientos  de 
la  columna  federal  para  pasar  el  puente  de  la  Vuelta  de  la  Ciénaga : 
error  capital  de  Lamadrid  :  despliegue  de  las  fuerzas  federales  :  ventaja 
relativa  del  coronel  Alvarez  :  desobediencia  del  coronel  Baltar  :  carga  del 
centro  unitario  :  Lamadrid  vuelve  á  formarlo  bajo  los  fuegos  enemigos  : 
derrota  completa  de  Lamadrid. — XXVI.  La  retirada  de  Lamadrid:  su 
pasaje  por  la  cordillera  cerrada.  —  XXVII.  Sarmiento  le  conduce  auxilio» 
por  el  lado  de  Chile. 


Las  ruidosas  manifestaciones  populares  que  provo- 
có en  Buenos  Aires  el  asesinato  frustrado  contra  Rozas, 
llegaron  al  interior  envueltas  en  el  sentimiento  enarde- 


-  289  — 

ciclo  de  los  partidarios;  y  fué  este  sentimieiito,  puede 
decirse,  el  que  precedió  las  marchas  del  ejército  federal 
sobre  el  de  la  coalición  del  norte,  á  cuyo  frente  iban 
Lavalle,  Lamadrid  y  Brizuela.  El  general  Lavalle,  al 
retirarse  de  La  Rioja  no  podía  hacer  frente  á  ninguno 
de  los  tres  cuerpos  de  ejército  que  conducían  Oribe, 
Pacheco  y  Aldao,  como  ya  queda  dicho  en  el  capítulo  xxix. 
Tampoco  lo  pretendió  después  de  haber  conseguido  en 
parte  su  propósito,  cual  era  el  de  que  Oribe  invadiese 
esa  provincia  y  dejase  á  Lamadrid  organizar  los  ele- 
mentos de  la  resistencia  en  el  norte.  Con  estos  elemen- 
tos y  con  los  suyos  propios  pensaba  formar  un  ejército 
fuerte,  haciendo  pie  en  Tucumán  adonde  Oribe  iría  á 
buscarlo;  y  desde  ese  momento  su  objeto  principal  fué 
el  de  incorporarse  con  Lamadrid. 

Pero  Oribe,  de  su  parte,  tenía  madurado  nn  plan  que 
debía  desbaratar  los  cálculos  de  Lavalle,  aun  en  el  caso 
de  que  practicase  las  operaciones  que  este  último  con 
fundada  razón  le  atribuía.  El  modo  cómo  Oribe  dis- 
tribuyó las  fuerzas  de  su  mando  al  marchar  sobre  La 
Rioja,  dejando  cubierta  su  línea  de  Córdoba,  como  queda 
dicho  en  el  capítulo  citado,  manteniendo  á  Aldao  en  Valle 
Fértil,  á  Benavidez  en  la  frontera  de  San  Juan,  á  Lagos 
en  la  de  Catamarca  dándose  la  mano  con  Ibarra  y  con 
Gutiérrez,  indica  que  operó  bajo  la  doble  hipótesis  de  que, 
ó  Lavalle  se  incorporaría  con  las  fuerzas  riojanas  al  ejér- 
cito que  traía  Lamadrid  y  le  presentarían  una  batalla; 
ó  estos  dos  generales  maniobrarían  sobre  el  norte  y  Cuyo 
respectivamente.  En  el  primer  caso,  él  les  opondría  la 
columna  á  sus  inmediatas  órdenes,  y  las  de  Pacheco  y 
Lagos  compuestas  de  tropas  de  línea  y  selectas.  En  el 
segundo  caso,  daría  á  Pacheco  el  mando  de  las  fuerzas 
que  debían  operar  sobre  Lamadrid,  y  él  marcharía  al 
encuentro  de  Lavalle  donde  quiera  que  éste  se  dirigiese. 

TOMO    III.  19 


—  '>9()  — 

Su  iiiarclia  sobre  Lu  Uioja  \h)y  Iüs  Llanos  tenía,  pues, 
por  único  objeto  el  llegar  á  uno  de  esos  dos  resultados, 
romo  quiera  que  esta  provincia  no  le  ofreciera  mayores 
ventajas  una  vez  que  la  desalojase  Lavalle,  presentán- 
dole á  él  la  o})oi'tunl(lad  de  tomar  el  camino  más  con- 
veniente. Lavalle  se  equivocó  respecto  del  alcance  de 
los  movimientos  de  Oribe,  pues  en  su  carta  ya  citada 
al  general  Paz  le  dice:  «Confieso  á  usted  que  la  ¿nat¿- 
dita  retirada  de  Oribe  y  de  Pacheco  de  La  Rioja,  no  la 
[tude  concebir  sino  como  efecto  de  la  ocupación  del 
Entre  Ríos  por  el  ejército  combinado  de  Entre  Ríos  y 
del  Estado  Oriental. »  (O  Y  que  Oribe  lo  tenía  así  meditado 
y  calculado  es  evidente,  pues  que  en  una  de  sus  varias 
cartas  á  Lagos,  en  la  que  le  pide  que  no  comprometa 
combate  serio  con  Lamadrid,  como  lo  pretendía  ese 
experimentado  jefe  con  la  excelente  columna  de  su 
mando,  le  dice  con  fecha  14  de  mayo,  un  mes  antes 
de  que  Lavalle  se  moviera  de  La  Rioja:  «De  todos 
modos,  yo  estoy  en  marcha  para  una  operación  sobre  La 
Rioja,  que  fué  mi  plan,  aunque  para  ocultar  mi  mar- 
cha con  este  destino  divulgué  la  voz  de  que  marchaba 
para  esa  (Catamarca).  Pero  la  operación  que  indico  sobre 
la  expresada  La  Rioja,  es  sólo  un  movimiento  el  cual 
verificado,  estaré  en  actitud  de  dirigirme  donde  con- 
venga.» ('-) 

Á  medida  que  avanzaba  Oribe  por  los  Llanos,  se  pro- 
nunciaban por  las  armas  federales  los  partidarios  que 
había  levantado  el  noble  coraje  de  Peñaloza  y  la  pre- 
sencia de  Lavalle.  Según  se  lo  comunica  aquel  general 
al  coronel  Lagos,  apenas  llegó  al  pueblo  de  Olta  se 
le  presentaron  bien  armados  y  montados  como  cincuen- 

(1)  Memorias  del  general  Paz,  tomo  ni,  pág.  186. 

(2)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  {Papeles  de  Lagos.)  Véase 
el  apéndice. 


—  291  — 

ta  hombres  al  mando  del  capitán  Gómez:  cerca  de  Pa- 
catata  se  presentó  el  comandante  Villafañe  con  su 
escuadrón  fuerte  de  setenta  hombres;  y  en  su  marcha 
por  Malauzan,  Illisca  y  Chepes  se  presentaron  igual- 
mente partidas  sueltas  de  las  que  Peñaloza  tenía  des- 
prendidas, y  que  reunidas  á  aquellas  fuerzas  formarían 
un  total  de  cuatrocientos  hombres  que  se  agregaron  por 
su  propia  voluntad  al  ejército  federal.  (')  Y  para  que 
este  pronunciamiento  se  hiciera  más  notable,  fué  el 
comandante  Juan  de  Dios  Vilela  el  que  se  presentó  á 
los  pocos  días  á  Oribe  con  el  escuadrón  Cüllen  que 
acompañaba  á  Lavalle  desde  dos  años  atrás. 

En  seguida  de  estos  resultados,  y  sobre  todo,  cuando 
Peñaloza  se  hubo  retirado.  Oribe  dio  por  terminada  la 
campaña  de  los  Llanos.  He  aquí  cómo  Oribe  rinde,  en 
la  carta  citada,  merecida  justicia  á  ese  reputado  caudi- 
llo que  acompañó  en  el  más  rudo  batallar  á  los  unita- 
rios, y  que  en  1863,  anciano  ya,  veinte  y  dos  años  después 
de  los  sucesos  que  vengo  historiando  y  bajo  el  gobierno 
de  los  adversarios  de  Rozas,  fué  decapitado  y  colocada 
su  cabeza  en  una  pica  en  la  plaza  de  Olta...  «  Estas  defec- 
ciones han  puesto  á  Peñaloza  (alias  Chacho)  en  la  necesi- 
dad de  abandonar  el  Carrizal  donde  se  hallaba,  y  diri- 
girse á  Aguango  con  intención  sin  duda  de  cruzar  á 
La  Rioja;  y  esto  me  hace  suponer  también  que  en  tos 
Llanos  ya  no  existen  enemigos  cjue  combatir.)^  (^) 

Fué  en  estas  circunstancias  cuando  Lavalle  llamó  á 
Brizuela  y  á  sus  jefes  á  una  junta  de  guerra  para  pro- 
ponerles las  operaciones  que  urgentemente  debían  lle- 
var á  cabo,  á  efecto  de  incorporarse  á  Lamadrid.  Ellas 


( ' )  Carta  de  Oribe  á  Lagos  de  22  de  mayo  1841.  Manuscrito  en  mi 
archivo.  (Véase  el  apéndice;  véase  también  parte  de  Oribe  á  Rozas  en 
La  Gacela  Mercantil  de  28  de  junio  del  mismo  año.) 

( 2)  ^dem,  Ídem. 


fiit'i'oii  «acejitadas  con  entiisiasino»  coiihi  lo  declara  el 
mismo  Lavalle  en  su  carta  ya  citada  á  Paz.  Pero  he 
allí  que  al  comenzarlas,  Brizuela  las  resistió  á  punto  de 
intimar  á  los  jefes  riojanos  que  no  obedeciesen  otras 
órdenes  que  las  suyas.  No  pudiendo  reducirlo  sino  i»or  la 
fuerza,  y  apremiado  por  un  enemigo  fuerte  que  se  le  venía 
encima.  Lavalle  se  retiró  de  Famatina  con  su  pequeña  co- 
lumna por  el  camino  de  Copacabana,  dejándolo  con  más  de 
mil  hombres  cuya  completa  destrucciíui  no  i)odía  ocultarse 
á  nadie  más  que  al  desgraciado  jefe  de  la  coalición  del 
norte.  En  Pituil  se  le  incorporaron  á  Lavalle,  los  coro- 
neles Janzon  y  Brandan  con  tres  hombres  y  le  comuni- 
caron que  Brizuela  había  resuelto  ir  á  situarse  en  Vin- 
china,  « lugar  horroroso  i)or  el  clima  y  la  absoluta  esca- 
sez de  todo  lo  que  puede  hacer  soportable  la  vida»,  dice 
Lavalle. 

Había  en  esta  conducta  de  Brizuela  toda  la  obce- 
cación del  que  se  resuelve  á  sacrificarse  estérilmente, 
con  los  elementos  que  puede  utilizar  para  la  cau- 
sa política  que  representa.  Se  diría  que,  más  que 
el  mal  que  se  infería  á  sí  mismo,  le  importaba  el 
que  deseaba  inferirle  á  Lavalle;  y  que  lo  sacrificaba  todo 
á  una  de  esas  venganzas  con  fruición  acariciadas  por 
el  gaucho  herido  en  sus  amores.  De  esto  se  habló  con 
misterio  en  el  ejército  libertador  y  en  Montevideo;  y  los 
amigos  de  Lavalle  entraban  en  detalles  y  circunstancias 
que  no  hacen  á  la  historia.  O  quizá  esa  especie  de 
demencia  provenía  de  los  celos  inauditos  de  que  lo  hacía 
víctima  el  impensado  cargo  con  que  lo  habían  investido 
las  provincias  del  norte,  y  que  contribuyó  á  avivar  la 
Comisión  Argentina  en  Chile,  mareándolo  con  sus  altas 
consideraciones. 

Esta  Comisión  Argentina  que  fundaron  en  Santiago 
de  Chile  el  general  Juan  Gregorio  de  las   Heras   y  los 


—  29o  — 

señores  Domingo  F.  Sarmiento,  el  más  brillante  de  los 
propagandistas  contra  Rozas  y  el  único  qne  despnés  de 
Echeverría  fnndó  su  propaganda  en  principios  orgánicos 
y  trascendentales;  José  L.  Calle,  Martín  Zapata,  Domingo 
de  Oro  y  Joaquín  Godoy,  con  propósitos  análogos  á  la 
de  Montevideo,  llegó  á  personificar  en  Brizuela  la  direc- 
ción de  la  revolución  en  el  norte  y  en  Cuyo.  Este 
hombre  de  cortos  alcances,  y  ya  engreído  con  la  in- 
íluencia  que  se  atribuía,  se  creyó  el  arbitro  de  la  guerra 
y  el  único  capaz  de  levantar  un  ejército  formidable  con 
los  cuantiosos  recursos  que.  á  nombre  de  la  Comisión 
Argentina  le  ofrecía  don  José  Luis  Calle  en  una  carta 
que  Rozas  hizo  publicar  íntegra,  y  en  la  que  le  trazaba 
la  línea  de  conducta  que  debía -seguir  sin  respetar  vi- 
das ni  fortunas  y  sin  consideración  alguna.  «  Rozas, 
señor  general,  le  decía  en  esa  carta,  tiene  por  principal 
apoyo  en  ese  plan  de  sangrienta  dominación  que  está 
desenvolviendo  el  terrorismo  que  ostenta,  y  todos  los 
hombres  pensadores  recelan  justamente  que  si  no  se 
emplean  medios  análogos  la  lucha  será  siempre  venta- 
josa á  ese  tirano.  Sería  conveniente  que  todos  los  mal- 
vados que  empuñan  las  armas  en  favor  de  Rozas, 
tuviesen  la  evidencia  de  que  han  de  morir  si  caen  en 
las  manos  de  sus  enemigos.  Para  que  los  hombres  vi- 
les y  cobardes  del  interior  qne  se  maniíiestan  partida- 
rios de  Rozas  se  decidan  en  el  acto  contra  éste  y  ayuden 
á  V.  E.  en  la  empresa  que  dirige,  es  preciso  que  sepan 
evidentemente  que  perderán  la  fortuna  y  la  vida,  si 
continúan  siendo  lo  que  han  sido  hasta  ahora.»  (') 

En  otra  carta  que,  como  la  anterior,  cayó  poco  des- 
pués  en  manos  de   Aldao,    y  que   Rozas  hizo    publicar 


(*)  Véase  esta    carta  eu  La  Gaceta  Mercantil  del  ¿7  de  auosio 
de    1841.  '    ' 


—  294  — 

íntegra  tniabiéii.  la  misma  Comisión  Argentina  le  decía 
á  Brizuela  sorprendido  sin  duda  de  que  gentes  que 
tanto  le  ofrecían  le  aconsejasen,  recién,  lo  que  él  venía 
practicando  desde  mucho  tiempo  atrás:  «  Mientras  Ro- 
zas proclama  que  el  que  no  está  del  todo  con  él  está 
df'l  todo  contra  él,  y  hace  asesinar  y  envenenar  á  los 
que  no.  se  deciden,  nosotros  consideramos  como  enemi- 
gos, y  tratamos  como  á  tales  solamente  á  él  y  á  los 
que  por  él  toman  las  armas....  La  Comisión  Argentina 
cree  que  los  ilustres  jefes  de  la  causa  de  la  liber- 
tad deben  emplear  cuanto  antes  rigorosas  represalias. 
Cuando  el  tirano  vea  que  se  ejecuta  militarmente  á  los 
agentes  en  número  igual  á  las  víctimas  que  sacrifica: 
cuando  vea  sostener  nuestro  ejército  con  las  fortunas 
({ue  robando  acumularon  sus  secuaces,  y  premiar  con 
ellas  servicios  de  nuestros  defensores,  entonces  tendrá 
un  freno  que  no  tiene  hoy  para  sus  atentados.  »  (^ 

El  hecho  es  que  en  estas  cartas  calculadas  natural- 
mente para  levantar  opinión  en  contra  de  Rozas;  en 
estas  frases,  en  las  que  se  arrojaba  sobre  un  solo  hom- 
l)re  toda  la  responsabilidad  de  la  guerra  sangrienta  que 
se  había  encendido  en  la  República,  cuando  ésta  quiso  fijar 
los  rumbos  de  su  organización  definitiva,  en  seguida  de 
haber  los  federales  desbaratado  la  tentativa  de  los 
amigos  de  Rivadavia,  y  de  haber  los  unitarios  fusilado 
á  Dorrego;  en  esos  alardes  con  los  cuales  se  pretendía 
eludir  las  responsabilidades  propias  que  venían  acu- 
sando diez  años  de  extravíos,  de  atentados,  de  violaciones, 
de  descomposición,  mantenidos  conjuntamente  por  el 
partido  federal  y  por  el  partido  unitario  en  su  afán  inau- 
dito de  dominar  el  uno  á  costa  de  la  destrucción  del  otro, 


)  Ídem  ídem. 


—  295  — 

respectivamente:  y  en  estos  vivos  estímulos  con  que  se 
le  halagaba  en  su  nueva  posieión,  Brizuela  no  encontró 
nada  de  positivo  sino  que  se  le  reconocía  como  direc- 
tor de  la  guerra  y  que  se  le  prometía  ayudarlo  en  tal 
carácter.  Á  partir  de  este  momento  sus  instintos  de 
gaucho  rudo,  ensimismado  y  receloso  sacudieron  toda 
su  iracundia  contra  Lavalle  y  Lamadrid;  y  soñando  que 
él  era  el  primero,  se  abandonó  á  su  fortuna  sacrificán- 
dose y  sacrificándolos  como  se  va  á  ver. 

Simultáneamente  con  Oribe,  Aldao  se  movió  de  Valle 
Fértil,  incorporó  á  sus  fuerzas  la  columna  de  Benavi- 
dez,  y  dejando  guarnecido  ese  punto  con  algunos  escua- 
drones á  las  órdenes  del  coronel  José  María  López,  go- 
bernador interino  de  La  Rioja,  siguió  á  su  vez  en 
persecución  de  Brizuela  y  de  Lavalle.  El  12  de  junio 
reunió  sus  divisiones  en  el  lugar  de  la  Iglesia,  y  des- 
pués de  dispersar  algunas  partidas  llegó  á  Vichigasta 
el  día  1!),  interponiéndose  así  entre  Lavalle  que  se  halla- 
be  en  Pituil,  y  entre  Brizuela  que  ocupaba  una  posición 
dominante  en  Sañogasta.  Á  pesar  de  que  no  podía  ocul- 
társele el  movimiento  de  su  enemigo,  Brizuela  cometió 
todavía  el  error  increíble  de  dejarse  estar  allí  todo  un 
día,  en  vez  de  verificar  oportunamente  su  retirada  é 
incorporarse  á  Lavalle.  En  la  madrugada  del  20  lo  atacó 
Aldao  adelantando  por  su  derecha  la  columna  de  Be- 
navidez.  Brizuela  se  retiró  entonces  precipitadamente  y 
sin  saber  adonde  iba.  Á  las  tres  leguas,  acosado  por 
este,  ó  quizá  por  la  esperanza,  bien  efímera  por  cierto, 
de  batirlo,  se  detuvo  y  aceptó  el  combate.  Pero  mal 
dispuestas  á  la  obediencia  sus  tropas  á  causa  de  la 
desconfianza  que  llegó  á  inspirarles,  se  dispersaron  á 
las  primeras  descargas  de  los  federales.  Un  batallón  de 
infantería  se  pasó  íntegro  á  Benavidez;  y  á  Brizuela 
no  le  quedó  ya  más  que  ver  terminarse  en  su  persona 


—  •.>!)(  i  — 

la  esceíia  más  desastrosa  de  ese  cuadro.  Envuelto  en  la 
dispersión  se  lanzó  sobre  uno  de  sus  escuadrones  y 
consif;uió  dominarlo  con  su  arrojo  y  su  Itravura.  Pero 
un  mayor  Azis,  jefe  de  ese  escuadrón,  disparíjle  traido- 
ramente  un  pistoletazo  que  le  atravesó  el  pulniíjn,  y 
del  cual  muri('i  cu  (4  camino  hacia  el  cuartel  general 
de  Aldao  adonde  lo  conducía  ese  jefe,  asegurado  sobre 
el  caballo.  (') 

La  noticia  de  ese  desenlace  fatal  alcanzó  á  Lavallc 
en  su  retirada  pm"  los  departamentos  del  poniente  de 
La  Rioja.  En  su  marcha  por  los  i)ueblos  de  Belén.  Lon- 
dres, hasta  el  de  Santa  María,  supo  también  que  Lama- 
drid  con  un  ejército  de  más  de  dos  mil  hombres  aca- 
balta  de  pasar  el  límite  de  la  provincia  de  Tucumán 
por  la  cuesta  de  Paclin  ó  Totoral,  y  que  se  dirigía  á 
la  capital  de  Catamarca.  Á  lin  de  que  Lamadrid  no  pa- 
sase adelante  sin  convenir  antes  con  él  lo  que  ambos 
debían  hacer,  le  escribió  que  lo  esperase  en  esta  ciu- 
dad, adonde  llegó  Lavalle  el  11  de  julio.  En  esa  noche 
y  la  mañana  siguiente  hubo  una  lucha  de  desprendi- 
miento y  generosidad,  en  la  que  ambos  jefes  se  dieron 
muestras  de  confianza  y  amistad,  dice  el  general  Paz.  (-) 
Lamadrid  quiso  entregarle  el  ejército  á  Lavalle.  y 
éste  lo  rehusó  con  nobleza,  aconsejándole  que  marchase 
rápidamente  sobre  La  Rioja  y  en  seguida  sobre  Cuyo: 
que  él  iría  á  Tucumán;  y  así   quedó  resuelto.  í^) 

La  marcha  de  Lamadrid  desde  Tucumán  hasta  Ca- 
tamarca, no  pndo  ser  más  fácil;  y  esto  debióse  única  y 
exclusivamente  á  la  insistencia  con  que  Oribe  hizo  reti- 


{■)  Véase  la  carta  de  LayaWeíxPaz  (Memorias  postumas,  tomo  iii, 
pág.  185);  véase-  los  partes  de  Aldao  á  Rozas  y  á  orilu^  en  La  Gaceta 
Mercantil  del  24  de  agosto  1841. 

(-)  Memorias,  tomo  siguiente,  pág.  105. 

(3)  Carta  de  Lavalle  á  Paz.   (Memorias,  tomo  siguiente,  pág.  187.) 


—  '297  — 

rar  en  oportunidad  de  esas  fronteras  las  fuerzas  fede- 
rales que  las  cubrían,  y  entre  éstas  su  proi»ia  vanguardia. 
Cuantos  avisos  le  di(')  el  coronel  Lagos,  jefe  de  esa 
vanguardia,  de  los  movimientos  de  Lamadrid,  otras  tantas 
órdenes  le  trasmitió  de  que  evitase  un  encuentro.  Cuando 
él  le  comunicaba  á  Lagos  que  quedaba  terminado  el 
objeto  que  lo  llevó  á  los  Llanos,  y  este  jefe  le  trasmi- 
tía á  su  vez  el  estado  de  su  fuerza,  y  respondiéndole 
á  sus  indicaciones,  le  aseguraba  que  podía  batir  á  Lama- 
drid, Oribe  le  contestaba  secamente  que  no  estaba  auto- 
rizado para  hacer  otras  operaciones  [que  las  que  le 
había  ordenado,  esto  es,  retirarse  y  buscar  la  in- 
corporación de  las  divisiones  situadas  al  norte  de  Cór- 
doba. (/) 

Téngase  presente  que  las  fuerzas  de  vanguardia  se 
hallaban  sobre  las  fronteras  de  Catamarca,  de  Tucumán 
y  de  Santiago  al  mismo  tiempo;  que  con  la  infantería 
de  Maza,  los  escuadrones  porteños  de  Lámela,  y  cata- 
marqueños  de  Guzmán,  á  las  inmediatas  órdenes  de  La- 
gos, formaban  un  total  de  mil  setecientos  soldados  aproxi- 
madamente; que  Lagos  estaba  al  habla  con  las  divisiones 
de  Gutiérrez  y  de  ¡barra;  que  sabía  positivamente  que 
Lamadrid,  al  salir  de  Tucumán,  se  había  visto  precisado 
á  desmontar  su  caballería  para  evitar  su  deserción,  la 
cual  redujo  su  ejército  á  1600  hombres,  ñ  Agregúese 
á  esto  que  la  vanguardia  se  componía  en  su  mejor  parte 
de  fuerza  veterana  entre  la  cual  se  contaban  800  infantes 
el  doble  de  los  que  traía  Lamadrid,  y  se  comprenderá 
que  Lagos  pudo  batir  fácilmente  á  éste;  y  que  lo  habría 
batido  indudablemente  si,  como  lo  he  dicho  más  arriba^ 


(1 )  Notas  de  Oribe  á  Lagos,  originales  en  mi  archivo.    (Véase  el 
apéndice.) 

(2)  Véase  carta  de  Lamadrid  iiPñzjMemoiñas,  tomo  iil  pag.  205.) 


—  298  — 

Oribe  no  hubiese  querido  evitar  la  probabilidad  más  re- 
mota de  un  contraste  que  desbaratase  el  plan  que  se 
propuso  al  marchar  de  Córdoba,  y  á  cuyo  logro  hizo  con- 
currir tan  liábil  como  extrictamente  los  diferentes  cuer- 
pos del  ejército  del  norte,  del  interior  y  de  Cuyo  que 
comandaba  en  jefe. 

Estos  motivos  fueron  los  que  determinaron  la  reti- 
rada de  Lagos  de  Paclín  hacia  Santiago  del  Estero,  como 
Oribe  se  lo  liabía  ordenado  anteriormente  y  en  términos 
severos.  No  abandonó  ese  punto  «así  que  de  sorpresa 
Lamadrid  ocupó  las  cumbres  (de  Paclín)»  como  lo  dice 
este  general  (').  ni  podía  ser  así  por  cuanto  Lagos  se, 
retiró  de  allí  el  3  de  junio  (-),  y  Lamadrid  recién  el  15 
íle  ese  mismo  mes  hizo  bajar  á  ese  valle  una  parte  de 
su  ejército.  (•^)  Y  una  otra  prueba  todavía  en  favor  de 
lo  que  digo,  se  tiene  en  que  el  mismo  Oribe,  que  se 
retiraba  de  los  Llanos  para  Córdoba  cuando  Lamadrid 
se  dirigía  de  Gatamarca  para  La  Rioja,  pudo  presentarle 
á  éste  una  batalla  cuyo  éxito  no  era  dudoso  para  él. 
No  lo  hizo,  sin  embargo,  porque  supo  que  Lavalle  se 
•dirigía  á  Tucumán,  y  por  esta  razón  suprema  para  él: 
porque  sabía  que  Lavalle  era  la  cabeza  y  la  bandera  de 
la  revolución,  y  él  se  hacía  cuestión  de  honor  militar 
destruir  al  famoso  caudillo  de  los  unitarios.  Por  esto 
retrogradó  á  Córdoba;  mandó  á  Pacheco  con  dos 
mil  hombres  de  tropas  escogidas  á  que  hiciera  la  cam- 
paña de  Cuyo  contra  Lamadrid,  y  marchó  él  hacia  Tucu- 
mán incorporando  al  resto  de  su  ejército  las  columnas 
de  Ibarra  y  de  Lagos  que  se  encontraban  en  la  frontera 
de  Santiago  del  Estero. 


(')    ídem,  ídem,  páji'.  207. 

[-)  Nota  de  Lagos  á  (^ribe.    (Manuscrito  original  en   mi  archivo.) 

(•■')  Véase  Memorias  de  Paz,  tomo  ni,  pág.  99. 


—  'J9!)    - 

Entretanto  Lanuidrid  hizo  adelantar  hacia  La  Rioja 
al  general  Acha  ron  sn  vanguardia,  y  él  con  el  resto 
de  sus  fuerzas  llegó  á  la  capital  de  esa  provincia  el 
día  22  de  julio.  Vacilando  respecto  de  si  dehía  batir 
á  Aldao.  ó  seguir  rápidamente  sobre  San  Juan,  celebró 
una  junta  de  guerra,  y  aunque  algunos  jefes  se  i)ronun- 
«iaron  por  lo  primero,  él  resolvió  llamar  á  Aldao  hacia 
€uyo,  seguro  de  que  éste  vendría  á  estorbarle  que 
se  enseñorease  en  el  centro  principal  de  sus  operaciones; 
en  lo  que  obr('>  acertadamente  como  lo  observa  el  general 
Paz.  En  consecuencia  le  ordenó  al  coronel  Acha  que 
con  la  vanguardia  á  sus  órdenes,  y  compuesta  de  la 
legión  Brizuela,  batallón  Libertad,  escuadrón  Paz  y  dos 
piezas  de  artillería,  marchase  rápidamente  á  apoderarse 
de  San  Juan,  y  le  remitiese  en  seguida  caballos  y  ganado; 
y  él  tomó  el  camino  de  arriba  de  los  Llanos,  engrosando 
su  columna  con  una  fuerte  división  de  llanistas  al  mando 
de  los  coroneles  Peñaloza  (alias  Chacho)  y  Baltar.  Aldao 
permanecía  con  su  ejército  en  Los  Sauces,  calculando  que 
Lamadrid  pretendía  restablecer  la  revolución  en  los  prin- 
cipales departamentos  de  La  Rioja  antes  de  pasar  á  Cuyo. 
Cuando  quiso  impedirle  esto  último,  ya  era  tarde,  pues 
lo  separaba  de  su  contrario  una  travesía  de  cerca  de 
cuarenta  leguas;  y.  como  Lamadrid  lo  había  previsto, 
reunió  sus  divisiones  y  se  dirigió  sobre  San  Juan  á 
marchas  forzadas. 

El  coronel  Mariano  Acha  que  aseguró  para  siempre 
su  renombre  militar,  en  esos  días  de  luto  para  la  pa- 
tria, ocupó  la  plaza  de  San  Juan  el  día  13  de  agosto, 
después  de  arrollar  las  fuerzas  que  le  opuso  el  coro- 
nel José  María  Oyuela,  gobernador  delegado  de  Benavi- 
dez.  Tres  días  después  las  partidas  que  reunían  ganado 
y  caballos  para  el  ejército,  le  avisan  que  una  división 
de  Aldao  al  mando  de  Benavidez  acaba  de    llegar  á  la 


—  .-{oó  — 

l'unta  del  Monto.  Como  se  ve,  si  Aelia  había  volado, 
Aldao  había  disputado  dignamente  los  vuelos  de  esa 
águila,  ('on  la  serenidad  de  los  bravos.  Acha  resuelve 
disputar  á  su  vez,  con  sus  600  hombres,  todo  el  poder 
del  ejército  combinado  de  Cuyo.  Ordena  al  comandante 
rris(')stomo  Álvarez  que  con  la  legiíui  Brizuela  arrolle 
á  los  que  se  acercan,  lo  que  se  verifica  con  pérdidas 
de  parte  á  parte.  Pero  detrás  viene  todo  el  ejército  de 
Aldao.  fuerte  de  2.000  hombres,  de  los  que  700  son  in- 
fantes. Xo  importa:  Acha  se  siente  arrastrado  por  una 
de  esas  intuiciones  del  genio,  que  lanzaban  á  Alejandro 
sobre  las  incontables  legiones  de  Darío  seguro  de  que 
había  de  vencerlas.  Siguiendo  con  sus  fuerzas  al  co- 
mandante Álvarez  encuentra  en  Angaco.  al  l)orde  de  una 
acequia,  una  posición  que  le  conviene. 

Allí  se  sitúa  sereno  y  animoso,  invitando  á  los  su- 
yos al  triunfo.  Cuando  Álvarez  se  repliega,  Acha  se  ve 
rodeado  de  una  masa  de  enemigos  ocho  veces  más 
fuerte  que  los  soldados  á  quienes  empuja  con  su  pala- 
bra varonil;  y  comienza  el  rudo  batallar  que  dura  ocho 
horas  consecutivas.  Cuando  el  empuje  de  las  primeras 
cargas  se  estrella  ante  el  parapeto  que  hace  inconmo- 
vible la  presencia  y  el  ánimo  de  Acha;  cuando  los  ca- 
dáveres amontonados  presentan  á  los  que  vienen  detrás 
las  pruebas  del  empuje  de  los  que  están  delante  y  en 
pie.  Aldao  y  Benavidez  hacen  un  esfuerzo  postrero  para 
sacar  alguna  ventaja  relativa,  ya  que  les  arrebata  el 
éxito  un  vuelco  inaudito  de  la  suerte.  Entonces  empieza 
la  lucha  cuerpo  á  cuerpo;  y  entre  el  torbellino  de  los 
combatientes  entreverados,  y  entre  los  ecos  de  la  muerte 
que  sofoca  el  estampido  de  las  armas,  se  destaca  her- 
mosa la  figura  de  Acha.  huizándose  con  un  latiguillo  en 
la  mano  á  la  cabeza  de  su  infantería  á  rendir  la  de 
Benavidez  cuyas   bayonetas  están   á  diez  varas    de    su 


—  301  — 

pecho.  Benavidez.  que  ha  luchado  como  un  bravo,  se 
retira  al  fin  con  unos  pocos  para  no  caer  prisionero 
también,  cuando  los  últimos  escuadrones  de  Aldao  aban- 
donan en  dispersión  ese  campo  de  batalla,  donde  el 
general  vencedor  adquiere,  sino  los  laureles  que  vedan 
las  luchas  fratricidas,  indisputablemente  la  alta  reputa- 
ción militar  con  que  brillará  siempre  en  los  fastos  de 
su  país.  (' ) 

Pero  Angaco  termina  con  un  epílogo  que  comparte 
de  lo  heroico  y  de  lo  bárbaro.  Es  la  lucha  entre  Acha 
y  Benavidez  para  apoderarse  de  la  ciudad  de  San  Juan; 
y  el  fusilamiento  de  Acha  ordenado  por  Pacheco.  Bena- 
videz era  un  militar  experto  y  valiente  que,  en  seguida  de 
su  derrota  se  propuso  restablecer  á  su  sola  costa  el  impe- 
rio de  los  suyos  en  San  Juan,  llevando  á  cabo  una  opera- 
ción atrevidísima  y  muy  semejante  á  la  que  verificó  con 
menos  éxito  Quiroga  en  seguida  de  su  derrota  de  la  Ta- 
blada. Verdad  es  que  Acha  se  abandonó  á  una  confianza 
temeraria  durante  los  tres  días  siguientes  al  de  su  vic- 
toria de  Angaco,  y  que  como  lo  observa  juiciosamente 
el  general  Paz,  cometió  el  error,  increíble  en  un  jefe 
de  sus  condiciones,  de  no  dar  parte,  ni  siquiera  aviso, 
á  su  general  en  jefe,  de  sus  operaciones  y  del  resul- 
tado de  éstas;  y  la  falta  no  menos  grave  de  perder  su 
comunicación  con  el  cuerpo  principal,  que  iba  haciendo 
una  marcha  penosísima,  escaso  de  medios  de  movilidad 
y  sin  víveres,  todo  lo  cual  él  debía  remitirle  á  la  bre- 
vedad posible,  pues  tal  era  la  orden  que  le  dio  el  gene- 
ral Lamadrid  al  destacarlo  sobre  San  Juan. 
Pero  también  es  verdad  que  Benavidez  ignoraba  todas 


(  ')  Parte  de  Lamadrid  á  Lavalle.  (Véase  carta  deLavalle  á  Paz. 
Mem.,  tomo  iii,  pág.  188. — Véase  tamliién  Mem.  id.,  pág.  114  y  .si- 
guientes. ) 


—  :m  — 

estas  circniístaiR'ias.  Del  raiiipo  de  batalla  de  Aiigaco, 
Benavidez  se  retiró  con  un  escaso  grupo  en  direcci(jn 
á  Mendoza.  Al  día  siguiente,  esto  es.  el  17.  reunió- 
sele  el  coronel  José  Santos  Ramírez  con  una  colum- 
na de  500  hombres  que  venía  de  esa  provincia  en 
protección  de  Aldao;  y  entonces  resolvió  volver  inme- 
diatamente sobre  San  Juan.  El  día  18  de  agosto 
sorprendi(')  á  Acha  campadíj  con  su  infantería  en  la 
Chacarita,  15  cuadras  al  sur  de  la  ciudad,  y  en  rircuns- 
tancias  en  que  la  caballería  de  éste  estaba  carneando. 
Ya\  la  plaza  había  quedado  un  piquete  de  infantería  al 
mando  del  comandante  Lorenzo  Álvarez.  Esta  pequeña 
fuerza  y  un  escuadrón  de  caballería  que  pudo  montar 
á  las  órdenes  del  coronel  José  F.  Álvarez,  ex-goberna- 
dor  de  Córdoba,  recibieron  el  ataque  que  llevó  Bena- 
videz sobre  la  plaza,  desplegando  en  hileras  sus  tiradores 
por  las  aceras  de  las  calles.  Muertos  en  el  comba- 
te esos  dos  jefes,  dispersa  é  inutilizada  la  caballe- 
ría, rescatados  por  Benavidez  sus  prisioneros  del  día 
16,  quedó  Acha  reducido  con  200  infantes  en  la  posi- 
ción que  defendió  durante  la  tarde  anterior.  Al  caer 
la  noche  este  hombre  temerario  formó  columna  de  ata- 
que y  se  lanzó  sobre  la  plaza  por  entre  los  fuegos 
mortíferos  de  sus  enemigos  envalentonados.  En  la 
mañana  siguiente  él  era  el  vencedor  todavía,  pues  sus 
bravos  infantes  ocupaban  las  bocacalles  y  las  alturas 
de  los  edificios  de  la  plaza  principal. 

Así  resistió  dos  días  el  fuego  continuo  de  las  fuer- 
zas de  Benavidez,  hasta  que  sucumbió  la  mayor  parte 
de  sus  soldados  y  los  que  quedaban  en  pie  consumie- 
ron las  últimas  municiones.  En  la  mañana  del  22, 
cuando  Benavidez  se  apoderó  de  algunas  azoteas,  y 
cuando  vio  que  permanecer  en  la  plaza  era  material- 
mente  presentarse    indefenso    á    ser  fusilado,  Acha   se 


—  308  — 

retiró  de  los  cantones  con  100  hombres  inclusive  algu- 
nos oficiales,  y  se  introdujo  en  la  iglesia  Catedral,  dis- 
puesto á  vender  allí  cara  su  vida.  El  coronel  Ramí- 
rez le  intimó  rendición;  pero  fué  necesario  que  éste 
jefe  enfilara  sus  cañones  contra  la  torre  del  templo,  y 
aun  luciera  sobre  ella  algunos  disparos,  para  que  Acha 
considerando  el  estéril  sacrificio  á  que  expondría  á  sus 
loo  valientes,  le  declarase  que  consentía  en  rendirse 
al  general  Benavidez.  lo  que  en  efecto  verificó,  garan- 
tizcándole  este  último  su  vida  y  la  de  sus  compañe- 
ros.    ( ' ) 

Benavidez  acreditó  en  esta  ocasión  su  reputación  de 
militar  generoso  y  caballeresco,  de  la  que  gozó  siempre 
aun  entre  sus  enemigos  políticos;  pues  le  dispensó  á 
Acha  consideraciones  dignas  de  ambos,  compartiendo 
con  él  su  propio  alojamiento,  y  demostrándole  su  inte- 
rés hasta  el  punto  de  contribuir  á  facilitar  su  evasión. 
Desgraciadamente  el  capitán  Ciríaco  Lamadrid.  hijo 
del  general  y  uno  de  los  rendidos  del  22,  comunicó  la 
tentativa  á  varios  jefes  federales,  invitándolos  al  mismo 
tiempo  á  que  lo  acompañasen  á  reaccionar  en  favor  de  las 
armas  unitarias.  Estos  jefes,  encabezados  por  el  coro- 
nel Ramírez,  le  representaron  enérgicamente  á  Benavi- 
dez contra  la  complicidad  que  se  le  atribuía  en  la  eva- 
sión proyectada.  ( -)  En  estas  circunstancias  llegaba 
Lamadrid  con  su  ejército  á  la  Punta  del  Monte,  siete 
leguas  de  la  ciudad:  el  día  24  arrollaba  los  escuadro- 
nes que   le   salieron  al  encuentro;  y   Benavidez  se    vio 


( ^ )  Véase  parte  de  Benavidez  á  Oribe.  ídem  de  Ramírez  al  gober- 
nador de  Mendoza,  en  La  Gaceta  Mercantil  del  2\  de  octubre  de  1841. 

(2)  Este  dato  que  recogí  en  Tucumán  me  lo  ha  corroborado  en 
Buenos  Aires  (1884)  el  señor  Celedonio  de  laCuesta,  antiguo  secretario 
de  Aldao,  agregando  que  una  noche  Acha  y  el  capitán  Lamadrid  tenían 
listos  los  caballos  en  que  debían  evadirse. 


—  :{04  — 

€11  el  caso  de  reunir  sus  Tuerzas  y  dirigirse  á  Men- 
doza, remitiendo  al  general  Aclia  con  una  escolta  hasta 
el  campo  de  Pacheco  que  acababa  de  cruzar  la  provin- 
cia de  San  Luis  en  busca  de  Lamadrid.  Á  pesar  de  las 
garantías  que  reiteraba  Benavidez  en  el  oficio  de  remi- 
sión de  Aclia,  este  esclarecido  militar  fué  sacriñcado 
el  15  de  septiembre.  Desde  su  campo  del  Desaguadero. 
Pacheco  se  lo  comunicó  á  Rozas  en  los  siguientes  tér- 
minos: «El  titulado  general  salvaje  ^Mariano  Aclia  fué 
decapitado  ayer,  y  su  cabeza  luiesta  á  la  espectación 
pública  en  el  camino  que  conduce  á  este  río  entre  la 
represa  de  la  Cabra  y  el  Paso  del  Puente.»     (  ^ ) 

Se  hace  necesario  pulsar  con  mucha  cautela  las  cir- 
cunstancias que  precedieron  á  la  destrucción  de  Acha 
para  poder  excusar  la  conducta  de  Lamadrid.  situado  á 
ocho  leguas  de  San  Juan,  donde  Benavidez  lo  sitia,  lo 
reduce    y  le  hace  prisionera  su  vanguardia,   sin  que  él 


( ' )  véase  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  octubre  de  1841.  El  ge- 
neral Ángel  Pacheco  pretendió  vindicarse  del  fusilamiento  de  Acha. 
publicando  veinte  años  después  de  ese  hecho,  y  quince  años  des- 
pués de  la  muerte  de  Aldao  (1845),  una  carta  en  la  que  este  último 
declara  haber  dado  orden  de  que  se  clavara  en  una  pica  la  cabeza  de 
aquel  general.  Hay  que  notar  que  Aldao,  en  seguida  de  su  derrota  en 
San  Juan,  se  retiró  á  Olta  y  de  aquí  á  Sati  Francisco  en  los  Llanos, 
donde  permaneció  hasta  los  primeros  días  de  septiembre,  como  cons- 
ta de  sus  cartas  al  gobernador  delegado  de  Mendoza,  lechadas  en  ese 
lugar:  que  cuando  Acha  llegó  al  campo  de  Pacheco,  Aldao  se  encon- 
traba á  más  de  cincuenta  leguas  de  distancia;  y  que  cuando  Acha  fué 
fusilado  (1.5  de  septiembre),  Aldao  venia  en  marcha  á  incorporarse  á 
Pacheco,  lo  que  verificó  recién  entre  el  19  y  20  ile  sepliembi-e,  sin  hal)er 
entretanto  dado  órdenes  de  ninguna  especie,  ])ues  precisamente  por 
estar  ausente,  el  gobernador  de  Mendoza  nombr<)  á  Benavidez  gene- 
ral en  jefe  interino  de  las  fuerzas  de  esa  provincia.  Por  lo  demás  es 
notorio  que  cuando  se  incorporó  á  Pacheco,  en  vísperas  de  la  batalla 
del  Rodeo  del  ^ledio,  su  iníiuencia  estaba  quebrada,  y  era  Pacheco 
quien  la  había  resumido  en  sus  manos.  Promediaba,  además,  entre 
ambos  jel'es  la  circunstancia  de  que  Acha  había  en  el  año  de  1828 
sublevado  el  regimiento  del  mando  de  Pacheco,  apresado  á  éste  y  al 
gobernador  Dorrego  ([ue  creía  contar  con  esa  luerza,  y  conducido  al 
gobernador  hasta  Navarro,  donde  iué  fusilado  de  orden  del  general 
Lava  He. 


ÍO.")   — 


vuele  ;i  salvar  á  los  que  van  á  sueuuil)ir.  Porque  la 
falta  de  Aclia  de  uo  incorporarse  con  ganado  al  ejérci- 
to, y  de  no  comunicar  á  su  superior  ni  sus  0})eraci(uies 
ni  el  resultado  de  éstas,  no  es  más  grave  que  la  del 
general  en  jefe  que,  i)or  indecisiones,  ó  por  no  acele- 
rar su  marcha,  deja  jierecer  á  su  vanguardia.  Y  nótese 
que  Lamadrid  tuvo  noticias  de  la  crítica  situación  de 
Aclia,  y  que  si  no  llegó  á  tiempo  de  socorrerlo  fué  por- 
que no  se  resolvió  á  dejar  parte  de  su  artillería  y  del 
pesado  tren  de  sus  carretas.  En  sus  Memorias  consta 
que  el  17  de  agosto  tuvo  noticias  [)or  Burgos  y  Olem- 
berg  de  la  posición  en  que  dejaban  á  Aclia  en  seguida 
de  la  acción  de  Angaco.  El  10  fué  el  comandante  Igar- 
zábal  quien  le  comunicó  que  Aclia  había  sido  sorpren- 
dido, y  que  con  su  infantería  se  sostenía  en  un  potrero;  y 
con  este  motivo  hizo  disparar  cañonazos  i)ara  anunciar- 
le á  Acha  que  él  se  aproximaba.  El  día  2U  lo  pasó  en 
Samacoa.  El  21  por  la  noche  campó  á  una  legua  de 
la  Punta  del  Monte,  ó  sea  á  ocho  leguas  de  la  plaza  de 
San  Juan:  en  la  madrugada  siguiente  se  ¡«uso  en  mar- 
cha para  ese  paraje,  en  donde  campó  á  las  8  de  la 
mañana:  allí  recibió  un  papelito  en  el  que  Acha  le 
decía  lacónicamente:  tne  sostengo.  Á  pesar  de  esto,  no 
fué  sino  á  las  2  1/2  p.  m.  que  se  movió  de  la  Punta 
del  Monte,  llegando  á  Angaco,  que  dista  legua  y  media 
al  entrar  la  noche.  En  todo  el  día  Lamadrid  sólo  re- 
corrió legua  y  media;  en  esa  noche  del  22  todavía  cam- 
[)('»  en  una  hacienda;  y  fué  recién  el  día  24,  según  las 
Memorias,  cuando  el  ejército  se  puso  en  movimiento 
sobre  San  Juan. 

Basta  lijarse,  pues,  en  la  distancia  de  ocho  leguas 
que  lo  separaba  de  Acha  en  la  noche  del  21  de  agosto, 
para  penetrarse  de  que  Lamadrid  pudo  y  debió  llegar 
á  la   plaza  de  San  Juan  á  tiempo   de  salvar  á   su  van- 


so 


—  306  — 

,miar(lia.  en  vez  de  quedai'se  campando  toda  una  iiüclie 
y  cerca  de  mediodía  en  una  «hermosa  casa  en  donde 
comieron  muchos  zapallos  y  gallinas».  Todas  estas 
circunstancias  no  son  suficientes,  sin  embarí^o.  para 
asegurar  que  Lamadrid  quiso  dejar  sacrificar  á  Aclia, 
Pero  sí  se  puede  afirmar,  en  jiresencia  de  ellas,  que 
con  su  indecisión  y  su  inconcebible  lentitud,  ocasionó 
la  destrucción  de  su  vanguardia.  prei»arándose  él  mis- 
mo su  derrota.  «8i  antes  liabía  deliberado  sobre  dejar 
algunas  carretas  y  cañones  para  acelerar  su  marcha, 
dice  el  general  Paz  á  este  respecto  i  '  ),  pienso  que  en- 
tonces había  llegado  el  caso  de  abandonar  la  mitad  de 
su  tren  para  salvar  lo  más,  que  era  su  vanguardia. 
Era  también  llegado  el  lance  de  hacer  uno  de  esos  esfuer- 
zos extraordinarios  en  que  los  hombres  se  hacen  supe- 
riores <á  sí  mismos,  para  llegar  cuanto  antes  á  San  Juan 
de  donde  no  podía  estar  muy  distante,  pues  conceptuaba 
que  los  disparos  de  sus  piezas  fuesen  oídos  en  la  ciudad; 
En  otro  caso  era  enteramente  iiii'itil  y  aun  perjudicial 
esa  demostración.  Adviértase  que  en  aquellos  lugares 
(juebrados  y  de  bosque  el  estampido  del  cañón  se  pro- 
l)aga  menos  que  en  los  terrenos  rasos  ó  en  el  mar,  lo 
que  también  es  regular  tuviese  presente.» 

El  24  de  agosto  entró  Lamadrid  en  la  plaza  de  San  Juan, 
cuando  ya  Benavidez  iba  con  sus  prisioneros  camino  de 
Mendoza.  Los  dos  días  siguientes  permaneció  campado  á 
una  legua  de  la  ciudad,  proveyéndose  de  caballos  y  hacien- 
do algunos  arreglos  tendentes  á  asegurar  esa  provincia  en 
su  ausencia.  El  27  colocó  en  el  gobierno  al  coronel  Anacle- 
to  Burgoa.  y  dejándole  una  guarnición  de  70  hombres,  rom- 
pió su  marcha  sobre  Mendoza.  (')  Eué  recién  el  28,  cerca  del 


(*)  Véase  Memorias  postumas,  loino  iii,  pág.  125. 

(-)  Esta  demora  que  á  priinei-a  visia  comproinele  ;i    Laiiiadri<l 


-  SOI  — 

Chañar,  cuaiido.  recibieiidu  aviso  de  que  sus  prisioneros 
marchabaii  en  dirección  al  Retamo,  ordenó  á  los  coro- 
neles Baltar  y  Palao  que  fuesen  á  rescatarlos,  lo  que  no 
se  verificó.  Por  su  parte.  Benavidez  salió  de  la  capital 
de  Mendoza,  en  donde  había  entrado  el  día  20.  y  fué  á 
esperar  á  Laraadrid  eji  el  Plunierillo  al  frente  de  unos 
700  hombres.  Pero  algunos  de  sus  escuadrones  se  dis- 
persaron al  primer  amago  de  los  de  aquél  y  tuvo  que 
huir  en  dirección  á  San  Luis.  Lamadrid  ocupó  el  Plu- 
nierillo. y  en  la  madrugada  del  3  de  septiembre  hizo 
(jcupar  la  ciudad  de  Mendoza  por  su  infantería  al  mando 
del  coronel  Salvadores.  (')  El  4  entró  él  mismo  con 
todas  sus  fuerzas,  recibiendo  una  verdadera  ovasión  de 
sus  partidarios,  los  cuales  se  congregaron  en  la  iglesia 
Matriz  y  lo  aclamaron  gobernador.  Dueño  de  la  situa- 
ción. Lamadrid  se  dedicó  principalmente  á  aumentar  su 
material  de  guerra,  á  cuyo  efecto  ofreció  una  gratiíica- 
ción  por  cada  arma  que  le  fuese  presentada;  destacó  un 
escuadrón  al  fuerte  San  Carlos  donde  habían  algunos 
pertrechos;  y  ordenó  al  coronel  Peñaloza  que  fuese  á 
dar  alcance  á  Benavidez  que  llevaba  consigo  cuantas 
armas  pudo  sacar  de  Mendoza.  Lo  primero  le  dio  algún 
resultado,  más  no  así  lo  último,  pues  Peñaloza  regresó 
de  Coroconte  porque  Benavidez  acababa  de  incorporarse 
con  una  división  de  línea  del  coronel  Flores,  y  porque 


tanto  como  la  del  ¿1,  se  explica  por  la  misma  grave  situación  en  que 
lo  colocó  su  falta  anterior.  Para  salvar  los  restos  de  su  vanguardia 
tenía  que  jugar  el  todo  por  el  todo:  librar  una  batalla  en  campo  que 
él  no  escogiera  contra  el  ejército  de  Pacheco  que  marchaba  en  su 
busca,  y  contraía  columna  de  Benavidez.  á  quien  debía  suponer  más 
fuerte  de  lo  que  estaba,  sabiendo  como  sabía,  que  había  sido  engrosa- 
do con  fuerzas  de  San  Luis.  Adviértase,  además,  que  su  ejército  era 
apenas  una  división  de  1500  hombres,  y  que  la  división  Peñaloza  se 
le  incorporó  recién  en  la  tarde  del  26,  de  regreso  de  una  operación 
contrapartidas  avanzadas  de  Pacheco. 

(M    Véase  carta  de  Lamadrid  á  Paz,  líemoj'ias  postumas,  tomo 
iii,  pág.  218. 


—  ;;()S  — 

sii|)0  que  detrás  de  éste  venía  todo  A  rjército  de  Pacheco. 
Las  divisiones  de  vanguardia  al  mando  de  Pacheco  lia- 
híanse  desprendido  del  ejército  de  Oribe  á  la  altura  de 
la  Cruz  del  E]je,  según  se  recordará.  Cuando  Pacheco 
llegaba  á  los  Llanos  de  La  Rioja,  Lamadrid  pasaba  de 
esta  provincia  á  la  de  San  Juan,  y  los  movimientos  que 
practicó  en  marcha  para  la  de  Mendoza  decidieron  los 
de  aquél  por  la  de  San  Luis,  en  donde  pensaba  que  se 
le  ofrecería  la  probabilidad  de  un  más  pronto  encuentro, 
como  lo  dice  en  el  parte  general  de  sus  operaciones. 
Al  entrar  en  esta  última  provincia.  Pacheco  reforzó  al 
coronel  Llanos  con  un  escuadrón  de  línea,  para  que  ade- 
lantándose sobre  San  Juan  distrajese  á  su  enemigo,  mien- 
tras él  proveía  á  su  ejército  de  caballos.  Con  este  objeto 
destacó  al  coronel  Flores  desde  el  Paso  de  la  Piedra  adonde 
llegó  el  25  de  agosto.  Eficazmente  ayudado  por  el  gober- 
nador Lucero  que  tenía  á  sus  órdenes  una  buena  divi- 
sión, y  una  vez  que  convino  con  éste  en  los  medios  de 
asegurar  á  la  provincia  de  San  Luis  contra  cualquiera 
invasión,  prosiguió  su  marcha  hasta  el  Bagual  adonde 
llegó  el  día  3L  (M  Después  de  hacer  marchar  una  columna 
en  protección  de  Benavidez,  rompió  sus  marchas  en  direc- 
ción al  Desaguadero  cuando  la  vanguardia  de  Lamadrid 
se  encontraba  ya  en  ese  punto.  En  estas  circunstancia, 
el  vecindario  federal  de  San  Juan,  encabezado  por  el  coman- 
dante Juan  de  la  Cruz  Sánchez,  derrotó  al  gobernador 
Burgoa,  colocado  por  Lamadrid ;  y  protegido  por  la  divi- 
sión del  coronel  Llanos,  se  apoderó  nuevamente  de  la 
situación  de  esa  provincia.  (-)  Seguro  por  el  lado  de 
San  Juan  y  de  San  Luis;   guarnecido  Valle  Fértil  v  los 


(M    Véase  La  Gaceta  Mercantil  t\e\  -il  de  octubre  de  1841. 
(-)    Véase  parte  del  coronel  Llanos  á  I'aclieco  y  eoniunioación  de 
Sánchez,  en  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  ootultre  de  1841. 


—  ;]()H  — 

Llanos  con  algunos  escuadrones  que  cerraban  los  cami- 
nos á  San  Juan;  como  asimismo  el  norte  de  Mendoza 
con  las  fuerzas  de  los  coroneles  Segura  y  Ramayo  ('), 
Pacheco  pudo  contraerse  exclusivamente  á  batir  las  fuer- 
zas de  Lamadrid. 

Avanzando  por  la  línea  del  Desaguadero  y  después 
de  una  ligera  refriega  entre  la  caballería  de  Flores  y  la 
de  Peñaloza,  el  ejército  federal  llegó  el  día  22  de  sep- 
tiembre al  Retamo,  distante  doce  leguas  de  la  ciudad  de 
Mendoza.  Lamadrid  se  encontraba  con  el  suyo  en  los 
potreros  de  Hidalgo,  entre  el  Retamo  y  la  ciudad,  á  5 
leguas  de  ésta.  El  día  23  Lamadrid  avanzó  hasta  la 
Vuelta  de  la  Ciénaga,  á  dos  leguas  del  enemigo.  Pacheco 
ordenó  entonces  al  coronel  Velasco  que  con  algunos 
escuadrones  y  compañías  de  volteadores  marchase  á 
reconocer  el  número  y  posición  de  los  unitarios,  sin 
empeñar  ningún  combate.  Pero  ese  jefe  tuvo  que  re- 
troceder porque  Lamadrid  le  llevó  personalmente  una 
carga,  la  cual  quizá  habría  comprometido  á  todas  sus 
fuerzas  sino  hubiese  sobrevenido  la  noche.  {^) 


(•)     Véase  las  notas  de  Pacheco  y  del  coronel   Llanos   en    La 
Gaceta  Mercantil,  etcétera. 

*  ('')  Lamadrid  dice,  en  su  carta  citada  al  general  Paz,  que  des- 
pués de  dispararle  á  \?í  vanguardia  federal  una  granada  y  un  tiro 
de  bala  rasa,  la  cargó  en  persona  con  una  compañía  de  cazado- 
res y  el  escuadrón  Julio,  y  que  aquélla  se  puso  en  luga  desalojando 
el  puesto,  regresando  él  con  el  ejército  á  unos  alfalfares  que 
distaban  media  legua  á  retaguardia.  Y  Pacheco  en  su  parte:  que 
como  Lamadrid  pasase  una  fuerte  columna  de  caballería  por  el 
puente  de  la  Vuelta  de  la  Ciénaga,  sus  fuerzas,  batiéndose  en 
retirada,  segitn  sus  órdenes,  volvieron  caras  y  la  arrojaron  del 
otro  lado  del  desfiladero.  Lo  cierto  es  que  las  fuerzas  reconoce- 
doras de  Pacheco  retrocedieron,  y  que  Lamadrid  se  adjudica  con 
tal  motivo  una  ventaja  qtie  si  bien  pone  de  relieve  su  legendaria 
bravura,  no  acredita  su  prudencia  de  general  en  jefe  en  vísperas 
de  una  íjatalla.  Ello  es  más  grave,  si  ca))e.  que  el  caso  del  prín- 
cipe Bonaparte  en  Leipzik,  acerbamente  criticado  por  el  Em])era- 
dor.  Paz  á  fuer  de  general  cuadrado,  critica  con  severidad  la 
conducta    de  Lamadrid  en  esa    ocasión.  «Por  de  contado,  dice,  que 


Al  aiiiaiiccci-  del  día  24  el  ejército  federal  se  i)iiso 
pii  niarcdia  pur  el  lado  opuesto  del  puente  de  la  Vuelta 
de  la  Ciénaga,  en  busca  del  unitario  que  se  hallaba  como 
á  quince  cuadras  de  este  lado  del  referido  puente,  pró- 
ximo al  Rodeo  del  medio,  y  que  simultáneamente  con 
aquel  movimiento,  avanz(')  como  dos  cuadras  y  tendió 
su  línea  al  frente  del  puente.  La  columna  de  Lama- 
drid,  inclusive  los  reclutas  agregados  á  última  hora  en 
los  cuerpos,  apenas  alcanzaba  á  IGOO  hombres  que  él 
distribuyó  así:  derecha,  dos  divisiones  de  caballería 
al  mando  de  los  coroneles  Peñaloza  y  Baltar:  rentro,  400 
infantes  y  O  piezas  de  artillería  al  mando  del  coronel 
Salvadores;  izquierda,  una  división  de  caballería  al  mando 
del  coronel  Crisóstomo  Álvarez,  y  la  reserva  encomen- 
dada al  coronel  Acuña.  Análoga  era  la  formación  de 
las  fuerzas  federales,  con  la  diferencia  de  que  éstas 
alcanzaban  á  3000  hombres  de  los  cuales  1800  eran  de 
infantería  en  su  mayor  parte  veterana.  Pacheco  colocó 
en  su  derecha  una  división  de  caballería  compuesta  del 
regimiento  ^¿ro/ífí,  de  un  escuadrón  del  número  3  de  línea, 
de  otro  del  número  6,  y  del  escuadrón  Rioja,  todo  á  las 
órdenes  del  coronel  Granada.  En  el  centro,  mandado 
por  el  coronel  Costa,  el  batalhuí  Independencia,  fuerte 
de  000  hombres,  y  dividido  en  dos  de  maniobra  á  las 
órdenes  del  coronel  Velasco  y  del  mayor  Martínez;  10 
piezas  de  artillería  al  mando  del  comandante  Castro ; 
el  batallón  Defensores  de  la  Independencia  con  su  jefe 
el  coronel  Rincón  v  el  de  Patricios  al  mando  del  coman- 


esas  granadas  y  ese  moviinienlo  no  nos  dio  ventaja  algnna.  Todo 
ello  no  sirvió  sino  jjara  instrnir  á  Pacheco  qne  tenia  al  frente  todas 
nuestras  Tuerzas,  y  (|ue  debía  prepararse  para  un  combate  al  día 
siguiente.  Kilo  le  reveló  también  que  ese  era  el  campo  de  batalla 
elegido  por  su  contrario,  y  de  consiguiente  tuvo  ocasión  y  tiem- 
po de  tomar  todas  las  medidas  con  anticipación  y  descanso.» 
(Véase  Memorias  póshinias^  tomo  iii,  i)ág.  135.) 


dante  Doiiiinguez.  En  la  /z(/(tierda  dos  escuadrones  del 
núni.  2  de  línea  con  su  jefe  el  coronel  Sosa:  uno  del 
número  6  comandado  por  el  comandante  Burgoa;  el  escua- 
drijii  Quiroga  y  el  de  San  Luis,  todos  á  las  (U'denes  del 
coronel  Flores.  Y  en  la  reserva  el  l>atall('>n  Libres  de 
Buenos  Aires  y  las  compañías  de  San  Juan  y  Mendo/.a. 
confiadas  al  coronel   Ramos. 

La  columna  de  Pacheco  hizo  alto  al  llegar  al  puente 
sin  que  entretanto  Lamadrid  hubiese  avanzado  lo  sufi- 
ciente para  impedirla  que  desplegase  á  su  frente,  ametra- 
llándola en  el  momento  en  que  tentase  el  pasaje  y  sacando 
ventaja  así  del  mayor  número  de  sus  enemigos,  como 
lo  dice  el  general  Paz  con  su  acierto  habitual.  Pache- 
co supuso  á  Lamadrid  mucho  más  próximo  al  ])uente 
de  lo  que  éste  realmente  estaba,  y  tomó  las  mayores 
precauciones,  adelantando  al  mayor  Martínez  con  algu- 
iias  compañías  de  cazadores,  para  que  hiciera  un  prolijo 
reconocimiento  del  campo  y  de  la  i)Osición  de  su  ene- 
migo, y  colocando  una  batería  que  protegiera  su  pasaje. 
Iniciado  apenas  este  movimiento,  Lamadrid  descubrió  sus 
baterías,  que  debió  reservar  para  el  momento  propicio 
del  pasaje  del  puente,  y  que  no  le  dieron  otro  resul- 
tado que  eL  de  hacerle  conocer  á  Pacheco  la  verdadera 
posición  que  ocupaba  y  la  necesidad  de  comprometer  sus 
fuerzas  en  el  pasaje.  En  efecto,  Pacheco  ordenó  inme- 
diatamente al  coronel  Costa  que  con  dos  batallones  sos- 
tuviese el  pasaje  y  sirviese  de  base  para  desplegar  su 
columna.  Costa  se  lanzó  al  desfiladero  bajo  un  vivo 
fuego  de  cañón  de  parte  á  parte,  y  por  su  retaguardia 
pasaron  los  demás  cuerpos  de  infantería  y  caballería 
desplegando  frente  á  la  línea   de  Lamadrid. 

Contando  con  que  su  centro  era  inconmovible.  Pa- 
checo intentó  flanquear  la  derecha  de  la  columna  unitaria, 
y  con  este  objeto  hizo  correr  sobre  su  izquierda  el  ba- 


-   ;ii-j  — 

tallón  Rincón  y  nna  batería  de  artillería.  Laniadrid 
comprendifj  el  nioviniiento  y  se  })i-(»[tusu  conseguir  nna 
ventaja  á  su  ve/  s()l)re  el  ala  dereciía  de  su  eneniigu^ 
sin  inquietarse  de  la  que  éste  jn-etendía.  pues  coníiaba 
en  la  excelente  caballería  al  maudí»  de  Peñaloza  y  de 
Baltar.  Simultáneamente  con  aquel  movimiento  ordeiK) 
al  coronel  Álvarez  que  cargase  á  la  divisiítn  Granada, 
y  á  aquellos  dos  jefes  que  hiciesen  otro  tanto  con  la 
infantería  que  los  amenazaba.  Álvarez  realiz(j  l)rillante- 
mente  lo  (|ue  se  proponía  Lamadrid.  pues  arrolló  á 
Granada  (jue  tenía  doble  fuerza  que  la  suya,  y  lo  obligó 
á  repasar  el  i)uente.  sacándolo  del  campo  de  batalla.  Mas 
no  sucedi(')  l<j  misnnj  con  Baltar.  quien  se  resistió  á 
cargar,  alegamlo  (|ue  tenía  delante  una  fuerte  columna 
de  infantería,  y  arrastre')  en  su  increíble  desobediencia 
y  en  dis])ersi(')n  al  bravo  é  ingenuo  coronel  Peñaloza, 
de  quien  a(|uél  rra.  segiln  el  general  Paz,  alma,  sombra, 
consejero  y  director.  Esta  desobediencia  inaudita  en  un 
jefe  como  Baltar.  que  además  de  las  responsabilidades 
del  mando  i:Hnediato  que  se  le  había  confiado,  tenía  las 
inherentes  á  las  funciones  de  jefe  de  Estado  Mayor, 
fué  fatal  jjara  Lamadrid.  Un  esfuerzo  de  la  caballería  de 
la  derecha  unitaria  habría  })rodncido  un  resultado  aná- 
logo al  obtenido  por  la  de  Álvarez.  Las  columnas  de 
caballería  federal  habrían  repasado  el  ])uente.  envolviendo 
quizá  á  una  })arte  de  la  infantería  del  centro,  y  Lama- 
drid podría  haber  aprovechado  ese  momento  })ara  au 
mentar  la  cimfnsiijn  de  su  enemigo,  enlilando  contra 
éste  sus  cañones  y  llevándole  una  carga  decisiva  con 
su  infantería.  Cuando  quiso  verilicarlo,  ya  su  derecha 
lo  había  hecho  derrotar. 

El  coronel  Salvadores  y  el  comandante  Ezquiñego 
llevaron  una  carga  brillante  sobre  el  campo  federal.  ])ero 
sus  400  infantes   fueron  acribillados   por   más  de    lUUO 


—  :¡18  — 

veteranos  que  se  rehicieron  conipletamente  sobre  la  de- 
recha (le  Lamadrid.  Se  pnede  decir  qne  ese  pnñado  de 
infantes  y  esos  pocos  artilleros  era  lo  único  que  que- 
daba en  pie  de  la  columna  unitaria,  pues  la  divisi('»n 
Álvarez  había  sido  llevada  fuera  del  canii)o  de  batalla 
en  el  ímpetu  di  sus  cargas,  y  la  división  Baltar  había 
huido  en  dispersión  sin  combatir.  Al  retroceder  Salva- 
dores y  Ezquiñego,  vencidos  por  el  número  infinitamente 
superior,  Lamadrid  reproduciendo  sus  romancescas  proe- 
zas de  la  guerra  de  la  Independencia,  se  precipitó  sobre 
ellos,  les  dirigió  varoniles  palabras  de  aliento,  y  los 
formó  todavía  sobre  los  fuegos  enemigos.  Así  se  repleg(> 
con  ellos  en  orden,  bajo  los  fuegos  del  centro  federal, 
y  cuando  la  caballería  de  Flores  comenzaba  á  envol- 
verlo. Perdida  ya  toda  esperanza,  el  valeroso  Lamadrid 
se  retiró  con  los  pocos  hombres  que  le  quedaban  en 
dirección  á  Mendoza,  dejando  en  el  campo  de  batalla 
cerca  de  400  hombres  fuera  de  combate,  9  cañones,  su 
parque  y  bagajes,  y  como  oOO  prisioneros,  los  que  al- 
canzaron á  500  en  la  persecución  que  llevaron  las  par- 
tidas que  Aldao  había  situado  de  antemano  en  los 
desfiladeros  de  la  cordillera  de  los  Andes.  (  ' ) 

En  su  retirada  contuvo  todavía  una  partida  de  ca- 
ballería federal,  cargándola  personalmente  con  7  de  sus 
soldados.  En  seguida  corrió  cá  contener  á  sus  dispersos 
para  hacer  menos  desastrosa  la  derrota,  mientras  el 
coronel  Álvarez  hacía  otro  tanto  con  los  restos  de  su 
columna.     Así    reunió  como   500  hombres,   y  pretendió 


(  ' )  véase  el  minucioso  pane  de  Paclieco  á  Rozas  en  La  Gaceta 
Mercantil  del  21  de  octubre  de  1841.— Véase  el  parte  referente  a  la 
batalla  del  Rodeo  del  Medio  en  la  carta  de  Laniadnd  a  Paz.  {Me- 
morias postumas,  tomo  iii,  pág.  221  á  231)  y  las  acertadísimas  ob- 
servaciones que  sobre  la  misma  batalla  hace  Paz.  (Ídem,  ídem,. 
136  á  156. ) 


—  :!ll  — 

oaer  init'vanientt'  ísolire  los  vencedores.  Pero  la  (lesm(» 
rali/.acií'tii  había  cuiidido  en  la  trojta.  y  fué  preciso  se- 
guir camino  de  Cliile  por  T'spallala.  y  á  cordillera 
cerrada!  Kste  pasaje  por  los  Andes  ei-a  una  nueva  batalla 
librada  contra  elementos  que  se  desencadenan  destruc- 
tores é  inanditos,  allí  donde  el  esfuerzo  y  el  heroísmo 
humano  son  impotentes.  Á  ellos  fué  á  desaliar  todavía 
Lamadrid.  seguido  de  sus  compañeros  de  infortunio,  á 
Iñ  cabeza  de  los  cuales  iban  los  coroneles  Crisóstonu) 
Álvarez,  Peñaloza  (alias  Chacho),  Lorenzo  Álvarez.  Sar- 
dina, Ávalos.  Rojas  (Fernando).  Salvadores,  los  coman- 
dantes Ezquiñego,  Acuña  y  Álvarez. 

Tan  luego  como  llegó  á  Chile  la  noticia  del  contras- 
te del  Rodeo  del  Medio,  Sarmiento  reunirj  cuantos  auxi- 
lios [)ndo.  y  fué  á  esi)erar  á  Lamadrid  del  otro  lado  de  la 
Cordillera.  «Desde  los  tiempos  de  Almagro,  —  escribía 
Sarmiento  en  E¿  Merrun'o  de  Valparaíso,  refiriéndose  á 
este  triste  episodio  de  la  lucha  civil  argentina, — el  con- 
quistador de  Chile  que  se  aventuró  en  medio  del  invier- 
no en  las  cordilleras  de  Copiapó.  dejando  sepultados 
en  las  nieves  cerca  de  15.000  indios  y  parte  de  los 
españoles  que  lo  acompañaban,  no  había  ocurrido  hasta 
ahora  un  incidente  en  que  tantas  vidas  fuesen  compro- 
metidas, ni  tantos  peligros  amanazasen  á  un  tan  gran 
número  de  hombres.  Mas  la  naturaleza  desenvuelve  sus 
fenómenos  sin  cuidarse  de  la  presencia  del  hombre, 
que  tan  sin  temor  la  desafía  á  cada  momento,  por  moti- 
vos menos  imperiosos  que  los  que  arrastraban  á  los 
restos  del  ejército  del  general  Lamadrid  á  correr  los 
riesgos  que  cercan  el  pasaje  de  esta  imponente  barrera 
en  la  estación  rigorosa  del  invierno.»  (')  Con  la  derrota 


(  '  )  Kl  ji<'nei';il  Lainadriil  direen  suya  rilada  carta  al  g-eneral  Paz. 
que  la   misma   iioclicde  la  batalla  cuando  so  dii-ijiia  pai'a  la  cordillcfa 


del  Rodeo  del  Medio  concluyó  la  coalición  del  norte  en 
las  provincias  de  Cuyo.  Veamos  la  suerte  que  la  cupo 
en  Tucumán  donde  tlameaban   las  banderas  de  Lavalle. 


pensó  contra inarcliai'.  y  pasando  por  el  flanco  ilereclio  de  Pacheco 
caer  sobre  Córdoba  por  San  Luis,  pues  suponía  al  general  Lavalle 
dueño  deesa  provincia  ó  marchando  por  lo  menos  sobre  las  débiles 
Tuerzas  que  le  habían  quedado  á  Oribe;  pero  que  desistió  de  ese  proyec- 
to poique  todos  los  emigrados  y  el  armamento  que  con  éstos  le  envia- 
1)0  la  Comisión  Argentina  de  Chile,  y  á  los  cuales  él  esperaba  por 
momentos,  caerían  irremisi])lemente  en  manos  de  sus  enemigos;  y 
porque  además  supo  ((ue  el  gobierno  de  Chile  iba  á  declararla  gue- 
rra á  la  República  Argentina.  La  hipótesis  de  Lamadrid  mostraba 
que  absolutamente  no  se  daba  cuenta  de  la  posición  respectiva  de 
Oribe  y  de  Lavalle,  ni  de  la  superioridad  de  las  fuerzas  del  primero, 
ni  de  ia  situaciiin  de  La  Rioja,  Catamarca,  Córdoba  y  Santiago;  y  por 
consiguiente  su  proyecto  era  mucho  más  difícil  de  ejecutar  de  lo 
que  él  mismo  creía.  Así  también  es  de  opinión  el  general  Paz,  quien 
dice  que  lo  único  que  pudo  decidir  la  conveniencia  de  ese  proyecto 
fué  el  acontecimiento  imprevisto  para  Lamadrid,  de  haberse  pronun- 
ciado contra  Rozas  el  gobernador  de  Santa  Fe  don  .Juan  Pablo  López 
y  de  hal)erse  aliado  con  el  de  Corrientes  en  víspera  de  la  batalla  de 
Caaguazú;  pues  que  plantado  Lamadrid  en  aquella  pi-ovincia  con  sn 
división,  habriase  dado  la  mano  con  Paz  que  se  hallaba  en  esta  otra 
provincia  y  pesando  indudablemente  en  la  balanza  de  los  sucesos. 


CAPITULO  XLIl 

KIN    I)K    I>.\    COALICIÓN    K\    KL    NOIITK 

(  (Niiitiiiuíición  I 
( 1S41 ; 


Sumario:  1.  Lavallc  i'ii  oí  norte:  situación  de  Tuciinián  y  Jo  Salta.— 11.  Reacción  de 
los  federales  de  Salta.  —  III.  Lavalle  se  traslada  á  Salta,  pero  regresa  á 
Tneunián  cuando  Oribe  .se  aproxiniii. — IV.  Dificultades  que  rodean  á 
Lavalle :  salida  audaz  que  efectúa :  ])orqué  no  ataca  á  Oribe  después  de 
haberlo  flanqueado. — V.  Marcha  de  Lavalle  hasta  Monteros:  motivo  que 
lo  resuelve  á  presentarle  batalla  á  Oribe. — VI.  Batalla  de  Faniaillá  ó 
Monte  Grande:  formación  de  ambos  ejércitos:  la  izquierda  unitaria  y  la 
derecha  federal:  Pedernera  y  Lagos:  inminente  combate  singular  entre 
ambos :  choque  de  las  caballerías  :  fácil  ventaja  sobre  el  centro  y  la  de- 
recha de  los  unitarios:  derrota  de  Lavalle:  persecución  tenaz  de  Oribe. — 
VII.  Epílogo  sangriento  de  Famaillá:  cómo  y  porqué  cayó  Avellaneda! 
prisionero  de  Oribe.  —  VIII.  Oribe  lo  somete  á  un  consejo  de  guerra. — 
IX.  Comunica  á  Kozas  la  decapitación  de  Avellaneda  y  el  fusilamiento  de 
los  jefes  prisioneros. — X.  La  cabeza  de  Avellaneda  y  doña  Fortunata 
García.  —  XI.  Cómo  esta  dama  obtuvo  de  Carballo  la  cabeza  de  Avella- 
neda para  darla  sepultura.  —  XII.  El  último  de  los  gobernadores  eoali- 
gados  del  norte:  Oribe  destaca  á  Maza  sobre  Catamarca.  —  XIII.  Fisonomía 
política  y  moral  del  coronel  Maza.  —  XIV.  Breve  sinopsis  de  sus  hechos 
sangrientos.  — XV.  La  nota  resaltante  de  estos  hechos.  —  XVI.  Programa 
de  Maza  al  reabrir  su  campaña  sobre  Catamarca. —  XVII,  Toma  por  asalto 
la  plaza:  su  comunicación  al  gobernador  de  Córdoba.  —  XVIII.  Fin  de  la 
coalición  del  norte  :  las  provincias  resueltas  en  favor  de  la  federación .  — 
XIX.  La  retirada  de  Lavalle  á  Salta:  circunstancia  imprevista  que  frustra 
su  plan. — XX.  Lavalle  sigue  para  Jujuy  con  el  resto  de  sus  fuerzas: 
entra  en  la  ciudad  y  se  aloja  en  la  casa  de  Zenavilla.  — XXI.  Muerte  de 
Lavalle. — XXII.  La  fidelidad  y  abnegación  de  sus  compañeros:  éstos 
resuidven  salvar  el  cadáver  de  Lavalle.  —  XXIII.  Designan  á  Pedernera 
para  que  dirija  esta  emjiresa:  la  llegada  á  Tumbaya.  —  XXIV.  La  pere- 
grinación guerrera  hasta  Potosí :  honores  á  los  restos  de  Lavalle  al  ser 
depositados  en  la  catedral  de  Potosí. — XXV.  Dudas  sobre  la  muerte  de 
Lavalle:  nota  estupenda  de  Oribe. — XXVI.  Oribe  propone  á  Rozas  la 
reincorporación  de  Tarija.  — XXVII.  Rozas  se  opone  :i  ello  sentando  prin- 
cipios que  felizmente  se  lian  conservado. 


Eli  el  capítulo  anterior  se  ha  visto  cómo  Oribe  retro- 
gradó de  La  Rioja  para  Córdoba,  y  cómo  se  puso  en 
marcha  para  Tucuinán    incorporando   á  su  columna   la 


de  Lagos  y  de  Ibarra  que  se  encontraban  en  la  frontera 
de  Santiago  del  Estero.  Veamos,  entretanto,  cuál  era  la 
situación  de  Lavalle.  Al  retirarse  á  Tucunián,  Lavalle 
calculó  que  podía  hacer  pie  allí  el  tiempo  suíiciente  para 
organizar  nuevos  elementos  de  resistencia.  Pero  lo  cierto 
es  que  contaba  demasiado  sobre  la  importancia  de  tales 
elementos,  como  quiera  que  la  principal  parte  la  hubiese 
llevado  consigo  Lamadrid,  j  que  las  fuerzas  de  Oribe, 
situadas  en  la  frontera  de  esa  provincia,  le  hubiesen 
neutralizado  recursos,  cuando  menos  en  la  capital  y 
de[)artanientos  vecinos,  obrando  de  consuno  con  los  fede- 
rales que  espiaban  la  oportunidad  de  restaurarse  en  el 
gobierno.  Menos  lisonjera  que  la  situación  de  Tucumán 
era  para  Lavalle  la  de  Salta.  Salta  había  respondido  al 
pronunciamiento  de  1840;  y  si  no  contribuyó  con  gran- 
des elementos  fué  debido  á  que  una  buena  parte  de  los 
ciudadanos  inñuyentes  y  mejor  conocidos  eran  decidi- 
damente federales.  Los  mismos  Puch,  y  los  amigos  de 
éstos  llevaron  al  gobierno  á  don  Miguel  Otero  al  termi- 
nar el  período  del  coronel  Sola,  bajo  cuya  administra- 
ción se  había  verificado  aquel  pronunciamiento  (25  de 
abril);  y  fué  necesario  que  Lamadrid  con  las  fuerzas  que 
llevó  de  Tucumán,  derrocase  á  Otero  para  resolver  la 
situación  de  Salta  en  favor  de  los  unitarios.  Colocado 
en  el  gobierno  el  coronel  Gaspar  López,  éste  pudo  orga- 
nizar una  división  de  800  hombres,  la  cual  fué  al  mando 
del  coronel  Dionisio  de  Puch  á  engrosar  el  ejército  de 
Lamadrid.  Pero  tan  pronto  como  este  general  se  alejó 
para  Cuyo,  los  departamentos  volvieron  á  tomar  las  armas 
por  los  federales;  y  el  gobierno  qued(')  sin  más  ajxjyo  que 
las  milicias  que  comandaban  los  coroneles  Gama,  Ma- 
tute y  Güemes.  López  se  vio  en  el  caso  de  pedirle 
al  gobernador  de  Tucumán  don  Marco   Avellaneda,  que 


—  :!18  — 

viniese  á  auxiliarlo  con  una  l)i]('iia  divisitni.  v  (lejí)  el  go- 
bierno al  coronel  Puch.  i  '  i 

La  situación  era  difícil  para  los  unitarios  de  Salta. 
Las  fuerzas  federales  organizadas  por  Otero,  los  Saravia 
(Manuel,  Antonio  y  Nicolás),  Peredo  (Manuel),  los  Uri- 
liuru.  Cerda,  los  Arias,  etcétera,  etcétera  y  reforzadas  con 
algunos  escuadrones  que  Ibarra  intern(')  en  esa  provincia 
al  mando  del  comandante  Martínez  derrotaron  comple- 
tamente á  las  que  liabían  reunido  el  coronel  Matute  y 
los  comandantes  (iüenies  y  Aramayo.  y  en  seguida  á 
las  que  comandaba  el  coronel  Gama.  (-)  Esto  tenía  lu- 
gar á  principios  de  julio;  y  el  día  22  de  este  mes.  se 
sublevó  en  la  misma  plaza  de  Salta  la  división  que  aca- 
baba de  organizar  el  coronel  Puch;  por  manera  que  si 
este  jefe  no  hubiese  sofocado  la  sublevación,  perdiendo 
como  era  consiguiente  una  parte  de  sus  fuerzas,  y  si 
el  gobernador  Avellaneda  no  hubiese  oportunamente 
auxiliado  á  Puch,  los  federales  se  habrían  apoderado  de 
la  situación  de  Salta  cuando  Oribe  marchaba  sobre  Tu- 
cumán. 

El  mismo  Lavalle  lo  pensó  así,  pues  que  sabedor  de 
estas  ocurrencias,  al  llegar  á  la  capital  de  esta  última 
provincia,  dejó  allí  su  colunma  al  mando  del  coronel 
Pedernera  y  él  con  su  escolta  se  dirigió  en  pos  del 
gobernador  Avellaneda  hacia  la  capital  de  Salta,  con  el 
objeto  de  hacerle  sentir  al  gobernador  López  toda  la 
gravedad  de  la  situación,  y  de  organizar  las  milicias  y 
los  elementos  necesarios  para  poder  llevar  adelante  la 
revolución  en  el  norte.    Pero  Oribe  no   le  dio    tiempo. 


(*)  Véase  la  caria  del  coronel  López  al  coronel  Francisco  Gama, 
publicada  en  La  Gaceta  Mercantil  del  24  de  a^fosto  de  1841.  Véase 
carta  de  Lavalle  á  Paz,     Memorias  postumas,  tomo  iii,  pág.  189. 

(2)  Véase  los  partes  á  Ibarra  en  La  Gaceta.  Mercantil  úcl  24  de 
agosto  de   1841  y  la  carta  de  Lavalle,  loe.  cii. 


—  :;!9  — 

Lavalle  llegó  á  Salta  el  22  de  agosto,  y  el  25  ya  le 
hizo  saber  Pedernera  que  Oribe  con  un  ejército  de  las 
tres  armas  ocupaba  el  río  Hondo,  frontera  de  Tucumán. 
Esto  lo  obligó  á  ordenarle  á  Avellaneda  que  regresase 
á  Tucumán  y  á  regresar  él  en  seguida,  sin  haber  po- 
dido entretanto  organizar  fuerzas  capaces  de  batir  á 
las  que  iba  á  oponerle  su  implacable  adversario,  que 
volaba  adonde  quiera  que  él  se  dirigía,  empujado  por 
la  vanidad  de  vencerlo. 

Todo  contribuía  á  agravar  las  dificultades  que  rodea- 
ban á  Lavalle.  La  división  Avellaneda  se  disolvió  al 
entrar  en  Tucumán,  á  favor  de  los  trabajos  del  gober- 
nador Ferreira  delegado  de  este  último,  y  al  habla  con 
Oribe  y  demás  federales  de  esa  provincia.  La  división 
Pedernera,  que  era  el  núcleo  veterano  de  la  columna 
unitaria,  casi  á  pie.  El  espíritu  de  la  población  incli- 
nado del  lado  más  fuerte.  Y  el  enemigo  á  tres  leguas 
de  distancia;  pues  Oribe  acababa  de  llegar  al  pueblito 
de  Simoca,  y  al  día  siguiente  (2  de  septiembre)  se  le 
había  incorporado  Lagos  con  la  vanguardia,  é  Ibarra 
con  la  división  santiagueña.  Con  la  idea  de  procurarse 
algunos  recursos,  Lavalle  salió  con  su  columna  de  la 
ciudad  de  Tucumán,  en  la  madrugada  del  4  de  septiem- 
bre; pasó  por  el  flanco  izquierdo  de  Oribe,  y  quedó  á 
retaguardia  de  éste  después  de  atravesar  el  río  Famai- 
llá.  En  presencia  de  este  movimiento  audaz,  Oribe  re- 
trogradó con  el  objeto  de  incoporarse  su  infantería  que 
venía  en  marcha  á  las  órdenes  del  general  Garzón,  y 
Lavalle  volvió  sobre  la  ciudad  por  el  mismo  camino. 
Se  explica  que  Oribe  no  atacase  á  Lavalle  inmedia- 
tamente, calculando,  y  con  razón,  que  las  fuerzas  que 
tenía  reunidas  no  le  aseguraban  su  triunfo;  que  en  la 
liipótesis  de  un  combate  de  éxito  dudoso,  Lavalle  ocu- 
paría nuevamente  la  capital  de  Tucumán  para  no  per- 


—  :;-J()  — 

cU'i-  á  Salta  y  •Injiiy,  y  restablecería  la  moral  pii  sus 
filas  y  las  esperanzas  en  su  causa;  y  que.  de  consi- 
guiente, i)ara  recomenzar  sus  operaciones  le  era  indis- 
pensable ocupar  esa  ciudad  y  provocar  una  batalla  de- 
cisiva por  todos  los  medios  á  su  alcance.  Lo  segundo 
era  el  gran  corolario  de  lo  [irimero.  y  esto  no  podía  ve- 
riticarlo  sino  con  la  infantería  de  (lar/íui.  Pero  no  se 
explica  que  Lavalle  se  retii'ase  á  la  ciudad  después 
de  haber  flanqueado  ;i  la  columna  de  caballería  de  Oribe 
sin  tentar  antes  un  combate,  cmno  quiera  que  él  su- 
piese que  iba  jugando  en  esa  ocasión  el  todo  por  el 
todo.  Y  menos  se  explica  si  se  tiene  presente  lo  que  él 
mismo  añrma  «  que  Oribe  retrocedió  doce  leguas  porque 
lo  supuso  bastante  fuerte  para  batir  d  Garzón,  que  venía 
con  700  hombres  de  las  tres  armas.  ( ^ )  Si  así  calculaba, 
lo  natural  habría  sido  cargar  á  Oribe  que  se  retiraba 
rápidamente.,  y  hacer  un  esfuerzo  para  sacar  de  esta 
aventura  sobre  una  parte  del  ejército  federal  las  venta- 
jas que  con  menos  probabilidades  podía  obtener  sobre 
todo  este  ejército. 

En  cambio  Lavalle  aument*')  su  columna  con  300 
milicianos  de  la  capital  y  montó  regularmente  sus  escua- 
drones. Pero  el  10  de  septiembre  Oribe  ya  se  dirigía  con 
todo  su  ejército  sobre  la  ciudad  de  Tucumán,  por  el 
camino  que  llaman  de  Arriba.  Elntonces  Lavalle  manio- 
bró de  flanco  por  el  camino  de  Abajo,  y  fué  á  amane- 
cer en  el  pueblo  de  Monteros,  á  retaguardia  de  aquél 
V  como  á  doce  leguas  al  sur  de  la  capital.  Era  claro 
que  Lavalle  evadía  el  combate  para  ganar  tiempo  y 
aumentar  sus  fuerzas.  E]n  vista  de  esto  Oribe  le  cort(') 
la  comunicación  con  el  norte,  dejando  en    la  capital  al 


(')  \'éase  cai-tas  de  Lavalle  á  l'az,  Memorias  postumas,  toim:)  iii, 
pá-    193. 


—  :;'cfl  — 

general  (iaizcjn  con  ioOO  lionibres  en  sn  mayor  i)arte 
infantería;  y  él  con  2500  soldados  de  las  tres  armas 
marchó  nnevamente  hacia  el  sur,  campando  el  1(5  en  la 
nnirgen  izquierda  del  río  Famaillá.  Entre  seguir  numio- 
brando  en  el  estrecho  límite  de  acci('m  ([ue  le  ofrecía 
el  sur  de  la  ])rovincia  de  'rucumán.  conm  ({uiera  que 
no  pensase  en  retirarse  al  m)rte  porque  esto  valía  per- 
derlo para  su  causa:  y  dar  una  batalla  rn  la  t[ue  cabían 
probabilidades  de  éxito  para  los  suyos,  Lavalle  se  deci- 
dió por  lo  iiltimo. 

Resuelto  á  tonnir  la  ofensiva  sobre  Oribe,  se  movi(') 
de  Monteros  al  frente  de  2000  hombres,  después  de 
habérsele  incorporado  los  coroneles  Piedrabuena,  García 
y  Murga  con  ÓOO  milicianos.  En  la  noche  del  18  de 
sej)tieml)re  pasó  el  río  Eamaillá  conuj  á  media  legua 
arriba  del  campo  enemigo,  y  el  19  annmeció  fornnido 
en  batalla  á  retaguardia  de  Oribe,  ocu[)ando  la  llanura 
comprendida  entre  aquel  río  y  los  l)osques  del  Monte 
Grande,  é  interponiéndose  entre  Oribe  y  la  capital  de 
Tucnmán  donde  estaba  Garzón,  Oribe  forme')  inmediata- 
mente su  línea,  colocando  en  la  derecha  dos  divisiones 
de  caballería  de  línea  á  las  órdenes  del  coronel  Hilario 
Lagos,  si  l)ien  el  mando  nominal  de  esta  ala  lo  tuvo  el 
general  Gutiérrez:  en  el  centro  el  batallón  Libertad  y  tres 
piezas  de  artillería  al  mando  del  coronel  Mariano  Maza; 
y  en  la  iz(¡uierda  dos  divisiones  de  caballería  de  Santa 
Fe  y  de  Santiago  del  Estero  á  las  órdenes  del  general 
Ibarra.  En  la  reserva,  fornnula  por  dos  escuadrones,  la 
escolta  del  general  y  cuadro  de  oíiciales  orientales,  fué 
colocado  el  coronel  Bernardo  González.  De  su  parte. 
Lavalle  fornn')  en  su  izquierda  la  divisií'm  de  caballe- 
ría veterana  al  mando  del  general  Pedernera:  en  el  centro 
unos  cien  infantes  y  cuatro  piezas  á  las  órdenes  del 
comandante  Estanislao  del   Gampo;  y  en  la  derecha   las 


(livisioües  de  iiiilicÍMs  tiicuiiianas  coniaiidadas  lun-  r\ 
coronel  Torres  y  por  don  Marco  Avellaneda.  La  reserva 
compuesta  de  dos  escuadrones  á  las  ()rdenes  del  coro- 
nel Hornos. 

Dada  esta  formación  y  la  calidad  de  algunas  de  las 
fnerzas  que  iban  á  medirse  frente  á  frente,  se  podía 
colegir  desde  el  principio  que  la  iz(|uierda  unitaria  y  la 
derecha  federal  iban  á  decidir  por  sí  solas  del  éxito 
general  de  la  batalla.  Y  á  la  verdad  que  un  hecho  nota- 
ble puso  de  relieve  esta  circunstancia.  La  batalla  comen- 
z('i.  ])ropiamente,  por  un  reto  A  combate  singular  que 
lanzó  el  jefe  de  la  izquierda  unitaria  al  de  la  derecha 
federal,  el  general  Pcdernera,  al  coronel  Lagos.  Peder- 
nera  se  adelantó,  seguido  de  dos  ayudantes,  y  Lagos, 
al  divisar  un  jefe,  hizo  otro  tanto  con  el  objeto  de 
reconocerlo.  Cuando  estuvieron  al  habla.  Pedernera  detu- 
vo su  caballo  y  con  voz  y  ademanes  arrogantes  invit() 
á  su  adversario  á  que  midieran  sus  armas  en  el  campo. 
Sorprendido  éste  de  una  proposición  que  reñía  con  los  de- 
beres de  un  jefe  de  división,  aunque  sin  dejar  de  acari- 
ciar allá  en  lo  íntimo  la  idea  de  un  lance  semejante, 
que  tan  bien  cuadraba  á  su  índole  guerrera  y  caballe- 
resca, contuvo  su  caballo  y  esperó.  Quizá  Pedernera 
interpretó  equivocadamente  la  prudencia  de  Lagos,  porque 
repitió  su  invitación  viniéndose  sobre  él.  Lagos  tiró  de 
su  sable,  avanzó  á  su  vez  y...  probablemente  lo  habría 
cruzado  con  el  del  antiguo  capitán  de  granaderos  á  caba- 
llo si  en  ese  momento  las  guerrillas  de  parte  á  parte 
iKj  hubiesen  comenzado  á  escaramucearse  llamándolos 
á   sus  puestos  respectivos. 

Pocos  momentos  después  ambos  jefes  se  cargaban  á 
la  cabeza  de  sus  divisiones.  Pedernera  luchando  bra- 
vamente, consiguií'»  arrollar  dos  escuadrones  del  número 
A.    Lagos   compensó  esta  ventaja,   dirigiendo   personal- 


mente  una  otra  carga  que  envolvió  por  el  tlanco  al  es- 
cuadrón unitario  Libertad,  y  arrolló  toda  la  división  Pe- 
dernera.  Éste  pudo  todavía  contener  á  su  enemigo  cuando 
Lavalle  rehizo  á  algunos  de  sus  escuadrones  y  los  con- 
dujo personalmente  á  la  pelea,  desafiando  la  muer- 
te al  envolverse  con  la  caballería  de  Lagos  en  los  claros 
de  sus  filas  destrozadas.  Pero,  á  pesar  de  todo,  la  iz- 
cjuierda  unitaria  fuá  sacada  en  dispersión  del  campo  de 
batalla.  Mientras  tanto,  las  divisiones  de  Ibarra  obte- 
nían fácil  victoria  sobre  la  división  tucumana.  la  cual 
se  dispersó  en  seguida  de  la  primera  refriega;  por  ma- 
nera que  el  batallón  de  Maza,  fuerte  de  500  hombres, 
no  tuvo  más  que  avanzar  para  apoderarse  de  los  pocos 
infantes  y  artilleros  de  Lavalle.  que  demasiado  habían 
hecho  resistiendo  cerca  de  una  hora  el  empuje  de  fuerzas 
muy  superiores,  (/j  Una  persiecnción  tenaz  se  seguió  á 
esta  batalla  desastrosa.  El  mismo  Lavalle  estuvo  próxi- 
mo á  caer  prisionero,  pues  él  era  uno  de  los  que  á  la 


(*)  Véase  carta  de  Lavalle  a  Paz  {Memorias  ¿jóstumas,  lomo  iii, 
pág.  195.)  —  Biografía  de  Lavalle  por  Lacasa,  pág.  197  y  siguientes. 
— Parte  de  Oribe  á  Rozasen  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  octubre 
de  1841. 

líl  coronel  Lagos,  tan  decidido  ijartidario  como  noble  y  caballe- 
resco militar,  hizo  prisionero  en  Famaillá  al  coronel  Facundo  Borda 
y  le  prometió  toda  clase  do  garantías,  déla  misma  manera  que  ha- 
bía procedido  con  el  coronel  Pedro  José  Díaz,  á  quien  tomó  prisionero 
en  el  Quebracho.  Asi  se  lo  comunicó  ;i  Oribe,  quien  no  pudo  menos  de 
asentir  á  ello.  Pero  como  hubiera  sido  herido  de  bala  en  un  pie,  y 
sintiese  que  le  faltasen  las  fuerzas  á  consecuencia  de  la  hemorragia 
subsiguiente,  Lagos  se  dirigió  á  su  alojamiento,  dejando  d  su  prote- 
gido conversando  con  algunos  de  sus  antiguos  compañeros.  Pocas 
horas  después  uno  de  sus  ayudantes  le  comunicó  sorprendido  que 
el  coronel  Borda  acababa  de  ser  fusilado  de  orden  del  general  en 
jefe.  Presa  de  la  indignación,  Lagos  montó  á  caballo  á  pesar  de  su 
estado,  y  entre  dar  un  escándalo  demandándole  á  Oribe  la  felonía  y 
separarse  del  ejército,  prefirió  esto  último,  pasando  á  Buenos  Aires 
de  donde  fué  destinado  con  una  columna  de  las  tres  armas  al  Entre 
Ríos.  El  coronel  Borda  fué  jefe  federal  hasta  1840,  en  que  se  pasó 
á  las  filas  del  general  Lavalle,    abandonando  el  cargo  militar  que 


la  en  el  pn( 
fuerzas  qu 


las  fuerzas  que  comandaba. 


—  ;i-it  — 

j);if  (le  sus  soldados  volvía  Liiaipas  sídti'c  los  riieiiiigos 
que  más  se  acercaban.  Así  y  ai  íavor  de  su  vaquearlo 
|»iido  pasar  la  sierra  de  San  Javier  y  detenerse  en  las 
Tablas,  á  lÜ  leguas  del  campo  de  batalla,  donde  reuni() 
como  500  hombres  de  la  divisiíui  Pedeniera  con  los 
cuales  emprendió  su  retirada  á  Salta  por  el  camino  de 
Yatasto. 

La  batalla  de  Famailbi  tuvo  un  eitílogo  sangriento. 
El  ex-gobernador  de  Tucunián  don  Marco  Avellaneda, 
salió  del  campo  de  Famaillá  en  dirección  á  la  estancia 
del  Raco.  con  el  designio  de  tomar  caballos  y  seguir  para 
Bülivia.  Al  llegar  á  San  Javier,  acompañado  de  los  coro- 
neles Hornos.  Aquino.  Vilela,  varios  oficiales  y  unos  300 
soldados,  supo  que  Lavalle  estaba  en  las  inmediaciones. 
Sea  porque  calculase  que  la  persecución  se  dirigiría  })rin- 
cipalmente  sobre  este  últinu),  y  no  quisiese  ex])oner  su 
persona;  ó  que  el  mismo  Lavalle  meditaba  hacer  pie  toda- 
vía en  Tucumán  ó  en  Salta,  y  tampoco  quisiese  ser  respon- 
sable con  su  participación  de  los  hechos  que  se  siguiesen, 
como  lo  dijo  en  su  declaración,  lo  cierto  es  que  le  orden('i 
á  su  vaqueano  que  cambiase  de  camino  separándose  de 
los  coroneles  Hornos  y  Aquino,  los  cuales  se  incorpo- 
raron con  su  fuerza  á  la  columna  unitaria  que  marchaba 
en  orden.  Ln  camino  jtara  Jujuy  y  pasada  la  Pampa 
Grande,  Avellaneda  encontró  el  20  de  septiembre  al  ca- 
pitán Gregorio  Sandoval  con  una  fuerza  de  70  hombres, 
el  cual  lo  tonnJ  preso  juntamente  con  los  que  lo  acom- 
pañaban y  lo  condujo  al  cuartel  general  de  Oribe  situado 
en  Metan,  ('i 


O  Sandoval  era  comandante  de  la  escolta  de  Lavalle.  y  vién- 
dolo todo  perdido  después  de  Famaillá  quiso  acomodarse  con 
Oribe.  Al  electo  le  comunicó  inmediatamente  á  éste  la  captura 
que  acababa  de  efectuar,  y  en  pajío  de  su  felonía  imploríi  el  pei-- 
(l(Mi  jtrotcstaudo  (|U('  se  comprometía  ;í  sosttMicr  la  cauía  ile  la  U^iW- 


—  -^2: 


Iiiiuediatainente  de  serle  presentado  Avellaneda.  Oribe 
mandó  formarle  consejo  de  guerra,  comisionando  al  electo 
al  coronel  Mariano  Maza.  Avellaneda  declarij  bajo  jura- 
mento lo  que  he  consignado  en  el  párrafo  anterior;  y  ade- 
más todo  lo  que  sabía  respecto  de  los  proyectos  y  planes 
de  los  generales  Lavalle  y  Lamadrid.  desde  que  éstos  se 
separaron  en  Catamarca  hasta  el  momento  en  que  él  fué 
aprehendido.  Interrogado  respecto  del  asesinato  del  gene- 
ral Heredia.  refiri(')  igualmente  los  detalles  que  sabía,  con- 
fesando qup  había  prestado  su  cal)allo  al  teniente  Casas, 
uno  de  los  asesinos:  que  encontrándose  con  éstos  en  se- 
guida del  asesinato  había  aplaudido  su  conducta,  y  que  á 
solicitud  de  los  mismos  había  convocado  la  legislatura 
j):ira  que  ésta  nombrase  el  gobernador  reemplazante  de 
a(iuel  general.  (,)ue  Avellaneda  tuvo  participaciíui  en  el 
asesinato  del  gobernador  Heredia :  y  que  como  uno  de 
los  jefes  de  la  Coalición  del  norte  habíase  envuelto  en 
el  torbellino  sangriento  de  la  época,  sublevando  contra 
sí  las  iras  de  sus  enemigos  que  lo  acusaban  de  cruel- 
dades y  fusilamientos  análogos  á  los  que  él  les  echaba 
en  cara,  eran  hechos  ciertos  y  conocidos  tanto  de  los 
unitarios  como  de  los  federales.  En  su  cabeza  se  cum- 
plía la  ley  de  represalias  de  la  época,  por  mano  inexo- 
rable de  Oribe,  y  en  cuenta  de  uno  de  los  dos  partidos 
políticos  que  buscaban  las  víctimas  de  sus  furores  entre 
los    que    más    se   distinguían   por    la  intransigencia    de 


ración.  (Véase  la  iK^a  ile  Saiidoval  a  oi-ibe.  y  la  de  éste  á  Rozas 
en  La  Gacela  Mercantil  del  ■¿  de  noviembre  de  1841.)  Pocos  días 
después  Sandoval  regreso  a  Salta  con  íuerzas  de  la  van<ruardia 
federal  al  mando  (leí  coronel  Andrada.  Los  excesos  que  cometió  en 
su  marcha  y  muy  principalmente  algunas  ejecuciones  (¡ue  ordenó, 
entre  ellas  la  del" conocido  vecino  don  T.  Quiroz,  decidieron  su  fln. 
Kl  gotternador  otero,  de  acuerdo  con  Andrada,  lo  redujeron  á  pri- 
si()n,  y  el  "21  de  oclui)re  lo  hicieron  lusilar.  Esta  ejecución  fue  i-on- 
sideráda  por  unitarios  y  lederales  como  un  desagravio  á  la  vindiiMa 
juiblica. . . 


(ipiniüiK's  y  el  rencor  con  (jiic  ciiiijiijaliíiii  ;i  los  suyos 
;i  destruir   ]»;ira   dominar... 

Kl  niisnio  día  o  de  octubre  de  1841,  Oribe  couiuni- 
caba  á  lio/as  ({ue  «  los  salvajes  unitarios  Marco  M. 
Avellaneda,  titulado  general  gobernador  de  Tucumán. 
coronel  José  María  Vitela,  comandante  Lucio  Casas, 
sargento  Mayor  Gabriel  Suárez.  capitán  José  Espejo  y 
teniente  Leonardo  Sonza,  lian  sido  al  momento  ejecu- 
tados en  la  forma  ordinaria,  á  excepción  del  salvaje 
unitario  Avellaneda.  A  cjuien,  por  añadir  á  esta  calidad 
la  de  cóm})lice  y  uno  de  los  promotores  del  liorrible 
:;sesinatü  i)erpetrado  en  la  persona  del  Exmo.  señor 
general  don  Alejandro  Heredia,  además  de  otros  muchos 
crímenes,  mandé  cortar  la  cabeza,  c|ue  será  colocada  á 
la  expectación  de  los  habitantes  en  la  plaza  pública  de 
la  ciudad  de  Tucumán  ;>.  (  '  i 

La  cabeza  de  Avellaneda  fué  clavada  en  una  lanza, 
en  la  misma  plaza  de  Tucumán.  Una  mujer  de  alma 
grande  se  propuso  ahorrar  á  sus  compatriotas  ese  es- 
pectáculo característico  de  la  época.  Esta  fué  doña  For- 
tunata García,  de  familia  patricia  tucuinana,  y  ya  no- 
table por  el  raro  coraje  con  c|ue  arrostraba  sus  opi- 
niones políticas  á  la  faz  de  sus  enemigos,  i  -;  Campada 


(')  Véase  la  declai'aei()ii  ili-  AxcUnneda,  inserta  íntegra  en  la 
Gaceta  MerciXnlil  del  2  de  nuNirnibre  de  1841.  y  la  nota  de  Oribe 
á   Hf)/,as. 

(2)  \\i  aíio  de  1(S31.  los  iniitarios  emigrados  de  Tuciini;in  trabajaban 
desde  Salta  la  revoltición  en  esa  provineia,  y  al  electo  (¡nviaron 
eoinnnicaciones  á  sns  esposas  y  amigos  ])ara  que  preparasen  algu- 
nos recursos  y  comprometiesen  á  sus  partidarios.  Don  Paeifíco  Ro- 
•Irignez  era  uno  de  los  agentes  de  la  revolución.  Asi  que  llegó  á 
Tu(Mim;in,  Quiroga  qu(!  estaba  impuesto  de  todo  lo  hizo  aprehender. 
I.a  jiarlida  l'ué  á  buscarlo  á  casa  de  doña  Fortunata  (iareía,  en  eir- 
cunstaiicias  en  que  ésta  y  sus  hermanas  Visitación  y  Hita  leían  las 
eomunicaciones  recibidas.  Como  las  ocultas(;n  en  su  seno  á  la  vista 
de  los  soldados,  fueron  conducidas  igualmente  al  Cabildo.  Quiroga 
le  exigió  en  vano  á  doña  Fortunata  las  eoiimnieaciones,  y  para  con- 
seguir (-stas,   mauíb)  (|ue  las  tres  damas  se  sentasen  í'i-ente  al  cañ()n 


la  coluiiina  de  (iarzíui  en  las  inmediaciones  de  la  ciu- 
dad de  Tuüuiiiáii.  los  jefes  y  oficiales  íuei'on  alojados  eu 
las  casas  principales,  poniendo  así  á  cnbierto  á  las  fa- 
milias de  los  excesos  qne  podían  sobrevenir,  dada  la 
acefalía  en  que  estaba  la  autoridad  })or  la  fuga  del  go- 
bernador Ferreyra.  Doña  Fortunata  García  había  ab)- 
jado  al  coronel  Juan  Carballo.  á  quien  el  general  Gar- 
zón  acababa  de  nombrar  jefe  de  la  plaza. 

Carballo  era  un  liombre  culto  y  moderado,  que  corres- 
pondió con  verdadera  afecci(3n  las  atenciones  de  la  viuda 
de  García,  ({uien  bajo  la  égida  de  su  caballerosidad  había 
puesto  el  hogar  de  sus  tiernos  hijos.  Quince  días  liacia 
que  la  cabeza  de  Avellaneda  se  mantenía  clavada  en 
una  pica  en  la  [¡laza  pública  (  ' );  y  otros  tantos  (jue  dona 
Fortunata  García  renovaba  sus  súplicas  á  Carballo  de  que 
le  entregase  esa  cabeza  para  darle  sepultura.  Esa  espe- 
cie de  clarovidencia  de  la  mujer  en  la  intimidad  del 
corazón  del  hombre  que  no  es  insensible  á  sus  seduc- 
ciones, le  mostró  completamente  vencido  á  Carballo 
cuando  éste  le  hubo  respondido  con  cierta  melancolía: 
«Me  fusilarán,  señora,  porque  faltaré  á  órdenes  termi- 
nantes.» Cuando  la  cabeza  de  Avellaneda  fué  transpor- 
tada á  un  rincón  del  cuerpo  de  guardia  en  el  Cabildo, 
y  en  circunstancias  en  que  Oribe  se  movía  de  Tucumán 
y  todos  los  suyos  se  ocupaban  de  la  partida,  doña  For- 
tunata renov('»  la  súplica  con  el  fervor  coii  que  Andró- 
maca  concita  la  victoria  á  los  Atridas  al  separarse  entre 


dundo  iba  ú  ser  azotado  Rodríguez.  Doña  Fortunata  esperó  un  mo- 
menio  propicio,  y  sacando  do  su  seno  algunas  cartas,  se  las  comió. 
Sus  hermanas  lucieron  otro  tanto  á  sus  instancias,  y  asi  salvaron 
á  ios   conjiu'ados. 

( '  )  Enfrente  del  Cabildo  y  cerca  del  sitio  donde  el  gobernador 
Gutiérrez  jnand(')  levantar  una  columna  conmemorativa  de  la  ledc- 
ración.  ((uefué  derrumbada  bajo  el  g-obierno  del  presbítero  del  Tampo 
en  18G2. 


—  :;-is  — 

lá^riiiins  del  hijo  dtí  Pelro.  Ksa  iiiisiiia  iioclic  (';ii-lt;ill(t 
le  i'einiti(')  la  cabczM  de  Avellaneda  en\uelta  en  nii;i  manta. 
La  noble  dama  tnciimana  lav(')  y  jX'rfnnK')  esa  cabeza, 
la  depositó  en  nn  coi've  y  en  la  nocdie  siguiente  la  di('» 
sepnltur;!.  i ') 

Con  Avellaneila  cay*')  el  i'iltimo  caudillo  de  la  Coalición 
del  noi'ic  (|ue  formaron  en  abi'il  de  1(S4().  Lamadrid  á 
nombi-e  de  Tucnmán;  Brizuela  ;i  nombre  de  T^a  Uioja; 
Sobl  á  nombre  de  Salta:  Alvarado  de  Jujuy  y  Cubas  de 
Catamarca;  y  ([ne  tn\(i  [lor  olijeto  retirarle  á  Rozas  el 
encargo  de  las  relaciones  exteriores  y  desconocerlo  como 
gobernador  de  Buenos  Aires.  YA  único  que  ({uedaba  en 
l)ie  después  de  la  batalla  de  Famaillá  era  don  José  Cu- 
bas. ]tor  haber  derrocado  al  coronel  Balboa,  (juien  ocu- 
paba el  gobierno  de  Catamarca  desde  abril  de  1<S41.  Pero 
el  éxito  de  Cubas  fué  transitorio.  Orille  destacó  de  Metan 
al  coronel  Mariano  Maza  con  el  batalbui  Libertad  y  cua- 
tro cañones  i»ara  qne'  abogase  la  revolución  en  Catamarca 
y  restableciese  á  Balboa,  en  el  gol)ierno.  Maza  era  el 
agente  favorito  de  Oribe  en  estas  expediciones  que  de- 
bían bacerlo  tristemente  célebre. 

Por  los  desatentados  alardes  con  que  (juería  distin- 
guirse entre  los  m;is  fanáticos  partidarios  del  orden  de 
cosas  existentes,  así  en  las  reuniones  y  tiestas  en  las 
cuales  proclamaba  el  exterminio  de  los  adversarios, 
como  en  los  ejércitos  ;i  (jue  perteneció  y  donde'  no  aco- 
metií'»  bazafias  inayiu'es  (píelas  (pie  fatalmente  le  tocaba 
realizar  con  los  vencidos  y  rendidos,  la  fisonomía  moral 
y  política  (_lel  coronel  Maza  encuadra  en  relieve  el  aspecto 
sinrestro  y  los  perfiles  sangrientos  de  la  época  luctuosa 
que  marcaron   en    la    República  los  dos   partidos  argen- 


(  ')  Debo  estos  datos  á  las  personas  iiüís  allr<ia(las  ;l  doña  Fortii- 
iiala  (iai'fía,  (¡iie  son  allegadas  mías. 


—  ;5-29  — 

tinos  igualmente  intransigentes.  Y  adviértase  que  este 
fervor  sanguinario  se  despertó  en  el  coronel  Maza  recién 
cuando  los  sucesos  del  año  de  1838  con  su  séquito  do 
extravíos  entablaron  la  luclia  sin  cuartel  que  vengo  liis- 
toriainlo.  Si  l)ien  gozaba  de  las  consideraciones  que 
dispensan  á  los  de  su  clase  las  gentes  de  alcurnia  y 
de  posición,  sus  opiniones  políticas  lo  alejaban  del 
favor  del  gobierno.  Kl  fué  uno  de  los  oficiales  que 
apoyaron  con  sus  armas  la  revoluci('»n  que  encabezó  el 
general  Lavalle  el  1."  de  diciembre  de  1828  fusilando 
l)or  su  orden  al  gobernador  Dorrego.  Habíase,  pues,  ope- 
rado en  él  un  vuelco  completo.  Durante  la  campaña  de 
1840-1841  di('>  muestras  de  una  crueldad  para  con  los 
vencidos  en  la  que  muy  pocos  le  igualaron.  É  liizo 
gala  de  ella  con  tan  inaudita  comi)lacencia.  que  quien 
lee  sus  cartas  y  comunicaciones,  cincuenta  años  des- 
pués de  aquellas  escenas,  se  inclina  á  creer  (jue.  ('»  su 
espíritu  se  agitaba  entre  los  estremecimientos  de  un 
fanatismo  que  contaba  los  méritos  contraídos  por  la 
cantidad  de  cabezas  que  cayesen  á  sus  pies;  ó  súmente 
giraba  alrededor  de  un  círculo  de  sangre  y  de  despojos 
humanos,  en  el  que  desaparecía  el  hombre  moral  y  no 
quedaba  más  que  una  voluntad  y  un  brazo  para  matar; 
brazo  y  voluntad  donde  los  antropologistas  encuen- 
tran el  impulso  determinante,  y  los  médico-legistas  uno 
de  tantos  trastornos  mentales,  inspirándose  quizá  en 
el  sentimiento  humanitario  que  hace  dudar  de  que  los 
hombres,  aun  en  las  corrientes  más  borrascosas  de  la 
vida,  puedan  descender  con  razón  y  discernimiento  al 
nivel  de  las  bestias  carniceras. 

Él  mismo  se  encargó  de  hacer  llegar  á  todas  partes 
su  fama  sangrienta,  en  comunicaciones  y  cartas  íntimas, 
en  las  que  se  muestra  tal  cual  es  y  cómo  piensa  res- 
pecto de  todo  lo  que  ha  hecho.     «Los  salvajes  unitarios 


—  ■}:}()  — 

lian  (jucrido  niievaineiite  arrebatarnos  ;i  nnestivi  Jíestaii- 
rador,  escribía  de  Catainarca...  como  ya  es  preciso  im 
(lar  cuartel,  en  este  momento  hago  fusilar  á  todos  los 
salvajes  (|ue  tenía  prisioneros,  entre  ellos  á  Luis  Man- 
tei'ola  ([ue  servía  en  la  artillería  del  asesino  Lavalle.  Á 
Tiburcio  Ülmos  también  se  le  dio  el  pasai)orte.  Mi 
amigo,  cuchillo  y  bala  con  esta  raza;  y  si  lioy  hubici'a 
tenido  mil  prisioneros,  á  los  mil  los  habría  desi)acha- 
do.»  (')  Al  día  siguiente  da  cuenta  de  otra  ejecución 
que  ha  ordenado  y  rejjroduce  los  mismos  deseos  en 
estos  términos:  «Recibí  la  mjta  del  pilón  Madrid  y  ha 
ocasionado  en  esta  división  la  burla  que  es  consiguien- 
te á  una  (juijotada  de  esa  es])ecie:  y  como  el  salvaje 
C()rdoba  en  el  momento  de  llegar  á  ('-sta  fué  pasado  i»or 
las  armas,  sólo  siento  no  haber  agarrado  mil  como  éste 
para  haber  hecho  otro  tanto ».  (-)  Y  sin  embargo,  á  los 
pocos  días  Maza  le  pide  á  Lagos  que  inter[)onga  su  in- 
íluencia  á  íin  de  reprimir  los  excesos  que  comete  la  divi- 
si(')n  santiagueña  para  que  no  se  relaje  «la  moral  de 
sus  soldados  ».  ( "^ ) 

Lo  que  resalta  aquí  es  la  as[)iraci(')ii  de  exterminar 
al  adversario.  Y  es  este  precisamente  el  perfil  caracte- 
rístico de  la  época,  como  ya  se  ha  visto.  Los  dos  par- 
tidos, unitario  y  federal,  quieren  dominar  en  absoluto  la 
República  á  condición  de  destruirse  el  uno  al  otro.  Y  en 
ambas  filas  se  hace  correr  la  sangre  del  adversario  caído; 
porque  en  ambas  domina  con  implacable  saña  la  mis- 
ma conciencia  que  hacía  exclamar  á  Cicerón  al  ofre- 
cer en  sacrificio  su  cabeza  y  la  de  sus  amigos:  «César, 
somos  los  vencidos:    ¡¡uedes   hacernos  morir. »     Lo  que 


('i  j\Ianusci'i(()  orifrinal  en  mi  íircliivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(  2)  Vlanusci'itn  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(3)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


híiy  es  (jue  Maza  da  las  notas  más  altas,  y  las  da  con 
cierta  complacencia  salvaje.  El  general  Lamadrid  había 
escrito  también  durante  su  cain]»afia  de  Cuyo  en  1838. 
y  refiriéndose  á  los  federales:  u  Es])ero  que  usted  dé 
orden  á  sus  oliciales  que  quemen  en  uua  hoguera  á 
cuanto  montonero  agarren.  El  ])ueblo  reclanni  la  per- 
sona de  Echegaray.  Á  estas  cabezas  es  preciso  acabar- 
las si  querenn)s  que  haya  tranquilidad.»  (') 

Al  reabrir  su  campaña  sobre  Catamarca,  el  coronel 
Maza  reprodujo  sus  aspiraciones  en  estos  téruiinos  que 
no  desmerecen,  de  cierto,  á  los  que  empleaban  Catilina 
y  Lentulus  ])ara  avisar  á  los  suyos  que  amontonarían 
escombros  y  cadáveres  en  Roma:  «Yo  voy  en  marcha 
para  Catamarca  á  darle  también  en  la  cabeza,  en  la  misma 
nuca,  al  cabecilla  salvaje  unitario  Cubas.  Hal)rá  violín 
y  habrá  viohhi.  Si  los  últimos  salvajes  unitarios  que 
han  quedado  acorralados  en  Catamarca  tuviesen  la  osadía 
de  esperarnos  y  no  se  rinden  inmediatameute,  le  aseguro 
que  todos  serán  pasados  á  cuchillo.»  r)  Tal  era  el  pro- 
grama de  Maza.  En  Paclín  sele  incor})oró  el  coronel  Bur- 
goa  con  500  milicianos  que  o}»eraban  á  las  (3rdenes  de 
los  comandantes  Guzmán,  Pinto.  Segura  y  Herrera. 
Después  de  marchar  toda  la  noche.  Maza  se  lanzó  en 
la  madrugada  del  29  de  octubre  á  tomar  por  sorpresa 
la  ciudad  de  Catamarca.  Defendíala  el  gobernador  don 
José  Cubas  con  unos  200  infantes  y  400  milicianos  de 
caballería  al  mando  de  los  coroneles  Delgadino  y  ]^lercao. 
Delgadino  se  encontraba  á  vanguardia  y  sostuvo  el  pri- 
mer choque  con  los  federales,  batiéndose  en  retirada 
hacia  la  plaza  donde  se  encontraron  las  fuerzas  unita- 
rias. 


(1)    véase  el  capitulo  xix. 

(-)    Mainiscritii  oriiiinal  en  mi  an-liivo.     (Véase  al  apéndiee.) 


M;t/;i  (Itíspreiidií)  iiii;i  (•((iiiiiañía  \ dds  CDliiiniias  llaii- 
(|ii('a(loras  ([Uh  llevaron  sus  fuerzas  hasta  una  cnadra 
(le  la  pla/a.  Kn  se^^uida  a\anz(')  i'l  con  su  l»utall('>ii  en 
(•<)lunina  de  ataque.  \  despuí's  de  un  hora  dt'  lucha 
encarnizada  enir»')  en  la  plaza  acuídiillainlo  á  h)S  que 
qneihiliaii  todavía  de  pie  sin  (hir  ;i  nadie  cuartel.  B]se 
mismo  día  las  cabezas  del  coronel  Pascual  Kspeche, 
don  Gorijonio  Dulce  y  don  (Iregorio  (hdnez.  ministros 
de  Cnbas.  eran  clavailas  en  picas  en  la  plaza  de  Cata- 
marca.  S(ds  días  despuí's  era  chivada  igualmente  la  cabeza 
de  Cubas,  (juien  había  lo,nrado  i;anar  la  sierra  de  Ambato, 
pero  ([ue  fué  })erseguid(j  y  tomado  (Mi  la  (juehrada  del 
Infiernilb).  Y  Maza  dirigía  al  gobernador  de  Ctd'doba 
estas  líneas  tremendas  que  resumen  todos  h^s  detalles: 
(iKl  salvaje  unitario  Cu])as  ñu'-  tomado  por  diez  solda- 
dos, como  tand)ién  su  secretario  Barros  y  dos  oti<-iales, 
únicos  que  escaparon  de  la  acción  del  í2!).  Veinte  entre 
jefes  y  oficiales  han  sido  ejecutados.  En  íin.  m\  amigo, 
la  fuerza  de  este  salvaje  unitario  tenaz  jiasaba  de  seis- 
cientos hombres,  y  todos  han  concluido,  piu^s  así  les 
prometí  pasarlos  á   cuchillo   si  no  se  rendían.»   (') 

Así  terminó  la  Cnalicíón  del  norte.  c(MU'epci('>n  híbrida 
que  no  tuvo  más  objeto  quecanddar  en  hivor  de  los  unita- 
ri(ts  la  situación  de  algunas  provincias,  soln-e  los  auspicios 
del  absolutismo  })artidario  y  por  obra  de  los  mismos 
que  hasta  poco  antes  baldan  contril)uído  al  triunfo  de 
la  federación.  Por  esto  provoc(')  las  represalias  más  cruen- 
tas (le  la  guerra  civil  argentina.  Ya  se  ha  visto  basta 
(hnule  llev(')  Lamadrid  su  entusiasmo  y  decisión  por  Ro- 
zas en  las  manifestaciones  y  festividades  del  año  de  1838, 
v    cídno    en    razfui    de   ello  fué   enviado   en    comisión   á 


(1)  Publicada    en   La   Gaceta  Mercantil  del  O  de    diciembre  de 
ISti.  (Véanse  el  i)ai-te  de  Halboa  ;i  oribe  .y  la  caria  de  oril)e  á  Rozas.) 


Tucuniáii.  Corren  iiii[ires;is  desde  LSoO.  las  notas  sus- 
critas por  duii  Marco  Avellaneda  como  secretario  de  la 
legislatura  de  Tucuniáii  bajo  el  gobierno  de  Heredia. 
El  gobernador  Cubas  fué  quien  en  1830  le  hizo  confe- 
rir á  Rozas  por  la  legislatura  de  Cataniarca  el  título  de 
Restaurador  de  las  leyes  y  el  grado  de  Brigadier  gene- 
ral. Títulos  y  honores  semejantes  le  confirieron  á  Ro- 
cías Alvarado  (Roque),  gobernador  de  Jujny.  y  Brizuela 
de  La  Rioja.  llegando  este  último  hasta  hacer  acuñar 
nn)neda  con  el  l)usto  def  Ilustre  Restaurador.  Como  con- 
secuencia de  los  triunfos  sobre  la  coalición,  las  provin- 
cias del  interior,  de  Cuyo  y  del  norte  entraron  de  lleno 
y,  puede  decirse,  definitivamente  en  las  vías  de  la  fe- 
deraciiHi.  Cutiérrez  fué  n<unbrado  gobernador  de  Tucu- 
mán.  don  Lucas  Llanos,  de  La  Rioja;  lueron  repuestos 
Burgoa  en  Catamarca;  Maza  (Isidro)  en  Mendoza:  Lucero 
€n  San  Luis;  Otero  en  Salta;  y  hasta  tanto  lo  resu- 
miese Benavidez  en  San  Juan,  entréi  á  ejercerlo  el  obisjx) 
de  Cuyo  don  José  de   (>)uiroga  Sarmiento.  (') 


i')  En  todas  esas  ])r()vincias  el  pai-iiilo  ledci-il  Icvaiití»  actas  de 
protesta  conti'a  el  ])i'oiiimciainlenio  del  año  1840.  las  cuales  rueroii 
suscritas  por  los  ciudadanos  ni;is  conocidos  y  mejor  acomodados  de 
las  localidades.  Mu  La  Rioja  se  declaró  írritos  y  nulos  los  actos  del 
gobierno  de  Brizuela  ;  se  ratificaron  los  actos  anteriores  d(>  adhesión 
al  régimen  lederal  y  el  encargo  conlerido  al  general  Rozas  para  re- 
presentar esa  proviiieia  como  parte  integrante  de  la  ('onlederacion. 
Suscribían  esa  acta,  en  nombre  de  la  firme  y  expresa  voluntad  de 
todos  los  riojanos_,  los  ciudadanos:  Manuel  Vicente  Bustos,  Blas  y 
Nicolás  (ionzález.  Ángel  y  Nicolás  de  la  Colina.  .lanuario  (Uiiráldez, 
Fernando  A.  Villalañe.  Manuel  Norofia,  F'elipe  Chaves,  José  M.  Torres, 
•Insto  ISIercado,  José  María  Jaramillo.  José  N.  Molina.  José  Barros, 
Manuel  A.  Almonacid.  los  (Jcampo.  Herrera,  Arias,  (luzmán.  Luna. 
Cal)rera.  Agüero,  Asis.  Navarro,  Baz.in.  Vallejo,  del  Moral,  hasta  150 
personas  reconocidamente  influyentes  en   esa  provincia. 

La  de  la  provincia  de  Salta  i'ué  de  las  más  esplicilas.  Keiiuidos 
el  pueblo  y  las  corporaciones,  resolvieron  que  se  ([uemase  por  mano 
del  verdugo  el  acta  de  13  de  abril  de  1840  en  que  se  desconocía  la 
autoridad  del  gobierno  de  Rozas,  y  <|ue  constase  de  un  modo  in- 
dubitable la  firme  decisión  de  la  provincia  por  esa  autoridad  y 
por  el  régimen  Cederá!.   Suscriliieron  esa  acta   personas  como  el  eo- 


—  :;:U  — 

Pero  f;ilta  to(l;i\ía.  .'1  cuadro  liiial.  coiiiiiovcdor  y  cul- 
minante (|ue  se  desarrolla  á  través  de  l;is  huellas  que 
iliaii  trazando  los  riltimos  restos  dtd  ejército  de  Lavalle 
l)erseguidos  por  el  implacable  Oribe.  Lavalle  al  retirarse 
á  Salta  se  j)ropuso  atraer  á  esa  provincia  al  ejército 
de  Oribe  y  entretenerlo  con  la  j^uerra  llamada  de  re- 
cursos; calculan(b)  (|ne  Lainadrid  liabríii  veiuádo  á  Pa- 
checo, que  á  lines  de  noviembre  estaría  ya  en  Córdoba 
y  í[ue  consiguientemente  Oribe  tendría  ({ue  abandonar 
el  norte  para  ir  á  estrellarse  contra  los  cuantiosos  re- 
cursos del  ejército  unitario  vencedor.  í'j  Vanos  cálculos, 
hijos  del  ensueño  juvenil  con  que  el  general  Lavalle 
esperaba  la  victoria,  inmolándola  en  sus  aras  penalida- 
des y  sacrificios !,,.  Apenas  había  conseguido  armar  una 
ctnitena  de  vecinos  y  reunir  algunos  caballos,  cuando 
ya  se  hallaba  á  8  leguas  de  la  ciudad  de  Salta  ia  van- 
guardia federal  al  mando  del  coronel  Jacinto  Andrada. 
Y  una  circunstancia  imprevista  vino  á  agravar,  si  ca- 
bía, la  desesperante  situaciíju  de  Lavalle.  Un  indio  que 
acababa  de  llegar   de   Corrientes   por  el  Chaco  con   co- 


ronel .Manuel  Antonio  Sarnvia  (gobernador  (hílegado),  Fernando  Arias, 
Evaristo,  Pedro  y  Camilo  de  Li-iburii,  Nicolás  Careino,  Anto-no  del 
Pino,  JManuel,  Mariano  y  Guillermo  de  Onnaeehca,  los  Tejada  (Fran- 
cisco, Saturno  y  Félix),  Apolinar  Saravia,  Ángel  Mariano  de  Zerda, 
José  Marui  Rivero,  Juan  Antonio  Alvarado,  Juan  Manuel  Aguirre, 
Teodoro  Correa,  Atanasio  M.  de  Iriarte,  el  provisor  (lonzález  y  San- 
millán,  Juan  José  Castellanos,  los  Arias  (el  cura  dcni  Hermenejildo, 
Tomás,  José  Félix,  Desiderio,  Francisco),  los  curas  Saigu<>ro  yT\Iarina, 
P(!dro  Ortiz.  Juan  (ialo  Leguizamón.  Pedro  Antonio  Ceballos,  José 
Antonio  Zavalia,  José  Ramírez  Oljejero,  Felipe  Leguizamón,  Joaquín 
Bedoya,  los  Figuei-oa  (Narciso,  Eugenio,  Santiago,  .Mariano),  Mariano 
Cabezón,  Inocencio  Torino,  Rafael  Usandivaras,  Ojeda,  Correa,  An- 
zoategui,  y  muchos  otros  hombres  conocidos  de  esta  j)i'o\  incia.  Aná- 
logas á  éstas  son  las  actas  de  las  otras  provincias. 

(O  a  Estoy  inllamando  el  corazón  de  los  sáltenos»,  le  decía  el 
general  Lavalle  al  general  Paz,  al  comunicarle  ese  proyecto,  igno- 
rando todavía  (3  de  octubre)  la  derrota  de  Lamadrid  y  la  pérdida 
d(d  segundo  ejército  libertador.  (Véase  Memorias  postumas,  tomo  ni. 
l»ág.  Í97.) 


municaciones  del  general  Paz.  explicó  á  los  soldados 
y  oficiales  correntinos  la  facilidad  cjue  había  para  tras- 
portarse desde  allí  hasta  aquella  provincia  por  el  mis- 
mo camino  que  él  había  traído.  Esos  soldados  que  veían 
que  todo  estaba  perdido,  después  de  haber  seguido  tres 
años  al  general  Lavalle  en  su  caravana  de  desgracias, 
se  pusieron  de  acuerdo  para  regresar  á  Corrientes.  En 
la  noche  del  O  de  octubre  los  escuadrones  correntinos 
representaron  su  resolución  á  sus  jefes,  y  los  coroneles 
Ocampo,  Salas  y  Hornos  la  trasmitieron  al  general  La- 
valle,  quien  se  despidió  noblemente  de  ellos  dándoles 
una  carta  para  el  general  Paz,  á  ñu  de  que  engrosasen 
el  ejercito  de  reserva,  cumpliendo  así  lo  que  le  lial)ía 
prometido  á  este  último,  en  el  caso  en  que  él  no  pu- 
diese sostenerse  en  Salta.  (') 

Simultáneamente  Lavalle  se  puso  en  marcha  para 
Jujuy  con  los  200  hombres  que  le  quedaron.  El  día  7 
llegó  al  río  del  Sauce,  y  de  allí  adelantó  á  su  ayudante 
de  campo,  el  comandante  Lacasa,  para  que  le  comuni- 
case su  llegada  al  gobernador  de  esa  provincia.  El 
pueblo  estaba  desierto  y  en  completa  acefalía,  pues  el 
golíernador  interino  Aberastain  y  demás  autoridades 
habían  liuído  hacia  Bolivia  al  saber  la  aproximación 
del  ejército  federal.  Como  Lavalle  venía  enfermo  y, 
lo  que  era  más  alarmante  para  sus  fieles  compañe- 
ros, triste  y  abatido,  Lacasa  buscó  una  habitación 
para  que  pasase  la  noche.  La  dueña  de  una  pulpería  de 
la  calle  Comercio  le  cedió  las  llaves  de  la  casa  de  Ze- 
navilla,  que  hasta  el  día  anterior  ocupara  el  doctor  Elias 
Bedoya.  Allí   se  alojó   Lavalle  el  día  8,  juntamente  con 


( 1 )    Véase  Biografía  de  LavaUe  por  su  ayudante  Lacasa.  (Véase 
|.^  carta  ya  citada  de  Lavalle  á  Paz.) 


Líicasa.  su  secretario  don  Félix  Frías,  d  teiiiciitc  Álvart'Z 
y  8   soldados  de   cscMjlta. 

Fii  la  madrugada  del  !)  de  octubre  el  coniaudaiite 
Lacasa  oyó  dar  el  «¡quién  vive!»  al  centinela  apostado  en 
la  puerta  de  la  calle,  y  al  asomarse  vio  á  veinte  varas 
una  partida  del  ejt'rcito  federal.  Frau  cuatro  tiradores 
y  nueve  lanceros  que  se  habían  desi)rendi(io  del  regi- 
miento del  coronel  Arenas  con  la  orden  de  a])reliender 
al  doctor  Elias  Bedoya.  El  capitán  Fortunato  Blanco 
que  la  mandaba,  intini(')  á  Lacasa  se  diese  preso.  Como 
éste  cerrase  la  j)uerta  y  corriese  á  avisar  á  Lavalle. 
aquél  se  aproximó  y  ordenó  á  los  suyos  que  hiciesen 
fuego  sobre  la  cerradura  de  la  puerta.  Lavalle  había 
acudido  inmediatamente  á  ver  por  sí  mismo  lo  que 
ocurría,  mientras  su  pequeña  escolta  acababa  de  ensillar 
para  abrirse  paso.  En  el  momento  en  que  enfrentaba 
al  zaguán  por  el  primer  patio,  sonaron  tres  tiros,  y  uno 
de  ellos  se  incrust(')  en  su  garganta.  El  general  Lavalle 
cayó  bañado  en  su  sangre,  y  la  partida  huyó  sin  saber 
que  acababa  de  matar  al  abnegado  jefe  y  prestigioso 
caudillo  del  partido  unitario  en  la  República  Argen- 
tina. (  '  ) 

Al  ruido  de  los  tiros  llegó  Pedernera,  que  estaba  acam- 
pado con  la  fuerza  en  los  suburbios  del  pueblo.  Y  al 
contemplar  exánime  al  general  Lavalle.  bañado  con  las 
lágrimas  de  sus  compañeros  de  infortunio,  sintió  que 
los  bríos  indomables  del  guerrero  se  quebraban  ante  la 
fatalidad  (ju(^  troiudiaba  una  vida  identilicada  p(U'  el 
sacrificio  con  las  esperanzas  de  los  ([ue  unieron  á    ella 


(í)  VA  tiro  que  inat()  al  -íeneral  Lavalh'  fué  descorrajado  por  un 
mulato  de  Buenos  Aires  llamado  José  Hraelio.  el  cual  fué  aseen- 
dido  á  capitán  en  premio  de  esta  hazaña,  que  de  tal  se  califico 
en  esa  época.  (Véase  el  partcí  de  Blanco  en  La  Gaceta  Mercantil 
del  O  de  diciembre    de    l!~!41.) 


sus  destinos,  su  porvenir  y  el  de  sus  liijos...  Pero  el 
enemigo  implacable  se  acercaba.  Había  que  ahogar  el 
dolor  y  seguir  adelante...  Seguir!...  ;  y  adonde,  después 
de  haber  surcado  con  su  sangre  más  de  800  leguas  de 
tierra  argentina?...  Pedernera  interpretó  el  sentimiento 
que  á  todos  los  unía:  á  salvar  los  despojos  queridos  del 
que  todo  lo  había  sacrificado:  ¡ejemplo  el  más  notable  de 
abnegación  y  de  fidelidad  que  registran  los  fastos  políticos 
argentinos!  Los  amigos  de  Phoción  sufrieron  la  muerte 
juntamente  con  este  austero  repúblico  por  haberlo  acom- 
pañado en  su  desgracia.  Veinte  mil  jóvenes  de  la  orden 
ecuestre  vistieron  de  luto  y  escudaron  con  "sus  pechos 
á  Cicerón,  salvándolo  de  las  turbas  desenfrenadas  de 
Clodius.  Los  trescientos  de  Utica  rodearon  el  cadáver 
de  Catón  desafiando  las  furias  de  los  soldados  de  César. 
Pero  ninguna  de  estas  nobles  acciones  supera  en  fiera 
entereza,  en  abnegación  patriótica  y  en  esfuerzo  heroico, 
á  la  de  los  200  soldados  de  Lavalle  disputando,  casi 
sin  armas,  sin  auxilios  de  ninguna  parte,  el  cadáver  de 
su  general  en  los  últimos  confines  de  su  patria  y  en  la 
hora  triste  del  acerbo  desengaño. 

Pedernera  fué  designado  para  dirigir  esta  difícil  em- 
presa delante  de  la  vanguardia  federal  que  se  le  venía 
eiicinni.  (^)  Sin  perder  momentos  dispuso  que  el  cadáver 


(^)  El  general  Pedernera  es  acreedor  á  figurar  con  brillo  distin- 
guido en  nuestros  fastos  militares  y  ijoliticos,  asi  por  los  servicios 
gloriosos  que  prestó  en  los  ejércitos  argentinos  que  combatieron 
por  la  Independencai  nacional  desde  el  rio  de  la  Plata  hasta  las 
montañas  del  Px-uador.  como  por  \\  participación  que  tomó  poste- 
riormente en  la  tarea  de  la  organización  definitiva  de  la  Repviblica. 

Don  Juan  Esteban  Pedernera  nació  en  la  ciudad  de  San  Luis  el  27 
de  diciembre  de  1800.  Sus  primeros  años  los  pasó  en  la  pequeña 
hacienda  en  que  trabajaba  su  padre.  Pero  el  grito  de  libertad  que 
lanzaron  en  1810  los  patriotas  de  Buenos  Aires,  resonó  en  su  espi- 
rita como  la  esperanza  de  una  vida  nueva  y  halagüeña,  á  la  que  él 
se  propuso  consagrar  sus  conatos  más  enérgicos  y  sus  sentimientos 
más  generosos. 

Asi  fué  que  cuando  San  !\lartin  empezó  á  organizar  en  ¡Mendoza 

rOMO  III.  22 


—  ;!:¡S  — 

del  general  Lavalle.  envuelto  en  su  proiño  iionclio  de 
paño,  y  atravesado  sobre  nn  caballo,  fuese  custodiado  á 
vangnardia  por  diez  hombres  al  mando  del  comandante 
Laureano  Mansilla.  v  con  el  resto  de  sus  tiradores  orga- 


ol  ejército  coa  el  (juc  dchia  libertar  ;'i  Cliile  y  el  Perú,  l'edernera  se 
alistó  moldado  en  el  regimiento  de  Granaderos  á  caballo  el  día  1". 
de  septiembre  de  1815.  Dos  años  después  el  ejército  de  los  Andes 
emprendió  su  marcha  para  (^liile.  El  1¿  de  lebrero  de  1817  el  ya 
alíérez  Pedernei*a  combatió  en  Chacabuco,  mereciendo  del  gobierno 
(le  las  Provincias  Unidas  una  medalla  de  plata  y  el  gradíj  de  teniente. 
Sucesivamente  se  encontró  en  la-  acción  de  Canclui  Rayada  en  la 
tarde  del  19  de  marzo  de  1818,  á  inmediaciones  de  Talca:  en  la  sor- 
presa ((ue  sufrió  esa  misma  noche  el  ejército  argentino-chileno, 
cuyos  restos  se  organizaron  en  el  campamento  del  Conventillo,  en 
los  suburbios  de  Chile;  y  en  la  batalla  de  Maipú  el  .5  de  abril  de  ese 
aíio.  á  dos  leguas  de  esa  misma  ciudad,  por  cuyo  triunfo  el  gobierno 
argentino  le  concedió  la  condecoraci()n  de  un  cordón  de  plata,  decla- 
rándolo al  mismo  tiempo  heroico  defensor  de  la  Nación,  y  el  de 
Chile  una  medalla  de  plata. 

En  pos  de  ésta  hizo  la  segunda  campaña  del  sur  de  Chile  á  las 
órdenes  del  general  Antonio  (jonzález  Baicarce  desde  mayo  de  1818 
hasta  mayo  de  1819;  y  se  halló  en  la  batalla  de  Bío-bío  en  la  cual 
fueron  completamente  deshechas  las  fuerzas  españolas  con  que  el 
gííneral  Francisco  Sánchez  sostenía  la  causa  del  rey  en  esas  pro- 
vincias. 

El  20  de  agosto  de  1820  zarpó  de  Valparaíso  con  el  ejército  que 
llevó  San  .Alartín  para  dar  libertad  al  Perú  y  que  desembarcó  en  el 
puerto  de  Pasco  el  8  de  septiembi-e  siguiente.  Durante  esta  cam- 
paña Pedernera  se  halló  en  la  toma  de  Lima  en  la  noche  del  9  de 
julio  de  1821  con  la  división  del  general  ^Mariano  Necocliea;  en  el 
primer  sitio  que  puso  el  ejército  libertador  á  las  fuerzas  realistas 
en  el  Callao;  en  el  asalto  que  llevó  á  esta  plaza  el  general  Las  Heras 
el  14  de  agosto  del  mismo  año;  y  en  la  defensa  de  Lima  invadida 
por  el  ejército  realista  en  el  mes  de  septiembre  siguiente;  tocándole 
salir  con  el  regimiento  de  húsares  al  llano  de  ^Mendoza  frente  á  la 
Molina,  y  quedando  con  ese  cuerpo  en  la  línea  del  sitio  al  Callao 
hasta  que  se  rindió  esta  fortaleza  el  21  del  mismo  mes.  Por  estos 
servicios  fué  condecorado  con  la  medalla  de  oro  y  diploma  honorí- 
fico que  concedió  el  Supremo  Protector  del  Perú  á  los  jefes  y  ofi- 
ciales del  ejército  libertador. 

Todavía  el  25  de  mayo  de  1822  se  halló  en  el  combate  de  la  ciudad 
de  lea,  á  las  órdenes  del  comandante  Rambet  quien  con  200  húsares 
triunfó  de  una  división  realista  mandada  por  el  general  Carratalá; 
hasta  í|ue  en  el  mes  de  mayo  de  1823  se  embarcó  en  el  Callao  con 
su  regimiento  de  húsares  que  formaba  parte  del  ejército  expedicio- 
nario al  Alio  Perú  á  las  órdenes  del  general  Santa  Cruz.  Deshecho  y 
perseguido  este  ejército  por  el  realista,  á  fines  de  septiembre  de 
1823,  los  restos  de  los  regimientos  de  lanceros  y  de  húsares  que  pa- 
saron por  .Mo(|uelnia  ])idieron  embarcarse  en  el  puerto  de  Vio  y  en 


o -JO 


ilizó  dos  pequeñas  columnas  que  bien  pronto  empezaron 
á  escopetearse  con  las  partidas  enemigas.  Al  día  siguiente 
(el  10  de  octubre)  el  fúnebre  convoy  llegó  á  Tumbaya. 
Pedernera  solicitó  del  cura  del  lugar  permiso  para  depo- 


la l'ragata  Mac-Kenna.  Pero  apresada  esta  fragata  á  la  altura  de 
lea  por  el  corsario  Yaliez,  los  oficiales  y  tropa  que  conducía  fueron 
llevados  prisioneros, á  la  isla  de  Chiloé  y  sometidos  en  ese  desam- 
paro á  las  pi'ivaciones  más  duras.  Pedernera  prefirió  arrastrar  los 
grandes  peligros  de  una  evasión,  que  pudo  verificar  felizmente, 
incorporándose  al  ejército  libertador  en  octubre  de  1824,  después 
de  haber  San  Martin  afianzado  1  a  independencia  de  esa  república, 
y  retirádose  más  grande  y  más  glorioso  que  nunca  cuando  ella  es- 
tuvo próxima  á  constituirse. 

Siendo  ya  sargento  mayor  del  ejército  del  Perú,  Pedernera  asistió 
al  combate  de  la  Legua  á  las  órdenes  del  coronel  Urdaneta  y  en  el  de 
Miranabe  el  1(3  de  febrero  de  1825,  al  frente  del  regimiento  de  dragones, 
el  cual  combate  permitió  estrechar  más  el  segundo  sitio  de  la  plaza 
del  Callao.  Restablecido  de  sus  heridas  se  incorporó  á  su  regimiento, 
continuando  en  el  asedio  de  esa  plaza  hasta  el  23  de  enero  de  1826 
en  que  el  general  José  Ramón  Rodil  que  la  defendía  la  rindió 
por  capitulación,  cayendo  así  el  último  baluarte  que  quedaba  del 
rey  de  España  en  América. 

En  agosto  de  1826  cúpole  al  ya  coronel  Pedernera  ser  el  ])ianco 
de  la  ingratitud  y  de  las  miras  absorbentes  del  dictador  del  Perú, 
pues  fué  puesto  preso  de  orden  de  Bolívar  y  violentamente  depor- 
tado en  unión  de  Necochea,  Suárez  y  demás  jefes  argentinos,  que 
dejaron  escritas  con  su  sangre  las  hazañas  que  llevaron  á  cabo 
donde  quiera  que  condujeron  la  bandera  de  la  Independencia  sur- 
americana.  Su  patria  le  abrió  los  brazos,  y  Pedernera  se  apresuró 
á  incorporarse  al  ejército  republicano  que  operaba  contra  el  Brasil 
sobre  la  frontera  del  Cerro  Largo,  obteniendo  el  mando  del  regi- 
u.iento  número  8  de  caballería  en  octubre   de    1827. 

En  1828  se  trasladó  con  su  división  á  Bu;>nos  Aires  donde  obtuvo 
el  mando  del  regimiento  número  2  de  caballería.  En  este  carácter 
marchó  á  Córdoba  con  el  ejército  que  llevó  el  gen  eral  Paz  para 
hacer  triunfar  en  las  provincias  del  interior  el  orden  de  cosas  ini- 
ciado en  Buenos  Aires  con  el  fusilamiento  del  gobernador  Dorrego; 
y  se  halló  sucesivamente  en  las  batallas  de  la  Tablada  y  de  Onca- 
tivo;  en  el  comljate  de  Rio  Hondo  y  la  batalla  de  la  Ciudadela 
que  resolvió  la  situación  de  las  provincias  del  norte  en  favor  de 
la  federación  obligándolo  á  él  y  á  sus  compañeros  á  emigrar  á 
Bolivia. 

Pero  Pedernera  era  ante  todo  un  soldado  cuya  vida  debía  desli- 
zarse entre  combates.  De  Bolivia  pasó  al  Perú  y  se  incorporó  al 
ejército  de  e-ta  república,  á  la  sazón  conmovida  por  los  ambicio- 
sos proyectos  de  confederarla  con  Bolivia.  que  perseguía  Santa  Cruz. 
Bajo  las  banderas  del  general  Juan  José  Orbegoso  se  encontró  en 
la  batalla  de  Guaylacucho  en  abril  de  1834,  y  sucesivamente  en  la 
la  batalla  de  Guias  en  los  suburbios  de  Lima  el  21  de  agosto 
de   1838,  y  en    el   combate  del  Ruin   el  6  de  enero   de  1839.     Re- 


—  :U()  — 

sitar  en  la  iglesia  el  cadáver  del  general  Lavalle;  pero 
ese  eclesiástico,  siguiendo  más  bien  el  impulso  de  sus 
ojiinioncs  (')  simpatías  políticas  que  el  del  sentimiento 
piadoso  y  Inmumitario.  quiso  ganar  tiempo  mientras  lie- 
suelto  el  proyecto  de  la  Confederación  Perú-Boliviana  por  la 
batalla  de  Yungay,  y  elevado  el  general  Gamarra  á  la  presidencia 
del  Perú,  Pedernera  fué  deportado  á  Chile,  de  donde  se  trasladó 
á  su  patria  para  seguir  las  banderas  del  general  Lavalle  en  la 
revolución  contra  el  gobierno  del  general  Rozas.  En  noviembre 
de  1840  llegó  á  La  Rioja  y  se  presentó  al  general  Brizuela,  jefe 
de  la  coalición  del  norte.  Fué  entonces  cuando  comenzó  con  Lavalle 
la  campaña  (|ue  terminó  á  fines  de  1841  con  la  muerte  de  este  gene- 
ral en  la  forma  que  ha  sido  descrita  más  arriba.  Y  luego  que  por 
su  esfuerzo  abnegado  y  el  de  los  compañeros  consiguió  dejar 
en  Potosí  los  huesos  del  general  Lavalle,  Pedernera  pasó  al  Perú. 
Reincorporado  al  ejército  de  esta  república  en  su  clase  de  gene- 
ral, permaneció  en  él  hasta  el  año  de  1855,  en  que  su  ¡irovincia  natal 
lo  eligió  senador  al  Congreso  de  las  trece  provincias  argentinas  que 
por  los  auspicios  del  general  ürquiza  habían  sancionado  la 
Constitución  de  1853. 

En  agosto  de  1856  fué  nombrado  por  el  gobierno  del  Paraná 
comandante  en  jefe  de  la  división  del  sur.  En  abril  de  1859  fué 
elegido  2.°  gobernador  constitucional  de  la  provincia  de  San  Luis; 
pero  dos  meses  después  marchó  á  engrosar  con  su  división  el 
ejército  que  á  las  órdenes  del  general  Urquiza  se  batió  con 
el  de  Buenos  Aires  en  los  campos  de  Cepeda  el'  23  de  octubre 
del   mismo  año. 

Propuesta  y  aceptada  la  mediación  del  gobierno  del  Paraguay 
para  resolver  por  medios  pacíficos  las  cuestiones  pendientes  entre 
Buenos  Aires  y  el  gobierno  del  Paraná,  el  general  Urquiza  nom- 
bró por  decreto  de  4  de  noviembre  al  general  Pedernera  para  que 
con  el  general  Guido  y  el  doctor  Araoz,  formase  la  comitiva 
encargada  de  celebrar  ese  arreglo,  que  suscribieron  los  nombra- 
dos el  11  del  mismo  mes  y  año,  y  los  comisionados  de  Buenos 
Aires  don  Juan  B.  Peña,  don  Carlos  Tejedor  y  don  Antonio  C. 
Obligado. 

El  6  de  marzo  de  1860  fué  elevado  á  la  vicepresidencia  de 
la  Confederación  de  las  trece  provincias,  y  ejerció  el  poder  ejecu- 
tivo por  ausencia  del  presidente  Derqui  en  varios  periodos  y 
hasta  que  estos  poderes  fueron  declarados  caducos  á  consecuen- 
cia de  la  batalla  de  Pavón,  en  seguida  de  la  cual  el  general  Bar- 
tolomé Mitre  instaló  en  nombre^de  todos  los  pueblos  argentinos 
el  primer  congreso  federal  de    la    República. 

Después  de  tantos  y  tan  gloriosos  servicios,  en  una  avanzada 
edad  y  cuando  ya  su  patria  no  necesitaba  de  su  brazo,  el  gene- 
ral Pedernera  se  retiró  á  la  vida  privada.  La  muerte  le  tocó 
cuando  asistía  á  su  propia  posteridad,  revistando  como  teniente 
general  del  ejército  que  ilustró  con  sus  hazañas.  Murió  el  l'\  de 
febrero  de  1886. 

Felices  los  que  como  él  merecieron  el  agradecimiento  de  la 
patria!... 


—  841  — 

gaba  una  fuerte  partida  de  federales,  y  jugarle  á  Pedernera 
una  celada  que  éste  evitó  á  tieniix)  poniéndose  nueva- 
mente en  marcha.  (*) 

Pero  el  cadáver  había  entrado  en  un  estado  tal  de 
putrefacción  que  fué  forzoso  detenerse  en  Huancalera, 
al  borde  de  un  arroyo,  y  proceder  á  una  especie  de 
maceración  para  poder  salvar  los  huesos  siquiera.  El 
coronel  Federico  Danell  se  encargó  de  esta  triste  ope- 
ración, la  cual  se  simplificó  en  lo  posible;  pues  el 
desprendimiento  de  las  carnes  se  produjo  á  impulso  de 
la  corriente  de  ese  arroyo.  Entretanto,  se  había  aproxi- 
mado el  grueso  de  las  fuerzas  perseguidoras;  y  á  partir 
de  ese  momento  hubo  que  combatir  sin  descanso  para 
adelantar  camino.  Acosados  de  cerca  por  un  enemi- 
go furioso  en  su  impotencia,  exhaustos  de  hambre, 
postrados  de  fatiga,  los  heroicos  legionarios  de  Lavalle 
llegaron  á  los  campos  de  la  Qiiiaca  y  traspusieron  la 
frontera  de  la  patria,  empeñando  las  últimas  refriegas 
en  defensa  de  los  huesos  del  que  fué  su  general.  (') 
Una  vez  en  Bolivia.  Pedernera  depositó  los  huesos  del 
general  Lavalle  en  la  iglesia  de  Mojo.  (^)  El  23  de  octu- 
bre llegó  á  Potosí  con  sus  últimos  soldados,  y  al  día 
siaruiente  esos  huesos  fueron  trasladados  á  la  catedral 


Perteneció  á  una  generación  de  bronce  que  dejó  por  he- 
rencia medio  mundo  redimido  por  la  libertad.  Á  las  generaciones 
que  se  sucedan  no  les  será  dado  realizar  evoluciones  tan  estupendas 
en  el  orden  del  progreso  humano,  pero  si  hacerse  dignas  de  aquélla, 
manteniendo  vivo  en  su  espíritu  el  fuego  sacro  de  esa  tradición  libe- 
ral, humanitaria  y  progresista. 

(^)  Véase  el  certificado  expedido  por  el  cura  de  Tumbaya  don 
José  A.  Duan  de  Rojas,  en  La  Gaceta  Mercantil  del  6  de  diciembre 
de  1841.  El  general  Pedernera  corroboró  esto  mismo  diciendo  des- 
pués que  el  mencionado  cura  quiso  encerrarlo. 

(^)  Véase  el  paiHe  oficial  del  gobernador  de  Jujuy  don  José 
Mariano  Iturbe  á  Oribe,  en  La  Gaceta  Merca?il¿l  citada. 

(;^)  Parte  del  gobernador  Otero  á  Oribe  en  La  Gaceta  Mercantil 
citada. 


—  M¿  — 

de  esa  ciiulad  con  la  aiiueiicia  del  })refecto  don  Manuel 
Terán.  quien  no  sólo  se  asoció  al  sentimiento  de  los 
proscriptos,  sino  (jue  solemnizó  esa  ceremonia  asistiendo 
á  ella  con  las  corporaciones  y  rindiendo  honores  militares 
á  ese  famoso  soldado  de  la  Independencia  americana,  que 
terminaba  su  vida  en  las  borrascas  sangrientas  de  la  lu- 
cha civil  (|ue  t'l  inicí(),  en  prosecución  de  ideales  políticos 
que  tuvieron  que  subordinarse  á  las  aspiraciones  inequí- 
vocas y  supremas  de  las  provincias  argentinas,  cuando 
éstas  labraron  constitucionalmente  su  organización  de- 
finitiva sobre  las  bases  y  fundamentos  que  se  habían  veni- 
do perpetuando  como  hechos  consumados  desde  el  año 
de  1831. 

La  muerte  del  general  Lavalle  fué  una  victoria  tan 
decisiva  para  el  partido  federal,  que  días  después  de  haber- 
se producido  dudaban  todavía  de  ella  los  gobernadores  y 
los  militares  del  norte.  En  cuanto  á  Oribe,  cuyas  ope- 
raciones ulteriores  dependían  de  la  certidumbre  que  ad- 
quiriese sobre  el  particular,  llegó  hasta  escribirle  al 
gobernador  delegado  de  Córdoba  esta  nota,  única  por 
su  hedor  carnicero,  y  que  supera  por  el  sentimiento 
perverso  que  la  inspira,  á  la  venganza  de  Pomponia 
obligando  á  Philologus,  asesino  de  Cicerón,  á  cortarse 
sus  carnes,  á  asarlas  y  á  comérselas:  «He  mandado  ha- 
cer pesquisas  sobre  el  lugar  donde  está  enterrado  el 
cadáver  de  Lavalle  para  que  la  corten  la  cabeza  y  me 
la  traigan.»  Oribe  solicitó  en  seguida  del  gobernador 
militar  de  Chichas,  por  intermedio  de  don  Miguel  Otero, 
la  extradición  de  los  soldados  de  Lavalle;  pero  ese  fun- 
cionario que  lo  era  el  general  José  María  Pérez  de  ürdi- 
ninea  no  accedió  á  ello  fundándose  en  los  principios  de 
derecho  de  gentes  respecto  de  los   asilados  en  territorio 


—  Hi:]  — 

neutral   y    se  liiiüt(')  á  remitirle  las   armas   con  las    que 
aquéllos  haliían  entrado  en  Bolivia.  (') 

Terminada  de  esta  manera  la  campaña  del  ejército 
federal  y  restablecido  en  todo  el  interior  de  la  República 
el  orden  de  cosas  que  presidía  el  general  Rozas  por  dele- 
gación expresa  de  las  provincias.  Oribe  quiso  continuar 


(')  Véase  el  British  Pachet  del  G  de  noviembre  1841.  Véase  las 
notas  cambiadas  entre  el  general  Urdininea  y  el  gobernador  Otero, 
publicadas  en  La  Gaceta  Mercantil  del  29  de  enero  de  1842. 

Los  amigos  políticos  del  general  Lavalle  se  anticiparon  á  hacerle 
el  apoteosis  á  su  antiguo  caudillo,  como  dudando  de  que  lo  hiciesen 
las  generaciones  venideras,  que  son  las  Uamailas  á  discernirlo  en 
todos  los  casos. 

El  gobierno  de  Buenos  Aires,  presidido  por  el  doctor  Valentín 
Alsina  (antiguo  emigrado  unitario  y  propagandista  de  la  intervencicHi 
armada  anglo-t'rancesa  en  contra  de  la  Confederación  Argentina  (jue 
presidui  el  general  Rozas),  resolvió  trasladar  al  suelo  natal  las 
cenizas  del  caudillo  del  partido  unitario,  con  el  designio  de  aprove- 
char de  esa  oportunidad  para  ratificar  de  un  modo  indubitable  y 
solemne  cuáles  eran  los  principios  políticos  que  animaban  al  parti- 
do dominante  en  esa  provincia,  separada  políticamente  de  las  de- 
más, según  los  unos;  y  según  los  otros,  para  ponerse  al  habla  y  atraer 
por  el  sentimiento  de  antiguas  vinculaciones  partidarias  á  unitarios 
distinguidos  que  rodeaban  á  I.'r  ¡uiza  á  la  sazón,  y  por  cuyos 
auspicios  se  había  sancionado  la  Constituciíin  de  1853,  como  el 
doctor  Salvador  María  del  Carril,  ex-ministro  de  Rivadavia,  in- 
tendente y  amigo  intimo  de  Lavalle;  el  doctor  Santiago  Derqui,  ex- 
secretario y  amigo  del  general  Paz;  el  doctor  Juan  María  ÍTUtiérrez, 
■cuya  musa  í'ustigí)  sin  cesar  á  Rozas;  el  general  Pedernera.  el  brazo 
derecho  de  Lavalle;  Alberdi,  Zapata.  Bedoya,  etcétera,  etcétera. 

Al  efecto  la  legislatura  de  Buenos  Aires  sancione)  la  ley  de  9 
junio  de  1858,  y  el  poder  ejecutivo  por  decreto  de  30  de  septiembre 
del  mismo  año  nombró  al  general  Las  Heras,  al  doctor  (íabriel 
Ocampo  y  á  don  Mariano  Sarratea  para  que  se  encargasen  de  la 
exhumación  de  los  restos  del  general  Lavalle,  (¡ue  ha])ían  sido 
llevados  de  Bolivia  á  Valparaíso  el  año  1842,  y  de  la  traslación  de 
los  mismos  á  la  ciudad  de  Buenos  Aires.  Kl  gobierno  de  Chile  se 
asoció  á  solemnizar  el  acto  de  esa  exhumación,  declarando  por 
el  órgano  del  ministro  Varas  que  « la  memoria  del  general  La- 
valle  merecía  ser  honrada  por  los  pueblos  que  gozaban  el  fruto  de 
los  esfuerzos  y  sacrificios  de  ese  guerrero  esclarecido  de  la  inde- 
pendencia americana  «.  Y  en  efecto,  los  manes  del  general  Lavalle 
fueron  objeto  de  una  ovación  magnifica  y  que  tenía  algo  de  nacio- 
nal, como  decía  El  Mercurio  de  Valparaíso.  En  seguida  de  cele- 
brarse pomposas  exequias  en  la  iglesia  de  San  Agustín  en  esa 
ciudad,  la  urna  (¡ue  encerraba  las  cenizas  del  general  Lavalle  fué 
conducida  hasta  el  Alto  del  Puerto  por  lomas  selecto  de  la  sociedad 
y  pueblo  de  Valparaíso,  por  el  gobierno,  las  corporaciones,  cuerpo 
consular,    militares   de   todas    sraduaciones  v  una  división  de  linea 


—  :;ii  — 

más  ;ill;i  de  las  Iroiitcras  las  victorias  que  se  i)i'()iiit'tí;i 
;il  frente  del  jiodcroso  eji'rrito  (|iic  (•(jinaiidaba.  Varios 
personajes  notables  de  Tari  ja  le  facilitaron  el  camino, 
asegurándole  qne  trabajarían  })or  la  reincor])oraci(3n  de 
esta  i)roviiicia  á  la  lícjií'iblica  Argentina  á  la  cual  siem])re 
había  pertíMiecido;  y  él  le  manifesti')  á  Jíozas  la  ojior- 
tnnidad  más  conveniente  para  conseguir  este  resultado 


que  haría  los  coi't'espomliíMili's  honores  al  valeroso  soldado  de  Cha- 
ca buco  y  de  Maipú.  De  allí  la  c;jmisi()ii  y  una  parte  del  cortejo 
s¡<>uieroM  con  la  urna  á  Santiago  de  Cliile,  pasaron  por  Santa  Rosa 
de  los  Andes,  y  el  31  de  diciembre  lleo-aron  al  Rosario  de  Santa 
Fe.  El  pueblo  argentino  maniíestó  cual  le  cumplía  sus  sentimien- 
tos hacia  uno  de  los  principales  adalides  de  su  independencia;  y  los 
go])iernos  de  Mendoza,  San  Luis,  Córdoba  y  Santa  Fe,  rindieron  los 
honores  debidos  á  los  restos  ile  Lavalle  cuando  en  su  transito  la 
comisión  (|ue  los  custodiaba  se  detuvo  en  las  capitales  de  esas 
l)rovincias.  El  coronel  Antonio  Susini  Millelire,  almirante  de  la 
escuadra  de  Buenos  Aires,  el  mismo  á  cuya  pericia  y  esfuerzo  se 
debió  la  salvación  de  la  columna  de  inl'anteria  derrotada  en  Cepeda 
<d  año  siguiente  ( 1859),  fué  el  encargado  de  recibir  la  urna  de  Lava- 
lie  á  bordo  del  vapor  Guardia  Nacionnl  fondeado    en  el  Rosario. 

El  19  de  enero  de  1861  fueron  desembarcados  los  restos  de  La- 
valle  en  Buenos  Aires.  El  goljierno  y  todas  las  autoridades,  el 
ejército  y  una  masa  de  pueblo  de  más  de  treinta  mil  almas 
los  acompañaron  hasta  el  cementerio  de  la  Recoleta.  Antes  de 
ser  depositados  en  el  mausoleo  en  (jue  yacen— frente  á  frente  á 
los  del  coronel  Dorrego  á  (luien  el  general  Lavalle  hizo  fusilar 
en  un  rapto  de  delirio  político — pronunciaron  sentidos  discursos 
ilon  Félix  Frías,  el  comandante  Lacasa,  el  gobernador  de  la  pro- 
vincia brigadier  general  Bartolomé  Mitre,  el  doctor  Valentín  Alsina, 
don  Mariano  Billinghurst,  sus  amigos  y  compañeros  de  causa;  la 
l>resi(lenta  de  la  Sociedad  de  Beneficencia,  señora  Domitila  G.  de 
Cazón,  doctor  Muñiz,  Araoz,  Cutiérrez.  Los  jóvenes  poetas  de  la 
época  hicieron  oír  los  acordes  melancólicos  de  sus  liras  enluta- 
das, y  enire  ellos  .luán  Cruz  Várela,  sobrino  del  poeta  propagandista 
d(í  la  reforma  social  bajo  Rivadavia,  quien  renunciando  á  cultivar  su 
estro  ha  privado  á  su  patria  del  orgullo  de  poder  llamarlo  uno  de 
los  primeros  poetas  contemporáneos  de  nuestra  América.  Duerme 
en  paz.   dijo   Várela  en  esa  ocasicHi,    a   los  manes  de  Lavalle. 

((  Águila   majestuosa  de  los  Andes 

Que  envuelta  en    roja  tánica   de  gloria 

Te  anidaste  entre  palmas  de   victoria, 

Teniendo  por  dosel  la  Libertad ! 

Duerme  en  paz!...  las  sombras  de  otros  héroes 

De  sus  fúnebres  tumbas  se  levantan, 

Y  misteriosas    tus  hazañas    cantan 

De  Dutaendo.  paladín   audaz. 


—  :Uó  — 

sin  mayores  esfuerzos.  Es  sabido  (jue  Tarija  seguía  for- 
mando parte  de  la  provincia  y  obispado  de  Salta  cuando 
por  los  auspicios  del  general  Sucre,  vencedor  en  Aya- 
cucho,  y  voluntad  del  general  Bolívar,  se  reunió  un  con- 
greso de  las  Provincias  del  Alto  Perú,  el  cual  las  separó 
políticamente  de  las  del  río  de  la  Plata;  y  que  en  esta 
nueva  evolución  no  se  hizo  ni  se  pudo  hacer  entrar  á 
Tarija,  puesto  que  posteriormente  á  estos  hechos,  esta 
provincia,  separada  ya  de  la  de  Salta,  concurrió  con  su 
diputado  (el  señor  Echazú)  ai  congreso  argentino,  y  sus- 
cribió la  constitución  de  diciembre  de  1820. 

Rozas  se  opuso  decididamente  á  ello,  no  obstante  que 
se  le  atribuía  la  idea  de  reconstruir  el  antiguo  virreinata 
del  río  de  la  Plata,  en  lo  cual  no  habría  hecho  más  que 
cumplir  una  ley  de  la  historia  y  de  la  geografía  política 
de  esta  parte  de  América,  y  satisfacer  una  alta  aspira- 
ción nacional  que  se  realizará  más  tarde,  en  beneficio 
de  estos  despoblados  y  pequeños  Estados,  amenazados 
constantemente  por  la  liebre  recolonizadora  de  las  grandes 
potenaas  europeas,  á  la  cual  se  ha  dado  hoy  en  llamar 
política  colonial.    En  su  respuesta  á  Oribe  le  declaró  que 


oh!  caigan  palmas    á    cubrir    tu    huesa! 
Melancólica  el  arpa  vibre  amores, 
Y  ceñidas  las  vn^genes  de  flores 
Te  saluden  titán  de  Ituizangó !... 
É   inflamando  su  cráter  el  Pichincha 
Al  botar   sus    entrañas    calcinadas. 
Sacudiendo  sus  lenguas  encrespadas, 
Te  levanten   sus  himnos  de  dolor!... 


Por  los  auspicios  del  gobierno  nacional,  de  la  municipalidad 
de  Buenos  Aires  y  por  suscripción  popular,  se  erigió  la  estatua 
del  general  La  valle  en  la  plaza  que  hoy  lleva  su  nombre  y  que 
antes  era  del  Parque.  Kste  monumento  no  ha  sido  inaugurado  ni 
ofícial  ni  popularmente.  Se  dice  que  el  viento  de  una  noche  de  tor- 
menta se  llevó  el  velo  que  cubría  la  estatua...  Un  13  de  diciem- 
bre, aniversario  del  fusilamiento  de  Dorrego,  apareció  dicha  estatua 
cubierta   de  manchas   de  sangre... 


—  :m  — 

iiiitíiitras  ('I  estuviese  en  el  ^^obienio  coiiceiitiKii'ía  iiiüigiio 
hacer  la  guerra  á  Bolivia  {¡ara  reineor[H)rar  á  Tarija,  y 
iiuiclio  menos  en  esas  circiinstaneias  en  que  ese  país  era 
])resa  de  la  anarquía:  que  pensaba  que  esa  reincorpora- 
ción era  y  debía  ser  el  resultado  de  negociaciones  hono- 
rables cual  cumplía  á  las  repúblicas  americanas  entre  sí. 
Al  hacer  i)ública  y  solemnemente  estas  declaraciones  ('j. 
Rozas  proclamó  y  dejó  sentado  un  principio  saludable 
de  rectitud  y  justicia  internacional,  el  cual  ha  sido  vio- 
lentado desgraciadamente  después  y  hasta  en  nuestros 
días  i)or  el  Brasil,  por  Chile  y  por  Colombia  que  han 
llegado  á  sancionar  á  cañonazos  la  adquisici()n  de  terri- 
torios ocupados  por  el  vencedor.  La  República  Argentina 
ha  conservado  aquel  principio  para  honra  suya,  puesto 
que  cuando  arregh')  definitivamente  sus  límites  con  el 
Paraguay,  al  cual  acababa  de  vencer,  declaró  ante  la 
América  (/(¿e  ia  victoria  no  crea  derechos,  y  devolvió 
noblemente  á  esa  república  el  departamento  de  la  Villa 
Occidental,  á  pesar  de  que  su  ejército  lo  ocupaba,  como 
igualmente  todo  el  territorio  del  otro  lado  del  Pilconnivo 
hasta  Bahía  Negra,  según  lo  observ(')  el  entonces  pleni- 
potenciario argentino  general  Bartolomé  Mitre. 


{^)  Esta  cüiiocifla  carta  que  dirigió  Rozas  á  Oribo  con  lecha 
12  de  enero  de  1842,  se  ha  piil)licado  varias  veces  en  La  Gaceta 
Mercantil. 


CAPÍTULO    XLIII 


( i  TT  E  R  K  A       ] )  !•:  L      1. 1 T  ( )  R  A  L 


(1841—1812) 


SuMAiuo  :  1.  Rivtíi-;i  y  Vci-vr  :  (jonim'  i'\  jiriuirru  medraba  cuiitra.  I'aií.  —  II.  Porqui' 
Piíü  acepta  un  puesto  .secundario  cu  Corrientes.  —  III.  Alancjos  de  Rivera, 
contra  Paz:  éste  renuncia  su  cargo  :  términos  eji  que  Ferní  comunica  á  Ri- 
vera que  no  acepta  tal  renuncia.  —  IV.  Paz  forma  y  organiza  el  ejército 
de  reserva.  —  V.  Avanza  sobre  el  rio  Corrientes  :  alardes  de  Rivera.  —  VI. 
Actitud  especulativa  de  Rivera:  sus  negociaciones  con  Uniniza. — VII.  Re- 
clamaciones y  desconfianzas  de  Ferré.  —  VIII.  La  escuadra  argentina  : 
Brown  queda  dueño  de  las  aguas  del  Plata  :  Rivera  da  el  mando  de  su 
escuadra  á  Garibaldi.  —  IX.  Cálculo  de  Rozas  respecto  de  la  posición  de 
Paz  :  los  allegados  de  Rivera  concuerdan  en  el  fondo  con  Rozas.  —  X.  Ri- 
vera se  queda  en  el  Durazno,  mientras  Ecliagüe  se  viene  sobro  Paz.  — XI. 
Hábiles  operaciones  de  Paz:  la  guerra  de  partidas.  —  XII.  Opera  sobre 
la  retaguardia  de  Kcliagüe  :  fusila  al  coronel  Benitez.  —  XIII.  Obliga, 
<l  Echagüe  á  tomar  la  ofensiva:  marcha  de  este  último  sobre  el  rio  Co- 
rrientes :  error  capital  de  Ecliagüe.  —  XIV.  Llegada  del  coronel  Salas  al 
campo  de  Paz  :  tratado  con  el  gobierno  de  Santa  Fe.  —  XV.  Paz  atraviesa 
el  río  Corrientes  por  el  paso  de  Caaguazú  :  posición  critica  en  que  pudo 
quedar  si  Echagüe  aprovecha  esta  circunstancia.  —XVI.  Batalla  de  Caa- 
guazú: formación  de  ambos  ejércitos:  posición  respectiva  de  Paz  y  de 
Echagüe:  cómo  Paz  saca  partido  dfe  su  posición  :  hábil  maniobra  de  Xúñez: 
desbande  de  las  caballerías  de  Echagüe  :  vanos  esfuerzos  del  centro  fede- 
ral para  i-establecer  el  combate  :  retirada  de  Echagüe  á  Entre  Ríos. — XVII. 
Paz  sigue  su  campaña  sobre  Entre  Ríos  :  demoras  y  exigencias  que  lo 
opone  Ferré  :  disposición  sobre  hacienda  de  los  federales  con  la  que  Paz 
morigera  esas  exigencias.  ^-XVIII.  Rivera  pasa  el  Uruguay  cuando  conoció 
la  victoria  de  Paz. -^XIX.  Este  ocupa  el  Paraná:  espíritu  de  la  población. — 
XX.  La  negociación  con  Santa  Fe  y  Corrientes:  bases  insólitas  de  Ferré. 
—  XXI.  Paz  resuelve  trasladarse  á  Corrientes:  la  población  alarmada  le 
pide  que  no  lo  veriüque. — XXII.  Paz  gobernador  de  Entre  Ríos:  Ferré  le.qui- 
ta  el  ejército  cúrrentino.  —  XXIII.  La  integridad  argentina  amenazada  por 
Iliverít  y  sDstiMiiíhx  por  Rozas:  testimonios- del  general  Paz. —  XXIV.  Como 
l!ivin-ii,  ilr.scuvuelve  su  plan  en  Enti-e  Ríos. —  XXV.  Facilidades  rela- 
tivas (lili'  ruciiiMitra.  —  XXVI.  Porqué  quiere  impedir  que  Paz  se  incor- 
pore á  Núñez  :  su  resolución  de  batir  la  división  de  Núñez.  —  XXVII.  Si- 
tuación extrema  de  Paz:  su  marcha  de  Nogoyá  á  Gualeguay.  —  XXVllI. 
Porqué  Rivera  destruía  la  influencia  de  Paz  en  el  litoral.  —  XXIX.  Lo  que 
más  mortificaba  á  Paz  :  conocimiento  que  tenia  Ferré  del  plan  de  Rivera  . — 
XXX.  Rivera  le  deja  ver  á  Ferré  sus  intenciones:  términos  en  que  Pern'í 
se  niega  á  celebrar  arreglos  sobre  Misiones.  —  XXXI.  Paz  le  deja  el  campo 
á  Rivera :  últimos  esfuerzos  que  hace  por  medio  del  doctor  Derqui  :  increí- 
ble obcecación  de  Ferré.  —  XXXII.  Los  desaiiogos  de  Ferré  con  Rivera 
cuando  Derqui  revela  el  jilan  de  este  último. —  XXXIIl.  Paz  renuncia  todo 
mando  porque  ve  comprometida  la  nacionalidad  argentina  :  términos  lirm- 
rosos  de  esta  nota  memorable. 


Muerto  el  general  Liivalle,  y  restableeicUis  Uis  cinto - 
ridades  federales  en  las  provincias  del  interior,  de  Cuyo 
y  del  norte,  la  guerra  contra  el  gobierno  de  Rozas  quedij 
circunscrita  en  el  litoral  y  mantenida  por  el  presidente 


—  348  — 

del  Estado  Oriental,  i^vneral  Fructuoso  Rivera,  y  por  el 
brigadier  Ferré  gobernador  de  Corrientes,  en  virtud  de 
los  arreglos  ([uo  databan  del  año  de  1838,  ratificados  y 
auipliados  en  favor  del  primero,  en  el  año  de  1840. 
Los  (jue  lian  seguido  en  este  libro  la  conducta  de  Ri- 
vera, comprenderán  (]ue  esa  guerra  tenía  una  doble  faz 
para  el  astuto  caudillo  oriental:  la  de  destruir  el  poder 
de  Rozas  erigido  sobre  cimientos  esencialmente  argen- 
tinos; y  la  de  realizar  sus  antiguos  proyectos  de  ex- 
tender el  suyo  [)ro[»i<)  á  las  provincias  de  Entre  Ríos  y 
Corrientes,  al  Paraguay  y  á  Río  Grande.  A  este  fin  subor- 
dinaba ladinamente  la  guerra,  los  hombres  y  los  recursos 
que  caían  en  sus  manos.  Después  de  Cagancha  y  de  la 
retirada  del  general  Lavalle  (quien  alcanzaba  esos  desig- 
nios como  ya  lo  he  hecho  notar  también)  creyó  que  había 
llegado  el  momento  de  dar  un  gran  paso  adelante;  y  si 
no  lo  dio  fué  por  las  resistencias  que  encontró  en  los 
republicanos  de  Río  Grande,  y  porque  Rozas,  que  conocía 
también  sus  i)royectos,  no  era  tan  tonto  como  para  dejarle 
el  Entre  Ríos  á  su  merced.  Pero  consiguió  por  lo  menos 
extender  su  infiuencia  dominadora  en  Corrientes  y  ser- 
virse del  gobernador  Ferré  como  de  un  instrumento  dócil 
á  sus  miras,  al  favor  del  supremo  mando  militar  con  que 
este  último  lo  hizo  investir,  y  de  los  compromisos  que 
contrajo  de  re])eler  con  sus  fuerzas  la  invasión  anun- 
ciada de  Echagüe.  Y  tanto  la  había  cimentado  que  fué 
necesario  que  esa  invasión  se  hiciese  inminente,  y  que 
se  pronunciase  la  opinión  de  Corrientes  contra  la  inca- 
pacidad del  gobernador,  para  que  Ferré  se  decidiese  á 
nombrar  á  Paz  general  en  jefe  de  las  fuerzas  que  debían 
reunirse  y  organizarse. 

Esta  alianza  entre  Rivera  y  Ferré  no  había  producido 
mejores  resultados  hasta  el  año  en  que  vengo  historiando 
que  el  de   neutralizar  y  anarquizar  una  buena  parte  de 


—  849  — 

lus  importantes  elementos  de  CoiTientes.  los  cnales  bajo 
la  dirección  de  un  hombre  de  las  condiciones  y  talentos 
del  genera]  Paz.  por  ejemplo,  habrían  podido  disputar 
con  probabilidades  serias  el  predominio  del  partido  que 
venía  luchando  desesperadamente  desde  1835.  Cierto  es 
que  muchos  personajes  de  Montevideo  y  de  Corrientes 
trabajaban  con  Rivera  y  con  Ferré  para  que  éstos  le  pro- 
porcionasen al  general  Paz  los  recursos  de  que  carecía. 
y  le  dieran  amplia  libertad  de  acción:  como  quiera  que 
estuviesen  convencidos  de  que  lo  que  él  hiciese  no  eran 
capaces  de  hacerlo  juntos  esos  dos  personajes,  aunque 
multiplicasen  por  sí  mismas  sus  marcadas  inclinaciones 
á  ser  los  primeros.  Pero  ello  era  completamente  inútil: 
en  primer  lugar,  porque  no  cabía  en  la  mente  de  Rivera 
la  idea  de  contribuir  á  que  Paz  se  crease  en  el  litoral 
una  influencia  de  primer  orden,  que  le  cruzaría  irremi- 
siblemente á  él  los  planes  i\  que  me  he  referido;  y  en 
segundo  lugar,  y  esto  era  lo  más  notable,  porque  los 
mismos  unitarios  argentinos  que  rodeaban  á  Rivera,  pre- 
ferían que  fuese  éste,  pero  no  Paz,  el  que  tuviese  en  sus 
manos  los  hilos  y  todos  los  recursos  con  que  manejaba 
y  entretenía  esa  guerra  cuyo  desenlace  á  ser  favorable 
á  Rivera,  le  habría  costado  á  la  República  Argentina  dos 
de  sus  más  importantes  provincias. 

Había  esto  de  singular,  sin  embargo:  que  Rivera  por 
frío  y  calculado  egoísmo,  y  Ferré  por  el  pavor  que  le 
inspiral)a  la  invasión  del  ejército  federal,  concordaban 
en  que  Paz  ofrecía  garantías  positivas  de  éxito  al  frente 
de  las  fuerzas  de  Corrientes.  En  cuanto  á  darle  un  vasto 
campo  de  acción.  Rivera  y  los  argentinos  ríveristas  se 
lo  habrían  dado  á  condición  de  que  se  subordinara  á 
las  miras  y  á  la  influencia  del  Director  de  la  guerra. 
Pero  Paz  conocía  estas  miras  y  si  bien  aceptó  un  rol 
secundario  con  la  esperanza   de   inclinar  á   Ferré  de  su 


—  :;:)()  — 

parte  y  )>o(ler  dirigir  por  sí  solo  la  guerra  á  la  luz  de 
conveniencias  argentinas ;  se  resistió  á  servirle  de  ins- 
trumento dócil  al  ambicioso  candillo  oriental. 

La  firmeza  de  Paz  le  vali()  natnralmente  la  ojeriza 
ven  seguida  las  hostilidades  de  Rivera.  Él  se  sobrepuso  á 
ellas  continuando  hasta  donde  le  fué  posible  la  ruda  y 
difícil  tarea  que  le  había  confiado  Ferré.  « Al  princi- 
pio .  dice  él  mismo.  Rivera  disimuló  y  sólo  trató  de 
arrancarme  un  pronunciamiento  contra  el  general  Lava- 
lie.  Cuando  se  desengañó  de  que  no  podía  obtenerlo, 
se  quitó  la  máscara  y  me  declaró  una  guerra  abierta.»  (') 
Á  tan  lejos  llegó  Rivera,  que  al  mismo  comisionado 
Yaldés  le  aseguró  que  tenía  motivos  bastantes  para  dudar 
de  la  fidelidad  del  general  Paz,  y  le  manifestó  la  con- 
veniencia de  separarlo  del  mando.  Valdés  se  la  comu- 
nicó á  Paz  y  á  Ferré.  Paz,  ofendido  en  su  honor  de 
caballero  y  de  soldado,  renunció  al  mando  del  ejército, 
pero  Ferré  no  le  admitió  tal  renuncia,  y  así  se  lo  comu- 
nicó á  Rivera  en  una  nota  en  la  que  levantando  el  nom- 
bre de  Paz  le  decía:  «El  gobierno  por  estos  antecedentes 
tan  bien  conocidos  como  valorados  por  todos  los  pueblos 
de  la  República...  se  hubiera  degradado  á  sus  propios 
ojos,  á  los  de  los  pueblos  sus  hermanos,  y  hubiera 
contrariado  los  intereses  nacionales  admitiendo  la  renun- 
cia; y  expresó  al  general  de  un  modo  tan  irrevocable 
como  él  la  hizo,  que  no  la  admitiría.»  (-) 

Hostilizado  por  Rivera;  reatado  por  Ferré,  que  á  la 
circunstancia  de  dar  crédito  á  las  insidias  de  éste,  aña- 
día una  ignorancia  en  materias  militares  y  una  obce- 
cación proverbiales  r^),  Paz  consiguió,  sin  embargo,  algo 


(')  Véase  Metnorias  póstuinas,  lomo    ni,  pág.  277 
(  -)  Manuscrito  original  en  mi  arcliivo.     (Véase  el  apéndice.) 
I  ■')  ^■éase    Memo7ñas,  tomo  iii,  p¡ig.   290  y   siguientes   donde  el 
general  Paz  abunda    en   detalles   al  respecto.    Baste  al    saber   que 


—  851  — 

como  un  prodigio.  Con  los  contingentes  rechitados  en 
los  departamentos  de  Corrientes  contuvo  la  invasión 
del  poderoso  ejército  de  Ecliagüe,  y  organizó  como  él 
sabía  hacerlo,  el  ejército  de  reserva.  Paz  llevó  á  cabo 
esta  ímproba  tarea  con  los  míseros  recursos  que  le 
prestaba  Ferré  bajo  el  más  escrupuloso  inventario: 
luchando  con  todos  los  inconvenientes  de  la  indisci- 
plina fomentada  por  los  caudillos  locales  en  las 
barbas  del  gobernador;  y  supliendo  con  arte  los  me- 
dios que  escaseaban:  utilizando  cuanto  caía  en  sus 
manos  para  crear  sus  materiales  de  guerra:  ins- 
truyendo á  sus  soldados  con  ejemplar  perseverancia  y 
dotándolos  de  oficiales  formados  por  él  mismo:  estable- 
ciendo talleres  y  maestranzas  sobre  la  más  severa  eco- 
nomía y  hábil  distribución  ;^y  sometiendo  á  todos  los 
que  estaban  bajo  sus  órdenes  á  una  disciplina  y  á  un 
orden  tan  estrictos  que  no  podían  menos  de  aplaudir 
los  que,  dudando  del  éxito  de  Paz,  apenas  salían  de  su 
asombro  al  ver  esos  instruidos  artilleros,  esos  cuadra- 
dos infantes  en  vez  de  las  enormes  masas  de  caballería 
como  fuerza  principal  de  los  ejércitos  y  que  se  desban- 
daban al  primer  amago  de  la  derrota. 

Cuando  Paz  tuvo  1500  soldados  aproximadamente, 
levantó  su  campo  de  Laguna  Ávalos  y  se  dirigió  sobre 
el  río  Corrientes,  en  circunstancias  en  que  el  general 
Echagüe  amagaba  con  su  ejército  la  capital  de  la  pro- 
vincia y  Goya  simultáneamente.  Al  saber  Rivera  que 
los  soldados  de  Paz  se  batían  ventajosamente  con 
las  partidas  de  la  vanguardia  federal  al  mando  del 
general    Servando  Gómez,   le   escribió  á   Ferré    que    en 


la  idea  de  Paz  de  establecer  una  maestranza  fué  reputada  por 
Ferré  como  un  gasto  inútil;  y  que  se  resistía  á  entregarle  unos 
sables  para  la  tropa  alegando  que  los  soldados  los  romperían,  y 
que  lo  conveniente  era  distribuirlos  en  la  víspera  de  la  batalla! 


-   :\:>-2  — 

breve    pasaría   el  Uruguay  i)ara  dirigir  las    operaciones 
contra  Ecliagüe.     Ferré,    que  á   pesar  de   ser  brigadier 
general,  no  atinaba  cómo  Paz  podía  entretener  á   Echa- 
güe    hasta  que    se    encontrase   fuerte    para  vencerlo,  lo 
instaba  á  su  vez  á  que  verificase  su  pasada,  y  duplicán- 
dole las  fuerzas  del    ejército  de   Paz,   como    si  quisiera 
darle  ánimos   le  escribía:    a  tres  mil  valientes  desean  el 
día  de  un  combate   para    desplegar    su  bravura,  y   á  la 
par  de  los  vencedores  de  Cagancha,  ofrecen  la  más  lison- 
jera idea  del  resultado;  pero  es  preciso  no  dejarlos  solos 
en  la  cuestión;  es  necesario  que  V.  E.,  á  costa  de  cual- 
quier sacrificio,  reúna  sus  esfuerzos  á  los  de  los   corren- 
tinos  para  que  un  instante  no  vacilen  en  la  cooperación 
oriental  que  tiene   mucha  parte  en  sus  esperanzas.»  C) 
Lo  positivo  es   que  Ptivera  entretenía  á  Ferré  espe- 
rando un  resultado  de  la  campaña  de    Corrientes,  para 
en  caso  de  que    éste  fuese   desfavorable  á   Paz  presen- 
tarse él  como   indispensable,    reunir   bajo  sus    órdenes 
todos  los  elementos  de  esta  provincia  y  proceder  como 
se  lo  aconsejasen  sus  intereses.    Y.  lo  que  era  peor.  Rive- 
ra mandaba  continuamente  á  traer,  con  diferentes  pre- 
textos, oliciales  y  soldados    correntinos  que  iban  á  en- 
grosar su  ejército  acampado  en  el  Durazno.     Halagando 
á  esos  jefes  y  oficiales.   Rivera    no  ocultaba  sus  deseos 
de  cimentar  su  influencia  militar    en    Corrientes;  y  se 
resistía  á  entregar  los  soldados  respondiéndole  á   Ferré, 
que  se  los   reclamaba,  que  en   breve  irían  con  él  mismo. 
Mientras  tanto  entablaba  relaciones  con  el  general  Ur- 
quiza  por  intermedio  de  don  Benito  . I.  Chaim,  las  cuales 
tenían  por  objeto  entenderse  directamente  con  ese  gene- 
ral,  separándolo  de  la  causa    federal   que    sostenía.    Y 
tanta  importancia  les  atribuía  que  como  Paz  le  avisase 

(i  )  Manuscrito  ori<íinal  en  mi  ardiivo.  (^'éasc  el   apéndice.) 


O'JO 


•que  la  vanguardia  de  Echagüe  estaba  en  la  frontera, 
él  le  respondió  que  no  tuviese  el  menor  cuidado,  pues 
•este  general  había  licenciado  su  ejército.  (' ) 

Ferré  alcanzó  toda  la  trascendencia  de  la  conducta 
de  Rivera  por  lo  que  á  Corrientes  tocaba  principalmen- 
te, y  le  encareció  la  necesidad  de  que  celebrasen  ambos 
una  conferencia  en  un  punto  intermedio,  dirigiéndole 
con  tal  motivo  una  extensa  carta  en  la  que  le  hacía 
sentir  su  resolución  de  conservar  á  Corrientes  como 
provincia  argentina,  y  de  la  que  me  ocuparé  más  ade- 
lante. Rivera  no  pudo  menos  que  responderle  que  se 
ponía  en  marcha;  pero  como  transcurrieron  otros  dos 
meses  y  ni  su  ejército  ni  él  aparecían.  Ferré  le  escribió 
desde  el  campo  de  Paz  en  Yillanueva  que  regresaba  á 
la  capital  con  el  sentimiento  de  haberse  frustrado  la  acor- 
dada entrevista.  «  La  premura  del  tiempo,  agregaba,  no 
permite  al  infrascripto  extenderse  en  esta  nota  como 
debía;  mas  no  omitirá  cumplir  el  sagrado  deber,  á  que 
impelen  las  circunstancias,  de  reiterar  á  V.  E.  su  soli- 
citud de  que  haga  marchar  á  esta  provincia  los  hijos 
de  ella  que  están  en  esa  república  dispuestos  á  venir  á 
prestar  sus  servicios  en  el  ejército  de  reserva  al  lado  de 
sus  compatriotas:  ello  colmará  los  temores  y  descon- 
fianzas que  principian  á  sembrar  nuestros  enemigos  en 
perjuicio  de  la  causa  que  defendemos.»  (')  Fuera  ó  no 
exacto  esto  último,  la  verdad  es  que  en  Entre  Ríos  se 
hablaba  públicamente  de  los  planes  ambiciosos  de  Rive- 
ra; y  que  Echagüe  le  había  remitido  á  Rozas  comuni- 
caciones de  éste  á  jefes  de  Entre  Ríos  en  las  que  pretendía 
ganarlos  para  su  causa,  como  asimismo  las  copias  de 
las  dirigidas  á  Urquiza  por  Chaim  y   por  don  Vicente 


(')  Véase  Memorias  pósliimas  de    Paz.  Tomo  iii.  pág.  307. 
(-)  M.M.  S.S.  originales  en   mi  aveliivo.  (Véase   el  apéndice.) 


—  854  — 

Montero  en  seguida.  Está  demás  decir  que  muclio  más- 
que  todo  esto,  á  lo  que  se  daba  verdadera  importancia 
en  Buenos  Aires  era  á  la  presencia  de  un  general  como 
Paz  al  frente  ya  de  2500  hombres  con  los  cuales  se 
preparaba  á  repeler  la  iuvasiini  que  se  le  trajese  á 
Corrientes. 

Hasta  entonces  el  gobierno  de  Rozas  pudo  no  abri- 
gar temores  respecto  del  litoral  y  de  las  aguas  que  lo 
bañan;  pues  el  ejército  de  Echagüe,  oportunamente  re- 
forzado, se  bastaba  para  contener  á  Rivera;  y  la  escua- 
dra argentina  al  mando  de  su  antiguo  almirante  el 
legendario  Brown,  había  obtenido  una  serie  de  ventajas 
sobre  la  oriental  mandada  por  el  comodoro  Coé.  Á  fines 
de  marzo  ( 1841 )  Brown  se  había  dirigido  á  Montevideo  con 
los  bergantines  Belgrano,  San  Martín,  Vigilante,  Echa- 
güe, con  la  goleta  9  de  Julio  y  la  corbeta  '25  de  Mayo  ( ' ); 
y  uno  de  sus  primeros  pasos  había  sido  el  de  ofrecer 
las  seguridades  más  amplias  al  comercio  marítimo,  res- 
pondiendo á  la  consulta  que  le  hicieron  el  cónsul  bri- 
tánico y  el  de  los  Estados  Unidos,  que  los  buc[ues  neu- 
trales que  se  hallaban  en  ese  puerto  podían  continuar 
sus  operaciones  de  carga  y  descarga,  como  también  salir 
con  carga  del  mismo  puerto  los  buques  con  bandera 
argentina  ú  oriental.  (^)  La  escuadra  oriental,  compuesta 
de  los  bergantines  Pereyra  y  Montevideo,  de  la  corbeta 
Constitución  y  tres    goletas,  permaneció  al  abrigo  en  el 


( * )  El  comercio  de  Buenos  Aires  inició  suscripciones  destina- 
das al  entretenimienío  de  estos  barcos,  y  una  de  ellas  fué  la  de 
los  l)arqueros  y  lanclieros  del  cabotaje  en  la  que  figuran,  por  can- 
tidades más  ó  menos  gruesas,  los  señorea  Daniel  Gowland,  Yicen- 
t(!  Casares  é  hijos,  Pelerán,  Custodio  José  ^Moreira.  Artagaveitia, 
oliveira.  Silva,  Capurro,  Acevedo  Ramos,  Riglos,  Acuña,  Amstrong, 
Juan  y  José  Garay,  Vivas,  Appleyard,  Thomi)son,  Miller,  Dolz,  etcé- 
tera, etcétera.   (Véase  ia  Gaceía  Mercantil  del  4  do  octubre  1841.) 

(*)  Véase  parte  de  Brown  al  gobernador  delegado  de  Buenos 
Aires,  publicado  en  La  Gaceta  Mercantil  del  19  de  mayo  de  1841. 


dOO  — 


puerto  de  Montevideo  hasta  mediados  de  mayo,  cuando 
Brown  se  retiró  con  dos  buques  como  á  una  legua  al 
noroeste  del  Cerro  é  hizo  retirar  los  restantes  calculando 
que  Coé,  suponiéndole  débil,  se  decidiría  á  un  combate. 
En  efecto,  en  la  mañana  del  24  de  mayo  Coé  se  vino 
con  toda  su  escuadra  sobre  la  argentina,  empeñándose 
la  acción  á  sotavento.  Después  de  dos  horas  de  fuego 
Brown  pretendió  interponerse  entre  el  enemigo  y  el 
puerto,  pero  Coé,  á  pesar  de  su  superioridad,  maniobró 
para  conservar  su  retirada,  la  que  efectuó  después  de 
tres  horas  de  un  fuego  sostenido,  dejando  á  su  adver- 
sario dueño  de  las  aguas.  Al  día  siguiente  el  Belgrano 
y  el  San  Martín  dieron  caza  respectivamente  á  dos  buques 
enemigos,  sin  que  los  que  le  quedaban  á  Rivera  pudiesen 
impedirlo  á  causa  de  las  averías  que  habían  sufrido  en 
el  combate.  C)  En  los  subsiguientes  combates  navales 
la  victoria  había  sido  de  Brown;  por  manera  que  á  íines 
de  1841  la  escuadra  argentina  surcaba  triunfante  las 
aguas  del  Plata  (^)  y  Pavera,  malavenido  con  Coé,  apres- 
taba nuevos  buques  que  puso  á  las  órdenes  del  coman- 
dante don  José  Garibaldi. 

Pero  en  sentir  de  Rozas  estas  ventajas  podían  quedar 
esterilizadas  á  consecuencia  de  un  golpe  decisivo  del 
general  Paz  sobre  el  poderoso  ejército  al  cual  tenía  en 
jaque  frontera  de  por  medio;  y  seguido  probablemente  de 
otros  no  menos  importantes  si,  como  no  era  de  dudarse, 
se  coníiaba  á  las  manos  de  este  militar  tan  hábil  como 
científico  la  suma  mayor  de  elementos  que  constituían 
la  resistencia,  una  vez  que  se  sabía  positivamente  que 


( i )  Véase  parte  de  Brown  al  gobernador  delegado,  publicado  en 
La  Gaceta  Mercantil  del  14  de  junio  de  1841, 

(2)  Véase  los  partes  y  notas  de  Brown  en  La  Gaceta  Mercantil 
del  29  de  enero  de  1842. 


—  350  — 

t'l  jcíc  [)restigioso  que  la  había  encabezado  acababa  de 
morir  en  los  confines  de  la  República.  Desde  este  punto 
de  vista,  Hozas  rendía  á  los  méritos  del  general  Paz  jus- 
ticia más  cumplida  que  los  que  diciéndose  partidarios 
de  éste,  cohonestaban  sus  propósitos  y  pretendían  some- 
terlo á  la  voluntad  de  Rivera.  Rozas  calculaba  l)ien.  por- 
que lo  hacía  partiendo  de  la  incapacidad  de  Rivera  para 
dirigir  los  elementos  que  todavía  podían  oponérsele  en  el 
litoral;  pero  sus  enemigos  calcularon  de  distinto  modo, 
y  cuando  se  apercibieron  de  su  error  ya  era  demasiado 
tarde.  Y  eso  que  aun  los  allegados  de  Rivera  sentían 
la  conveniencia  de  auxiliar  á  Paz  en  todo  lo  posible. 
«La  porción  rica  y  vital  de  la  revolución  está  intacta, — le 
escribía  en  octubre  de  1841  el  doctor  Juan  Bautista  Al- 
berdi  á  Chilavert,  comandante  general  de  artillería  del 
ejército  de  Rivera:  —  reside  en  los  dos  litorales,  de  donde 
ha  salido  y  saldrá  siempre  escrito  el  destino  general  de 
la  República  Argentina.  Usted  que  tiene  voz  delante  del 
hombre  que  todo  lo  puede  entre  nosotros,  trabaje  por 
decidirlo  á  tomar  la  revolución  como  se  la  da  formulada 
el  tirano  enemigo. . .  ocupemos  el  Entre  Ríos  volando. . . 
no  dejemos  sucumbir  á  Paz:  su  existencia  es  solidaria  con 
la  nuestra.  Ante  el  enemigo  somos  una  misma  cosa.»  (\) 
«  Entiendo  que  entre  las  primeras  necesidades  predo- 
mina la  pronta  presencia  del  general  Rivera  del  otro 
lado  del  Uruguay,  le  escribía  al  mismo  coronel  Chila- 
vert el  doctor  Santiago  Vásquez  en  noviembre  del  mis- 
mo año.  Trabaje  usted,  pues,  por  conseguir  este  objeto 
á  todo  trance.  El  general  Paz  hace  buen  uso  de  las  po- 
siciones que  le  ofrece  su  terreno ;  pero  si  Echagüe  aumen- 


(')    Manuscrito  oi-ijiinal  en  mi  art-liivo.  (Papeles  de  Chilavert.) 
Véase  el  apéndico'. 


—  357  — 

ta^e  su  ejército,  es  de  recelar  que  todo  se  mcdograse^  si 
nosotros  no  nos  hubiésemos  anticipado.  »   ( '  j 

Á  pesar  de  sus  compromisos.  Rivera  mantuvo  su 
ejército  acampado  en  el  Durazno.  Lo  más  que  hizo  fué 
situar  una  división  en  el  Paso  de  Higos  cuando  Echa- 
güe  inició  operaciones  sobre  Paz.  Véase  cómo  se  ex- 
presa Paz  al  respecto:  «¿Qué  decir  de  la  promesa  de 
estar  pronto  con  4000  hombres  para  pasar  el  Urugua}'' 
antes  de  veinte  días  i  Diré  solamente  que  no  tuvo  la 
intención  de  cumplirla;  porque  para  él  el  ofrecimiento 
más  solemne,  hasta  la  fe  jurada,  no  es  más  que  un 
juego  de  voces  sin  consecuencia.  Establecido  ya  como 
está  sobre  bases  indestructibles  su  crédito  de  falsario, 
ha  declinado  toda  responsabilidad,  de  modo  que  ésta 
vendría  á  pesar  sobre  quien  le  creyese,  fiándose  en  sus 
promesas.  Así  me  habría  sucedido  si  no  las  hubiese 
apreciado  como  se  merecen.  Jamás  pensó  el'  general 
Rivera  en  hacer  cosa  alguna  en  favor  de  Corrientes  re- 
lativamente d  repeler  la  invasión  que  sufría^  y  voy  á  dar 
una  prueba  incontestable.  El  coronel  don  Bernardino 
Baez  estaba  situado  con  500  hombres  en  el  Paso  de  Hi- 
gos^ mirando  el  territorio  de  Corrientes  que  sólo  divide 
el  río  Uruguay.  No  sólo  según  sus  órdenes  no  pasó 
un  solo  hombre  de  su  fuerza,  pero  ni  hizo  una  simple 
demostración,  como  pudo  hacerlo  sin  compromiso  y  sin 
peligro...  su  única  comisión  se  reducía  á  recoger  los 
restos  del  ejército  correntino,  que  pensaba  habían  de  ir 
á  asilarse  en  el  territorio  oriental.»  (-) 

Paz  no  contaba,  pues,  más  que  con  los  recur- 
sos que  le  proporcionaba  la  provincia  de  Corrientes ; 
y  á  fe  que  supo  sacar  de  ellos  el  mejor  partido  posible. 

( 1 )  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Ib.  ib.)  Véase  el  apén;lice. 

( 2 )  Memorias  pósttimas,  tomo  iii,  pág.  349. 


—  :V)H  — 

íiitiinamente  persuadido,  por  otra  parte,  de  que  él  era 
el  principal  punto  de  mira  del  poderoso  ejército  federal 
que  se  le  venía  encima,  y  de  que  un  revés  que  él  sufriese 
desbarataría  irremisiblemente  la  resistencia  en  el  litoral, 
si  Rivera  se  apoderaba  de  los  elementos  de  Corrientes 
una  vez  que  él  desapareciese  de  la  escena,  Paz  dejó 
que  Echagüe  tomase  para  sí  las  primeras  ventajas  de 
la  campaña,  á  condición  de  que  lo  dejase  á  él  asegu- 
rarse del  éxito  deílnitivo  por  medio  de  una  conducta 
hábil  y  prudente.  Cuando  Echagüe  vino  en  su  busca,  él 
eludió  la  batalla  retirándose  hacia  los  departamentos 
que  mayores  recursos  le  ofrecían,  y  entreteniéndolo  con 
una  guerra  de  partidas  mientras  completaba  ia  organi- 
zación y  remonta  del  ejército  de  reserva.  Al  efecto  confió 
al  general  Núfiez  una  división  de  vanguardia,  formada 
de  los  cuerpos  que  mandaban  los  generales  don  Juan 
y  don  Joaquín  Madariaga.  la  cual  debía  operar  en  los 
departamentos  de  Curuzíi-Cuatiá  y  Pay-ubre,  tomando 
la  ofensiva  cuando  se  le  presentasen  probabilidades  de 
éxito,  y  retirándose  en  el  caso  contrario.  Núñez  chocó 
bien  pronto  con  fuerzas  federales  en  el  arroyo  de  María 
Grande^  donde  perdió  un  capitán  y  le  mataron  más  de 
veinte  hombres.  Esto  lo  determinó  á  retirarse  lenta- 
mente, observando  al  enemigo  que  avanzaba  hacia  el 
río  Corrientes. 

Entonces  Paz  resolvió  hostilizarlo  por  retaguardia, 
haciendo  pasar  gruesas  partidas  que  interceptaban  las 
comunicaciones  de  Echagüe  con  Entre  Ríos  y  lo  obliga- 
ban á  emplear  fuertes  divisiones  para  proveerse  del 
ganado  de  consumo.  Y  extendiendo  estas  operaciones 
le  ordenó  al  coronel  Velasco  que  reuniese  todas  las 
partidas  al  sur  del  río  Corrientes  y  cayese  sobre 
el  pueblo  de  Mercedes,  diez  leguas  á  retaguardia  de 
Echagüe,   y  defendido   á  la   sazón  por    el    coronel  De- 


—  359  — 

siderio  Benítez.  Velasco  cliocó  en  bi  entrada  del  pueldo 
con  un  fuerte  eseuadr()n  del  comandante  Tacuavé.  lo 
puso  en  fuga  y  se  apoderó  del  pueblo  baciendo  varios 
prisioneros  y  entre  ellos  el  mencionado  Benítez,  á  quien 
Paz  bizo  fusilar  en  nombre  de  la  suprema  razón  de  la 
época,  de  ser  activo  cooperador  del  enemigo,  i  ^ ) 

Estas  bien  combinadas  operaciones  decidieron  áEclia- 
güe  á  precipitar  los  sucesos  provocando  á  Paz  á  una 
batalla.  Con  este  designio  marclió  sobre  el  río  Corrien- 
tes. Paz.se  retiró  en  la  misma  dirección,  pero  tomando 
el  camino  de  Pay-ubre,  y  atravesando  este  arroyo  con 
su  ejército  por  el  paso  de  Pucheta.  Ecliagüe  lo  siguió 
pasando  el  arro^'O  arriba  por  el  Naranjito,  de  manera 
que  ambos  quedaron  situados  en  el  rincón  ó  embudo 
que  forma  el  Pay-ubre  con  el  río  Corrientes.  Pero  sea 
que  reconociese  mucho  más  ventajosa  la  posición  de 
Echagüe,  y  calculase  desde  entonces  batirlo  en  circunstan- 
cias en  que  éste  pasase  el  río  Corrientes,  el  hecho  es 
([ue  Paz  atravesó  á  la  margen  deregba  delirio  por  el 
paso  de  Caaguazú.  Éste,  el  de  Capitamini  y  el  de  Mo- 
reira  eran  los  tres  vados,  siendo  de  advertir  que  el  último 
era  el  que  ofrecía  mayores  dificultades  en  la  primavera  y 
el  verano,  á  causa  de  una  planta  acuática  que  se  ex- 
tiende en  la  superficie  del  agua  y  que  los  naturales  la 
conocen    can-  el  nombre  de    camalote. 

Á  ese  paso  fué  adonde  se  aproximó  Echagüe,  acam- 
pando tranquilamente  y  dándole  á  Paz  tiempo  suficien- 
te para  que  le  obstaculizase  el  pasaje;  en  vez  de  haber 
atravesado  el  río  simultáneamente  con  su  enemigo  por 
Capitamini^  ó  sea  como  dos  leguas  más  arriba  del  de 
Caaguazú,  si  su  intención  era  dar  la  batalla,  y  contaba 


(/ )  E3  la    (lue   (la   el  general    Paz  en    sus  Memorias,    tomo  iir. 
página  339. 


—  :\m  — 

})i-()1>  iltilidíiilcs  (le  lili  hiicii  i'v'siiltado.  Fué  este  iiii  error 
capital  de  Eüliagüe,  quien  no  supo  repararlo — con  gran- 
des ventajas  ])ara  sí, — cuando  Paz  repasó  el  río  para 
darle  la  .batalla.  Su  falta  de  resolución  y  su  subsi- 
guiente inacciíjn  fortalecieron  la  certidumbre  que  adqui- 
ri(')  Paz  de  vencerlo,  calculando  científicamente  sobre  el 
terreno  las  probabilidades  que  mediaban  de  parte  á 
parte,  ni  más  ni  menos  que  como  San  Martín  lo  había 
hecho  la  víspera  de  Maipú. 

En  estas  circunstancias  llegó  al  campo  de  Paz  y  se 
incorporó  al  ejército  de  reserva  el  coronel  Salas  con  poco 
más  de  oOü  hombres,  que  se  separaron  del  general  La- 
valle  en  la  provincia  de  Salta.  Casi  al  mismo  tiempo 
recibió  Paz  al  coronel  Ramón  Ruíz  Moreno,  comisionada 
del  general  Pablo  López,  gobernador  de  Santa  Fe,  para 
ajusfar  con  Corrientes  un  tratado  de  alianza  contra  el 
gobierno  de  Rozas.  Es  de  advertir  que  Paz,  fiado  en  el 
buen  crédito  que  le  asignal)an  sus  hechos,  y  con  la 
habilidad  que  le  era  característica,  había  iniciado  de 
su  parte  esas  negociaciones,  calculando  sobre  el  resen- 
timiento de  López  con  Rozas  y  sobre  que  si  López  se 
prestaba  á  ayudarlo  con  los  recursos  de  Santa  Fe,  él 
podía  tener  bajo  su  dirección  los  necesarios  para  llegar 
hasta  Buenos  Aires  y  luchar  con  el  poder  de  Rozas. 
Ya  preparadas  así  las  cosas,  el  doctor  Ruíz  Moreno  á 
nombre  de  Santa  Fe,  y  el  doctor  Derqui  á  nombre  de 
Corrientes,  ajustaron  el  mencionado  tratado,  acordando  por 
cláusula  esj)eciai  mantenerlo  secreto  hasta  la  oportuni- 
dad conveniente.  (';  Paz  exigió   que   López   se  dirigiese 


( 1 )  Esta  cláusula  se  estipuló  á  pedido  de  López,  quien  se  resistía 
(noviembre  1841)  á  pronunciarse  abiertamente  hasta  no  contar  sobre 
ventajas  adquiridas  por  sus  nuevos  aliados.  Lo  hizo  recién  en  abril  de 
1842.  reuniendo  algunas  milicias  (¡ue  fueron  derrotadas  por  fuerzas 
del  coronel  Ainlrada,  á  consecuencia  de  lo  cual  se  refusió  en  Corrien- 
tes. 


—  861  — 

á  ocupar  el  Paraná,  mientras  él  se  preparaba  á  atacar 
á  P]c]iagüe;  y  así  lo  prometió  el  enviado  de  Santa  Fe  al 
retirarse  para   su  provincia. 

En  la  noche  del  2G  de  noviembre,  Paz  se  resolvió 
á  atravesar  el  río  Corrientes  por  el  paso  de  Caaguazú. 
Cuando  por  la  tarde  ya  estaban  listos  los  botes  para  el 
pasaje  de  los  cañones  y  de  los  soldados  que  no  podían 
efectuarlo  á  nado,  las  columnas  de  Ecliagüe  avanzaron 
por  la  ribera  sur  sobre  el  paso  de  Capitamini  y  empe- 
ñaron un  fuerte  tiroteo  con  las  de  Paz  en  la  orilla 
opuesta.  Paz  lleg(')  á  creer  que  su  enemigo  pretendía 
atravesar  cuando  él  lo  hiciese  por  el  paso  de  Caaguazn; 
y  vaciló  ante  las  consecuencias  fatales  que  esto  podría 
traerle.  La  razón  era  obvia.  Á  verificar  esa  acertada 
operación  Ecliagüe  habría  decidido  la  campaña  en  su 
favor;  pues  Paz  habría  quedado  fuera  de  la  base  de 
bis  suyas,  en  los  departamentos  despoblados  que  habían 
recorrido  los  invasores,  y  aquél  habría  quedado  en  pose- 
siim  de  la  parte  importante  de  la  provincia  y  de  los 
recursos  que  ella  contenía;  pudiendo  al  favor  de  movi- 
mientos rcípidos  llevar  la  iníluencia  de  sus  armas  hasta 
la  misma  capital,  y  batir  en  seguida  á  Paz  cuyo  ejér- 
cito habría  perdido  en  moral  y  en  fuerza  lo  que  él  habría 
aprovechado  en  mérito  del  éxito  de  la  invasión.  «El 
terror  se  había  apoderado  de  todos,  dice  Paz  reürién- 
dose  á  esas  circunstancias:  y  mi  mismo  ejército  corría 
peligro  de  desbandarse  para  ir  sus  individuos  á  socorrer 
sus  familias  que  estaban  á  merced  del  enemigo.  No  me 
quedaba  sino  repasar  el  río  por  donde  lo  había  pasado, 
lo  que  podía  estorbarme  el  enemigo;  ó  ir  á  buscar  otros 
pasos  más  aljajo...»  (')  Pero  Ecliagüe  prefirió   renunciar 


( ' )  Véase  Memorias,  tomo  ni,  pág.  359. 


—  í]02  — 

á  tudas  esas  ventajas  pennaiiccicndu  encajonado  en  sn 
misma  posición;  y  todavía  cometió  el  error  dé  reti- 
rarse de  la  ribera  dejándole  á  Paz  expeditos  los  pasos 
de  Caagnazú  y  de  Capitamini. 

En  la  noche  indicada  Paz  hizo  pasar  su  vanguardia 
al  mando  del  coronel  Velasco;  y  en  pos  de  ésta  pasa- 
ron las  demás  divisiones.  La  primera  avanzó  para  cono- 
cer la  posici()n  del  enemigo,  y  las  últimas,  sin  alejarse 
de  la  orilla  del  río,  tomaron  su  orden  de  colocación, 
designado  por  el  general  en  jefe,  á  saber:  el  ala  izquierda 
de  caballería  correntina  y  división  del  coronel  Salas  á 
las  órdenes  del  general  Ángel  Núñez;  el  centro  compuesto 
de  tres  batallones  de  infantería  y  diez  piezas  de  artille- 
ría á  las  del  general  en  jefe;  y  la  derecha,  de  caballería, 
á  las  del  general  Ramírez.  Á  las  diez  de  la  noche  el 
coronel  Velasco  chocó  con  las  guerrillas  de  Echagüe 
a])oyac]as  en  fuertes  reservas;  y  como  ese  jefe  fuese 
reforzado  á  su  vez  con  algunas  compañías  de  infantería 
se  empeñó  una  verdadera  batalla  á  pocas  cuadras  del 
grueso  de  ambos  ejércitos  y  que  duró  hasta  cerca  de 
la  madrugada.  El  28  de  noviembre  Echagüe  amaneció 
formado  con  su  ejército  fuerte  de  5000  hombres,  apo- 
yando su  derecha  en  sus  mejores  caballerías  al  mando 
del  general  Servando  Gómez;  el  centro  en  dos  batallo- 
nes de  infantería  y  doce  piezas  de  artillería  al  mando 
del  coronel  Juan  B.  Thorne;  y  la  izquierda  en  dos  fuertes 
columnas  de  caballería  á  sus  inmediatas  órdenes. 

Entre  estas  dos  posiciones,  la  de  Paz  era  incuestiona- 
blemente más  difícil,  pues  tenía  á  sus  espaldas  un 
grande  estero  y  poco  más  lejos  el  río  Corrientes;  siendo 
de  advertir  que  el  extremo  del  primero  formaba  con  los 
barrancos  del  segundo,  como  un  ángulo  agudo  cuyos 
hidos  se  cortaban  antes  de  llegar  á  su  vértice  formando  una 


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—  868  — 

especie  de  cono,  ó  mejor,  de  embudo.  ( ')  Esta  posicicjn  fué 
sin  embargo  la  que  sostuvo  Paz,  y  alrededor  de  ella  se 
desenvolvió  la  batalla.  La  línea  de  Echagüe  se  exten- 
día casi  perpendicular  al  lado  del  ángulo  formado  por  el 
estero,  y  su  primer  movimiento  decisivo  fué  prolongar  su 
derecha  en  dirección  al  río  para  flanquear  á  su  enemigo 
y  estrecharlo  en  el  estero.  Pero  Paz,  calculando  mate- 
máticamente las  probabilidades  de  parte  á  parte  en  esos 
momentos  de  S'olemne  espectativa  que  tornan  decisivas 
las  concepciones  rápidas  del  genio  militar,  se  propuso 
sacar  de  ese  movimiento  todas  las  ventajas  que  espe- 
raba para  sí  su  contrario,  dándole  un  jaque  mate  con 
las  mismas  piezas  y  por  el  mismo  camino  que  éste  ha- 
bía escogido.  Para  esto,  Paz  varió  inmediatamente  la 
formación  de  su  infantería  haciéndola  oblicuar  de  frente 
y  retirando  el  ala  derecha  de  manera  que  se  apoyara 
en  el  estero;  colocó  un  batallón  y  dos  piezas  de  arti- 
llería en  el  estrecho  á  que  me  he  referido;  y  ordenó  al 
general  Núñez  que  se  moviese  sobre  su  izquierda  y  que 
cuando  el  enemigo  pronunciase  su  movimiento  ofensivo, 
se  replegase  rápidamente,  entrase  por  entre  el  ángulo 
que  formaban  el  estero  y  el  río  y  pasase  el  estrecho. 
El  general  Núñez  maniobró  hábilmente  en  este  sen- 
tido. Las  caballerías  de  Gómez  se  lanzaron  sobre  él 
suponiéndolo  en  derrota;  pero  á  medida  que  avanzaban 
les  iba  faltando  el  terreno  en  los  costados  del  río  y  del 
estrecho  y  perdían  su  formación.  Al  aproximarse  al  es- 
trecho los  fuegos  cruzados  de  dos  batallones  acabaron 
de  desmoralizar  la  división  Gómez,  la  cual  se  precipitó 
en  desorden  fuera  del  campo  de  batalla.  Simultánea- 
mente la  derecha  de  Ramírez,  después  de  llevar  algunas 


(  ' )  Véase  el  plano. 


—  :}(U  — 

cargas  con  éxito  dudoso,  arrojó  lejos  tarnltién  la  iz(|uierda 
de  Ecliagüe.  no  (lucdáiidole  ya  á  éste  más  fuerza  orga- 
nizada (jue  el  centro,  el  cual  disputaba  la  victoria.  La 
artillería  de  Thorne  apagó  los  fuegos  de  la  de  Paz;  y 
le  habría  desmoralizado  su  infantería  si  ésta  no  hu- 
biese iniciado  un  movimiento  de  frente,  simultáneamente 
con  las  caballerías  de  Núñez  y  Ramírez  que  decidieron 
la  retirada  de  Echagüe.  Ésta  se  practicó  en  orden,  con 
toda  la  artillería,  parque,  bagajes,  etcétera.  Cuando  Paz 
se  aproximaba,  Echagüe  hacía  alto,  la  artillería  de  Thorne 
recomenzaba  sus  fuegos,  y  proseguía  la  retirada  después 
de  haberlo  contenido.  Pero  acosado  cada  vez  más.  tuvo 
que  abandonar  sus  carretas,  en  seguida  algunos  cañones 
y  por  fin  su  infantería,  dirigiéndose  él  con  sus  restos 
dispersos  á  Entre  Piíos.  (') 

Sobre  la  marcha  Paz  resolvió  ocupar  Entre  Ríos; 
sacar  de  aquí  los  recursos  que  pudiese;  darse  la  mano 
con  Santa  Fe,  é  invadir  oportunamente  Buenos  Aires. 
Pero  para  precaverse  contra  una  deserción,  dada  la  ob- 
cecación con  que  Ferré  sostenía  que  sus  soldados  no 
obedecerían  otras  órdenes  que  las  suyas  fuera  del  terri- 
torio de  Corrientes,  le  fué  menester  detenerse  en  Cu- 
ruzú-Cuatiá  y  demostrarle  al  gobernador  la  conveniencia 
de  la  campaña  inmediata  sobre  Entre  Ríos.  Ferré  llamó 
á  sí  á  los  jefes  correntinos,  y  no  fué  sino  después  de 
repetidas  conferencias,  y  de  haberse  reunido  las  caba- 
lladas para  el  ejército,  que  el  vencedor  de  Caaguazú 
pudo  llegar  al  río  Mocoretá.  La  influencia  de  Rivera  y  de 
los    generales    Madariaira  sobre    Ferré,   maniobraron   de 


(*)  Para  describir  esta  batalla  he  consultado  las  Memorias  del 
«reneral  Paz,  y  el  plano  que  de  ella  se  levantó ;  las  relerencias  que 
me  ha  hecho  el  cnronel  Juan  H.  Thorne.  jefe  de  la  artillería  de 
Echagüe  sobre  el  croquis  que  este  jeíe  hizo  de  la  misma  batalla;  y 
los  papeles  del  archivo  de  éste  en  mi  poder. 


—  365  — 

modo  que  esta  campaña  se  convirtiera  en  una  guerra  de 
pillaje    en  la   rica   provincia  de  Entre    Ríos. 

Fué  para  morigerarlo,  cuando  menos,  que  Paz  pro- 
puso á  Ferré  que  se  destinase  el  gran  rincón  que  forma 
el  Miriñay  con  el  Uruguay  para  depositar  las  hacien- 
das de  todos  los  federales  de  Entre  Ríos  y  Corrientes, 
cuyos  establecimientos  clasificaría  el  mismo  general  ó 
la  persona  que  nombrase  Ferré,  y  de  las  cuales  se  sa- 
caría para  el  consumo  del  ejército,  reservándose  las  que 
quedasen  para  repartirlas  entre  los  que  hubiesen  hecho 
la  campaña.  (  '  )  Al  dejar  consignado  este  rasgo  carac- 
terístico de  la  época,  Paz  dice  que  «  aun  los  díscolos 
hubieran  aprovechado  mejor  lo  que  debió  ser  el  premio 
de  sus  buenas  acciones  y  no  el  fruto  de  sus  rapiñas  » ; 
olvidando  que  esa  era  la  guerra  de  expoliación  que  abría 
la  puerta  á  represalias  como  las  que  había  tomado 
Rozas  en  Buenos  Aires,  después  que  Lavalle  arrió  de 
la  campaña  de  esta  provincia  las  haciendas  que  pudo;  y 
como  las  que  tomaban  los  demás  gobiernos  confederados 
en  igualdad  de  circunstancias  respecto   de  sus  enemigos. 

Por  su  parte.  Rivera,  así  que  tuvo  noticia  de  la  vic- 
toria de  Caaguazú,  y  de  que  Paz  avanzaba  sobre  Entre 
Ríos  por  el'  norte.  i)asó  el  Uruguay  al  frente  de  unos 
2500  hombres.  Una  de  sus  primeras  medidas  fué  la  de 
acaparar  cuantos  ganados  encontró  en  su  tránsito.  El 
general  Urquiza  que  había  sido  electo  gobernador  el 
mes  anterior  (15  de  diciembre)  tuvo  que  cederle  el  te- 
rreno, retirándose  para  Gualeguay,  por  donde  avanzaba 
la  vanguardia  de  Paz  al  mando  del  general  Núñez. 
Viéndose  impotente  para  resistir  á  esta  doble  invasión, 
Urquiza  pasó  el  Paraná  como  con  500  hombres,  deján- 
dole á  Rivera  algunos  prisioneros  y  más  de  6000  caba- 

(i)  Véase  Memorias  postumas  del  general  Paz.  tomo  iv,  pág.  9. 


—  :\m  — 

líos.  Simultáneainente  Paz  hizo  ocupar  la  capital  del 
Paraná  por  la  división  del  general  Ramírez;  y  la  legis- 
latura nombró  (20  de  enero)  gobernador  provisorio  al 
comandante   Pedro  Pablo  Seguí. 

Cinco  días  después  entró  Paz  en  la  capital,  y  se  di- 
rigió al  nuevo  gobernador  manifestándole  que  esta  elec- 
ción «  hecha  por  el  voío  libre  de  los  representantes,  hace 
ver  que  el  grito  de  libertad  y  muerte  á  los  tiranos  que 
han  lanzado  luego  que  se  vieron  libres  del  ominoso 
poder  que  los  oprimía,  es  el  sentimiento  que  proclaman 
y  que  están  resueltos  á  cumplir».  (')  Pero  esta  era 
mera  fraseología  de  la  época.  La  provincia  de  Entre 
Ríos  era  decidida  por  la  federación.  Paz  y  Rivera  no 
eran  dueños  sino  del  terreno  que  pisaban.  Sin  contar 
con  que  Urquiza  reorganizaba  sus  fuerzas,  los  coman- 
dantes Crispín  Velásquez,  Olivera,  Ereñú,  Paez,  Abrao 
y  otros  mantenían  las  hostilidades  en  los  departamen- 
tos, esperando  el  momento  de  verificar  operaciones  más 
serias  sobre  el  ejército  de  ocupación.  En  el  fondo,  Paz 
no  se  hacía  ilusiones  al  respecto,  ni  aun  por  lo  que 
tocaba  á  la  capital,  pues  dice :  « la  población  me  recibió 
con  muestras  de  benevolencia,  lo  que  nada  tiene  de 
extraño,  porque  si  no  era  sincera  la  creían  necesaria 
sus  habitantes  para  desarmar  el  resentimiento  del  ven- 
cedor. Adviértase  que  no  había  allí  un  partido  que  nos 
fuese  favorable,  y  que  los  únicos  que  se  dejaban  sentir 
eran  puramente  personales,  (Echagüista  y  Urquizista) 
sin  dejar  por  eso  de  pertenecer  á  lo  que  llaman  fe- 
deración.» (^) 

Dada  esta  posición  de  Paz,  era  más  que  nunca  lógico 
suponer   que   se  confiarían  á   sus    manos  todos  los  re- 


(M  BocumenLos  oficiales.  (Impresos  en  hoja  suelta.) 
('- )  Memorias  postumas,  tomo  iv,  pág.  22. 


—  867  — 

cursos  disponibles  para  llevar  la  guerra  á  Buenos  Aires. 
Partiendo  de  este  punto,  Paz  le  pidió  á  Ferré  que  ba- 
jase al  Paraná  para  concertar  con  el  general  Juan  Pa- 
blo López  las  medidas  conducentes  cá  ese  fin,  según  rezaba 
en  el  tratado  que  con  este  último  había  celebrado  el 
año  anterior.  Pero  cediendo  á  las  sugestiones  de 
Rivera  y  celoso  de  la  influencia  que  Paz  alcanzaría  si 
se  le  confiaba  la  dirección  de  la  guerra,  Ferré  contri- 
buyó á  desbaratar  ese  plan.  Su  venida  á  Entre  Piíos 
tuvo  por  principal  objeto  impedir  que  el  ejército  corren- 
tino  pasase  el  Paraná,  su  eterno  é  irrisorio  fantasma; 
y  tratar  por  su  cuenta  con  los  gobernadores  de  esa  pro- 
vincia y  de  la  de  Santa  Fe  sobre  bases  que  él  mismo 
redactó. 

López  movido  por  Paz,  nombró  á  don  Urbando  de 
L'iondo  por  la  parte  de  Santa  Fe;  el  mismo  Paz  hizo 
nombrar  al  doctor  Florencio  del  Rivero  por  la  de  Entre 
Ríos;  y  Ferré  envió  al  doctor  Manuel  Leiva  por  la  de 
Corrientes.  En  la  primera  conferencia  este  último  pre- 
sentó un  proyecto  de  tratado  sobre  las  bases  de  Ferré, 
según  el  cual  cada  una  de  las  tres  provincias  daría  2000 
hombres  para  formar  el  ejército  que  sería  mandado  por 
el  general  Paz:  cada  contingente  tendría  su  caja  parti- 
cular y  su  jefe  dependiente  del  general  en  jefe  sin  dejar 
de  serlo  de  su  gobierno  respectivo.  ( ^ )  Tan  insólitas  eran 
estas  bases  que  los  comisionados  no  pudieron  menos 
que  consultárselas  á  Paz,  quien  les  objetó  naturalmente 
que  no  podría  aceptar  la  responsabilidad  de  mandar  un 
ejército  formado  al  paladar  de  los  gobernadores  y  bajo 
las  órdenes  de  cada  uno  de  ellos. 

Los  unitarios  que  no  estaban  al  cabo  de  las  insidias 
y  de  los  planes  de  Rivera,  se  asombraban  ingenuamen- 


(')  Memorias  postumas,  tomo  iv,  pág.  35. 


:!(i8 


ti'  du  (juc  Paz  lio  hubiese  proseguido  desde  luego  sus 
operaeiones;  y  hasta  lo  instaron  eu  este  sentido,  como 
si  fuese  él  realmente  el  causante  de  esta  situación  in- 
definida que  esterilizaba  la  victoria  de  Caaguazú,  y  que 
debía  dar  un  vuelco  completo,  pues  Urquiza  se  i)repa- 
raba  á  entrar  nuevamente  en  acción;  en  Buenos  Aires 
se  aprestaba  una  buena  divisitju  de  las  tres  armas  al 
mando  de  Lagos,  con  destino  á  Entre  Ríos,  y  Oribe  venía 
á  marchas  redobladas  al  teatro  de  la  guerra  que  era  el 
litoral.  Paz  creyó  poner  á  salvo  su  responsabilidad  ma- 
nifestando su  resolución  de  ir  á  Corrientes  á  reunirse 
con  su  familia,  Ínterin  se  llevaban  á  efecto  los  arreglos 
proyectados.  Ferré  asintió  al  punto,  pero  los  vecinos  y 
comerciantes  principales  del  Paraná,  solicitaron  de  la 
legislatura  que  intercediese  para  que  Paz  no  se  ausen- 
tase, dejándolos  á  merced  de  Rivera  y  de  B^erré  que  ex- 
poliarían libremente  la  rica  provincia  de  Entre  Ríos.  (  \) 
Movido  por  las  reílexiones  de  los  hombres  del  gobierno 
y  de  sus  amigos,  Paz  resolvió  quedarse,  y  fué  elegido 
gobernador  el  día  lo  de  marzo.  Ferré  no  disimuló  su 
despecho,  y  procedió  con  esa  falsa  energía  que  es  la 
corteza  que  encubre  comunmente  la  hueca  petulancia 
y  la  falta  de  vistas  en  ciertos  hombres  públicos,  que 
se  levantan  como  esas  ramas  largas  y  débiles  en  las 
cuales  el  sol  por  un  capricho  de  la  suerte  jamás  fecun- 
dó un  fruto  ó  una  ílor.  En  vez  de  apoyar  á  Paz  para 
que  éste  pudiera  mantenerse  en  Entre  Ríos  y  darle  la 
mano   á  López  oportunamente,  quedando  entretanto  como 


( ' )  «Ferré  creyéndose  ya  solo  en  el  teatro,  se  quitó  la  más- 
citra  y  declaró  sus  exigencias.  Pedía  que  se  abonase  á  Corrientes 
no  recuerdo  qué  cantidad  de  pesos  que  había  dado  al  gobierno 
de  Entre  Ríos  y  alguna  otra  cosa  más  de  que  no  hago  memoria. 
Su  alegría...  reveló  á  los  entrerrianos  el  peligro  tpie  iban  á  correr 
desde  que  quedasen  en  poder  del  gobernador  y  ejército  corren- 
tino.»  ^I^az,  tomo  citado,  pág.  ;!(>  y  38.) 


—  ¡569  — 

lili  antemural  respecto  de  Corrientes  y  del  Estado  Orien- 
tal, Ferré  llevó  su  pasmosa  obcecación  al  punto  de  tomar 
el  mando  del  ejército  correntino,  él,  que  no  sabía  mon- 
tar una  guardia;  de  quitarle  á  Paz  un  batallón  de  in- 
fantería y  algunos  cañones  que  guarnecían  el  Paraná, 
y  de  llevarse  en  seguida  ese  ejército  á  Corrientes  dejándolo 
á  Paz  indefenso  en  medio  de  una  provincia  que  le  era 
hostil.  (  ' ) 

Esto  por  lo  que  respecta  á  Ferré.  En  cuanto  á  Ri- 
vera tenía  un  plan  más  vasto  y  trascendental.  Los 
hombres  de  mi  generación,  y  los  que  vengan  en  pos 
apreciarán  los  motivos  que  empujaban  á  Rivera  á  hacer 
la  guerra,  no  á  Rozas,  sino  á  la  Confederación  Argen- 
tina; y  si  profesan  la  creencia  en  la  integridad  de  la 
patria,  deducirán  necesariamente  á  la  vista  de  los  hechos 
y  de  los  documentos,  que  Rivera  hizo  de  consuno  con 
los  dirigentes  del  partido  unitario  cuanto  pudo  por  romper 
«sa  integridad  con  miras  egoístas ;  y  que  si  no  lo  consiguió 
fué  debido  á  la  influencia  esencialmente  argentina  del  ge- 
neral Juan  Manuel  de  Rozas.  Es  el  primer  general  del 
partido  unitario,  el  que  orienta  en  ese  camino  ingrato  para 
los  argentinos  que  lo  recorrieron.  Él  fué  el  primero  en 
protestar  desde  lo  íntimo  de  su  patriotismo  herido  contra 
ese  tráfico  vergonzoso  de  la  nacionalidad  argentina,  la  cual 
llegó  á  ponerse  en  subasta  en  cambio  del  oro  y  de  los  caño- 
nes de  la  Inglaterra  y  de  la  Francia,  ostensiblemente  para 
« hacerle  la  guerra  al  tirano  Rozas »,  pero  en  realidad 
para  servir  las  pretensiones  de  Rivera  y  colmar  los  in- 
tereses egoístas  de  esas  dos  grandes  potencias.  Es  el 
oeneral  Paz  quien  ha  dejado  estampadas  en  sus  Memo- 
rias postumas,  reputadas  por  sus  antiguos  partidarios 
«como  un  texto  bíblico  »,  marcas  de  fuego  c^ue  acusarán 


(1)  véase  Paz,  Memorias  'postumas,  tomo  citado. 

TOMO  III.  24 


siempre,  y  que  iiccesariaiiiente  explican  los  actos  de 
represión  del  gobierno  de  la  Confederación  Argentina  en 
esa  época. 

Desde  que  Rivera  pisó  Entre  Ríos  manifestó  sin  em- 
bozo sus  intenciones,  obrando  como  arbitro  de  la  paz  y 
de  la  guerra,  y  tratando  de  subordinar  á  Paz  con  la 
ayuda  de  Ferré,  quien  se  dejaba  conducir  ciegamente 
por  él,  ó  era  su  cómplice.  Aunque  en  su  primera  nota 
al  general  Juan  Pablo  López  le  dice  que  se  pondrá  de 
acuerdo  con  él  y  con  esos  jefes,  ya  le  declara  que  al  ocu- 
par Entre  Ríos  se  halla  irrevocablemente  resuelto  á  no 
dejar  las  armas  hasta  haber  destruido  completamente 
el  poder  de  los  tiranos.  (/)  Y  todas  sus  medidas  ten- 
dieron á  ahondar  las  divisiones  y  apadrinar  los  caudille- 
jos  obscuros  y  reacios,  lanzándolos  á  que  aumentaran  las 
montonera.s  de  Santa  Fe  y  hasta  armándolos  para  que 
hiciesen  lo  mismo  en  Entre  Ríos  (^).  Por  estos  medios 
tan  familiares  á  la  escuela  del  caudillaje  en  que  se  había 
creado,  creía  cimentar  su  prestigio  y  conseguir  oportu 
ñámente  la  realización  de  sus  miras.  De  aquí  resultaba 
que  las  medidas  que  tomaba  Paz  para  proseguir  la 
guerra  encontraban  un  fuerte  obstáculo  en  Rivera,  no 
porcjue  Rivera  ^las  reputase  malas  en  el  fondo,  sino 
porque  las  desautorizaba  sistemáticamente,  para  suble- 
varle resistencias,  con  ser  que  Paz  ejercía  la  autoridad 
militar  de  la  provincia.  Y  lo  mismo  que  en  lo  político 
procedía  en  lo  administrativo  y  lo  meramente  civil.  «El 
hombre  que  se  producía  de  esta  manera,  dice  el  general 
Paz  C ),  asolaba  y  robaba  al  país  escandalosamente  por 
medio  de  sus  paniaguados,  en  términos  que  por  todo  el  te- 


(')  Notas  (le    Rivera   desde  su   cuai'te'   ^^eneral  de    la  Barra  del 
Salto.     Se  publicaron  en  Entre  Ríos  y  Santa   Fe  en  hoja  suelta. 

(2)  Véase  Memorias  postumas,  tomo    iv,    pág.  25  y  27. 

(3)  Véase  Memorias  postumas,  tomo  iv,  pái^-.  26. 


—  371  — 

rritorio  que  había  dejado  á  su  espalda,  no  se  veían  sino  esos 
arreos  clandestinos  de  ganado,  mulada  y  caballada  que  tan 
hábilmente  saben  practicar  nuestros  gauchos  y  los  orienta- 
les que  es  lo  mismo.  »  C)  La  resolución  de  Ferré  de  reti- 
rarse á  Corrientes  con  su  ejército,  dejando  á  Paz  sin 
fuerzas  en  medio  de  una  población  hostil  á  los  unita- 
rios, y  á  López  aislado,  vino  en  apoyo  de  las  preten- 
siones de  Rivera;  porque  era  claro  que  primando  su 
influencia  en  Entre  Ríos,  López  tendría  que  echarse  en 
sus  brazos,  y  Paz  se  vería  obligado  á  dejarle  libre  la 
escena  en  que  actuaba  con  dificultades  cada  vez  mayo- 
res. Y  esto  fué  lo  que  sucedió.  Obligado  Paz  á  crear  y 
organizar  algunas  fuerzas  para  sostenerse,  y  no  ofre- 
ciéndole ventajas  la  posición  del  Paraná,  delegó  el  go- 
bierno en  el  comandante  Seguí,  y  con  los  prisioneros  de 
Caaguazú,  únicos  soldados  que  dejó  Ferré,  y  un  cuadro 
de  jefes  y  oficiales  fieles,  se  dirigió  á  Gualeguay  donde 
el  general  Núñez  tenía  reunida  una  división  como  co- 
mandante general  del  departamento  al  este  de  dicho  río. 
Allí  pensaba  establecer  su  cuartel  general.  Rivera  no 
disimulaba  la  aversión  que  le  inspiraba  Núnez,  presti- 
gioso jefe  entrerriano,  que  estaba  muy  lejos  de  pres- 
tarse á  sus  pretensiones.  (-) 

La  incorporación  de  Paz  con  Núñez  podía  llegar  á 
ser  un  fuerte  obstáculo  para  él.  Paz  se  encontraría 
desde  luego  con  1500  hombres:  distribuiría  sus  prisio- 
neros entrerrianos  en  cuerpos  que  organizaría  como  él 
sabía  hacerlo:  su  renombre  militar  le  facilitaría  el  camino 


(')  El  general  César  Díaz,  distinguido  oficial  de  Paz  y  de  Ri- 
vera, habla  también  de  las  dilapidaciones  de  este  iiltimo.  (Véase 
Memorias  inéditas,  pág.  51. "i 

(-)  Rivera  solía  quejarse  de  que  Núñez  se  separó  de  su  ejército 
para  ir  al  del  general  Lavalle.  Pero  esta  inconsecuencia,  si  es  que 
la  había,  Núñez  la  compensó,  pues  es  sabido  (jue  á  él  deljíó  la  ventaja 
relativa  que  obtuvo  Rivera  en  la  batalla  de  Cagancha. 


—  872  — 

sobre  esta  base  segura:  inspiraría  respeto  al  enemigo;  y 
lo  demás  lo  dirían  el  tiempo  y  los  sucesos.  Entretanto, 
él  no  podría  adelantar  en  sus  soñados  proyectos.  Calcu- 
lando así.  Rivera  procedió  como  había  procedido  con 
los  cuerpos  del  ejército  republicano  en  campaña  sobre 
el  Brasil;  como  procedió  siempre  para  dominar  solo  y 
exclusivo,  esto  es,  resolviendo  atacar  al  general  Núñez 
para  quitarse  el  obstáculo  que  le  incomodaba!...  Al 
efecto  convocó  á  sus  jefes  principales  á  una  junta  de 
guerra,  en  la  costa  del  Uruguay,  y  se  esforzó  en  con- 
vencerlos de  la  necesidad  de  llevar  á  cabo  ese  ataque. 
Felizmente  los  coroneles  Fortunato  Silva,  Bernardino 
Baez  y  otros  se  negaron  rotundamente  á  ello,  y  Rivera 
se  vio  en  el  caso  de  no  insistir  temiendo  las  consecuen- 
cias de  ese  hecho  que  se  hizo  público,  por  otra  parte.  C) 
Con  todo,  Paz  le  comunicó  su  marcha  y  hasta  soli- 
citó de  él  unos  300  hombres  para  poder  cruzar  por 
departamentos  que  eran  recorridos  por  fuertes  partidas 
federales.  Ya  se  comprenderá  que  Rivera  no  pensó  en 
mandárselos  aunque  le  prometió  hacerlo.  Rodeado  de 
enemigos,  Paz  pudo  llegar  á  Nogoyá  el  2  de  abril.  Esa 
misma  mañana  la  pequeña  división  de  los  coroneles 
Velasco  y  Baez  fué  completamente  derrotada  con  el  co- 
mandante Paez,  que  era  uno  de  los  que  el  mismo  Rivera 
había  auxiliado  para  que  mantuviese  la  resistencia  al 
nuevo  gobierno  de  Entre  Ríos,  como  ya  queda  dicho. 
Paz  apresuró  consiguientemente  su  marcha,  la  cual  po- 
día convertirse  en  el  primer  momento  en  la  más  desas- 
trosa retirada,  pues  el  comandante  Paez  lo  perseguía 
por  la  derecha  con  más  de  quinientos  hombres,  pasados 
en  su  mayor  parte  de  la  división  de  Velasco;  y  el  coman- 
dante    Crispín     Velásquez    lo     hacía     por    la  izquierda 

(^)    véase  Memorias  pósliimas,  loino  iv,  pág.  49. 


con  milicias  que  le  eran  adictas.  Á  poco  andar  suble- 
váronse los  prisioneros  entrerrianos  y  su  fuerza  quedó 
reducida  á  poco  más  de  60  hombres  en  su  mayor  parte 
jefes  y  oficiales,  con  los  cuales  llegó  á  Gualeguay.  (') 
Aquí  supo  que  Rivera  no  sólo  no  pensó  enviarle  un 
hombre,  sino  que  había  comisionado  al  comandante  fe- 
deral Ereñú  para  que  indujese  á  Crispín  Velásquez,  Paez 
y  demás  jefes  en  armas,  á  que  se  entendiesen  con  él 
directamente.  Á  pesar  de  esta  significativa  conducta  de 
Rivera,  Paz  no -pudo  menos  que  ir  á  reunírsele,  pues  de 
otra  manera  corría  riesgo  de  caer  con  los  que  le  acom- 
pañaban en  manos  de  sus  enemigos.  (') 

Así  destruía  Rivera  las  influencias  argentinas  en  el 
litoral  para  crear  la  suya  omnipotente  y  «poder  reali  ■ 
zar  su  proyecto  favorito  de  incorporar  las  provincias  de 
Entre  Ríos  y  Corrientes  á  la  República  del  Uruguay, 
y  la  de  San  Pedro  del  sur  que  depende  del  Brasil,  y 
el  Paraguay,  con  lo  que  quedaba  redondeada  la  nueva 
nación»,  como  lo  dice  el  general  Paz.  Sólo  Ferré  pare- 
cía no  alcanzar  ese  proyecto,  y  eso  que  existían  de 
antiguo  antecedentes  que  podían  iluminarlo.  Había  otros 
que  lo  negaban  ostensiblemente,  ó  cuando  más,  decla- 
raban que  ello  era  un  medio  para  debilitar  el  poder  de 
Rozas.  Éstos  eran  los  emigrados  argentinos  influyentes, 
que  agotaron  en  ese  sentido  todos  los  recursos  de  una 
diplomacia  tenebrosa,  explotando  las  tradicionales  ambi- 
ciones del  Imperio  vecino  del  Brasil;  subordinando  lo  mis- 
mo que  pensaban  crear  al  interés  de  la  Inglaterra  y  de  la 
Francia;  y  llamando  á  sí  á  todos  los  ilusos  y  á  los  demás 
ambiciosos  con  las  ventajas  excepcionales  que  aseguraba 


( ' )    Memorias  postumas,  tomo  iv,  pág.  75. 
( 2 )  Memorias  postumas,  tomo  iv,  pág.  7.5. 


-  37i  — 

ese  proyecto,  las  cuales  reunieron  en  nn2imemoríc¿  ('j  como 
para  mostrar  que  habían  estudiado  concienzudamente 
la  conveniencia  de  romper  la  integridad  de  su  patria!... 

No  era  esta  trama  vergonzante  lo  que  más  desorien- 
taba al  general  Paz;  ni  tampoco  el  que  se  subordinase 
á  ella  el  interés  general  de  la  revolución  contra  el  go- 
bierno de  Rozas,  excluyéndolo  consiguientemente  á  él 
que  la  condenaba.  Lo  que  realmente  mortificaba  su  espí- 
ritu, según  lo  deja  ver  en  sus  Memorias,  era  la  ciega 
obcecación  de  Ferré  que  le  arrebataba  el  medio  de  des- 
baratar esa  trama  que  desprestigiaba  la  revolución.  Ese 
medio  lo  indicaba  el  simple  buen  sentido;  y  consistía 
en  que  Ferré  pusiese  sin  reserva  el  ejército  correntino 
bajo  la  dirección  de  Paz,  y  ayudase  al  general  Juan 
Pablo  López,  quien  estaba  en  un  todo  de  acuerdo  con 
este  último,  á  organizar  el  suyo,  para  que  al  frente  de 
doce  ó  quince  mil  soldados  del  litoral  emprendiesen  la 
campaña  sobre  Buenos  Aires.  Y  que  Ferré  tenía  noticia 
del  plan  de  Rivera  lo  dicen  sus  propias  comunicaciones 
que  originales  poseo.  Quizá  no  le  daba  importancia, 
ó  pensaba  en  su  petulancia  poder  contrarrestarlo. 

Reveláronle  ese  plan  algunos  de  los  jefes  correntinos 
que  Rivera  había  retenido  en  su  ejército.  En  seguida 
fué  el  mismo  Rivera  quien  le  dejó  ver  cuáles  eran  sus 
intenciones,  al  anticiparle  que  acreditaría  un  enviado 
para  arreglar  la  cuestión  sobre  las  Misiones ;  bien  que 
sincerándose  de  las  voces  que  corrían  sobre  sus  pre- 
tensiones á  Corrientes.  La  respuesta  de  Ferré  fué  patrió- 
tica y  terminante  en  el  sentido  de  los  intereses  argen- 
tinos. «Jamás  he  prestado  ascenso  decisivo  á  las  z>?c?//- 


(^j  El  fieneral  Paz  hace  referencia  á  esa  tnemoriay  hasta  deja 
aflivinar  que  fué  el  doctor  Florencio  Várela  quien  la  redactó.  (  Véase 
Memorias  postumas,  iv,  pág.  227.) 


—  375  — 

paciones  vertidas  generalinente~<é\\  lo  exterior  contra  ese 
Estado,  sobre  aspiraciones  relativas  á  esta  provincia, 
de  que  V.  me  hace  referencia,  le  escribía  el  8  de  julio 
de  1841,  y  si  ella  en  las  críticas  circunstayicAas  se  ha 
puesto  en  guardia^  esta  es  obra  de  la  prudencia  precau- 
tiva  al  golpe  de  luz  comunicado  por  hechos  inequí- 
vocos que  diametralmente  se  oponen  á  su  juicio  parti- 
cular.» Y  es  en  fuerza  de  estos  hec/ios  inec/uívoros  que  el 
gobernador  Ferré  rechaza  la  pretensión  de  Rivera  de  cele- 
brar arreglos  respecto  de  Misiones;  y  establece  que  esto  es 
del  resorte  del  Congreso  Nacional,  agregando  «que  seeoi- 
clenria  cuan  repugnante  debe  ser  la  ingerencia  que  pre- 
tende tomar  el  gobierno  oriental,  extranjero  en  la  República, 
sea  cual  sea  la  forma  que  quiera  culoptar  )k  (V) 

Aislado  é  impotente  en  Entre  Ríos,  Paz  no  pudo  menos 
que  abandonar  esta  provincia  después  de  celebrado  (abril 
de  1842)  el  tratado  llamado  de  Galarza,  que  suscribie- 
ron los  señores  Bustamante,  Derqui  y  Crespo,  á  nombre 
del  Estado  Oriental,  Entre  Ríos  y  Santa  Fe.  y  por  el 
cual  se.  daba  á  Rivera  la  dirección  de  la  guerra,  mando 
en  jefe  de  todas  las  fuerzas,  facultad  de  celebrar  trata- 
dos, etcétera.  Pero  al  alejarse  pensó  que  no  estaba  per- 
dido todo  si  Ferré  volvía  sobre  sus  pasos  y  consentía 
confiarle  el  ejército  y  recursos  dtí  Corrientes  á  él.  que 
levantaba  encima  de  las  aspiraciones  desembozadas  de 
Rivera,  los  intereses  de  la  nacionalidad  argentina.  En 
este  sentido  dio  instrucciones  á  su  ministro  y  amigo,  el 
doctor  Santiago  Derqui  (-),  el  cual  se  dirigía  á  Corrien- 


(1)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 

(2)  El  doctor  Santiago  Derqui  fué  uno  de  los  personajes  más 
conspicuos  de  la  revolución  unitaria  en  el  litoral.  Inteligencia  vigo- 
rosa, aunque  poco  nutrida  de  estudios  serios,  y  carácter  elevado, 
cuyo  rasgo  prominente  era  la  invariable  honorabilidad  do  sus  pro- 
cederes, el  doctor  Derqui  fué  en  Córdoba,  en  Corrientes  y  en  Entre 


—  n7(;  — 

tes  con  el  objeto  de  hacerle  suscribir  á  este  gobierno- 
fl  tratado  de  (ialarza.  Un  hombre  como  Derqui  no  podía 
ignorar  los  hechos  tal  como  se  pasaban.  Partiendo  de 
ellos  le  hizo  sentir  á  Ferré  todo  el  peso  de  las  respon- 
sabilidades que  se  echaba  encima,  abatiendo  por  sus 
manos    la   más  fuerte,  la   única  influencia  argentina,  y 


Ríos,  el  propagandista,  el  tribuno,  el  hombre  de  pensamiento  y  de 
acción  de  la  causa  (jue  represcntal)a  el  general  Paz,  de  quien  era 
además,  su  amigo  intimo  y  su  consejero.  Así  lo  declara  en  sus 
Memorias  el  general  Paz,  tan  pai-co  en  elogios  como  justiciero  en 
el  fondo  de  sus  apreciaciones.  Va\  todos  los  actos  de  su  larga  y  lalx)- 
riosa  carrera  pública,  el  doctor  Derqui  fué  el  mismo  hombre,  austero 
y  honorable,  de  la  escuela  de  Paz;  á  bien  que  desde  muy  joven  se 
distinguió  por  cierta  rigidez  de  carácter  que  se  dibujaba  en  su  fiso- 
nomía adusta,  en  su  talante  taciturno  y  en  su  voluntario  aparta- 
miento del  común  de  las  gentes,  todo  lo  cual  no  impedia  que  en  la 
i<itimidad  tuviese  arranques  de  niño,  como  el  de  insistir  para  que 
se  le  narrase  una  historieta;  ó  inclinaciones  de  estudiante  novel,, 
como  la  de  su  conocida  afición  por  las  novelas.  En  Córdoba,  su  pro- 
vincia natal,  ocupó  elevados  puestos  en  la  magistratura,  tocándole 
en  1832  presidir  el  tribunal  acl  hoc  en  el  célebre  recurso  de  fuerza 
promovido  por  el  cura  de  Río  Cuarto  doctor  Valentín  Tisera,  contra 
el  lllmo.  obispo  don  Benito  Lascano.  Restablecido  el  partido  federal 
en  Córdoba,  el  doctor  Derqui  siguió  al  general  Paz,  asociando  su 
nombre  á  los  trabajos  de  este  benemérito  argentino.  En  el  decurso 
de  este  capitulo  se  ha  visto  cómo  Derqui  inspirado  en  el  sentimiento 
argentino  cruzó  mientras  le  fué  posible  los  planes  anexionistas  de 
Rivera  y  sus  aliados;  y  cómo  cayó  dignamente  con  Paz  cuando  Ferré 
separó  á  este  último  de  la  escena,  en  obsequio  á  esos  planes.  En 
Entre  Ríos  fué  ministro  del  general  Paz;  en  Corrientes  ministro  tam- 
bién, asesor  de  gobierno,  redactor  d3  Et  Nacional  (1841-1842)  y  de 
El  Pacificador  (1846).  Después  de  la  batalla  de  Vences,  él  dirigió 
todos  sus  afanes  para  que  se  le  diese  á  Paz  el  mando  en  jefe  del  ejér- 
cito que.  según  las  negociaciones  iniciadas  á  la  sazón,  debían  levan- 
tar las  provi?icias  del  litoral  contra  Rozas.  Pero  cuando  en  vez  de 
procederse  asi,  Urquiza  entró  en  arreglos  con  el  Brasil;  cuando  fué 
ya  un  hecho  de  que  los  vencidos  en  Cutizaingó  y  los  orientales  se 
unían  a  dos  provincias  argentinas  para  venir  á  guerrear  contra  ar- 
gentinos, el  doctor  Derqui  se  alejó  de  la  escena  siguiendo  el  noble 
ejemplo  de  Paz,  (|uien  no  quiso  hacerse  cómplice  de  esa  alianza  ver- 
gonzosa. Derrocado  Rozas  por  esta  alianza,  y  promovida  la  organiza- 
ción nacional  sobre  las  bases  emanadas  del  Acuerdo  de  Saíi  Xicolás 
que  presidió  el  general  Urquiza,  el  doctor  Der(|ui  fué  elegido  diputado 
p(jr  Córdoba  al  (^)ngreso  general  constituyente  reunido  en  Santa  Fe, 
y  después  presidente  de  ese  cuerpo  hasta  el  (>  de  marzo  de  1854,  en 
(|ue  se  disolvió  el  Congreso  á  consecuencia  de  la  elección  de  presidente 
y  vicepresidente  de  la  República.  En  esa  misma  fecha  fué  nombrado 
ministro  de  justicia,  culto  é  instruccicHi  })ública  de  la  Confederación 
Argentina  ;  v  en  27  de  octubre  del  mismo  año  de  1854  ministro  del 


^^.^-^^^^ 


.^^ 


levantando  virtualniente  la  influencia  extranjera  y  absor- 
bente de  Rivera.  En  el  mismo  orden  de  ideas  les  habló 
á  algunos  amigos  del  gobernador;  y  consiguió  traer  á 
este  último  al  buen  camino.  Pero  Ferré,  aunque  patrio- 
ta á  su  modo,  era  ante  todo  un  carácter  obstruso,  que 
con  la  soberbia  de  la  incapacidad  vencida  se  revelaba 
contra  el  propio  convencimiento  que  llevasen  á  su  espí- 
ritu los  esfuerzos  más  grandes  del  raciocinio  y  de  la 
lógica.  Después  de  haber  discutido  largamente  las  res- 
pectivas posiciones  de  los  que  dirigían  los  sucesos   en 


interior  por  renuncia  del  doctor  José  B  Gorostiaga.  Haciéndose 
justicia  á  sus  antecedentes  y  á  sus  sentimientos  verdaderamente 
argentinos,  fué  comisionado  á  poco  con  el  doctor  Salvador  ]\I.  del 
t'arril  para  que  arreglase  el  tratado  entre  la  Confederación  y  Buenos 
Aires  de  8  de  enero  de  1855.  Desde  su  ministerio  del  Interior,  ó  como 
comisionado  para  arreglar  diferencias  entre  las  provincias,  mostró 
cumplidamente  sus  aptitudes  para  dirigir  con  altura  y  honorabili- 
dad los  negocios  públicos,  ya  acallando  esas  rencillas  con  la  pru- 
dencia y  la  justicia,  ya  vinculando  su  nombre  á  adelantamientos 
que  la  guerra  civil  y  extranjera  había  venido  retardando.  Sus  con- 
ciudadanos lo  eligieron  presidente  de  la  Confederación  Argentina, 
cargo  que  desemi)eñó  desde  el  6  de  marzo  de  1860  hasta  mediados 
de  septiembre  de  1861  en  que  fué  derrocado  á  consecuencia  de  la  vic- 
toria de  Pavón  que  obtuvo  el  ejército  de  Buenos  Aires  contra  el 
de  la  Confederación.  Desde  entonces  se  retiró  á  la  vida  privada  en 
Corrientes.  Los  hombres  públicos  que  dirigieron  la  evolución  subsi- 
guiente á  la  batalla  de  Pavón  lo  relegaron  á  un  olvido  tanto  más 
injustificable,  por  no  decir  innoble,  cuanto  que  la  mayor  parte  de 
los  hombres  que  habían  colaborado  con  Derqui  en  el  orden  derro- 
cado fueron  colocados  en  altos  puestos  de  la  nueva  administración 
del  general  ]\Iitre.  Derqui  no  habló,  á  pesar  de  que  lo  fustigaron  en 
la  prensa  dominante ;  no  les  pidió  á  los  hombres  del  poder,  sus  an- 
tiguos compañeros  de  propaganda  y  de  lucha.  í^ncerrado  en  un 
silencio  soberbio;  pobre  como  había  bajado  del  poder,  sobrellevó 
dignamente  el  olvido  y  la  miseria,  muriendo  el  5  de  septiembre  de 
18()7.  El  cuerpo  exánime  del  tercer  presidente  de  la  República  Ar- 
gentina, permaneció  insepulto  algunos  días,  porque  menos  feliz  que 
af|uel  griego  que  decia  que  no  quena  invertir  en  contestar  las  dia- 
tribas de  la  pasión  contemporánea  el  único  dinero  que  conservaba 
para  pagar  su  sepultura,  el  doctor  Derqui  no  tuvo  cómo  costeár- 
sela. Como  Deniui  desaparecen  los  caracteres  que  se  levantan  en  la 
República  Argentina,  tan  susceptible  de  exaltar  á  los  que  la  moda 
extraña  exalta,  y  tan  fácil  de  ser  conducida  por  un  atavismo  sinies- 
tro que  desahoga  sus  pasiones  á  pretexto  de  repartir  una  justicia 
contemporánea,  adjudicándose  una  autoridad  tanto  más  sospechosa 
cuanto  que  es  parte  en  el  asunto. 


—  :;78  — 

el  litoral;  de  ni)  jioder  iiuíiios  que'  asentir  á  la  coiive- 
nieiicia  que  liábía  en  robustecer  y  prestigiar  la  del  <fe- 
neral  Paz;  y  cuando  Derqni  creía  haberlo  convencido 
de  la  necesidad  y  del  deber  en  que  estaba  de  proceder 
como  habría  procedido  en  su  caso  cualquiera  que  se 
diese  cuenta  cabal  de  sus  compromisos  políticos  y  hasta 
de  su  propia  conservación.  Ferré  no  sólo  rehusó  enten- 
derse con  Paz,  sino  que  le  negó  hasta  el  derecho  de 
celebrar  tratado  alguno  á  nombre  de  Entre  Ríos,  desató 
todas  sus  furias  contra  Derqui.  y  desahogó  como  siem- 
pre sus  querellas  con  Pavera. 

«Después  de  serias  reflexiones,  le  escribía  á  Rivera 
<en  3  de  junio  de  1842,  para  reconocer  autoridad  bas- 
tante en  los  señores  generales  Paz  y  López  como  gober- 
nadores el  primero  de  Entre  Ríos  y  el  segundo  de 
Santa  Fe,  y  i)legarse  al  tratado  de  Galarza,  he  tenido 
que  paralizar  la  marcha  que  me  conducía  á  este  objeto, 
porque  no  encuentro  en  ellos  ia  realidad  de  sus  desti- 
nos (!)  para  poder  celebrar  convenciones  entre  gobiernos 
legalmente  constituidos.»  Pero  más  que  la  legalidad  del 
gobierno  de  Paz,  tan  dudosa  como  la  del  cjue  ejercía 
él  mismo,  irritaba  á  Ferré  el  hecho  de  que  Derqui 
hubiese  comunicado  á  hombres  respetables  de  Corrientes 
todo  el  plan  de  Rivera  y  los  medios  insidiosos  de  que 
éste  se  valía  para  anular,  de  acuerdo  con  Ferré,  la  per- 
sonalidad política  y  militar  de  Paz  que  era  el  centro 
natural  de  la  revolución  argentina  en  el  litoral;  y  de 
que  esos  hombres  decididos  y  bien  intencionados  no 
hubiesen  ocultado  las  alarmas  que  les  inspiraba  el  giro 
c^ue  tomarían  los  sucesos  dirigidos  por  Rivera.  Por  esto 
agregaba  en  su  nota:  «Sobre  estas  urgentes  cualidades 
se  aglomeraban  muchas  más  i)ara  no  podernos  entender 
con  el  doctor  Derqui.  Su  conducta  púl)lica  y  privada  ha 
tocado  los   extremos:   i/n   idioma  descortés  (!)   ha  usado 


—  ¿579  — 

en  sus  reuniones  yura  hacer  decaer  los  prestigios  de  la 
autoridad...  ha  puesto  al  vecindario  y  al  ejercito  en  asecho; 
lo  ha  prevenido,  prornulyando  ideas  y  dando  noticias  falsas 
por  el  deseo  de  alarmar.»  (')  En  la  carta  reservada  de 
la  misma  fecha  3  de  junio,  le  manifiesta  á  Rivera  todo 
cuanto  puede  aglomerar  contra  el  doctor  Derqui. . .  «Antes 
de  tratar  nada,  le  dice,  ya  emi^ieza  á  infundir  desconfian- 
zas contra  usted  mismo,  atribuyéndole  aspiraciones  á 
disponer  de  la  República...»  Lo  que  no  impide  que  lo 
inste  á  avenirse  al  tratado  que  celebraron  poco  después, 
«  para  tapar  la  boca  á  todos  y  mucho  más  á  los  que  alar- 
man á  los  pueblos  con  las  pretensiones  que  suponen  en 
usted. »  (-)  En  seguida  cortó  toda  relación  con  Derqui  y 
le  dio  pasaporte  para  fuera  de  la  Provincia,  comunicán- 
doselo así  á  Rivera.  (^) 

Después  de  esto  ya  no  le  quedaba  al  general  Paz  más 
que  salvar  de  un  modo  indubitable  y  terminante  su  res- 
ponsabilidad como  argentino  y  como  soldado,  para  no 
aparecer  colaborando  en  esa  trama  siniestra  que  tenía 
por  objeto  romper  la  integridad  de  su  patria,  y  la  cual 
dirigían  argentinos  extraviados  y  orientales  de  nota  en 
exclusivo  provecho  de  Rivera.  Á  tal  efecto  le  dirigió  al 
gobernador  de  Corrientes  una  nota  memorable  que  sienta 
desde  luego:  «Cuando  fui  llamado  á  reincorporarme  á 
los  valientes  del  ejército  correntino,  para  combatir  contra 
el  tirano,  contesté  que  nada  me  sería  más  grato  si  veía 
asegurada  la  nacionalidad  del  objeto  de  la  guerra,  y  orga- 
nizada la  revolución  de  modo  que  jyudiera  consultar  y 
defender  los  verdaderos  intereses  argentinos. »  Refirién- 
dose á  las  conferencias  habidas  con  motivo  del  tratado 


(^)    Vlanuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(-)    Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(3)    Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  880  — 

de  Giilai'za,  declara:  a  El  excelentísimo  señor  general  López 
y  yo  estuvimos  de  perfecto  acuerdo,  y  animados  de  senti- 
mientos verdaderamente  argentinos ;  pero  el  excelentísimo 
señor  gobernador  don  Pedro  Ferré  hizo  á  todo  nna  alar- 
mante resistencia,  fnndada  en  la  no  oportunidad  que  él 
concebía  para  centralizar  la  revolución,  y  en  otras  (¡ue  él 
dijo  no  podía  expresar  en  aquel  acto.  »  Paz  conoce  las 
causas  de  esta  resistencia.  Son  las  mismas  que  destruyó 
el  doctor  Derqui  en  nombre  del  patriotismo  y  del  honor, 
durante  las  conferencias  que  celebró  con  Ferré  y  con 
varios  personajes  notables  de  Corrientes.  Por  esto  agrega: 
«Creo  conocer  muy  bien  esas  razones  reservadas,  entre  otras 
cosas,  por  el  hecho  mismo  de  la  reserva;  y  creo  también 
por  una  consecuencia  legítima  (¿ue  los  intereses  argentinos 
no  están  consultados ,  ni  garantida  la  nacionalidad  en  la 
guerra  contra  el  tirano.  Tal  es  mi  opinión;  y  este  con- 
vencimiento que  no  puedo  deponer,  me  ha  determinado  á 
separar  completamente  mi  persona  de  la  actuai  lucha. 
«iV/2  honor,  la  nacionalidad  de  mis  principios,  y  lo  más 
caro  de  mis  deberes  como  argentino,  no  me  permiten 
derramar  una  gota  de  sangre  de  mis  compatriotas,  si  no 
es  con  el  exclusivo  objeto  de  restituirles  una  patria  libre  y 
un  régimen  legal  que  haga  la  garantía  de  su  bienestar,  ('j 
Así  fué  como  la  figura  austera  del  general  José  Ma- 
ría Paz  protestó  desde  la  altura  de  su  patriotismo  contra 
la  traición  á  la  patria  que  fraguaban  argentinos  extra- 
viados; así  es  como  se  levantan  los  grandes  caracteres 
á  través  de  las  miserias  que  dotan  y  contaminan  en 
las  épocas  de  descomposición  y  de  lucha.  Él  supo  afron- 
tarlo todo,  hasta  el  ludibrio  que  le  arrojaron  sus  ingra- 
tos copartidarios  siguiendo  el  carro  triunfal  de   Rivera 


(')  Manuscrito  en   mi  arcliivíj.    La   nota    está  legalizada  por  el 
doctor  Derqui.   (Véase  el  apéndice.) 


—  381  — 

que  debía  desbaratar  todos  los  recursos  del  litoral  en 
la  jornada  del  Arroyo  Grande.  Él  se  sobrepuso  á  la 
injusticia,  como  se  había  sobrepuesto  Echevarría,  el 
espíritu  más  puro,  más  robusto  y  más  virtuoso  que 
surgió  de  la  revolucirjn  contra  Rozas. 


CAPÍTULO  XLIV 


ROZAS    Y    r.A    MEDIACÍÜX    AXGLOFRANCESA 


(1842J 


Sumario:  I.  Posición  <li'  Rivera  después  de  la  separación  de  Paz.  —  II.  Coaliciones 
estranjiu-as  contra  el  gobierno  de  Rozas :  posiciones  radicales  en  que  se 
mantiene  el  partido  federal.  —  111.  Las  escenas  sangrientas  del  año  1842. — 
IV.  La  prensa  de  Montevideo  y  los  degüellos  déla  Mazorca:  los  que 
coniponianla  Socí'erfñíí  Po/jular  Restauradora. — V.  Desmentido  del  cuerpo 
diplomáticü  de  Buenos  Aires  respecto  de  los  degüellos:  cómo  los  desautoriza 
la  prensa  de  Buenos  .\ires. — VI.  Efectos  de  las  coaliciones  :  las  clases  cul- 
tas y  acomodadas.  —  VII.  Suscripción  de  los  vecindarios  para  los  gastos  de 
la  guerra.  —  VIII.  Ventajas  del  ejército  federal  cu  Santa  Fe.  —  IX.  Los 
unitarios  riveristas  eclian  de  menos  á  Paz  cuando  Oribe  marcha  sobre  Entre 
Ríos.  —  X.  El  ejército  de  Rivera  y  los  despilfarres  de  éste  según  Paz. — XI. 
Iniciativa  que  ante  el  peligro  toman  los  riveristas  de  Montevideo:  Rivera 
se  traslada  á  esta  ciudad.  —  XII.  La  escuadra  de  Rivera  :  cómo  pasa  Ga- 
ribaldi  por  Martín  García:    presas  que  ilVctiKi  en  las  aguas  del  Paraná. — 

XIII.  Combate  naval  de  Costa  Brava:  'Iniliildi  acodera  sus  buques,  y 
atrinchera  en  tierra  su  infantería:  los  kH'I  i'li'i  io:i  i-inas  Mariano  y  Bartolomé 
Cordero:  Brown  destruye  en  un  suln  i-uinliiite  el  poder  marítimo  de  Rivera. 

XIV.  El  parte  de  Brown  y  las  hi]i('i-lio|(s  de  Garibaldi  y  de  Rivera  Indartc . 
— XV.  Impotencia  de  Rivera  y  sus  ;ilinilii.s:  nuevos  rumbos  en  que  entran 
los  ii//!in/fiifi's  de  Montevideo  y  la  Comisión  Argentina.— XVI.  La  media- 
ción ;i  iiLTlníiMucesa:  tentativa  anterior  del  ministro  de  S.  M.  B.  — XVII. 
Manejos  y  cálculos  de  la  Comisión  Argentina  y  del  gobierno  de  Montevi- 
deo. —  XVIII.  Mediación  que  en  tono  de  amenaza  ofrecen  al  gobierno  ar- 
gentino los  ministros  de  Inglaterra  y  Francia  conjuntamente.  —  XIX.  El 
gobierno  de  Montevideo  solicita  de  los  mediadores  una  verdadera  interven- 
ción armada.  —  XX.  Reticencias  del  mismo  gobierno  al  insistir  en  que 
desembarquen  en  Montevideo  fuerzas  inglesas  y  francesas.  —  XXI.  Estí- 
mulos que  él  mismo  brinda  á  los  mediadores  para  que  declaren  que  sus 
gobiernos  no  serán  indiferentes  á  la  continuación  de  la  guerra.  —  XXII. 
Circunstancias  que  contribuyen  á  que  Rozas  rechace  la  mediación  en  la 
forma  propuesta.  —  XXIII.  Respuesta  del  gobierno  argentino  á  los  media- 
dores. —  XXIV.  Hechos  que  pone  de  relieve  la  nota  del  ministro  Arana  al 
rechazar  la  mediación.  —  XXV.  La  legislatura  aprueba   la    conducta    del 

Soder  ejecutivo.  —  XXVI.  Respuesta  de  Rozas  á  la  amenaza  de  los  media- 
ores.  —  XXVII.  Porqué  Rivera  tomó  rápidamente  la  ofensiva  en  territorio 
argentino.  — XXVIII.  Cómo  la  escena  entre  Rozas  y  Mande ville  explica 
la  seguridad  de  triunfo  que  llevaba  Rivera.  —  XXIX.  Oribe  se  aproxima  al 
Arroyo  Grande.  —  XXX.  Batalla  del  Arroyo  Grande  :  formación  de  ambos 
ejércitos:  las  cargas  de  la  caballería  de  Rivera:  carga  á  la  bayoneta  de 
los  federales  :  derrota  completa  de  Rivera:  persecución  que  le  hace  Oribe. 
XXXI.  Consecuencia  trascendental  de  la  victoria  de  Arroyo   Grande. 


Separado  Paz  del  litoral  por  no  arrostrar  las  res- 
ponsabilidades de  los  que  trabajaban  la  segregación  de 
Entre  Ríos  y  Corrientes  en  proveclio  de  Pavera,  éste 
creyó  que  todo  quedaba  avasallado  á  su  poder.  Á  fin 
de  afirmar  su  posición  se  dirigió  á  Montevideo,    donde 


OOO    — 

se  confundían  sus  partidarios  con  los  emigrados  argen- 
tinos para  dirigir  su  política  y  sus  intrigas  con  mayo- 
res pretensiones  que  buen  éxito.  De  Montevideo  parten 
en  efecto  los  hilos  en  que  se  enreda  la  trama  })olítica 
que  se  sigue  desenvolviendo  en  el  litoral,  á  partir  de 
1842.  La  tortuosa  diplomacia  de  la  Comisión  Argentina 
y  la  ílera  resistencia  del  gobierno  de  Rozas,  constituyen 
el  sujeto  principal.  Es  indispensable,  pues,  conocer  lo 
que  se  pasaba  en  Buenos  Aires  y  en  Montevideo  mien- 
tras estaban  en  gestación  los  proyectos  de  los  partidarios 
de  Rivera,  quienes  pretendían  fundar  el  imperio  de  éste 
despojando  á  la  Confederación  Argentina  de  dos  de  sus 
más  hermosas  provincias,  con  la  ayuda  poderosa  de  la 
Inglaterra  y  de  la  Francia. 

Estas  coaliciones  que  constituían  graves  peligros  para 
un  gobierno  acosado  por  sus  enemigos  interiores;  la  vic- 
toria de  Caaguazú  á  la  cual  se  asignaba  tanta  mayor 
trascendencia  cuanto  que  se  creía  firmemente  que  Paz 
llevaría  en  seguida  la  guerra  sobre  Buenos  Aires,  con- 
tando como  contaba  con  el  general  López  de  Santa  Fe; 
la  subsiguiente  intromisión  de  Rivera  en  el  litoral  argen- 
tino donde  cimentaba  su  sistema  de  expoliaciones  y  de 
rapiñas;  y  el  conocimiento  que  se  tenía  de  los  proyectos 
de  segregación  de  Entre  Ríos  y  de  Corrientes  que  el 
mismo  Rivera  trabajaba  en  unión  de  la  Comisión  Ai'gen- 
tina  de  Montevideo,  eran  motivos  suficientes  para  que  el 
partido  federal  argentino  se  mantuviera  en  la  posición 
radical  que  asumía  desde  1838  en  que  se  inició  la  guerra 
sin  cuartel  entre  él  y  el  partido  unitario.  Cada  ventaja 
relativa  que  obtenía  Rivera  y  sus  aliados  daba  margen 
á  que  la  opinión  se  mostrase  más  decidida  á  apoyar  la 
acción  del  gobierno  que  representaba  sus  aspiraciones  y 
sus  ideales.  Esto  se  veía  en  todas  las  provincias,  y  las 
palpitaciones  de  este  sentimiento  se  sentían  con  más  fuer- 


-  884  — 

za  en  Buenos  Aires  que  era  precisamente  el  j)unto  de  mira 
de  los  enemigos  de  Rozas,  quienes  especulativa  ó  real- 
mente pensaban  que  una  vez  que  éste  desapareciera  entra- 
rían ellos  libremente  á  apoderarse  de  la  situación  bajo  los 
auspicios  de  la  constitución  unitaria  de  1820. 

Y  así  es  como  se  explica  las  escenas  de  sangre  que 
tuvieron  lugar  en  Buenos  Aires  en  abril  de  1842;  ven- 
ganzas personales,  excesos  del  radicalismo,  que  se  perpe- 
traban en  circunstancias  anormales,  en  que  el  pueblo 
ineducado  ({uería  víctimas  para  alimentar  sus  odios 
aguijoneadospor  un  enemigo  audaz  el  cual  inmolaba  igual- 
mente víctimas  en  sus  altares.  Estas  escenas  que  aver- 
güenzan y  dan  una  idea  de  la  degradación  moral  á 
que  son  arrastrados  los  partidos  políticos  que  quieren 
dominar  en  absoluto  á  condición  de  destruirse  mutua- 
mente, eran  continuación  de  idénticas  escenas  exorna- 
das por  los  unitarios  en  Córdoba,  La  Rioja,  Tucumán,  San 
Juan,  Corrientes,  como  js.  se  visto.  Rozas  puso  un  enér- 
gico correctivo  'á  esos  atropellos  incalificables  expidien- 
do desde  su  campamento  de  Santos  Lugares  un  decreto 
por  el  cual  se  castigaba  hasta  con  la  pena  de  muerte 
al  que  violase  la  seguridad  personal. 

La  prensa  unitaria  de  Montevideo  abult(')  enorme- 
mente estas  escenas  englobando  en  ellas  las  ejecuciones 
de  criminales  notorios,  ordenadas  por  la  justicia  ordi- 
naria; y  agregando  que  Rozas  era  el  autor  de  esos 
degüellos  por  medio  de  la  Sociedad  Popular  Restauradora, 
ó  sea  de  la  Mazorca^  calificativo  que  deriva  del  marlo 
aquel  colocado  encima  del  cartebhi  én  que  se  leía  ef 
verso  expresamente  escrito  por  don  José  Rivera  Indarte  ... 
en  una  de  las  festividades  en  lionor  de  Rozas.  Rivera 
Indarte  consigui()  generalizar  la  idea  de  que  la  Sociedad 
Popular  Restauradora  era  una  recua  de  asesinos  que  C(tn 
poncho  al  brazo  y  cuchillo  en  mano  salían  por  las  calles 


-    385  — 

de  Buenos  Aires  á  cortar  la  cabeza  á  los  unitarios.  En 
■el  capítulo  XXXVII,  he  explicado  lo  que  era  esta  asocia- 
ción; y  basta  recorrer  los  nombres  de  los  que  la  compo- 
nían para  comprender  que  Rivera  Indarte  explotaba  en  ello 
un  medio  ruidoso  de  propaganda  contra  Rozas.  Cualquier 
contemporáneo  reirá  al  imaginar  que  tales  fechorías  eran 
perpetradas  con  poncho  al  brazo  y  cuchillo  en  mano  por 
ciudadanos  honorables  y  ventajosamente  colocados  como 
don  Simón  Pereyra,  Miguel  de  Riglos,  Martín  de  Iraola, 
Antonio  Modolell,  José  de  Oromí,  los  doctores  Eduardo 
Lahitte.  Lorenzo  y  Eustaquio  Torres,  Roque  Sáenz  Peña, 
Cayetano  Campana,  Lucas  G.  Peña,  Ensebio  Medrano, 
Francisco  Sáenz  Valiente,  Saturnino  Unzué,  Francisco 
Chas,  Vicente  Peralta,  Juan  Francisco  Molina,  José  M. 
Boneo.  Elias  Buteler.  etcétera.    (  '  ) 


( ' )  La  Sociedad  Popular  era  presidida  desde  1833  por  uno  de 
sus  fundadores,  el  conuindante  Julián  González  Salomón;  y  se  coni- 
ponui  en  1842  de  191  ciudadanos  bien  conocidos  en  su  casi'totalida<l. 
pastos  eran,  además  de  los  nombrados,  los  siguientes:  Marcos  L.  Aére- 
lo, José  de  Herrera,  Pedro  Romero,  Adolfo  Mansilla,  Luis  M.  Salguero, 
Nicolás  Marino,  Jerónimo  Salgueiro,  Sebastián  Hernández.  Patricio 
P(íralta.  Juan  Pablo  Alegre,  Mariano  B.  Rolón,  Serapio  González,  Mar- 
tin Hidalg<j,  ]Manuei  García,  Sebastián  Pizarro,  Juan  R.  del  Pino. 
Damián  Herrera.  Leandro  Alem,  Juan  H.  Haedo,  Gandido  Pizarro,  ?,H- 
guel  Planes,  Francisco  Oba¥.rio,  José  Dionisio  Frías,  Manuel  Guesias, 
Bcrnardino  Gabrera,  Francisco  Salas,  Manuel  Sánchez,  Juan  Gordero, 
Julián  Villaverde,  Juan' Bautista  de  la  Fuente,  Manuel  J.  Torres, 
Fernando  Abramo,  Zenón  Galjrera,  Manuel  Ábrego,  Pedro  Garó,  Mar- 
colino  Gamelino,  Anselmo  Castro,  Pedro  Rincón,  Manuel  Amoroso, 
Joaquín  Villanueva,  Mariano^  Correa,  Juan  Oballe,  Fermín  Suárez, 
Felipe  Larrosa.  Bernardo  Ramh'ez,  Gabino  Palacios,  Juan  J.  Palacios, 
Manuel  S.  Cabot,  José  Rebollo,  Juan  P.  Yzaurralde,  Adolfo  Gonde, 
Manuel  Garay.  Garlos  Naón,  Manuel  Langenheim,  Plácido  Viera,  Clau- 
dio Pitt,  Juan  Zeballos,  Antonio  J.  Urtubey.  Fernando  García  del  Mo- 
'lino,  Salvador  Moreno,  Diego  Frías,  Rufino  Gabrera,  Francisco  Mada- 
riaga,  Josué  Moreno,  Francisco  González,  Juan  Pío  Rivero,  Federico 
Méndez.  A^-ustin  Robredo,  José  L.  García,  Miguel  Mogrovejo.  Julián 
Vivar,  José  M.  Robles,  Miguel  Cuyar,  Francisco  Regueyro,  Cipriano 
Pérez,  Laureano  Corrales,  José  Mendizábal,  Ignacio  Arce,  José  León 
La  torre.  .Aliguel  Quirno,  Baldomcro  García,  Vicente  Daza,  Vicente 
Zavala,  Calixto  Silveyra,  Pedro  Martínez  del  Valle,  Juan  Antonio 
Fernández,  Rufino  Basavilbaso,  Isidro  Silva,  Antonio  Pereyra,  Fer- 
nando Visillac,  Pedro  Goyena.  Rafael  y  Genaro  Rúa,  Manuel,  Javier, 


-  :lS(i  — 

Las  especies  propaladas  por  Rivera  ludarte  relativas 
á  los  degüellos  en  Buenos  Aires,  fueron  desmentidas,  á 
petición  de  Rozas,  nada  menos  que  por  el  órgano  oli- 
cial  de  los  agentes  diplomáticos  de  Estados  Unidos,  Por- 
tugal, Francia  y  Bolivia,  acreditados  en  esa  capital.  { ' ) 
Y  la  prensa  de  Buenos  Aires  se  empeñó  en  desauto- 
rizar las  imputaciones  de  la  de  Montevideo.  «La  Ma- 
zorra,  escribía  La  Gaceta  Mercantil,  he  aquí  una  pala- 
bra que  hace  buHa  entre  algunos  escritores  del  viejo 
mundo.  Se  estremecían  las  madres  al  considerar  que 
sus  hijos  se  hallaban  en  Buenos  Aires  en  contacto  con 
la  Mazorca:  recelaban  los  comerciantes  por  sus  expedi- 
ciones que  habían  tenido  la  imi)rudencia  de  hacer  al 
río  de  la  Plata  en  un  momento  en  que  la  ciudad  de 
Buenos  Aires  se  hallaba  bajo  el  yugo  de  la  Mazorca...» 
Uno  de  los  mayores  cargos  dirigidos  contra  la  admi- 
nistración del  general  Rozas,  ha  sido  el  de  haber  tole- 
rado la  existencia  de  una  sociedad  que  se  alimentaba 
del  crimen,  y  era  el  baldón  de  nuestro  siglo.  «Qué  pen- 
sar de  un  hombre,  decían  sus  detractores,  que  necesita 
el  apoyo  de  la  Mazorca  para  mantenerse  en  el  mando, 
y  qué  responsabilidad  puede  tener  un  gobierno  que 
llama   por  auxiliares    á    los  mazorf/aeros?    Importa  des- 


Tomás V  Enfi<iU('  Núñez,  Leonardo  González,  Án-iel  Casares,  José  Luis 
Solís,  José  E.  Hlaneo,  Joaquín  Cornet,  Ventura  (iazcón,  Pedro  Calle- 
jas, José  Mana  Sagasta,  Juan  Pedro  Aiidama,  Manuel  J.  Argerich, 
Ángel  Sánchez,  Roque  Villa,  Prudencio  Escandon,  Eduardo  Ramn^ez, 
Rafael  Barrios,  Marcelino  Pelliza,  Antonio  Piñeyro,  Francisco  Blanco 
Vicente  Funes,  José  Marzano,  Ramón  Agüero,  Juan  E.  Vázquez,  Ber- 
nabé Figueroa,  Francisco  Ramiro,  Ramón  Sala,  José  M.  Dantas.  Diego 
V  Melitón  Ruiz.  Pedro  Cárrega,  Patricio  Gorostiaga,  Francisco  Que- 
vedo,  Juan  Aldao.  Pedro  García.  Luis  Aldao,  Agustín  Sueldo,  José  M. 
Méndez.  BlasEscol)ar.  Félix  N.  Sánchez.  Pedro  C.  Corvalán,  Pedro  Za- 
mudio,  Laureano  Almada.  José  León  Gutiérrez.  Dámaso  Bellido,  Ca- 
lixto Ballejüs,  Miguel  I'eralta,  Juan  R.  Victorica,  Mariano  A.  Duran 
Ramón   Rúa. 

O    Véase  Archivo  Americano,  •^''  serie,  niim.  20  y  íl. 


—  887  — 

vanecer  estos  errores  para  que  no  se  propaguen  con 
detrimento  de  nuestro  crédito  y  de  nuestra  dignidad 
nacional.  Si  liay  liijos  espúreos  de  América,  capaces  de 
denigrar  de  este  modo  al  suelo  en  que  han  nacido,  es 
un  deber  de  los  que  se  interesan  en  su  honor  el  no  per- 
mitir que  el  silencio  con  que  se  oyen  semejantes  calum- 
nias, se  atribuya  ala  imposibilidad  de  rebatirlas.»     (') 

Á  las  repetidas  manifestaciones  de  adhesión  de  que 
fué  objeto  Rozas  en  esas  circunstancias,  en  que  sus 
enemigos  interiores  y  exteriores  fraguaban  con  dos 
grandes  potencias  las  armas  para  derribarlo,  se  siguie- 
ron las  suscripciones  de  los  vecindarios  y  corporaciones 
para  ayudar  á  los  gastos  de  la  guerra  contra  Rivera  y 
los  unitarios.  Este  es  otro  de  los  hechos  singulares 
pasados  en  esa  época  que,  cuanto  más  estudiada  es, 
más  saludables  ejemplos  presenta.  Mientras  una  minoría 
hábil  trabaja  sin  descanso  para  derrocar  á  Rozas  con 
los  dineros  y  los  recursos  extranjeros,  el  bajo  pueblo 
argentino  en  masa,  los  ciudadanos  mejor  acomodados, 
los  notables  y  patricios  de  Buenos  Aires,  ponen  su  for" 
tuna  al  servicio  del  gobierno,  sabiendo,  como  saben  por 
experiencia,  que  cualesquiera  que  sean  las  coaliciones 
que  se  formen  contra  Rozas  éste  ha  de  afrontarlas,  y  no 
ha  de  ceder  á  costa  de  la  honra  nacional.  Pueblo,  nota- 
bles, autoridades,  saben  igualmente  que  la  diplomacia 
unitaria  radicada  en  Montevideo  va  en  camino  de  ar- 
mar esa  coalición  con  la  Inglaterra  y  con  la  Francia-» 
á  la  cual  la  República  no  podrá  resistir;  pero  tienen 
una  fe  ciega  en  el  hombre  que  preside  el  gobierno  de  Bue- 
nos Aires,  y  siguen  decididos  la  estrella  de  ese  hombre^ 
y  libran    su  suerte   á  la  suerte  que  él  se  labre    con  su 


n     Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  9  de  septiembre    de  1843. 


—  :!88  — 

geiüíj  y  su  liriiK'za  singulares.  Así,  los  i)riiu'ipales  co- 
merciantes y  hacendados  aparecen  en  La  Gaceta  Mercan- 
til de  los  meses  'de  marzo  y  abril  de  1842  donando  al 
gobierno  gruesas  cantidades  de  dinero,  artículos  de  gue- 
rra y  haciendas. 

Y  para  estas  suscripciones  contribuye  el  número  ma- 
yor de  vecinos  que  contiene  cada  parroquia,  á  punto 
que  en  algunas  de  ellas  ese  número  es  igual  sino  mayor 
al  de  los  ciudadanos  que  eligen  diputados  y  senadores 
en  nuestros  días.  La  parroquia  de  San  Miguel,  la  más 
central  del  municipio,  y  tan  aristocrática  como  la  de 
la  Catedral,  contribuye  con  56.405  pesos,  y  aparece  re- 
presentada por  358  vecinos  bien  acomodados  y  mejor 
conocidos,  como  son  los  señores  Antonio  Canevá,  cura 
Gabriel  Fuentes,  Pedro  Vela,  Salvador  Moreno,  Baltazar 
Solveira,  José  Eusebio  Paez,  Santiago  Meabe,  Vicente 
Amadeo,  Enrique  Ochoa,  José  Villar,  Antonio  Rocha. 
José  María  Peña,  Feliciano  Malbrán,  Laureano  Corrales, 
Esteban  'Adrogué,  Antonio  Galup,  Francisco  Atuclia,  An- 
tonio Payró,  Gervasio  Castro.  Manuel  Escuti,  Hipólito 
Pérez  Millán,  Pedro  Díaz  de  Vivar,  Luis  Vernet,  Lau- 
reano Rufino,  Francisco  Chas.  Laureano  Oliver,  Benito 
Pondal,  Juan  Paldo  Villarino,  Joaquín  Achával.  José 
Tomás  Aguiar,  etcétera,  etcétera.     (  ' ) 

La  parroíjuia  de  La  Merced  contribuye  con  08.488 
pesos,  y  está  representada  por  los  señores  Felipe  Llava- 
llol,  Juan  Antonio  Argerich,  Juan  P.  Montaner,  Francis- 
co Piñeyro,  Simón  Pereyra,  Juan  A.  Rodríguez,  Nico- 
lás Anchorena,  Miguel  A.  Gutiérrez.  Ignacio  Galíndez, 
Diego  Calvo  é  hijos.  Blas  Achával,  Manuel  Alcorta,  Fran- 
cisco Balbín,    Pedro    Duval,  Francisco   Del  Sar,  Miguel 


(')     Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  23  de  .junio  de  1842. 


—  889  — 

Ferreyra,  Aarou  Castellanos,  Mariano  Gaché,  Bernabé 
de  Escalada,  José  Ignacio  Garmendia,  Vicente  Porcel 
de  Peralta,  Benguria  y  Uribelarrea,  Bonifacio  Hnergo, 
Francisco  P.  Gntiérrez,  Patricio  Peralta  Pvanios,  Floren- 
cio Escardó,  Victorino  Olazarri,  Antonio  Santa  María,  Luis 
Obligado,  Manuel  Peralta,  Evaristo  Pineda,  etcétera.  (') 
La  suscripción  de  la  parroquia  de  la  Catedral  al  Sur, 
levantada  en  los  respectivos  cuarteles  por  los  señores 
José  Gregorio  Lezania,  Manuel  E.  Leyes,  Ambrosio  P. 
Lezica,  Lázaro  de  Elortondo,  Francisco  Villanueva.  Ma- 
nuel Chacón,  Adolfo  Mansilla,  José  P.  Blanco,  Fernan- 
do García  del  Molino,  Francisco  Obarrio,  Gavino  San 
Martín,  Emeterio  de  la  Llave  v  Fermín  de  Irigoven, 
alcanza  á  18L60()  pesos  j  entre  más  de  seiscientos  ve- 
cinos figuran  los  señores:  Remigio  González  Moreno, 
Juan  N.  Fernández,  Baldomero  Pereda,  Tomás  Gara5^ 
José  María  Casal,  Tomás  Agüero,  Natal  Torres,  Anacár- 
sis  Lanús,  José  María  Berraondo,  Elias  Saravia,  Vicente 
Cazón,  Manuel  Ocampo,  Juan  B.  Ruíz,  Juan  B.  Estrada, 
Sixto  Centeno,  general  Guillermo  Pinto,  Mariano  Fer- 
nández, José  María  Cuenca,  José  Ortíz  Basualdo,  Ma- 
nuel Arrotea,  Pío  Otálora,  Juan  Bernabé  Molina,  Pedro 
A.  Plomer,  Cayetano  Cazón,  Norberto  Quirno,  Francisco 
A.  Bosch,  Mariano  Saavedra,  Francisco  C.  de  Beláuste- 
gui,  Juan  Vendreel  y  Vivot,  Félix  Constanzó,  Vicente 
Casares,  José  Garay^  Ángel  Herrera,  Carlos  M,  de  Huer- 
go,  Felipe  Senillosa,  Joaquín  Cazón,  Julián  Almagro, 
Antonio  J.  de  Almeida,  Mateo  García  Zúñiga,  Eustaquio 
G.  Torres,  Juan  Crisol,  Juan  B.  Soriano,  Mariano  Ba- 
sabe,  Cayetano  Barboza,  Alvaro  de  la  Riestra,  Genaro 
y  Martín  Yániz,  Blas  Achával,  José  de  Nevares,  Benito 
Nazar,  Ángel  Blaye,    Santiago   Meabe,    Rufino  Casabal, 

(V)     Véase  ih.  ib   del  l'\  de  agosto  ib. 


—  ;;í)(i  — 

Ramón  Villaiiiieva.  Bernardino  Benguria,  Miguel  Urüx'- 
larrea,  Juan  y  José  Garay,  Manuel  Obligado,  Julián 
Arriola/Ramón  Burzaco.  Manuel  Murrieta,  Alejandro  Mar- 
tínez, Mariano  Baudriz,  Luis  Acuña,  etcétera,  etcétera.  (') 
En  esta  proporción  contribuyeron  á  esa  suscripción 
los  vecinos  más  conocidos  y  mejor  acomodados  de  las 
demás  parroquias  de  Buenos  Aires  y  de  los  pueblos  de 
la  campaña.     (-) 

Entretanto,  nuevos  sucesos  se  precipitaban  favorables 
á  este  orden  de  cosas  que  mantenía  cada  vez  más  firme 
desde  Buenos  Aires  un  partido  poderoso,  el  cual  gober- 
naba á  la  sazón  en  todas  las  provincias  de  la  Repúbli- 
ca con  excepción  de  la  de  Corrientes.  El  ejército  de 
Oribe  repasando  el  interior  había  ocupado  el  litoral  y 
lanzádose  sobre  Santa  Fe.  donde  el  general  Juan  Pablo 
López  organizaba  la  resistencia.  Pero  como  se  ha  visto 
en  el  capítulo  anterior,  todos  los  esfuerzos  de  Paz  para 
imprimir  unidad  de  acción  á  los  elementos  del  litoral, 
haciendo  de  Entre  Ríos  un  antemural  contra  Oribe  y 
protegiendo  convenientemente  á  López  sobre  la  base  del 
ejército  de  Corrientes,  se  habían  estrellado  ante  la  obce- 
cación de  Ferré  y  la  perfidia  de  Rivera,  interesados  am- 
bos en  anularlo.  Y  sucedió  lo  que  era  fácil  de  prever. 
López,  por  mucho  que  contara  con  las  fuerzas  que 
acababa  de  reunir,  no  pudo  resistir  á  la  invasión  de 
Oribe  y  se  vio  obligado  á  abandonar  su  provincia.  Oribe 
marchó  resueltamente  sobre  la  capital  de  Santa  Fe,  y 
una  (livisi('>u  de  su  ejército  al  mando  del  coronel  An- 
drada  chocó  con  las  fuerzas  unitarias  en  las  márgenes 
del  río   Salado    derrotándolas  completamente.     López  se 


(')  Véase  La  Gaceta  Mercantil  del  30  de  junio  de  1842. 
(-)  véase  La  Gaceta  Mercantil  de  los  meses  de  junio  v  julio  ilt> 
1842. 


—  391  — 

retiró  á  Corrientes  con  poco  más  de  óoo  lionibres  i  '  )  y 
Oribe  se  dirigió  sobre  la  niareha  á  Entre  Ríos. 

Recién  entonces  los  partidarios  de  Rivera  vieron  clara- 
mente que  Paz  era  el  único  (pie  podía  oponérsele  á 
aquel  hábil  y  experimentado  militar.  Los  más  influ- 
yentes, los  que  habían  exaltado  la  personalidad  de 
Rivera  para  anular  á  Paz.  no  podían  menos  que  ceder 
al  íin  ante  la  evidencia  de  este  hecho  notorio:  Rivera 
tenía  el  singular  privilegio  de  consumir  y  desbaratar 
todos  los  recursos  que  se  confiaba  á  sus  manos,  por 
cuantiosos  que  fueren.  Y  esta  evidencia  aparecía  tanto 
más  de  relieve  ante  sus  ojos  cuanto  que  veían  que  Ri- 
vera, habiendo  comprometido  las  rentas  del  Estado  y 
puesto  á  contribución  las  fortunas  de  sus  amigos,  y 
con  mayor  razón  las  de  sus  enemigos,  para  formar  el 
ejército  con  el  que  debía  hacer  la  guerra  que  declaró  al 
gobierno  argentino,  no  disponía  más  que  de  una  reu- 
nión heterogénea  de  hombres  sin  orden  ni  disciplina 
militar,  en  esos  momentos  de  espectativa  y  de  peligro. 
y  después  de  tres  años  durante  los  cuales  no  había  pre- 
sentado una  batalla  ni  sufrido  un  contraste! 

Paz.  que  era  voto  en  la  materia,  dice  á  este  respecto: 
«Rivera  nunca  supo  apreciar  lo  que  valía  un  ejército 
regular,  instruido  y  disciplinado:  nunca  prestó  atención 
á  este  importante  objeto,  y  creía  muy  bien  defendido 
el  país  por  bandas  irregulares  que  se  reunían  á  su  voz  y 
se  disipaban  con  la  misma  facilidad.  Como  por  lo  regular 
no  había  ejército,  pues  fuera  de  algunos  cientos  de  hom- 
bres, los  demás  andaban  en  sus  casas  hasta  el  momento 
en  que  se  les  mandaba  reunir,  consumían  muy  poco.  Razón 
era  esta  para  que  hubiese  un  sobrante  extraordinario  en 


(')  \'éa.^(í  Memorias  de  Paz,  tomo  iv.  pág-.  xi .     Véase   parte  de 
Oribe  en  La  Gaceta  Mercantil  de  abril  de  1842. 


—  :Y.)-2  — 

las  rentiis,  lo  ([iic  si  no  sucedía  era  porque  líivera  dihi- 
}>idaba  una  }iarte,  y  la  otra,  ninclio  mayor,  era  presa 
de  la  rapacidad  de  los  empleados  y  otros  especulado- 
res con  la  fortuna  pública.  Sería  prolijo  referir  los 
escandalosos  abusos  y  públicos  latrocinios  que  se  com- 
tían  sin  tomarse  si(|uiera  el  trabajo  de  disimularlos. 
Baste  decir  que  el  mal  había  llegado  al  más  alto  gra- 
do y  que  me  parece  imposible  que  en  parte  alguna  se 
haya  visto  en  este  género  mayores  desórdenes.»     (  '  ) 

En  Montevideo  se  sentían  más  de  cerca  las  dificul- 
tades creadas  por  la  incapacidad  y  los  despiltarros  de 
Rivera.  «La  situación  es  seria, — le  escribía  Alberdi.  pro- 
pagandista de  la  resistencia,  al  jefe  de  la  artillería  de 
Rivera: — V.  Y.  están  aisladísimos  en  Entre  Ríos.  Ya  es 
tiempo  de  dejarse  de  tonteras.  Dentro,  de  muy  poco 
va  á  ser  invadido  este  país.  Á  estas  horas  debía  tener 
nn  destino  serio  el  general  Paz...  den  á  la  guerra  nn 
impulso  enérgico:  aparten  los  ojos  de  todo  lo  que  no  sea 
trabajar  con  generosidad...  »  (-)  De  los  temores  de 
Alberdi  compartían  los  influyentes  de  Montevideo.  Y 
ante  el  peligro  de  que  Oribe  se  dirigiese  directamente 
sobre  esa  ciudad,  tomaron  sobre  sí  la  iniciativa  de  orga- 
nizar elementos  de  resistencia  sobre  la  base  de  los 
extranjeros  residentes  y  de  los  negros  esclavos  á  los 
cuales  se  les  daría  la;  libertad,  destinándolos  á  la  infan- 
tería. {-^ )  Así  se  lo  escribía  á  Chilavert  don  José  Luis  Bus- 


(1)  Memorias  postumas,  tomo  iv,  piiji'.  101. 
(-)  Manuscrito  orlfj,-inal  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(  ^)  Los  esclavos  l'nei'on  armados  en  electo  pocos  meses  después; 
y  con  este  motivo  la  prensa  riverista  unitaria  exaltó  el  hecho  en 
todos  los  tonos.  Más  justicia  habría  habido  en  exaltar  la  al)olici(')n 
com])leta  de  la  esclavatura  que  existia  allí  hasta  1842  á  pesar  de  la 
constitución  de  18:^0  (|ue  laabolió.  Esto  no  impedía  que  Rivera  Indar- 
te  dijese  (|ue  los  nejíros  esclavos  de  Buenos  Aires  ei-an  los  que  asti- 
inian  el   rol  de  la  opiniíui.     I'ara   hoiiiir  (h'  la   República    Argentina, 


—  898  — 

tamante.  (')  El  mismo  Rivera  se  trasladó  de  su  cuartel 
general  á  Montevideo  con  el  objeto  de  llevar  más  recur- 
sos de  esta  ciudad  y  poder  jugar  la  partida  con  el  ene- 
migo que  se  le  venía  encima. 

Ventajas  análogas  á  las  de  Santa  Fe  y  Entre  Ríos 
obtenía  el  gobierno  argentino  en  las  aguas  del  litoral, 
sobre  la  escuadra  de  Rivera  la  cual  se  componía  de  la 
barca  Constitución^  los  bergantines  Pereyra  y  Siiárez  y 
las  goletas  Libertad  y  Vdsr/uez.  Garibaldi  se  liizo  á  la 
vela  á  fines  de  junio  de  1842,  llevando  instrucciones  para 
forzar  el  paso  de  Martín  García  y  disputarle  el  dominio 
de  las  aguas  del  litoral  al  almirante  Brown,  jefe  de  la 
escuadra  argentina.  El  26  de  junio  se  avistaron  de  la 
isla  de  Martín  García  tres  buques  tripulados  al  parecer 
por  marinos  de  la  Confederación,  y  sin  duda  pertene- 
cientes á  ésta,  puesto  que  enarbolaban  la  bandera  ar- 
gentina. Eran  los  buques  de  Rivera.  Garibaldi  los 
liabía  disfrazado  de  esa  manera  para  engañar  á  su  ene- 
migo; y  este  manejo  desleal,  que  rechaza  el  decoro  mili- 
tar, dióle  á  la  prensa  y  al  partido  federal  un  nuevo 
unitivo  para  calilicar  á  Garibaldi  de  pirata,  como  lo 
había  calificado  el  gobierno  del  Brasil.  Al  favor  de 
tal  manejo  pudo  efectuar  su  pasaje  casi  sin  combatir; 
pues  cuando  las   dos  baterías  de   la  isla  rompieron  sus 


una  de  las  primeras  leyes  que  sancionó  al  nacer  ala  vida  indepen- 
diente filé  la  que  se  refiere  á  la  abolición  de  la  esclavatura.  Conse- 
cuente con  estas  ideas  el  art.  14  del  Tratado  de  2  de  lebrero  de  1825 
entre  la  República  y  la  (Jran  Bretaña  establecía  que  ambas  naciones 
cooperarían  á  aljolir  el  tráfico  de  esclavos.  Y  fundándose  en  ese  ar- 
ticulo 14,  Rozas  nombr()  en  I,S:i5  un  ministro  plenipotenciario  para 
que  concluyese  con  el  de  S.  M.  B.  la  convención  pendiente  sobre  la 
abolici()n  del  tráfico  de  esclavos;  como  se  concluyó  en  efecto,  tocán- 
dole el  honor  de  ratificarlo  en  nombre  de  la  República  Argentina  el 
15  de  mayo  de  1840.  (Véase  Registro  Oficial  de  1811  y  1813,  Registro 
diplomcHtco  del  gobierno  de  Buenos  Aires,  pág.  40.  Registro  ofi- 
cial de  1835  y  1840.) 

( ')  Manuscrito  original  en  mi  arclüvo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  :V,)í  — 

fuegos,  ya  lialtían  })asa(l(t  dos  ])n(iues  y  no  quedaba 
mas  (jue  el  Comtitncióii  ijue  sirvií'»  de  Idaiico  á  algunas 
balas.  (')  Salvado  así  este  obstáculo.  Garibaldi  siguió 
para  el  Paraná,  y  después  de  escaramucearse  sin  conse- 
cuencia con  las  baterías  de  tierra,   fondeó  en  la  boca  del 


(')  Piu'ílc  vorse  lo  (|U('  al  respectó  ilice  el  doctor  AngelJ. Carranza 
en  su.s  Cainpii'tas  Navales  de  la  República  Argentina.  El  coro- 
nel don  José  Garibaldi,  (coronel  lo  noinln-í)  el  gobierno  de  Montevideo 
al  darle  el  mando  de  la^»  división  de  la  escuadra)  (jue  después  se  hizo 
célebre  en  su  patria  y  en  Europa,  concurriendo  en  primera  linea  á  la 
nniíicación  de  la  Italia,  nació  en  Niza  el  4  de  julio  de  1807.  Muy 
joven  todavía  tomó  servicio  en  la  marina  sarda,  navegando  hasta 
1832  en  que  ingresó  en  la  Joven  Italia  fundada  por  IMazzini.  Perse- 
guidos los  miembros  de  esta  asociación,  (iariljaldi  se  embarcó  nueva- 
mente, pero  como  no  fuera  comprendido  entre  los  conspiradores,  ó 
por  no  ser  conocido,  ó  porque  su  rol  fué  muy  secundario,  pudo  in- 
gresar en  la  marina  de  guerra.  Su  carácter  emprendedor  y,  mas 
que  todo,  aventurero,  lo  llevó  á  Marsella.  Allí  se  colocó  como  capi- 
tán de  un  buque  mercante  francés.  Á  poco  se  dirigió  á  Túnez  con 
su  buque,  y  ofreció  sus  servicios  militares  al  Bey,  el  cual  se  los 
aceptó  incorporándolo  á  su  marina  de  guerra.  Malavenido  con  sus 
superiores,  y  éstos  con  él,  se  embarcó  para  América  llegando  á  Rio 
.Janeiro  en  1837.  Aquí  se  hizo  de  una  embarcación  que  destinó  al 
caljotaje  entre  esa  ciudad  y  Cabo  Frío.  Insurreccionada  la  provincia 
de  Río  Grande,  Garibaldi  encontró  medio  de  armar  en  guerra  su  bu- 
que y  apareció  como  corsario  déla  provincia  insurreccionada.  De- 
clarado pirata  por  las  autoridades  d(d  Imperio,  después  de  haber 
apresado  buques  brasileros,  vendiendo  de  su  cuenta  las  presas,  siguió 
rumbo  á  Montevideo.  Á  solicitud  del  agente  diplomático  del  Brasil 
salió  de  ese  puerto  un  lanchón  para  darle  caza  como  á  tal  pirata.  Ga- 
ribaldi hizo  frente  al  lanchón,  pero  rechazado  y  herido  se  dirigió  á 
Gualeguay;y  allí  fué  apreliendido  juntamente  con  su  socio  ó  agente 
don  .luán  B.  Cuneo,  igualmente  á  petición  del  agente  diplomático  del 
Brasil.  Puesto  en  libertad  volvió  á  Rio  Grande,  y  el  gobierno  re- 
volucionario lo  nombró  comandante  de  una  escuadrilla  que  fué  des- 
truida por  la  Ilota  del  Imperio.  No  pudiendo  permanecer  en  Rio 
Grande  volvió  á  .Montevideo,  y  ofreció  sus  servicios  militares  al  go- 
Ijicrnoque  dirigía  Rivera,  con  el  mismo  acomodamiento  con  que  los 
había  ofrecido  al  Bey  de  Túnez  y  á  los  revolucionarios  de  Río  (Ti-ande. 
Poco  después  se  le  (lió  el  mando  de  la  escuadra  oriental  que  fué  ani- 
(luiladapor  Brown  en  el  combate  de  Costa  Bi'a va.  Llamado  á  orga- 
nizar una  legión  italiana  en  Montevideo,  permaneció  en  esa  ciudad 
hasta  que  fué  destinado  al  Salto  donde  libró  el  combate  de  San  Anto- 
nio contra  fuei'zas  del  general  Servando  Gómez.  Esto  sucedía  en 
1846.  En  1847  seeml)arcó  para  Italia  donde  fermentaba  la  revolu- 
ción, y  fué  allí,  líatallando  por  la  lil)ertad  y  nniíicación  de  su  patria, 
sacrificándolo  todo  á  este  voto  enérgico  tlesualma,  donde  adquirió 
la  justa  celeV)ridad  y  el  derecho  al  agradecimiento  desús  compatrio- 
tas,    listos  títulos  valen  para  (íaribaldi    lo  (|ue  vale  para  los  italianos 


—  395  — 

Tiradero.  El  10  de  julio  se  dirigió  por  la  Canal  Grande 
hasta  enfrentar  con  la  ciudad  del  Paraná,  donde  se  en- 
contraba la  goleta  La  Argentina  y  dos  lancliones  al  mando 
del  mayor  Juan  F,  Seguí.  Al  ponerse  á  tiro  de  cañón  se 
trabó  el  combate  de  ambas  partes,  y  Garibaldi  siguió 
aguas  arriba  sin  obtener  mayores  ventajas.  (')  Merced 
á  la  superioridad  relativa  de  sus  embarcaciones  pudo 
en  su  crucero  de  pocos  días  hacer  algunas  presas,  po- 
niendo á  contribución  la  propiedad  particular. 

El  almirante  Brown  sali(')  inmediatamente  de  la  rada 
de  Buenos  Aires,  con  el  Belgrano,  la  9  de  Julio,  Chaca- 
buco,  y  el  Echagüe,  pero  tuvo  la  mala  suerte  de  varar 
á  la  altura  del  Arenal  Grande.  Aquí  lo  encontró  el  coman- 
dante Juan  B.  Thorne  que  venía  con  el  Republicano  y 
con  órdenes  directas  de  tomar  el  mando  de  los  buques 
si  Brown  no  zafaba  de  su  varadura.  Puesto  á  flote  Brown 
le  ordenó  á  Thorne  que  con  el  Belgrano,  la  25  de  Mayo 
y  el  San  Martín  regresase  al  puerto  de  Buenos  Aires  para 
guardar  con  esta  fuerza  las  aguas  del  Plata,  y  él  con 
los  tres  buques  restantes  se  dirigió  á  batir  á  Garibaldi. 
Pero  éste  no  se  atrevió  á  presentarle  combate  á  pesar  de 
contar  con  cinco  buques  (con  el  Joven  Esteban  del  cual 
se  había  apoderado  y  armado  en  guerra)  y  con  una  arti- 
llería de  calibre  igual  ó  mayor  á  la  de  aquél.     Y  como 


la  unidad  de  la  Italia.  Por  lo  qiuí  respecta  á  loshccho.sde  Garibaldi 
en  el  rio  de  la  Plata,  tal  como  quedan  consignados,  sus  correligiona- 
rios los  unitarios  argentinos  y  los  orientales  riveristas,  los  exaltaron 
rabulosainentc,  convirtiéndolo  á  él  en  un  liéí'oe  de  romance,  especie 
de  argonauta  empujado  por  la  gloria,  que  contribuyó  á  encontrar  en 
las  aguas  argentinas  el  vellocino  de  oro  de  la  libertad.  De  aquí  el  re- 
nombre de  héroe  de  ambos  mundos  con  que  lo  designan  todav.'a  los 
que  sobreviven  de  esos  partidarios  apegados  á  su  tradición  política. 
{Véase  elogio  de  Garibaldi  publicado  en  La  Nación  de  4  de  junio  de 
1882.  Véase  Gaceta  Mercantil  del  28  de  noviembre  de  1845  \  Archi- 
vo Americano  la  serie,  núm.  25,  pág.  42.. Véase  mi  libro  Civilia,  art. 
De  A  micis  y  Garibaldi.) 

f)  Véase  el  parte  del  mayor  Seguí  al  general  Oribe  en  La  Gaceta 
Mercantil  del  20  de  septiembre  de  1842. 


—  ;W(i  — 

iK)  piidicsf  liiiir  ])or  la  cstrecliiirH  del  canal  en  que  se 
encontraba,  en  el  iiaraje  llamado  Conta  Brava,  acoder(3  sus 
l)a(|ues,  colocó  en  tierra  infantería  atrincherada,  guar- 
dando su  ílanco,  y  es¡)eró  á  Brown.  El  15  de  a<íOsto  á 
mediodía  se  inici(')  el  combate.  En  los  jirimeros  mo- 
mentos la  artillería  de  Garibaldi  aventajó  á  la  de  Brown, 
porque  la  corriente  impedía  que  éste  hiciese  jugar  la  suya. 
Una  vez  que  pudo  poner  en  línea  la  9  de  Julio,  la  Cha- 
rabuco  y  el  Echagile.  Brown  mandó  bajar  á  tierra  algunos 
infantes  al  mando  del  guardiamarina  don  ?*Iariano  Cor- 
dero. ( ' )  Este  valiente  olicial  desplegó  en  guerrilla  frente 
á  la  infantería  de  Garibaldi  y  le  apagó  los  fuegos  después 
de  un  reñido  combate,  mereciendo  por  ello  el  que  el  almi- 
rante lo  felicitara  delante  de  sus  compañeros.  El  fuego 
cesó  ya  entrada  la  noche.  Pocas  horas  después,  Gari- 
baldi lanzó  un  brulote  encendido,  con  el  designio  de  hacer 
volar  algunos  de  los  buques  de  Brown.  El  almirante  or- 
den(')  inmediatamente  al  guardiamarina  don  Baiitolomé 
Cordero  (')  que  fuese  en  un  l)ote  á  desviar  el  brulote  y 
á  apagarle  la  mecha.  El  intré])ido  guardiamarina  volvió 
á  poco  con  la  mecha  y  dejando  el  brulote  varado  en  un 
banco  frente  á  la  escuadra  argentina.  El  fuego  reco- 
menz(')  en  la  mañana  del  10.  Garibaldi  tentó  como  i'il- 
timo  esfuerzo  abordar  al  Erhagüe,  pero  fué  rechazado 
con  gran  pérdida.  Sus  buques  fueron  acribillados  jtor 
los  cañones  de  Brown.  y  no  le  quedó  más  recurso  que 
prenderles  fuego,  huyendo  por  tierra  con  un  grupo  de 
los  que  le  quedaban,  mientras  el  resto  lo  hacía  en  botes 
por  la  costa.  Así  destruyó  Brown  en  un  combate  el  poder 
marítimo  de  Rivera. 


(')    Hoy  vicealmiraiiir  de   la  escuadra   argentina. 

('' )    Hermano  del  anicrior.  Iioy  coniraalinirante  de  la  escuadra 
argentina. 


—  897  — 

Al  comunií-arle  oíicialmeiite  al  general  Rozas  la  vie- 
toria  de  Costa  Brava  en  los  términos  ingenuos  y  verí- 
dicos que  lo  caracterizaban,  decíale  refiriéndose  á  sus 
enemigos:  «La  conducta  de  estos  hombres,  excelentísimo 
señor,  ha  sido  más  bien  de  piratas,  pues  que  han  saqueado 
y  destruido  cuanta  casa  ó  criatura  caía  en  su  poder,  sin 
recordar  que  hay  un  Poder  Supremo  que  todo  lo  ve  y 
que  tarde  ó  temprano  nos  premia  ó  castiga  según  nues- 
tras acciones, »  La  sencillez  y  laconismo  con  que  Brown 
daba  cuenta  de  su  espléndida  victoria  contrastaba  con 
la  petulancia  con  que  Garibaldi  comunicaba  su  derrota 
al  gobernador  de  Corrientes.  « El  enemigo  se  nos  pre- 
sentó con  siete  buques  mayores  y  tres  lanchones  (decíale 
falsamente);  aunque  con  fuerzas  superiores,  sólo  se  re- 
solvió á  atacarnos  á  caíionazos.  Tanto  en  el  combate, 
como  en  la  destrucciíui  de  los  buques  orientales  los 
esclavos  del  déspota  lian  recibido  una  lección  terri- 
ble.» (')  Y  no  era  extraño  que  Garibaldi  pretendiese 
sacar  algún  partido  de  las  hipérboles  cuando  el  argen- 
tino Rivera  Lidarte  empleaba  las  hipérboles  más  á  la 
mano  para  deprimir  en  los  siguientes  términos  al  héroe 
del  Juncal,  al  que  tantas  glorias  le  dio  á  la  República 
Argentina.  « El  laurel  de  la  gloria  ciñe  también  la 
frente  de  los  que  saben  sostener  dignamente  su  puesto. 
El  señor  coronel  Garibaldi  y  sus  valientes  compañeros 
merecen  esa  corona.     Han  resistido  á  los  piratas  de  Ro- 


( ' )  Véase  parte  de  Browu  l'eeliado  en  Costa  Brava  en  La  Ga- 
ceta Mercantil  del  20  de  septiembre  de  1842.  Véase  Campa  ~' as 
Navales  en  la  República  Argentina  por  el  doctor  Ángel  .1.  Carran- 
za. Véase  el  parte  de  Garibaldi  al  gobernador  Ferré,  tediado 
en  la  Es(iuina  y  publicado  en  el  suplemento  al  núm.  1120  de 
El  Nacional  de  Montevideo.  Las  referencias  del  vicealmirante 
Mariano  Cordero  y  del  contraalmirante  Bartolomé  Cordero  que 
tan  distinguida  participación  tuvieron  en  el  combate  de  Costa 
Brava  en  clase  de  guardiamarinas,  están  en  un  todo  conformes 
con  el  parte    de  Brown. 


—  ;;i)S  — 

zas  hasta  agotar  su  uietralla.  Garibaldi  es  el  vencedor 
y  Browii  el  vencido.  Los  esclavos  de  Rozas  llevan  es- 
tampada la  vergiienza  de  la  derrota.  Lo  cañoneaban  los 
viles,  pero  no  lo  abordaban.»  (') 

Los  hechos  i»onían  de  manifiesto  la  impotencia  de 
Rivera  y  de  sus  aliados,  no  ya  para  dominar  los  cuan- 
tiosos elementos  que  las  provincias  argentinas  ponían  en 
manos  de  Rozas;  pero  ni  siquiera  para  conservar  reu- 
nidos. i)or  su  esfuerzo  propio,  los  que  él  venía  esteri- 
lizando desde  1838,  como  quiera  que  no  hubiese  obtenido 
más  ventajas  que  las  muy  relativas  que  le  facilitaron 
las  fuerzas  navales  francesas.  Tal  era  el  resultado  de 
las  conspiraciones,  de  la  propaganda  continua,  de  las 
revoluciones  cruentas,  de  las  alianzas  con  el  extranjero, 
que  venían  encabezando  y  dirigiendo  desde  1835  los  in- 
fluyentes de  Montevideo  y  la  Comisión  Argentina  con  el 
propósito  de  derrocar  el  gobierno  de  Rozas.  Sólo  algo 
inesperado  á  fuer.de  ilógico,  dados  los  antecedentes  de 
«sta  larga  y  sangrienta  contienda,  podía  mejorar  la  situa- 
ción desesperada  en  que  se  encontraban  Rivera  y  sus 
aliados  cuando  el  gobierno  de  Rozas,  afirmado  en  las 
provincias  del  interior  y  dueño  de  los  ríos  á  consecuen- 
cia de  la  victoria  de  Costa  Brava,  mandó  á  Oribe  que 
desalojase  á  aquél  de  Entre  Ríos  donde  permanecía 
con  OOOU  liombres.  Los  inñuyentes  de  Montevideo  y 
los  miembros  de  la  Comisión  Argentina,  avezados  á  la 
intriga  política,  y  familiarizados  con  la  reticencias  de  la 
diplomacia  de  Rivera  que  dirigían,  encontraron  lo  ines- 
perado precisamente  en  el  camino  que  venían  reco- 
rriendo desde  el  comienzo  de  la  revolución  contra  Rozas: 


(')  X^fí^Q  (t\  suplemento  del  miinero   citado  lie  El  Nacional  de 
Montevideo. 


—  899  — 

en  las  coaliciones  de  los  poderes  extranjeros  contra  la 
Confederación  Argentina. 

Fruto  de  estos  manejos  fué  la  mediación  de  Ingla- 
terra y  de  Francia,  y  en  seguida  la  intervención  armada 
de  estas  dos  grandes  potencias.  Ya  en  junio  de  1841  el 
ministro  de  S.  M.  B.  había  ofrecido  al  gobierno  de  Ro- 
zas su  mediación  amistosa;  y  la  cancillería  de  Buenos 
Aires  habíale  respondido  al  historiar  los  motivos  de  la 
discordia  que  Rivera  promovió  «  que  la  aceptaría  si  en 
su  conciencia  encontrase  medios  pacíficos  para  la  res- 
titución de  la  autoridad  legal  violentamente  expulsada 
por  un  cabecilla  sin  pudor  y  sin  fe,  cuya  ausencia  le- 
jana del  territorio  oriental  era,  por  otra  parte,  absolu- 
tamente necesaria  para  terminar  las  calamidades  de  la 
guerra. »  ('j 

Este  era  un  verdadero  rechazo.  Pero  la  diplomacia 
de  Rivera  se  asió  de  la  mediación  como  del  único  me- 
dio salvador,  calculando  y  con  razón  que,  ó  Rozas  ha- 
ría la  paz  con  aquél,  facilitándole  un  triunfo  ruidoso; 
ó  se  encastillaría  en  la  firmeza  con  que  sabía  conducir 
las  cuestiones  internacionales,  y  entonces  esa  diploma- 
cia explotaría  la  circunstancia  de  ser  la  población  de 
Montevideo  compuesta  en  sus  dos  terceras  partes  de 
extranjeros  para  comprometer  á  los  ministros  mediado- 
res en  las  vías  de  una  intervención  armada.  Todos  los 
antecedentes  de  este  vergonzoso  negociado  autorizan  á 
creer  que  en  Montevideo  se  contó  desde  luego  sobre 
la  intervención. 

En  efecto  la  Comisión  Argentina  y  el  gobierno  de 
Montevideo  prosiguieron  con  habilidad  el  camino  co- 
menzado, pues  consiguieron  que  los  ministros  de  la  Gran 


( i)  Véase  estas  notas  de  28  de  julio  y  de  3  de  septiembre  de  1841 
en  el  Diario  de  sesiones  de  la  Junta,  año  1842,  ses.  710. 


._  401)  — 

IjiMítañci  y  de  Fi-aiicia  le  dii-i^nieseii  coiíJiiiitaiMeiite  al  go- 
bierno argentino  sii  nota  de  30  de  agosto  de  1842.  Re- 
dncíase  esta  nota  á  declarar  qne  Montevideo  quería  la 
paz  con  Buenos  Aires:  que  la  proposición  anterior  del  go- 
bierno de  Buenos  Aires  de  aceptar  la  mediación  bajo  la  con- 
dición de  que  el  general  Oribe  sería  restablecido  en  el 
poder,  era  inadmisible:  (]ue  los  ministros  mediadores 
sólo  podían  convenir  en  ofrecer  á  cualquiera  de  las  par- 
tes beligerantes  aquellas  condiciones  que  un  estado  in- 
dependiente puede  en  consonancia  con  su  honor  aceptar 
de  otro;  y  que  los  mismos  esperaban  que  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  reflexionaría  maduramente  antes  de 
rei)ulsar  la  mediación  que  le  ofrecían  dos  potencias  tan 
poderosas.  (') 

Á  partir  de  este  momento,  el  gobierno  de  Montevi- 
deo y  la  Comisión  Argentina  quedaron  pendientes  de  la 
respuesta  que  daría  Rozas  á  esa  nota,  la  cual  se  cerraba 
con  una  especie  de  amenaza  que  podría  llevar  á  los 
ministros  mediadores  al  terreno  que  aquéllos  desea- 
ban precisamente.  Y  tanto  que  simultáneamente  con 
esta  nota,  el  gobierno  de  Montevideo  solicitó  de  los 
ministros  mediadores  que  hiciesen  desembarcar  una 
columna  de  fuerzas  inglesas  y  francesas  de  los  buques 
de  estas  naciones  surtos  en  el  puerto  de  Montevideo,  y 
que  permitiesen  además  el  que  se  armasen  los  extran- 
jeros residentes  en  esa  ciudad.  El  ministro  Mandeville. 
que  contemi)orizaba  con  Rozas  y  con  Rivera,  y  no  quería 
indisponerse  á  las  claras  con  el.  primero,  respondióle 
particularmente  al  ministro  Vidal  que  no  podía  deferir 
á  lo  solicitado  porque  ello  importaría  forzar  ;í  Rozas  á 
aceptar  la  mediación,   saliendo  de   las  prácticas  estable- 


')  Véaise  Cí;ta  nota,  Diario  de    sesiones  citado. 


—  401  — 

(•idas,  Y  porque  además  el  jefe  de  la  estaci(Hi  naval 
británica  se  reiría  de  él  si  en  semejantes  eircunstancias 
le  hiciese  tal   indicación. 

Pero  con  el  propósito  deliberado  de  comprometer  á 
los  mediadores  en  el  camino  en  que  se  dejaban  condu- 
cir, el  ministro  Vidal  insistía  en  su  pedido,  haciéndole 
notar  á  Mr.  Mandeville  que  era  para  el  caso  «  des^ijracia- 
damente  muy  probable»  de  que  Rozas  rechazase  la  me- 
diación. «  No  puedo  entender,v  le  decía  en  carta  de  24 
de  agosto,  que  el  gobierno  de  S.  M.  B.  después  de  haber 
sufrido  una  primera  repulsa  del  gobernador  de  Buenos 
Aires,  hiciese  una  nueva  y  formal  oferta  de  esa  media- 
ción, sin  la  resolución  de  sostenerla  en  caso  de  ser  nue- 
vamente despreciada;  ni  que  hubiese  ordenado  á  usted 
declarar  al  mismo  general  Rozas  que  no  sería  indiferente 
en  esta  guerra  si  se  empeñaba  en  llevarla  adelante,  si 
no  estuviese  decidido  á  ejecutar  su  declaración.  Esta 
declaración  en  mi  concepto,  no  ha  ser  vana:  orden  que 
lord  Aberdeen  dice  haber  dado  de  hacer  cesar  la  guerra, 
se  ha  de  cumplir. » 

Para  llegar  á  este  punto,  véase  en  qué  términos  el 
gobierno  de  Montevideo  invita  á  los  ministros  me- 
diadores á  que  atropellen  los  derechos  de  los  beligerantes 
y  se  hagan  parte  en  la  contienda;  adelantándose  así  á 
cualesquiera  tentativas  de  dos  naciones  poderosas  y  reco- 
lonizadoras, y  aceptando  virtualmente  las  condiciones 
que  éstas  le  impongan  á  la  larga  del  camino:  «Tal  decla- 
ración no  sería  sino  una  consecuencia  forzosa  de  la  que 
usted,  en  cumplimiento  de  sus  instrucciones  y  en  su  caso 
debe  hacer  al  general  Rozas,  de  que  S.  M.  B.  no  sería 
indiferente  á  la  continuación  de  la  guerra.  Ella  no  podría 
considerarse  inusitada;  sería  sobre  todo  en  mi  concepto 
conforme  á  las  órdenes  y  deseos  de  su  gobierno. »  Y  para 
robustecer  tan  singular  raciocinio  respecto  de  los  hechos 


—  í(l-2  — 

que  df.'[)on  ])ro(liicir  los  iiir'liadores.  como  consecuencia 
de  las  declaraciones  que  deben  hacer  en  concepto  de  uno 
de  los  beligerantes,  y  en  el  caso  que  el  otro  no  acepte  la 
mediación  en  la  forma  que  se  le  ofrece,  el  ministro  Vidal 
no  tiene  embarazo  en  manifestarle  á  Mr.  Mandeville  que  ya 
se  ha  adelantado  camino  con  el  colega  de  éste:  «Si  usted 
se  considera  sin  medios,  le  dice,  porque  no  puede,  sin  órde- 
nes expresas  de  su  gobierno,  recurrir  para  que  el  jefe  de  la 
estación  naval  inglesa  en  el  río  de  la  Plata  desembarque 
hombres  en  Montevideo,  el  señor  Conde  de  Lurde  no  está 
en  el  mismo  caso  que  usted,  porque  tiene  á  su  disposicióji 
lo  bastante  para  poner  en  tierra  200  hombres,  mientras  us- 
ted y  él  aumentan  sus  medios  de  acción. »  (') 

Lo  indudable  es  que,  aparte  de  motivos  de  orden  na- 
cional. Rozas  no  quería  entrar  en  arregios  con  Rivera 
sino  sobre  la  base  de  que  éste  renunciase  á  presidir  el 
gobierno  de  Montevideo.  Así  se  lo  hizo  saber  tres 
años  antes,  cuando  Rivera  le  ofreció  la  paz  casi  en  se- 
guida de  haberle  declarado  pomposamente  la  guerra, 
fiado  en  su  alianza  con  la  Francia,  y  cuando  pesaban 
sobre  la  República  Argentina  la  guerra  con  Bolivia  y 
el  bloqueo  francés,  y  sobre  la  cabeza  de  Rozas  los  ejér- 
citos unitarios  y  las  conspiraciones  en  Buenos  Aires. 
La  paz  con  Rivera  importaba  para  Rozas  la  guerra  con 
Oribe  y  Lavalleja;  é  importaba  esto  más,  un  triunfo 
fácil  cjue  él  concedería  á  un  enemigo  implacable  ligado 
á  sus  enemigos  interiores  con  vínculos  que  el  tiempo 
V  los  acontecimientos  habían  fortalecido:  á  un  vecino 
peligroso  que  no  sólo  había  alimentado  contra  él  todas 
las  reacciones  que  lo  amenazaron  desde  1838.  sino  que 
se  prevalecía  de  estas  mismas  para  trabajar  su  dorado 

(^)  Manuscrito  testimoniado  por  el  señor  Juan  Andrés  Gelly,  sub- 
secretario de  relaciones  exteriores  del  golderno  de  Montevideo,  en 
\w\  archivo.    (Véase  el  ai)éndice.) 


—  403  — 

sueño  de  hacerse  el  arbitro  de  la  Confederación  de  los 
ríos,  cercenándole  á  la  República  Argentina  sus  dos 
hermosas  provincias  de  Entre  Ríos  y  de  Corrientes.  Y 
entre  levantar  virtualmente  por  ese  triunfo  la  persona- 
lidad de  Rivera  mucho  más  arriba  de  donde  éste  supo 
colocarse  por  sus  actos,  y  ser  consecuente  con  la  causa 
que  representaban  Oribe  y  Lavalleja,  el  primero  como 
presidente  del  Estado  Oriental,  derrocado  por  Rivera,  y 
el  segundo  como  jefe  de  los  33  orientales  Cjue  se  lan- 
zaron á  independizar  su  patria  del  Brasil.  Rozas  no 
vaciló  un  momento.  Y  que  ello  era  uno  de  los  términos 
de  la  disyuntiva  sobre  que  calculaba  el  gobierno  de 
Montevideo  al  trabajar  la  mediación,  lo  dice  la  carta 
siguiente  que  le  dirigía  el  ministro  Vidal  á  Rivera  con 
fecha  19  de  septiembre:  «  Por  la  adjunta  copia  de  la 
«  comunicación  del  señor  ministro  Mandeville,  juzgará 
((  usted  que  he  tenido  razón  cuando  muchas  veces  le 
«  lie  dicho  que  del  negocio  de  la  mediación  no  debía- 
«  mos  esperar  los  resultados  sino  del  tiempo,  y  que  de- 
«  bíamos  ponernos  fuertes  para  ganar  ese  tiempo.  Ya 
«  usted  ve  que  Rozas  nada  ha  contestado  todavía,  y  que 
((  yo  me  temo  que  muchos  días  entretendrá  hasta  dar 
«  su  contestación  ({ue  por  mi  opinión  será  la  de  no 
<(  querer  paz  ron  nosotros.  Es  de  necesidad  que  Rozas 
«  haya  contestado  á  los  ministros  para  c|ue  podamos 
«  nosotros  formar  juicio  de  lo  que  harán  con  la  repulsa 
«  de  Rozas.  Si  yo  hubiese  de  estar  de  buena  fe  á  va- 
«  rias  comunicaciones  del  ministro  Mandeville.  ya  po- 
ce dría  contestar  á  usted  en  este  caso;  pero  como  por 
«  desgracia  de  la  especie  humana,  tiene  el  corazón  del 
«  hombre  tantas  dobleces,  yo  temo  atenerme  á  las  pala- 
ce  bras.  y  quiero  esperar  ver  algunas  obras.  »   ( ' ) 


(  M  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  404  — 

El   gobierno  argentino    respondií)    á    los   mediadores 
con  fecha  18  de  octubre.     Después  de  agradecerles  sus 
generosos    oficios,  les  manifiesta  que  por  sensible   que 
le  sea  ver  igualados  los  títulos  de  un  intruso    con  los 
de    una    autoridad  eminenteniHiite  popular    y  legal,  las 
altas   consideraciones  que  le  merecen  los  gobiernos  in- 
glés y  francés,  lo  constituyen  en   el  grato  deber  de  co- 
rresponder   tan    benévolas    oficiosidades,    entrando     en 
francas  explicaciones.    El  gobierno   argentino   quiere  la 
paz,  pero  para  conseguirla    se    ha    visto   obligado  á  ar- 
marse   contra   un    caudillo    que   la   perturba,   siendo   el 
apoyo    de   los    enemigos   interiores   de  la    República    y 
conílagrando  los    pueblos   confederados.    Al  armarse  el 
gobierno  argentino  no  hace  la  guerra,  ni  mira  ni  puede 
mirar  como  enemiga  á  la  República  Oriental.  La  propia 
necesidad  lo  pone  en  el  caso  de  hacerla  contra  un  re- 
belde amotinado,  que  aliado   á  los  unitarios   ha  puesto 
también  las  armas  en  la  manos  á  los  emigrados  orien- 
tales, los  cuales   mezclan  su  sangre   con  la  de  los  ar- 
gentinos para  obtener  la  tranquilidad  y  el  orden  en  el 
río  de   la  Plata.  Además, la  justicia  con  que  el  gobierno 
argentino  se  ha  ceñido  á  los    principios  admitidos  por 
todas  las  naciones,  en  la  continuación  de  la  guerra  con 
Rivera,  á  través  de  los   medios  que  éste  ha  puesto  en 
práctica   para    trastornar   la  organización    de  la    Confe- 
deración^ si  ha  alejado  los   males    á  que  ha   estado   ex- 
puesta^ no  ha  podido  evitar  las  consecuencias  que  traen 
consigo   las  guerras.     Pero  estos  males   no   son   impu 
tables    al    gobierno    argentino ,    sino    al    funesto    autor 
de   esa   guerra,  á  las    expediciones    revolucionarias   que 
ha  protegido  y  armado  sobre  el  territorio  argentino.  La 
guerra    que    sostiene    el    gobierno    argentino    se    funda 
en  el  principio  de  la  propia  conservación,  y  este  princi- 
pio basta  para  justificar  ante  el  mundo  que,  después  de 


—  4().')  — 

restablecida  la  tranquilidad  de  la  Confederación  á  costa 
de  sangre  y  de  sacrificios,  lleve  sus  armas  hacia  el  cam- 
po en  que  está  el  autor  de  tales  calamidades,  el  primer 
colaborador  del  bando  unitario  que  en  su  reciente  escur- 
sión  lia  saqueado  y  desolado  la  provincia  de  Entre  Ríos 
negociando  con  Santa  Fe,  como  lo  había  hecho  con 
Corrientes,  autorización  para  presidir  la  guerra  contra 
la  República  Argentina. 

Los  conceptos  de  esta  nota  son  duros  é  incisivos, 
pero  acusan  hechos  perfectamente  ciertos  y  de  notoriedad. 
El  ministro  Arana  insiste  sobre  ellos  Cíuno  para  mostrar 
([ue  al  gobierno  argentino  no  se  le  oculta  el  móvil  que 
ha  empujado  al  ambicioso  caudillo  oriental.  «Perseve- 
rantes han  sido  los  esfuerzos  de  Rivera,  agrega,  para 
intervenir  en  los  negocios  interiores  de  la  Confederación, 
atacando  sus  leyes  \  minando  las  bases  de  su  existencia 
y  orden  social,  por  medios  pérfidos  y  alevosos.»  É  his- 
toriando uno  á  uno  esos  hechos,  el  ministro  Arana  con- 
cluye «  que  si  el  gobierno  argentino  desea  la  restitución 
de  la  autoridad  legal  de  la  República  Oriental,  es  por- 
que ello  se  presenta  como  el  único  medio  conciliable 
para  la  paz;  pero  que  perdida  toda  esperanza  no  le  que- 
da otro  recurso  que  el  de  las  armas,  y  que  en  seme- 
jante posición  quiere  darles  á  los  gobiernos  inglés  y 
francés  una  prueba  señalada  de  amistad,  y  al  efecto  ha 
dispuesto  que  las  comunicaciones  relativas  á  la  media- 
ción sean  elevadas  al  poder  legislativo  y  que  se  instru- 
ya á  los  mediadores  de  la  resolución  que  recayese.  »  ( ' ) 

Esta  resolución  no  era  dudosa,  dado  el  encono  que 
provocaban  los  ataques  de  Rivera,  no  ya  al  partido  fede- 


(')  Diario  de  sesiones  cit.,  ses.  710.  Correspondencia  diplomá- 
tica con  los  ministros  de  la  Gran  Bretaña  y  Francia  relativa  á 
la  mediación  ofrecida  por  estas  potencias  (1843).  Imprenta  de  La 
Gaceta  Mercayitil. 


— ím  — 

ral  siiKj  á  la  iiitogridad  de  la  Repúl)lica.  La  legislatura 
aprobó  el  1()  de  noviembre  la  resoluci(')n  del  general 
Rozas,  y  le  acordó  además  á  éste  un  voto  de  gracias 
por  el  celo  y  patriotismo  con  que  liabía  sostenido  los 
derechos  de  la  Confederación  Argentina.  {  ' )  El  ministro 
Arana  remitió  esta  resolución  á  los  ministros  mediado- 
res, lamentando  á  noml)re  de  su  goljierno,  no  ser  con- 
ciliable la  duración  y  realidad  de  la  paz  con  el  aconnj- 
daniiento  con  Rivera.  Era  lo  que  esperaba  el  gobierno 
de  Montevideo  y  la  Comisión  Argentina  para  que  se  en- 
viase la  intervención  armada  de  Francia  y  Gran  Breta- 
ña en  favor  de  la  cual  habían  ya  inclinado  el  ánimo 
quisquilloso  y  petulante  del  Conde  de  Lurde  y  espera- 
ban inclinar  al  meticuloso  caballero  Mandeville.  Dos 
días  después  los  ministros  mediadores  le  comunicaron 
al  gobierno  argentino  que  habían  recibido  orden  de 
informarle  de  que  «un  justo  miramiento  por  los  intere- 
ses comerciales  de  sus  subditos  en  el  río  de  la  Plata, 
puede  imponer  á  los  gobiernos  británico  y  francés  el 
deber  de  recurrir  á  otras  medidas  ron  el  fin  de  remover 
los  obstáculos  que  interrumpen  por  ahora  la  pacífica  nave- 
gación de  los  ríos». 

Rozas  no  quiso  recoger  la  amenaza.  Con  una  digni- 
dad comparable  al  celo  con  que  sus  enemigos  empu- 
jaban contra  la  patria  á  los  extranjeros,  esperando  su 
triunfo  de  las  ventajas  que  éstos  obtuviesen,  respondió 
que  esperaba  que  «las  medidas  enunciadas  serán  confor- 
mes á  la  política  elevada  que  dichos  gobiernos  han 
acreditado  en  sus  relaciones  con  la  Confederación  Argen- 
tina, y  que  en  ningún  sentido  podrán  perjudicar  á  ésta, 
ni  comprometer   su   dignidad  é  independencia,  de  cuyo 


(')  Folleto  citado,   pág.    50. 


—  407  — 

íjüsteniínieiitó  este    gobierno  es  eiicai-gado».  (')  Tal   fué 
el  primer  paso   en   el  caniiiio   de  la  intervenci(')ii. 

Mientras  que  así  se  resolvía  este  negociado.  Oribe 
avanzaba  con  su  ejército  por  el  lado  del  Paraná.  Á  últi- 
mos de  noviembre  de  1842  pasó  sus  cal)alladas  por  el 
Tonelero  y  se  situó  de  este  lado  de  las  Concliillas.  Casi 
simultáneamente.  Rivera  pasó  todas  sus  fuerzas  á  Entre 
Ríos,  se  incorporó  aquí  las  de  Corrientes  y  de  Santa  Fe 
y  marchó  al  encuentro  de  aquél.  Los  jefes  del  ejército 
aliado  no  se  explicaban  porqué  Rivera  tomaba  la  ofen- 
siva en  territorio  argentino,  llevando  consigo  todos  los 
recursos  militares  de  que  podía  disponer  y  sin  dejar 
nada  organizado  á  su  retaguardia  en  previsión  de  un 
contraste;  en  vez  de  permanecer  á  la  defensiva  escogiendo 
del  otro  lado  del  Uruguay  el  terreno  y  la  posición  que 
más  le  conviniesen,  como  lo  observa  juiciosamente  el 
general  César  Díaz.  ("-)  Es  que  Rivera  llevaba  la  segu- 
ridad de  su  triunfo;  y  esta  seguridad  se  fundaba  en 
datos  que  le  había  trasmitido  Mr.  Mandeville.  el  mismo 
ministro  mediador. 

Aun  después  de  la  amenaza  contenida  en  su  nota 
de  26  de  noviembre,  Mr.  Mandeville  frecuentaba  la 
casa  de  Rozas.  Guardábasele  allí  particulares  conside- 
raciones, no  obstante  que  el  jefe  del  ejecutivo  argen- 
tino, en  su  sagacidad  genial,  sospechaba  que  el  mi- 
nistro de  S.  M.  B.  hacía  llegar  oportunamente  al 
conocimiento  del  gobierno  de  Montevideo  las  (h'denes 
militares,  movimientos  de  fuerzas  y  demás  detalles  se- 
cretos que  podía  sorprender  en  el  despacho  de  Rozas 
donde  tenía  fácil  acceso.  Para  saber  lo  que  en  esto 
hubiera  de  verdad.   Rozas  llann'»  al   mavor   Revés  v  le 


(')  Folleto  citado,  pág.  63. 
( - )  Memorias. 


—   lOR  — 

(lijo:  ((Dentro  de  poco  vendrá  Mr.  Mandeville.  usted  en- 
trará á  darme  cuenta  de  que  las  divisiones  del  ejército 
de  vanguardia  e^ií-Án  á  pie;  que  se  ha  empezado  á  pasar 
l>or  el  Tonelero  los  poros  caballos  que  hay:  pero  que 
l)or  esto  y  la  falta  de  armas  el  ejército  no  puede  ini- 
ciar operaciones.  Yo  insistiré  })ara  que  usted  hable  en 
})resencia  del  ministro.» 

Media  hora  después  entró  Mr.  ]\íandeville.  Asegurá- 
bale á  Rozas  que  se  esforzaría  para  que  terminase  dig- 
namente la  cuestión  entablada  cuando  se  presentó  Reyes 
á  dar  cuenta  de  lo  que.  con  carácter  de  urgente,  avisaltan 
del  ejército  de  vanguardia. 

—  Diga  usted,  ordenó  Rozas:  el  señor  ministro  es  un 
amigo  del  país  y  de  toda  mi  confianza.» 

Reyes  dijo,  y  Rozas  se  levantó  irritadísimo.  excla- 
mando : 

—  Vaya  usted,  señor,  y  dirija  una  nota  para  el  jefe 
de  las  caballadas,  haciéndolo  responsable  del  retardo  en 
entregar  los  caballos  para  el  ejército  de  vanguardia,  y 
otra  en  el  mismo  sentido  al  jefe  del  convoy.  Tráigame 
pronto  esas  notas,   señor,  para    firmarlas... 

Y  como  -Mr.  Mandeville  quisiese  calmarlo  arguyendo 
que  quizá  á  esas  horas  todo  ya  había  llegado  á  su  destino: 

—  No  señor,  no  puede  haber  llegado  todavía!...  y  si 
el  jmrdejón  supiera  aprovecharse...  pero  así  es  como 
vienen  los  contrastes;  así  es  como  vienen,  decía  Rozas 
cada  vez  más  agitado. 

Viéndose  impotente  para  calmar  tanta  agitación  Mr. 
^landeville  tuvo  á  bien  retirarse.  Inmediatamente  Rozas 
le  ordenó  al  capitán  del  puerto  que  vigilase  el  movimiento 
de  la  bahía.  Esa  misma  noche  tuvo  ]mrte  de  que  salía 
para  Montevideo  un  lanclxui  en  el  cual  iba  un  hombre 
de  confianza  de  Mr.  Mandeville.  F.ste  homl)re  trasmitía 
lo  que  Mr.  Mandeville  le  había  oíd(j  á   Rozas.     Fué  en 


—  40!)  — 

virtud  de  este  aviso  (|ue  Pavera  procedií)  sin  tardanza, 
creyendo  que  las  circunstancias  denunciadas  le  asegu- 
raban el  triunfo. 

Jamás  procedi(')  Rivera  con  tanta  celeridad,  ni  con 
mayor  aturdimiento.  Aun  suiíoniendo  exactas  las  noti- 
cias que  acababan  de  llegarle  de  Oribe,  la  prudencia 
y  las  uociones  más  elementales  de  estrategia  le  acon- 
sejaban conservar  su  línea  del  Uruguay,  que  era  el  punto 
de  mira  de  su  enemigo  para  invadir  el  territorio  orien- 
tal; en  vez  de  avanzar  sobre  Entre  Ríos  para  compro- 
meter en  una  batalla  decisiva  todas  sus  fuerzas  cuya 
mayor  parte  se  le  incorporaban  recién,  formando  con 
las  que  trajo  consigo  una  masa  indisciplinada,  sin  co- 
hesi(')n  ni  unidad,  que  es  lo  que  constituye  el  verdadero 
poder  de  un  ejército.  (\)  De  su  parte  Oribe  se  movió  de 
su  campo  de  las  Concliillas  y  el  5  de  diciembre  se  situó 
;i  i)OCp  más  de  dos  leguas  de  las  puntas  del  Arroyo 
Grande.  Al  sur  de  este  punto  se  encontraba  Rivera  cuan- 
do fuerzas  de  su  vanguardia,  al  mando  del  coronel  Baez, 
le  dieron  parte  de  la  proximidad   del  enemigo. 

Aunque  esto  debió  sorprenderle  demasiado.  Rivera 
se  prejíaró  á  la  batalla,  corriéndose  á  su  derecha  y  apo- 
vando  la     calveza   de    esta  ala    sobre   el    mismo  Arrovo 


(')  «Rivera  no  conocía  esas  tropas  porque  jamás  las  había  visto^ 
ni  á  los  jeíes  (jue  las  mandaban, — dice  el  general  riverista  César 
Diaz.  refiriéndose  á  las  l'uerzas  correntinas  y  santalecinas  que  se 
incorporaron  días  antes  de  la  batalla  del  Arroyo  Grande:  ignoraba 
su  im])ortancia  respectiva  y  no  podía  por  consiguiente  darles  una 
aplicación  oportuna  en  las  lioras  solemnes  del  combate.  Necesita l)a 
halterse  tomado  algún  tiempo,  algunos  días  al  menos,  jíara  inspeccio- 
narlas, conocer  su  espíritu,  habituarlas  á  su  mando  y  uniformarlas 
al  régimen  de  los  demás  cuerpos;  establecer  en  suma  la  confianza 
mutua  (|ue  debe  existir  entre  el  general  y  el  ejército,  sin  la  cual  es 
muy  dil'ícil  vencer;  y  en  una  palabra,  hacer  todo  cuanto  la  estra- 
tegia prescribe  y  la  responsa1)iiidad  del  mando  aconseja,  antes  de 
decidirse  á  la  operación  más  terrible  y  trascendental  de  cuantas  se 
conocen.»  (Véase  Memorias  del  general  César  Díaz.  pái;.  4.S.) 


—  410  — 

Grande.  Constaba-  su  línea  de  (SOOO  soldados.  'iOOO  de 
infantería,  ~i~){){)  de  caballería  y  Ki  cañones,  así  colo- 
cados: derecluu  las  divisiones  orientales  y  algunos  co- 
rrentiiujs  al  mando  de  los  generales  Aguiar  y  Ávalos: 
centro,  la  artillería,  y  brigadas  de  infantería  á  ambos 
ílancos,  al  mando  de  los  coroneles  Chilavert,  Lavandera 
y  Blanco:  izquifírda,  la  caballería  correntina.  santafecina 
y  entrerriana  al  mando  de  los  generales  Ramírez,  López 
y  Galván.  El  ejército  de  Oribe,  fuerte  de  8500  hombres, 
se  corrií)  sobre  su  izquierda,  ocultando  este  movimiento 
€on  las  maniobras  de  la  caballería  de  vanguardia,  y 
quedó  formado  así:  derecha^  divisiones  de  caballería  al 
mando  de  los  coroneles  Granada,  Bustos,  García,  Gon- 
zález (Bernardo),  Barcena  y  Galar/a,  y  nna  columna  llan- 
queadora  mandada  por  el  general  Ignacio  Oribe,  todo  á  las 
órdenes  del  general  Urquiza:  centro,  brigada  de  artillería  al 
mando  de  los  mayores  Carbone  y  Castro;  los  batallones  con 
su  dotación  de  artillería  mandados  por  los  coroneles  Costa. 
Maza,  Rincón  Dominguez  y  Ramos,  y  todo  á  las  (U'denes 
del  general  Pacheco :  izquierda,  división  de  caballería  al 
mando  de  los  coroneles  Laprida  y  Losa,  comandantes  Lá- 
mela, Arias,  Castro,  Albornoz  y  Frías,  bajo  las  órdenes 
del  coronel  José  María  Flores.  Una  columna  tlanquea- 
dora  á  cargo  del  general  Servando  Gómez.  Además  tres 
reservas  mandadas  por  los  coroneles  Urdinarrain.  Oli- 
vera y  Arredondo. 

La  batalla  del  Arroyo  Grande  se  inici(')  de  ambas  par- 
tes en  las  primeras  horas  de  la  mañana  del  (J  de  diciem- 
bre. El  ejército  aliado  de  Rivera,  de  Ferré  y  de  L(jpez 
luchó  desesperadamente:  pero  los  regimientos  y  batallo- 
nes federales,  guiados  i)or  jefes  que  haluan  acreditado  su 
pericia  y  su  valor  en  la  canijiaña  de  los  Andes,  del 
Brasil  y  del  Desierto,  consiguieron  con  sacriíicios  ven- 
tajas   importantes  de  las  que    Oribe    supo    aprovechar. 


—  411  — 

Lh  carga  de  las  caballerías  de  flivera  fué  bien  sostenida 
al  principio ;  que'  algunos  escuadrones  de  la  izc|uierda 
federal  se  desorganizaron,  envolviendo  consigo  otras 
fuerzas.  Pero  Oribe  lanzó  sus  reservas  sobre  los  extre- 
mos izquierdo  y  derecho  de  Rivera;  y  toda  esa  enorme 
masa  de  caballería  que  se  confundió  en  sangriento  tor- 
bellino, quedó  reducida  después  de  media  hora  á  la 
que  formaba  las  filas  clareadas  de  los  vencedores.  Las 
dos  alas  del  ejército  de  Rivera  quedaron  fuera  de  com- 
bate, dispersas  ó  aniquiladas.  Después  de  hacer  jugar 
convenientemente  su  artillería.  Oribe  mandó  al  centro 
cargar  á  la  bayoneta.  Fué  la  artillería  de  Chilavert  y 
las  infanterías  de  Lavandera  y  Blanco  las  que  sostu- 
vieron este  último  ataque,  hasta  caer  en  poder  del  ejér- 
cito federal,  juntamente  con  el  parque,  bagajes  y  caba- 
lladas de  los  aliados.  En  cuanto  á  Rivera  huyó  del 
campo  de  batalla  arrojando  su  chaqueta  bordada,  su 
espada  y  sus  pistolas,  todo  lo  cual  se  ha  conservado 
hasta   hace  poco  en  el  museo  de  Buenos  Aires.  (') 

Cuatro  mil  hombres  c^ue  lanzó  Oribe  en  todas  direc- 
ciones acuchillaron  los  restos  de  las  caballerías  aliadas. 
Todo  se  perdió  en  ese  día  memorable,  dice  uno  de 
los  })rincipales  jefes  orientales  de  la  subsiguiente  defen- 
sa de  Montevideo,  sin  que  se  pudiera  decir  lo  que 
Francisco  I  escribía  á  su  madre  después  de  la  batalla 
de  Pavía:  «todo  se  ha  perdido  menos  el  honor».  Allí 
^1  monarca  cayendo  prisionero  había  acreditado  que 
si  la  fortuna  no  favoreció  sus  armas,  el  valor  había 
hecho  su  oficio.  Aquí  el  general,  temiendo  más  el  riesgo 


(')  Parte  de  Oribe  á  Rozas  fechado  en  la  costa  del  Tfruguay 
y  cartas  correlativas  de  los  generales  Echagüe,  Pacheco  y  Ur- 
quiza,  publicadas  en  La  Gaceta  Mercantil  del  15  de  diciembre 
<le  1842  y  23  de  marzo  de  1843.  (Véase  Memorias  del  genera) 
César  Diaz.) 


—   i]'2  — 

de  sil  vida  que  la  tremenda  responsabilidad  de  la  de 
los  soldados  puestos  á  su  cargo,  se  separó  de  su 
ejército  cuando  estaba  todavía  indecisa  la  victoria,  de- 
jando en  el  campo  de  batalla  masas  enteras  que  con 
nii'iios  Cfjbardía.  al,^uiia  serenidad  y  algunas  ideas 
estratégicas,  hubieran  podido  salvar  ó  impedir,  cuando 
menos,  que  fuesen  impunemente  acuchilladas,  ('i 

Todo  lo  perdió  Rivera  en  ese  día.  desbaratando  por 
sus  propias  manos  los  cuantiosos  recursos  que  arreba- 
tí) de  las  manos  espertas  del  general  Paz  cuando,  tor- 
pemente celoso  de  la  superioridad  de  éste,  lo  vio  pro- 
testar en  nombre  del  patriotismo  argentino,  contra  su 
dorado  sueño  de  anexar  al  Estado  del  Uruguay  las 
[)rovincias  de  Entre  Ríos,  Corrientes  y  el  Paraguay.  En 
los  campos  del  Arroyo  Grande,  regados  con  abundante 
sangre  de  vencedores  y  vencidos,  quedó  sepultada  esa 
dañina  aspiración  de  Rivera;  por  más  que  la  persiguie- 
ran todavía  hasta  el  año  de  1846  algunos  argentinos 
extraviados  en  consorcio  con  la  diplomacia  británica  y 
brasilera. 

(')  El  general  Césjar  Díaz,  Meraorias,  páü".  50. 


APÉNDICE 


COMPLEMENTII    AL    l'AriTrLl)   WXll 
Señor  don  Martiniano  Chilarert 

Mercedes,    16  de   octubre   de   1838. 

Querido  amigo : 

Ahora  días  escribí  á  V.  remitiéndole  una  carta  para 
€l  general  Netto;  y  le  suplicaba  aprovechase  la  primera 
oportunidad  de  dirigirla  y  me  avisase  de  alguna  otra 
para  escribir  á  todos  mis  amigos  del  Brasil.  Hoy  es  más 
urgente  esta  necesidad  porque  he  recibido  una  porción 
de  cartas  de  aquellos  hombres,  entre  ellas  de  Bento 
Gonzálves  y  Bento  Manuel,  y  no  quiero  pasar  por  ingrato 
con  una  gente  á  quien  debo  tantos  favores.  Por  otra 
parte  la  política  actual  está  tan  complicada  y  de  un 
modo  tan  grave,  que  no  quiero  dejar  de  continuar  mis 
relaciones  con  los  riograndeses,  porque  ¿quién  tendrá 
la  audacia  de  asegurar  que  ve  claro  en  el  porvenir?  Si 
V.  se  sirve,  pues,  señalarme  la  oportunidad  que  deseo, 
le  remitiré  un  paquete    de  cartas. 

Anoche  me  dijo  Carril  que  el  Entre  Ríos  estaba  en 
revolución  por  Crispín  Velázquez,  noticia  procedente  de 
Gomensoro,  á  quien  no  he  visto  todavía  para  averiguar 
el   origen.  Espero  que  Y.   me  diga  lo    que  hay. 

Los  franceses  van  á  bloquear  á  Chile  . . .  cuando  un 
ejército  chileno  está  en  Lima  contra  , Santa  Cruz... 
El  cónsul  francés  Roger,  que  fué  á  Francia  á  dar  cuenta 
á  su  gabinete,  volvió,  y  ha  dirigido  á  Rozas  un  ultimá- 
tum con  algún  agregado  de    exigencias.   Le  declara    que 


—  til  — 

«para  hacerle  la  guerra  se  unirá  á  sus  enemigos»  .  . . 
La  isla  de  Martín  García  ha  sido  tomada  á  viva  fuerza 
por  las  escuadrillas  aliadas ...  40  ¡jiezas  tiraban  sobre 
un  niidisimo  parapeto,  y  500  infantes  completaron  el 
suceso.  El  honor  del  pabellón  argentino  ha  c|uedado  bien, 
pues  el  joven  Costa  se  ha  batido  en  héros,  como  dicen 
los  galos.  Perdi(j  (íO  muertos  y  ól  mismo  ha  quedado 
prisionero  y  herido.  Los  agresores  han  tenido  50  muertos. 
Así  nos  lo  aseguran  aquí  personas  venidas  de  las  Yacas. 
Mil  expresiones  á  Piran.  No  sea  V.  perezoso  y  escrilia 
á    su  amigo 

.ll  AN    La  VALLE. 

Señor  don  Martiniano   Chilavert. 

Mercedes,    IG  de    dicieniln-e  de   1838. 

(^)uerido  amigo : 

Siento  ponerme  á  contestar  su  aprecial)le  del  13  en 
el  momento  mismo  en  que  Videla  manda  por  la  carta.  Me 
sentía  con  disposición  de  escribirle  á  V.  muy  largo,  como 
lo   exige   la  grave  cuestión  que    V.  toca. 

Los  dos  diarios  de  Montevideo  están  de  acuerdo  sobre 
la  unión  con  los  franceses.  Y.  habrá  leído  casualmente 
algunos  números  de  la  revista  que  no  hablen  del  asunto, 
pero  madama  está  tan  inflamada  que  termina  un  lar- 
guísimo artículo  de  sofismas  y  de  una  charlatanería 
obscura,  llamando  pobres  y  estúpidos  á  los  que  no  piensen 
del  mismo  modo.  Estos  hombres  conducidos  por  un  inte- 
rés i)i'o|)io  muy  mal  entendido,  quieren  trastornar  las 
leyes  eternas  del  patriotismo,  del  honor  y  del  buen 
sentido;  pero  confio  en  que  toda  la  emigración  preferirá 
(pie  la  revista  la  llamo  estúpida,  á  que  su  patria  la 
maldiga  mañana  con  el  dictado  de  vil  traidora.  Nadie 
clasiíicará  mejor  que  Y.  á  aquellos  hombres  cuando  los 
llama  Sansimonianos. 


—  415  — 

Hay  también  otra  cuestión  muy  '  grave.  El  general 
Rivera  piensa  invadir  él  en  persona  el  territorio  argen- 
tino. Este  punto  no  quisiera  tocarlo,  pero  V.  tiene  un 
pecho  argentino  y  sentirá  todo  lo  que  yo  siento.  Yo 
creo  que  la  reunión  del  Durazno  lleva  esta  mira,  y  que 
con  respecto  al  norte  no  hay  por  ahora  otra  idea  que  la 
de  retozar  con  los  dos  partidos. 

V.  quiere  mi  opinión  sobre  su  retirada  del  servicio, 
y  yo  me  complazco  de  esta  confianza.  Prescindiendo 
como  V.  quiere  de  todo  interés  personal,  yo  creo  que 
V.  debe  permanecer,  porque  su  retirada  podría  hacer 
creer  que  hemos  adoptado  un  sistema  de  oposición,  lo 
que  podría  ser  fatal.  Demasiado  suscej^tible  están  los 
espíritus,  y  sólo  porque  uno  no  dice  amén  á  todo, 
aunque  por  otra  parte  siga  ¡la  corriente,  se  expone  al 
enojo  de  los  grandes.  En  dos  ó  tres  meses  las  ideas  'pueden 
variar  mucho  en  circunstancias  como  estüs,  jDero  si  se 
realizan  las  ideas  de  hoy,  es  decir,  si  llega  el  caso  de 
llevar  la  guerra  á  nuestra  patria,  los  pabellones  fran- 
cés y  oriental,   entonces  haremos  nuestro   deber. 

Le  he  de  escribir  más  sobre  esto  y  sobre  lo  demás 
que  contiene  su  carta  cuando  pille  conductores  tan 
seguros  como  nuestro  amigo  Videla.  Por  ahora  no  puedo 
detenerlo  más. 

Su  siempre  amigo 

JuAx    Lavalle. 

Señor    general  don   Fructuoso    Rivera 

Cuartel   General  en   Általos,  febrero   4  de  1839. 

Mi  grande  y  estimado  amigo: 

Una  casualidad  favorable  ha  traído  á  mi  mano  un 
paquete  de  comunicaciones  dirigidas  del  continente  á 
Lavalleja,  Urquiza  y  Olivera,  cuyas  copias  remito  á  V. 
adjuntas,  dejando   en  mi    poder  los    originales,    é    igual- 


—  lili  — 

méate  órdenes  lil)r;i<las  á  bis  ^uai-ilias  del  rrurruay 
para  en  caso  de  piv^sentarse  el  aut(,)r  de  las  coiTespoii- 
deiicias,  que  sea  asegurado  y  lo  pongan  á  mi  disposici(')n. 

Es  visto,  amigo  mío,  que  esos  hombres  tienen  un 
constante  empeño  de  ocultar  el  estailo  fatal  en  que  se 
hallan  las  relaciones  de  esta  provincia  con  la  de  t]ntre 
Ríos,  sin  duda  para  hacer  menos  penosa  y  agravante  la 
situación  en  que  ellos  inisnios  se  han  colocado,  y  conse- 
guir atraer  en  su  favor  á  la  multitud  incauta.  Notará  V. 
en  las  cartas  de  Ventura  Coronel  vm  silencio  profundo 
respecto  de  este  gobierno,  y  es  el  mismo  que  guarda 
Echagüe  para  con  sus  tropas,  de  donde  diariamente 
vienen  individuos  desertados:  no  ha  llegado  uno  que  diga 
que  aquella  alarma  es  contra  Corrientes,  y  todos  ellos 
confirman  habérseles  hecho  entender  que  su  objeto  es 
l)asar  á  la  Banda    Oriental. 

Soy  de  sentir  que  cuant(_»  antes  nos  aproximemos,  y 
que  V.  no  se  detenga  con  su  ejército,  siempre  que  sólo 
sea  por  esperar  la  ratificación  del  tratado:  la  tengo  lista, 
con  una  muy  pequeña  adición  á  uno  de  los  artículos,  y 
no  se  la  he  dirigido,  porque  olvidado  dejé  el  sello  en 
la  ciudad:  cuente  con  seguridad  que  inmediatamente  de 
vencido  este  inconveniente  la  despacharé  á  manos  de  V. 
y  que  será    muy  en  breve. 

Sin  otro  asunto  que  ofrecer  por  ahora  á  la  conside- 
ración de  Y.  tengo  el  singular  placer  de  repetirme  su 
sincero  y  íiel  amigo  Q.  S.  M.  B. 

Genaiío  Beróx  de  Astrada. 


Excelentísimo  señor  general  y  amigo  don  Juan  Antonio  Lavalleja. 

('ruz    Alta  del   Espíritu   SanU),  24  ilc  dieieinhre  de   1888. 

Es  con  indecible    sentimiento  que   me    dirij(^    á    V.    H. 
por  el  infeliz   desenlace  de   la   causa   (pie  V.   E.   defendía, 


—  417  — 

una  vez    decidida    la  infundada  ubstinacion  de    Oribe  de 
aliarse  con  el  pérfido  gobierno  del    Brasil,    y    mostrarse 
adversario  de  los    republicanos  de    este  Estado.  Una  revo- 
lución   siempre    variable    en    sus    ensayos,    que    por  su 
naturaleza  ofrece  mil    nuidanzas.   que  no  tiene   una  base 
sólida  para  consistencia  á   su  edificio,  rara  es  la  vez  que 
ella  progresa  cuando  es   dependiente  de    los    sucesos  de 
las  armas.  Yo  hablo  á  V.  E.   en    estos  términos  vulgares 
de    la   experiencia  adquirida  en  el  raciocinio  de   campeo- 
nes populares,    mucho  más  teniendo  los   ejemplos  dentro 
de   nuestra  propia  casa.    Si   Rozas,  Oribe    y  V.  E.  procu- 
rasen identificar  sus  intereses    con  los    nuestros,  tal   vez 
el  resultado   de    sus    fatigas    les    fuese    más    propicio,   y 
consiguieran  un  beneficio   de    su    obra;   mas    la   política 
que  tiene  un  resorte    conveniente   que  es  la  ley  del  más 
fuerte,  idea   al  momento  influir  en  el    corazón    humano, 
á  veces   determina    una    acción    y  reacción   contrarias    á 
los  mismos  principios.  Por  otro    lado,  el   pérfido  traidor  y 
tiránico  desgobierno    del    Rio    de    .Janeiro,    que    procura 
hacernos  una  guerra  cruel    y  destructora,    tiene    disemi- 
nada la  zizaña  entre  nuestros  vecinos   y  la  intriga    para 
sepultarnos.    Á  un  tiempo    se  liga    con  Rozas   y    en   otro 
se    une   al    partido    contrario,    y    todavía    perjuro    quizá 
ahora  engañe  á  ambos,  ya  mandando  emisarios,  ya  expar- 
ciendo  indisposiciones  rencorosas,  produciendo  represalias 
y  queriendo  comprar  con  el   oro  el  favor    de  americanos 
contra    americanos.     Yo    estoy     enteramente    convencido 
que   la  causa  de  V.  E.  no  ha  sucumbido  del  todo,  y  que 
aun  puede  desenvolver  todos  los  recursos   políticos  y  mo- 
rales. Y.  E.  no   ignora    cuánto  me  interesa  el  progreso  de 
ella,   por  ser  conforme   con  la  verdadera  libertad.  Después 
de   la  separación  de   esta  provincia   no    he  recibido    una 
carta  de   Y.  E.  puesto  que    mi  hermano    Maximiano   me 
-dice  que  Y.   E.  me  ha  escrito.  Y'o    espero  de    la  amistad 
de  Y.  K.  me  dé  repetidas  noticias  de  su    estado,  y  del  de 
sus  negocios,  con  lo  que  mucho  me  alegraré;  remitiéndo- 
me Y.  E.  sus  notas  por  el  conducto  de  mi  hermano  José 


—    11<S  — 

í uvero,  comanihiute  de  la  frontera  de  Misiones  ó  del 
comandante  de  la  frontera  de  Alégrete,  Joaquín  de  los 
Santos  Lima.  Yo  soy  como  siempre  con  toda  la  estima- 
ción y  consideraci()n 

De   V.  E.  amigo  invariable 

Bexto  Maxiel  Riveho. 

Excelentísimo  señor  general  don  Juan  A.  Lavalleja. 

Piratini,   1°  de  enero  de  181^9. 

Compadre  y  amigo: 
Por  nuestro  amigo  don  Ventura  Coronel  me  fué  en- 
tregada su  apreciable  de  3  de  diciembre  del  año  pasado, 
y  también  por  él  fui  impuesto  de  cuanto  por  la  Confede- 
ración Argentina  ocurre  acerca  del  Estado  Oriental.  Él 
le  dirá  los  sentimientos  que  al  respecto  animan  á  los 
riograndeses  libres,  y  muy  principalmente  á  quien 
siempre  será   su  fiel  amigo  y   compatriota 

Bexto  Goxzález  de  Silva. 

Excelentísimo  señor  general  don   Juan  Antonio  Lavalleja. 

Bayés,  2  de  enero    de    1839. 

Mi  muy  respetado  general : 

Aunque  con  viaje  no  tan  pronto  como  deseaba  llegué 
felizmente  á  este  punto,  de  donde  luego  pasé  á  Piratini 
entregando  en  propia  mano  la  carta  de  V.  E.  al  señor 
presidente  don  Bento  González,  instruyéndole  verbalmente 
del  estado  de  cosas  de  Buenos  Aires  y  de  las  provincias 
litorales  de  la  Confederación,  en  conformidad  con  lo  que 
\'.  E.  me  encargó  y  que  yo  me  hallaba  bien  impuesto, 
como  igualmente  de  las  medidas  que  se  toman  })ara 
hacer  la   guerra  al  perverso  Frutos  Rivera. 

Adjunta  remito  á  V.  E.  la  contestación  de  la  mencio- 
nada carta,  asegurándole  que  no  sólo  aquel  primer  ma- 
gistrado como  todo   lo  general  de   esta    nueva    república 


—  419  — 

con  la  mayor  ansiedad  desean  ponerse  de  acuerdo,  y 
ayudarnos  en  la  destrucción  de  ese  tirano,  de  quien 
nunca  han  tenido  ni  tendrán  jamás    la  menor  confianza. 

Tan  luego  como  el  gobierno  argentino  reconozca  la 
independencia  de  esta  nueva  [república,  ella  está  dispues- 
ta á  hacer  parte  de  la  Confederación;  en  esta  alianza, 
señor  general,  tan  interesante  á  nuestro  Estado,  como 
al  aumento  de  la  misma  Confederación,  es  nec^esario 
empeñar  los  mayores  esfuerzos:  V.  E.  tiene  grandes 
relaciones  y  amistad  con  los  gobernantes,  y  conoce  como 
el  primero  las  ventajas  de  este  paso  político  si  se  consi- 
gue llevar  á  debido  efecto.  Pronto  marchará  un  encarga- 
do suficientemente  autorizado  á  tratar  de  este  negocio 
cerca  del  gobierno  encargado  de  las  relaciones  exterio- 
res de  la  Confederación;  entretanto  Y.  E.  no  deje  de 
decir  algo  de  las  disposiciones  de  aquel  gobierno  á  este 
respecto,  pues  mucho   se    interesa  saber  y  se  me  encarga. 

Los  coroneles  unitarios  ()lavarría,  Suárez  y  Ramallo 
piensan  pasar  á  la  provincia  de  Corrientes  con  alguna 
gente,  mover  allí  la  intriga,  de  acuerdo  sin  duda  con 
algunos  de  su  facción  existentes  en  aquel  ,^s.  para 
promover  la  guerra  á  la  República  Argentina,  cuya 
noticia  con  esta  misma  fecha  doy  al  señor-  general  don 
Justo  Urquiza  para  con  tiempo  poderse,  prevenir  los 
males. 

De   todos  los  amigos  de  la  frontera,   puedo   informar  á 

V.  E.  que  siempre   son    los   mismos,   y    con  los    mismos 

deseos,   sólo  esperando  el  momento  de  poder  ayudarnos. 

Con  este  motivo   aprovecho  esta  ocasión   para  asegurar  á 

Y.  E.  de    mi    amistad,    disponiendo    como    guste    de    su 

atento  amicío  v  subdito  Q.  B.  S.  M. 

Yentura    Coronel. 

íSr.  don  Florencio  Olivera. 

Hayés,  ¿  de  enero  de  1839. 

Mi  antiguo  y  predilecto  amigo: 
Acabo  de  regresar  á  este  lugar  después  de  haber  estado 


—   4-i()  — 

en  l'iiiitiiii  con  el  señoi' presidente  (Ion  JJeiito  (ionzález:  iillí 
no  existe  sino  un  es^jíritu  puramente  amigo  nuestro;  i)or 
tanto,  amigo,  interesa  trabajar  día  y  noche  á  fin  de  llevar 
á  efecto  lo  más  pronto  posible  la  obra  de  destruir  al  tira- 
no (pie  se  ha  sobrepuesto  á  las  L.  L.  de  nuestra  j)atria, 
cierto  que  tendremos  quien   nos  ayude. 

Amigo:  adjunto  una  comunicación  para  el  señor  gene- 
ral i^avalleja,  la  que  interesa  mucho  y  ixiucho  el  que  la 
remita  por  un  chasque  con  la   mayor  brevedad 

Pronto  me  parece  que  tendré  que  ir  hasta  esa  prcnin- 
cia.  pues  asi  ha  de  ser  preciso :  entretanto  disponga  como 
guste  de  la  invariable  amistad  que  siempre  le  ha  tribu- 
tado su  afectísimo  amigo  Q.  S.  M.  II 

Ventura  Coronel. 

Señen'  general  don  Justo  José  Urquiza. 

Bayés,  2  de  enero  de  1839. 

Mi  respetado  general  y  amigo  : 
Con  muy  feliz  viaje,  aunque  no  con  la  brevedad  que 
deseaba,  llegué  á  este  punto,  y  en  desempeño  de  la  comi- 
sión que  se  me  encargó,  pasé  luego  á  entenderme  con  el 
señor  presidente  de  esta  nueva  república,  pudiendo  ase- 
gurar á  V.  E.  de  los  mejores  deseos  de  este  primer  ma- 
gistrado, como  también  de  los  muchos  amigos  que  tene- 
mos en  este  país. 

Con  ansiedad  desea  este  nuevo  Estado  el  que  la  Repú- 
blica Argentina  reconozca  su  independencia,  retribuyendo 
este  paso  político  y  digno  de  los  gobiernos  republicanos 
con  hacer  parte  de  la  Confederación:  V.  E. me  indica  que 
ya  se  trabajaba  en  esto  por  el  gobierno  encargado  de  las 
relaciones  exteriores:  sus  relaciones  y  amistad  con  el 
í]xmo.  gobierno  de  esa  provincia,  y  las  de  aquél  con  el 
de  la  Confederación  mucho  podrán  iníluir  en  la  pronta 
conclusión  de  este  interesanto  negocio. 

Por  conducto  muy  fidedigno  y  que  no  cabe  la  menor 
duda,  se    me    ha   informado    que  los   coroneles    unitarios 


—  421  — 

OlavaiTÍa,  Suárez  y  Ramallo,  con  una  pequeña  fuerza 
piensan  pasar  á  la  provincia  de  Corrientes  á  promover 
allí  la  discordia,  sin  duda  de  acuerdo  con  alo-unos  de  la 
facción  que  haya  en  aquel  país,  dividir  las  opiniones  y 
hacer  la  guerra  á  la  República  Argentina  con  la  protec- 
ción de  Fruto  Rivera.  Yo  creo  que  estos  cabecillas  poco 
podrán  hacer :  pero  entretanto  las  precauciones  nunca  es- 
tán demás,  y  por  ello  me  apresuro  á  ponerlo  en  conoci- 
miento de  S.  S. 

Es  probable  que  muy  pronto  tenga  el  gusto  de  ver  á 
S.  S.  y  entretanto  si  hubiese  alguna  oportunidad  no  deje 
de  escribirme,  cierto  que  tendrá  la  ma>or  satisfacción  su 
muy  affmo.  amigo  y   seguro  servidor  Q.  B.  S.  M. 

Ven t i  ' k a  C oronel. 

DECRETíí 

¡Viva  la  FiídoracLóa  Argentina! 

Año  30  de  la  Libertad  y  24  de  la  Independencia. 

El  gobernador  y  capitán  general  de  la  provincia  de  Co- 
rrientes :  Considerando,  que  desde  la  convención  de  alian- 
za ofensiva  y  defensiva  celebrada  el  31  de  diciembre 
pasado  por  los  Excmos.  gobiernos  de  la  República  Orien- 
tal y  de  Corrientes,  queda  desde  entonces  desligada  esta 
provincia  de  la  política  é  influencia  ominosa  del  goberna- 
dor de  Buenos  Aires  don  Juan  M.  de  Rozas  y  su  gobierno, 
y  en  este  caso  siendo  un  deber  suyo  hacer  conocer  á  los 
subditos  de  S.  M.  el  rey  de  los  franceses  la  decisión  de  la 
l)rovincia  contra  la  marcha  de'aquel  tirano,  en  uso  de  las 
facultades  que  le  confiere  la  ley  de  22  de  enero  líltimo, 
tiene  á  bien  acordar  y  decreta: 

1°.  Queda  revocada  la  aprobación  dada  á  la  conducta 
del  gobernador  de  Buenos  Aires,  referente  al  sostenimien- 
to tenaz  de  la  cuestión  que  atrajo  sobre  todo  el  litoral  de 
la  República  Argentina  el  bloqueo  riguroso  de  la  escua- 
dra francesa;  y  separada  la  provincia  de  la  política  segui- 
da por  aquel  gobierno  relativa  á  la  Francia. 


42?  

2".  Los  súlxlitos  (le  S.  M.  el  rey  de  los  franceses  serán 
tratados  en  el  territorio  de  la  provincia,  según  lo  han 
sido  antes  de  ahora,  en  igualdad  con  los  de  la  nación 
más  favorecida  hasta  la  conclusión  de  un  tratado  entre 
la  Francia  y  la  Repúl>lica  Argentina. 

;')."  Puhlíquese,  imprímase  y  dése  al  Kegistro  Oficial. 

Cuarlrl  fieneral  (üi  el  Chañar,  marzo  O  de  1889. 

Bekóx  de  Astuada. 
Pedro  Díaz  Colodrero. 

Excmo.  señor   don  Fructuoso  Rivera. 

Mi  muy  apreciado  señor  general   y  amigo. 

Me  apresuro  á  comunicarle  algo  que  puede  importar 
respecto  á  la  misión  de  nuestro  amigo  don  Santiago.  La 
viuda  del  Vizconde  de  la  Laguna  y  otras  personas  que 
acaban  de  lleqar  de  Rio  Janeiro,  aseguran  que  allí  corría 
ya  muy  válida  la  noticia  de  la  caída  del  ministerio.  A 
mí  me  ha  dicho  uno  que  entraba  de  ministro  de  la  guerra 
don  Jacinto  Roque  de  Sena,  que  hará  tres  meses  se  fué 
de  aquí,  y  ya  hizo  llevar  la  familia,  y  el  actual  ministro 
viene  de  Río  Grande.  Todo  esto  puede  interesarle  para 
sus  ulteriores  comljínaciones.  El  6  nos  recibimos  de  las 
secretarías  y  hasta  el  8  no  se  comunicó  de  oficio,  luego 
sobrevino  este  malvado  carnaval  que  hoy  concluye,  y  por 
consiguiente  no  me  ha  visto  Chaves.  Le  garanto  procu- 
i'aré  saber  algo  cierto  relativo  á  aquella  corte. 

Á  nuestra  entrada  hemos  tocado  el  primero  y  más 
fuerte  inconveniente,  que  es  el  de  la  hacienda,  escollo  en 
.que  tríjpiezan  todos  los  gobiernos.  Los  arbitrios  ordinarios 
y  extraordinarios  de  estos  4  meses  pasados  ya  fueron 
insumidos,  y  nos  enconti'amos  á  más  con  un  cúmulo  de 
letras  importantes  más  de  ochocientos  mil  pesos,  y  paga- 
deras dentro  del  corriente  año.  Por  sobre  todo  es  preciso 
sostener  ese  virtuoso  ejército  de  su  mando.  i)ara  lo  que 
puede  contar  por  ahora  religiosamente  con  treinta  mil 
l)esos   mensuales:  esto  es  lo  primero  y  más  sagrado.  Sigue 


—  428  - 

luego  ia  escuadra  que  no  necesitará  menos  de  doce  mil. 
El  orden  interior  es  indispensable  mantenerlo  á  toda  costa 
y  para  esto  se  necesita  que  los  gastos  de  la  administra- 
ción sean  satisfechos  con  puntualidad,  aunque  no  sea 
en  el  todo.  El  crédito  y  decoro  del  gobierno  exigen  que 
los  intereses  de  pólizas  y  reforma  sigan  pagándose  como 
hasta  aquí.  Por  manera  que  atenidos,  como  hemos  queda- 
do, puramente  á  las  rentas  de  aduana,  no  queda  más  solu- 
ción que  dar  al  problema,  sino  reducir  el  pago  efectivo 
de  letras  á  su  cuarta  parte  cada  mes,  y  el  resto  irlo  sacan- 
do por  renovaciones  con  interés  á  los  meses  menos  recar- 
gados para  buscar  el  equilibrio  que  nos  es  indispensable. 
Á  este  íin,  y  urgiendo  tanto  el  negocio  que  no  nos  da 
tiempo  para  consultarle,  después  de  hablar  con  los  bue- 
nos amigos  hemos  pensado  celebrar  un  acuerdo  muy  for- 
mal de  los  cuatro  para  establecer  con  franqueza  la  única 
medida  que  tenemos  para  adoptar.  Si  nuestros  amigos 
nos  ayudan,  como  esperamos,  habrá  sus  corcobos,  pero 
al  fin  se  penetrarán  de  la  franqueza  y  buena  fe  de  la 
administración.  La  del  diablo  es  que  á  todos  por  lo  gene- 
ral se  les  ha  metido  en  la  cabeza  que  los  apuros  pro- 
vienen de  los  desparpajos  de  don  Santiago  y  no  hay 
razones  ni  convencimientos  que  basten  á  disuadirlos.  En 
fin  hemos  de  marchar,  y  creo  que  bien,  porque  hay 
completa  uniformidad  entre  nosotros;  V.  siga  libremente 
su  gran  destino  de  gloria  que  lo  hemos  de  ayudar  hastn 
donde  haya  fuerzas. 

Bueno  será  que  algo  me  diga,  en  general  al  menos, 
respecto  á  los  franceses,  para  saber  cómo  me  he  de  mane- 
jar en  las  exigencias,  con  que  como  los  demás  cónsules 
no  dejan  de  importunar  diariamente.  Después  de  esto 
cuando  más  le  ocurra;  pues  debe  V.  estar  seguro,  segu- 
rísimo, de  que  nada  haremos,  sino  lo  nuiy  indispensable 
sin  sd   beneplácito. 

S.  S.  Q.  H.  S.  M. 

José  Ellauhi. 

Montevideo,  lebrero  12  de  1839. 


f21 


Señor  general  don  Fructuoso  Rivera. 

Mi   (lucrido   «general: 

lOn  Mercedes  recibí  la  estimable  de  V.  fecha  4.  y  un 
duplicado  de  la  misma,  luego  que  llegué  á  ésta,  que  fué 
cu   la  tarde  del  18. 

Con  la  simi)le  seguridad  que  V.  tuvo  la  bondad  de 
darme  en  su  carta,  de  recibir  al  general  Lavalle  como 
im  amigo  y  compañero,  este  jefe  se  ha  determinado  á 
prestar  sus   servicios. 

Por  lo  demás,  puedo  asegurar  á  V.  que  en  los  tres 
(lias  (pie  he  pasado  en  conferencias  con  ese  jefe,  no  he 
hallado  en  él  sino  ideas  de  orden,  de  armonía,  arraiga- 
das con    profundo   conocimiento. 

Me  importa  también,  por  motivos  que  hay  para  ello, 
que  V.  sepa  que  cualesquiera  personas  que  hayan  tomado 
el  nombre  del  general  Lavalle,  para  hacer  reuniones  ú 
otros  pasos  públicos,  antes  de  nuestra  salida  de  Merce- 
des, lo  han  hecho  sin  su  noticia  y  sin  su  consentimiento. 

No  necesito  decir  á  V.  cuánto  agradeceré  su  carta; 
porque  aunque  no  era  lo  (pie  yo  esperaba,  bast(3  para 
que  lográramos  nuestro  objeto. 

Me  resta  ahora,  mi  querido  general,  felicitar  á  V.  por 
su  elección  de  presidente  constitucional.  V.  sabe  mis 
deseos  por  su  prosperidad:  sea  Y.  feliz  y  haga  el  bien 
definitivo  de  esta  patria  que   tanto  confia  en  usted. 

Mis  respetos  á  mi  señora  doña  P)ernar(lina,  y  usted  dis- 
ponga de   su  seguro   servidor  y  amigo  Q.  B.  S.  M. 

Florencio  Várela. 

Montevideo,  10  de  m!U'Z(3  de  1839. 

Señor  general  don  Fructuoso  Rivera. 

Mi  querido  general: 
Supongo  en  manos  de  usted   la  que  tuve   el   gusto  de 
escribirle  i)or  conducto,  según  creo,  del  señor  coronel  Silva. 
Hoy  no  quiero  jtcrdcr  la  ocasi(3ii  de  nuestro  Fermín. 


—  425  — 

Hasta  ahora  pocos  «lías  no  pude  hablar  con  nuestra 
común  amigo  el  joven  Lamas,  de  quien  he  recibido  las 
explicaciones  que  usted  le  recomendó  para  mi. 

Hago  á  usted  justicia,  general,  completa  justicia:  pero 
soy  sincero  amigo  de  usted,  sincero  amigo  del  general 
Lavalle  y  muy  patriota :  no  extrañe  usted,  pues,  que  ha- 
ciéndole justicia,  lamente  la  desgracia  que  tiene  desuni- 
dos dos  hombres  que,  juntos,  serian  el  terror  de  nuestros 
enemigos. 

Estoy  atligido,  general,  profundamente  atligido ;  y  escribo 
á  usted  por  aliviar  el  pesar  que  me  oprime.  Supuesto  el 
estado  de  las  relaciones  de  usted  con  aquel  jefe,  ni  us- 
ted ni  nosotros  tenemos  á  quien  culpar  de  los  males  que 
ello  produce.  Los  sucesos,  general,  la  irresistible  fuerza 
de  los  sucesos,  hace  que  la  emigración  argentina  no  se 
mueva,  sino  ve  á  su  lado  al  hombre  con  quien  antes  sir- 
vió. Usted  la  culpará,  y  tal  vez  con  razón,  pero  por  des- 
gracia no  está  en  nuestra  mano  vencer  la  fuerza  de  las 
cosas;  y  me  desespero  de  ver  perdidos  y  dispersos  ele- 
mentos que  serían  muy  poderosos  contra  el  enemigo  común. 

¿  Qué  puedo  hacer  yo  en  esta  coyuntura  ?  ¿  Qué  puedo 
decir  á  usted?  Nada,  general;  nada  más,  sino  que  yo, 
mis  hijos,  mis  compatriotas,  nos  ponemos  en  manos  de 
usted;  le  rogamos  cjue  vea  algún  modo  de  arreglar  los 
obstáculos  que  nos  cercan;  que  procure  aprovechar  todos 
los  medios  de  obrar  contra  Rozas,  que  ninguno  pierde 
ni  des])erdicie.  Usted,  general,  no  necesita  que  le  reco- 
mienden magnanimidad,  que  magnánimo  es  usted :  pero 
deje  usted  que  un  amigo  suyo,  un  amigo  que  le  ama, 
que  ama  sus  triunfos  de  usted  y  ansia  por  el  triunfo  de 
su  patria,  le  invoque  su  magnanimidad  de  usted,  y  le 
pida  que  se  sobreponga  á  todos  los  inconvenientes,  que 
desprecie  todo  lo  que  no  sea  grande,  que  vaya  sólo  al 
objeto  supremo  de  destruir  á  Rozas,  enemigo  de  usted 
como  de  nosotros.  Los  emigrados,  mi  querido  general, 
son  muchos,  son  amigos  cordialísimos  de  usted,  yo  se  lo 
juro,  y  entre  tanto  apenas   tiene   usted    ahí   cuarenta  ó 


—  m  — 

cincuenta.  No  lo  extrañe  usted,  general,  no  se  queje :  con- 
sidere usted  la  situación  de  esos  emigrados,  sus  afeccio- 
nes invencibles,  sus  antecedentes;  y  usted,  militar  antiguo, 
que  conoce  la  fraternidad  que  en  el  servicio  militar  se 
engendra,  no  condenará  el  sentimiento  <|ue  hace  que  los 
emigrados  busquen  en  sus  filas  al  general  Lavalle. 

Por  lo  que  hace  á  este  jefe,  empeño  á  usted  mi  honor, 
general,  para  asegurarle  que  rechaza  con  indignación  toda 
idea  que  no  sea  de  disciplina  y  de  orden ;  que  en  él  ha- 
llara usted  al  mismo  hombre  que  le  sirvió  y  defendió, 
sin  los  inconvenientes  que  trajeron  el  desal^riraiento  que 
hoy  los  tiene  á  ustedes  divididos. 

No  desprecie  usted,  general,  á  un  liomV)re  útil,  y  que 
reunirá  consigo  muclios  otros:  se  lo  ruego  á  usted  como 
iimigo,  como  interesado  en  su  causa.  Usted  me  ha  lla- 
mado amigo,  (la  carta  original  está  completamente  inuti- 
lizada en  esta  parte) de  ello  y  si  digo 

á  usted  algo  para  que  no  esté  contento,  culpe  usted  so- 
lamente á  la  franca  lealtad  con  que  usted  me  ha  permi- 
tido tratarle.  En  fin,  general,  yo  espero  confiado  en  que 
usted  hallará  algún  camino  compatible  con  su  decoro  y 
con  la  necesaria  subordinación,  que  ponga  en'  acción  al 
general  Lavalle,  y  con  él  á   todos  nuestros  amigos. 

Adiós,  mi  querido  general:  disponga  usted  siempre  de 
su  sincero  amigo  y  servidor 

I''l(  iiiKNcio  Várela. 

Montevideo,  ¿¿  (le  marzo  de  1839. 

Excelentísimo  señor  don  Fructuoso  Rivera. 

Mont(!Video,  mayo  1."  de  1839. 

(Confidencial.) 

Mi  venerado  amigo:  Estos  (bas  pasados  se  me  present(i 
una  lil)ranza  de  V.  E.  contra  mí  y  á  ;íO  días  vista,  de  mil 
pesos,  que  he  revestido  de  mi  aceptación  y  que  será  pun- 
tualmente pagada. 


—  427  — 

Creo  muy  del  caso  informarle  del  triste  estado  de  mis 
recursos  en  el  día  para  que  se  convenza  que  tiene  un 
amigo,  pero  pobre.  Tengo  en  Buenos  Aires  15U.000  papeles 
en  la  plaza  é  hipotecas  que  no  me  rinden  ni  para  pagar 
el  alquiler  de  la  casa  en  que  vivo  aquí,  porque  nadie  me 
paga  en  mi  crítica  situación. 

Don  Juan  M.  Pérez,  me  debe  10.000  patacones  que  no 
le  puedo  arrancar,  y  sólo  me  paga  el  interés  de  1  ¿  % 
Y  una  completa  seguridad  por  el  capital;  tengo  otras  pe- 
queñas cantidades  en  esta  plaza  cjue  me  pasa  lo  mismo 
que  con  don  .Tuan  M.  Pérez:  los  5.000  ilesos  que  entregué 
á  este  gobierno  sin  interés  ninguno,por  complacer  á  Y.  I'], 
y  por  los  que  se  me  debían  pagar  500  pesos  mensuales, 
no  se  me  da  más  que  la  cuarta  parte  y  se  renueva  por 
el  resto,  pero  sobre  esto  pienso  hacer  fuertes  reconven- 
ciones al  señor  Muñoz,  y  espero  hacerle  entrar  por  la  ra- 
zón; y  con  tan  pocos  recursos  y  comprometido  á  mantener 
20  personas  de  familia,  le  aseguro  (|ue  al  íin  de  mes  me  vería 
en  íigurillas  si  no  contase  con  el  auxilio  de  Estévez  en 
un  caso  apurado,  por  lo  que  ya  ve  Y.  E.  que  plata  dis- 
ponible no  tengo  con   que  brindarle  ni  facilitarle. 

Pero  tengo  á  su  disposición  34.000  pesos  plata  en  letras 
de  este  gcTbierno  que  vencen  en  todo  el  próximo  año,  ciue 
l»rovienen  16.000  pesos  que  me  mandó  dar  Y.  E.,  otros 
10.000  de  un  expediente  y  2.000  que  me  endosó  Braga  en 
pago  de  una  quinta  que  le  vendí  en  Buenos  Aires.  Estos 
34.000  pesos  los  conservo  intactos  porque  tampoco  son 
descontables  en  el  día  sino  con  un  quebranto  enorme. 
\.  E.  puede  liacerme  dar  otros  documentos  y  de  plazos 
más  cortos,  y  en  fin,  valerse  y  disponer  de  esta  cantidad 
como  si  fuese  suya,  y  es  lo  único  que  puedo  y  que  me 
hago  un  deber  de  ofrecerle  en  el  día  y  liasta  que  varíen 
mis  circunstancias  y  situación. 

El  comodoro  americano  ha  hecho  estos  días  pasados 
una  tentativa  con  Ftozas  para  hacer  levantar  el  bloqueo, 
pero  sin  fruto,  y  éste  y  los  agentes  franceses  están  cada 


—   l'->8  — 

vez  más  chocailos,  de  lo  (|ii('  me  ale,¡4ro.  y  nada  más  ociut' 
\)(n'  hoy  á  su  atento  amij^'o  y  S.  S.  i).  I!.  S.  M. 

Iílas  Dksi'oi-y. 


Excelentísimo  señor  don  Fructuoso  Rivera. 

Montevideo.  S  de  abril  de  1839. 

Muy  respetable  señor  mío  y  venerado  amigo: 
Dirigí  días  pasados  una  carta  á  V.  E.  por  medio  del 
señor  intendente  don  Luis  Lamas,  que  creí  de  algún  in- 
terés por  la  referencia  que  le  hacía  en  ella  de  una  confe- 
rencia que  había  tenido  con  Mr.  Martigny  sobre  la  política 
futura  que  observarían  con  V.  E.  loí>  agentes  franceses; 
supongo  que  mi  carta  habrá  llegado  á  su  poder  y  que 
habrá  sacado  de  su  contenido  el  fruto  más  conveniente  á 
su  posición  y  al  estado  actual  de  cosas. 

Desde  aquel  entonces  no  tenemos  más  novedad  i)or  acá 
que  la  próxima  salida  de  Mr.  Rogar  para  Francia:  todo  el 
mundo  mira  este  suceso  como  muy  pasajero  é  insignifi- 
cante, pero  yo  me  temo  que  luego  que  Mr.  Roger  haya  dejado 
estas  playas,  no  venga  Rozas  diciendo  que  Mr.  Roger,  siendo 
la  manzana  de  la  discordia  y  éste  habiendo  dejado  el  teatro, 
que  se  conforma  con  el  ultimátum,  y  estoy  cierto  que  si 
})or  desgracia  esto  hiciera  Rozas,  los  agentes  franceses  aun- 
que con  la  mayor  re})Ugnancia  y  sentimiento  levantarían 
el  bloqueo,  porque  mientras  no  se  lance  un  nuevo  ulti- 
mátum, está  la  cuestión  circunscrita  á  lo  (^ue  previene  el 
último,  y  los  agentes  franceses  por  más  repugnante  que 
les  sea  tendrán  que  levantar  el  bloqueo  si  Rozas  se  con- 
forma por  no  atraerse  sobre  sí  responsabilidades  de  todo 
el  mundo  marítimo  que  sufre  grandes  grandes  quebrantos 
de  resultas  del  estado  actual  de  cosas. 

Mr.  Martigny  y  el  almirante  también,  desean  que  V.  Pl 
precipite  su  marcha  y  los  sucesos,  porqiie  están  muy  em- 
peñados en  favorecer  su  causa  antes  que  nada  de  lo  que 
he   indicado  suceda,   y   le   puedo   asegurar  <\ue  tan  luego 


—  429  — 

como  V.  E.  se  ponga  del  otro  lado  del  Uruguay,  ellos  le 
ayudarán  con  sus  fuerzas  por  mar  y  por  tierra  y  con  la 
mayor  importancia  y  eficacia,  pero  nada,  nada  harán  de 
provecho  ni  de  muy  sustancial  á  su  causa  mientras  no 
se  lance  decididamente  al  Entre  Ríos,  y  entonces  los  verá 
muy  activos  á  ayudarle  á  dominar  á  V.  E.  esa  provincia, 
y  una  vez  conseguido  esto,  el  auxilio  de  los  franceses  no 
le  es  ya  tan  necesario ;  pero  sería  una  fatalidad  á  mi  modo 
de  ver,  que  no  se  aprovechase  del  auxilio  que  de  buena 
fe  desean  prestarle  los  franceses  en  estos  momentos  pre- 
ciosos. 

Volviendo  sobre   la   ida  de  Mr.  Roger  á  Francia,  estoy 
informado  que  tiene  por  objeto  instruir  á  su  gol)ierno  de 
ios  motivos  que  habían  inclinado  á  él  y  á  Mr.  Martigny 
de  aconsejar  la  no  venida  de  una   expedición,  porque  el 
poder  é  influjo  de  Y.  E.  en  estos  países  podía   suplir  al 
parecer  de  ellos  tamaña  empresa  con  sólo  el  auxilio  fran- 
cés que  se   hallaba  hoy  día  en  el   río  de  la  Plata.    Estos 
señores    están    persuadidos    hoy    de    lo    contrario,    y    les 
han  i)uesto  en  la  cabeza  que   lo   que    menos  pensaba  hoy 
Y.  E.   era  en  hacer  su  campaña    al     Entre   Ríos:    yo    he 
hecho  los    mayores  esfuerzos   para  disipar   tamaño  error 
porque  lo  considero   así    de    buena   fe,    y    que    Y.    E.   es 
víctima   hoy  día  de    cahnnnias   y  de    las    picardías    más 
atroces   urdidas   por  los  unitarios,  y  alentadas  (y  al  menos 
no  combatidas)   por  su   ministro    Muñoz.    En   este    estado 
de  cosas,  lo  que  yo  he   obtenido  y  puedo    asegurar  tanto 
de  parte   del    almirante  como  de   Mr.  de  Martigny,  es  que, 
tan  luego   como  Y.   E.    pase    al  Entre    Ríos,    ellos    están 
prontos    en    ayudarle  de    todas    sus  fuerzas;    y    que    la 
idea  de  Mr.   Roger  es  para    precaucionarse   por  si   acaso 
esto  no  se  verificase    como  lo    creen     todos   y  ellos  tam- 
bién, pero   vuelvo    á  repetir    que   tan  luego    como    Y.   E 
opere  sobre  el  Entre   Ríos,  puede  Y.  E.   pedir  cuanto  haya 
que  pedir  á    los   agentes   franceses,    segiu'o  que     ha    de 
(|uedar  Y.  E.  satisfecho. 


-  4:;o  — 

Ii]s    cuanto  tiene  que   participarle  por    hoy   su  agrade, 
cido   y  íiel  amigo  Q.    B.   S.   M. 

Blas  Despouy. 


P.  1). — Tenemos  la  novedad  de  movimientos  de  dos 
personajes:  Lavalle  ha  llegado  á  esta  capital,  y  Garzón 
ha  fugado  para  Buenos  Aires.  Vn  sujeto  preguntaba 
quien  ganaba  más,  si  V.  E.  con  la  adquisición  de  La- 
valle,  ó  Rozas  con  la  de  Garzón,  y  otro  que  oía  la 
conversación  contestó,  que  tanto  valía  uno  como  el  otro. 

Somos  á  12;  mi  carta  había  quedado  en  este  estado 
y  sin  poderla  hacer  llegar  hasta  hoy  á  V.  E.;  por  esa 
razón  puedo  acusarle  recil)o  de  la  que  V.  E.  me  ha 
escrito  últimamente  en  contestación  á  la  mía.  Su  carta, 
en  el  acto  de  haberla  recibido  la  he  puesto  en  manos 
de  Mr.  de  Martigny,  quien  me  ha  dicho  que  la  iba  á  man- 
dar al  almirante  para  que  se  impusiera  de  ella  y  que 
oportunamente  me  indicara  lo  que  conviniese  contestarle. 
Eutretanto,  estos  señores  están  cada  día  en  más  con- 
fusión sobre  la  conducta  enteramente  contraria  á  su 
crédito  que  observa  Muñoz.  Este  señor  dice  en  alta  voz 
que  Y.  E.  ni  pasará  al  Entre  Ríos  ni  puede  pasar  porque 
no  tiene  medios  para  ello,  y  que  la  declaración  de  guerra 
lia  sido  una  quijotada  que  debe  de  causar  la  ruina  al 
Estado  Oriental  y  llenarlo  de  ignominia,  pues  aunque 
muchos  me  habían  dicho  esto,  yo  no  lo  podía  creer,  pero 
hoy  he  ido  expresamente  al  Fuerte  á  verlo  juntamente 
con  el  señor  vicepresidente,  y  prevenirle  de  muchas 
cosas  que  hacen  que  comprometen  al  comercio  y  que 
podrían  provocar  alguna  medida  desagradable  de  izarte 
de  los  franceses,  y  he  aprovechado  la  ocasión  de  pregun- 
tarle si  era  cierto  eso  que  decía  á  todos,  que  el  general 
Rivera  no  ])ensaba  ya  en  expedicionar  ni  podía  hacerlo, 
y  otras  muclias  cosas  que  habían  salido  de  su  boca 
poco  favoral)les  á  V.  E.  y  al  estado  de  sus  fuerzas;  y 
me  ha  contestad(j  que   si;  que  era  cierto,    y    que    me    lo 


—  431  — 

repetía  á  mi  para  que  asegurase  á  los  cónsules  y  al 
almirante  de  lo  mismu,  y  el  señor  vicepresidente  me  ha 
confirmado  lo  mismo,  y  que  nada  se  podía  hacer  porque 
no  había  dinero:  me  he  retirado  del  fuerte  muy  triste 
para  arreglar  estos  tristes  renglones  también  á  mi  carta, 
que  le  remito  por  medio  de  la  de  Robles  para  que 
la  encamine  por  mano  segura,  porque  he  advertido  que 
no  les  gusta  mucho  á  ciertas  personas  j  que  yo  escriba 
á  Y.  E.,  y  es  cuanto  ocurre  á  su  atento  y  afectísimo  S. 
S.  Q.   B.  S.  M. 

Despouy. 

Excelentísimo   señor  don  Fructuoso  Rivera. 

Montevideo,  1.''  de   mayo  de   1839. 

Muy  respetable  señor  mío  y  venerado  amigo : 
Mi  última  á  Y.  E.  fué  del  14  del  pasado  y  como  nada 
me  habla  de  ella  en  su  estimada  de  22  que  acabo  de 
recibir,  supongo  que  dicha  carta  no  habrá  llegado  á 
su  poder,  lo  que  siento  bastante,  porque  su  contenida 
era  de  algún  interés,  y  cuando  la  reciba  verá  en  ella 
vma  disposición  constante  y  vehemente  por  i3arte  de 
los  señores  agentes  franceses  de  favorecer  y  proteger  su 
noble  causa  y  empresa. 

La  cooperación  que  han  querido  prestar  para  qvie  el 
coronel  Núñez  se  apoderase  del  Arroyo  de  la  China,  y 
las  órdenes  que  se  acaban  de  dirigir  á  la  escuadra  del 
Paraná  para  que  el  jefe  de  ella  haga  convoyar  los 
l)uques  orientales  que  vayan  de  aquí  hasta  la  misma 
[)rovincia  de  Corrientes  por  buques  franceses;  es  la 
prueba  y  la  garantía  más  completa  y  más  solemne  de 
esta  verdad  y  de  cuanto  yo  le  he  asegurado  en  nombre 
de  los  señores  agentes  franceses. 

Pero  por  su  última  del  22  jDarece  que  algo  resta 
todavía  que  hacer  por  parte  de  estos  señores  y  es  una 
declaratoria  que  debía  suceder  á  la  declaración  de 
guerra  que    hizo   Y.  E.   á  Rozas,  y  se  lamenta    Y.   E.  del 


vacío  <iue  esto  lia  ilejado  á  su  ixjlítica.  Pero,  excelenti- 
simo  señor,  todo  esto  se  trataría  sin  duda  cuando  se 
i:)ensó  en  declarar  la  guerra  para  hacerla,  ó  al  menos 
para  poner  en  acción  algunos  medios  que  indicasen 
que  se  tenía  voluntad  de  hacerla :  y  entonces  la  declara- 
toria de  los  agentes  franceses  y  que  reclama  Y.  E. 
hubiera  tenido  algún  cabe  y  hubiera  (juizás  podido 
producir  algún  buen  efecto  acompañada  siempre  de 
algunas  obras :  pero  desde  que  todo  el  mundo  ha  visto 
que  la  declaración  de  guerra  de  V.  E.  ha  sido  precisa- 
mente como  la  señal  dada  para  licenciar  á  sus  tropas 
reunidas  ya:  desde  que  se  ha  visto  el  desamparo  casi 
total  de  la  costa  del  Uruguay,  y  en  mayor  abandono 
del  que  suele  estar  en  tiempos  de  paz,  en  términos  de 
no  haljer  podido  disponer  el  coronel  Núñez  sino  de 
cien  hombres  escasos  en  un  lance  precioso:  y  cuando 
parece  haberse  hecho  un  empeño  en  estacionar  el  resto 
de  sus  tropas  á  una  distancia  que  aseguraba  á  sus 
enemigos  el  poder  maniobrar  á  bocha  libre  contra  sus 
aliados  los  correntinos,  como  lo  han  verificado,  ¿no  sería 
ahora  la  declaratoria  que  Y.  E.  solicita  un  motivo  de 
risa  universal.  }'  (pie  no  causaría  más  efecto  que  poner 
á  los  señores  agentes  franceses  en  ridículo  gratuitamente? 

En  este  estado  de  cosas  persuádase  Y.  E.  que  la  decla- 
ratoria que  solicita,  en  lugar  de  llenar  ese  vacío  lo 
agrandará,  sino  se  optase  inmediatamente,  lo  que  parece 
no  entrar  en  sus  planes  por  ahora,  según  sus  jDartes 
oficiales  que  todo  el  mundo  está  en  posición  de  glosar. 
Los  señores  agentes  que  están  convencidos  de  esto,  lo 
están  también  de  lo  que  Y.  E.  necesita  en^el  día,  que 
es  su  cooperación  con  obras  cuando  esté  decidido  á  ope- 
rar; y  puede  estar  bien  seguro  que  ellos  aprovecharán 
cualquiera  coyuntura  que  las  circunstancias  proporcionen 
para  auxiliarlo  eficazmente,  y  esto  no  es   muy  poca  cosa 

Había  arribado  mi  carta  á  este  estado  cuando  han 
llegado  á  mis  manos  gacetas  de  Buenos  Aires,  y  entre 
ellas  se  halla    la   publicación  lU-  una  carta  de  Mr.    P)ara- 


—  48a  — 

dére  dirigida  ú  V.  E.  en  nombre  de  los  agentes  franceses 
en  este  país,  que  importa  cabalmente  la  declaración  que 
hoy  reclama  de  estos  señores.  Nada  se  puede  decir,  ni 
de  más  terminante  ni  de  más  análogo  que  la  pieza  á 
que  me  refiero :  ella  abraza  todo  lo  que  V.  E.  puede 
desear,  y  tiene  además  el  grande  mérito  y  recomenda- 
ción de  haber  sido  hecha  en  22  de  enero,  época  muy 
gloriosa  y  aventajada  para  V.  E. 

Yo  y  toda  mi  familia  hacemos  votos  constantes  al 
cielo  para  que  la  Divina  Providencia  lo  guíe  en  circuns- 
tancias tan  difíciles  y  lo  proteja  en  todas  sus  empresas, 
y  es  cuanto  ocurre  á  su  agradecido  y  atento  amigo  Q. 
S.    M.  B. 

Blas   Despouy. 

ExceUnüsimo   señor  gobernador-  don  Fascual  EcliagOe. 

Julio  25  de  1839. 

^li  querido  general  v  amigo: 
El  facineroso  Rivera  me  ha  vuelto  á  escribir  la  carta 
que  adjunto  á  V.  E.  Creo  que  este  pardejón  está  ya  por 
volverse  loco.  Fíjese  V.  í].  en  el  responso  que  le  hace 
al  salvaje  Cúllen,  después  que  por  su  culpa  ha  tenido 
el  fin  que   ha  recibido. 

Quedo  como  siempre  de  Y.  E.  apasionado  y  verda- 
dero amigo  Q.  B.  S.  M. 

Ji'AX  Antonio  La  valle.)  a. 

Señor  genercd   don  Juan   Antonio  Lavalleja. 

Montevideo,  julio    Id  de  183Q. 

Mi  compadre  y  amigo: 
Ya  supongo  á  Y.  instruido  de  mis  cartas  que  le 
dirigí  desde  el  Durazno  y  de  lo  que  le  haya  á  Y.  instruí- 
do  el  señor  coronel  Latorre  conductor  de  ellas.  A  mi 
arribo  aquí  hablé  á  mi  comadre,  á  Barreiro  y  á  otros 
aiTiigos,  y  ella   y  Miguel   le   escriben  á    Y.    por    otra     vía. 

TOMO    III.  28 


—  i;J4  — 

Miguel  está  resuelto  el  ir  á  ver  á  V.,  pero  es  preciso 
(4ue  V.  le  diga  si  puede  ó  no  hacerlo  y  á  adonde  podrá 
obtener  con  Y.  una  entrevista:  no  marcha  porque  igno- 
ramos la  posición  de  Y.  y  no  queremos  aventurar  un 
paso  que  pueda  perjudicarle  ignorando  como  es  el 
estado  de  relaciones  de  Y.  con  esos  jefes  de  Rozas.  Sirva 
á  Y.  de  gol)ierno  que  nosotros  no  estamos  distantes  de 
entrar  en  negociaciones  de  paz  con  el  gobernador  Rozas 
toda  vez  que  ella  sea  por  términos  razonables,  y  que 
tengamos  unos  y  otros  una  j^ositiva    garantía. 

El  general  Martínez  sale  para  Casapava  con  el  carác- 
ter de  agente  confidencial  cerca  del  gobierno  republi- 
cano y  con  el  objeto  de  hacer  efectivo  el  tratado 
privado  que  tuvo  lugar  en  septiembre  del  año  pasado 
en  mi  cuartel  general  al  frente  de  Paysandú  cuando 
allí  vino  el  coronel  Matos,  y  de  que  Y.  tiene  noticia.  Ya 
he  dicho  á  Y.  que  ese  negocio  está  perfectamente  arre- 
glado, y  que  ahora  va  á  dársele  la  líltima  mano  para 
afianzarnos   definitivamente. 

Mucho  quisiera  escribir  á  Y.,  pero  lo  omito  hasta  que 
reciba  sus  contestaciones  que  espero  sean  satisfactorias 
y  siempre  interesadas  en  el  bien   de  la  patria 

Yan  esos  diarios  de  Buenos  Aires  y  de  aquí :  por  unos 
y  otros  verá  Y.  lo  ocurrido  últimamente;  por  allí,  com- 
padre, no  se  anda  con  chicas,  se  mata  gente  de  todos 
modos.  ¿Qué  dice  Y.  del  fin  de  Cúllen  después  de  tanta 
bulla?  qué  malo  es  meterse  en  tierra  agena  á  querer 
figurar!  Mejor  le  habría  estado  á  aquel  pobre  diablo 
haberse  quedado  en  Lanzarote  comiendo  papas  y  no 
venirse  á  América  á  ser  ejecutado.  Una  miseria  somos 
los  hombres,  creemos  que  vamos  por  un  camino  de 
fiores,  y  al  fin  vamos  á  un  precipicio. 

Lo  saluda   su  (•omj)adre  y  amigo   Q.   B.  S.   M. 

Fiiucrroso  Riveha. 
P.  1). — f]xpresiones  á  Servando. 


4:35 


fOMPLEMEXTO    AL    CAI'ITILO     XXMII 

Sr.    Dr.   D.  Adolfo  Saldías. 

Estimado  amigo : 

La  consiDiración  Maza  tuvo  su  origen  en  una  parte  de 
los  miembros  de  la  Asociación  Mayo,  que  se  separó  de 
ésta  porque  después  de  una  comida  dada  en  un  hotel, 
aunque  á  jjuerta  cerrada,  y  en  que  se  maltrató  á  Rozas 
por  todos  los  presentes,  no  quería  dar  á  las  aspiracio- 
nes de  muchos  una  aplicación  positiva. 

La  fracción  que  "se  separó  se  dividió  en  un  comité 
central  y  otro  auxiliar,  y  se  puso  secretamente  en  cam- 
paña en  busca  de  prosélitos,  que  al  poco  tiempo  fueron 
muchos;  pero  que  indudablemente  no  bastaban  para  eje- 
cutar nada   serio. 

El  desaliento  cundía  ya  en  esta  asociación  secreta 
cuando  don  José  Lavalle,  hermano  del  general,  avisó  al 
comité  central  que  el  teniente  coronel  don  Ramón  Maza 
pensaba  hacía  tiempo  lo  mismo,  y  tenía  elementos  pro- 
jiios  preparados  para  una  revolución  contra  Rozas,  ofre- 
ciendo ponerlo  en  contacto  con  nosotros. 

Realizada  la  conferencia  conveniente,  el  comité  cen- 
tral adquirió  la  convicción  de  que  esos  elementos  eran 
considerables,  pues  constaban  principalmente  del  regi- 
miento á  las  órdenes  de  Granada  que  Maza  había  man- 
dado antes,  y  de  todas  las  fuerzas  populares  y  militares 
que  después  aparecieron  en  la  revolución  llamada  del  Sur. 

Con  esta  gran  novedad  coincidió  que  Frías,  desde  Mon- 
tevideo, empezó  á  escribir  estimulando  á  hacer  algo,  y 
prometiendo  por  su  parte  la  cooperación  y  dirección  del 
general  Lavalle.  Puesta  aquélla  en  conocimiento  de  Frías, 
y  mantenida  especialmente  por  mí,  por  encargo  y  como 
miembro  del  comité  central,  la  correspondencia  versó 
natm'almente  sobre  la  concurrencia  inesperada  de  Maza, 
sus  recursos  v  clasificación. 


—  4o()  — 

El  general  Lavalle  no  tardó  en  saber  todo  esto,  pero 
no  atinaba  á  resolverse.  Maza  le  pedía  por  mi  intermedio 
que  apareciera  en  cualquier  punto  de  la  costa,  previo 
aviso,  y  allí  estaría  él  á  sus  órdenes;  pero  sin  bandera 
francesa,  ni  de  Rivera.  Este  fué  un  escrúpulo  constante 
de  aquel  joven  patriota  á  que  nunca  quiso   renunciar. 

La  correspondencia  duró  de  marzo  á  junio  (1839).  Puedo 
asegurárselo,  porque  tengo  en  mi  poder  mis  cartas  á 
Frías  que  éste  me  devolvió  antes  de  partir  últimamente 
para  E!urópa,  como  si  hubiese  adivinado   su  muerte. 

Desesperado  Maza  por  las  demoras  de  Lavalle.  quiso 
proceder  por  sí  solo,  y  pensó  extender  sus  trabajos  en  la 
ciudad,  de  acuerdo  con  el  comité  central,  para  que  es- 
tallando el  movimiento  en  la  campaña  tuviera  su  eco  acpií. 
En  la  ejecución  de  esta  idea  buscó  entre  otros  á  los  Mar- 
tínez Fontes,  padre  é  hijo;  y  éstos  lo  traicionaron  inme- 
diatamente. Interrogado  una  vez  por  mí,  si  su  padre  el 
doctor  Maza  conocía  nuestros  trabajos,  contestó  que  sí;  y 
que  éste  se  pondría  á  la  cabeza  de  una  evolución  aná- 
loga en  la  legislatura  luego  que  el  movimiento  hubiese 
tomado  formas.  No  podría  decir  si  esta  complicidad  da- 
taba de  antes  ó  después  de  los  Martínez  Fontes. 

Siendo  estos  los  hechos,  aunque  trazados  en  rasgos 
generales,  comprenderá  usted  fácilmente  que  no  se  tra- 
taba por  el  momento  de  federación  ni  de  unidad,  sino  de 
concluir  con  Rozas.  Todo  eso  tenía  que  decidirse  después 
del  triunfo,  sin  que  Lavalle,  en  caso  de  venir  á  tiempo, 
fuera  un  obstáculo ;  porque  como  usted  sabe,  desde  el 
año  30,  Paz,  gobernador  de  Córdoba  y  jefe  supremo  des- 
pués de  la  liga  del  norte,  había  dicho  que  el  partido  á 
que  pertenecía  no  hacía  cuestión  de  forma  de  gobierno, 
y  Lavalle  repitió  esto  mismo  en  sus  proclamas  del  40. 
Los  jóvenes  que  conspiraban,  por  otra  parte,  ningunos 
vínculos  de  dependencia  tenían  con  esos  partidos. 

En  estos  breves  renglones  tiene  usted,  mi  amigo,  toda 
la  conspiración  Maza,  sus  medios,  su  objeto  y  sus  propó- 


—  487  — 

sitos,   escrita  á  toda  prisa,  y  sólo   por  el  deseo  de  aten- 
der á  su   i:)edido. 

Desea  que  ellos  puedan  serle  útiles,  su  affmo. 


Carlos  Tejedor. 


Buenos  Aires,   octubre  16  ile  1883. 


ClL^rLEMEMiJ   AL   CAPÍTULO    XXXIV 

Señor  don  Martiniano  Cliilaverl. 

Estancia  de  García,  '.í  de  septiembre  de  1839.  Á  la  una  del  día. 

El  señor  Vera  que  había  salido  al  otro  lado  de  Gua- 
leguaychú  á  comprar  caballos,  como  dije  á  V.  en  carta 
de  hoy  que  condujo  Fernández,  ha  regresado  por  la  cre- 
ciente del  río  y  habiendo  sabido  en  este  momento  que 
V.  ha  desembarcado  en  el  pueblo,  lo  envío  para  que  con 
el  escuadrón  Cúllen  pase  al  otro  lado,  recoja  las  caba- 
lladas que   encuentre  y  las  pase  á  este   lado. 

En  consecuencia,  haga  V.  que  dicho  escuadrón  se  pon- 
ga  á  sus  órdenes  con  el  objeto  indicado. 

Haga  Y.  desembarcar  la  infantería  municionada  para 
guardar  bien  su  campo  y  permanezca  en  él  hasta  nueva 
orden.  Es  preciso  que  en  el  día  de  hoy  quede  la  infan- 
tería con  monturas  para  montar  y  seguir  la  columna. 

Sírvase  dar  mis  finas  expresiones  á  Mr.  Calan. 

Su  amigo 

Juan  Lavalle. 

Señor   don  Martiniano   Chilavert. 

Montevideo,  octubre  23  de  18.39. 

Querido  amigo: 

El  capitán  Wach,  que  salió  de  aquí  antes  de  ayer,  llevó 

dos  cartas  mías  para  Y.  El  portador  de  ésta  es  Camelino, 

quien  no  ha  podido  antes  de   ahora  reunirse   á   Ydes.,  á 

pesar  de  sus  deseos,  por  el  inicuo   arresto  que  sutVió,  y 


—  4:58  — 

do  cuyas  causas  se  halla  V.  impuesto.  Él  será  tan  útil 
por  sus  relaciones  en  la  campaña  del  norte,  que  estaría 
demás  toda  recomendación  de  mi  parte  ])ara  (pie  lo  aten- 
dieran y  protegieran.  Él  está  resuelto  á  ir  desde  luego 
á  una  de  las  islas  del  Paraná,  ponerse  desde  allí  en  comu- 
nicación con  la  costa  de  San  Pedro  y  hacer  cuanto  Vdes. 
crean  oportuno.  Me  parece  que  así  sería  más  útil  que 
ypndo  á  la  cola  del  ejército.  ¡Ojalá  i)ii(lieran  Ydes.  mul- 
tiplicar sus  puntos  de  acción  tanto  en  Entre  Ríos  como 
en  Buenos  Aires!  V.  sabe  cuánto  vale  esto  en  las  guerras 
civiles. 

Los  beligerantes  de  aquí  se  hallan  en  el  paso  de  Ce- 
ferino  (Santa  Lucía  chico),  Rivera  en  la  banda  derecha  y 
Echagüe  en  la  izquierda.  No  hay  más  novedad  que  el 
haljerse  pasado  15  entrerrianos  con  un  sargento:  ahora 
ocho  días  se  pasaron  7  c(jn  un  sargento.  Están  suma- 
mente pobres  y  desnudos. 

24. — Ha  llegado  Galán  y  nos  dice  que  Vdes.  tienen  8000 
hombres:  que  se  ha  mudado  el  gobierno  de  Corrientes, 
y  que  la  sala  ha  decretado  el  armamento  de  4000  hom- 
bres para  Vds.  Lástima  es  que  estas  noticias  no  tengan 
otro  apoyo  que  la  palabra  de  Calan:  quisiéramos  creerlas. 

Entretanto  no  hay  en  Entre  fiíos  una  sola  montone- 
ra en  favor  del  ejército  lil)ertador.  En  el  Arroyo  de  la 
China  manda  Urquiza,  y  en  la  Concordia  no  manda  nadie; 
la  autoridad  de  los  libertadores  no  se  siente  fuera  de 
su  campo.  Esto,  amigo  mío,  nos  aflige  infinito  á  todos. 
Si  al  general  no  se  lo  dicen  será  jjor  contemplaciones 
que  en  tales  negocios  son  muy  inoportunas.  Yo  puedo 
hablar  á  V.  con  franqueza,  gracias  á  la  amistad  que  nos 
une,  y  no  me  importa  que  muestre  mis  cartas;  pues  no 
hago  las  observaciones  que  ellas  contienen  porque  pre- 
sumo conocer  las  cosas  mejor  que  Vds.,  sino  porque  á 
veces  el  más  hábil  jugador  de  ajedrez  no  advierte  lo 
que   está  viendo   un   estúpido   mirón. 

Vdes.  dirán  que  no  son  de  poca  importancia  los  pue- 
l)los   del  Uruguay:  no  son  en  verdad  plazas  fuertes,  pero 


—  4:59  — 

son  puertos  donde  pueden  establecerse  aduanas;  son  puer- 
tos de  comunicación,  y  soV)re  todo,  son  excelentes  focos 
de  acción,  laboratorios  de  la  revolución  que  van  A'des. 
á  promover.  Vdes.  no  lian  ido  á  dar  batallas  por  (d 
placer  de  combatir  como  los  antiguos  caballeros,  ni  pur 
ganar  gloria.  En  las  guerras  civiles  no  hay  gloria  mili- 
tar. Han  ido  á  ganar  ¡prosélitos  contra  Rozas,  y  esto  no  lo 
han  de  conseguir  sino  esparciendo  su  acción  por  todo  el 
país;  haciéndose  sentir  en  todas  partes;  comprometiendo 
á  los  hombres:  hacerlos  á  un  lado,  despreciarlos  es  adqui- 
rir enemigos  irreconciliables. 

No  me  parece  que  necesitarían  Ydes.  desprender  fuei'- 
za  del  ejército  [¡ara  dominar  el  Uruguay:  bastarían  30 
hombres  y  un  comandante  general  nombrado  por  Lavalle: 
él  cuidaría  de  aumentar  su  fuerza  y  de  esparcirse,  por 
su  propia  seguridad.  Ya  he  dicho  á  V.  que  hay  a(pií  tres 
ó  cuatro  entrerrianos  de  crédito  que  irían  á  trabajar  en 
el  momento    cpie  vieran  una  medida  semejante. 

Por  íin  los  llamas  cayeron:  don  Luis  ha  sido  destituí- 
do,  y  para  sacar  á  Andrés  del  ministerio  han  hecho  que 
se  reciba  de  él  don  Francisco  A.  Vidal,  que  se  está  mu- 
liendo  en  cama,  y  que  renunciará  dentro  de  dos  días. 
Su  delito,  según  la  expresión  de  Rivera,  es  ser  partidario 
de   los   porteños. 

Manuel  Olazábal  ha  salido  anoche  del  ejército  para 
situarse  en  Paysandú  donde  por  comisión  del  general 
Rivera  entablará  relaciones  con  las  provincias  de  Entre 
liios  y  Corrientes.  Agustín  Guarcli  marcha  con  los  mismos 
objetos  á  establecerse  en  el  Salto.  Rivera  hace  todos  los 
días  esfuerzas  i)ara  entenderse  con  Echagüe.  No  nos 
quejemos  de  su  conducta;  pero  trabajemos  en  cruzar  sus 
manejos. 

Es  muy  complicada  nuestra  situación,  teniendo  que 
combatir  contra  los  que  debían  ser  nuestros  amigos,  y  de 
quienes  no  nos  separa  ningún  interés  real,  y  al  lado  de 
quien  á  toda  costa  quiere  ser  nuestro  enemigo.  Una 
situación   tan   violenta  no    puede    durar:     esperemos    las 


—   1 10  — 

vueltas  (le  la  rcvoliicií'iii.  jicro  fuertes,  militar  y  politica- 
nieute.  ron  un  ejércit(j  y  con  el  voto  de  cuantos  pueblos 
]»( «hunos  atraer  á  nuestro  partido.  Entonces  el  ejército 
lilii'iladoi'  será  una  poteníña,  ca])az  de  deshacer  todas  las 
complicaciones,  y  señalar  el  camino  á  los  sucesos. 

Qué  diíicultad  hahria  en  que  empezaran  ustedes  á  en- 
tenderse con  Echagüe?  K\  entablar  sólo  comunicaciones 
con  su  ejército  serviría  desde  luego  para  mostrar  á  los 
entrerrianos  (i[ue  han  quedado,  que  tratan  ustedes  como 
amigos  ú  sus  liermanos  :  que  es  posible  un  acomodamien- 
to: que  s(')lo  Rozas  es  su  enemigo,  y  que  quieren  de  buena 
fe  la  reunión  de  lodos  los  argentinos. 

•ir). — Ayer  á  la  tarde  Núñez  pasó  el  Santa  Lucía  con 
su  división  de  500  hombres  y  200  del  coronel  Mendoza  á 
relevar  la  vanguardia  mandada  jior  Medina  :  encontró  la 
vanguardia  enemiga  de  1.000  hombres:  la  derrotó  y  per- 
siguió hasta  el  ejército.  Entonces  Echagiie  desprendió 
(S()(l  hom])res  más.  (jue  fueron  igualmente  destrozados  á 
su  vista.  Xúñez  se  retir(')  dejando  25  enemigos  muertos 
y  entre  ellos  el  cacique  de  los  guaicurúes  Valdez.  Estas 
proezas  de  <|ue  hay  muchos  ejemjjlos  en  estos  veinte  días 
que  han  pasado  los  ejércitos  mirándose,  quedan  sin  resul- 
tado: pero  al  menos  aumentan  el  espíritu  de  nuestros  sol- 
dados. 

2(). — Ha  llegadíj  el  paquete  inglés  de  Buenos  Aires. 
Nada  de  nuevo:  el  terror  ha  llegado  al  extremo.  Acabo 
de  ver  en  la  Gaceta  una  comisión  dirigida  por  el  general 
Lavalle  al  Congreso  del  Paraná  con  fecha  26  de  septiem- 
bre de  que  aquí  no  teníamos  noticia.  Se  la  ha  remitido 
Pablo  López  á  Rozas,  diciéndole  (|ue  no  ha  tenido  con- 
testación. El  diario  de  la  tarde  hace  una  larguísima  re- 
hitación  de  ella,  (pie  ha  sitio  reproducida  en  la  Gaceta 
<HUi)ando  cuatro  números,  pruel)a  segura  de  (jue  les  due- 
le. Á  mi  juicio  y  el  de  los  amigos  es  un  paso  muy  bien 
calculado,  y  un  docmnento  muy  bueno. 

Kl  (l(M'Minent((  es  muy  bien  redactado,  excepto  en 
cuaiito  t'l   general  Lavalle   se  constituye,    abiertamente  y 


—  Ul  — 

en  su  carácter  oficial,  el  abogado  de  las  pretensiones  francesas,  y 
de  pretensiones  nmyores  qvxe  las  que  los  franceses  tienen;  pues 
ellos  ya  no  piden  más  que  ser  tratados  como  lo  son  todos 
aquellos  extranjeros  que  no  tienen  tratado  con  la  República,  y 
ustedes  quieren  darles  los  derechos  de  la  tmcion  más  favorecida. 
Entre  estas  dos  frases  hay  una  inmensa  distancia.  Por 
otra  parte  traerá  mucho  mal  y  ningún  bien  el  que  el  ejér- 
cito libertador  de  la  República  se  presente  desde  luego  como 
campeón  de  jyretenswies  extranjeras,  cualesquiera  que  ellas  sean.  Los 
gobiernos  de  las  provincias  harán  á  este  respecto,  lo  que 
mejor  les  acomoile,  que  sin  duda  será  lo  necesario  para 
levantar  el  bloqueo. 

Hay  en  la  comunicación  otro  punto  sobre  que  voy  á 
presentarle  mis  reflexiones,  ya  que  estoy  en  espíritu  de 
crítica. 

Las  palal^ras  federación,  sistema  federal  no  tienen  ya  en  tre 
nosotros  la  significación  que  les  da  el  Diccionario,  ni 
expresan  lo  que  en  Norte-América  ó  Suiza.  Como  que 
han  servido  de  divisa  á  un  partido,  pintan  en  la  imagina- 
ción del  pueblo  la  conducta  de  ese  partido,  y  nada  más: 
significan  Artigas  y  sus  persecuciones,  Rozas  y  su  tira- 
nía. Si  usted  exceptúa  un  cortísimo  número  de  hombres 
pensadores,  los  demás  no  entienden  por  federación  sino  el 
sistema  que  nosotros  combatimos,  ni  por  federales  sino 
los  mazorqueros.  Al  oír  á  Lavalle  proclamar  federación, 
dirán  lo  que  uno  me  dijo  á  mí  hace  poco:  «Todavía  no 
hemos  salido  de  una  federación,  y  ya  quieren  entrar  en 
otra»,  que  fué  decir:  ¡todavía  no  hemos  derrocado  un  tira- 
na, y  ya  quiere  levantarse  otro!  Todavía  no  hemos  des- 
truido á  la  mazorca  y  ya  se  piensa  en  otra  igual.  Ahí 
tiene  usted  cómo  el  pueblo  entiende    esas  palabras. 

Si  á  pesar  de  haber  dicho  el  general  Lavalle  que  no 
es  unitario  ni  federal,  c^ree  necesario  en  alguna  oj3ortu- 
nidad  manifestar  su  preiUlección  por  el  sistema  federal 
(lo  que  á  mi  juicio  es  muy  necesario),  quisiera  más  bien 
que  se  valiera  de  una  perífrasis  cualquiera  y  evitara  el 
usar  de  palabras    que    han  sido  tan  profanadas.     Podría 


-    14-2  — 

decir,  (|iu'  d  «Icsrr»  do  los  lil)ei-t;idores  os  que  cada  pue- 
bl(,)  so  constituya  á  si  mismo  sobre  en  pie  de  perpetua 
ij^iialdad,  que  se  dé  las  leyes  que  (juiera  para  su  régi- 
men interior,  y  que  las  reforme  cuando  le  })arezca.  sin 
•depender  (como  hoy)  de  la  voluntad  del  gol)ernailor  de 
Buenos  Aires. 

De  este  modo  ustedes  expresarían  ol  vi'rdadero  deseo 
d'e  los  puel)los:  proclamarían  uua  díjcti'ina  contraria  á  la 
de  Rozas,  y  no  se  presentarian  como  apóstatas  de  un 
principio.  Por  el  contrario  si  em[)lean  la  palabra  fede- 
ración^ adoptan  la  misma  divisa  que  van  á  com])atii', 
el  mismo  sistema  que  van  á  dostruir.  y  se  presentarán 
r(jmo  enemigos  de  Salta.  Tucumán.  La  Kioja,  Catamar- 
€a.  Baigorri  y  de  todos  aquellos  (pie  sienten  liervir  de 
indignación   la  sangra  al   sólo  nombre  de  federal. 

Esta  es  una  cuestión  de  palabras,  de  redacción  de  un 
período  de  la  comunicación  del  Congreso:  pero  en  las  cir- 
cunstancias en  que  se  halla  el  general  J^avalle.  las  pala- 
bras que  dirija  á  los  gol)iernos  son  muy  importantes,  y 
es  preciso  meditarlas. 

En  Buenos  Aires  están  los  rozistas  muy  desanimados: 
ya  confiesan  que  la  ruina  de  Echagüe  es  inevitable;  pero 
lo  que  solare  todo  les  da  cuidado  son  los  triunfos  del 
ejército  libertador.  Rozas  que  es  hombre  de  tino,  ve  que 
ahí   está  el  sitio  de  su  enfermedad. 

Hace  mucho  tiempo  que  no  hay  en  la  Gacela  una  sola 
nota  de  los  gobiernos  de  las  provincias  del  norte;  aun- 
que la  comunicación  mercantil  está  abierta,  sabemos  po- 
sitivamente que  los  gol)iernos  están  en  entredicho  con 
Rozas,  y  que  si  no  se  han  pronunciado  es  sólo  porque 
tienen  ante  los  ojos  el  ejemplo  de  Corrientes.  Un  tal 
Villafañe  intent(')  hacer  en  La  Rioja  una  revolución  con- 
tra Brizuela,  que  es  el  gobernador,  á  favor  de  los  inte- 
reses de  Rozas:  no  encontró  quien  lo  secundara:  fué  des- 
cubierto y  huyó  á  Buenos  Aires,  donde  llegó  en  estos  iil- 
timos  días. 

En  mi  anterior  dije    á    usted  que  los  jefes  correntinos 


—  443  — 

López.  Ramírez  y  Gómez  estaban  de  edecanes  de  Rivera, 
y  que  éste  los  mantenía  allí:  prometiéndoles  que  después 
de  una  batalla  los  había  de  mandar  con  una  división.  JJe 
aquí  se  les  escribía  que  vinieran  de  cualquier  modo;  pero 
ellos,  hombres  de  poco  mundo,  no  se  atrevían  á  dar  un 
paso  que  sabían  disgustaría  al  general.  Parece  que  (t(> 
mez  sabiendo  la  marcha  de  ustedes  y  la  decisión  de  su 
provincia,  y  viendo  que  la  l)atalla  no  llegaba,  manifestó 
deseos  de  pasar  desde  luego  á  Corrientes:  el  resultado 
ha  sido  que  el  día  24  lo  hizo  prender  el  general  y  poner 
incomunicado:  al  otro  día  se  le  dijo  que  su  delito  esta- 
ba descubierto  y  que  iba  á  ser  fusilado:  el  jjobre  correnti- 
no  se  desesperaba  y  protestaba  su  inocencia.  El  día  26 
le  levantaron  la  incomunicación,  pero  ha  quedado  arres- 
tado en  el  cuartel  general,  sin  que  se  le  haya  formado 
causa,  ni  aun  dicho  el  motivo  de  su  arresto.  Ha  quedado 
tan  asombrado  de  semejante  proceder  que  lloraba  á 
h'igrima  viva  repitiendo  sus  cuitas  á  un  oficial:  hombres 
buenos  que  no  conciben  cómo  los  demás  pueden  ser 
malos. 

29. — Hasta  hoy  no  hay  más  novedad  sino  que  Echa- 
güe  ha  mudado  su  campo  y  se  dirige  hacia  el  paso  de 
la  Arena.  El  presidente  se  ha  retirado  de  él  como  unas 
doce  leguas  en  la    dirección  del  Durazno. 

Ayer  llegó  de  Casapava  un  individuo  de  la  joven  Ita- 
lia, agente  iDarticular  de  aquel  gobierno,  y  hoy  he  tenido 
una  larga  conversación  con  él.  Me  ha  asegurado  que  los 
republicanos  tienen  las  mejores  disposiciones  á  entrar 
en  convenios  con  nosotros,  y  que  gustarían  mucho  de 
tener  allí  un  agente  nuestro.  Siempre  he  creído,  como 
usted  sabe,  que  nos  sería  provechoso  entendernos  con  los 
republicanos:  hoy  lo  creo  indispensable  para  asegurar  á 
Entre  Ríos  y  Corrientes  contra  las  ulterioridades  que  debe- 
mos temer.  Le  dije,  pues,  que  los  republicanos  encon- 
trarían grandes  ventajas  en  ligarse  á  nosotros.  1°,  porque 
nuestra  causa  estaba  destinada  á  triunfar.  2°;  porque  con 
esto  no    adquirían  nuevos  compromisos,  ni  enemigos  nue- 


—   iU  — 

vos.  siendo  ya  una  cos;i  cvulente  (luc  lío/as  se  entiemle 
con  los  imperiales:  '^°,  porque  en  el  liecho  de  aliarse  con 
nosotros,  se  hacia  pública  la  alianza  de  Rozas  con  el  Im- 
perio, y  caerían  sobre  éste  todos  los  enemigos  de  aquél, 
nosotros,  los  franceses,  los  orientales. 

Parece  que  él  trae  instrucciones  para  tomar  datos  so- 
bre nuestro  verdadero  estado  y  las  probabilidades  (pie 
tenemos  de  triunfar,  porque  quiso  saber,  cuál  sería  la  con- 
ducta de  los  agentes  franceses  en  tal  caso,  y  obtuvo  la 
seguridad  explícita  de  que  la  Francia  sostendría  la  cues- 
tií'tii  liasta  que  cayera  Rozas  que  combatiría  contra  todos 
los  que  se  pusieran  de  su  lado,  y  (][ue  p(jr  esta  razón  es- 
taban ya  en  mala  inteligencia  (;on  el  Tm])erio.  FA  italia- 
no ha  quedado  muy  satisfecho. 

El  envío  de  un  agente  nuestro  no  puede  hacerse  de 
aquí,  porque  teniendo  el  ejército  libertador  la  dirección 
militar  y  política  de  nuestra  cuestión,  sólo  de  él  puede 
recibir  carácter  é  instrucciones,  pero  tampoco  creo  que 
fuera  conveniente  el  tener  allí  un  agente  permanente, 
porque  esto  daría  la  alarma  á  nuestros  enemigos  conni- 
nes.  Valdría  más  escribir  unas  cuantas  cartas,  ó  mandar 
un  comisionado  para  hacer  un  arreglo  especial  y  re- 
gresar. 

La  carta  que  el  general  Lavalle  dirigió  á  Bento  Gon- 
zález fué  entregada, 

81. — Ayer  recibimos  la  muy  deseada  y  muy  importan- 
te comunicación  del  general  de  12  del  corriente,  con  el 
boletín  que  contiene  la  sublevación  de  Corrientes.  Mil 
gracias,  mil  parabienes:  no  deja  que  desear.  Aprovechen 
los  momentos  de  entusiasmo  para  preparar  esa  provincia 
á  las  resultas  y  para  imponer  á  Entre  Ríos.  Hoy  van  los 
boletines  al  cuartel  general  del  presidente.  Nos  ha  afli- 
gido mucho  sin  embargo,  ver  que  está  usted  enfermo, 
y  ([ue  no  será  cosa  leve  en   cuanto  no  me  ha  escrito. 

Hoy  saldrán  de  aquí  tres  buques  franceses  á  ponerse 
á  las  órdenes  del  general  Lavalle.  El  bergantín  oriental 
«Pereyra»  saldrá  con  el  mismo  o)\jeto  dentro  de  tres  días. 


—  445  — 

Deseo  que  V.  se  poiioa  bueno  cuanto  antes.  Siempre 
suyo 

Francisco  Pico. 

Señor  don  Juan  Manuel  de  Bozas. 

Paraná  y  septiembi-e  27  de  1839. 

Compañero  de  todo  mi  ai)recio,  y  mi  grande  amigo: 
Los  infernales  unitarios  me  tienen  en  continua  movili- 
dad de  un  lado  á  otro ;  pero  al  íin  se  han  cumplido  mis 
deseos  de  batir  á  estos  salteadores.  El  ejército  del  señor 
Zapata  ha  sido  completamente  dispersado,  y  el  traidor 
Lavalle  con  una  fuerza  de  más  de  quinientos  hombres, 
■según  dicen,  y  con  un  escuadrón  de  sesenta  y  tantos  ofi- 
ciales que  llama  él  su  Escuadrón  Sagrado,  se  halla  en 
la  Concordia,  y  hoy  mismo  marcho  en  su  busca  con  una 
fuerza  de  cerca  de  600  bravos  que  he  traído  de  mi  pro- 
vincia, en  auxilio  de  esta,  en  donde  ( hablando  á  V.  fran- 
camente)  no  hay  ejército,  ni  hay  nada;  por  consiguiente 
yo  sólo  vengo  á  pelear,  aunque  se  me  asegura  que  se 
me  reunirá  alguna  milicia.  Mi  objeto  es  no  dar  tiempo 
á  este  salteador  á  que  reúna  inás  fuerza,  porque  ca]»a- 
llos  tiene,  y  el  señor  Zapata  le  c^uitó  también  los  que 
tenía,  pues  si  tal  sucediese  y  lograse  enseñorearse  de 
esta  provincia,  cortaría  las  relaciones  de  nuestro  ejército 
de  la  Banda  Oriental  por  esta  parte,  distraería  las  aten- 
ciones del  señor  general  del  mismo  ejército,  y  quizás  á  algu- 
nos de  los  prosélitos  del  despotismo  en  Corrientes  se  le 
unirían  y  nos  daría  mucho  más  trabajo.  Voy  pues  á  buscar- 
lo, y  voy  decidido  á  batirlo  sin  darle  cuartel.  V.,  mi  amado 
compañero,  dígnese  hacerme  las  indicaciones  que  guste  y 
considere  oportunas  en  mi  posición.  Por  mi  parte  seré  ce- 
loso en  comunicar  á  V.  cuanto  ocurra.  Entretanto  es  de 
V.    como   siempre   su    ¿nayor   amigo   y   compañero. 

Juan   Pablo  López. 


—    U(i  — 

Señor  don  Juan  Manuel  de  Rozas. 

Lajiuna  (U'  Ids  Troncos,  ocliihrc   (>  de  18:?9. 

Compañero  de  todo  ajjrecio  y  mi  .urande  amigo : 
Cuando  pasr  rápidamente  á  esta  i)i'ovincia  con  la 
pequeña  fuerza  de  500  á  600  hombres  únicamente,  fué 
porque  se  me  aseguró  que  debía  contar  con  todos  los  ele- 
mentos necesarios  para  marchar  sin  demora  á  batir  á  esos 
infernales  múlai'ios.  pero  desgraciadamente  me  encontré 
sin  cosa  alguna:  pues  ni  unos  pocos  aperos  apenas  para 
montar  los  soldad<;)s  que  me  faltal)an  pude  conseguir 
sino  comprando  los  viejos  á  mi  costa:  en  medio  de  mis 
escaseces:  sin  caballos  ni  hombres  reunidos,  en  términos 
(jue  hasta  hoy  y  después  de  las  multiplicadas  y  fuertes 
órdenes  expedidas  al  efecto,  solo  se  han  reunido  182 
individuos;  pues  á  mi  juicio  y  el  de  todos  los  hombres 
de  nuestra  opini(3n.  la  mayor  parte  de  la  provincia  está 
minada,  dislocada  y  en  la  mayor  desmoralización,  como 
he  dicho  á  V.  en  mi  anterior,  y  lo  comprueba  la  nota 
que  en  copia  acompaño  á  V.  de  lo  ocurrido  en  la  Victo- 
ria; así  es  que  con  instancia  he  pedido  al  señor  Oribe 
un  escuadrón  que  hasta  la  fecha  no  ha  llegado.  Con  él, 
unidos  á  los  bravos  que  me  glorío  de  mandar,  no  me 
detendré  un  s(j1o  día  en  marchar  sobre  esa  banda  de  sal- 
teadores, que  según  las  noticias  recibidas,  hoy  mismo  se 
retiran  acercándose  á  la  Concordia,  sin  duda  para  pelear- 
nos cerca  de  la  costa  en  donde  tienen  sus  l)uques  como 
un  i)unto  de  apoyo  en  un  contraste  que  precisamente 
están  ya  presintiendo. 

El  infame  traidor  Lavalle  pone  en  juego  toda  su  polí- 
tica engañosa  y  seductora,  y  nada  deja  por  hacer,  para 
atraerse  á  los  hombres.  Les  ha  dado  á  cuantos  se  le 
han  presentado,  ocho  pesos,  camisas,  calzoncillos  y  pon- 
chos de  paño.  Se  ha  generalizado  su  manejo,  y  cada  día 
deben  aumentarse  sus  prosélitos,  y  los  de  los  hombres 
intluyentes  que  trae  consigo.     Por  todo  esto  estoy  desespe- 


—  447  — 

rado  por  batirlo,  antes  que  tome  más  cuerpo  con  su  en- 
gañosa política  en   una   provincia  tan    desmoralizada. 

Aseguro  á  Y.  que  no  tengo  fuera  de  los  míos  de 
quien  fiarme,  y  que  estando  en  un  país  amigo,  estoy 
rodeado  de  traidores  que  dan  noticia  á  esos  foragidos 
hasta  del  menor  movimiento  mío :  por  consiguiente  V.  debe 
conocer  lo  difícil  de  mi  posición,  y  quiero  ansiosamente 
salir  de  ella  por  medio  de  una  batalla,  en  la  que  indu- 
dablemente triiuifaré  según  el  entusiasmo  y  ardor  de 
mis  tropas,  porque  no  debo  contar  con  las  de  aquí.  Soy 
solo    yo,  y  nada  más. 

Al  teniente  coronel  don  Manuel  Antonio  Urdinarrain 
lo  he  mandado  de  vanguardia  al  Tala,  y  he  ordenado  á 
los  comandantes  Urquiza,  Villagra  y  Medina  que  se  le 
reúnan.     Veremos  la  gente  que  les  siga. 

De  mañana  á  pasado  espero  mis  espías  que  están 
sobre  Lavalle.  De  cuanto  ocurra  avisará  á  V.  su  mejor 
y  fiel  compañero 

Juan  Pablo  López. 

(' II M  PIE  MENTÓ    AL  CAPÍTULO   XXW 

Señor  don  Mnrtiniano  Chüaverl. 

Estancia  del  Ombú,  noviembre  26  de  1839,  á  la  noche. 

Mi  querido  amigo: 

Una  columna  de  trescientos  enemigos  ha  llegado  hoy 
á  Curuzú-Cuatiá,  camparon  en  el  potrero  y  pusieron  una 
guardia  de  cuarenta  hombres  en  el  pueblo.  Esta  debe  ser 
la  cabeza  de  la  columna  enemiga  entera.  Vuelvo  á  aconse- 
jarle á  V.  que  se  retire,  si  es  posible  al  otro  lado  del  rio 
Corrientes,  para  que  se  sitúe  V.  ya  donde  debe  sanar. 

Aquí  he  llegado  de  noche  y  me  he  encontrado  con 
la  carreta  de  V.  que  ya  la  suponía  allí.  Mañana  de  madru- 
gada va  á  marchar,  pero  si  los  señores  Madariaga  le  faci- 
tan  á  V.  alguna,  mándeme  ésta  al  paso  de  Vivar  de 
Yuquerí. 


—  448  — 

l%X(;uso  decir  á   V.  \n  satisfacción  i\\\c  leiij^o  y  la  sej^u- 
ridiid    de    oiiiiiascarai'    ú    Máscai^i. 
Su    aini.n'o 

La  VALLE. 

' Seño?-  coronel  don  Martiniano    Chilavert. 

Ynj^iiari,  octuhre  25  (le  1839. 

Querido  amigo: 

Hoj^  hacen  cinco  días  que  escribimos  sin  cesar,  por 
eso  no  lie  contestado  á  su  apreciable  del  21.  El  hombre 
que  V.  mandaba  para  Paysandú  está  todavía  aquí;  no  ha 
ido,  porque  he  querido  enviar  con  él  seis  onzas  á  su  seño- 
ra, que  he  mandado  pedir  á  la  comisaría.  Pensaba  contes- 
tarle su  citada  carta  con  mucha  extensión,  pero  el  trabajo 
de  que  estoy  recargado,  no  me  permite  sino  hacer  á  V. 
algunas  reflexiones  á  ver  si  de  la  contradicción  resulta 
más  clara  y  evidente  la  conducta  política  que  más  nos 
convenga   en  lo  sucesivo. 

Creo  que  Y.  me  habría  oído  muchas  veces  mis  senti- 
mientos respecto  del  pueblo  oriental  y  que  conviene  al 
porvenir  de  nuestra  patria  crear  vínculos  muy  fuertes  de 
unión  y  fraternidad  con.  los  orientales.  Ni  la  legión  ni  el 
ejército  libertador  han  podido  emitir  hasta  ahora  estos 
sentimientos,  porque  no  han  exhibido  sino  dos  cortos  bole- 
tines refiriendo  dos  hechos.  En  cuanto  al  general  Rivera 
yo  no  encuentro  el  medio  de  ponerle  en  razón,  sino  domi- 
nando sus  pasiones.  Veamos  si  Y.  encuentra  el  raro  secre- 
to para  poderlo  conseguir. 

¡Ponernos  en  relación  con  Oribe!  Eso  sería  contradecir 
los  sentimientos  que  manifestásemos  por  el  pueblo  orien- 
tal; porque  aliándonos  con  un  antagonista  de  Frutos,  nos 
serviríamos  de  un  elemento  anárquico  contra  ese  pueblo, 
por  el  deseo  ó  tal  vez  por  la  necesidad  de  oponernos  á  las 
pretensiones  desordenadas  de  un  hombre!  De  ese  modo 
nuestras  personalidades  con  Frutos  tomarían  luego  un 
carácter  bien  «rave.  la    enemistad   de   nación    á    nación. 


—  449  — 

Temo  mucho  que  esta  falsa  política  no  fuese  otra  cosa 
que  la  continuación  de  los  treinta  años  pasados;  y  me 
inclino  á  creer  que  el  modo  más  eficaz  de  oponerse  á 
don  Frutos,  es  decir,  á  todos  los  pueblos  la  verdad  y  poner 
en  ejercicio  todas  las   virtudes  públicas. 

En  cuanto  á  Máscara,  observará  V.  que  no  ha  sido 
elevado  al  gobierno  de  Santa  Fe  ni  por  las  vías  legales, 
ni  por  su  inlluencia  personal;  sino  por  el  poder  de  Ro- 
zas. Puesto  éste  en  tierra,  tendría  V.  que  sostener  un  alia- 
do incierto;  ¡á  Máscara!  contra  los  santafecinos,  que  están 
hoy  en  nuestras  filas,  contra  la  fracción  de  ese  pueblo, 
que  tuvo  el  coraje  de  pronunciarse  contra  Rozas,  cuando 
éste  pareció  formidable.  Tendría  V.  en  fin  que  degollar 
á  los  amigos  de  la  libertad  en  la  provincia  de  Santa  Fe 
para  sostener  á  Máscara!  ó  traicionar  el  pacto  que  V. 
hubiera  hecho  con  éste.  Por  otra  parte  me  parece  que 
V.  no  habrá  leído  los  documentos  que  ha  publicado  Más- 
cara cuando  pisamos  el  Entre  Ríos,  porque  creo  que  de 
otro  modo  no  sería  V.  de  opinión  de  buscar  su  amistad. 
Hay  cosas  en  el  mundo  que  no  tienen  remedio  y  una 
de  ellas  es  esta.  Con  Máscara  no  hay  más  recurso  que 
lancearlo. 

Yo  tengo  muchísimo  que  hacer  y  no  puedo  extender- 
me tanto  como  V.  Tengo  deseo  de  que  V.  sostenga  las 
opiniones  que  me  ha  manifestado  en  la  carta  que  contesto, 
con  el  objeto  que  ya  he  dicho,  y  recibiré  con  mucho  gusto 
todas  sus  ideas  sobre  objetos  de  interés  público. 

Trescientos  hombres  del  enemigo  sorprendieron  á  Sa- 
lazar  antes  de  ayer  en  la  Barra  de  Mocoretá,  donde  se 
hallaba  con  treinta  y  tantos  hombres,  de  tal  modo  que  lo 
tomaron  á  pie.  Se  defendió  muy  bien,  pero  tuvo  que  pasar 
el  Uruguay  protegido  por  Read  y  perdió  todos  sus  caba- 
llos. Lo  que  hay  en  esto  de  malo,  es  que  hasta  ahora  no 
sé  nada  de  don  Ricardo,  que  á  la  sazón  estaba  con  ocho 
hombres  en  la  estancia  de  Virasoro;  y  muy  descuidado, 
según  dice  Salazar,  porque  un  rato  antes  le  había  man- 
dado decir  que  no  había  novedad.  Yo  estoy  temiendo  que 

TOMO  III.  29 


—     T)!)   — 

el  }»()l)re  don  lÜcurdo  Im  sucuiiiI/kIíj  por  su  inconcebible 
descuido. 

Kivadavia  lleg()  y  ha  regresado  para  el  sur  de  Buenos 
Aires.  Martínez  había  salido  antes.  Benavente  y  Pueyí-re- 
dón  se  empeñaron  en  ir.  y  yo  he  consentido.  Todos  los 
datos  que  tengo  hasta  alioi'a  inaniíiestan  que  la  insurrec- 
ción se  i)ropagaba. 

Devuelvo  la  carta  de  don  Frutos  y  le  mando  esas  (pie 

han  venido  para  usted. 

Soy  su  amigo 

Juan  Lavallk. 

San  Roque,  enero  11  de  1<S40. 

Señor  (Ion  Martiniano  Chüavert^  mayor  general  del  ejército  libertador. 

Mi  estimado  dueño  y  amigo: 

Lo  he  seguido  en  todo  el  camino:  le  he  visto  pasar  el 
Batel,  el  río  Corrientes  y  sus  fieros  malezales;  en  los  alga- 
rrobales, en  Pay-oabré;  he  tomado  á  mal  la  inmensa  vuelta 
que  ha  dado  usted  por  el  paso  del  Rosario. 

Desde  su  partida  de  aquí,  San  Roque  ha  quedado  triste: 
no  hay  con  (juien  conversar,  con  quien  tener  un  rato  de 
recreo. 

Es  de  extrañar  que  desde  su  partida  ninguno  de  los 
que  han  llegado  del  ejército  lo  haya  encontrado:  la  pri- 
mera noticia  que  tuvimos  fué  de  que  había  llegado  y  salido 
con  salud  de  la  Capilla  de  Mercedes. 

Hoy  llegó  aquí  el  general  López  chico  y  supe  por  él 
que  lo  había  visto  guapo  y  que  había  usted  llegado  al 
campamento;  felicito  á  usted  y  al  señor  general  Lavalle 
de  hallarse  reunidos  y  poder  establecer  sus  cálculos  sobre 
el  suceso  del  día  29.  Con  la  mayor  ansia  aguardamos  a(pü 
los  detalles  de  ese  famoso  día. 

Hace  cinco  días  hoy  que  salió  el  señor  gol)ernador  para 
Corrientes:'  llevó  en  su  compañía  á  don  Mariano  Vera  y 
V)asta  con  eso...  Supongo  que  de  aquí  á  pocos  días  nos 
hallaremos  en  Goya.  Quizás  desde  allí  sabremos  el  nuevo 
camino  que  todos  deberemos  seguir  y  una  vez  en  marcha 


—  4:)1  — 

caoiinaremoy  lejos  porque  supongo  que  se  vencerán  todos 
los  obstáculos. 

Póngame  ustml  á  las  ón lenes  del  señor  general  í^avalle 
y  anil)os  dénuie  ustedes  las  suyas  que  serán  puntualmente 
cumplidas. 

Su  ai>asiona<lo  servidor  y  amigo  Q.  \).  S.  'SI. 

Amado  Homi'Laxd. 

Señor  don  Martiniano  Clñlavcrt. 

.Montevideo,  ocfiilire  :!1  de  1X39. 

Mi  querido  Martiniano: 

El  suceso  de  Corrientes  nos  promete  que  tendremos 
patria;  Rozas  debe  hallarse  muy  apurado  jjor  lo  que  debe 
influir  en  aquella  población  la  decisión  de  Corrientes.  Los 
ejércitos  entrerriano  y  de  Rivera  hace  ines  y  medio  que 
no  hacen  otra  cosa  que  comer  carne  con  cuero:  no  sé 
qué  decir  de  esta  inacción,  y  sin  embargo  no  me  des- 
agrada esta  demora,  pues  ella  le  favorece  á  usted  para  la 
organización  de  su  ejército  y  creo  que  en  todo  diciembre 
lo  tendrán  ustedes  arreglado. 

Siento  mucho  haber  visto  firmado  á  Yidela  por  indis- 
posición de  usted,  pues  en  estas  circunstancias  conozco 
bien  la  falta  que  usted  hace  para  auxiliar  á  Lavalle  en 
todo.  Deseo.  i)ues.  (|ue  se  reponga  usted  cuanto  antes  y 
que  no  deje  de  decirme  algo  respecto  al  estado  de  esos 
negocios. 

Su  antiguo  amigo 

Martíx  RodkÍítT'EZ. 

Señor  dou  Martiniano  Chilarert. 

Moiuevideo.  die¡eml)re  7  ile  is:39. 

Mi  estimado  amigo: 
Acabo  de  saber  que  había  usted  tenido  la  desgracia  de 
quebrarse  una  [)ierna.  cosa  (jue  he   sentido   sobremanera. 


-    1.7J  — 

t linio  por  la  orave  incomodidad  que  esto  le  causará,  como 
también  por  la  falta  que  sé  (jue  hará  usted  en  el  ejér- 
cito. Antes  de  ahora  tuve  también  el  disgusto  de  saber 
la  diferencia  (jue  hubo  entre  el  general  y  usted,  pero  tanto 
¡¡orquodon  Juanno  escribió  á  nadie  unapalal)ra  sobre  el  par- 
ticular, cuanto  por  el  conocimiento  que  tengo  del  ])atri(jtismo 
y  carácter  de  ambos,  creí,  como  en  efecto  ha  sucedido,  que 
eso  terminaría  amigablemente.  Usted  mejor  que  yo  sabe 
que  nunca  más  que  hoy  es  preciso  que  cada  uno  se  con- 
sagre todo  entero  á  la  patria,  aun  cuando  sea  sacrificando 
algo  de  su  amor  propio,   ó  de  sus  intereses   particulares. 

Hacen  ya  dos  meses  largos  que  los  entrerrianos  están 
al  otro  lado  de  Santa  I^ucía  y  Rivera  de  éste,  sin  más 
movimientos  que  los  necesarios  para  mudar  de  campo 
uno  ú  otro,  y  sin  más  encuentros  que  pequeñas  guerri- 
llas, y  aun  éstas  han  cesado  ahora.  Los  amigos  del  gobierno 
dicen  que  Rivera  está  muy  fuerte  y  que  el  enemigo  no 
se  atreve  á  atacarlo,  en  lo  que  no  hay  duda,  desde  que 
no  hay  un  combate;  pero  á  pesar  de  esto,  constantemente 
se  le  están  remitiendo  de  aquí  muchos  refuerzos  al  ejér- 
cito, los  que  en  mi  opinión  hasta  la  fecha  no  bajan  de 
2.000  hombres  de  infantería,  con  más  4  piezas  de  artille- 
ría, entre  ellas  una  de  á  12.  !Si  se  debe  juzgar  por  una 
contrata  de  vestuarios  ciue  Rivera  acaba  de  celebrar,  tiene 
().000  hombres,  pues  este  número  ha  contratado  para  el 
ejército.  Su  artillería  hoy  consta  de  10  piezas  mandadas 
por  Piran.  Yo  creo,  sin  que  esto  pase  de  mi  opinión,  que 
Rivera  está  resuelto  á  evitar  un  combate  y  á  esperar  que  la 
cuestión  se  decida  al  otro  lado  del  Uruguay  y  el  Paraná. 
Ijt>s  enemigos  están  hoy  en  San  José  y  el  ejército  de  la 
República  en  el  paso  de  Cuello  en  Santa  Lucía  Grande^ 
Esto  es  todo. 

Deseo  vivamente  que  se  restablezca  Y.  pronto,  y  como 
amigo  me  atrevo  á  suplicarle  que  si  algo  ha  (juedado 
del  disgusto  anterior,  lo  olvide,  lo  sacrifique  enteramente 
á   la   causa  pública. 

No  deje  si  puede  de  escribirme  dándome  noticias  exac- 


—  45a  — 

las    y  detalladas    sobre   el    estado  de    nuesti'os  negocios. 
Adiós,  querido:   no  puede  más  su  amigo   y  S.   S. 

Jacobo  D.  Várela. 

Mil   recuerdos   á    IJaltar  y  demás   amigos. 

Señor  general  don  Juan  Lavalle. 

Concordia,  marzo  1.5  de  1840. 

Hoy  contesté  al  señor  general  que  á  las  tres  de  la 
tarde  me  ponía  en  marcha  para  el  ejército.' Si  no  lo  he 
hecho  antes  es  por  no  haber  podido  arreglar  los  asuntos 
á  que  vine,  los  que  exigían  imperiosamente  mi  presen- 
cia, lo   que  no  sucede  en  el  ejército  donde  se   halla  V.  E. 

Es  inexacto  el  que  yo  haya  traído  la  compañía  de 
tiradores  del  escuadrón  Victoria:  he  traído  la  compañía 
del  capitán  Salazar  que  consta  de  25  plazas  y  toda  de 
lanceros.  El  señor  general  me  permitirá  le  observe  que 
la  posición  elevada  que  ocupa,  demanda  más  reflexión 
en  su  modo  de  obrar  y  muy  particularmente  al  reconve- 
nir á  los  jefes  que  sirven  á  sus  órdenes,  jefes  que  no 
son  como  el  mayor  Soto  que  no  sabe  lo  que  se  hace,  y 
que  más  de  una  vez  ha  dado  disgustos  á  los  jefes  del 
ejército  por  sus  torpezas  al  trasmitir  las  órdenes  de  V.  íC 

Hace  mucho  tiempo,  señor  general,  que  debía  renun- 
ciar al  puesto  que  ocupo  en  el  ejército,  no  porque  no  me. 
sienta  capaz  de  desempeñarlo,  sino  porque  V.  }L.  no  com- 
prende lo  cjue  es  el  jefe  del  estado  mayor  de  un  ejército, 
ni  menos  ha  comprendido  el  modo  de  manejarme  á  mí, 
de  donde  resulta  que  el  señor  general  atrepella  las  atri- 
buciones del  estado  mayor;  quiere  hacerlo  todo,  y  todo 
lo  desordena  y  no  hace  nada.  Yo,  señor  general,  no  sé 
andar  más  de  un  camino,  el  del  honor:  en  él  hago  los 
mayores  esfuerzos  para  cumplir  con  mi  deber,  y  puedo 
lisonjearme  de  haber  servido  con  distinción  siempre  bien 
en  las  circunstancias  más  difíciles.  Á  mí,  general,  la  fuerza 
y  el  rigor  no  me  vencen;  sólo  la  razón  y  la  justicia  tienen 


—    i.")!  — 

poder  sohi'f  l;i  fii(''r,nic;i  inilt'])('iul('iici;i  lie  lili  alma.  VA 
señor  general  no  sabe  mandar  sino  de  un  mudo  absoluto, 
y  yo  no  sé  obedecer  sino  razonal)lemente.  Poi'  esta  razón 
ni  el  señor  general  puede  mandarme,  ni  yo  jjuedo  obe- 
(iecerle;  y  en  semejante  caso  ¿qué  hacer?  Dejar  el  puesto 
como  lo  a))andono  desde  ahora,  retirándome  á  curarme  al 
seno  de  mi  familia  que  se  halla  enferma  y  llena  de 
miseria.  La  causa  <le  la  libertad  se  halla  tan  adelantada 
que  no  necesita  de  mi  débil  cooperación;  y  por  otra  parte, 
general,  me  hallo  casi  tullido  y  continúo  sirviendo  hacien- 
do  esfuerzos  sobrehumanos. 

Quiera,  general,  persuadirse  que  esta  mi  i'esoluciíín 
no  disminuirá  en  nada  el  respeto  y  amistad  que  tengo 
por  su  persona,  amistad  contraída  en  cuatro  años  de  una 
desgracia  común,  durante  cuyo  tiempo  he  sido  honrado 
con  su  confianza;  pero  es  necesario  separarnos  para  conser- 
var esa  misma  amistad  que  yo  tanto  estimo.  Si  V.  es  feliz, 
como  lo  espero,  confío  en  que  me  dará  con  (\ue  vivir  tm 
mi  país.  Entretanto  ruego  por  la  salud  y  prosperidad 
de    V.   E. 

Su   siempre  amigo 

M.  Cpulayert. 


Señor  don   Martiniano    Chüavert. 

San  José  del  T'i'uguay,  mayo  2H  do  1840. 

Mi  querido   amigo  y  compadre: 

Rivas  entre  otras  cosas  me  ha  dicho  que  Y.  en  sus 
cálculos  creía  que  podría  yo  haber  mandado  sus  cartas 
á  Buenos  Aires  á  alguno  de  los  muchos  amigos  que  allí 
podría  tener:  más  que  ese  pensamiento,  provenía  de  no 
tener  ningún  otro  antecedente  para  fundarse  en  otra  opi- 
ni()n.  Kn  tal  caso  es  ])reciso  que  yo  desvanezca  el  juicio 
que  V.  ha  formado. 

lisas  cartas,  objeto  de  esta  mía,  fueron  remitidas  á  Mon- 
tevideo al  señor  don  Santiago  Vásquez,  y  don  Pedro  Pa- 
l)lo   de  la  Sierra.   De  aípiel  pueblo  es   siu    duda  de   donde 


—  4or,  — 

se  las  liau  mandado  á  Ro/as,  purqiie  son  las  únicas  perso- 
nas que  las  han  tenido.  El  cómo  llegaron  á  las  manos  del 
tirano,  será  inaveriguable:  sin  embargo,  con  el  antecedente 
de  lo  que  ha  dicho  Rozas  respecto  del  espía  de  categoría 
y  de  quien  no  podrían  desconfiar,  haciéndose  algunas  in- 
vestigaciones no  será  difícil  abrir  alguna  pequeña  luz.  He 
escrito  sobre  ese  objeto  y  no  dejo  de  creer  que  algo  se 
me  dii'á.  Por  lo  demás,  mi  amigo  y  compadre,  sólo  que 
mi  razón  se  hubiera  descompuesto  podría  haber  cometido 
la   falta  de  mandar  á    Buenos  Aires  sus  cartas. 

Hacen  tres  días  que  un  fuerte  viento  sur  nos  anuncia 
la  llegada  de  algún  buque  de  Montevideo  para  saber  algo 
de  aquella  capital,  que  hace  más  de  un  mes  que  no  hay 
de  ella  noticia  alguna. 

Al  coronel  Núñez  y  Baez  mis  recuerdos,  y  Y.  mande 
á  su  siempre   amigo  >•  compadre 

Enhioue  Martínez. 

Cil.\ll'LE.\IE\Tü    AL    CAPÍTl'LO    XXWI 

París,  2G  de  íebrei-o  de  1840. 

Ministerio  do  Keliiciones  Exteríures. 

Dirección   Política. 

Número  24. 

Señor:  he  recibido  los  oficios  que  usted  me  ha  hecho 
el  honor  de  escribirme  desde  el  28  de  septiembre  hasta 
el  26  de  noviembre  último.  Veo  que  en  esa  época,  la  si- 
tuación no  indicaba  aún  nada  de  decisivo.  Es  verdad  que 
la  provincia  de  Corrientes  estaba  sublevada  contra  Rozas, 
y  Lavalle  vencedor  de  fuerza  de  Entre  Ríos  se  disponía 
á  continuar  sus  sucesos.  Pero  la  insurrección  del  sur  de 
la  provincia  de  Buenos  Aires  acaba  de  ser  vencida  y 
comprimida;  y  en  la  Banda  Oriental,  Rivera,  en  lugar  de 
^entar  algún  ataque  contra  Echagüe,  temía  venir  á  las 
manos  con  éh  y  se  limitaba  á  observarlo,  mientras  que 
Montevideo  continuaba  ocupado  por  nuestros  marinos, 
con  gran  perjuicio  del  servicio  de  nuestra  escuadra.  Tal 


—  o  i  — 

era  el  26  de  noviembre  el   estado  de  las  cosas,  y  tal   era, 
sin  duda,  al  arril)o  dtd  señor  contraalmirante   Dupotet. 

Aguardamos  con  impaciencia  noticias  posteriores  á  ese 
arribo,  y  no  eludamos,  señor,  que  se  haya  puesto  inme- 
diatamente en  disposici(3n  de  ejecutar  las  instrucciones 
que  le  han  sido  llevadas  por  el  almirante.  Ellas  le  ha- 
brán indicado  á  usted  claramente  el  pensamiento  del  go- 
bierno del  rey.  Su  intención  (usted  lo  sabe  en  la  actualidad) 
es  no  enviar  tropas  á  Montevideo,  sino  únicamente  buscar 
en  las  vías  de  negociación  combinadas  con  la  acción  de 
las  fuerzas  marítimas  que  han  sido  puestas  á  disposición 
de  Mr.  Leblanc,  la  solución  de  una  contienda  demasiado 
prolongada  ya.  y  que  es  urgente  terminar.  Espero,  pu^s, 
saber  por  los  primeros  oficios  de  usted,  que  ha  arreglado 
fielmente  su  marcha  sobre  lo  que  el  gobierno  del  rey 
se  ha  trazado  á  sí  mismo,  después  de  haberla  reflexionado 
maduramente.  No  disimularé  que  no  hay  que  contar 
probablemente  sobre  un  resultado  completo  y  ver  reali- 
zadas las  esperanzas  de  que  se  habían  lisonjeado  mo- 
mentáneamente, á  vista  del  curso  que  las  cosas  parecían 
tomar  en  la  República  Argentina.  Esto  es  seguramente 
muy  desagradable;  pero  de  otra  parte  basta  considerar 
nuestra  posición  en  Montevideo  para  reconocer  todo  lo 
que  ella  tiene  de  incierta  y  comprometedora,  y  por  con- 
siguiente para  convencerse  de  que  hay  peligro,  y  peligro 
inminente,  en  perseverar  con  aliados  tales  como  los  que 
nos  ha  dado  la  fuerza  de  las  cosas,  en  un  sistema  que 
conduce  á  alargar  incesantemente  el  círculo  de  las  com- 
plicaciones, sin  que  i)ueda  preverse  con  alguna  certeza  el 
término  que  amenaza  arrastrarnos  más  lejos  de  lo  que 
nos  convendría,  y  colocarnos  en  la  dependencia  de  ac(.>n- 
tecimientos  que  no  podemos  ni  dirigir  ni  aun  prever.  Basta 
ciertamente  acordarse  de  nuestra  diferencia  con  Buenos 
Aires  y  referirse  al  punto  de  que  hemos  partido,  para  ver 
hasta  qué  punto  se  ha  agravado  esta  querella,  y  cuánto 
nos  hemos  extraviado  fuera  de  las  vías  de  una  cuestión  inuy  sim- 
ple en  su  principio.   Hace  en  efecto  dos  años  que  sólo  se 


—  4.-)7  — 

trataba  de  ol ¡tener  del  ^líobienio  de  Rozas  reparacicjii  de 
injusticias  ó  de  atentados  cometidos  contra  nuestros  com- 
patriotas, y  al  mismo  tiempo  garantías  capaces  de  darles 
seguridad  para  lo  venidero.  El  debate  estaba  circimscri})to 
en  esos  límites.  Hoy  día  nos  hallamos  mezclados  en  el 
conflicto  que  se  agita  entre  Rozas  y  Rivera.  Somos  parte 
en  la  guerra  enti-e  Buenos  Aires  y  el  estado  del  Uruguay: 
nuestra  posición  respecto  de  la  Repiiblica  Argentina  se 
complica  por  nuestra  alianza  de  hecho  con  la  I  íanda  Oriental, 
y  por  el  apoyo  dado  por  nosotros  á  los  emigrados  argentinos,  á  los 
enemigos  exteriores  de  Rozas  y  á  sus  adversarios  inte- 
riores. Originariamente  nosotros  no  teníamos  que  hacer 
más  que  proteger  y  defender  á  los  franceses  establecidos 
en  las  provincias  de  la  Plata.  Ahora  son  á  la  vez  los 
franceses  establecidos  en  la  Repúlílica  Argentina  y  los 
de  la  Banda  Oriental  los  c[ue  están  comprometidos  y  ex- 
puestos. Antes  no  teníamos  que  hacer  más  que  bloquear 
los  puertos  argentinos.  Hoy  tenemos  que  mantener  ese 
bloqueo,  y  al  mismo  tiempo  mantener  á  INIontcvideo  con 
nuestras  propias  fuerzas.  Estas  reflexiones  se  aplican, 
bien  lo  sé.  á  una  situación  cuya  gravedad  usted  siente 
tan  vivamente  como  puede  hacerlo.  cu\'a  duración  no  ha 
dependido  de  usted  el  abreviar,  y  contra  las  penosas  di- 
ficultades con  que  usted  ha  luchado  (me  place  recono- 
cerlo) con  un  valor  y  un  celo  dignos  de  un  mejor  resultado; 
pero  esta  situación  existe,  sin  embargo,  y,  lo  repito,  es 
grandemente  urgente  terminarla.  Fuera  de  eso,  los  me- 
dios que  usted  propone  á  este  efecto,  ¿  serían  propios  para 
conducirnos  al  objeto  ?  Es  i^ermitido,  señor,  dudarlo.  De- 
masiado preocupado,  acaso,  de  ideas  seguramente  muy 
nobles  en  su  principio,  pero  hechas  más  bien  para  obrar 
sobre  la  imaginación  que  para  realizarse  en  la  práctica, 
usted  pide  tropas  de  desembarque,  que  limitadas  al  efectivo 
que  usted  indica  podrían  ser  completamente  insuficien- 
tes, \  cuyo  envío  á  semejante  distancia,  podría  pasar  por 
una  verdadera  imprudencia.  Y  si  esa  fuerza  se  elevase 
á  un  número  más  considerable  estaría  hiera  de  la  natu- 


—  {r,s  — 

i'aleza  y  el  ul)jot()   de    las  satisl'accioncs   (lue    rtM^laiiiaiiios, 
iiiifíondria    al   listado    enormes  sacrificios,   y  nos  crearían 
bajo   otros  i-csitectos  una  nueva  situación  de  las  más  «gra- 
ves,   tanto    en    América    como   en    Euroi^a.      {''ácilmente 
pueden   li,L!,urai's<'    las  C(»m])lica(d()nes  que    una  expediciiui 
militar  emprendida    por  la  Francia  contra  Buenos   Aires, 
debería  acarrearnos  en  nuestras  relaciones  con  la  Inglate- 
rra, y  en  miestras  relaciones,  ya  tan  comprometidas,  con  los 
Estados    aiTiericanos,  cuando  se   recuerda  que  el   ljlo(^ueo 
de  los  puertos  argentinos  ha  suscitado  fuertes  ataques  en 
el  seno  del  parlamento  inglés,  los  movimientos  que  han 
sido  la    consecuencia,   y    la  irritación  (pie    ese   bloqueo  y 
las  medidas  coercitivas  simultáneamente  adoptadas  contra 
México  han  causado   en   toda  la  América,    donde  ella  se 
maniíiesta  hoy  día  de  un  modo  inquietante  para  nuestros 
intereses  políticos    y   comerciales.    Tales  son.    señor,   las 
consideraciones  c^ue  no   permiten  al   gobierno    del  rey   el 
enviar  tropas   contra    Buenos   Aires,    y  que  le   obligan   á 
ptn^sistir  en    la    marcha  (pie    se  ha    trazado.     X(^    puedo, 
pues,  dejar  de  referirme  á  las  instrucciones  que  el  señor 
almirante    Dupotet   ha  sido    encargado    de    entregarle,  y 
estoy  ansioso    de  saber    el    cumplimiento    (pie    se    habrá 
ai)resurado  V.   á    darles.     Entretanto    luiré,  satisfacer    como  las 
precedentes,  las  ultimas  libranzas  que   V.  Jia    girado  sobre  mi  depar- 
tameiito.^  por  las  sumas  avanzadas  por  Y.  á  la  Comisión  Argentina; 
pero   le  recomiendo  nuevamente  (pie  se  muestre  Y.   más 
cauteloso  en  esa  clase  de  gastos.  (|ue  suben  ya  muy  alto, 
y   exceden  en  mucho  á  los  previstos  en  el  Ministerio  de 
Relaciones    Exteriores.     01)servo    con  sentimiento  la  con- 
ducta observada  por  algunos  franceses  en  circunstancias 
en  que  el  interés  de  la  seguridad  común,  y  la  necesidad 
de    estrecharse    alrededor    de    los   representantes    de  su 
país,  hubieran   deljido  hacer   callar  en  ellos  toda  antigua 
disidencia  y  todo  sentimiento  de  insuI)ordinación.  Las  trabas 
f[ue  ellos   han   tratado  de  suscitar  al  enrolamiento  de  sus  comfa- 
iriotas  en    Montevideo,    y   al    desembarque  de  los   marinos 
de  nuestra  escuadra;  el  estado  de  oposición  declarada  en 


—  459  — 

que  se  han  constituido  respecto  de  V.  y  del  señor  Bara- 
dere:  el  mal  ejemplo  que  han  dado  en  esta  ocasión, 
tanto  á  sus  conciudadanos  como  á  los  extranjeros,  son 
actos  tan  irretlexivos  como  pocos  patrióticos  de  su  parte 
y  c;[ue  han  merecido  el  vituperio  severo  del  gobierno  del 
rey.  Quiera  Y.  manifestarles  su  desaprobación  del  modo 
más  formal.  Reciba  V.,,  señor,  la  seguridad  de  mi  consi- 
deración    muy  distinguida. 

^Iariscal  Duque  de  Daemaci.\. 

A   Mr.  Biichet  Martigny. 

Es  C()i)ia  íiel — 

Pedro  R.  Rodríguez. 
COMPLEMENTO  AL  CAI'ÍTLLO  XXXVÍI 

;  Viva  la  Federación  ! 


El  Presidente  del  Estado 
Oriental  del  Uruguay. 


San  Nicolás,  agosto  8  <1g  1840.  Año  31  de  la    Libertad, 
■2.T  de  la  Independencia  y  21  de  la  Confederación  .argentina. 


Al  señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

He  llegado  á  este  punto,  con  los  deseos  más  ardien- 
tes de  ponerme  en  actitud  de  hostilizar  á  los  salvajes 
unitarios,  incorporándome  desde  luego  al  señor  general 
Lójiez:  pero  la  falta  de  caballos  me  ha  demorado  contra 
mi  proj^ósito.  Los  he  pedido  á  dicho  señor  general:  pero 
no  he  obtenido  aún  los  necesarios,  por  lo  que  me  dirijo  á 
Y.  S.  á  íin  de  que  se  sirva  impartir  sus  órdenes  para  que 
se  me  proporcionen  seiscientos  ó  al  menos  cuatrocientos,  con 
cjue  quedaré  provisto  de  los  que  me   son  indispensables. 

En  este  caso  creo  oportuno  advertir  á  Y.  S.  que  aun- 
que no  doy  crédito  á  las  voces  que  han  empezado  á 
esparcirse  de  que  el  salvaje  unitario  Juan  Lavalle  se 
retira  hacia  Areco,  no  se  ocultará  á  su  penetración  la 
necesidad  de  conducir  la  cal)allada  con  las  precauciones 


—  l(i(l  — 

necesarias,  por  si  aquella  noticia  desprovista  liasta  aliora 
de  datos,   resultase  cierta. 

Dios   guarde  á   V.  S.  inuclios  añus. 

Manuel   Oribe. 

Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Santos  Luj^ares,  agosto  ¿O  de  1840. 

Estimado  aniigu  : 
Con  el  mayor  sentimiento  he  sabido  sus  dolencias  y 
mucho  más.  cuando  considero  que  sus  servicios  serian 
de  suma  importancia  en  las  circunstancias  presentes,  en 
las  que  reina  el  mayor  entusiasmo  en  toda  la  campaña. 
De  él  le  dará  á  usted  una  idea  la  relación  de  nuestras 
fuerzas  en  los  diferentes  destinos  que  á  continuación 
se  expresa,  lo  que  me  ha  encargado  S.  E.  (T[ue  le  escri- 
ba, para  su  inteligencia  como  para  la  de  sus  amigos,  y 
porque  sus  ocupaciones  no  se  lo  permiten  á  él  en  este 
moniento.  y  á  pesar  de  que  había  recibido  usted  noti- 
cias  directas  del  señor  general   don   Ángel  Pacheco^ 

S.  E.  nuestro  Ilustre  Restaurador  se  halla  á  la  cabeza 
del  ejército  y  en  campaña. 
El  ejército   en  este   destino  fuerte  de  las 

tres   armas .j .  000  hombres 

El  núm.  á.  comandante  Navarrete.  á  van- 
guardia, frente  del  salvaje  Lavalle 1 .000         » 

Coronel  don  Bernardo  González  en  ídem  del 

núm  1» 600         » 

El  señor  general  dun  Ángel  Pacheco   en 
ídem  con  agregación  de  un  escuadrón  del 

núm  1° SOi )         » 

El  teniente  coronel  Lorea  en  Cañuelas  del 

núm.  o  y  mayor  Alarcón  del  mismo 600         » 

El  coronel  don  Vicente  González,  coman- 
dante en  jefe  del  núm.  8  en  el  Monte 1  .óOO         » 

El  señor  general  don  Prudencio  Rozas  en 

Chascomiis 1 .  000         » 


—   4til  — 

El  coronel  don  Martiniano  Rodríguez  con 
la  división  de  línea  de  Bahía  Blanca,  y 
con  incorporación  de  la  división  del  co- 
ronel Aguilera  y  los  indios  de  los  caciques 
borogas  y  chilenos  Collinao  y  Juan 1 .20IJ  hombres-- 

Los  indios  pampas  amigos  con  el  teniente 
coronel  Echevarría,  mayor  Bustos  y  la 
división  del  núm.  3  que  está  allí  enTapal- 
qué  de  guarnición  comandada  por  el  co- 
ronel Villamayor "2. 400         » 

En  la  Cruz  de  Guerra  hay  como  trescien- 
tos cristianos  inclusos  los  piquetes  de 
Mulitas,  Barrancosa,  y  ciento  cincuenta 
indios  amigos 450         » 

En  la  ciudad  tres  mil  infantes  y  doscientos 
artilleros,  quinientos  caballos,  la  más 
tropa  de  línea 3.100 

17.650         )) 

Este  ejército  está  en  brillante  pie  de  disciplina,  tiene 
veinte  piezas  de  artillería,  dos  mil  infantes  y  doscientos 
cincuenta  artilleros  bien  armados,  vestidos  y  municiona- 
dos. Yo  tengo  quinientos  hombres  bien  equipados  y  en 
el  mejor  estado  con  buenos  oficiales  de  línea  y  algunos 
paisanos.  La  mayor  parte  de  este  ejército  es  de  línea, 
tropa  selecta  y  todos  arden  en  vivo  fervoroso  estusiasmo 
por  combatir  en  defensa  de  la  santa  causa  de  nuestra  li- 
bertad. 

Si  en  la   campaña  es  admirable  el  ardoroso  entusiasmo 
en  la  ciudad  toca  los  extremos  de  la  exaltación  más  acen- 
drada y  patriótica  federal. 

Allí  ha  quedado  un  ejército  de  tres  mil  infantes,  los 
más  de  línea,  quinientos  caballos  y  doscientos  artilleros 
(éstos  son  además  de  aquéllos).  Esta  fiel  relación  que 
le  hago  de  nuestra  fuerza  le  hará  conocer  el  ardiente 
entusiasmo  que  hay  en  estos  destinos. 

Mis  primeros  deseos  fueron  pasar  al  norte,  pero   como 


—    Í{\'¿  — 

S.  E.  me  (U()  estu  liiei-za  y  todos  los  elementos  necesa- 
i'ios  ptira  arrollarlas,  es  que  tengo  el  honor  <le  estar  en 
este  ejército.  En  tin,  amigo,  este  ejército  según  la  marcha 
que  lleva,  con  el  favor  de  Dios  será  vencedor  y  conclui- 
rá con  los  enemigos  de  nuestra  tranquilidad,  de  la  huma- 
nidad, de  nuestras  instituciones  y  de  nuestro  Ilustre 
Kestaura(lor,  los  salvajes  unitarios. 

En  lUienos  Aires  ha  bajado  todo,  tanto  que  la  a/úcar 
l»lanca  está  á  cinco  pesos  y  la  verija  á  nueve  pesos,  y 
en  proporción  todos  los  demás  renglones.  La  sal  de  qui- 
nientos pesos  ha  bajado  á   doscientos. 

Quiera  persuadirse  de  la  amistad  con  que  lo  distingo 
y  (juiera  mandarme  como  á  su   verdadero  amigo  y  S.  S. 

José  Mapja  Flores. 


(Reservada   y    confidencial.) 

Buenos    Aires,  á  9  de   ocluljre   de    1840. 

Mi  querido  general  é   ilustre   amigo: 

Anoche  un  grupo  de  gente  después  de  haber  roto  los 
vidrios  de  las  ventanas  en  varias  casas  de  la  cuadra  in- 
mediata á  la  en  que  vivo,  procedieron  á  la  casa  enfrente 
de  la  mía  y  con  gritos  de  muera  á  los  habitantes  de 
ella  rompieron  las  ventanas  é  intentaron  echar  abajo 
las  puertas   con  cascotes  y  piedras. 

Hace  algunos  días  que  yo  había  dado  aviso  al  señor 
don  Felipe  de  Arana  de  la  probabilidad  que  esto  suce- 
diera; y  había  esperado  que  se  habrían  tomado  medidas 
para  prevenir  excesos  tan  cerca  del  recinto  de  mi  lia- 
bitación  y  que  como  residencia  de  un  ministro  extran- 
jero y  á  más  de  una  nación  tan  amiga  de  este  país 
como  la  Gran  Bretaña  lo  es  de  la  Confederación  Argen- 
tina, ella  estaría  exenta  de  que  un  populacho  desenfrenado 
se  presentase  tan  inmediato  á  ella:  pero  como  mi  repre- 
sentación ha  sido  infructuosa,  me  dirijo  á  V.  E.  para  que 
como  gobernador  y  también    como    amigo   se  sirva  orde- 


—  4(v!  — 

liar  que  se  tomen  medidas  pava  i)revenir  la  repetición 
de  tales  escenas  en  adelante. 

También  debo  informar  á  ^^  E.  que  se  me  ha  inti- 
mado por  un  conducto  digno  de  atención  que  mi  vida 
está  en  peligro  y  que  no  det)ería  salir  de  noche.  Aunque 
trato  como  lo  ine recen  amenazas  de  esta  clase,  sin  em- 
bargo creo  que  es  mi  deber  como  ministro  de  S.  .M.  y 
como  amigo  personal  de  Y.  E.,  poner  esta  circunstancia 
en  su  conocimiento  tanto  oíicial  como  privadamente. 

Tengo  el  honor  de  ser  con  la  mayor  consideración 
de  V.  E.  íiel  y   obediente  servidor  y  verdadero  amigo 

J.  H.  Maxdeville. 

Exnio.  señor  general  don  Juan  M.  de  Eo-ias^  etcétera,  etcétera. 

Partido   de  Moniíi,  octubre  Id  de  1840. 

Excelentísimo  señor  ministro  don  J.  H.  Mandeville  de  toda  mi  estima- 
ción y  respeto. 

Hoy  he  recibido  la  muy  apreciable  de  V.  E.  fecha  de 
ayer,  en  c^ue  se  digna  avisarme  que  un  grui)0  de  gente, 
después  de  haber  roto  los  vidrios  de-las  ventanas  en  varias 
casas  de  la  cuadra  inmediata  á  la  en  que  Y.  K.  vive,  pa- 
saron á  la  casa  enfrente  á  ésta,  y  con  gritos  de  mueras 
á  los  habitantes  de  ella,  rompieron  las  ventanas,  é  inten- 
taron echar  abajo  las  puertas  con  cascotes  y  piedras. 

Que  hace  algunos  días  que  Y.  E.  había  dado  aviso  al 
señor  don  Eelipe  Arana  de  la  probabilidad  que  esto  su- 
cediera, y  había  esperado  que  se  habrían  tomado  medidas 
para  prevenir  excesos  tan  cerca  del  recinto  de  la  habi- 
tación de  Y.  E.  y  que  como  residencia  de  un  ministro 
extranjero  y  á  más  de  una  nación  tan  amiga  de  este 
país  como  la  (Irán  Bretaña  lo  es  de  la  Confederación 
Argentina,  estaría  exenta  de  que  un  populacho  desenfre- 
nado se  presentase  tan  inmediato  á  ella:  pero  que  como 
la  representación  de  Y.  E.  ha  sido  infructuosa,  se  dirige 
Y.  E.  á  mí  para  que  como  gobernador  y  taml)iéii  como  amigo, 


—  4(;t  — 

me  ¡sirva  ordenar  se  tomen  medidas  para  prevenir  la  repe- 
tición de  tales  escenas  en  adelante. 

Y  iiltimamente,  que  también  debe  V.  E.  informarme 
habérsele  intimado  por  un. conducto  digno  de  atención,  que 
la  vida  de  V.  E.  está  en  peligro  y  que  no  debería  salir  de 
noche.  Que  aunque  V.  E.  trata  como  lo  merecen  amenazas 
de  esta  clase,  sin  enibargo  creía  ser  de  su  deljer.  como 
ministro  de  S.  M.  y  como  amigo  personal  mío.  poner  esta 
circunstancia  en  mi  í-onocimiento,  tanto  oficial  como  pri- 
vadamente. 

Tal  es  el  todo  contenido  de  la  carta  reservada  y  con- 
fidencial de  Y.  E.  que  he  tenido  el  honor  de  recibir,  y  que 
inmediatamente  he  pasado  á  contestar.  Dígnese  Y.  E.  escn- 
charme  con  indidgencia,  atendiendo  á  las  circunstancias  ex- 
traordinarias en  que  han  colocado  á  este  desgraciado  país 
las  crueldades  de  sus  bárbaros  enemigos.  Mire  Y.  E.  el  cuadro 
de  esta  tierra  bajo  el  aspecto  terrible  á  que  la  obliga  la  justa 
lid  en  que  se  halla  empeñada:  no  lo  considere  Y.  E.  como 
en  épocas  tranquilas  y  serenas;  y  permítame  la  franqueza 
necesaria  en  esta  contestación. 

Mucho  antes  de  mi  marcha  á  campaña  á  ponerme  á 
la  cabeza  del  ejército,  había  ordenado  que  de  noche  se 
custodiase  la  casa  de  Y.  E.  y  cuadra  de  ella,  por  una 
guardia.  Que  toda  cuanta  tropa  pidiese  además  Y.  E. 
por  el  respeto  de  la  misma,  y  de  su  ilustre  persona,  se  le 
facilitase  sin  limitación.  Esta  orden,  excelentísimo  señor, 
está  vigente,  y  Y.  E.  puede  pedir  lo  que  fuese  de  su  agrado. 

Sin  este  respeto  en  la  época  actual  no  debe  Y.  E.  extra- 
ñar que  grupos  de  hombres  desenfrenados  pasen  á  las 
casas  inmediatas  á  las  de  Y.  E.  á  perseguir  á  sus  feroces 
enemigos  los  salvajes  unitarios.  Y.  E.  sabe  lo  que  pasó 
ha  poco  con  los  que  de  éstos  vivían  allí,  los  que  abrigados 
á  esas  casas  inmediatas  á  la  de  Y.  E..  fugaban  por  ellas 
conducidos  por  un  inglés,  á  quien  no  sólo  le  dispensó  toda 
indulgencia  el  gobierno,  sincj  que  aun  los  cuatro  mil  pesos 
que  recibió  los  pust^  de  mis  fondos  particulares,  y  se  quedó 
con  ellos,  usando  yo  de  esta  generosidad  é  indulto  en  con- 


—  4(ir)  — 

sideración  y  respeto  á  V.  E.  cuyo  (locLiineiito  liice  poner 
en  manos  de  V.  K.  en  comprobación  del  delito  de  aciuél. 

¿Cómo  lian  correspondido  á  V.  E.,  ésos  y  los  demás 
salvajes  unitarios  (pie  han  sido  indultados  por  la  inter- 
posición y  respetos  de  V.  E.  ?  Dígnese  V.  E.  llevar  la 
mano  sobre  su  corazón  y  decidir  si  algunos  hombres 
que  viven  cerca  de  la  cuadra  de  Y.  E.  podrán  (')  no  estar 
ex[)uestos  á  ser  atropellados  después  de  la  invasiíSn  y 
guerra  salvaje  que  han  traído  y  á  que  han  obligado 
á  los  federales.  No  es  esto  querer  abogar  por  el  desor- 
den y  fomentar  esos  grupos.  Son  reflexiones  que  me  per- 
mito recordar  á  V.  E.  para  que  no  me  crea  con  poder 
suíiciente  á  reparar  hoy  esas  desgracias.  Los  que  piensen 
de  otro  modo  no  conocen  el  país  ni  sus  hombres,  ni  al- 
canzan las  consecuencias  terribles  de  la  guerra  actual. 
Tales  medidas  causarían  una  mayor  irritación,  é  inutili- 
zarían el  prestigio  de  la  única  garantía  de  orden  que 
puede  haber  para  su  tiempo.  Darían  inmediatamente  por 
resultado  entonces,  la  inseguridad  de  vidas  y  de  bienes, 
no  ya  de  los  salvajes  unitarios,  sino  de  todos,  délos  federa- 
les, de  los  extranjeros  y  aun  de  los  mismos  ingleses.  Y 
si  triunfaban  por  un  momento  los  salvajes  unitarios,  so- 
naría entonces  con  más  singularidad  la  hora  de  los  ma- 
yores horrores. 

p]l  poder  del  gobierno  en  época  de  guerra  como  la 
presente,  no  puede  exigirse  como  en  la  de  una  profunda 
paz,  tranquilidad  y  sosiego.  Y.  E.  sabe  el  origen  de  esta 
guerra;  sabe  (iu(^  no  habríamos  llegado  á  este  punto  de 
vista  si  no  fuese  la  consecuencia  á  S.  M.  !>.  á  la  fe  del 
tratado ;  y  sabe  que  he  puesto  en  sus  manos  los  docu- 
mentos  fehacientes. 

Y.  E.  sabe  nuestras  simpatías  con  la  nación  l)ritánica: 
sabe  que  como  gobernador  de  la  provincia  y  como  hom- 
bre particular  le  he  dado  pruebas  inequívocas  de  ello. 
¿Qué  contesté  ha  poco  días  á  una  indicación  de  Y.  E, 
por  el  órgano  del  Excmo.  señor  gobernador  delegado  ? 
Que  todo    estaba    á   la  disposición  de  Y.   E.  para   ayudar 

lOMO  III.  ''O 


—  l(i(i  — 

iil  ^ohirriio  (le  S.  ^I.  !>.  <:  Qaé  más:'  ¿Cree  V.  K.  (jue  no 
alcanzo  á  comprender  todo  el  valor  del  compromiso  de 
aquella  ofrenda?  ¿Y  en  tal  estado,  será  creíble,  será  po- 
sible. Excnio.  señor,  que  aun  hayan  ingleses  que  hagan 
una  guerra  asquerosa  á  los  federales,  al  gobierno,  al  ge- 
neral Rozas,  actual  gobernador,  ligados  á  banderas  des- 
plegadas al  salvaje  bando  unitario?  ¿Qué  otra  cosa 
hace  el  cónsul  de  higlaterra?  ¿Y  cómo  podrá  el  gobierno, 
el  gobernador  delegado,  ni  el  propietario,  responder  de 
cualquiera  desgracia  que  llegue  á  sucederle?  ¿Si  es  atro- 
pellado en  el  estado  de  extremada  irritación,  podremos 
evitar  cualquier  catástrofe,  después  de  ejecutada?  ¿No 
he  hecho  decir  á  V.  E.  infinitas  veces  antes  de  ahora, 
esto  mismo  para  salvar  mi  responsabilidad  ?  Lo  he  repe- 
tido después  á  Y.  E.  y  siempre,  siempre  se  lo  estoy  re- 
cordando :  ha  poco  que  le  he  reproducido  el  carácter 
tremendo  que  presenta  esta  guerra,  y  últimamente,  que 
si  esto  sigue  no  podré  responder  tampoco  de  la  seguri- 
dad de  los  l)ienes  y  vidas,  ni  aun  de  los  mismos  ingleses. 
Y  después  de  todo  lo  que  he  dicho  á  Y.  E.  llamando 
tanto  su  respetable  ilustrada  atención  respecto  á  la  con- 
secuencia y  carácter  con  que  ya  inmediatamente  asoma 
y  debe  esperarse  de  la  guerra  presente:  ¿por  dónde  se 
considera  Y.  E.  seguro  de  noche  con  su  solo  criado  ?  Y.  E. 
sale  solo  de  noche,  y  aun  de  día  se  aleja  solo  á  más  de 
una  legua  de  la  ciudad.  ¿  Por  qué  hemos  de  pagar  nos- 
otros este  coraje  temerario  de  Y.  E.  ?  Á  mi  propia  hija 
he  ordenado  que  de  ningún  modo  esté  en  su  quinta 
después  de  ponerse  el  sol:  porque  si  amanece  degollada 
esto  seria  sin  remedio.  No  crea  Y.  E.  por  esto,  que  en- 
tre los  federales  tiene  Y.  E.  ni  un  solo  enemigo.  ¿Pero 
sería  difícil,  que  á  los  que  no  conocen  á  Y.  E.  al  cruzar 
alguna  calle  sola  le  alcanzase  algihi  grupo  desordenado, 
y  creyéndolo  enemigo  causase  ei;i  su  ilustre  persona 
alguna  desgracia  que  nos  diese  un  sentimiento  eterno? 
Yuelvo,  pues,  á  llamar  la  atención  de  Y.  E.  una  y  muchas 
veces  sobre  las   circunstancias  del  país,  que  la  guerra  se 


—  i(i;  — 

prepara  sin  i^adre  para  liijo  ni  hijo  para  padre.  Yo  mis- 
mo clavaría  el  puñal  en  el  corazón  de  mi  liija  si  la  viera 
hoy  con  cobardía  para  defender  el  juramento  santo  de 
la  libertad;  y  si  esto  sigue  se  han  de  ver  en  el  país 
arroyos  de  sangre  entre  los  escombros  gloriosos  de  su  li- 
bertad. El  honor,  Excmo.  señor,  de  los  pueblos,  sabe  V.  E. 
que  consiste  en  saber  salvar  á  toda  costa  su  indepen- 
dencia, su  elevación  nacional   y  su   libertad. 

Como  jefe  supremo,  pues,  de  un  Estado  amigo  de  la 
nación  británica  y  de  ¡S.  M.,  y  como  amigo  personal  de 
V.  E.,  es  de  mi  deber  hablarle  con  toda  esta  claridad, 
para  que  como  su  ministro  plenipotenciario  con  este  co- 
nocimiento proceda  según  lo  estime  conveniente,  tanto 
respecto  de  su  distinguida  ilustre  persona,  como  de  los 
subditos  de  S.  M.  y  de  sus  intereses  en  el  país. 

He  ordenado  al  mayor  edecán  don  Nicolás  Marino  se 
apersonase  esta  noche  á  V.  E.  y  pusiese  á  su  disposición 
una  guardia  de  serenos.  Que  ésta  se  situase  en  la  casa 
de  enfrente,  que  le  previniese  se  desocupase  al  efecto,  y 
que  de  allí  saliesen  las  patrullas  necesarias  á  evitar  en 
la  cuadra  de  la  casa  de  Y.  E.  cualquiera  bullanga  que  pudiera 
perturbar  el  interesante  preciso  sosiego  y  tranquilidad  de 
Y.  E.  Que  previniese  también  al  jefe  de  policía  fuesen 
todas  las  mañanas  á  la  dicha  casa  dos  vigilantes  de 
confianza  á  caballo  para  que  acompañasen  á  Y.  E.  adonde 
quiera  que  gustase  llevarlos.  Y"  que  á  la  oración  fuesen 
seis  de  los  mismos  á  caballo  con  igual  objeto.  Que  para 
todo  esto  se  entendiese  el  enunciado  edecán  con  V.  E.  y 
que  obedeciese  todo  cuanto  Y.  E.  dispusiese.  Que  en  cuanto 
á  la  guardia,  Y.  E.  podía  aumentarla  al  número  de  hom- 
bres que  gustase,  lo  mismo  que  el  de  los  vigilantes,  tanto 
para  el  día  como  para  la  noche. 

Tengo  el  alto  honor  de  ser,  con  la  mayor  considera- 
ción y  respeto,  de  Y.  E.  muy  atento  servidor  y  reconocido 
amigo. 

JUAX   M.    DE    ItOZAS. 


—    KiS  — 

ii).\irLE.\ii-:Mo   Al.  r.\ríT[L(i  wwiii 

Señor  don  Hilario  Lagos. 

Trouco-ixdi,  enero  ^iO  tle  I<S41. 

Mi  estimado  coronel: 

Conio  V.  no  ignora  (jue  el  único  premio  á  que  he  asj ti- 
rado en  el  largo  período  de  mi  carrera  ha  sido  (d  l)Uen 
concepto  de  jiersonas  como  V..  se  persuadirá  del  interés 
con  c^ue  he  leído  su  favorecida  carta  del  29  del  presente. 
Las  expresiones  con  que  Y.  me  favorece  son  dehidas 
exclusivamente  á  mis  camaradas.  En  lo  demás  le  res- 
pondo á  V.  sohre  mi  honor  que  todo  es  exacto,  sólo  he 
disminuido  en  el  parte  la  cantidad  de  muertos:  por- 
que siempre  he  querido  dar  á  la  guerra  el  carácter  me- 
nos sangriento.  ~u  entre  jefes  y  oficiales,  y  más  de  500 
individuos  de  trojta  prisioneros  acreditan  hoy  la  verdad 
en  nuestro  campo. 

La  guerra  deV)i<')  de  haljer  concluido  en  Córdoha.  tenien- 
do los  enemigos  á  su  espalda  tan  largas  travesías,  cpie 
aun  sin  ser  hostilizados,  se  han  visto  obligados  á  abandonar 
su  artillería  y  á  perder  algunos  centenares  de  homl)res 
muertos  de  sed.  y  dispersos  que  han  empezado  á  recalar 
á  las  poblaciones  de  Santiago.  Puede  ser  que  todavía 
intenten  continuarla  con  sus  miserables  restos;  pero  los 
recursos  de  (pie  pueden  disponer  están  ya  muy  agotados 
y  siempre  fueron  muy  mezquinos:  de  ahí  el  interés  de 
ir  á  proveerse  de  la  provincia  de  Buenos  Aires;  jiero 
ya   es  natural  que  hayan   abandonado   esta    esperanza. 

Ayer  le  envié  á  Y.  una  encomienda  que  supongo  de 
la  señorita  su  esposa  (pae  sé  está  buena'  por  las  noticias 
de  Dolores.  El  fardito  lo  debe  entregar  á  Y.  don  N.  Bustos 
del  Totoral.  Otra  carta  más  había  enviado  á  Y.  dos  ó 
tres  días  antes  por  el  conducto  del  E.  M.  (i.  que  supongo 
habrá  llegad(j  á  sus  ] nanos:  vino  bajo  la  cubierta  de  mi 
es[)osa. 


—  469  — 

Después  de  c'ongratalrti'ine  con  V.  i)or  los  triunfos  del 
ejército  Federal,  y  con  mis  ardientes  votos  por  su  perfecta 
salud,   me  repito   su  muy  affmo.  camarada    y  S.  8. 

Ángel  Pacheco. 

Señor  don  Jlartmiano  Chilavert. 

Campo  en  Toledo,  octubre  2¿  de  1840. 

Amigo  de  mi  aprecio : 

Ya  usted  sabrá  que  una  locura  de  un  muchacho  igno- 
rante, editor  del  Constitucional^  con  un  viejo  loco  el  perro 
del  tío  Luis  Lamas,  me  han  puesto  ayer  en  el  caso  de 
ocuparme  de  ellos,  y  también  del  muchacho  Andrés  Lamas, 
^(^ue  si  no  es  traidor  es  ingrato  al  menos,  pues  se  le  ha 
tratado  bien  y  ha  pagado  como  Judas  á  ("risto.  En  fin,  por 
todo  resultado  tengo  aquí  al  viejo  y  al  muchacho.  Mañana 
al  primero  lo  voy  á  hacer  ir  ;'t  Maldonado  y  de  allí  para 
fuera  del  país,  y  al  segundo  lo  llevaré  en  el  ejército  para 
que  haga  odas  (pues  según  dicen  le  da  por  ser  poeta),  y 
tendremos  otro  Roso  que  nos  dilíuje  con  sus  musas  la 
frondosidad  de  nuestro  caudaloso  Uruguay.  Ya  sabrá 
usted  que  yo  no  he  perdido  el  hilo.  El  Eco  del  Pueblo 
tuvo  el  comedimiento  de  ingerir  al  traidor  ingrato  Núuez 
A'  i)onerlo  al  frente,  y  yo  por  amoi'  das  dividas  lo  metí  en  el 
Pereira  y  de  allí  saldrá  muy  breve  para  fuera  de  cabos. 
Y  si  me  andan  con  vueltas  otras  más  han  de  seguir  la 
misma  suerte.. 

Hoy  irá  el  coronel  (iomensoro  con  mis  órdenes  para 
ponerse  á  la  cabeza  de  los  oficiales  argentinos  que  se 
han  presentado  al  ministerio,  á  virtud  de  lo  resuelto  por 
el  general,  y  á  quien  haré  facilitar  lo  necesario  para  iiro- 
veerse  de  monturas  y  reunirse  á  este  cuartel  general  por 
estos  cuatro  días. 

Lo  saluda  su  amigo  y  servidor  Q.  B.  S.  M. 

Fructuoso  Rivera. 


—  170  — 

rii.\ll'I.E)IFMii    AL    (  AriTlLii   \\\\\ 

Señor  coronel   don  Hilario   Lagos. 

('(■)r(l(i!);i.   iiuirzn    líi  do   1.S41. 

Mi   estiiiüulo  aini,u(): 

Marche  usted  á  situarse  en  la  Ch'uz  del  Eje  con  el  ob- 
jeto de  ponerse  en  camunicación  con  el  ejército  del  señor 
general  Aldao.  Tome  usted  allí  cuantos  conocimientos 
haya  sin  la  menor  consideraci(3n  con  nadie  al)Solutamente. 
El  coronel  (Quinteros  le  dirá  á  usted  cómo  podrá  correr  las 
comunicaciones  hasta  aquí  sin  pérdida  de  momento.  Por 
la  copia  adjunta  se  impondrá  usted  del  movimiento  que 
han  hecho  los   enemigos. 

Desde  la  Cruz  del  Eje,  usted  obrará  como  las  circunstan- 
cias lo  exijan.  Póngase  en  comunicación  con  don  Pedro 
Echegaray,  y  si  emprendiese  alguna  operación  y  quisiese 
llamarlo  á  que  se  le  incorpore  con  la  fuerza  de  su  mando, 
hágalo  usted,  pues   ya   tiene    órdenes   á  ese   respecto. 

De    usted  affmo.   y  8.  8. 

^IaNUKL    OlUBE. 

Señor  coronel  don  Bilario  Lagos. 

Ciuirtel  (iencral.   ('(U'do]);!    marzo    2.5     tic    1S41. 

Mi   estimado   amigo  : 

Como  es  natural,  los  diversos  movimientos  del  enemi- 
go y  las  diversas  circunstancias,  nos  hacen  á  menudo  variar 
nuestras  medidas. 

Ahora,  por  ejemplo  que  la  fuga,  sino  de  toda,  al  me- 
nos de  la  mayor  parte  de  los  salvajes  unitarios  es  hacia 
Catamarca,  se  hace  im])eriosamente  necesario  (pie  usted 
contramarcha  y  se  coloque  en  la  Loma  Blanca^  donde  estoy 
informado  hay  buenos  pastos  y  aguadas,  y  desde  donde 
está  usted  en  mejor  actitud  ¡¡ara  espiar  los  sucesos  en 
ese  nuevo  teatro  de  la    uuerra. 


—  471  — 

Por  lo  tíX-cinte  á  los  Liemos,  ya  está  en  ellos  el  coman- 
dante don  Lucas  Llanos  que  en  unión  con  el  de  igual 
fiase  don  Pedro  Echegaray,  llenará  los  objetos  que  nos 
Jiabíamos  propuesto. 

Aunque  le  he  señalado  á  usted  el  punto  de  la  Loma 
Blanca,  queda  usted  sin  embargo  autorizado  para  ocupar 
el  que  crea  más  conveniente,  para  el  logro  de  ios  Unes 
que  debe  tener  en  vista. 

Sin  otro  olijeto  me  repito  de   usted. affnio.  amigo 

^Mantel  Opuhk. 

Rosario,  íelirero  :¿S  de    1841. 
Al  señor  coynandante  don  Juan  Pedro  Avila. 

Muy  señor  mío  y  amigo  de  mi  respeto:  tengo  sumo 
placer  en  repetir  nñ  comunicación  y  felicitar  á  usted 
por  las  glorias  de  la  ¡latria  que  hoy  disfruta  esa  feliz 
provincia  sacudiendo  el  yugo  cié  los  salvajes  unitarios; 
ya  hoy  los  desgraciados  catamarqueños  envidiamos  la 
suerte  cordobesa  donde  ya  alumbra  la  aurora  argentina. 

Mi  amigo,  yo  y  Vildosa  sólo  esperamos  que  se  aproxi- 
men algunas  fuerzas  de  ese  ejército  para  sacar  la  cara: 
antes  nos  fué  más  fácil,  porque  Yildosa  fué  llamado  al 
gobierno,  pero  los  imitarios  que  no  se  duermen  han  en- 
trado en  sospechas  y  han  colocado  en  el  gol)ierno  á  don 
Marcelino  Augier,  funesto  unitario  que  toca  los  últimos 
extremos  para  sostener  su  causa,  y  persigue  á  los  fede- 
rales de  nuierte.  y  quien  para  llevar  adelante  sus  inicuas 
miras,  llama  al  asesino  Aclia  para  c][ue  ocupe  con  fuerzas 
tucumanas  esta  provincia,  medida  tomada  por  insinuación 
de  Brizuela  á  Lavalle,  y  ya  lo  esperan  con  500  hombres : 
y  por  esa  razón  nos  parece  imprudencia  exponernos  sin 
tener  una  fuerza  inmediata  donde  apoyarnos,  porque  en 
tal  caso  nuestras  familias  v  los  amigos  serían  sacrifica- 
(los,  pero  sí  deben  contar  con  seguridad  con  las  dos  sierras. 

Lavalle  marchó  á  La  Rioja  como  con  300  hombres,  pero 


—  472  — 

so  dice  (|iic  los  i'io jallos  cstáii  imiv  (It'sconluiUos.  y  aun 
filie  alj4iiiios  jefes   están    siil)leva<l(js. 

Aiiii.no:  a<iuí  (leseamos  inuclio  saber  qué  fuerzas  han 
caininado  de  nuestro  ejército  para  La  Rioja,  y  qué  jefe 
es  el  <|iie  va  á  la  cabeza  de  ellas,  porque  triunfando  allí 
nuestras  armas,  no  habrá  hombre  «(ue  se  ])are  cerca. 

Y  después  de  hacer  presente  á  usteil  los  muy  justos 
acuerdos  de  Carlota  en  unión  á  su  familia,  disponga  de 
la   sinctn'idad  con  que  le  dedica  su   amistail 

Maiiíicio    (jTZMÁX. 

¡  Viva  la  Federación! 
Señor  coronel  D.  Hilario  Lagos. 

Catainarca  Abril  5  de   1(S41. 

-Mi  distinguido  compañero: 

Con  esta  fecha  he  recibido  la  suya  fecha  4  de  éste,  en 
la  que  me  supone  usted  en  el  Valle  y  desea  saber  mi 
paradero.  Con  fecha  8  he  escrito  á  usted  dándole  cuenta 
de  mi  arrib(3  á  Catamarca,  y  ahora  lo  hago  por  duplicado. 

El  ol  del  pasado  ocupé  esta  plaza  con  el  batallón  de 
mi  mando,  dos  escuadrones  de  la  división  Flores  y  los 
dos  obuses  del  salvaje  Lavalle  y  un  escuadi'ón  de  mili- 
cias de  esta  provincia,  que  todo  componen  una  fuerza  de 
mil  cien  hombres,  y  sin  haber  encontrado  un  solo  ene- 
migo: como  á  las  doce  tuve  noticias  de  hallarse  el  sal- 
vaje Augier  á  cinco  leguas  de  ésta  y  marché  sobre  él  y 
adelantand(í  una  guerrilla  fué  lo  bastante  para  que  se 
pusieran  en  derrota,  se  les  tomara  cinco  jjrisioneros  y  se 
presentaran  ciento  y  tantos  de  ellos;  de  suerte  que  el 
salvaje  Augier  se  ha  ido  para  el  Tucumán  sólo  con  se- 
tenta   i'i   ochenta   bombres. 

Casi  todos  los  jefes  de  esta  provincia  se  me  han  pre- 
sentado con  fuerzas,  y  á  usted  le  prevengo  que  se  haga 
de  todos  los  caballos  (pie  pueda,  p(jrque  aquí  estamos 
casi   á   pie. 


—  478  — 

Una  iioticici  del  señor  <i'enercil  Aldao.  aiin(|ue  desagra- 
dable, se  la  trasmito  á  usted,  y  es  que  el  coronel  Llanos 
fué  derrotado  por  una  montonera  de  los  salvajes  en  Tas- 
quín  (lugar  de  los  Llanos);  que  aunque  esto  no  es  de 
trascendencia  para  el  ejército,  puede  importarle  algo  á 
usted  por  la  posición  que  usted   ocupa. 

El  general  en  jefe  se  dirigi(3  por  los  Colorados  por  el 
Valle  Fértil,  á  ver  si  cortaba  al  salvaje  Lavalle  que  se 
dirigía  para  San  Juan  como  con  ochocientos  hombres,  y 
en  La  Rioja  ha  quedado  una  fuerza  de  quinientos  hom- 
bres con  el  coronel  Lucero:  esto  mismo  ya  he  oficiado  al 
señor  presidente,  y  así  que  llegue  á  tener  alguna  noticia 
por  pequeña  que  sea  se  la  he  de  avisar,  como  hará  us- 
ted en  este  caso,  porque  esto  importa  mucho  á  nuestras 
fuerzas. 

Estoy  esperando  al  coronel  Balboa  que  es  el  que  del)e 
recibirse  del  gobierno. 

Soy  su  affmo.  y  S.  S.  Q.  S.  :\I.  B. 

Mariano  Maza. 

Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

C()i'doba,  marzo  28  de  1841. 

Mi  estimado  amigo : 
Desde  que  tuve  noticias  de  la  ocupación  p<jr  nuestras 
tropas,  de  todo  el  territorio  de  La  Rioja,  lo  comuniqué  á 
usted,  cliciéhdole  en. cartas  del  22,  23  y  siguientes  que 
debía  contramarchar  hacia  la  frontera  de  Catamarca  para 
obrar  de  acuerdo  con  las  circunstancias.  Ayer  mismo  he 
repetido  á  usted  dos  comunicaciones,  remitiéndole  20  on- 
zas de  oro.  y  haciéndole  las  mismas  prevenciones  que 
en  las  anteriores.  Estas  se  reducen  á  autorizarlo  para  di- 
rigir sus  operaciones  según  vea  que  mejor  conviene,  sin 
necesidad  de  consultarme,  siempre  que  sea  urgente  la  re- 
solución. El  comandante  Echegaray  ha  de  j^onerse  á  las 
órdenes  del  coronel  Llanos,  si  éste  considerase  necesario 
incorporarlo   á   su  fuerza. 


—  m  — 

Si  Ici  que  tiene  el  coinandaiUt'  [.aiiiela  la  pi'ecisase 
usted,  también  le  lie  dicho  (lUc  le  oticie  pidiéndole  al 
señor  general  Ibaiia  y  al  niisnio  Lámela  para  que  sc3  le 
reúna.  Muy  importante  e«  la  presencia  de  usted  en  las 
actuales  circunstancias  i)oi'  los  inuitos  indicados  de  la 
frontera  ó  territorio  de  Catamarca;  y  así  es  cpie  debe 
hacer  empeño  en  estar  sobre  ella  prontamente,  y  dirigir 
sus  movimientos  como  se  lo  aconsejen  las  circunstan- 
cias, y  según  las  indicaciones  del  señor  general  Aldao, 
con  quien  procurará  ponerse   en  comunicación. 

Ayer  he  recibido  cartas  de  este  general  en  que  me 
participa  haber  derrotado  una  división  de  su  ejército  al 
salvaje  Acha,  que  con  850  hombres  de  caballería  y  51)  in- 
fantes iba  á  reunirse  á  los  de  igual  clase  Lavalle  y  Bri- 
zuela;  tomándole  "¿  jefes,  G  oíiciales  y  cerca  de  lOi.)  pri- 
sioneros, y  matándole  1  jefe,  5  oíiciales  y  94  individuos 
de  tropa.  En  los  primeros  quedaron  los  50  infantes.  El 
-e.oronel  Balboa  derrotó  también  200  salvajes,  haciendo 
muchos  prisioneros  y  muertos.  Lo  felicito  por  estos  nue- 
vos importantes  triunfos  de  nuestra  santa  causa,  con  todo 
■el  interés  que  ellos  merecen. 

Del  regimiento  número  2   voy   á   hacer  marchar  tres- 
cientos hombres  á  San  Pedro  ó  Mocho  (donde  esté  mejor 
el  campo j,  con  orden  al  jefe  que  los  mande  para  ponerse 
á  las  de  usted,  siempre  que  lo  llame  á  reunírsele.    Puede, 
pues,  contar  con  esa  fuerza  más  en  caso  de  necesitarla. 

Concluyo  saludando  á  usted  con  el  afecto  que  acos- 
tumbra su  atento  y  S.  S. 

Makukl  OinHE. 

Señor  don  Felipe  Iharra. 

l'aclíii  y  marzo  12  de  1841. 

Amigo  de  mi  particular  aprecio  y  respeto: 
Con  esta  misma  fecha  he  sabido  que  el  ejército  liber- 
tador cargó  á  La  Ilioja  y  se  posesionó  de  la  plaza,  porque 
los  salvajes  Lavalle  y  Brizuela  se  retiraron  á  la  puerta  tle 


—   Í17>  — 

la  quebrada  de  (iuaeo  donde  tenían  })re})arado  nn  campo 
con  sus  correspondientes  trincheras  y  fosos;  y  luego  en 
seguida  hemos  descubierto  por  un  chasque  que  ha  venido 
ayer  de  Brizuela  ó  Lavalle  para  este  gobierno,  que  con 
motivo  de  mirar  con  indiferencia  el  ejército  libei'tador 
dichas  trincheras,  y  sijlo  se  mantenía  firme  en  el  })ueblo, 
han  tenido  los  salvajes  que  salir  de  ellas,  y  se  asegura 
que  por  ayer  debían  l)atirse. 

El  salvaje  traidor  de  A  cha,  arribó  ú  este  punto  como 
con  200  hombres  con  dirección  á  La  Rioja,  mas  éste  sus- 
pendió su  marcha  en  Catamarca,  exigiendo  auxilios  de 
caballos  y  se  dice  que  ayer  salió:  éste  ha  recibido  chas- 
ques de  Lavalle  para  que  con  la  actividad  de  un  rayo 
marche  á  replegarse  hacia  él,  al  mismo  tiempo  que  los 
recibía  del  salvaje  Pilón,  para  que  retrocediese  á  la  de 
Tucumán  por  hallarse  en  ai)uros  á  consecuencia  del  mo- 
vimiento de  Salta,  y  también  se  asegura  por  el  chasque 
y  pasajeros  que  el  salvaje  Pilón  ha  marchado  para  Salta. 

Con  respecto  al  movimiento  de  don  Alejandro  Herrera 
y  el  de  los  pueblos  del  poniente,  han  sido  efectivos,  mas 
éstos  han  calmado  por  la  ninguna  protección  y  escasez  de 
armas,  mientras  tanto  los  salvajes  no  cuentan  con  esos 
departamentos. 

En  estos  momentos  que  estoy  escribiendo  esta  me  he 
informado  más  de  cierto  por  un  paisano  que  la  marcha 
del  traidor  Acha,  que  debió  hacerla  ayer,  la  suspendió 
para  hoy  en  la  madrugada  con  el  objeto  de  llevar  también 
la  pequeña  fuerza  que  tiene  el  salvaje  Augier. 

Se  sabe  muy  privadamente  que  una  parte  de  las  divi- 
siones del  salvaje  l^rizuela,  se  han  pasado  al  ejército  con- 
federado. 

Mi  amigo,  usted  sabe  que  soy  un  federal  y  sin  revés, 
y  muy  adicto  á  su  persona;  mediante  esto  yo  personal- 
mente debí  ser  el  conductor  de  estas  noticias,  pero  he 
suspendido  mi  marcha  por  creer  que  es  necesario  obser- 
var de  cerca  los  movimientos  de  los  salvajes;  y  con  este 
fui  debo  estar  aquí,  y  me  he  resuelto  dirigir  ésta  hablan- 


—  i7(;  — 

dolé  culi  l;i  IVuiiqn»"/;!  de  ¡iiiiíl;»».  <iii('  usted  d('l)e  mandar 
^IK)  hombres  l)iit'n(js  y  agri'gar  ú  éstos  los  departamentos 
de  ("hoya  y  .hiasayan  con  (hrección  á  ésta,  ]»ues  de  este 
modo  se  les  quila  á  los  salvajes  los  reciKírdos  que  están 
llevando  para  í.a  liioja,  y  (|nedarían  cortados  en  el  toda 
los  salvajes,  mientras  que  el  ejército  libertador  tendrá  la 
facilidad  de  comunicarse  con  usté  1  con  más  prontitud. 

I'^s  cuanto  i)iiedc  dccirlí'  este  su  afectísimo  que  le  ama 
y   15.  S.  M. 

C.VCtLOS    (Jj.MOS. 

Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Cuarlel  genera!,  ('(U'doha.  abril   10  de  1S41. 

Mi  estimado  amigo: 
He  recibido  la  de  usted  de  (3  del  corriente  y  quedo  im- 
puesto de  su  contenido.  Contestándola  sólo  diré  á  usted 
por  ahora,  que  luego  (lue  llegue  ésta  á  su  i)oder,  emprenda 
su  incorpora ci(3n  con  el  señor  general  (Gutiérrez  y  ponga 
bajo  sus  (Jrdenes  el  cuerpo  del  comandante  Lámela.  Usted 
obrará  bajo  la  dirección  del  citado  señor  general,  i)ero 
conservando  en  el  todo  el  mando  de  la  fuerza  como  con 
esta  fecha  se  avisa  á  dicho  señor.  Su  objeto  es  amenazar 
la  frontera  de  Tucumán  y  promover  por  todos  los  medios 
la  insurrección  de  los  habitantes  contra  los  salvajes  uni- 
tarios y  su  cooperación  en  favor  de  la  causa  santa  que 
sostenemos,  limitándose  á  movimientos,  sin  empeñarse  en 
encuentros  desiguales  ó  dudosos,  á  no  ser  (jue  sobrevi- 
niera algún  caso  imprevisto  ('>  necesario,  en  que  no  debe 
usted  tomar  órdenes  ni  consejo  sin(^  de  su  propia  pru- 
dencia, sobre  la  cual  fio.  porque  tengo  ya  datos  para  ello. 
El  ejéi'cito  entretanto  marchará  á  situarse  con  la  brevedad 
posible  desde  mayo  para  abajo,  y  emprenderá  operaciones 
sobre  los  Llanos,  con  el  objeto  natural  Je  arrojar  de  allí 
á  los  salvajes  unitarios.  Con  esta  fecha  escribo  al  coronel 
Maza,  anunciándoselo  y  i)rescribiéndole  la  línea  de  conducta 
que  debe  observaí'  en  su  destino,  asi  como  haciéndole  en- 


—  477  — 

tender  <i[iie  aun  cniíndo  J)all)()a  no  trajese  para  el  mando 
de  la  Provincia  la  calidad  de  interino,  debía  procararse 
que  sólo,  bajo  esa  calidad,  entrase  á  mandarla,  hasta  que 
pudiésemos  asegurarnos  de  la  opinión  de  la  Provincia  á 
ese  respecto;  y  encargo  á  usted  obre  en  el  mismo  sen- 
tido si  fuese  necesario,  pues  también  usted  se  halla  en 
situación  de  observar  esa  misma  opinión. 

Sin  otro  objeto  me  repito  de  usted  afectísimo.  S.   S.  y 

amigo 

Manuel  Oko^e. 

Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

CuiU'tel  ii'eiieral  cii  Cónioba.  abril  24  de  IK41. 

Mi  estimado  amigo: 

Acabo  de  recibir  su  ajjreciable  carta  de  18  de  este  mes, 
la  cpie  me  apresuro  á  contestar  para  noticiarle  que  la 
última  división  del  ejército  sale  mañana,  porque,  conven- 
cido yo  de  la  necesidad  de  acudir  donde  las  circunstancias 
nos  llamasen  con  fuerzas  respetables,  lo  había  dispuesto 
iodo  en  ese  concepto.  Yo  mismo  marcho,  para  dar  im- 
pulso al  exterminio  de  los  salvajes  unitarios.  Entretanto 
soy  del  mismo  sentir  que  usted  respecto  de  no  aventurar 
un  suceso  de  armas.  La  distancia  de  13  leguas  que  usted 
me  dice  media  entre  ese  campo  y  el  malvado  Madrid,  no 
es  grande  y  me  tiene  en  inquietud.  Escribo  sobre  est(j 
al  señor  general  Ibarra  y  encargo  á  usted  muy  especial- 
mente em})lee  cuantos  medios  de  persuasión  considere 
bastantes  para  precaverse  de  un  goljje  imprevisto  que 
pudiera  ser  funesto,  ó  comprometer  esa  división.  Ningún 
encuentro  desventajoso  debe  proporcionarse  al  enemigo, 
cuando  hay  la  seguridad  de  vencerlo  dentro  de  poco,  como 
indudablemente  sucederá. 

Por  mis  órdenes  anteriores,  subordiné  á  las  de  usted 
todas  las  fuerzas  de  este  ejército  que  se  hallaban  por  ahí, 
inclusa  la  del  coronel  Maza,  fin  consecuencia  él  ejecutará 
las  que  usted  le  comimique,,  que  serán  con  arreglo  á  las 


—  T/S  — 

circunstiUK.'iiis,   y  á    lo   (pie    mejor   convenfía,   á   juicio   ilc 
usted. 

Ofrezca  usted  mi  amistad  á  esos  señores  jefes  y  usted 
disponga  de  la  que  de  vei-as  le  ¡jrofesa  su  aflmo.  S.  S. 

Manuel  Oribe. 


Cínil'LEMEMO    \l    C.U'ÍTÜLO  XL 

.50  Belsige  Park  (iai-deiis 
l.ondi'os,  \'\  (le  (licicnibrc  do  lx,s5. 

Máximo  mío: 

En  una  de  las  tuyas  me  pides,  por  deseo  del  señor 
doctor  Saldías,  te  haga  una  i'elación  de  lo  que  recuerde 
tuvo  lugar  cuando  se  me  entregó  la  máquina  infernal,  y 
lo  hago  como  sigue : 

En  la  noche  del  25  de  marzo  en  1841,  aniversario  de 
mi  finada  madre,  estando  rodeada  de  algunas  personas 
que  ine  visitaban  en  memoria  del  día,  entró  Mr.  Bazin, 
primer  edecán  del  señor  almirante  Dupotet,  y  entregán- 
dome una  caja  como  de  una  tercia  de  vara  en  tamaño 
me  dijo  acababa  de  recibirla  de  Montevideo,  con  una  carta 
del  cónsul  general  de  Portugal,  el  señor  Acevedo  Leitte, 
en  la  que  le  pedía  ponerla  en  mis  propias  manos,  para 
que  yo  lo  hiciera  del  mismo  modo  en  las  de  mi  padre; 
y  que  dicha  caja  encerraba  una  medalla  y  diploma  que 
la  Sociedad  de  Anticuarios  de  Copenhague  le  dedicaba. 
Después  de  tomar  dicha  caja  en  mis  manos,  pedí,  no  re- 
cuerdo á  cuál  de  los  amigos  que  allí  estaban,  ponerla  sobre 
la  mesa  redonda,  que  entonces  se  usaba  en  medio  de  la 
sala:  lo  efectuó, y  allí  quedó  la  caja  toda  la  noche,  estando 
la  mesa  en  constante  movimiento,  pues  á  medida  que  los 
visitantes  aumentaban,  ésta  se  retiraba  para  dar  lugar  á 
foi-mar  el  círculo  social.  Al  siguiente  día  llevé  á  mi  padre 
la  caja,  repitiéndole  las  palabras  de  Mr.  Bazin.  Mi  ))adre 
la  miró    y    me    dijo    ponerla    s()l)re   una  de    las   cómodas 


—  479  — 

que  liabía  en  su  aposento,  donde  él  estaba  escribiendo 
ese  día.  Lo  hice,  y  después  de  pasados  dos  días,  me  dija 
c|ue  la  abriese  y  le  hiciera  saber  su  contenido.  Esto  fué 
el  28  de  marzo,  tres  días  después  de  haberla  yo  recibido. 
La  llevé  á  mi  dormitorio,  y  sentada  en  una  silla  al  lado 
de  la  ventana,  llamé  á  una  joven  amiga  mía,  Teiésfora 
Sánchez,  que  entonces  me  acompañaba,  para  que  me  ayu- 
dase á  descoser  los  forros.  El  primero,  no  recuerdo  de 
qué  material  era,  pero  si  que  el  segundo  era  de  cachemira 
blanco,  con  las  costuras  ribeteadas  de  un  cordón  de  seda 
colorado.  Bajo  este  forro,  sobre  la  tapa  de  la  caja,  estaban 
varios  papeles,  que  no  leí  por  estar  escritos  en  un  idioma, 
desconocido  para  mí,  pero  me  parecieron  ser  títulos  ó  di- 
plomas: con  éstos  estaba  la  llave  de  la  caja,  atada  con 
una  cintila  colorada.  Puse  á  un  lado  los  forros  y  papeles, 
y  al  abrir  la  caja  con  la  llave,  saltó  la  tapa  de  un  moda 
tan  violento,  haciendo  tan  fuerte  ruido,  que  Teiésfora  y 
yo  dimos  un  grito.  Al  mirar  la  máquina  yo  no  tuve  la 
más  mínima  idea  de  lo  que  era.  pues  teniéndola  en  mis 
faldas  la  miraba  de  frente,  pero  Teiésfora  que  estaba  sen- 
tada en  la  ventana  y  la  miraba  de  lado  me  dijo:  «Manue- 
lita:  fíjate,  parecen  cañones  los  tubos  que  la  forman.»  Hice 
lo  que  ella  me  indicaba  y  ni  aun  así  mismo  me  inspiró 
la  más  mínima  sospecha  de  que  tenía  en  mis  manos 
tan  cruel,  tan  infernal  proyecto,  del  que  si  la  Divina  Pro- 
videncia no  me  hubiei'a  salvado  habríamos  sido  víctima 
con  mi  amiga  Teiésfora,  y  también  mi  mucama  Rosa 
Pintos,  que  en  esos  momentos  se  ocupaba  de  acomodar 
algo  en  el  cuarto.  Al  tratar  de  cerrar  la  caja  no  pude 
conseguirlo;  en  valde  apretaba  dos  grandes  goznes  que 
habían  saltado  en  los  lados  de  ella,  los  que  después  supe 
ser  los  gatillos  de  la  máquina,  que  por  haberse  descom- 
puesto no  produjeron  el  infernal  intento.  Esa  misma 
mañana  la  llevé  á  mi  padre,  y  él  al  mirar  la  máquina 
comprendió  en  el  momento  la  terrible  realidad,  (xuardó 
silencio,  un  momento,  y  después  mostrándosela  al  primer 
escribiente  de  la  secretaría,  don  Pedro  R.  Rodríguez,  que 


—  480  — 

-ac;il)al>;i  de  t'iiti'ar.  le  dijo:  «es  estci  una  iiiá(|nina  iullTiial 
enviada  por  mis  enemigos  para  matarme:  pei'o  Dios  es 
justo.  Vaya  usted  inmediatamente  á  llamar  al  señor  mi- 
nistro Arana.»  No  tardó  en  llegar  dicho  señor,  quien  quedó 
dohlemcnte  aterrado  al  sa])er  liiihici'a  sido  yo  la  víctima 
de  tan  espantosa  trama. 

Tanto  mi  padre  como  él  me  abrazaron  y  besaron  tie.r- 
namente,  felicitándome  por  la  protección  (pie  el  Todo- 
poderoso me  había  dispensado,  y  al  decirme  mi  padre  : 
«hija  mía,  demos  fervientes  gracias  al  Divino  Ser,  que 
con  tanta  bondad  nos  ha  salvado  con  su  suprema  pro- 
tección», mi  llanto,  sin  desprenderme  de  sus  brazos,  no  le 
l)ermiti(')  continuar. 

Esto  tenía  lugar,  como  lie  dicho  antes,  el  "¿8  de  marzo; 
y  así  que  mi  pailre  y  el  señor  doctor  Arana,  ministro  de 
relaciones  exteriores,  conferenciaron,  decidieron  imponer 
sin  pérdida  de  tiempo  al  señor  almirante  Dupotet  de  lo 
que  1  tasaba.  Este  señor,  altamente  indignado  al  saber 
que  se  hul^esen  valido  de  su  edecán  Mr.  Bazin  como 
agente  de  una  trama  tan  infame,  despidió  á  éste  esa 
misma  mañana  en  un  va^tor  á  Montevideo  para  tomar 
informes  del  señor  Acevedo  Leitte.  si  tenía  algún  cono- 
cimiento  de  la  carta,  habiéndosele  engañado.  El  señor 
Leitte,  tan  ofendido  como  debía  serlo,  se  vino  sin  demora 
con  Mr.  Bazin  á  Buenos  Aires  para  dar  la  satisfacción 
debida  de  su  inocencia.  La  máf[uina,  sin  moverla  de  la 
caja  se  llevó  inmediatamente  á  casa  del  señor  ministro 
Arana,  donde  estuvo  algún  tiempo  expuesta  al  examen 
del  público.  Siendo  el  00  de  marzo  el  día  del  cumpleaños 
de  mi  finado  padre,  y  el  29  destinado  á  consultas  de 
ministros  del  gobierno  y  de  los  agentes  extranjeros,  fué 
aquel  día  en  el  que  se  declaró  al  loúblico  lo  que  pasaba; 
así  fué  que  el  cuerpo  diplomático  y  los  militares  que  iban- 
á  casa  para  cumplimentar  á  mi  padre,  como  los  parti- 
culares impuestos  de  la  infamia  <|ue  se  les  refería,  pa- 
saban á  ver  la  máquina  á  lo  del  señor  Arana.  ¡  Oh  Máximo, 
cuánta  demostración  de  simpatía  nos  destinaron  esos  días 


—  4S1  — 

tanto  nuestrüs  compatriotas  como  los  extranjeros!    ¡.lanías 
!(_>  olvidaré  ! 

Los  otlciales  franceses  descai-garon  algunos  de  los  ca- 
ñones en  el  jardín  del  señor  ministro  Arana,  y  la  cal•^a 
era  tan  terrible  que  los  cañones   reventaban. 

Esta  es  una  relación  verídica  de  lo  que  desea  conocer 
^1  doctor  Saldías:  preséntasela  con  mis  cordiales  saludos, 
pidiéndole  disculpe  las  faltas  de  reilacción  que  él  bien 
sabrá  corregir. 

Te  aljraza  siempre   afectuosa  tu  amante   compañera 
Manuela  de  Rozas  de  Terrero. 


COMPLEMENTO  .\L  CAI'lTn.O  \l,l 

¡  \\\;\  la  Federaci(Mi ! 

■Señor  coronel  don  Hilario  Lar/os. 

('uartel  <;-en('i"il  en   inafclia,   mayo  14  de  1S41. 

Mi  estimado  an:iigo:  tengo  á  la  vista  su  apreciable  del 
4  del  que  rige,  y  enterado  de  su  contenido,  diré,  que  en 
caso  de  que  el  salvaje  Madrid  adelantase  sus  marchas 
sobre  usted  y  usted  se  creyese  inferior  á  él,  aun  reunido 
con  la  fuerza  del  señor  general  Ibarra,  debe  entonces 
•emprender  su  retirada,  militarmente.  l)ien  entendido,  y 
resistiendo  siempre:  la  cual  seguirá.,  á  no  ser  que  encon- 
trase alguna  posición  que  le  asegurase  prudentemente  el 
suceso,  y  teniendo  cuidado  de  anunciar  continuamente  la 
dirección  del  enemigo  y  la  de  usted;  mas  creo  innecesa- 
rio advertirle  que  no  vaya  usted  á  alucinarse  con  algún 
movimiento  falso  del  enemigo.  Todo  lo  que  le  indico  es 
en  el  caso  de  que  á  usted  no  le  <|uede  duda  de  que  el 
movimiento  de   los  salvajes  sobre  usted   es  decisivo. 

De  todos  modos,  yo  estoy  ahora  en  marcha  para  una 
operación  sobre  La  Rioja,  que  fué  mi  plan,  aunque  para 
ocultar   mi    marcha   con    este  destino,    que   no  podía  ser 

TOMO   III.  ÍU 


—  482  — 

(le  otro  iiioilo.  por  cüiisa  de  los  preparcitivos  necesarios, 
divulgué  la  voz  de  que  marchaba  para  esa.  Pero  la  ope- 
ración que  indico,  sobre  la  expresada  La  Rioja,  es  sólo  un 
nioviniiento,  y  no  una  campaña,  el  cual  verificado  estaré 
en  actitud  de  dirigirme  adonde  convenga. 
Sin  oti'o  ol)¡('to.  iiu'   i'o})il(j  su  alTmo.  amigo 

Manuel  Oribe. 

¡  Viva  la  Fedci'aciíHi ! 

(Beservada.) 

KI    general    en    jv(v    interino    ilel    Ejército    l'niílo 
lie  VnnjíUíinlia  de  la  Confederación  Argentina 

Cuartel  general  en  mairlia.  mayo  -^'i  de  1841. 

Año  32  de  líi  Libertad,  '2(J  de  la  Independencia 
y  12  de  la  Confederación  Argentina. 

Al  señor  coronel  comandante  de  divisiones  en  vanguardia^  don  Hilario 

Lagos. 

Creo  haber  comunicado  á  V.  S.  antes  de  ahora,  que 
nuestra  marcha  por  los  Llanos  ha  sido  acompañada  de 
los  más  prósperos  sucesos,  pero  lo  haré  nuevamente,  por 
si  me  engaña  mi  recuerdo. 

El  18  del  corriente  se  me  presentó  el  capitán  don 
Prudencio  Gómez,  con  un  teniente  y  un  alíérez  y  cua- 
renta soldados  bien  armados  de  la  gente  de  los  Llanos ; 
el  20  se  presentó  igualmente  al  señor  general  Pacheco, 
que  estaba  cuatro  leguas  á  vanguardia  de  mi  cuartel  ge- 
neral, el  capitán  Villafañe  con  cuatro  oíiciales  más  y  se- 
senta y  un  soldados,  también  armados  perfectamente;  y 
ese  mismo  día  en  mi  cuartel  general  un  teniente  Quin- 
teros con  tres  oíiciales  y  ocho  soldados,  además  de  19 
soldados  ese  mismo  día  y  sobre  cuarenta,  de  á  dos  y  tres 
en  los  anteriores. 

Estas  defecciones  han  puesto  á  Peñaloza  (alias  Chachoj, 
en  la  necesidad,  á  lo  que  por  los  rastros  parece,  de  aban- 
donar el  Carrisal.  donde  se  hallaba  y  dirigirse  á  Aguango 
con  intención  sin  duda  de  cruzar  á  La  Kioja,  y  esto  me 
hace  también  suponer  que  en  los  Llanos  ya  no  existen 
enemigos  que  combatir. 


—  48;!  — 

Anoche  recil)!  una  carta  <lel  señor  general  Alemán, 
fecha  12  del  corriente,  en  que,  entre  otras  cosas,  me  dice 
lo  siguiente :  «  Ya  usted  estará  imj)uesto  de  que  el  sal- 
te va  je  Lavalle  se  retira  á  Copacabana,  de  esta  provincia, 
«  y  que  está  en  camino  para  Salta,  Tucumán  y  Bolivia 
«  por  Antofagasta,  que  con  las  noticias  que  me  dicen  de 
«  que  el  salvaje  Madrid  está  herrando  caballos,  todo  in- 
te dica  la  reunión  de  estos  malvados,  mucho  más  cuando 
«  han  tomado  á  Guasan  de  esta  provincia,  donde  se  pue- 
«  den  completamente  comunicar  y  convenir.  » 

En  consecuencia  de  ello  creo  conveniente  ordenar  á  V. 
que  en  caso  de  verse  decisivamente  atacado  por  fuerzas 
superiores  á  que  crea  no  poder  prudentemente  resistir, 
se  retire  hasta  incorporarse  con  las  fuerzas  que  están  es- 
calonadas en  Córdoba  (la  i)rovincia),  pasando  la  travesía 
por  donde  juzgase  más  conveniente. 

Dios  guarde  á  Y.  S.  muchos  años. 

Mam:el  Oribe. 

¡  Viva  la  Fedei-nción  ! 
Señor  don  Hilario   Lagos. 

llisca,  29  del  ines  de  América  de  1841. 

Mi  estimado   coronel  y  amigo: 

Hace  bastante  tiempo  á  que  no  tengo  el  gusto  de  recibir 
carta  suya :  no  lo  extraño  porque  lo  considero  lleno  de 
atenciones,  y  muchas  de  ellas  minuciosas  cpe  quitan  el 
tiempo  material,  principalmente  en  estos  campos  escasos 
de   pastos,  de  subsistencias  y  de  medios  de  movilidad. 

Después  del  descalabro  de  Llanos,  la  montonera  del 
Chacho  y  Baltar  tomaba  cuerpo,  (principalmente  con  la 
supuesta  noticia  de  que  lo  había  derrotado  á  Y.  Madrid 
completamente,  en  su  tránsito  para  esta  provincia  en 
donde  lo  suponían  ya  próximo  á  La  Rioja);  era  preciso, 
pues,  destruirla  ó  aniquilarla,  y  aunque  sólo  hace  seis  ó 
siete  días  á  que  lo  emprendimos  con  una  división  de  700 
hombres  para  no  debilitar  nuestras  caballadas  que    des- 


—    IS4  — 

Cciiisan  cu  biu'uos  pastos  cii  d  \alli'  «le  Cin'ilnha.  \a  i^s- 
tá  cuasi  totaluK'Ute  disuelta:  se  U(js  liau  pasailn  los  es- 
cuadrones de  la  Costa  Baja,  y  la  del  medio  con  sus  annas^ 
caballos  y  oticiales;  y  cun  el  amago  de  treinta  tiradores 
de  una  de  las  dos  columnas  en  que  nos  dividimos  para 
perseguirlos  por  las  dos  costas,  han  disparado,  y  ileslia- 
ciéndose  en  su  tuga  de  modo  que  hoy  no  tienen  ni  2U0 
homl)res  reunidos  y  ya  muy  estrechados  al  sur  de  esta 
Sierra.  Taml)ién  se  lian  empezado  á  presentar  los  sol- 
dados de  Baltar  y  tenemos  de  éstos  hasta  11.  De  modo 
que  muy  pronto  estaremos  en  actitud  de  emprender  algo 
más  serio  y  tal  vez   decisivo. 

Desearla  que  V.  con  toda  franqueza  y  sin  preocujiación 
me  dijese  las  circunstancias  respectivas  de  nuestras  fuer- 
zas y  las  de  los  salvajes  por  esa  parte  y  todo  lo  que 
juzgase  á  propósito  para  emprender  con  suceso  el  ataque 
de  Tucumán.  lo  mismo  que  el  espíritu  que  maniiiestan 
aquellos  habitantes. 

La  campaña  de  Salta  está  convulsionada,  y  como  con(jz- 
co  á  los  que  figuran  á  la  cabeza  de  las  reuniones,  me 
persuado  que  no  pueden  ser  sojuzgados.  Si  se  hubieran 
dirigido  algunas  fuerzas  de  Santiago  sobre  la  frontera  de 
las  Tolderías  de  Tucumán  y  Salta,  se  habrían  engrosado 
yo  estaba  persuadido  que  así  lo  habrían  hecho  como  se 
lo  indiqué  al  señor  Presidente  cuando  escribí  á  algunos 
sujetos  de   Salta. 

Con  mis  recuerdos  afectuosos  al  coronel  Lámela  y  de- 
más compañeros,  me  repito  atento  camarada  y  S.  S. 

Ángel  Pacheco. 

¡Vivii  la  Federación! 

Señor  don  Hilario  Lagos. 

\'al(lés  (Id  ("lira,  junio   \'Á  de   1X41. 

Estimado   coronel  y    amigo: 
Acalcamos  de  tener  noticia  de  que  Lavalle  se  retira  i>re- 
ciliitailamente  i)ara  Tucumán:   se  asegura   que   su    fuerza 


—  4<sr)  — 

sólo  consiste  en  dos  escuadrones  y  doscientos  y  tantos 
infantes  (cívicos):  pudiera  ser  que  su  intención  fuese  re- 
concentrarse con  Madrid  y  atacar  esa  división,  (')  bien 
una  vez  reunidos  invadir  la  provincia  de  Córdoba  que  de- 
ben suponer  con  poca  fuerza  y  muclios  recursos,  y  á  nos- 
otros con  poca  movilidad.  En  el  primer  caso  sería  de 
opinión  que  V.  se  recostase  á  la  Sierra  para  correrse  en 
caso  necesario  hacia  la  punta  próxima  á  la  provincia  de 
Córdoba,  evitando  un  choque  desventajoso,  tomándonos 
tiempo  para  reconcentrarnos.  En  el  segundo  caso  con 
sus  avisos  ocurríamos  adonde   se   considerase   oportuno. 

El  general  Aldao,  entretanto,  debe  continuar  sus  ope- 
raciones poi"  los  pueblos  de   Belén,   etcétera. 

En  los  Llanos  todo  es  concluido;  el  escuadrón  Baltar, 
con  oílciales,  armas  y  caballos  se  nos  pasó,  y  antes  y  con 
él  todos  los  llanistas:  Baltar  quedó  sin  un  sólo  asistente 
llorando  como  una  Magdalena,  provisto  de  un  lío  de  char- 
que, 2  pares  de  chifles  y  unas  maletas. 

Con  mis  afectos  al  coronel  Maza  y  demás  compañeros, 
me  re])iti^   su   afectísimo  camarada  y  S.  S. 

ÁxiiEL  Pacheco. 

¡  Viva  la  FedcraciíHi  I 

El  «íeuonil  i'ii  jel'o  interino  del   Ejército  Unido  de 
Vanguardia  de  la  Confederación  Argc'iitina. 

Cuartel  general    en    maivlia,  julio  4  de  1841. 

Año  32  de  la  Libertad,  20  de  la  Independencia 
y  12  ili'  la  Confedornción  Ai-Dentina. 

Al  señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Tengo  á  la  vista  la  de  V.  8.  de  '^.S  del  ppdo.  junio  y  (pie- 
do  impuesto  de  su  contenido,  y  entre  otras  cosas  que  V. 
S.  se  propone  ó  bien  seguir  hasta  Loreto  ó  tomar  la  costa  de  San- 
tiago por  la  parte  del  sur,  con  el  objeto  de  amenazar  la  frontera  de 
Tucunián. 

Mas  Y.  S.  debe  recordar  que  en  todas  mis  anteriores, 
le  he  prevenido  que   procurase  V.  S.    incorporarse  por  el 


—    ÍSIi  — 

ciiiiiiiK»  más  curto  y  seguro,  á  las  divisiones  (juc  están  al 
norte  de  Córdoba  pertenecientes  á  este  ejército,  y  sólo  en 
caso  de  que  á  ello  se  o[)usiesen  obstáculos  insuperables, 
se  retirase  Y.  S,  á  la  provincia  de  Santiago  del  Estero 
dando  cuenta. 

V.  S.  pues,  no  está  autorizado  para  liacer  otros  movi- 
mientos que  los  que  dejo  expuestos,  á  no  oponerse,  re- 
pit(j,  obstáculos  insuperables. 

Tengo  también  en  mi  poder  las  comunicaciones  del 
salvaje,  traidor,  unitario  Lainadrid,  y  respecto  á  ellas,  pre- 
vengo á  Y.  S.  no  ya  que  debe  asegurar  á  cualquier  indi- 
viduo que  traiga  comunicaciones  de  los  salvajes,  para 
cualquier  individuo  de  esas  divisiones,  como  en  una  ante- 
rior le  prevenía,  sino  que  haga  lancear  á  cualquiera  que 
traiga   las  referidas   comimicaciones  del   enemigo. 

Por  último,  recomiendo  á  Y.  S.  la  mayor  ex; cíitud  y 
frecuencia  en  los    partes. 

Dios  guarde  á  Y.  S.  muclios  años. 

Maxuei.  Oruíe. 

¡Viva   la   Federación! 

El  general  on  jefe  interino  del  Ej('reito  l'niílo  de 
Vanguardia  de  la  Confederación  Aryeulinn. 

Cuartel  general  en  marclia,  julio  de   1841. 

Año  82  de  la  Libertad,  26  de  la  Indepeiidenela 
y  12  de  la  Confederación  Argentina. 

Al  señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Con  fecha  de  ayer,  le  he  (jticiado  á  V.  S.  diciéiidole  que 
no  debía  haber  pensado  en  otros  movimientos  que  en  los 
que  anteriormente  le  tenía  prevenidos,  es  decir,  su  mar- 
clia  por  el  camino  más  corto  y  seguro,  á  incorporarse  con 
las  divisiones  que  están  en  Córdoba,  pertenecientes  al 
ejército,  caso  de  no  poder  resistir  al  enemigo,  á  no  ser 
obstácules  insuperables  que  se  opusiesen  á  esta  marcha. 

Ahora  lo  repito  y  agrego  que  de  ningún  modo,  ni  por 
motivo  ninuuno,  marche  Y.  S.  á  la  frontei'a  de  Tucumáiu 


—  487  — 

■y  que  si  no  puede  venirse  á  ('(jnloba.  se  niantenj^a  sol)re 
la  provincia  de  Santiago,  pues  esa  división  es  la  vanguar- 
dia del  ejército,  y  no  debe  obrar  de  un  modo  independiente 
de  él   ni  quedar  fuera   de  la  dirección  de  aquél. 

No  descuiíle  V.  8.  dar  exactos  y  frecuentes   partes. 

Dios  guarde  á    V.  S.  muclios  años. 

Mantei.  OruiiK. 

Señor  coronel  don   Hilario   Lagos. 

Cuartel  jíciutuI.  julin  -¿iS  de  1841. 
Mi  estimado  amigo: 
No  tiene  ésta  otro  objeto  que  decir  á  V.  (jue  todo  se 
prepara  de  modo  que,  al  abrir  nuestras  operaciones  con 
el  ejército  sobre  los  salvajes  vmitarioa,  en  muy  pocos  días 
terminaremos  la  campaña.  Entonces  verá  Y.  cómo  yo  tenía 
razón  al  aconsejarlo  é  invitarlo  á  tener  un  poco  de  pa- 
ciencia y  calma  para  mejor  lograr  un  golpe  que  los  des- 
truya de   una  vez. 

Deseo  que   V.  no  tenga  novedad   y  que  disponga  ile  su 
afectísimo  amigo  y  S.  S. 

Manuel  Ohuíe. 


COMI'LEMEMO  AL  ü.\PlTi:i,0   XLll 

(Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

SantiajiO,  aiío^lo  4  de  1841. 
Mi  querido   amigo:  en   este  momento    recibo  la  adjunta 
del  señor  Presidente.     Por  la  que  á  mí  me  dirige   consi- 
dero que   es  urgente  marchemos  cuanto  antes:  así  es  que 
espero  á  V.  con   el  pie  al   estribo. 

Su  afectísimo  amigo  Q.  B.  S.  M. 

Felu'e  Ibakha. 

■Señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Cain])ainento.  agosto  17  de  1841. 
Mi  estimado  amigo:  Por    la  que    le   acompaño    verá   V. 
que  el   amigo  Gutiérrez,  nada  ha  hecho:  así  es  que  le  acep- 


—  ms  — 

lo  sil  soliciliid.  porque  iiic  pareco  que  nosotros  nos  nio- 
vcrcmos  (le  mañana  á  pasado  al  i)nnto  qne  me  dice.  Tam- 
bién le  «ligo  (¡ne  si  Herrera  ha  calido  por  e.-;os  pinitos  lo 
lleve. 

Páselo  bien   y   mande    ;'i   sii    aíei'íísimo  serviilor 

1^'KLn'K    lUAlíHA. 

¡\i\a  la  Kcilcracion! 
Señor  general  don  Felipe  Ibarra. 

]\Ii  amigo  estimado:  Y.  se  impíjndrá  de  la  ([ne  le  in- 
cluyo del  general  Gutiérrez  y  en  consecuencia  conviene 
(jue  dé  V.  inmediatamente  al  coronel  Lagos,  orden  de 
atacar  á  los  salvajes  unitarios  de  Medinas  de  que  me 
liablí)  ayer  aquel  general.  Para  esa  operación,  debe  Lagos 
llevar  la  fuerza  que  considere  necesaria  y  la  demás  incor- 
porarse  á    (lUtiérrez. 

Sin  otro  objeto   soy  de   \\    afectísimo 

Mantel  Orthe. 

('aiii])().  agosto  31  de  1(S41. 

P.  S.  Quiera  V.  recomendar  al  coronel  Lagos  que  no 
aventure  nada:  (\ue  lleve  fuerzas  que   aseguren    el   éxito. 

¡Viva  la  Fo(leraci()n! 
("iiartel  jicncral  en  Simoca.  á  1".  de  scpticmln'c  de  1S41. 
Al  señor  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Lstimado  amigo: 

Me  hallo  en  este  lugar,  y  espero  me  dé  sus  avisos  con 
el  conductor. 

iMitre   el  cuartel    general    y   V.   hay   algunas  partiditas 

en  el  campo.  Si    acaso  no  ha  encontrado  la  fuerza  contra 

la  cual  se  dirigía,  diríjase  á  este  compamento  con  la  fuerza 

de  su  mando. 

^LwT'EL  Ortbe. 


—   48!)  — 

¡\"iv;i   l;i    K('(l('r;ici(Hi! 

('alai]iai-c;i,  ;)l)ril  ¿i  de  1S41, 
Atni,u,(»  y    compañero: 

r^os  salvajes  unitarios  lian  querido  nuevamente  arre- 
batarnos á  nuestro  Restaurador:  mas  la  Providencia  Divi- 
na que  tanto  vela  i)or  S.  E.  no  permite  nin,L>una  infamia; 
le  felicito  y  le  '  abrazo;  escuso  de  copiarle  la  carta  del 
presidente:  pero  considero  le  dirá  lo  mismo  en  la  que  le 
ailjunto:  sin  embargcj  le  mando  una  copia  al  señor  Tbarra 
á  quien  le  dará  un  abrazo  de  mi  parte;  como  ya  es  pre- 
ciso  no  dar  cuartel  en  este  momento  hago  fusilar  á  todos 
los  salvajes  que  tenía  prisioneros,  entre  ellos  á  Luis  Man- 
terola  (lue   servía  en   la   artillería   del   asesino  Lavalle. 

Tiburcio  Olmos  de  San  Nicolás  también  se  le  dio  el 
pasa})orte.  Así,  amigo,  cuchillo  y  bala  con  esta  raza,  y  si 
hoy  hubiese  tenido  mil  prisioneros,  los  mil  los  liabría 
despachado. 

Le  vuelvo  á  abrazar  y  felicitar  y  mande  á  su  aprecia- 
ble  compañero  y   amigo 

Mariano  Maza. 
8r.  1). 

El  salvaje  Tvavalle  está  en  las  cam[)añas:  son  los  iilti- 
mos  partes  que  he  recibido:  por  esta  parte  estoy  alerta  y 
temhv   cuidado  de  avisarle  para  otra  operación. 

¡Viva  la  redci'ación! 

Catamarca,  abril  2:3  ile  1841. 

Mi  <|uerido  compañero  y  amigo: 
Con  bastante  satisfacción  he  recibido  la  suya  porc^ue 
en  ella  se  trata  de  lo  que  bastante  he  deseado,  (pie  era 
el  reunirme  con  V.  ;yel  resto  del  ejército  que  según  la 
comunicación  del  señor  presidente,  en  nueve  días  lo 
tendremos  con  nosotros,  ha  llenado  todos  mis  deseos.  Lo 
debo  verlo  á  Y.    iironto,    porque  como  digo    en    mi  nota, 


—    190  - 

el   '¿"3   iii;ircli;ii'(''  jüira   el   In.uiír    de  las   A'iñas  y  temlré   el 
gusto  de    darle    iiii  al)i';i/(). 

Llevo  conini,u()  el  ganado  que  he  podido  reunir,  que 
serán  como  'J.IO  cabezas,  y  caballos:  aunque  en  estado 
regular  es  lo  mas  escaso  que  hay  por  iu\\ú.  pues  los  sal- 
vajes unitarios  los  han  arreado   todos  en  su   retirada. 

Recibí  la  nota  del  salvaje  Pilón  Madrid  y  ha  ocasio- 
nado en  esta  divisi(3n  la  burla  que  le  es  consiguiente  á 
una  quijotada  de  esta  clase,  y  como  el  salvaje  Córdoba 
en  el  momento  de  llegar  á  ésta  fué  pasado  por  las  armas, 
solo  cient(^  no  haber  agarrado  mil  como  este,  para  haber 
hecho  otro  tanto. 

Me  alegro  que  el  tal>aco  halla  alcanzado  en  abundan- 
cia, porque  asi  deseaba  que  sucediese,  y  si  alguna  otra 
cosa  se  ofreciese  y  pudiera  servirle  ocúpeme  V.  con  fran- 
queza. 

Le  remito  al  señor  presidente  la  nota  original  del  sal- 
vaje Pilón  Madrid,  y  creo  que  la  contestación  que  debe- 
mos darle  de  su  carta  es  ir  personalmente  ú  donde  él 
está. 

Sin  mas  que  comunicar  á  Y.  de  particular  me  repito 
como  antes  su  apreciable  amigí»  y  compatriota  Q.  S.  ;\r.  1>. 

^Iakiaxo  ^Iaza. 

\\i\i\   l;i   Fcilei'iiciíUiI 

Cliarqui,  marzM  10  do   1.S41. 
■Serio}'  coronel  don  Hilario  Lagos. 

Amigo  y  compañero: 
Según  la  de  V.  que  recil)í  ayer  a  oración,  me  dirigía 
hacia  ese  punto,  mas  llegando  á  este  punto  con  la  divi- 
sión me  encontrc)  el  oficial  portador  y  éste  me  dijo  decía 
V.  que  parase  [)or  este  punto  por  ser  la  última  agua,  lo 
que  he  verificado  hasta  que  se  sirva  disponer  otra  cosa.  Le 
adjunto  esa  carta  del  señor  Balboa  y  por  ella  verá  las 
cosas  de  Salta  y  el  perjuicio  que  hace  la  división  de  San- 
tiago con  dejarse  estar  y  asolando  como  está,  pues  en 
4?ste  caniino  no  se  oven    sino  clamores  v   asesinatos.   Mi 


—  4!ll   — 

amigo,  niiirlio  })er;lereiiios  en  nuestra  buena  lama  y  lo 
que  es  peor  la  moral  de  estos  soldados  que  no  desearían 
estar  juntos  con  tales  facinerosos:  me  he  avanzado  á  hablar 
de  este  modo  porque  sé  que  V.  es  mi  amigo  y  no  debe 
dejar  de  conocerla  justicia;  no  necesi-tamos  de  ellos  para 
nada  estando  reunidos:  puede  V.  si  quiere  en  conformi- 
dad con  el  señor  (xutiérrez,  dirigir  sus  marchas  liasía  la 
plaza  de  Tucumán  y  con  el  triunfo  en   el  bolsillo. 

Su  compañero  y  amigo 

!Mahiax(>   Maza. 


('o,\iN';.^ii';.\Tii  M  cirinLi)  .\liii 

Excmo.  señor  don  Pedro  Ferré. 

AiToyo  (le  la  A'irgoii.  enero  3  de   1<S41. 

Después  de  vencer  no  pocas  dificultades  consiguientes 
jior  las  circunstancias,  ya  me  hallo  marchando  para  colo- 
carme á  la  cabeza  de  oOOO  hombres  con  los  que  me 
■c-olocaré  sobre  el  Uruguay  en  todo  este  mes  y  lo  pasaré 
(  Dio  s  mediante  )  en  todo  el  que  viene.  El  señor  comi- 
sionado don  Gregorio  Valdez  que  regresa  después  de 
haber  dejado  concluida  la  comisión  que  ese  gobierno  con- 
fió á  su  patriotismo  y  demás  bellas  circunstancias  que 
le  han  hecho  acreedor  á  las  consideraciones  de  este  país 
por  lo  que  me  hago  un  deber  en  asegurar  á  Y.  E.  que 
el  señor  Yaldez  es  digno  de  todas  consideraciones  en  la 
campaña.  Regresa  el  señor  Bonplan  con  las  instruccio- 
nes á  Y.  E.  de  cuanto  desee  sal)er  de  lo  ocurrido  res- 
pecto  á  Lavalle. 

Llevo  conmigo  algunos  recursos,  pero  más  adelante 
tendré  cuantos  puedan  precisarse,  ahora  y  para  entonces 
este  país  las  partirá  amigablemente  con  la  provincia  de 
Corrientes,  con  quien  unidos,  hacemos  el  contrarresto  á  la 
tiranía  de  Rozas. 

Es  como  siempre  atento   servidor  y   amigo 

Fincrroso   Rivera. 


III-J 


¡I'mIi'Ím!  ¡  l,ih('iM;i(l  i  ¡('oiisi  ¡i  iici()ii ! 


Kl  t,'i)lii'ni;iilor  y  raiiitiiii  jíLiKiral    il.'    hi 
pioviiicia  di!  Corriüiiti-s. 


Corrientes,   íel^rcro  'A  de  1841. 


Al  Excmo.  señor  jjres ¿dente  del    Estado  Oriental  del  Uruguay. 

El  general  en  jefe  del  ejército  de  reserva  de  esta  pro- 
vincia, brigadier  don  José  M.''  Paz,  ha  sido  instruido  por 
el  comisionado  de  este  gobierno  cerca  de  ese  Estado, 
don  (Iregorio  Valdez,  que  V.  E.  de  un  modo  firme  y  sin 
reserva  alguna  ha  asegurado:  que  tiene  motivos  bastan- 
tes para  dudar  de  la  fidelidad  del  expresado  general: 
ojiinando  la  conveniencia  de  su  separación,  fundada  ade- 
más, en  que  en  el  Estado  Oriental  debían  quedar  s(31o 
orientales,  y  correntinos  en  Corrientes.  Ofendido  así,  ])or 
primera  vez,  este  acreditado  argentino;  y  creyendo  que 
su  conservación  en  el  mando  del  ejército  podría  traer 
algún  mal  que  pesase  sobre  su  acendrada  delicadeza,  lo  re- 
mmció  decididamente  en  nota  de  20  del  ppdo. ;  sin  embargo 
de  estar  convencido  del  alto  aprecio  que  merece  á  los 
argentinos,  y  de  la  entera  confianza  que  el  puel)lo,  el  go_ 
IVierno  y  el  ejército  correntino  tienen  en  su  nacionalidad, 
honor,  valor   y  pericia. 

El  gobierno  por  estos  antecedentes  tan  bien  conocidos 
como  valorados  por  todos  los  pueblos  de  la  República,  y 
grato  como  el  que  preside,  al  nuevo  é  importantísimo  ser- 
vicio que  el  general  J.  M.  Paz  acaba  de  prestar  á  la 
nación  y  muy  especialmente  á  esta  provincia  debido  á 
las  calidades  que  lo  hacen  caro  para  los  argentinos,  se 
hubiera  degradado  á  sus  propios  ojos,  á  los  de  los  pue- 
blos sus  hermanos,  y  hubiera  contrariado  los  intereses 
nacionales  admitiendo  la  renuncia ;  y  expresó  al  general 
de  un  modo  tan  irrevocable,  como  él  la  hizo,  que  no  la 
admitiría. 

El  gobierno  de  Corrientes  hace  la  justicia  que  debe  á 
la  circunspección  de  Y.  E.  y  no  cree  en  consecuencia 
haya  (Miiitido  ideas   de  tanta  gravedad,    del  modo  que  se 


—  49:;  — 

retiereii.  y  tan  imnerecidas  para  el  general  Paz;  sin  ha- 
berlas antes  comunicado  á  este  gobierno.  Así  lo  asegu- 
ró á  aquél,  en  contestación  á  su  renuncia,  reservándose 
promover  á  este  respecto  las  explicaciones  que  requieren 
la  armonía  entre  dos  poderes  íntimamente  aliados  á  un 
objeto  noble  y  común,  la  justicia  y  la  conveniencia  de 
ambos. 

El  infrascripto  cree  la  relación  del  señor  Yaldez,  obra 
de  alguna  grave  é  involuntaria  equivocación,  la  que  es- 
pera fundamentalmente  ver  desvanecida  en  la  contesta- 
ción á  la  presente  nota,  en  la  que  no  duda  le  hablará 
V.  E.  con  la  franqueza  y  lealtad  que  se  debe  á  un  gobier- 
no aliado  y  que  tanto  recomiendan  el  carácter  personal  y 
marcha  pública  de   Y.  E. 

Dios  guarde  al  Excmo.  señor  presidente  muchos  años. 

Pedko  Eekké. 

¡I*ali-ial  ¡Lilx'i'taiH  ¡  CnustiHieicni ! 

El  gobernador  y  capitán  general  de  la 
provincia  de  Corrientes. 

('ori'UMites.    lebrero    3  de  1841. 
Al   Excmo.   señor  presidente   del   Estado   Oriental  del  TJniguay. 

En  comunicación  [que  con    fecha  ol  del    ppdo.   dirige 
al  infrascripto  el  Excmo.  señor  general  en  jefe  del    ejér 
cito  de    reserva,  le  remite  el  boletín   adjunto  encontrado" 
cerca  de  los  puntos  avanzados  de  nuestras  fuerzas  sobre 
la  frontera   del  territorio   enemigo. 

El  gobernador  infrascripto  no  ha  dado  á  las  noticias 
que  le  comunica  el  boletín  entera  fe  y  crédito,  y  es  por 
esta  razón  que  ^lo  pone  en  conocimiento  de  Y.  E.  i;»orque 
la  conducta  de  los  tiranos  de  la  República  es  ya  muy 
conocida:  pero  como  ni  tampoco  debe  despreciarlo  en  el 
todo,  ha  creído  de  su  deber  que  Y.  E.  se  instruya  de 
aquel  documento  que  á  juicio  del  infrascripto  nos  compele 
al  menos  á  aprovechar  los  momentos  en  que  el  triunfo  de 
nuestras  armas  sobre  el  Entre  Ríos,  tiene  á  su  favor  todas 


—  v.u  — 

las  pi'ol)abirnla(les  df  (¡iie  iio  .uozaría  si  la  suerte  de  los 
libertadores  que  combaten  <lel  otro  lado  del  Paraná,  fuese 
tan  adversa  i^ue  «lejase  libertad  al  liíaiio  FJozas  paia  re- 
forzar á  V^chagiie. 

lilste  incidente,  las  consideraciones  que  arroja  y  motivos 
graves  de  política  interior  de  la  Provincia,  han  decidido 
á  este  gobierno  á  recomendar  á  \'.  Iv  active  las  medidas 
cuanto  le  sea  posible  para  que  nuestros  ejércitos  abran 
su  canijiaña  >•  libre  las  (Jrdenes  competentes  á  fin  de  que 
todos  los  oficiales  y  tropas  que  pertenecientes  á  esta  Pro- 
vincia se  hallan  en  esa  i*epiiblica,  y  otros  que  Y.  E.  juzgue 
conveniente  marclien  á  incorporarse  á  las  lilas  del  ejército 
de  reserva,  pues  así  ge  completará  con  anticipación  su 
arreglo  y  se  evitará  siniestras  interpretaciones  que  nues- 
tros enemigos  hacen  valer  por  la  demora  en  ese  Estado 
de  estos  individuos. 

Quiera  V.  E.  penetrarse  de  la  justicia  y  necesidad  de 
las  exigencias  de  este  gobierno,  así  como  debe  estarlo  de 
su  obsecuencia  y  lealtad. 

Dios  guarde  á  Y.  E.  muchos  años. 

Pedro  Ferré. 


Señor  general  don  Fructuoso  Rivera. 

Corrientos,  iVbi'ei'o  8    <lo  1«41. 

Mi  querido  amigo: 

Ayer  ha  llegado  á  esta  el  señor  Valdez,  y  por  lo  poco 
que  me  dijo  en  su  primera  visita  y  lo  que  me  escribe 
el  señor  Bonpland.  una  entrevista  entre  Y.  y  yo  es  ne- 
cesaria é  importantísima ;  yo  juzgaba  del  mismo  modo, 
pero  había  callado  porque  no  podía  desprenderme  de 
la  capital.  Hoy  que  puedo  hacerlo  y  sé  que  usted  de- 
sea que  nos  veamos,  me   he   resuelto   á  verificarlo. 

Dentro  de  pocos  días  saldré  á  la  campaña  hasta  el 
ejército,  y  allí  espero  su  contestación  y  que  me  avise  el 
punto  adonde  yo  debo    dirigirme,    aproximándose    usted 


—  4!-»:)  — 

eiuuito   pue  la  para  que  yo   me  |  separe    lo  menos  posible 
lie  la  provincia. 

Sin  más,   me    repito  de  usted  afectísimo  amigo  y  com- 
pañero  Q.  B.  S.  M. 

Pedro    Ferré. 

Señor  don  Fructuoso  Rivera. 

Con-ientes,  junio  S  de  1841. 

Estimado   amigo  y    señor: 

Tengo  el  placer  de  contestar  á  sus  dos  comunicacio- 
nes que  simultáneamente  las  lie  recibido  escritas  en 
Arapey  y  Salto  con  fechas  12  y  18  ppdo.  y  que  me  brin- 
dan con  la  oportunidad  de  reiterar  á  usted  los  más  sin- 
ceros votos  de  amistad  y  adhesión  personal  y  la  satisfacción 
de  emitirle  mis  sentimientos,  sin  simulación  ni  circunlo- 
quios que  desconoce  mi  carácter  naturalmente  sencillo, 
franco  y  sin  afectación.  Esta  linea  de  conducta  observada 
invariablemente  en  mi  vida  privada  no  puede  ser  des- 
mentida en  mi  carrera  pública :  y  es  la  que  me  pone  en 
la  precisión  de  expresármele  con  franqueza  sobre  los 
puntos  aducidos  en  sus  dos  notas. 

La  tendencia  ostensible  y  terminativa  de  una  y  otra 
es  la  persuasión  de  estar  en  disposición  de  cimentar  la 
buena  armonía  que  debe  garantir  la  tranquilidad  de  los 
habitantes  de  la  provincia  de  Corrientes,  y  del  Estado 
Oriental,  que  tenemos  la  honra  de  presidir.  Me  es  sobre- 
manera plausible  este  antecedente  feliz,  acreedor  de  todo 
mi  elogio:  sin  embargo  es  preciso  en  obsequio  de  la 
justicia  confesar  que  aquél  no  ha  tenido  queja  por  parte 
de  esta  provincia,  que  no  lia  influido  ninguna  circunstan- 
eia  capaz  de  turbarla...  aunque  con  respecto  á  ella  figuran 
cargos  que...  en  el  fondo,  bastaban  á  un  espíritu  despre- 
venido' para  haberse  abstenido  de  mantener  su  apreeiable 
correspondencia. 

Jamás  he  prestado  un  ascenso  decisivo  á  las  inculpa 
ciones  vertidas  generalmente  en  lo  exterior  contra  ese 
Estado  sobre    aspiraciones   relativas    á  esta   provincia,  de 


—    l!)(i  — 

t{\iv  usted  me  luu'c  rot'ereiiciu :  i)Or([iU'(lel  jefe  ([uc  lo 
preside,  nuiícii  lie  esperado  se  hubiese  alejado  la  priiiri- 
pal  y  luás  n(»l)le  virtud  (pie  decora  al  hombre,  prescin- 
diendo de  los  antecedentes  (pie  deben  obligarlo  á  serle 
grato:  y  si  ella  en  las  criticas  circunstancias  se  ha 
puesto  en  guardia,  esta  es  obra  de  la  prudencia  precau- 
siva  al  goli)e  de  luz  comunicado  i)or  hechos  inequívocos, 
que  dianietrahnente  se   oponen  á  mi   juiciíj    particular. 

Para  hacer  desaparecer  cuantos  obstáculos  puedan 
impedir  la  consolidación  de  la  buena  armonía,  dice  usted 
que  envía  un  comisionado  especial  cerca  de  este  gobier- 
no, para  que  entable  en  términos  amigables  una  resolu- 
ción sol)re  los  indígenas  de  Misiones.  Mi  buen  amigo, 
constituido  yo  á  expedirme  en  el  lenguaje  de  la  vertlad, 
digo:  (pie  me  es  muy  misterioso  el  objeto  de  la  misión, 
porque  no  comprendo  si  se  reíiere  usted  á  las  Misiones 
Orientales  de  donde  son  naturales  los  colonos  del  Cuarey, 
ó  á  las  Occidentales  cuyos  hijos,  á  excepción  de  los  que 
vagan  errantes  por  capricho,  viven  todos  conformes  en 
sus  pueblos  bajo  la  protección  de  este  gobierno.  Si  á  las 
primeras  de  donde  fueron  trasladados,  no  alcanza  ;dlí 
su  im[)erio.  y  á  ima  provincia  de  la  Confederación  no  le 
in(ruml)e  sin  consentimiento  expreso  de  la  nación  á  (pie 
pertenece  decidir  por  sí  sola  sobre  cuestiones...  Si  á  las 
segundas  tampoco  lo  encuentro  conveniente:  poique  el 
territorio  de  Misiones  corresponde  á  Corrientes  desde  su 
inauguración  al  rango  de  provincia:  le  fué  reunido  como 
parte  integrante  por  el  Congreso  de  los  pueblos  de  la 
República  legalmente  constituido:  de  consiguiente  esta 
cuestión  es  del  resorte  puramente  exclusivo  del  Congreso 
Nacional:  es  á  éste  á  quien  le  incumbe  su  deíinición  y 
no  á  ningún  gobierno  provincial.  De  aquí  también  se 
evidencia  cuan  repugnante  debe  de  ser  la  ingerencia  que 
pretende  tomar  el  gobierno  oriental  extranjero  en  la  lle- 
])ública:  sea  cual  fuere  la  forma  que  quiera  adoptar  i)ai'a 
cohonestarla  no  podrá  dar  un  paso  á  este  respecto  (pie  no 
padezca  la  justa  censura  pi'iblica  desde  (pie  él  es  violataiio 


—    4!:)7    — 

de  las  leyes  de  la  neutralidud  ([ue  en   su    actual  posicuJn 
le  exige  religiosamente  su   observancia. 

De  lo  dicho,  mi  amigo,  no  quiera  inferir  que  me  escu- 
do negativamente  admitir'  á  los  misioneros,  porque  se 
equivocaría  irremisiblemente.  El  pueblo  correntino  y  su 
gobierno  blasonan  de  ser  hospitalarios,  abriendo  su  seno 
á  cuantos  quieran  participar  de  sus  feraces  tierras,  bajo  la 
tutela  de  sus  leyes  y  la  benigna  influencia  del  gobierno 
quien  deben  estar  sometidos  como  otros  tantos  hijos  del 
país.  En  el  supuesto  indicado,  si  los  misioneros  vagantes 
fuera  de  sus  territorios  se  avinieren  vivir  al  par  de  sus 
semejantes  protegidos  y  contentos,  serán  recibidos  satis- 
factoriamente menos  de  otra  manera  ;  y  por  más  conmi- 
naciones que  se  fulminen  contra  esta  provincia  ella  está 
resuelta  á  sostener  sus  derechos  ó  á  sucumbir  con  glo- 
ria en  su  justo  propósito...  (el  manuscrito  está  inin- 
teligible y  falta  la  extremidad  del  pliego...)  desengaña 
radicalmente  la  infortunada  elección  de  la  persona  á  quien 
se  ha  cometido  su  desempeño ;  ésta  por  una  fatalidad 
merece  la  aversión  general  del  pueblo  correntino.  Los 
motivos  se  me  permitirá  silenciar  por  ahora  por  no  las- 
timar su  delicadeza  y  violentar  mi  moderación  contra  las 
leyes  de  mi  educación.  Un  sujeto  de  tal  categoría,  ¿  po- 
drá tener  aptitudes  para  conciliar  la  confianza  del  pue- 
l)lo  correntino?  ¿Qué  sentimientos  de  filantropía  podrá 
persuadirse  que  obran  en  él,  ni  qué  actos  de  beneficen- 
cia podrá  esperar  de  un  intruso  y  obstinado  rival  ?  Di- 
fícil me  parece  que  la  persona  de  éste  sea  aceptada  por 
la  H.  S.  de  R.  R.  Por  tanto,  soy  de  sentir  que  mejor  es- 
taría el  que  usted  le  suspenda  su  marcha  á  ésta  y  destine 
á  su  elección  otro  cualquiera  sujeto  exento  de  tantas  in- 
culpaciones que  degradan  su  honorable   misión. 

Respecto  á  la  invitación  que  usted  hace  para  que  en- 
víe un  individuo  de  toda  mi  confianza  cerca  de  su  persona 
para  conferenciar  asuntos  que  deben  ser  de  grave  opor- 
tunidad, relativos  á  objetos  interesantes  á  ambos  Estados, 
no  tengo  embarazo  de  dar  á  usted  esta  prueba  satisfac- 
TOMo  III.  ;j2 


—  4!-»<S  — 

tui'ia  <le  mi  amistad,  (le,spu(''s  de  liaberme  instruido  en 
t'l  ol)jeto  (jue  ten^ua  la  misión,  y  me  sienta  persuadido  de 
que  ella  sea  conveniente...  Espero  el  cumplimiento  de  los 
prometidos  periódicos  que  hablan  sobre  el  gran  movi- 
miento del  Río  Janeiro  y  el  descenso  del  emperador  de 
su  trono.  Noticia  verdaderamente  grande  é  interesante  á 
todos  los  pueblos  libres.  Asimismo  espenj  que  usted  acepte 
el  cordial  afecto  con  que  se  lo  reproduce  sincero  amigos 
y  deseoso  servidor  Q.  15.  S.  'SI. 

Pedro  Ferré. 

¡  Patria  !    ¡  Libertad  !    ¡  Constitución  ! 


El  gobernador  y  capitán  general  de  la 
jirovincia  de  Corrientes. 


Corrientes,  febrero  S  de  1842. 


Al  excmo.  señor  presidente  de  la  R.  O.  del  Urnguaij^  brigadier  general 
don  Fructuoso  Rivera. 

Aunque  con  corta  anticipación  á  la  respetable  nota  de 
Y.  E.  fecha  28  ppdo.,  en  que  me  instruj-e  que  por  ve- 
rídicos avisos  del  Entre  Ríos,  sabía  que  el  enemigo  se 
preparaba  ú  invadir  esta  provincia,  tuve  esta  misma  no- 
ticia por  conducto  del  general  en  jefe  del  ejército  de  re- 
serva, quien  al  mismo  tiempo  me  comunica  que  tomaba 
medidas  para  preparar  las  fuerzas  de  su  mando  á  obrar 
según  se  presentase  la  invasión,  á  pesar  de  la  gran  seca 
y  frecuentes  quemazones  que  se  estaban  experimentando 
y  dificultaban  las  operaciones. 

Sin  estos  antecedentes  y  sin  los  que  suministra  la 
carta  original  y  copia  que  Y.  E.  me  acompaña,  en  vista 
sólo  del  boletín  que  adjunté  á  mi  comunicación  del  oO, 
y  cuyas  noticias  se  confirman  por  mi  carta  particular  de 
esta  fecha,  calculaba  que  había  llegado  el  momento  de 
activar  todas  las  medidas  para  dar  principio  á  la  guerra, 
cuyo  teatro  debe   ser  })rimero   el  Entre   Ríos, 

Y.  E.  conocía  el   grado  de  mis  temores  por  el  sentido 


—  49^)  — 

de  aquella  nota  á  que  en  esta  me  refiero,  y  deducirá 
también  que  nuestros  esfuerzos  y  preparativos  son  hasta 
donde  alcanza  nuestra  posibilidad  y  recursos.  El  patrio- 
tismo y  decisión  de  esta  provincia  no  f)uede  ser  más  ge- 
neral y  exaltado:  tres  mil  valientes  desean  el  día  de  un 
combate  para  desplegar  su  bravura,  y  á  la  par  de  los 
vencedores  de  Cagancha,  ofrecer  la  más  lisonjera  idea 
del  resultado ;  pero  es  preciso  no  dejarlos  solos  en  la 
cuestión,  es  necesario  que  si  se  verifica  la  invasión,  V.  E. 
á  costa  de  cualquier  sacrificio  reúna  sus  esfuerzos  á  los 
de  los  correntinos  para  que  un  instante  no  vacilen  en  la 
cooperación  oriental,  que  tiene  mucha  parte  en  sus  es- 
peranzas y  aliento.  Me  es  muy  satisfactorio  que  Y.  E. 
esté  tan  convencido  como  yo  de  la  importancia  y  nece- 
sidad de  obrar  unidos  y  en  perfecto  acuerdo  para  lo  que 
V,  E.,  como  encargado  de  la  dirección  de  la  guerra,  dará, 
sus  órdenes  con  arreglo  al  plan  de  campaña  que  haya 
meditado. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. 

Pedro  Ferré. 


Costa  de  Villanueva,  abril  'A  de  1841. 
¡  Patria  !     ¡  Libertad  !     ¡  Constitución  ! 

El  gobernador  y  capitán  general  de  la 
provincia  de  Corrientes . 

Al  excmo.  señor  presidente  del  Estado  Oriental  del  Uruguay,  brigadier 
general  don  Fructuoso  Rivera. 

El  infrascripto,  gobernador  y  capitán  general  de  la  pro- 
vincia de  Corrientes,  tiene  la  honra  de  dirigirse  al  Excmo. 
señor  presidente  del  Estado  Oriental  del  Uruguay,  para 
comunicarle  que  habiendo  transcursado  treinta  y  ocho 
días  desde  la  respetable  y  última  nota  de  V.  E..  datada 
en  el  Arroyo  Seco  el  24  de  febrero,  sin  tener  otra  no- 
ticia respecto  á  la  marcha,  que  V.  E.  asegura  empren- 
dería el  28  del  mismo  al  2  del  ppdo.,  que  la  de  su  llegada 


—  ÓDI)  — 

al  Dui'a/.uo  jinr  una  carta  de  V.  E.  al  cuinandante  Mada- 
riaga  (don  .íiiaiii.  y  llamando  al  infrascrii)to  á  la  capital 
asuntos  de  grave  importancia  y  vital  interés,  cuyos  des- 
pachos lia  demorado  por  la  ventaja  que  ofrecía  la  acor- 
<lada  entrevista,  lia  detenriinadíj  regresar  volviendo  con 
el  sentimiento  de  haberse  frustrado  un  paso  que  debió 
producir  inmensos  bienes   á   ambas  repúblicas. 

La  premura  del  tiempo  no  permite  al  infrascripto  ex- 
tenderse en  esta  nota,  ni  abrazar  en  ella  los  objetos  que 
debía,  reservándose  hacerlo  desde  lacajjital:  mas  no  omi- 
tirá cumplir  el  sagrado  deber,  á  que  impelen  las  circuns- 
tancias, de  reiterar  á  V.  E.  su  solicitud  que  haga  marchar 
á  esta  provincia  los  hijos  de  ella,  que  están  en  esa  re- 
pública, dispuestos  á  venir  á  prestar  sus  servicios  en  las 
filas  del  ejército  de  reserva  al  lado  de  sus  compatriotas. 
La  llegada  á  la  provincia  de  estos  individuos  facilita  la 
completa  organización  del  ejército  de  esta  provincia,  aca- 
llaría las  repetidas  reclamaciones  de  sus  familias,  y  cal- 
maría los  temores  y  desconfianzas  que  principian  á  sem- 
lirar  nuestros  enemigos  en  perjuicio  de  la  causa  que 
defendemos. 

Dios  guarde  á  Y.   E.  muchos  años. 

Pedüo  Ferré. 


Señor  coronel  don   Mariiniano    Chilavert. 

?kIüntevicleo,  octubre  de  1.S41. 

Mi  querido  coronel:  ya  sabrá  usted  ciue  Lavalle  y 
j^amadrid  acaban  de  ser  derrotados  en  definitiva,  el  uno 
en  Tucumán,  el  otro  en  Mendoza.  Estos  dos  héroes, 
por  no  ser  sul)alternos  el  uno  del  otro,  dividieron  la 
Itreciosa  fuerza  que  poseían ;  cada  uno  se  salió  de  su 
(luicio,  se  hizo  lo  más  extranjero  que  pudo  y  salieron 
con  la  suya  de  ser  derrotados  en  detalle  y  para  sienqu'e. 

Ac^uello  está  concluido,    pues. 


—  :m  — 

Ahora  entramos  nosotros  á  ocupar  la  escena:  el  mo- 
vimiento se  encamina  ahora   á   los  dos  litorales. 

Perdida  ó  nó  la  revolución  por  el  norte  de  nuestras 
provincias,  eso  importa  poco.  Los  dos  recientes  triunfos 
de  Rozas  importan  tan  poco,  como  hubieran  importado 
los  que  Lamadrid  y  Lavalle  hubiesen  podido  conseguir: 
la  revolución  no  está  por  allá.  Todo  aquello  es  subalter- 
no: dígase  lo  que  se  quiera,  Rozas  no  ha  probado  buen 
sentido,  enviando  sus  ejércitos  á  tan  larga  distancia  en 
persecución  de  enemigos  tan  débiles  y  en  busca  de  lau- 
reles tan  estériles.  La  porción  rica  y  vital  de  la  revo- 
lución está  intacta :  reside  en  los  dos  litorales  de  donde 
ha  salido  y  saldrá  siempre  escrito  el  destino  general' de 
la  República  Argentina. 

Las  dos  derrotas  últimas  serán  fecundísimas  en  bene- 
lic-ios  para  nosotros,  si  sirven  para  estimularnos  á  ejecutar 
todo  lo  que  podemos  hacer  con  los  inmensos  medios 
«pie  nos  quedan.  Aun  es  tiempo,  coronel.  Todavía  la  re- 
volución está  en  buen  punto;  tenemos  una  inmensidad. 
¿Qué  nos  falta,  pues?  Entrar  en  ella  con  franqueza  y  sin 
reservas.  Usted  que  tiene  por  delante  al  hombre  que 
todo  lo  puede  entre  nosotros,  trabaje  por  decidirlo  á  tomar 
la  revolución  como  viene,  como  se  le  da-  formulada  el 
tirano   enemigo. 

Este  estado   es  ima  mina  inagotable   de  poder. 

¿Qué  es  lo  que  la  tiene  obstruida?  Un  fantasma  de 
orden  constitucional  que  ata  las  manos  de  nuestros  hom- 
bres para  la  defensa  de  nuestro  país,  y  que  no  será  una 
traba  para  que  el  tirano  enemigo  prenda  fuego  á  la  linda 
República  Oriental. 

Que  el  general  Rivera,  pues,  dé  un  grito  de  alarma  y 
ponga  bajo  el  dominio  de  su  voz  todo  cuanto  encierra  el 
territorio  oriental  en  hombres,  propiedades  y  cosas:  que 
la  ley  revolucionaria  sea  la  ley  del  momento:  que  las 
reservas  y  limitaciones  de  poder  se  acaben,  y  entonces 
se  salvará  la  revolución,  pues  que  ella  será  la  que  lo 
gobierne    todo ;    tendrá    sectarios,   pues    que  se   mostrará 


—  :>\)->  — 

inerte  }'  capaz  de  garantir  los  cüm])i'oiiiisos  de  yu«  par- 
tidarios. De  otro  modo,  si  se  muestra  débil,  limitada, 
indecisa,  va  á  ser  abandonada  hasta  i)()r  sus  amigos,  por- 
que nadie  quiere  ser  sacrificado. 

Que  el  general  Rivera,  pues  se  ponga  á  la  altura  de 
los  momentos  actuales:  <iue  comprenda  bien  la  natura- 
leza =de  estos  momentos.  Ellos  son  especialisimos,  y  exi- 
gen un  régimen  apropiado  y  suyo.  Seguir  como  hasta 
aquí  es  sucumbir  miserablemente. 

Ocupemos  el  Entre  Ríos  volando:  no  dejemos  sucumbir 
á  Paz :  su  existencia  es  solidaria  con  la  nuestra.  Ante  el 
enemigo  somos  una  misma  cosa:  su  puñal  no  conoce 
nuestras  jerarquías. 

Arrastremos  á  Santa  Fe:  pronto;  desde  hoy,  antes  que 
Rozas  la  atraiga  de  nuevo  al  favor  de  los  triunfos  del 
interior.  En  Santa  P'e  está  el  nudo  gordiano;  allí  la  revo- 
lución. Clavemos  bandera  allí,  y  todo,  Estado  (3riental. 
litoral,  Buenos    Aires  y    todo  está  salvado. 

Llevemos  lejos  la  guerra :  es  tiempo  de  lanzar  á  Díaz 
Vélez  al  otro  lado;  dénsele  medios  y  saqúense  de  la  re- 
volución; hágase  un  poder  revolucionario,  en  vez  del 
constitucional  que  existe,  y  con  ese  ijoder  habrá  medios 
para  hacer  diez  ejércitos. 

Si  no  se  tiene  coraje  para  hacer  todo  esto,  renunciemos 
á  todo,  y  dejemos  que  el  enemigo  tome  el  puesto  que  no 
sabemos  guardar  ni  ixierecemos. 

Hay  treinta  mil  extranjeros  en  el  país,  y  seis  mil  esclavos: 
háganse  libres  esos  esclavos,  entusiásmese  esos  extran- 
jeros con  el  talismán  del  oro.  Y  saqúese  el  oro  de  las 
manos  enemigas  que  están  entre  nosotros.  Este  medio 
es  terrible  y  violento,  se  dirá.  Lo  dicen  los  niños,  y  se 
asustarán  los  papa-moscas.  El  que  sabe  lo  que  es  la  re- 
volución, no :  porque  la  revolución  es  la  ley  del  diablo, 
que   nada   respeta  y  nada  teme. 

Á  la  cuestión,  mi  amigo,  i'i  la  cuestii'm.  y  si('mi)re  á  la 
cuestión :  una  hora  [¡erdida  en  episodios  é  incidentes  es 
aciaga  y  nos  costará   caro.   No  duerma,   no  coma,  no  res- 


—  503  —  •         .  ■ 

pií'e  i)or  trabajar  en  dar  tono  á  las  cosas :  asedie  día  y 
noche  al  presidente  y  conquiste  á  viva  fuerza  sus  con- 
vicciones. 

Escríbame:  no  me  olvide.  Suyo 

JuAX  Ijautista  Albeudi. 

Señor  don  Martiniano  Cldlavert. 

^loutevideo,  10  de  noviembre  de  1841. 

Mi  estimado  amigo: 
He  leído  con  interés  la  apreciable  de  usted,  y  en  verdad 
lo  pruebo  cuando  resisto  el  sueño  que  me  oprime  en  estos 
momentos  para  contestarla. 

Estuve  decidido  á  no  aceptar  cargo  alguno  jamás: 
cuando  arribó  la  crisis  y  oí  al  general  Rivera,  admití  sus 
comisiones  en  el  senado  y  fuera  de  él:  hoy  no  tengo  un 
momento  de  reposo;  hago  cuanto  puedo  en  todo;  qui- 
siera multii^licarme  para  hacer  más:  estoy  dispuesto  á 
todo  cuanto  los  sucesos  consideren  útil  al  objeto  común- 
No  se  engañe  usted,  ni  caiga  en  nuestro  error  tan  co- 
mún de  no  contar  ó  de  no  apreciar  el  tiempo.  Hoy  los 
momentos  son  más  que  precisos  y  hasta  pensar  mucho 
los  malgasta  si  se  desatienden  por  eso  las  primeras  nece- 
sidades. Entiendo  que  entre  éstas  predomina  la  pronta 
presencia  del  general  Rivera  del  otro  lado  del  Uruguay; 
sin  ella  me  parece  tpie  todos  los  trabajos  serían  tardíos 
y  quien  sabe  si  malogrados.  Trabaje  usted,  pues,  para 
conseguir  este  objeto  á  todo  trance.  Ac^uí  se  persuadió 
al  general  que  hiciese  pasar  desde  luego  á  Medina  con 
l.-lOO  homln-es;  él  aseguró  haber  dado  las  órdenes:  si  así 
fuese,  pronto  estaría  en  el  Uruguay :  el  paso  de  tropas 
nuestras  es  una  de  las  pocas  garantías  positivas  de  este 
viaje;  pero  yo  recelo  que  aquellas  órdenes  no  se  hayan 
dado,  y  lo  que  es  peor,  que  Rozas  mande  refuerzos  al 
Entre  Ríos  de  un  día  á  otro.  El  general  nos  había  dicho 
que  pa-saría  el  río  Negro  por  Yapeyú:  la  noticia  de  su 
dirección  nos  desconcertó  y  acongojó. 


—  :>{)[  — 

VA  j4(niei';tl  P;i/.  hace  lüicn  uso  do  las  jmjsícíohos  (jue  le 
ofrece  su  tcrrciid.  pero  si  lOcliaj^üo  aumentase  su  ejéi'fito 
con  '2.()i)0  hombres  do  lio/as.  es  de  recelar  que  todo  se 
malograse  si  nosotirts  no  nos  hul)iésemos  anticipado. 

No  soy  absolutamente  de  la  opini(')n  de  usted  respecto 
á  la  ocupación  del  ejército  de  Kozas  en  el  interior,  pero 
convenimos  en  que  no  se  desmenibrarún  por  ahora  tropas 
de  allí  para  acá.  Puede  ser  que  Rozas  se  empeñe  en  apro- 
vechar del  estado  vacilante  de  Bolivia,  al  menos  i)ara  la 
reincorporación  de  Tarija. 

Continuaré  mi  corres[)ondencia  cuando  pueda:  espero 
la  de  usted  con  noticias  sobi'e  la  expedición:  ac]uí  se  tra- 
baja mucho  para  armar  esta  parte :  se  asjiira  jio  menos 
que  á  dos  mil  infantes  y  mil  caballos  de  línea,  fuera  de 
milicias,  y  á  im  «grande  armamento  en  la  fuerza  naval. 

No  tengo  tiemjto.  —  Soy  de  usted  affmo.  amigo  y  servidor 

().  n.  s.  m! 

Sax  riA(;o  Vás(,it-e/. 

¡  l'atriii  !     ¡  Lilicrtnd  !     ;  Constitución  ! 
Kl  (iiiliLViiaclrir  ili'  Corrii/iitos. 

Corrientos.  junio  :!  de  1H4:¿. 

Al  excelentísimo   señor  ¡^residente   del   Estado    Oriental  del   Vmgiiay. 
hrigadier  rjeneral  don  Fructuoso  Rivera. 

El  infrascripto,  gobernador  y  capitán  general  de  la  i)ro- 
vincia  de  Corrientes,  después  de  serias  reflexiones  para 
reconocer  autoridad  bastante  en  los  señores  generales  Paz 
y  López,  como  gobernadores  el  primero  de  Entre  liíos  y 
el  segundo  de  Santa  Ee.  y  plegarse  al  tratado  de  (ialarza. 
ha  tenido  que  })aralizar  la  marcha  que  lo  con<lucía  á  este 
ol)jeto,  porrpie  no  encuentra  en  ella  la  realiilad  de  sus 
destinos,  para  poder  celebrar  convenciones  entre  gobiernos 
legalmente  constituidos.  Luminosas  razones  que  se  han  te- 
nido en  vista,  satisfarán  á  V.  E.,  y  le  dará  mayor  claridad 
la  copia  adjunta  del  resultado  de  las  conferencias  (pie  han 


—  rm  — 

tenido  lugar  entre  el  doctor  don  Santiago  Derqui,  enviada 
extraordinario  y  ministro  plenipotenciario  cerca  de  este 
gobierno  y  su  comisionado  el  coronel  don  José  María  Piran. 

Sobre  estas  urgentes  cualidades  se  aglomeraV)an  mu- 
chas más,  para  no  podernos  entender  con  el  doctor  Dercjui. 
Su  conducta  pública  y  privada  ha  tocado  los  extremos. 
Un  idioma  descortés  ha  usado  en  sus  reuniones  para 
hacer  decaer  los  prestigios  de  la  autoridad,  y  sobreponién- 
dose á  los  respetos  de  ella  no  ha  mirado  su  posición  ni 
los  desagradables  resultados  que  preparaba  para  el  des- 
empeño de  su  propio  encargo.  Hay  más,  excelentísimo 
señor:  una  conducta  tan  contraria  al  carácter  que  inviste 
ha  puesto  al  vecindario  y  al  ejército  en  asecho;  lo  ha  pre- 
venido, y  ha  podido  muy  bien  tener  un  amargo  resultado 
la  conducta  hostil  con  que  ha  marchado  en  esta  cai^ital, 
desde  su  arribo  á  ella,  pronuilgando  ideas  3^  dando  noticias 
falsa    por  el  deseo  de  alarmar. 

El  gobierno  de  Corrientes  deseoso  de  unir  sus  esfuerzos 
á  los  de  V.  E.  jjara  la  destrucción  del  tirano  de  la  Repú- 
blica, se  ha  apresurado  á  nombrar  un  agente  prenumido 
y  habilitado  para  arriljar  con  V.  E.  á  un  tratado  racional, 
que  sea  la  columna  que  haga  la  felicidad  del  j^aís  que 
Y.  E.  representa,  y  el  de  los  argentinos.  La  Vjuena  fe  y 
los  intereses  recíprocos  serán  la  manera  que  proporcionen 
los  progresos,  y  V.  E.  y  el  gobierno  de  Corrientes  harán 
conocer  al  mundo  todo  que  sus  deseos  son  la  libertad  de 
la  patria. 

Dios  guarde  á   V.  E.  muchos  años. 

Pedro  Ferré. 

Seriar  don  Fructuoso  Hiccra. 
(Reservada.) 

Corrientes,  junio:!  de  1842. 

Compatriota  y  amigo  : 
El  Genio  del  mal  parece  que  siempre  anda  cruzando  nues- 
tros mejores  designios  en  obsequio  de  la  paz,  l)uena  inte- 


—  51  Mi  — 

ligciicia  y  se.iiui'iflad  ilr  nuestra  cara  ])ati'ia,  tal  (lel>e  haber 
sido  el  que  le  ins¡»ir(')  mandar  al  doctor  L)('r<]ui  en  calidad  de 
enviado  á  Corrientes,  después  de  los  sucesos  del  Paraná,  de 
que  creo  á  usted  todavía  poco  instruido:  á  este  hombre  cuya 
inconsecuencia  se  ha  empeñado  provocar  él  mismo:  á  este 
hombre  que  maldice  á  su  mismo  comitente;  á  este  hombre 
enviado  únicamente  por  usted  porque  los  otros  son  nomi- 
nales; que  antes  de  tratar  nada  ya  empieza  á  infundir  des- 
confianzas contra  usted  mismo  atril)uyéndole  aspiraciones 
á  disponer  de  toda  la  República,  en  momentos  que  no  desea- 
ríamos tratar  más  que  de  salvarla  del  poder  del  tirano;  cu- 
yas presunciones  sólo  viste  para  ocultar  las  suyas:  á  este 
hombre  á  quien  los  correntinos  no  pueden  mirar  sin  indig- 
nación, así  como  á  todo  su  círculo  y  que  ha  guardado  una  con- 
ducta en  esta  que  bien  pudiera  decirse  que  era  un  agente  del 
enemigo,  porque  ha  creído  de  ese  modo  cubrir  las  intrigas  del 
Paraná  que  tan  funestos  resultados  han  traído,  ¡lo  conside- 
raron propio  para  conciliar  las  urgencias  que  en  estas  cir- 
cunstancias nos  demanda  la  salvación  de  la  patria!  que 
quiere  sostener  la  legalidad  del  gobierno  del  general  Paz, 
en  los  momentos  que  á  mí,  al  comisionado  del  gobierno  y 
á  todo  este  pueblo,  ha  hecho  entender  que  Y.  se  había  ido  á 
Montevideo  por  veinte  días,  únicos  que  el  general  Paz  espe- 
raba para  irse  á  Montevideo  y  de  allí  á  Chile.  En  fin,  son 
una  iníinidad  de  cosas  de  que  puede  instruirle  el  coronel 
Piran  como  testigo  de  los  sucesos  del  Paraná  y  de  esta  capi- 
tal para  cjue  le  sirvan  de  regla. 

Déme  su  opinión'con  la  misma  reserva  y  franqueza  que 
hago  en  esta,  respecto  á  lo  que  podemos  convenir  con  los 
republicanos. 

Si  algunas  restricciones  le  jíide  el  enviado  respecto  al 
tratado  que  debemos  celebrar,  ó  mejor  diré,  recibir,  acceda 
porque  todo  debe  ser  obra  de  la  buena  fe;  así  tapamos  la 
boca  á  todos  y  mucho  más  á  los  que  alarman  á  los  pueblos 
con  las  pretensiones  que  suponen  en  V. 

Después  de  muchos  días  (|ue  estuve  en  el  Paraná  vine  á 
saber  indirectamente  (pie  había  deseado  hiciésemos  rescin- 


—  no7  - 

dir  nuestro  tratado,  sin  saber  hasta  hoy  cómo  fué.  ni  qué  se 
le  contestó.    Algún  día  hablaremos. 
Soy  de  V.  affmo.  amigo 

Pedro  Ferké. 


¡Patriíil   ¡Libertadl   ¡Cuiistitucióiil 

El  gobernador  y  capitán 
general    de    la    Provincia. 

Corrientes,  junio  17  de  1842. 
Al  exorno,  señor  Presidente  del  Estado  Oriental  del  Uruguaij. 

Por  los  testimonios  fehacientes  que  tengo  el  honor  de 
acompañar  á  esta,  se  instruirá  S.  E.  el  señor  presidente 
de  la  conducta  irregular  con  que  el  doctor  don  Santiago 
Derqui  ha  reagravado  sus  anteriores  procedimientos,  jus- 
tiíi cando  aún  más  la  sensible  necesidad  en  que  este 
gobierno  se  vio  desde  principio  del  corriente,  de  preve- 
nirle pidiese  su  pasai)orte,  cerrando  con  él  toda  comuni- 
cación relativa  al  objeto  de  su  misión,  tan  sagrado  é  im- 
portante para  los  gobiernos,  en  armas  contra  Kozas,  como 
por  desgracia  mal  desempeñado  por  aquel  señor  según 
de  todo  ello  le  supongo  informado  con  mayor  exten- 
sión. 

Este  suceso  tan  desagradable  por  wu  origen,  me  ofre- 
ce no  obstante  la  ocasión  de  acreditar  á  S.  E.  el  señor 
presidente,  y  al  general  Paz,  todas  las  consideraciones  de 
benevolencia  y  amistad  que  me  complazco  en  tribu- 
tarles; prescindiendo  en  su  obsequio  solamente  y  de  la 
gran  causa  que  sostenemos,  de  adoptar  con  el  señor  Der- 
qui las  medidas  que  en  otras  circunstancias  reclamarían 
en  este  caso  con  justicia, ■  la  dignidad  del  gobierno  y  los 
respetos  á  las  leyes  de  esta  Provincia,  debidos  por  to- 
dos y  con  mayor  razón  por  los  agentes  piiblicos. 

Quiera  el  señor  presidente  persuadirse  de  que  al  re- 
mitirle las  tres  comunicaciones  inclusas,  en  el  mismo 
estado  (^ue   se  hallaron   ocultas  de    un  .  modo  poco  digno 


—  niis  — 

(le  SU  (lii'ecci<')n.  me  aniíiüi  «■!  más  n'ralo  «leseo  de  ciilti- 
Vcir  nuestras  relaciones,  y  no  dudo  (jue  V.  E.  saljrá 
apreciar  dchidaiufut»*  los  not)l<*s  motivos  de  este  proce- 
dimiento. 

Dios  guarde  á  \'.  K.  nuichosaños. 

Pedro  Ferré. 


Pavsandú.  Octubre  20  «le  1842. 


El  v''"l"'i'"ailor  tío  l;i  jiro- 
viiiciii  (lo  Entre  Ríos. 


Al  exano.  señor  gobernador  ¡j  cajñián  general  mter ¿no  de  la  provincia  de 
Corrientes^  don  Manuel  Antonio  Ferré. 

Cuando  luí  llamado  á  reincorporarme  á  los  valientes 
del  ejército  correntino,  mis  antiguos  compañeros,  para 
combatir  contra  el  tirano,  contesté  que  nada  me  sería 
más  grato  si  veía  asegurada  la  nacionalidad  del  objeto  de 
la  guerra  y  organizada  la  revolución  de  modo  que  pudie- 
ra consultar  y  defender  los  verdaderos  intereses  argen- 
tinos. 

Con  este  objeto,  y  á  virtud  de  un  acuerdo  celebrado  en 
las  conferencias  tenidas  con  el  excmo.  señor  f)residente  de 
este  Estado,  como  se  informará  V.  E.  por  el  Protocolo 
del  que  se  ha  dado  un  ejemplar  á  los  gobiernos,  promoví 
un  arreglo  entre  los  gobiernos  argentinos  que  felizmente 
nos  hallábamos  en  este  punto  y  éramos  los  legítimos 
representantes  de  la  revolución.  Se  propusieron  varios  y 
sencillos  medios  de  centralizarla  y  darle  una  autonomía 
propia  para  que  pudiera  existir  por  sí  sola,  cuando  lle- 
gase un  momento  en  que  así  tuviera  que  lidiar  con  el 
poder  del  tirano;  según  consta  de  las  adjuntas  copias. 
El  excmo.  señor  gobernador  general  López  y  yo  estuvimos 
de  perfecto  acuerdo:  y  animados  de  sentimientos  verdade- 
ramente argentinos,  esforzamos  las  razones  en  que  era 
muy  fácil  abundar  para  demostrar  la  urgente  necesidad 
de  dar  el  centro  y  organización  que  nos  eran  indispen- 
sablemente   necesarios,   para  salvar    nuestra    infortunada 


—  rm  — 

patria,  expresándonos  con  la  franqueza  y  verdad  que  de- 
mandaba la  naturaleza  del  asunto,  y  que  debía  viarse 
entre  argentinos  y  hombres  de  honor;  pero  el  excmo.  se- 
ñor gobernador  don  Pedro  Ferré,  hizo  á  todo  una  alar- 
mante resistencia,  fundada  en  la  no  oportunidad,  que  él 
conocía,  para  centralizar  la  revolución,  y  en  otras  que 
él  mismo  dijo  no  podía  expresar  en  aquel  acto. 

Creo  conocer  muy  bien  esas  razones  reservadas,  entre 
otras  causas,  por  el  hecho  mismo  de  su  reserva:  y  creo 
también  por  una  consecuencia  legítima,  que  los  intere- 
ses argentinos  no  están  consultados,  ni  garantida  la  na- 
cionalidad en  la  guerra  contra  el  tirano.  Tal  es  mi 
opinión,  y  este  convencimiento  que  no  puedo  deponer, 
me  ha  determinado  á  separar  completamente  mi  perso- 
na de  la  actual  lucha. 

Mi  honor,  la  nacionalidad  de  mis  principios,  y  lo  más 
caro  de  mis  deberes  como  argentino,  no  me  permiten 
derramar  una  gota  de  sangre  de  mis  compatriotas,  sino 
es  con  el  exclusivo  objeto  de  restituirles  una  patria  libre 
y  un  régimen  legal  que  haga  la  garantía  de  su  bien- 
estar. 

Pero  cuando  hay  muchos  argentinos  libres,  alomados 
para  combatir,  no  puedo  ni  debo  envainar  mi  espada  sin 
manifestar  á  los  gobiernos  que  pertenecen  á  la  revolu- 
ción, y  muy  especialmente  á  la  heroica  provincia  de 
Corrientes,  las  razones  que  me  han  determinado  á  ello: 
reservándose   esplanarlas  y  analizarlas  oportunamente. 

Tengo  la  honra  de  dirigirme  á  Y.  E.  para  manifes- 
tarle el  sentimiento  que  me  causa  el  incidente  que  me 
separa  de  mis  compañeros  de  armas;  no  menos  que  la 
buena  disposición  en  que  he  estado  de  ayudarlos  en  la 
lucha  de  la  libertad,  y  para  saludarlo  con  la  expresión 
de  mi  distinguida  consideración,  aprecio   y  respeto. 

Dios  guarde   á  V.  E.  muchos  años. 

.José  INIaiíía  1*az. 
Santiago  Derqui. 


—  r,i()  — 

('n.\||'LEMENTi'    ,\  I,   (AI'ÍTrLíl   UIV 

Señor  coronel  don  Martiniano  Chilarert . 

Montevideo,  19  de  mayo  de  1842. 

Mi  querido  coronel : 
En  otra  de  ahora  cuatro  días  le  anuncié  que  había 
recibido  los  papeles  que  me  trajo  su  hermanito  Caste- 
llote.  He  suspendido  su  pul)licación  por  infinitos  moti- 
vos, y  usted  mismo  no  podrá  menos  que  aprol)ármelo. 
Primeramente,  porque  ha  sido  el  consejo  de  sus  amigos 
de  usted  á  quienes  consulté  según  sus  órdenes.  Después, 
que  han  venido  en  un  instante  de  alarma  y  movimien- 
to general;  y  nadie  estaba  para  ocuparse  de  tales  asun- 
tos. Por  otra  parte,  la  cuestión  versa  sobre  operaciones 
de  guerra,  y  como  el  enemigo  está  en  aptitud  de  tomar 
las  que. le  convenga,  no  es  ])ueno  que  nosotros  mismos 
se  las  demos  á  conocer.  Agregue  usted  á  esto  que  la 
intolerancia  natural  que  rige  en  momentos  de  alarma, 
haría  imposible  la  publicidad  de  documentos  que  mues- 
tran la  indisposición  de  dos  personas  altamente  coloca- 
das en  las  distintas  ramas  de  la  administración:  me  ha- 
rían callar,  me  votarían  del  país,  y  todo  el  mundo  halla- 
ría razón  al  Ministerio,  poríjue  en  efecto  todo  el  numdo 
aborrece  hasta  la  sombra  de  la  discordia  entre  nosotros. 
Quién  no  dirá  que  usted  está  lleno  de  razón?  la  alarma 
misma  en  que  estamos  aquí,  los  apuros  y  conflictos  del 
mismo  don  Santiago,  no  son  una  prueba  práctica  de  lo 
exacto  de  sus  aseveraciones  de  usted  que  tanto  desagra- 
daron al  chancleta  de  don  Santiago?  Usted  está  vindi- 
cado por  los  hechos  mismos,  en  esta  vez,  lo  mismo  que 
lo  fué  la  vez  pasada.  Deje  usted  andar  las  cosas  y  lle- 
gará un  día  en  que  usted  pueda  hablar  desde  una  alta 
posición  y  en  un  instante  de  quietud,  sobre  los  hechos 
pasados  referentes  á  su  persona.  Por  ahora,  ocuparse  de 
la  guerra   y  nada    más:    conquistar    á    la   bayoneta  y   en 


—  511  — 

silencio  un  punto  desde  donde  pueda  batir  en  brecha  á 
sus  detractores,   á   la  vista  y  gusto  de  todos  sus  paisanos. 

Le  diré  una  cosa  importante:  no  se  acuerden  de  los 
farrupillos  para  nada  por  ahora;  el  país  abunda  de  medios 
infinitos,  y  se  mirarla  con  razón  como  una  política  inhá- 
bil, la  de  traer  la  cooperación  de  fuerzas  extranjeras  con 
riesgo  de  comprometer  las  relaciones  de  este  país  con  el 
Imperio,  y  de  que  éste  nos  l)loquee,  como  no  está  quizás 
muy  lejos  de  que  suceda  según  avisos  positivos  que  se 
poseen . 

Hay  cuatro  quimeras  ridiculas,  de  que  no  debe  ocu- 
parse un  instante:  1%  la  toma  de  la  Bajada;  2\  la  pasada 
de  Brown;  3%  la  mediación  inglesa;  4»,  los  farrupillos. 
Todo  esto  es  de  una  política  romántica  y  novelesca  ente- 
ramente. Dejémosnos  de  sueños  y  zonceras.  El  país  tiene 
caudales  y  hombres  á  pote;  pues  señor,  estos  son  los 
verdaderos  pasados  de  Brown,  la  mediación,  etc.  Mien- 
tras seamos  débiles  los  ingleses  nos  han  de  tener  asco: 
si  queremos  la  amistad  inglesa,  coloquemos  diez  ingleses; 
si  queremos  que  se  nos  pase  Brown,  hagamos  un  ejérci- 
to de  diez  mil  hombres.  Al  frente  de  todo  el  mundo:  bus- 
car por  amigo  al  pobre  es  obtener  el  desjjrecio  y  rechifla 
universal:  hagámosnos,  pues,  fuertes  y  tendremos  todo  cuan- 
to queremos. 

Suyo  invariable  amigo 

J.  B.  Alberdi. 


Señor  don  Marliniano  Chilavert. 

Arroyo  del  Medio  (Durazno),  junio  25  de  1842. 

Mi  querido  amigo  y  compatriota: 
Estamos  aquí  y  hoy  mismo  marchamos  á  la  capital: 
no  hay  por  ahora  novedad  particular.  Según  los  datos 
que  tenemos  sobre  los  armamentos  practicados  en  la  ca- 
pital y  departamento  de  Montevideo,  podemos  montar  á 
10.000  hombres:  4.000  pueden  ponerse   en  campaña    como 


—  51'>  — 

veteranos.  í^os  esQlavos  se  arniaráii  según  la  opini(')ii 
general.  VA  centro  de  la  revolnciíüi  se  reúne  activamente 
por  todas  partes. 

I>í)s  dkirios  que  van  ú  Lavandera  le  instruirán  de  lo 
que  hay. 

Sn  amigo  y  compati'iuta 

.1.    L.    TUsi'A.MANTE. 


Monteviiloo.  agosto  24  do  1842. 

Mi  quei^-i^o  señor  Mandeville  : 

Con  la  nota  oficial  del  O  en  qiw  me  acusa  recil)o  de 
la  que  tuve  la  honra  de  dirigirle  con  el  señor  conde  De- 
lurde  en  O  del  coíTiente,  he  recibido  la  aprecialjle  carta 
particular  de  la  misma  fecha  de  su  nota. 

He  leído  muy  detenidamente  su  carta  y  veo  con  sen- 
timiento que  no  he  acertado  á  explicarme  con  la  clari- 
dad que  deseaha  para  ser  comprendido.  No  ha  sido  mi 
intención  ni  mi  deseo,  que  antes  de  negarse  positivamen- 
te el  gobernador  Rozas  á  admitir  la  mediación  de  la 
higiaterra  y  de  la  Francia.,  se  le  conminase  de  cualquier 
modo  para  forzarlo  á  aceptarla:  conozco  muy  bien  que  esto 
€8  inusitado  y  que  seria  impolítico  y  por  lo  mismo  no 
podía  pedir  á  usted  y  al  señor  conde  Delurtle  que  salie- 
sen de  las  prácticas  establecidas. 

Mi  demanda  era  para  el  caso,  desgraciadamente  muy 
probable,  deque  el  gobernador  Rozas  rehusase  obstinada- 
mente la  mediación  y  se  negase  á  todo  acomodamiento. 
El  gobierno  de  S.  M.  B.  tiene  la  decidida  voluntad  de 
que  la  guerra  cese  y  se  preserve  la  tranquilidad  y  bien- 
estar de  la  Repiíblica  del  Uruguay  y  que  se  comprome- 
terían con  la  invasión  del  ejército  del  gobernador  Ro- 
zas: para  conseguir  el  gobierno  inglés  su  objeto,  ha  hecho 
ofrecer  nuevamente  su  mediación  en  unión  con  la  Fran- 
cia. Ha  hecho  más:  ha  ordenado  á  usted  que  en  caso 
de  negarse  obstinüdamente  el  general   Rozas,  se  le  decía- 


—  ni;í  —     ■ 

re  terminantemente  que  las-  .potencias  mediadoras  no 
serán    indiferentes  en  esta   guerra  sanguinaria. 

No  puedo  entender  que  el  gobierno  de  S.  'M.  d^pués 
de  haber  sufrido  una  primera  repulsa  del  gobernador 
de  Buenos  Aires,  hiciese  una  mera  y  formal  oferta  de  esa 
mediación,  sin  la  resolución  de  sostenerla  en  caso  de  ser 
nuevamente  despreciada;  ni  cjue  hubiese  ordenado  á  usted 
declarase  al  mismo  general  Rozas,  que  no  seria  indife- 
rente en  esa  guerra  si  se  empeñaba  en  llevarla,  adelante, 
sino  estuviese  decidido  á  ejecutar  su  declaración.  Esta 
declaración  en  mi  concepto  no  ha  de  ser  v;ina:  la  orden 
que  Lord  Aberdeen  dice  haber  dado  de  hacer  cesar  la 
guerra,  se  ha  de  cumplir. 

Sobre  estos  datos,  y  poniéndome  en  el  caso  de  negarse 
obstinadamente  el  gobernador  de  Buenos  Aires  á  todo 
acomodo,  es  que  pedí  á  usted  y  al  señor  conde  Delurcle  se 
le  hiciese  la  declaración  de  que  los  mediadores  guarne- 
cerían la  cajútal  <le  ]Montevideo,  y  permitirían  el  arma- 
mento de  la  población  extranjera.  Tal  declaración  no  se- 
ria sino  una  consecuencia  forzosa  de  la  cjue  usted  en 
cumplimiento  de  sus  instrucciones  y  en  su  caso,  debe 
hacer  al  general  Rozas,  de  que  8.  M.  B.  no  sería  indife- 
rente á  la  continuación  de  la  guerra.  Creo  que  tal  decla- 
ración como  amenaza  en  el  caso  hipotético  en  que  la  pido, 
tendría  muchos  y  nuiy  recientes  ejemplos  en  que  apo- 
yarse, y  no  podría  considerase  inusitada:  sería  sólo  pre- 
parar la  ejecución  de  la  declaración  de  que  el  gobierno 
británico  no  sería  indiferente  .  en  la  guerra  actual:  pero 
sería  sobre  todo,  en  mi  concepto,  conforme  á  las  órdenes 
y  deseo  de  su  gobierno  que  no  puedo  creer  que  haya 
ofrecido  y  hecho  esperar  cosas  que  no  quisiera  cum- 
plir. 

Por  lo  que  hace  á  la  otra  objeción  que  opone  á  mi 
pretensión,  de  que  el  oficial  comandante  de  la  estación 
naval  inglesa,  se  reiría  de  usted  si  le  pidiese  que  pusiese 
sus  hombres  en  tierra  y  guarneciese  á  Montevideo  sin 
mostrarle  órdenes    terminantes   de   su  gobierno,  tampoco 

TOMO    III.  .33 


lia  sido  mi  ánimo  ponerlo  á  usted  en  este  oontlicto:  ni 
lie  ci'eído  ([ue  aparecería  usted  en  ridículo  ante  ese  go- 
bernador ]X)r  hacer  una  declaracifin  que  por  falta  de 
medios  no  })udiese  usted  ejecutar  inmediatamente.  Usted, 
querido  señor  Mandeville,  tiene  el  honor  y  la  fortuna  de 
pertenecer  y  servir  á  una  nación  demasiado  poderosa  y 
grande  para  poderse  nunca  i)oner  en  ridículo.  El  gene- 
ral Rozas  y  todo  el  mumlo  sa'Oe  cjue  la  Inglaterra  tiene 
soljrados  medios  de  cumplir  lo  que  dice  y  exija  y  no 
puede  usted  temer  (jue  después  de  haber  dicho  su  go- 
bierno (pie  había  mandado  cesar  esta  guerra,  y  de  que- 
rerlo eficazmente,  como  yo  lo  creo,  dejase  á  usted  sin 
los  medios    de  sostener  su  declaración. 

En  lo  que  yo  he  pedido  á  usted  y  al  señor  conde 
Delurde,  no  he  buscado  tanto  el  apoyo  de  la  fuerza  física 
como  el  efecto  moral  que  tal  declaración  creo  que  pro- 
duciría sobre  la  obstinación  del  general  Rozas:  dos  ó  tres- 
cientos ingleses  y  franceses,  ó  igual  número  de  unos  ú 
otros,  no  harían  inespugnable  á  Montevideo,  pero  mostra- 
rían que  la  protección  que  los  mediadores  le  dispensan 
era  formal  y  seria:  si  usted  se  considera  sin  medios,  por- 
que no  puede  sin  órdenes  expresas  de  su  gobierno  re- 
querir que  el  comandante  de  la  estación  naval  inglesa 
en  el  río  de  la  Plata  desembarque  hombres  en  Monte- 
video, el  señor  conde  Delurde  no  está  en  el  mismo  caso 
que  usted,  porque  tiene  á  su  disposición  lo  bastante  para 
poner  en  tierra  200  hombres  mientras  usté  i  y  él  au- 
mentan sus  medios  de   acción. 

Cuando  hice  al  señor  conde  Delurde  igual  solicitud 
que  á  usted,  se  limitó  á  un  simple  acuse  de  reciljo  por 
toda  contestación,  porque  ninguna  podía  darme  antes  de 
conferenciar  y  ponerse  de  acuerdo  con  usted;  y  yo  espero 
que  considerando  usted  nuevamente  este  negocio  no  le 
parecerán  tan  fuertes  las  objeciones  que  usted  ha  hecho 
á  mi  solicitud,  y  que  me  dará  usted  en  consorcio  del 
señor  conde  Delurde   una    contestación   á   ini  nota  del  7 


—  515  — 

omitiendo,  si  usted  lo  creyese  conveniente,  expresar  las 
razones  que  me  ha.  manifestado  en   la  carta  particular. 

Yo  agradezco  á  usted  el  t^ue  haya  querido  escribirme 
su  carta  privada  para  manifestarme  las  razones  que  le 
impiden  acceder  á  mi  protección,  porque  esta  comunica- 
ción conlidencial  se  adapta  mejor  á  mi  carácter  y  con- 
fianza con  que  gusto  tratar  los  negocios.  Espero  que 
usted  perdonará  mi  insistencia  en  esto  porque  conoce  mi 
posición  personal  con  respecto  á  los  hombres  influyentes 
del  país,  á  quienes  he  trasmitido  la  confianza  que  me 
han  inspirado  el  gobierno  inglés  y  usted  á  c|ue  tengo 
el    honor  y  el  gusto  de  saludar.  S.  S. — Francisco  A.  Vidal. 

Es  conforme: 

Juan  A.  (telly. 

Señor  don  Fructuoso  Rivera. 

Montevideo,  septiembre  19  de  1842. 

Mi  particular  amigo. 

Recibí  su  estimada  del  10,  en  que  me  comunica  haber 
empezado  en  ese  día  á  pasar  el  Yí  y  que  en  los  cuatro 
siguientes  se  pondrá  en  marcha,  pero  ningima  más  he 
recibido  de  usted  en  contestación  á  las  mías,  que  supon- 
go no  dejará   de  dármelas  antes  de  salir  del   Durazno. 

Remito  á  usted  la  adjunta  copia  de  la  comunicación 
del  señor  ministro  Mandeville,  que  al  leerla  juzgará  que 
he  tenido  razón,  cuando  muchas  veces  le  he  dicho  que 
el  negocio  de  la  mediación  no  debíamos  esperar  sus  re- 
sultados, sino  del  tiempo,  y  que  debíamos  ponernos  fuer- 
tes para  ganar  ese  tiempo.  Ya  ve  usted  que  Rozas  nada 
ha  contestado  todavía  y  que  yo  me  temo  que  muchos 
días  entretendrá  hasta  dar  su  contestación,  que  por  mi 
opinión   será   la  de  no  querer  2)clz  con  nosotros. 

Incluyo  también  copia  de  la  comunicación  que  le  diiigí 
el  24  de  agosto,  c^ue  es  á  la  que  alude  el  final  de  su 
carta:    de  la    lectura  de    unas   y  otras  inferirá    usted    lo 


—  r,i(i  — 

que  .se  quiere  decir  en  ese  íiiial  y  á  lo  que  hace  refe- 
rencia. 

Es  de  necesidad  que  Kozas  haya  contestado  á  los  mi- 
nistros para  que  podamos  nosotros  formar  juicio  de  lo  que 
hacen  de  la  repulsa  de  Rozas.  Si  yo  hubiese  de  estar  de 
buena  fe  á  varias  comunicaciones  del  ministro  Mandevi- 
lle,  ya  podría  contestar  á  usted  en  este  caso:  pero  como 
por  desgracia  de  la  especie  humana,  tiene  el  corazón  del 
hombre  tantos  dobleces,  yo  temo  atenerme  á  las  [talabras 
y  quiero  esperar  ver  algunas  obras. 

No  quiero  dejar  de  prevenirle  que  es  necesario  tener 
mucho  cuidado  con  los  j^untos  de  Colonia  y  demás  de  esa 
costa.  Se  agitan  las  noticias  de  Buenos  Aires,  anuncian- 
do los  temores  de  que  Rozas  algo  intente  sobre  la  Colo- 
nia, y  la  confirman  añadiendo  que  don  Ignacio  Oribe  y 
Sauza,  salieron  de  Buenos  Aires  de  cierto,  pero  que  no 
fueron  para  la  Bajada,  que  fueron  á  Martín  García.  De 
este  hecho  yo  no  puedo  responder,  pero  sé  que  salió  el  12 
de  Buenos  Aires  de  cierto,  lo  mismo  que  Mansilla  había 
salido  el   11. 

Con  esta  misma  fecha  escribo  al  general  Medina  y 
bajo  la  cul)ierta  de  ésta  al  señor  Estivao,  previniéndole 
el  gran  cuidado  que  se  debe  tener  sobre  aquellas  costas, 
retirar  de  ellas  todas  las  caballadas,  y  tener  las  fuerzas 
de  que  se  pueda  disponer  prontas  ú  repeler  el  ataque 
que  se  nos  pudiera  hacer  por  el  punto  de  la  Colonia; 
yo  creo  que  usted  conviniendo  en  esto  mismo  reproducirá 
sus  disposiciones  con  la  brevedad  que  requiere  el  caso; 
pero  por  mi  opinión,  creo  que  debe  pecarse  jwr  estar 
preparados  antes  que   dormidos. 

Nuestros  amigos  y  yo  también  estamos  deseosos  de 
saber  de  usted,  si  calculando  que  nuestros  medios  de 
defensa  aun  sean  pocos,  y  fuera  necesario  correr  de  una 
vez  todos  los  disgustos  que  deben  pasar  sobre  el  país 
antes  que  exponerlos,  por  no  tocarlos,  á  correr  el  riesgo 
de  poner  en  duda  la  defensa  de  la  Repúl)lica.  quisiéra- 
mos, })ues.  rei»ito,  saber  de  usted  con   pronliluil.   si  quiere 


—  :>r,  — 

y  es  (le  opinión  se  declarase  la  libertad  de  la  esclavatura, 
para  que  haciendo  uso  de  ella  en  toda  la  República,  se 
tomasen  para  las  armas  los  útiles,  unos  para  caballería 
y  los  otros  para  infantería.  P]l  refregar  la  llaga  á  cada 
instante  es  de  cierto  bastante  duro  para  el  gobierno  que 
no  desea  otra  cosa  que  hacer  sufrir  al  puel)lo  lo  menos 
posible;  los  hombres  que  miran  los  toros  de  la  valla  nun- 
ca sufren  tanto  como  los  toreadores  que  son  los  que  tie_ 
nen  que  juzgar  de  las  capacidades  del  toro  para  hacer 
sus  lances  y  endurecer  el  lomo,  ya  que  están  delante  del 
peligro:  yo  conozco  muchísimo  el  disgusto  que  ima  medida 
tal  ha  de  traer  á  toda  la  República,  pero  yo  no  quiero 
sufrir  más  reproches  de  muchos  que  opinan  por  la  tal 
medida:  si  ella  es  precis<i  para  defender  el  país;  si  usted 
la  reconoce  como  tal  y  los  más  la  quieren,  yo  fregaré  la 
llaga,  que  también  me  duele,  pues  que  en  esto  de  de- 
fender el  país  yo  no  acostumbro  quedarme  atrás.  Con- 
tésteme, pues,  con  brevedad  porque  se  quiere  tomar  una 
resoluci(3n. 

Ninguna  cosa  tengo  más  (|ue  decirle  sino  que  S(^y  su 
verda<lero  amigo  Q.  S.  'SI.  15. 

Fkancisco  Am'oxino  Vidal. 

C0M1'LEME\T(I    .\L  CAPÍTULO  XLV 

Señor  coronel  don  Martiniano  Chilavert. 

Avenas,  diciemljre  27  de  1<S42. 

Hoy  se  ha  recibid(j  la  nota  oficial  de  usted  al  jefe  del 
E.  M.  y  su  estimada  particular  de  fecha  de  ayer  datadas 
en  el  paso  de  Navarro:  en  su  virtud  soy  impuesto  de  que 
nuestra  artillería  necesita  tomar  un  punto  donde  pueda 
repararse  y  ponerla  en  estado  de  que  sirva  á  su  tiempo. 
En  esta  virtud  diríjase  usted  con  ella  á  la  barra  de  Santa 
Lucía  Chico  pasando  este  río  por  el  paso  de  Ceferino;  en 
aquel  punto  he  mandado  establecerse  un  campo  con  las 
tropas  que  saldrán   de     Montevideo    y    allí    tendrá    usted 


—  r.i8  — 

todo  lo  necesario  para  establecer  vina  maestranza  con 
qne  pueda  repararse  los  desmanchos  de  nuestro  i)arque. 
\,e  mando  á  iisteil  un  nfirial  con  una  partiila  de  Ki  indi- 
viduos de  tropa  para  que  los  emplee  en  la  conducción  de 
las  piezas  hasta  el  i)unto  que  le  indico  y  después  se  ven- 
drá á  reunir  al  ejército.  Los  Aguerridos  también  lian  de 
marchar  con  usted:  en  lo  demás  ya  he  dejado  arregladas 
mis  avanzadas  sobre  el  Uruguay.  He  puesto  ya  un  de- 
sierto desde  el  Uruguay  al  río  Negro;  ahora  me  voy  á 
ocupar  de  la  reunión  y  organización  de  nuestras  caballe- 
rías y  situarme  en  Quinteros  mientras  organizo  las  infan- 
terías y  artillerías  en  Santa  Lucía,  pues  según  veo  habrá 
tiempo  para  todo,  porque  Oribe  con  el  grueso  de  su  ejér- 
cito está  todavía  del  otro  lado  del  Uruguay,  excepto  una 
fuerza  como  de  300  hombres  que  han  colocado  en  el  Salto. 

Ya  sabrá  usted  que  la  batalla  que  perdiiTios  en  el  Arro- 
yo Grande  nos  ha  dado  la  libertad  de  la  esclavatura: 
ahora  ¡viva  la  patria!  amigo,  no  falta  más  que  hacer  el 
empeño  que  hemos  hecho  siempre  por  ella. 

El  g"ol)ierno  sin  duda  asustailo  ha  hecho  algunas  cosas 
incompatibles  á  su  actual  posesión;  las  he  desaprobado 
y  cuento  con  que  convencido  resolverá  sobre  sus  pasos 
y  volveremos  á  marchar  como  estábamos.  Si  así  no  fuese, 
no  tendré  yo  la  culpa  de  los  inconvenientes  que  han  de 
tocarse  para  marchar  acordes.  Yo  voy  á  situarme  maña- 
na en  Quinteros,  y  desde  allí  le  daré  mis  noticias  comu- 
nicándole cuanto  (jcurra. 

Yoy  á  situar  todas  las  familias  en  el  rincón  de  los 
Ocampos;  si  algunas  de  las  que  han  pasado  al  norte  del 
río  Negro  se  encontrasen  por  esa  altura,  yo  le  digo  á 
usted  que  deben  marchar  al  punto  indicado  con  el  mayor 
Moreno,  destinado  para  este  objeto;  de  todo  lo  demás  es- 
tamos bien;  el  enemigo  nos  da  tiempo  para  organizamos: 
si  el  gobierno  hace  lo  que  he  dicho  nada  nos  ha  de  em- 
l)arazar  para  salvar  la  patria.  Estoy  marchando  y  no 
puede  ser  más  extenso  su    amigo  y  S.  S.  Q.  B.  S.  ^I. 

Khtctuoso  River.\. 


ÍNDICE  DEL  TOMO  TERCERO 


CAPÍTULO  XXX. —  AV  bloqueo  francés  (IS.'W). 

I.  Lii  qnerrlla  ili'  la  Fraiieia  y  el  ]ilan  (louiineiado  por  el  ministro  lloreno.— 
II.  Rozas  y  las  pnteiiL'ias  reoolonizadoras.-- III.  Cómo  interpretó  Hozas  el 
sentimiento  nacional.— IV.  Cómo  obligó  á  la  Europa  á  estudiar  sus  verda- 
deros intereses  en  .A.nn'riea;  opinión  de  Sarmiento. — V.  La  ley  de  10  de  abril 
de  1821  y  la  reflamaeión  del  cónsul  do  Francia  en  1830.  —  VI.  Principios  que 
tija  el  ministro  .\ncliorena  ;  derecho  del  soberano  para  imponer  al  extranjero 
residente  cargas  correlativas  á  los  derechos  que  le  acuerda. — \ll.  El  extran- 
jero residente  ([ue  acepta  estos  derechos  en  cambio  de  obligaciones  correla- 
tivas, no  puede  invocar  en  contraposición  de  estos  últimos  los  dereclios  de 
que  gozaba  en  el  pais  de  su  origen.  —VIII.  El  soberano  puede  dispensar 
exención  determinada  en  cuanto  no  menoscabe  los  beneficios ;  pero  ella  jio 
se  puede  invocar  por  tercero  sino  jíor  via  de  tratado. — IX.  El  cónsul  de 
Francia  invoca  los  derechos  relativos  á  los  transeúntes  :  distinción  que  hace 
Anchorena.  — X.  La  capitulación  Yetancourt.  — XI.  Cómo  córtala  cuestión 
el  ministro  Anchorena. — XII.  El  vicecónsul  de  Francia  insiste  en  que  sea 
abrogada  la  ley  de  1821  y  considerados  los  franceses  como  lo  eran  los  brit;l- 
nicos  por  el  trfitndii  de  lS2."i. — XIII.  Lo  insólito  de  estas  pretensiones  y  el 
tono  insultante  del  vicecónsul.  —  XIV.  El  gobierno  de  Buenos  ."Vires  le  niega 
personeria  y  le  da  los  pasaportes  que  solicita. — XV.  La  ley  de  1821  y  los  prin- 
cipios internacionales  que  regían  en  18.38:  espíritu  de  la  legislación.  — XVI. 
Los  Estados  Unidos  sancionan  el  principio  moderno  sobre  condición  de  los 
extranjeros  residentes.  —  XVII.  La  Francia  reclama  de  ellos  y  los  Estados 
Unidos  alegan  idénticamente  lo  mismo  que  alegó  el  gobierno  de  Rozas  en 
1838.  —  XVIII.  El  contraalmirante  Leblanc  presenta  un  agregado  de  exigen- 
cias al  frente  de  las  fuerzas  navales  de  Francia.  —  XIX.  El  gobierno  de 
Rozas  reproduce  sus  declaraciones  y  se  resiste  á  discutir  reclamaciones  con 
'.xnjefe  militar.  — XX.  Leblanc  declara  Buenos  Aires  y  el  litoral  en  estado 
de  bloqueo. — XXI.  El  gobierno  de  Rozas  protesta  de  la  ilegalidad  del  bloqueo. 
XXII.  Lo  que  exigía  realmente  el  contraalmirante  :  informes  que  acreditan 
la  falsedad  de  los  hechos  que  invoca.— XXIII.  Cómo  contesta  Rozas  las  reti- 
cencias del  contraalmirante. — XXIV.  Términos  en  que  Rozas  coloca  la 
cuestión.  — XXV.  Cómo  levanta  Rozas  el  principio  de  la  soberanía  nacio- 
nal.— XXVI.  Carácter  délas  agresiones  simultáneas  de  la  Francia  en  Sur 
.Vmérica.— XXVII.  Lo  que  salvó  Rozas  resistiendo  á  la  agresión  de  la  Fran- 
cia :  contraste  entre  su  conducta  v  la  de  la  Francia 


Páa 


—  nt2(i  — 


(WrÍTI  L(i  \\\\.  —  A;/n:<;o,u'.'.-  del  extranjero  (18:W). 


Púí 


I.  Situación  olicial  creada  ¡lor  ol  bloqueo  li'aiici's.  —  II.  La  crisis  comer- 
cial y  econónüca.— III.  Ecoiioinias  forzadas  que  el  gobierno  introduce  cu 
el  presupuesto  y  recursos  (pío  se  crea.— IV.  Hozas  somete  ;í  la  legislatu- 
ra la  consideración  ile  hi  cui'stión  con  la  Francia. — V.  La  cuestión  de 
fondo:  Sarmiento  aimiila  treinta  años  después  los  uiismos  peligros  que 
á|iuntaba  Rdzas. — VI.  (^Mltroversia  en  la  cuestión  de  fondo:  conspiración 
contra  Hozas. — VII.  Huidosos  debates  en  la  legislatura:  dictamen  aproba- 
torio de  la.  conducta  de  Hozas.:  proyectp  en  disidencia  del  diputado  Wright. 
— VIII.  Discurso  de  Ancliórena.— IX.  García  sostiene  el  dictamen  de  la 
comisión. — X.  Boceto  del  parlamentario  Wright. — XI. Critica  do  su  proyec- 
to.— Xil.  La  experiencia  de  las  leyes  análogas  que  vinieron  después,  y  las 
vistas  de  los  publicistas  argentinos. — XIII.  Dificultad  para  la  reforma  si 
se  liubiesd  sancionado  el  proyecto  Wright.— XIV.  Discurso  de  Medrano.— 
•  XV.  Sanción  del  proyecto  de  la  mayoría:  los  gobiernos  de  provincia  aprue- 
ban la  conducta  de  Hozas. — XVI.  Disidencia  de  don  Estanislao  López:  don 
Domingo  Cúllen.— XVII.  Fallecimiento  de  López:  sinopsis  histórica. — XVIII. 
Santa  Fo  resiste  el  nombramiento  de  Cúllen:  don  Juan  Pablo  López  es  ele- 
gido gobernador.— XIX.  El  itllimi'itum  del  cónsul  Roger.— XX.  Contesta- 
ción del  gobierno  de  Rozas:  la  cuestión  de  hechos.— XXI.  La  condición  de 
tratar  á  los  franceses  residentes  como  á  los  subditos  de  la  nación  más 
favorecida.'—  XXII.  Mediación  solicitada  del  ministro  de  S.  M.  B. 
—  XXIII.  El  cónsul  Roger  acepta  la  mediación.  —  XXIV.  Rivera  y 
los  prohombres  unitarios  lo  disuaden. — XXV.  El  cónsul  vuelve  sobre  su 
aceptación  y  en  el  ínterin  las  fuerzas  aliadas  de  Francia  y  de  Rivera  ata- 
can la  isla  dellartin  García.— XXVI.  Medios  de  defensa  en  la  isla.— XXVII. 
Intimación  del  comandante  Doguenet  al  jefe  de  la  isla:  la  respue  sta  del 
comandante  Costa.— XXVIII.  .asalto  y  toma  de  la  isla.— XXIX.  La  nota 
honorífica  de  los  vencedores  á  los  vencidos.  — XXX.  Impresión  que  dejó  la 
agresión  de  los  extranjeros. — XXXI.  Los  términos  de  la  lucha  entre  Rozas 
y  sus  enemigos.- XXXII.  Doña  Encarnación  Escurra.- XXXIII.  Su  falle- 
cimiento y  honores  fúnebres.— XXXIV.  El  origen  del  cintillo  federal.— 
XXXV.  El  general  Alejandro  Heredia.— XXXVI.  Plan  para  asesinarlo:  el 
drama  de  Lules.— XXXVIT.  Ojdnion  de  los  gobernadores  sobre  este  asesinato.  23 

CAPÍTT.LO  XXXll.  —Los  aliados  contra  lioz-as  (183.S-1839). 

I.  .\lcance  que  se  dio  á  las  agresiones  de  la  Francia.— II.  La  prensa  de 
ambos  mundos  y  los  publicistas  enemigos  de  Rozas.— III.  Ideas  del  gene- 
ral Lavallc  sobrí'  el  particular. — IV.  Lo  que  empujaba  á  la  primera  coali- 
ción contra  el  gobierno  del  general  Rozas. — V.  Lo  que  buscaban  los  coalí- 
gados. — VI.  Tratado  de  alianza  entre  el  general  Rivera  y  el  gobernador 
Berón  de  .estrada,  bajo  la  protección  de  la  Francia. — VII.  Consecuencias  de 
este  tratado:  la  reacción  contra  Astrada.— VIII.  Rivera  lo  declara  la  guerra 
al  gobierno  argentino. — IX.  Berón  de  .\strada  hace  igual  declaración,  y 
solicitado  los  agentes  de  Francia  que  levanten  el  bloqueo  á  Corrientes: 
condicioni's  que  imponen  los  franceses. — X.  .\strada  separa  Corrientes  de  la 


—  521  — 


Páa 


Confederación  y  suscribo  ;l  las  exiK'cucias  de  la  Francia. — XI.  El  Lrobicrno 
argentino  refuerza  el  ejército  de  Entre  Uios:  Ecliagüe  marcha  sobre  Berón 
de  Astrada. — XII.  Batalla  dul  Pago  Largo  :  derrota  y  muerte  de  Berón  de 
Astrada. — XIII.  Cómo  rejiuta  esta  victoria  el  gobierno  artrentino:  amnis- 
tía parcial  (¿ue  concede. — XIV.  La  inacción  de  Rivera. — XV.  El  sistema 
de  Rivera:  el  despilfarro  y  los  que  lucraban  con  éste. — XVI.  don  Blas  Dcs- 
pouy  lo  insta  á  nombre  de  los  agentes  de  Francia  á  que  invada  Entre  Rios. 
-^XVII.  Pretextos  que  opone  Rivera. — XVIII.  Su  negociación  de  paz  con 
Rozas:  sus  cartas  á  Lavalleja. — XIX.  Trabajos  de  don  Domingo  Cúllen  en 
las  provincias,  de  acuerdo  con  Rivera  y  los  franceses:  muerte  de  Cúllen. — 
XX.  La  Comisión  Argentina  y  el  general  Lavalle, — XXI.  Las  declameio- 
nes  de  Várela,  Carril  y  Lavalle  y  la  invitación  del  primero  jiara  que  Lavallc 
tome  las  armas  en  unión  de  Rivera  y  con  el  auxilio  de  la  Francia. — XXII. 
Boceto  del  doctor  Várela. — XXIII.  Várela  decjdí!  á  Lavalle  á  hacer  la  gue- 
rra en  alianza  ron  los  agentes  de  Francia  y  con  Rivera. — XXIV.  Várela 
solicita  el  concenso  de  Rivera. — XXV.  Emulación  de  este  último:  Varehí,  se 
esfuerza  en  mostrar  que  Lavalle  servirá  bajo  las  órdenes  de  Rivera. — XXVI. 
Lavalle  ofrece  á  Rivera  sus  servicios:  Rivera  no  los  acepta. — XXVII.  Lava- 
lle se  prepara  á  salir  de  Montevideo  con  los  emigrados  y  Rivera  dicta  medi- 
das para  impedírselo. — XXVIII.  Embarque  de  Lavalle  para  Martin  García. 
— XXIX.  Rivera  se  declara  cooperador  de  Lavalle  cuando  Rozas  rechaza 
sus  proposiciones  de  jiaz.— XXX.  Nuevas  agresiones  de  las  fuerzas  de 
Francia  ala  Confederación  .\rgentiua:  desembarcos  en  las  costas  norte  y 
sur  de  Buenos  Aires 60 

CAPÍTI.LO  WWW.— La  conJKracwn  de  M«:.<i.  (1880). 

I.  La  conspiración  en  Buenos  .\ires;  conocimientos  que  tenía  Rozas  al  res- 
.  jiecto. — II.  Su  confidencia  á  Terrero. — III.  La  tertulia  de  Fernández  y  los 
avisos  de  La  Gaceta  Mercantil . — IV.  La  frase  de  Rezas  al  comandante 
Maza  y  lo  que  sobre  la  conjuración  dice  el  general  Paz. — V.  Los  que  inicia- 
ron la  conjuración:  banquete  de  la  Asociación  Mayo.—\l.  La  fracción 
revolucionaria  de  esta  asociación  y  el  comandante  Maza. — VII.  Elementos  de 
que  Maza  disponía:  los  conjurados  se  comunican  con  Lavalle  por  medio  de 
Tejedor. — VIII.  Maza  invita  á  Lavalle  á  que  desembarque  en  Buenos  Aires 
con  banderas  argentinas  solamente:  trabajos  del  doctor  Maza  en  la  legisla- 
tura.— IX.  Plan  general  de  la  conjuración. — X.  Prisión  del  comandante 
Maza.— XI.  critica  situación  del  doctor  Maza:  Rozas  le  projiorciona  los 
medios  para  que  se  ausente  del  jiais. — XII.  El  conflicto  del  doctor  Maza. 
XIII.  Terrero  consigue  de  él  que  vayan  á  ver  á  Rozas:  Maza  reacciona  y 
penetra  en  la  casa  de  la  legislatura. — XIV.  El  asesinato  del  doctor  Maza. 
XV.  Providencias  de  la  legislatura. — XVI.  El  pueblo  en  la  casa  de  la  legis- 
latura: fusilamiento  del  comandante  Maza. — XVII.  La  apreciíición  del  ase- 
sinato: discurso  del  diputado  Garrigós. — XVIII.  La  iniíiutabilidad  del 
asesinato.— XIX.  Impútanselo  á  Rozas  sus  enemigos:  hechos  y  declara- 
ciones que  desautorizan  esta  especie. — XX.  Rozas  manda  suspender  todo 
procedimiento  y  fusilar  al  asesino  convicto  del  doctor  Maza:  cómo  Rozas 
aprecia  estos  hechos  treinta  años  después. — XXI.  Reacción  en  favor  del 
gobierno  de  Rozas:  la  legislatura. — XXII. — La  prensa:  origen  del  mote  de 


—  r,'>2  — 

^(tirajes  unitarios.  — WIU.  El  ti. no  di'  la  iinusa.— XXIV.  Las  maiiitVs- 
taciones  rii  la  ('¡iKlad  y  cainiiaña. — XXV.  Ellas  eran  la  rosultanti'  do-  las 
raices  qiKí  lial)[a  n'liado  rl  gobierno  fuerte— XXVI.  Causas  impulsivas  de 
la  adhesión  a  Hozas:  id  siijjui'sto  terror  y  id  eoneenso  inaniüesto. — XXVII. 
La  moral  acomodaticia  jiai-a  eludir  r^spoiisalulidades. — XXVIII.  Festividad 
político-religiosa  de  la  parroquia  de  la  Merced:  las  personas  que  la  diri- 
gían.— XXIX.  La  función  de  San  Telmo.— XXX.  La  de  San  Miguel:  apo- 
teosis de  Hozas:  la  procesión  civiea:  el  lirindis  drl  general  Ijaniadrid. — 
XXXI.  La  manifestación  m  Lidios.— XXXIl.  I, a  manifestación  en  San 
Nicolás. — XXXIII,  Influencia  de  la  litrratura  que  se  servia  en  estas 
manifestaciones  de  campaña «.' 


C.\PITl'L<>  XXX1\'.  —  La  revolución  dt'l  Sur  y  el   (/encral  LacaHi'. 

(1839) 

Trabajos  revolueionarios  de  Castelli  y  de  los  hacendados  del  sur. — II. 
Invitan  á  Lavalle  á  que  encabece  la  revolución. — III.  Lavalle  somete  la 
invitación  á  un  consejo  é  invade  Entre  Rios. — IV.  Desaliento  que  produce 
en  el  sur  esta  resolución. — V.  Plan  de  campafia  de  Lavalle  antes  de  invadir 
Buenos  Aires.— VI.  Recursos  con  que  cuenta  para  emprender  su  caaripaña: 
la  ley  del  honor. — Vil.  Los  dineros  do  la  Francia  y  la  proposición  del  agien- 
te de  Francia  de  bombardear  á  Buenos  Aires. — VIII.  Embarque  de  la  Lpr/ión 
libertadora  para  Entre  Rios. — IX.  La  proclama  de  Lavalle.— X.  Su  desem- 
barco en  el  puerto  do  Landa:  sus  jírimeras  operaciones. — XI.  Combate  del 
Yerud. — XII.  Exposición  de  Lavalle  al  congreso  entrerriano:  critica  de  este 
documento.— Xltl.  Mala  impresión  que  produce  entre  los  adversarios  y  los 
amigos:  carta  del  doctor  Pico. — XIV.  López  so  prepara  á  batir  á  Lavalle 
y  éste  se  dirige  á  Corrientes. — XV.  Situación  de  los  revolucionarios  del 
.sur  de  Buenos  Aires. — XVI.  Circunstancias  que  los  obligan  á  anticipar  el 
movimiento. — XVII.  Los  cálculos  de  Rozas:  circular  que  pasa  álos  jueces 
de  paz.— XVIII.  Pronunciamiento  del  coronel  Rico  en  Dolores:  Castelli  y 
Crámer  organizan  sus  fuerzas  en  Chascomüs.^XIX.  Singular  actitud  de 
Rozas  en  los  primeros  momentos  de  la  revolución. — XX.  Impresión  que 
le  produce  esta  revolución.— XXI.  El  combate  íntimo  de  Rozas  con  la 
incertidumbre. — XXII.  Lo  que  Rozas  esperaba  para  proceder:  órdenes  que 
le  trasmite  al  cornnel  Hozas. — XXIII.  I^ns  revolucionarios  promueven  la 
sublevación  de  la  indiada  de  Catriel:  efecto  que  en  éstos  produce  la  sujiues- 
ta  muerte  de  Rozas. — XXIV.  Los  jefes  revolucionarios  declaran  que  sus 
principios  son  los  mismos  qiu^  los  de  los  franceses  bloqueadores.  — XXV. 
Combate  de  Cbascomús:  derrota  de  los  reviducionarios:  muerte  de  Castelli: 
Rico  se  embarca  en  el  Tuyú  y  se  incorpora  á  Lavalle.— XXVI.  La  influen- 
cia del  triunfo  sobre  la  opinión:  el  gobernador  da  cuenta  de  la  revolución 
del  sur  á  la  legislatura:  ésta  la  declara  delito  de  traición  á  la  patria. — 
XXVII.  Los  rejiresentantes  ponen  ¡i  disposición  de  la  Provincia  su  persona, 
bienes  y  fama:  Rozas  hace  igual  ofrecimiento. — XXVIII.  Las  manifesta- 
ciones de  adhesión  á  Rozas:  los  indicios  de  la  crisis  sangrienta. — XXIX. 
Actos  d.^  al!iosi')udj   los  iurtidos  de  Dolores  y  Monsalvo IIÜ 


CAPÍTULO  WW.—Lucu/lc  y  lUocra  (1839-1S40). 

Pág. 

I.  Iiivasiüii  lie  Lópt'ü  á  Corrientes. — II.  Desastrosa  retirada  do  Lóx'ez. — 
III.  Las  influencias  que  pesaban  sobre  ol  general  Lavalle.— IV.  La  Comi- 
sión Argenlina:  Rivera:  los  agentes  de  Francia:  los  de  Rivera. — V. 
Boceto  del  coronel  Chilavcrt:  resistencias  que  éste  subleva.— VI.  Intrigas 
para  separarlo  del  ejército  libertador . — VII.  Los  supuestos  arreglos  de 
Chilavert  con  Rivera  y  Ferré:  lo  que  dieiu  los  documentos. — VIII.  Chi- 
lavert  le  propone  á  Lavalle  defina  su  situación  con  Rivera  y  se  acomode 
con  Oribe  y  López:  manera  cómo  Lavalle  encara  esta  proposición. — IX. 
Desacuerdo  entre  Lavalle  y  Chilavert:  necesidad  sentida  de  Chilavert  en 
el  ejército. — X.  La  campaña  en  el  Estado  Oriental:  Ecliagiio  y  Ramirez. 
— XI.  Batalla  de  Cagancha:  Echagüe  flanquea  á  Rivera  :  error  de  Echagüe 
que  le  arrebata  la  victoria  completa. — XII.  Rivera  medra  para  hacerse 
el  arbitro  de  la  guerra:  ratiflcacióu  del  tratado  Berón  de  Astrada. — 
XIII.  Violenta  posición  de  Lavalle:  su  desavenencia  con  Ferré. — XIV. 
Lavalle  sale  de  Corrientes  con  su  ejército. — XV.  Chilavert  en  Concordia: 
cargos  severos  que  le  hace  Lavalle. — XVI.  Consideraciones  que  mueven 
á  Chilavert  á  separarse  del  ejército:  carta  que  le  dirige  á  Lavalle. — XVII. 
Chilavert  explica  eenfldencialmonte  á  sus  amigos  las  causas  de  su  renun- 
cia, y  los  amigos  de  Rivera  mandan  esas  cartas  á  Buenos  Aires :  des- 
agradable impresión  ijue  ello  produce.— XVIII.  Explicaciones  de  Martínez : 
reto  de  Chilavert  á  Vázquez. — XIX.  Diplomacia  de  la  Comisión  Argentina 
y  de  los  riveristas 138 


CAPÍTILO  W\\l.  —  Camp>'ña  de  1840. 

Resultados  negativos  de  la  guerra  de  los  coaligados  contra  el  golñerno 
argentino. — II.  El  gobierno  de  Rozas  se  afirma  en  el  interior:  la  diplomacia, 
los  parlamentos  y  la  prensa  de  Europa  se  pronuncian  en  favor  de  la  Confe- 
deración Argentina  y  de  Rozas:  notable  declaración  de  Sarmiento. — III. 
La  cuestión  del  Plata  en  Inglaterra:  declaración  del  lord  Palmerston. — IV. 
La  cuestión  del  Plata  en  los  Estados  Unidos:  opiniones  vertidas  por  los 
diplomáticos  alli  residentes:  comunicaciones  del  general  Alvear  al  respecto. 
— V.  Declaraciones  de  la  prensa  de  América  sobre  la  misma  cuestión:  decla- 
ración del  presidente  del  Perú:  declaración  del  de  Chile:  manifestaciones  en 
el  parlamento  del  Brasil:  manifestaciones  en  el  de  Francia. — VI.  Notable 
comunicación  del  jefe  del  gabinete  de  Francia  á  ilr.  de  Martigny  sóbrelas 
miras  de  su  gobierno  en  la  cuestión  del  Plata:  el  rey  no  piensa  enviar  tro- 
pas de  desembarco:  peligro  que  apunta  en  perseverar  con  sus  aliados  los 
unitarios:  declaración  expresa  de  que  la  Francia  es  parte  en  la  guerra  contra 
Rozas:  se  pronuncia  en  contra  de  la  expedición  de  seis  mil  soldados  acor- 
dada entre  Mr.  de  Martigny,  Lavalle  y  Rivera:  recomendación  sobre  los 
dineros  que  la  Francia  ha  dado  á  la  Comisión  Argentina. — VII.  La  comi- 
sión argentina  sigue  haciendo  la  guerra  con  los  diTieros  de  la  Francia: 
declaración  de  Mr.  de  Lamartine. — VIII.  Oijeraciones  de  Lavalle  en  combi- 
nación  con  la  escuadra    francesa. — IX.    Sentimientos    que   subleva    en   el 


—  r>'2í 


PAg. 


|iu('lil(j  ar^ícutiiio  la  alianza  di'  los  ciiii^'railos  imita  i'ins  cdh  la  Francia:  ellos 
robustecen  el  gobierno  de  Ro/.as. — X.  I^as  parroquias  y  (iepartanioutos  ule- 
van  peticiones  para  que  Hozas  sea  reelegido,  y  la  legislatura  así  lo  verili- 
la.— XI.  Hozas  renuncia  reiteradamente:  la  legislatura  uo  le  hace  lugar  y 
aprueba  su  conducta  politica.  — XII.  Batalla  de  Don  Cristóbal:  error  de 
Kcliagi.ie:  bábil  movimiento  de  Lavalle:  ventajas  relativas  que  obtiene  este 
liltimo. — XLII.  Lavalle  se  retira  liacia  el  Paraná  y  Echagüe  lo  sigue. — 
XIV.  'l'eiilativa  frustrada  de  La  valle  sobre  Santa  Fe. — XV.  Rivera  prosigue 
su  jilan  de  anulará  Lavalle. — XVI.  Cómo  usa  Rivera  sus  atribuciones  de 
director  de  la  guiírra:  Lavalle  resuelve  atacar  á  Echagüe. — XVII.  Condi- 
eiones  en  que  estaba  el  (\¡(''rcito  del  prinn'ro  ri'specto  del  segundo:  junta 
unitaria  ile  gui'rra  que  d'eiJc  una  nueva  liatalla.  —  XVII.  Batalla  del  Sau- 
ce tirando:  Lavalle  se  propone  operación  análoga  á  la  que  efectuó  en  Don 
Cristóbal:  Echagüe  se  lo  impide  y  lo  rechaza. — XIX.  Crítica  situación  de 
Lavalle. — XX.  Dificultades  para  hacer  pasar  el  Paraná  á  las  fuerzas  de 
(Corrientes. — XXI.  Lavalle  le  comunica  al  gobernador  Ferré  su  resolución 
de  expedicionar  sobre  Buenos  .Vires. — XXII.  La  escuadra  francesa  trans- 
porta el  ejército  de  Lavalle  hasta  Coronda:  inaocióii  de  Echagüe. — XXIII. 
La  misma  escuadra  francesa  desciende  el  Paraná  con  el  ejército  de  Lavalle 
un  dirección  á  Buenos  .\ires. — XXIV.  Antecedentes  que  explican  la  pre- 
sencia del  general  Paz  cerca  del  general  Lavalle. — XXV.  Rozas  le  da  la 
libertad,  lo  reintegra  en  su  grado  militar  y  le  ofrece  nombrarlo  jilenipo- 
tenciavio  en  Europa. — XXVI.  Paz  se  embai'ca  clandestinamente  para  la 
Colonia  y  sigue  á  Punta  Gorda. — XXVII.  Resistencias  que  encuentra  en 
i'l  Ejército  liberlador:  lo  que  al  sentir  de  Paz,  era  este  ejército. — XXVIII. 
(3ambio  que  observa  en  la  j)ersona  del  general  Lavalle. — XXIX.  Paz  se 
dirige  á  Corrientes:  Ferré  lo  nombra  general  en  jefe  di>s|iui''s  (b;  ileclarar 
traidor  á  Lavalle 1.58 

CArÍTII/)  XXXVII.  —Lo  crisis  del  inio  40. 

Lavalle  <lesembarca  su  eji'Tcito  en  la  i.-osta  norte  de  Buenos  .\ires. — II. 
Encuentro  del  Tala. — III.  Error  capital  de  Lavalle  de  no  avanzar  sobre 
la  capital:  Rozas  ve  perdida  la  situación  :  desorganización  de  los  elementos: 
falta  de  tropas  regulares. — IV.  Rápida  organización  que  Rozas  imprime 
á  la  resistencia  :  providencias  y  movimientos  militares  que  ordena  desde  su 
cuartel  general.  —  V.  Lavalle  se  dirige  á  .\rrecifes:  intimación  que  hace  á 
los  jefes  departamentales.  —VI.  Divide  su  ej(''rcito  en  dos  co'unmas  y  en 
vez  de  batir  á  Pacheco,  se  recuesta  al  oeste. — VIL  Derrota  las  fuerzas  de 
Lorea  y  González,  y  llega  á  Merlo. — VIII.  Su  Inacción  en  este  punto:  su 
desengaño  respecto  de  la  adhesión  que  esperó  encontrar. — IX.  Resistencia 
unánime  que  subleva  en  Buenos  Aires  :  testimonio  de  su  ayudante  de  cam- 
po.— X.  Lo  que  Lavalle  esperaba  en  Merlo  :  el  auxilio  de  las  tropas  fran- 
cesas :  la  carta  del  doctor  Várela  que  asi  lo  explica. —  XI.  Porqué  no  llegó 
el  auxilio  del  almirante  Baudin  :  las  instrucciones  del  mariscal  Soult  y  la 
presencia  del  barón  Mackau. — XII.  Critica  situación  de  Lavalle  en  agosto 
de  1840:  las  fuerzas  federales.  — XIII.  Lavalle  resuelve  volver  sobre  su  re- 
taguardia.— XIV.  Se  aproxima  á  Santa  Fe. — XV.  Las  depredaciones  en  la 
campaña  de  Buenos  .■Vires. — XVI.  Carácter  de  la  lucha.— XVII.  La  Coalición 


—  no: 


Píisr. 


del  norte  y  el  general  L;xm;iilrid  :  su  conducta  iiolitica  en  Tiicunián. — 
XVIII.  Los  coaligados  invaden  Santiago  del  Estero  :  Ibarra  los  derrota  y 
Lamadrid  es  desalojado  de  Tncnmán. — XIX.  líei>resal¡as  políticas  en  Buenos 
Aires:  el  gobierno  decláralos  bienes  de  los  unitarios  responsables  jiara  repa- 
rarlos quebrantos  sufridos  en  los  de  los  federales. — XX.  Las  clasificaciones 
del  año  40:  origen  de  éstas  bajo  el  gobierno  de  Lavalle  en  1820. — XXI.  La  Su- 
ciedad Popular  Restauradora  :  su  origen:  calidad  de  los  que  la  formaban. — 
XXII.  Idea  de  la  crisis  del  año  40. — XXIII.  El  rigorismo  político  como  prin- 
cipio dominante. — XXIV.  El  imperio  de  la  venganza  y  del  odio. — XXV.  El 
individualismo  vergonzante  y  el  interés  generoso:  conceptos  de  don  Nicolás 
Anchorena.— XXVI.  El  populadlo  desenfrenado:  medidas  de  orden  que  el 
ministro  de  S.  M.  1j.  reclama  del  gobernador  delegado  y  de  Rozas. — XXVU. 
La  respuesta  de  Hozas:  pertiles  del  radicalismo:  Rozas  se  declara  impotente 
para  repararlos  estragos  del  radicalismo:  seguridades  que  ofrece  á  Mr.  Man- 
deville  al  dar  la  )iota  más  alta  del  radicalismo 18G 

CAPÍTULO  XXX VIH.  —Ln  rrisis  del  ,iño  40  ( eoiilinuaeión ). 

I  .  Lavalle  manda  tomar  por  asalto  la  ciudad  de  Santa  Fe:  (iarzún  la  de- 
fiende hasta  que  se  ve  obligado  á  capitular.  —  II.  Los  jefes  del  ejército 
libertador  le  piden  á  Lavalle  que  fusile  á  Garzón  y  á  los  jefes  capitu- 
lados. —  III.  Lavalle  accede  á  ello  y  da  las  órdenes  del  caso :  circunstan- 
cias que  hacen  cambiar  su  resolución.  —  IV.  Impresión  que  produce  en  el 
ejército  unitario  la  convención  Mackau-Arana  :  Lavalle  evacúa  Santa  Fe.  - 
V.  Revolución  en  Córdoba :  Lamadrid  entra  en  esta  ciudad  y  se  pone  en 
comunicación  con  Lavalle.  —  VI.  Lavalle  se  dirige  á  incorporarse  con 
Lamadrid:  Oribe  lo  sigue  en  su  marcha. — VIL  Difícil  retirada  de  Lavalle 
hasta  los  Quebrachitos.  —  VIII.  Batalla  del  Quebracho.  —  IX.  Derrota  de 
Lavalle.  —  X.  Asesinato  de  don  Rufino  Várela.  —  XI.  La  convención  Mackau- 
Arana. —  XII.  Examen  critico  de  esta  convención.  —  XIII.  Singular  ven- 
taja que  con  esta  convención  obtiene  la  Confederación  Argentina.  —  XIV. 
La  posición  de  Rozas  después  do  estas  ventajas. — XV.  Enérgico  decreto 
contra  los  perturbadores  de  la  seguridad  i)ública. — XVI.  Rozas  nombra 
un  comisionado  para  que  en  unión  del  comisionado  francés,  le  presente  á 
Lavalle  la  convención  Mackau-Arana  y  le  ofrezca  las  garantías  que  pida 
para  terminar  la  guerra. — XVII.  Lavalle  desconoce  el  carácter  oficial  de 
los  comisionados. — XVIII.  Respuesta  de  Lavalle  al  comisionado  francés: 
rehusa  recibir  al  comisionado  argentino. — XIX.  Nueva  tregua  que  obtie- 
nen los  comisionados:  Lavalle  resiste  todo  arreglo.  —  XX.  Critica  política 
de  la  resistencia  de  Lavalle  á  todo  avenimiento. — XXI.  Los  dictados  del 
honor  y  los  sacrificios  que  impone  el  patriotismo. — XXII.  Desastre  de 
San  Cala:  Lavalle  se  dirige  á  Catamarca. —  XXIII.  Rivera  y  la  convención 
Mackau-.\rana ¿09 

CAPÍTULO  XXXIX. —  (Vo»^jít/7(/  de  La  Rioja  (1840-1841). 

I.  Energía  indomable  do  Lavalle  i'ii  seguida  de  la  convención  Mackau 
Arana.  —  II.  Circunstancia  característica  de  la  lucha  que  prosiguió:  sus 
prestigios  imponentes.  —  III.  Situación  de  Lavalle  á  principios  del  año  de 
1841:  sus  fuerzas  v  las  combinadas  al  mando  de  Oribe.  —  IV.  Su  retirada 


r,2(; 


á  Catain.ircii.  —  V.  Brizuelii  le  rifrccr  t'l  iiiainlo  cli.'  las  fuerzas  de  la  caali- 
ción.  —  VI.  El  general  fray  José  Félix  Aldao.  —  VIF.  El  general  Tomás 
Brizuela. — VIII.  Diücultades  de  Lavalle  con  Brizuula  cuando  Aldao  ya 
viene  sobre  La  Rioja.  — IX.  Porqué  íiavallr  li'  ali;iiHloiia  á  Aldao  la  plaza 
de  La  Rioj.a  y  se  retira  hacia  los  Llanos.  —  X.  La  misión  pacilicadora 
de  fray  Nicolás  Aldazor :  prisión  del  pacificador.  —  XI.  Aldao  sigue  en 
la  persocnción  ile  Lavalle:  peligros  del  plan  <|ne  desenvuelve  Lavalle. — 
XII.  luiiHiriancia  de  este  plan.— XIII.  Üerrotit  del  coronel  Acha.  —  XIV 
Aldao  hace  ocujnir  (';it:nii;irca,  y  el  gobernador  Augier  balido  por  Maza 
huye  á  Tucumán.  —  .W.  Oribe  resuelve  moverse  sobre  La  Rioja,  y  manda 
á  Aldao  á  situarsi'  en  Valle  Fértil:  plan  de  Oribe.  —  XVI.  Conducta  hábil 
de  este  general.  —  XVII.  Lavalle  y  Oribe.  —  XVIII.  Paralelo  político-mi- 
litar de  Lavalle  y  Oribe.  —  XIX.  Desigualdad  de  la  lucha  que  dirigen 
ambos  generales.  —  XX.  Posición  respectiva  que  tienen  en  esa  lucha:  la 
unidad  de  comando  y  de  acción  en  manos  de  Oribe.  —  XXI.  Concurrencias 
que  debilitan  y  coartan  la  acción  militar  de  Lavalle. —  XXII.  Circuns- 
tancias en  que  Orille  invade  La  líinja 


CAPÍTI  LO  \L.  — Opinión  y  reacción  (1841). 

Resistencia  en  id  literal.  —  II.  Diücultades  ünaucieras  en  Buenos  Aires: 
estado  de  la  liacienda  pública.  —  III.  Escrupulosidad  de  Rozas  en  el 
manejo  de  los  dineros  públicos:  sistema  de  administración  que  funda: 
declaración  postuma  de  sus  enemigos.  —  \\ .  Movimiento  controlado  de  las 
diversas  reparticiones:  publicidad  de  las  cuentas. — V.  Calidad  y  respon- 
sabilidades de  los  funcionarios.  —  VI.  Declaraciones  de  Rozas  al  resjjecto. 

—  VII.  Declaración  de  la  legislatura  cuando  Rozas  renuncia  el  mando: 
motivos  en  que  ella  se  fundaba.  —VIII.  Hechos  singulares  y  caracterís- 
ticos que  abonan  esos  motivos.  —  IX.  Lógica  de  los  ideales  encarnados 
en  Rozas.  —  X.  Honores  y  títulos  que  el  pueblo  y  los  poderes  acuerdan 
á  Rozas. — XI.  Ejemplos  d<d  uso  que  de  ellos  se  hacia  y  se  hace  en  Europa 
y  América.  —  XII.  Razones  que  da  Rozas  para  declinarlos.  —  XIII.  Porqué 
acepta  el  monumento  de  gloria. — XIV.  Xueva  tentativa  para  matar  á 
Rozas:  antecedentes.  —  XV.  El  envió  de  la  socii'dad  de  Anticuarios  del 
Norte  y  la  tranm  de  Rivi-ra  Indart".  —  XVI .  El  cónsul  .\cevedo  Leite  y  la 
rnár/uina  infernal.  —  XVII.  Curiosidad  qui'  aquél  presente  provoca  en 
doña  Manuela  de  Rozas.  —  XVIII.  Cómo  y  jiorqué  pretende  ésta  abrir  el 
cofre  que  contenia  la  máquina  infernal.  —  XIX.  Lo  (jue  se  cree  observar 
dentro  del  cofre.  —  XX.  Rozas  abre  el  cofre  por  sus  manos:  impresiones 
de  dos  testigos  oculares.  — XXI.  Porqué  no  se  atenúa  este  asesinato  frus- 
trado.—  XXII.  Él  pone  de  maniüesto  las  fuerzas  del  gobierno  de  Rozas. 

—  XXIII.  Actitud  de  la  legislatura.  —  XXIV.  Las  felicitaciones  de  las 
corporaciones:  calidad  de  los  nombres  que  las  suscriben.  —  XXV.  Senti- 
mientos que  tales  felicitaciones  revelan.  — XXVI.  Carácter  especial  de  las 
délos  señores  Arana,  Sarratea  y  del  obispo  y'senado  del  clero. — XXVII.  Las 
felicitaciones  ibd  inliTÍor  y  del  exterior;  aídaraciones  del  i'ónsul  Acevedo 
Leite. — XXVIII.  Otra,  consreui'ui-ia  ]iolitii-u  del  asesinato  frustrado:  nue- 
vos rumbos  ili'  los  notables  de  Buenos  .\ires.  —  XXIX.   Franca  iniciativa 


Pcíg. 


-   527  — 


P;¡í 


do  don  José  M;iri;i  liosas  y  Patrón  :  el  sucesor  de  Rozas  para  el  caso  cu 
que  éste  desapareciese.  —  XXX.  Hechos  notorios  que  podian  preparar  esta 
sucesión  á  doña  Manuela  de  Rozas. — XXXI.  Precedentes  oficiales  esta- 
blecidos á  este  respecto. — XXXII.  Los  notables  comunican  á  Rozas  su 
proyecto:  significativas  palabras  con  que  éste  los  desaliucia  :  análogo  sig- 
nificado que  le  dio  posteriormente  doña  Manuela  de  Rozas. — XXXIII. 
Resumen  de  probabilidades. — XXXIV.  Comparación  entre  ésta  y  las 
tentativas  anteriores. —  XXXV.  Principios  y  bases  en  que  se  fundaba  la 
tentativa  de  los  federales  de  18il :  eoncenso  de  los  publicistas  modernos 
—  XXXVI.  Impresiones  postumas  del  iniciador  de  esta  tentativa 252' 


CAPÍTULO  XLL  — Fí/í  de  la  coalición  en  Cuyo  (1841; 


I.  Objeto  que  se  propone  Lavallc  al  retirarse  de  La  Rioja.  — II.  Drjble 
hipótesis  bajo  la  cual  opera  Oribe.  —  III.  Error  de  cálculo  de  Lavalle. — 
IV.  Resultado  de  las  operaciones  de  Oribe  en  los  Llanos  de  La  Rioja: 
justicia  que  Oribe  rinde  á  Peñaloza.  —  V.  Lavalle  se  retira  á  Famatina 
sin  poder  reducir  á  Brizuela  á  que  lo  siga.  —  VI.  La  obcecación  de  Bri- 
zui.'la.  ^  Vil.  IJrizuela  y  la  Comisión  Argentina  de  Cliile  :  propósitos  radi- 
cales de  esta  comisión.  —  VIII.  Lo  único  positivo  que  vio  Brizuela  en 
la  conducta  de  dicha  comisión.  —  IX.  Aldao  marcha  sobre  Brizuela  y  lo 
destroza  en  Sañogasta:  muerte  de  Brizuela.  —  X.  Lavalle  y  Lamadrid 
se  reúnen  en  Catamarca  y  acuerdan  sus  operaciones  respectivas.  —  XI. 
Motivos  que  facilitan  la  marcha  de  Lamadrid  de  Tucumán  á  Catamarca. 
—  XII.  Porqué  Lagos  no  batió  á  Lamadrid :  propósito  á  que  obedecían  las 
órdenes  terminantes  de  Oribe.  —  XIII.  Porqué  Oribe  uo  batió  á  Lamadrid  y 
prefirió  marchar  sobre  Tucuinán. — XIV.  Lamadrid  adelanta  su  van- 
guardia á  La  Rioja  y  do  aquí  á  San  Juan  al  mando  de  Acha.  —  XV.  Aldao 
marcha  sobre  San  Juan  y  Acha  sale  á  esperarlo.  —  XVI.  El  cuadro  de 
Angaco.  —  XVII.  Epilogo  de  Angaco.  —  XVIII.  Benavidez  asalta  la  plaza 
de  San  Juan:  Acha  se  rinde  después  de  tres  días  de  combate.  —  XIX. 
Benavidez  concierta  la  evasión  de  Acha,  j)ero  se  retira'  á  la  aproximación 
de  Lamadrid  y  lo  remite  á  Pacheco  que  lo  hace  fusilar.  —  XX.  Critica  de 
la  conducta  de  Lamadrid  mientras  Acha  se  hallaba  en  San  Juan.  —  XXL 
Su  indecisión  y  lentitud  destruyeron  su  vanguardia.  —  XXII.  Lamadrid 
entra  en  San  Juan  y  marcha  en  seguida  sobre  Mendoza:  sus  partidarios 
lo  aclaman  gobernador. — XXIII.  Marcha  de  la  columna  de  Pacheco  por 
San  Luis.  —  XXIV.  Avance  de  Pacheco  por  el  Desaguadero:  combate  de 
la  Vuelta  (le  la  Ciénaga.  —  'S.W .  Batalla  del  Rodeo  del  medio:  número 
y  formación  de  las  fuerzas  de  Lamadrid  y  de  Pacheco  :  movimientos  de 
la  columna  federal  para  pasar  el  puente  de  la  Vuelta  de  la  Ciénaga : 
error  capital  de  Lamadrid  :  desiiliegue  de  las  fuerzas  federales  :  ventaja 
relativa  del  coronel  Álvarez :  desobediencia  del  coronel  Baltar :  carga  del 
centro  unitario:  Lamadrid  vuelve  á  formarlo  bajo  los  fuegos  enemigos: 
derrota  completa  de  Lamadrid.  —  XXVI.  La  retirada  de  Lamadrid:  su 
pasaje  por  la  cordillera  cerrada.  —  XXVII.  Sarmiento  le  conduce  auxilios 
por  el  lado  de  Chile 2S 


■       —  r>-js  —  . 

CAFÍTI'I.n  XI. II.  —Fin  lie  1(1  conücióti  en  el  norte  (continuación). 

(1,S41) 


I.  Lavallu  en  ul  norte:  .situación  Je  Tucnnián  y  de  Salta. — II.  Reacción  de 
los  federales  de  Salta.  —  III.  Lavalle  se  ti-aslada  á  Salta,  pero  regresa  á 
Tucunián  cuando  Oribe  se  aproxima. — IV.  Dificultades  que  rodean  á 
Lavalle :  salida  audaz  que  efectúa :  porqué  no  ataca  á  Oribe  después  de 
haberlo  flanqueado. — V.  Marcha  de  Lavalle  hasta  Monteros:  motivo  que 
lo  resuelve  á  presentarle  batalla  á  Oribe.  —  VI.  Batalla  de  Famailhl  ó 
Monte  Gi'ande:  formación  de  ambos  ejércitos:  la  izquierda  unitaria  y  la 
derecha  federal :  Pedernera  y  Lagos  :  inminente  combate  singular  entre 
ambos :  choque  de  las  caballerías :  fácil  ventaja  sobre  el  centro  y  la  de- 
recha de  los  unitarios:  derrota  de  Lavalle:  persecución  tenaz  de  Oril)e. — 
VII.  Epílogo  sangriento  de  Famaillá:  cómo  y  porqué  cayó  Avellaneda 
prisionero  de  Oribe. — VIII.  Oribe  lo  somete  á  un  consejo  de  guerra. — 
IX.  Comunica  á  Hozas  la  decapitación  de  Avellaneda  y  el  fusilamiento  de 
los  jefes  prisioneros. — X.  La  cabeza  de  Avellaneda  y  doña  Fortunata 
García.  —  XI.  Cómo  esta  dama  obtuvo  de  Carliallo  la  cabeza  de  Avella- 
neda' para  darla  sepultura.  —  XII.  El  último  de  los  gobernadores  coali- 
gados del  norte:  Oribe  destaca  á  Maza  sobre  Catamarca.  —  XIII.  Fisonomía 
política  y  moral  del  coronel  Maza.  —  XIV.  Breve  sinopsis  de  sus  hechos 
sangrientos.  — XV.  La  nota  resaltante  de  estos  hechos.  —  XVI.  Programa 
<le  Maza  al  reabrir  su  campaña  sobre  Catamarca. —  XVII.  Toma  por  asalto 
la  plaza:  su  comunicación  al  gobernador  de  Córdoba.  —  XVIII.  Fin  de  la 
coalición  del  norte:  las  provincias  resueltas  en  favor  de  la  federación. — 
XIX.  La  retirada  de  Lavalle  á  Salta  :  circunstancia  imprevista  que  fru.stra 
su  plan. — XX.  Lavalle  sigue  para  Jujuy  con  el  resto  de  sus  fuerzas: 
entra  en  la  ciudad  y  se  aloja  en  la  casa  de  Zenavilla. — XXI.  Muerte  de 
Lavalle. — XXII.  La  fidelidad  y  abnegación  de  sus  compañeros:  éstos 
resuelven  salvar  el  cadáver  de  Lavalle.  —  XXIII.  Designan  á  Pedernera 
para  que  dirija  esta  empresa:  la  llegada  á  Tumbaya.  —  XXIV.  La  pere- 
grinación guerrera  hasta  Potosí :  honores  á  los  restos  de  Lavalle  al  ser 
depositados  en  la  catedral  de  Potosí. — XXV.  Dudas  sobre  la  muerte  de 
Lavalle:  nota  estupenda  de  Oribe. — XXVI.  Oribe  propone  á  Rozas  la 
reincorporación  de  Tarija. — XXVII.  Rozas  se  opone  á  ello  sentando  jirin- 
cipios  que  felizmente  si'  han  conservado 'ilG 

CAl'ÍTlI.n  WAW.—Gi'erra  del  litoral  (1841-1842). 

I.  Rivera  y  Ferré:  porqué  el  primero  medraba  contra  Paz.  — II.  Porqué 
Paz  acepta  un  puesto  secundario  en  Corrientes.  —  III.  Manejos  de  Rivera 
contra  Paz:  éste  renuncia  su  cargo  :  términos  en  que  Ferré  comunica  á  Ri- 
vera que  no  acepta  tal  renuncia. —  IV.  Paz  forma  y  organiza  el  ejercito 
de  reserva.  —  V.  Avanza  sobre  el  río  Corrientes  :  alardes  de  Rivera.  —  VI. 
Actitud  especulativa  de  Rivera:  sus  negociaciones  con  Urf[uiza. — VII.  Re- 
clamaciones y  desconfianzas  de  Ferré.  —  VIII.  La  escuadra  argentina  : 
Brown  queda  dueño  de  las  aguas  del  Plata  :  Rivera  da  el  mando  de  su 
escuadra  ií  Garibaldi.  —  IX.  Cálculo  de  Rozas  respecto   de  la  posición    de 


.y^y 


Páa 


•Paz  :  los  allegados  de  Ribera  concuerdan  en  el  fondo  con  Kuzas.— X.  Ri- 
vera se  queda  en  el  Durazno,  mientras  Echagüe  se  viene  sobre  Paz.  —XI. 
Hábiles  operaciones  de  Paz:  la  guerra  de  partidas.  —  XII.  Opera  sobre 
la  retaguardia  de  Echagüe:  fusila  al  coronel  Benitez; — XIII.  Obliga 
á  Echagüe  á  tomar  la  ofensiva  :  marcha  de  este  último  sobre  el  rio  Co- 
rrientes :  error  capital  de  Echagüe.  —  XIV.  Llegada  del  coronel  Salas  al 
campo  de  Paz  :  tratado  con  el  gobierno  de.  Santa  Fe.  —  XV.  Paz  atraviesa 
el  rio  Corrientes  por  el  paso  de  Caaguazü  :  posición  critica  en  que  pudo 
quedar  si  Echagüe  aproveclia  esta  circunstancia.  — XVI.  Batalla  de  Caa- 
guazü: formación  de  ambos  ejércitos:  posición  respectiva  de  Paz  y  de 
Ecliagüe:  cómo  Paz  saca  partido  de  su  posición  :  hábil  maniobra  de  Núñez: 
desbande  de  las  caballerías  de  Echagüe  :  vanos  esfuerzos  del  centro  fede- 
ral para  restablecer  el  combate  :  retirada  de  Echagüe  á  Entre  Ríos. — XVII. 
Paz  sigue  su  campaña  sobre  Entre  Rios  :  demoras  y  exigencias  que  le 
opone  Ferré  :  disposición  sobre  hacienda  de  los  federales  con  la  que  Paz 
morigera  esas  exigencias.  —XVIII.  Rivera  pasa  el  Uruguay  cuando  conoce 
la  victoria  de  Paz. — XIX.  Éste  ocupa  el  Paraná:  espíritu  de  la  población. — 
XX.  La  negociación  con  Santa  Fe  y  Corrientes:  bases  insólitas  de  Ferré. 
—  XXI.  Paz  resuelve  trasladarse  á  Corrientes :  la  población  alarmada  le 
pide  que  no  lo  verifique. — XXII.  Paz  gobernador  de  Entre  Ríos:  Ferré  le  qui- 
ta el  ejército  correntino.  —  XXIII.  La  integridad  argentina  amenazada  por 
Rivera  y  sostenida  por  Rozas:  testimonios  del  general  Paz. —  XXIV.  Cómo 
Rivera  desenvuelve  su  plan  en  Entre  Ríos.  —  XXV.  Facilidades  rela- 
tivas que  encuentra.  —  XXVI.  Porqué  quiere  impedir  que  Paz  se  incor- 
pore á  Núñez:  su  resolución  debatirla  división  de  Xúñez.  — XXVII.  Si- 
tuación extrema  de  Paz  :  su  marcha  de  Xogoyá  á  Gualeguay.  — ■  XXVIII. 
Porqué  Rivera  destruía  la  influencia  de  Paz  en  el  litoral.  —  XXIX.  Lo  que 
más  mortificaba  á  Paz  :  conocimiento  que  tenia  Ferré  del  plan  de  Rivera. — 
XXX.  Rivera  le  deja  ver  á  Ferré  sus  intenciones:  términos  en  que  Ferré 
se  niega  á  celebrar  arreglos  sobre  Misiones.  —  XXXI.  Paz  le  deja  el  campo 
á  Rivera :  últimos  esfuerzos  que  hace  por  medio  del  doctor  Derqui  ;  increí- 
ble obcecación  de  Ferré.  —  XXXII.  Los  desahogos  de  Ferré  con  Rivera 
cuando  Derqui  revela  el  plan  de  este  último.  —  XXXIII.  Paz  renuncia  todo 
mando  porque  ve  comprometida  la  nacionalidad  argentina  :  términos  hon- 
rosos de  esta  nota  memorable 347 


C.\PÍTl'LO  XLIV.  —  Hozas  y  la  itiediucivn  anylo francesa    (1842). 

I.  Posición  de  Rivera  después  de  la  separación  de  Paz.  —  II.  Coaliciones 
extranjeras  contra  el  gobierno  de  Rozas :  posiciones  radicales  en  que  se 
mantiene  el  partido  federal.  —  III.  Las  escenas  sangrientas  del  año  1842. — 
IV.  La  prensa  de  Montevideo  y  los  degüellos  déla  Mazorca:  los  que 
componían  la  Soc/edarf  Popular  Restauradora.— X .  Desmentido  del  cuerpo 
diplomático  de  Buenos  Aires  respecto  de  los  degüellos:  cómo  los  desautoriza 
la  prensa  de  Buenos  Aires. — VI.  Efectos  de  las  coaliciones :  las  clases  cul- 
tas y  acomodadas.  —  VIL  Suscripción  de  los  vecindarios  para  los  gastos  de 
la  guerra. —  VIII,  Ventajas  del  ejército  federal  en  Santa  Fe.  —  IX.  Los 
unitarios  riveristas  echan  de  menos  á  Paz  cuando  Oribe  marcha  sobre  Entre 


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Ríos.  —  X.  El  ejército  de  Rivera  y  los  desiiilfarros  do  éste  según  Paz. — XI. 
Iniciativa  que  ante  el  peligro  toman  los  riveristas  de  Montevideo:  Rivera 
se  traslada  á  esta  ciudad.  —  XII.  La  escuadra  de  Rivera  :  cómo  pasa  Gn- 
ribaldi  por  Martin  García :    presas  que  efectiía  en  las  aguas  del  Paraná. — 

XIII.  Combate  naval  de  Costa  Brava :  Garibaldi  acodera  sus  buques,  y 
atrinchera  en  tierra  su  infantería:  los  guardiamarinas  Mariano  y  Bartolomé 
Cordero:  Brown  destruye  en  un  solo  combate  el  poder  marítimo  de  Rivera. 

XIV.  El  parte  de  Brown  y  las  hipérboles  de  Garibaldi  y  de  Rivera  Indarte. 
— XV.  Imiiotencia  do  Kivora  y  sus  aliados  :  nuevus  rumbos  en  que  entran 
los  influyentes  de  Montevideo  y  la  Comisión  Argentina. — XVI.  La  media- 
ción anglofrancesa:  tentativa  anterior  del  ministro  de  S.  M.  1>. — XVII. 
Manejos  y  cálculos  de  la  Comisión  .Argentina  y  del  gobierno  do  Montevi- 
deo. —  XVIII.  Mediación  que  on  tono  de  amenaza  ofrecen  al  gobierno  ar- 
gentino los  ministros  de  Inglaterra  y  Francia  conjuntamente.  —  XIX.  El 
gobierno  de  Montevideo  solicita  de  los  mediadores  una  verdadera  interven- 
ción armada.  —  XX.  Reticencias  del  mismo  gobierno  al  insistir  en  que 
desembarquen  en  Montevideo  fuerzas  inglesas  y  francesas.  —  XXI.  Estí- 
mulos que  él  mismo  brinda  á  los  mediadores  para  que  declaren  que  sus 
gobiernos  no  serán  indiferentes  á  la  continuación  de  la  guerra.  —  XXII. 
Circunstancias  que  contribuyen  á  que  Rozas  rechace  la  mediación  en  la 
forma  propuesta.  —  XXIII.  Respuesta  del  gobierno  argentino  á  los  media- 
dores. —  XXIV.  Hechos  que  pone  de  relieve  la  nota  del  ministro  Arana  al 
rechazar  la  mediación.  —  XXV.  La  legislatura  aprueba  la  conducta  del 
poder  ejecutivo.  —  XXVI.  Respuesta  de  Rozas  á,  la  amenaza  de  los  media- 
dores. —  XXVII.  Porqué  Rivera  tomó  rápidamente  la  ofensiva  en  territorio 
argentino.  — XXVIII.  Cómo  la  escena  entre  Rozas  y  Mandeville  explica 
la  seguridad  de  triunfo  que  llevaba  Rivera.  —  XXIX.  Oribe  se  aproxima  al 
Arroyo  Grande.  —  XXX.  Batalla  del  Arroyo  Grande  :  formación  de  ambos 
ejércitos:  las  cargas  de  la  caballería  de  Rivera:  carga  á  la  bayoneta  de 
los  federales  :  derrota  completa  de  Rivera  :  persecución  que  le  hace  Oribe. 
XXXI.  Consecuencia  trascendental  de  la  victoria  de  Arroyo  Grande 382 

Apéndice  :  Complemento  al  capítulo    XXXII 413 

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»  >)  »        XXXIV 437 

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